jueves, 18 de julio de 2019

Beautiful Oblivion: Capítulo 11

Después de sándwiches de jamón y queso, una película y un corto viaje a Chicken Joe´s, Peter y Olive tomaron el camino a su casa y yo me dirigí al Red. Podía ver mi aliento mientras caminaba hacia la entrada lateral para empleados y mantuve mi abrigo puesto hasta que me atravesó el calor de la multitud del bar.


—¡Santa mierda! —dijo Blia, frotándose sus manos mientras pasaba—. ¡Está más frío que el culo de una rana en enero!

—Y sólo es octubre —me quejé.

La multitud del sábado por la noche nunca llegó y tres horas después de que nos presentamos a trabajar, continuaba muerto. Cande apoyó su barbilla en su puño y golpeteó con las uñas de su otra mano en la barra. Dos chicos jugaban billar junto a la pared oeste. Uno de ellos usaba una camiseta de la Leyenda de Zelda y la ropa del otro chico se hallaba tan arrugada que parecía que se vistió directamente del cesto de la ropa sucia. No eran del tipo que asistían a una lucha clandestina, por lo que no era difícil adivinar lo que robó nuestro negocio.

Marty, un cliente regular de Cande, se encontraba sentado solo en su extremo de la barra. Los chicos y él, con la cara llena de acné, en las mesas de billar, eran nuestros únicos clientes y eran las diez.

—Malditas sean. Malditas esas peleas. ¿Por qué no las hacen durante la semana cuando no afecten nuestras propinas? —dijo Cande.

—Vendrán después, luego toda la barra será una gran pelea y desearás que no hubieran venido —dije, barriendo el suelo por tercera vez.

Vico caminaba mirando a Cande por el rabillo de su ojo. Él dependía de mantenerse ocupado para soportar una noche entera con Cande al otro extremo de la habitación. Estuvo deprimido por dos semanas y descargaba su frustración con los borrachos idiotas que se atrevían a pelear en su lado de la barra. El miércoles anterior, Gruber tuvo que apartar a Vico del montón. Hank ya habló con él en una ocasión y yo temía que si él no reaccionaba pronto, sería despedido.

Cande lo miró, sólo por un momento, cuando se hallaba segura de que  él no la miraba.

—¿Has hablado con él? —pregunté.

Cande se encogió de hombros. 

—Trato de no hacerlo. Me hace sentir como una idiota cuando no hablo con él, así que no ansío empezar una conversación.

—Se encuentra molesto. Te ama.

El rostro de Cande decayó. 

—Lo sé.

—¿Cómo van las cosas con Agustín?

Su rostro se iluminó. 

—Se halla ocupado con el fútbol y Sig Tau, pero tenemos una cita para una fiesta de San Valentín. Ayer me pidió ir.

Levanté una ceja. 

—Oh. Eso es algo... serio.

Cande hizo una mueca, miró a Vico y luego bajó la mirada. 

—Agustín fue mi primer amor, Lali.

Extendí la mano y toqué su hombro. 

—No te envidio. Qué situación de mierda.

—Hablando de primeros amores... Creo que tú eres el suyo —dijo, asintiendo hacia la entrada.

Peter caminaba con una gran sonrisa en su rostro. No pude dejar de copiar su expresión. Por el rabillo de mi ojo, pude ver a Cande observándonos, pero no me importaba.

—Oye —dijo, inclinándose hacia adelante contra la barra.

—Pensé que estarías en la pelea.

—A diferencia de los novios en California, tengo mis prioridades en orden.

—Muy gracioso —dije, pero mi estómago dio un vuelco.

—¿Qué harás después? —preguntó.

—Dormir.

—Hace mucho frío afuera. Pensé que tal vez necesitarías una capa extra.

Intenté no sonreír como una idiota, pero no pude evitarlo. Últimamente tenía ese efecto en mí.

—¿A dónde demonios se escapó Can? —dijo Hank.

Me encogí de hombros. 

—Es noche de pelea, Hank. Nos hallamos muertos. Puedo manejarlo.

—¿A quién mierda le importa dónde está? —dijo Vico. Sus brazos se encontraban cruzados mientras apoyaba su espalda contra la barra. Veía la sala casi vacía con el ceño fruncido en su rostro.

—¿Obtuviste ese trabajo? —preguntó Hank.

—No —dijo Vico, cambiando.

Hank se llevó las manos a cada lado de la boca en un intento de amplificar lo que se encontrara a punto de gritar y luego tomó aliento:

—¡Oye, Gruby! Envía a Blia aquí para cubrir a Cande mientras está fuera, ¿quieres?

Gruber asintió y se dirigió hacia el quiosco. Me estremecí, deseando que Hank no les recordara a Vico y a todos los demás que Cande probablemente se hallara afuera, hablando con Agustín.

Toda la cara de Vico se arrugó.

Me sentí mal por él. Odiaba el trabajo que una vez amó y ninguno de nosotros podía culparlo. Hank incluso le dio una buena referencia  para el trabajo en la ferretería donde aplicó Vico.

—Lo siento —dije—. Sé que es duro para ti.

Vico se giró a mirarme con una expresión herida en su rostro. 

—No sabes una mierda, Lali. Si lo hicieras, habrías hablado con ella para que entrara en razón.

—Oye —dijo Peter, dándose la vuelta—. ¿Qué carajos, amigo? No le hables de esa manera.

Le hice un gesto a Peter para que no interviniera y crucé los brazos, lista para la fuerza completa de la frustración que Vico haría explotar hacia mí. 

—Can hace lo que quiere, Vico. Tú lo sabes más que nadie.

Un músculo de su mandíbula palpitaba bajo su piel y bajó la mirada. 

—Yo sólo... no lo entiendo. Estábamos bien. No peleábamos. Nada serio. Mierda estúpida sobre su padre a veces, pero la mayoría del tiempo nos divertíamos. Me encantaba pasar tiempo con ella, pero le daba su espacio cuando lo necesitaba. Me amaba. Quiero decir... dijo que lo hacía.

—Lo hizo —le dije. Era duro verlo hablar. Se apoyaba en la barra como si fuera difícil mantenerse de pie.

Me incliné para poner mi mano sobre su hombro. 

—Vas a tener que aceptar que no tiene nada que ver contigo.

Se encogió de hombros, alejándose de mí. 

—Él la usa. Esa es la peor parte. La amo más que a mi vida y ella a él no le importa una mierda.

—No sabes eso —dije.

—Sí, lo sé. ¿Crees que los chicos de Sig Tau no hablan, Lali? ¿No crees que también debatan sobre tu drama? Son peores que las chicas Cap Sig, sentados y chismeando sobre quién folla a quién. Y luego llega hasta mí y tengo que oír hablar de todo eso.

Mi drama. —Miré a mí alrededor—. No tengo un drama.

Vico señaló a Peter. 

—Te encuentras corriendo hacia él a más de ciento cuarenta kilómetros por hora. No debes meterte en eso, Lali. Ya hablan suficiente de ti.

Vico se alejó y permanecí de pie, aturdida durante unos momentos.

Peter hizo una mueca. 

—¿Qué mierda significa eso?

—Nada —dije. Mantuve mi cara seria, fingiendo que mi corazón no trataba de salir a través de mi pecho. P.J. y yo no éramos exactamente un secreto, pero no divulgamos nuestra relación. Era la única de nuestro pequeño pueblo que conocía la naturaleza de su trabajo y era importante para él que eso lo mantuviéramos de esa forma. Un poco de conocimiento llevaba a preguntas y evitarlas significaba mantener los secretos. En realidad, no era gran cosa, porque nunca di a nadie una razón para hablar de nosotros. Hasta ahora.

—¿De qué está hablando, Lali? —preguntó Peter.

Puse los ojos en blanco y me encogí de hombros. 

—¿Quién carajo sabe? Sólo está molesto.

Vico se dio la vuelta y se tocó el pecho. 

—¿No sabes de lo que hablo? ¡No eres mejor que ella y lo sabes! —Se alejó de nuevo.

Peter parecía completamente confundido, pero en vez de quedarme ahí para explicar, levanté la pieza con bisagra de la barra, la dejé caer de golpe detrás de y seguí a Vico a través de la habitación. 

—Oye. ¡Oye! —le grité por segunda vez, corriendo para alcanzarlo.

Vico se detuvo, pero no se dio vuelta.

Tiré de su camiseta, forzándolo a mirarme a la cara. 

—No soy Cande, ¡así que deja de dirigir tu enojo hacia mí! He tratado de hablar con ella. ¡Te he apoyado, maldita sea! ¡Pero ahora te comportas como un quejica, enfurruñado, intolerable imbécil!

Los ojos de Vico se suavizaron y empezó a decir algo.

Levanté la mano, no me interesaba lo que probablemente sería una disculpa. Señalé su ancho pecho. 

—No sabes una polla de mi vida personal, así que nunca vuelvas a hablarme como lo haces. ¿Nos entendemos?

Vico asintió y lo dejé de pie en el centro de la habitación para volver a mi puesto.

—Joder al cuadrado —dijo Blia, con los ojos muy abiertos—. Recuérdame nunca hacerte enojar. Incluso asustaste al gorila.

—¡Mariana! —dijo una voz desde el otro lado de la barra.

—Oh, demonios —dije en voz baja. Por costumbre, traté de hacerme pequeña, tratando de no llamar la atención, pero ya era demasiado tarde. Clark y Colin me esperaban pacientemente en el extremo de la barra de Blia. Me acerqué a ellos y fingí una sonrisa—. ¿Sam Adams?

—Sí, por favor —dijo Clark. Era el menos ofensivo de mis hermanos y la mayoría de las veces deseaba que fuéramos más cercanos. Pero en un día común, encontrarme con uno significaba estar cerca de todos ellos y ese no era un ambiente que quisiera tolerar nunca más.

—El tío Félix sigue enojado contigo —dijo Colin.

—Cristo, Colin. Estoy en el trabajo.

—Sólo pensé que deberías saberlo —dijo, con una mirada de suficiencia en su rostro.

—Siempre se encuentra enojado conmigo —dije, sacando dos botellas de la nevera y destapándolas. Las deslicé a través de la barra.

El rostro de Clark cayó. 

—No, pero mamá ha tenido que detenerlo para que no vaya a tu apartamento cada vez que discuten él y Coby.

—Jesús, ¿todavía sigue con lo de Coby? —le pregunté.

—Últimamente ha sido bastante... inestable en su casa.

—No me digas —dije, sacudiendo la cabeza—. No quiero escucharlo.

—Él no —dijo Colin, frunciendo el ceño—. Mi papá dijo que Félix juró nunca hacer eso de nuevo.

—No es que me importe si lo hizo —me quejé—. Ella sigue quedándose.

—Oye, ese es su asunto —dijo Colin.

Lo miré. 

—Esa fue mi infancia. Ella es mi madre. Es mi asunto.

Clark tomó un trago de su cerveza. 

—Está enojado porque hoy te perdiste el almuerzo familiar de nuevo.

—No me invitaron —dije.

—Siempre estás invitada. Mamá también se decepcionó.

—Lo siento, pero no puedo lidiar con él. Tengo otras cosas que prefiero hacer.

Las cejas de Clark se juntaron. 

—Eso es cruel. Seguimos siendo tu familia. Aún recibiríamos una bala por ti, Mariana.

—¿Y qué acerca de mamá? —pregunté—. ¿Recibirías una bala por ella?

—Maldita sea, Lali. ¿Puedes superarla? —preguntó Colin.

Levanté una ceja. 

—No, y Chase, Clark y Coby tampoco deberían. Tengo que trabajar —dije, volviendo a mi lado de la barra.

Una mano grande se envolvió alrededor de mi brazo. Peter se  puso de pie cuando vio a Clark agarrarme, pero negué con la cabeza y se giró.

Clark suspiró. 

—Nunca hemos sido el tipo de familia que demuestra nuestros sentimientos, pero seguimos siendo familia. Sigues siendo familia. Sé que en ocasiones él es muy difícil de soportar, pero aun así debemos seguir juntos. Tenemos que intentarlo.

—Tú no te encuentras en su punto de mira, Clark. No sabes lo que se siente.

La mandíbula de Clark palpitó bajo su piel. 

—Sé que eres la mayor, Lali. Pero te has ido por tres años. Si crees que no sé lo que se siente el llevar la peor parte de su ira, te equivocas.

—Entonces, ¿por qué fingir? Colgamos de un hilo. Ni siquiera estoy segura de lo que nos mantiene juntos.

—No importa. Es todo lo que tenemos —dijo Clark.

Lo observé durante un momento y luego les di otra cerveza. 

—Tomen. Van por mi cuenta.

—Gracias, hermana —dijo Clark.

—¿Estás bien? —preguntó Peter cuando regresé a mi puesto.

Asentí. 

—Dijeron que papá sigue enojado con Coby. Supongo que han peleado mucho. Papá amenazó con venir y alinearme.

—¿Alinearte cómo, exactamente?

Me encogí de hombros. 

—Cuando mis hermanos se salen del redil, de alguna manera recae sobre mí.

—¿Cómo lo manejas? ¿Cuándo llega todo enojado?

—Él nunca ha venido a mi casa. Pero, supongo que sí se enoja lo suficiente, un día de estos lo hará.

Peter no respondió, pero se movió en su silla, pareciendo muy inestable.

Blia se acercó y me mostró la pantalla en su celular. 

—Acabo de recibir un mensaje de Laney. Dijo que la pelea ha terminado y que la mayoría están viniendo para acá.

—¡Yupi! —dijo Cande mientras caminaba detrás de la barra. Sacó su tarro de propinas vacío —un vaso huracán de vidrio— y lo puso sobre la barra. Marty inmediatamente sacó un billete de veinte y lo dejó caer.

Cande le guiñó un ojo y sonrió.

Peter dio unas palmaditas en el bar un par de veces. 

—Será mejor que me vaya. No quiero estar aquí cuando lleguen los estúpidos de la lucha y yo termine casi matando a alguien. Otra vez.

Le guiñé un ojo. 

—Sr. Responsable.

—Mándame un mensaje más tarde. Quiero salir mañana —dijo, alejándose.

—¿Otra vez? —preguntó Cande, sus cejas flotando cerca de la línea del cabello.

—Cállate —dije, sin querer oír su opinión.

El público posterior a la pelea fluía al principio y luego el Red era sólo una habitación llena de gente. El DJ tocaba música alegre, pero no importaba: los hombres estaban borrachos y todos pensaban que eran tan invencibles como Thiago Lanzani.

Al cabo de media hora, Vico, Gruber y Hank separaban las peleas. En un momento, la mayor parte del bar se encontró en un enfrentamiento masivo y Hank sacó a docenas a la vez. Patrullas de la policía se encontraban estacionadas afuera, ayudando con las masas y arrestando a algunos de los chicos alborotadores por intoxicación pública antes de que pudieran entrar en sus vehículos.

En poco tiempo, el bar era un pueblo fantasma de nuevo. La música del club volvió al rock clásico y los Cuarenta Principales, y Cande contaba sus propinas, refunfuñando y de vez en cuando gritaba una que otra maldición.

—Entre que ayudas a tu hermano y estas propinas de mierda, vamos a tener suerte de pagar las facturas de este mes. En algún momento tengo que empezar a ahorrar para un vestido de fiesta.

—Pues apuesta por Thiago —dije—. Eso son unos cincuenta fáciles.

—Primero tengo que tener dinero para apostarle a Thiago —espetó.

Alguien se sentó, con fuerza, en uno de los taburetes en frente de mí. 

—Whisky —dijo—. Y no dejes que el vaso se quede vacío.

—¿Te arden las orejas de que hablen tanto de ti, Thiago? —pregunté, tendiéndole una cerveza—. No me parece una noche de whisky para mí.

—Ustedes no serían las únicas mujeres hablando mierda sobre mí. —Echó la cabeza hacia atrás y dejó que el líquido ámbar se deslizara por su garganta, casi de un trago. La botella de vidrio se estrelló en la barra y destapé la segunda, colocando la botella frente a Thiago.

—¿Alguien está hablando mierda sobre ti? No es muy inteligente por parte de ellas —dije, mirando a Thiago encender un cigarrillo.

—Esa Pigeon —dijo, cruzando los brazos encima de la barra. Se inclinó, encorvado, con la mirada perdida. Lo miré por un momento, sin saber si hablaba  en código o si ya estaba borracho.

—¿Esta noche te golpearon más fuerte que de costumbre? —pregunté, sinceramente preocupada.

Entró otro gran grupo, probablemente rezagados de la pelea. Eran felices y parecía que todos se llevaban bien, por lo menos. Thiago y yo tuvimos que hacer una pausa en la conversación. Durante los siguientes veinte minutos más o menos, yo estaba demasiado ocupada para charlar,  pero cuando el último de la multitud de después de la pelea salió por la puerta roja para volver a casa, puse un vaso de Jim Beam en frente de Thiago y luego lo llené. Todavía parecía deprimido. Tal vez incluso más que antes.

—Está bien, Thiago. Cuéntame.

—¿Qué? —preguntó, inclinándose lejos.

Negué con la cabeza. 

—La chica. —Esa era la única explicación para que Thiago Lanzani tuviera esa mirada en su cara. Nunca la había visto, por lo que sólo podía significar una cosa.

—¿Qué chica?

Rodé los ojos. 

—¿Qué chica? ¿En serio? ¿Con quién crees que estás hablando?

—Está bien, está bien —dijo, mirando a su alrededor. Se acercó—. Es Pigeon.

—¿Pigeon? ¿Estás bromeando?

Thiago logró una pequeña risa. 

—Mar. Ella es una paloma. Una paloma demoníaca que me jode tanto la cabeza que no puedo pensar con claridad. Ya nada tiene sentido, Lali. Cada regla que he hecho se ha roto una por una. Soy un blandengue. No... peor. Soy Shep.

Me eché a reír. 

—Sé amable.

—Tienes razón. Shepley es un buen tipo. 

Le serví otro trago, y lo estrelló de nuevo.

—Sé amable contigo mismo, también —dije mientras limpiaba   la encimera—. Enamorarte no es un pecado, Thiago,  Jesús.

Los ojos de Thiago rebotaron de lado a lado. 

—Estoy confundido. ¿Estás hablando conmigo o con Jesús?

—Lo digo en serio —dije—. Así que tienes sentimientos por ella, ¿y qué?

—Me odia.

—Nah.

—No, la he oído esta noche. Por accidente. Piensa que soy una basura.

—¿Ella dijo eso?

—Más o menos.

—Bueno, más o menos lo eres.

Thiago frunció el ceño. No esperaba eso. 

—Muchas gracias.

Le serví otro trago. Lo tiró por su garganta antes de que pudiera sacar otra cerveza de la nevera. Dejé la cerveza en la barra y luego extendí mis manos, con las palmas hacia arriba. 

—En base a tu comportamiento en el pasado, ¿no estás de acuerdo? Mi punto es... tal vez por ella, no lo serías. Tal vez por ella podrías ser un hombre mejor.

Le serví otro trago. De inmediato echó la cabeza hacia atrás, abrió su garganta y dejo que todo pasara.

—Tienes razón. He sido un cabrón. ¿Puedo cambiar? Joder, no lo sé. Probablemente no lo suficiente como para merecerla.

Los ojos de Thiago ya lucían cristalinos, así que puse la botella de Jim Beam en su lugar y luego me volví hacia mi amigo. Encendió otro cigarrillo. 

—Tráeme otra cerveza.

—Thiago, creo que ya has tenido suficiente —dije. Estaba demasiado borracho para darse cuenta de que ya tenía una.

—Lali, sólo hazlo, maldita   sea.

Agarré la botella de vidrio que ni se encontraba a quince centímetros de distancia y la puse directamente en su línea de visión.

—Oh —dijo.

—Sí. Como te dije. Has bebido un montón en el poco tiempo que has estado aquí.

—No hay suficiente alcohol en el mundo que pueda hacerme olvidar lo que ha dicho esta noche. —Sus palabras eran arrastradas. Mierda.

—¿Qué fue exactamente lo que dijo?—pregunté.

—Dijo que no era lo suficientemente bueno. Quiero decir... de una manera indirecta, pero eso es lo que jodidamente quería decir. Cree que soy un pedazo de mierda y yo... Creo que me estoy enamorando de ella. No lo sé. Ya no puedo pensar con claridad. Pero cuando llegué a casa después de la pelea y sabía que estaría allí por un mes —se frotó la nuca—, creo que eso es lo más feliz que he estado, Lali.

Mis cejas se juntaron. Nunca lo había visto tan afligido. 

—¿Se va a quedar contigo por un mes?

—Hicimos una apuesta esta noche. Si no me golpeaban, tendría que mudarse un mes.

—¿Eso fue tu idea? —pregunté. Maldita sea. Ya se enamoró de esta chica y ni siquiera lo sabía.

—Sí. Pensé que era un puto genio hasta hace una hora. —Inclinó el vaso—. Otro.

—Nop. Bebe tu maldita cerveza —dije, empujándola hacia él.

—Sé que no la merezco. Ella es… —sus ojos perdieron el enfoque—, increíble. Hay algo en sus ojos que es tan cálido. Algo que no puedo identificar, ¿sabes?

Asentí. Sabía exactamente lo que quería decir. Sentía lo mismo por un par de ojos que se parecían mucho a los de él.

—Bueno, tal vez deberías hablar con ella sobre eso —dije—. Sin tener uno de esos malentendidos estúpidos.

—Ella tiene una cita mañana por la noche. Con Parker Hayes.

Mi nariz se arrugó. 

—¿Parker Hayes? ¿No le has advertido acerca de él?

—No me lo creería. Solamente pensaría que lo dije porque estoy celoso. Se balanceaba en su silla. Iba a tener que llamar a un taxi.

—¿No lo estás? ¿Celoso?

—Sí, pero él también es un cabrón de mierda.

—Es cierto.

Thiago inclinó la botella de cerveza y bebió un buen trago. Sus párpados eran pesados. No se balanceaba en absoluto.

—Thiago...

—Esta noche no, Lali. Sólo quiero emborracharme.

Asentí. 

—Parece que lo has logrado. ¿Quieres que llame un taxi? Negó con la cabeza ligeramente.

—Bien, pero consigue un aventón a casa. —Trató de tomar otro trago de su cerveza, pero me aferré al cuello de la botella hasta que hizo contacto visual—. Lo digo en serio.

—Ya te he oído.

La dejé ir y luego lo miré terminar la botella.

—Peter hablaba de ti el otro día —dijo.

—Oh, ¿sí?

—Voy a comprarle un perrito —dijo Thiago. Por lo menos estaba demasiado borracho para seguir con el tema de Peter—. ¿Crees que Peter me lo guardaría?

—¿Cómo voy a saberlo?

—¿No están unidos por la cadera en estos días?

—En realidad, no.

El rostro de Thiago se contrajo. 

—Esto es horrible —dijo, sus palabras se fusionaron—. ¿Quién mierda quiere sentirse así? ¿Quién iba hacerse esto a sí mismo a propósito?

—Shepley —dije con una sonrisa.

Levantó las cejas. 

—No estás jodidamente bromeando. —Después de una breve pausa, su rostro se ensombreció—. ¿Qué hago, Lali? Dime qué hacer, porque no lo sé, carajo.

Negué con la cabeza. 

—¿Estás seguro de que no te quiere? 

Thiago me miró con ojos tristes. 

—Eso es lo que dijo.

Me encogí de hombros. 

—Entonces intenta olvidarla.

Thiago miró la botella vacía. Las dos chicas de la universidad que Peter había dejado la noche anterior comenzaron a comprarle bebidas a Thiago y en poco tiempo, apenas podía mantenerse en su banquillo. Durante la siguiente hora y media, se había comprometido plenamente a encontrar el fondo de cada botella que podía tener en sus manos.

Las hermanas de la Universidad del Sur tomaron un taburete a cada lado de Thiago. Me alejé, atendiendo a mis clientes habituales por un tiempo. No me sorprendería si ellas pensaran que él era Peter. Los cuatro Lanzani más jóvenes se parecían mucho y Thiago llevaba una camiseta blanca que se parecía mucho a lo que había estado usando Peter.

Por el rabillo de mi ojo, vi a una de las chicas enredar su pierna sobre el muslo de Thiago. La otra volvió su rostro y luego se succionaban la cara de una manera que me hizo sentir como una pervertida por mirar.

—Uh, ¿Thiago? —dije.

Se puso de pie y tiró un billete de cien dólares sobre la barra. Se llevó un dedo a los labios y luego guiñó. 

—Este soy yo. Olvidando.

Las chicas caminaban a cada lado de él y él se recargaba en ellas, apenas capaz de caminar.

—¡Thiago! ¡Mejor que sean tu aventón a casa! —grité. No me hizo caso.

Cande rió. 

—Oh, Thiago —dijo—. Es ciertamente entretenido.

Crucé los brazos sobre mi estómago. 

—Espero que consigan una habitación de hotel.

—¿Por qué? —preguntó Cande.

—Porque la chica de la que está enamorado está en su apartamento. Y si esas chicas universitarias se van a casa con él, se va a despertar en la mañana y va a odiarse a sí mismo.

—Va a encontrar una manera de salirse con la suya. Siempre lo hace.

—Sí, pero esta vez es diferente. Estaba bastante desesperado. Si pierde a esa chica, no sé lo que va a hacer.

—Va a emborracharse y luego a tener sexo. Eso es lo que hacen todos los chicos Lanzani. —La fulminé con la mirada y me ofreció una sonrisa de disculpa—. Te advertí hace mucho tiempo que no te mezclaras con ellos. Todavía tienes que escuchar mis consejos.

—Deberías avisar que vamos a cerrar —dije, alargando el brazo y tirando del parlante para la última llamada.

2 comentarios:

  1. Volvisttteeee y te fuiste

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    1. jajaja si, había vuelto a irme porque pensé que como había pasado tanto tiempo quizás ya nadie miraba mi blog. Se ve que me equivoqué.

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