No tenía el pecho más voluptuoso
del mundo, pero mi pequeño cuerpo hacía que mis pequeñas copas C parecieran más
grandes de lo que eran. Odiaba admitirlo, pero ayudaban a obtener propinas
extras en el Red, y ahora podrían ayudarme a conseguir un segundo trabajo. Era
un círculo vicioso de no querer ser un objeto, usando
los regalos que Dios me dio en mi ventaja.
—¿Cuándo
dijiste que podías comenzar? —dijo Calvin distraídamente, enderezando una foto de una belleza
morena en la pared detrás del mostrador. Sus tatuajes cubrían casi todo su cuerpo; la tinta y una sonrisa
eran las únicas
cosas que tenía mientras
yacía sobre otros cuerpos desnudos, aparentemente de mujeres durmiendo. La
mayoría de las paredes se encontraban cubiertas de arte o de fotografías de
modelos tatuadas sobre potentes autos o acostadas de la forma en que mejor se
exhibía el arte en su piel. El mostrador era un desastre de papeles,
bolígrafos, recibos, sujetadores de papeles, pero el resto del lugar parecía limpio, incluso aunque pareciera que
Calvin hubiera comprado la decoración en una subasta realizada por un fracasado restaurante chino.
—Ahora
mismo. Puedo trabajar lunes y martes, del mediodía hasta cerrar, pero de
miércoles a viernes solo puedo trabajar hasta las siete. Los sábados debo estar
fuera a las cinco. No puedo trabajar los domingos.
—¿Por qué no? —Preguntó Calvin.
—Debo
estudiar y hacer tarea a veces, y luego tengo una reunión de trabajo en el Red,
antes de trabajar en la barra.
Calvin miró hacia Peter en busca de aprobación. Peter
asintió.
—Está bien. Dejaré que Peter y
Hazel te entrenen para atender el teléfono, la computadora y el papeleo. Es muy
simple. La mayor parte es servicio al cliente y limpiar —dijo, saliendo de
detrás del escritorio—. ¿Tienes algún tatuaje?
—No
—dije—. ¿Es un requisito?
—No, pero apuesto a que tendrás uno
dentro del primer mes —dijo, caminando a lo largo del pasillo.
—Lo dudo —dije, pasándolo
para pararme detrás del mostrador.
Peter se acercó y
descansó los codos en el escritorio.
—Bienvenida a Skin Deep.
—Esa es mi línea —bromeé. El teléfono
sonó, y lo levanté—. Tatuajes Skin Deep —dije.
—Sí… Eh…
¿a qué hora cierran hoy? —Quién sea que fuera, sonaba borracho a más no poder,
y solo eran las tres de la tarde.
Observé
la puerta.
—Cerramos a las once, pero deberías desembriagarte primero. No te
harán un tatuaje si estás intoxicado.
Peter hizo una mueca. No estaba
segura de si era una regla o no, pero debería serlo. Estaba acostumbrada a
tratar con borrachos, y probablemente también vería muchos de ellos aquí. De
una manera extraña, me sentía más cómoda
con los borrachos. Mi padre abría una lata de cerveza Busch cada mañana en el
desayuno desde antes de que yo naciera. El mal pronunciamiento, el tambaleo,
los comentarios inapropiados, las risitas, e incluso la rabia era todo lo que conocía. Trabajar en un cubículo
con un montón de creídas chicas discutiendo memos podría ser más inquietante
para mí que escuchar a un adulto llorar sobre
su cerveza debido a su ex novia.
—Entonces,
si es una llamada personal, y es para uno de nosotros, puedes transferirla así
—dijo Peter, presionando esperar, el botón de transferir, y luego uno de los
cinco botones enumerados de arriba—. El cien es para la oficina de Cal. El
ciento uno para mi habitación. El ciento dos para la de Hazel. El ciento tres
es para la de Bishop… lo conocerás más tarde… y si cuelgas, está bien, llamarán
de nuevo. La lista está sobre la base del teléfono —dijo, empujando la base a
un lado.
—Fantástico —dije.
—Soy
Hazel —dijo una pequeña mujer al otro lado de la habitación. Caminó hacia mí y me extendió una mano.
La oscura piel bronce de sus brazos se hallaba cubierta desde su muñeca hasta
su hombro con docenas de piezas de colorido arte. Sus orejas brillaban con perforaciones que abarcaban por completo el borde del cartílago, y un diamante de
fantasía brillaba en el lugar de una marca de belleza. Era morena natural, pero
su falso mohicano era de un rubio dorado—. Soy perforadora corporal —dijo, sus
gruesos labios diciendo las palabras con elegancia y una mínima pizca de acento.
Para ser tan pequeña, su agarre era firme, sus brillantes uñas turquesas
largas, y me pregunté cómo hacía las cosas, especialmente
la complicada tarea de perforar áreas del cuerpo.
—Lali. Desde hace dos minutos, soy la
recepcionista.
—Genial
—dijo con una sonrisa—. Si alguien pregunta por mí, siempre pregunta su nombre
y toma el mensaje. Si es una chica llamada Alisha, dile que se atragante con
una polla.
Se alejó, y miré a Peter, las cejas levantadas.
—Está bien, entonces.
—Rompieron hace unos pocos meses. Aún está molesta.
—Entendí eso.
—Así que, aquí están los
formularios —dijo Peter, tirando del último cajón de un gabinete de metal.
Hablamos sobre ellos entre llamadas telefónicas y clientes, y cuando Peter se
encontraba ocupado, Hazel venía a ayudarme. Calvin
permaneció en su oficina la mayor parte del tiempo, y no se me ocurrió
molestar.
Después
de que Peter terminara con un cliente, le enseñó la salida, y luego asomó la
cabeza a través de las puertas dobles de vidrio.
—Probablemente tienes hambre,
¿quieres que te compre algo al lado?
Al lado
se hallaba Pei Wei's, y el delicioso, salado y sabroso olor de su comida
entraba cada vez que alguien abría las puertas, pero me estaba trabajando en
dos sitios para ayudar a Coby a juntar dinero. Comer no era un lujo que pudiera
permitirme.
—No, gracias —dije, sintiendo mi estómago gruñir—.
Es casi hora de cerrar. Comeré un emparedado en casa.
—¿No tienes hambre? —preguntó Peter.
—No —dije.
Asintió.
—Bueno. Iré a comprar. Dile a Cal que ya
regreso.
—No hay
problema —dije, sintiendo mis hombros hundirse un poco cuando la puerta se
cerró.
Hazel se
encontraba en su cuarto con un cliente, así que regresé atrás y la vi atravesar
el tabique de la nariz de algún chico. Él ni siquiera se inmutó.
Retrocedí.
Hazel
notó mi expresión y sonrió.
—Los llamo los Toros. Son bastante populares porque
puedes colocar el aro justo en los orificios nasales y esconderlo, así.
Hice una mueca.
—Eso es… fantástico. Pitt fue al
lado a cenar. Ya regresa.
—Será mejor que me traiga algo —dijo—. Estoy
jodidamente famélica.
—¿Cómo
te entra comida en ese cuerpo? —dijo el cliente—. Si como arroz, aumento como
cinco kilos, y todas ustedes, las chicas chinas, son diminutas. No lo entiendo.
—Soy filipina, jodido idiota —dijo ella, golpeándole
la oreja, con fuerza. Él gritó.
Presioné mis labios con fuerza y retrocedí hacia el
vestíbulo. Unos minutos después, Peter entró con dos grandes
bolsas de plástico en sus manos. Las colocó
en el mostrador y comenzó
a sacar diferentes cajas.
Hazel se acercó con su cliente.
—Ya le di las instrucciones de cuidado, así que ya se puede ir —dijo. Le echó
un vistazo a las pequeñas cajas en el mostrador y sus ojos brillaron—. Te amo, Peter.
En serio, te amo, joder.
—Estás
haciéndome sonrojar —dijo con una sonrisa. Había visto los lados de miedo de Peter
más de una vez, en la escuela media, en la secundaria, y más recientemente, en
el Red. Ahora tenía la mirada más satisfecha en su rostro, contento de haber
hecho feliz a Hazel—. Y esto es para ti —dijo Peter, sacando una caja.
—Pero…
—Lo sé. Dijiste que no tenías hambre.
Sólo come, así no lastimas mis sentimientos.
No discutí. Rompí el celofán de los
utensilios de plástico y comí, sin importarme si parecía un animal salvaje.
Calvin
salió de la parte de atrás, claramente guiado por su nariz.
—¿Cena?
—Para
nosotros. Busca la tuya —dijo
Peter, ahuyentando a Calvin con su
tenedor de plástico.
—Maldición —dijo Calvin—. Casi deseo
tener vagina, así podría ser alimentado gratis. —Peter lo ignoró—. ¿Llegó
Bishop?
—Nop —dijo Hazel, su boca
llena de comida.
Calvin sacudió la cabeza y empujó las
puertas dobles, probablemente de camino a Pei Wei’s.
El
teléfono sonó, y respondí, aun masticando.
—Tatuajes Skin Deep.
—¿Está, eh… Hazel está ocupada? —dijo una
voz, aguda pero femenina, como la mía.
—Está
con un cliente. ¿Puede decirme su nombre?
—No. De hecho… Eh… sí. Dile
que es Alisha.
—¿Alisha? —dije, mirando a Hazel.
Comenzó a articular silenciosamente cada maldición que existía, enseñándole el
dedo medio de ambas manos al teléfono.
—¿Sí?
—dijo, sonando esperanzada.
—¿La Alisha?
Se rió.
—Sí, supongo. ¿Se pondrá al teléfono?
—No, pero dejó un mensaje para ti. Cómete una
polla, Alisha.
Peter y Hazel se congelaron, y
el otro lado de la línea permaneció en silencio por unos cuantos segundos.
—¿Disculpa?
—Cómete. Una. Polla —dije, y luego colgué el
teléfono.
Después
de unos pocos momentos de asombro, Hazel y Peter rompieron a reír. Después de un minuto entero
intentando dejar de reír y suspirar cansadamente entre carcajadas, ambos
comenzaron a limpiarse los ojos. El grueso rímel de Hazel se encontraba
esparcido por sus mejillas.
Hazel se
inclinó para sacar un pañuelo de la caja que había al lado de la computadora. Lo pasó por debajo de sus ojos,
y luego me palmeó en el hombro.
—Nos llevaremos muy bien. —Señaló la parte de atrás con su pulgar
mientras caminaba hacia su cuarto—. Ten
en cuenta eso,
Peter. Está justo
en tu pasillo.
—Tiene novio —dijo Peter, mirándome a los ojos y
sonriendo.
Permanecimos
allí por unos cuantos momentos, intercambiando pequeñas sonrisas, y luego me
enderecé, buscando un reloj.
—Debo irme. Necesito leer un capítulo antes de
dormir.
—Te ofrecería ayuda, pero la universidad no era lo
mío.
Me pasé
el bolso rojo por encima de la cabeza.
—Eso es sólo porque mientras estabas
allí, el salir a fiestas y meterte con chicas era lo tuyo. Podría ser diferente
ahora. Deberías tomar clases.
—No
—dijo, sacándose la gorra de la cabeza y dándole la vuelta. La ajustó un par de
veces mientras pensaba en mi sugerencia, como si nunca lo hubiera considerado
hasta ese momento.
Justo en
ese momento, tres odiosos chicos universitarios entraron, haciendo ruido y
riendo. Incluso si no estuvieran borrachos, era fácil para nosotros, los
locales, distinguir a los extranjeros. Dos chicos, probablemente de primer año,
se acercaron al mostrador, y la chica, usando un vestido rosado y botas altas,
los siguió de cerca. Peter llamó inmediatamente su atención, y comenzó a jugar
con su cabello.
—Jeremy perdió una apuesta
—dijo uno de los chicos—. Necesita un tatuaje de Justin Bieber.
Jeremy dejó que su cabeza
cayera contra el mostrador.
—No puedo creer que me obligues a hacer esto.
—Ya está cerrado —dije.
—Tenemos dinero —dijo el
chico, abriendo su billetera—. Estoy preparado para darles a todos aquí una
propina que los volverá locos.
—Ya está cerrado —dije—. Lo siento.
—No quiere tu dinero, Clay —dijo la chica con una
sonrisa de satisfacción.
—Claro que quiere mi dinero
—dijo Clay, inclinándose—. Trabajas en el Red, ¿no es así?
Lo miré fijamente.
—Trabajando en más de un empleo —dijo
Clay, pensativo. Jeremy hizo una mueca. —Vamos, Clay. Solo vayámonos.
—Tengo una propuesta que
hacerte para que ganes algo de dinero extra. Obtendrías en una noche lo que probablemente
consigues en un mes aquí.
—Tentador… pero no —le dije,
pero antes de que pudiera terminar la frase, Peter tenía a Clay sujeto del
cuello con ambas manos.
—¿Luce como una puta para
ti? —gruñó Peter. Había visto esa mirada en sus ojos antes; justo antes de que
le diera una paliza a alguien.
—¡Guau!
—le dije, rodeando corriendo el mostrador. Los ojos de Clay estaban abiertos de
par en par. Jeremy puso un brazo alrededor de Peter. Peter bajó la mirada hacia la mano de Jeremy—.
¿Quieres morir esta noche?
Jeremy sacudió la cabeza rápidamente.
—Joder, entonces no me toques, hermano.
Hazel
corrió hacia el vestíbulo, pero no parecía asustada. Sólo quería ver el
espectáculo.
Peter
abrió la puerta de una patada y luego empujó a Clay hacia atrás. Clay aterrizó
sobre su trasero, y luego retrocedió, poniéndose de pie. La chica que iba con
ellos salió lentamente, observando a Peter, y haciendo girar un mechón de sus
largos cabellos dorados.
—No
luzcas tan impresionada, Kylie. Es el lunático que mató a esa chica hace un par
de años.
Peter se
lanzó hacia la puerta, pero me interpuse entre él y el vidrio. Peter se detuvo
inmediatamente, respirando con dificultad, y Clay retrocedió rápidamente hacia
su brillante camioneta negra.
Mientras los chicos retrocedían en
el estacionamiento, mantuve una mano sobre el pecho de Peter. Todavía respiraba
con dificultad y temblaba de ira. Podría haber hecho un agujero con sólo mirar
la camioneta mientras se alejaba.
Hazel se
volvió sobre sus talones y regresó a su habitación sin decir una palabra.
—Yo no la maté —dijo Peter en voz baja.
—Lo sé
—le dije. Lo palmeé un par de veces y, a continuación, saqué las llaves de mi
bolso—. ¿Estás bien?
—Sí —dijo.
Sus ojos perdieron
el enfoque, y pude ver que no lo estaba.
Sabía con exactitud lo que era el perderse en un mal recuerdo, e incluso
cerca de un año después, el sólo mencionar el accidente envió a Peter
por el hoyo del conejo.
—Tengo
una botella de Crown en mi apartamento y un poco de carne del almuerzo. Vamos a
beber mientras nos hacemos bocadillos de jamón.
Una de
las comisuras de la boca de Peter se elevó.
—Eso suena bastante impresionante.
—¿Verdad que sí? Vámonos. ¡Nos vemos mañana, Hazel!
—grité.
Peter me
siguió hasta mi apartamento y fui directamente al gabinete del licor.
—¿Crown y
Coca-Cola o simplemente Crown? —le dije desde la cocina.
—Sólo Crown —dijo detrás de
mí. Salté, y luego se rió—. Jesús, me asustaste.
Peter logró una pequeña sonrisa.
—Lo siento.
Lancé la botella al aire con
la mano izquierda y la atrapé con la derecha, y luego serví tragos dobles en
dos vasos.
La sonrisa de Peter se
amplió.
—Es bastante genial tener un barman personal.
—Me
sorprende que aún pueda hacerlo. He tenido demasiados días libres. Para el
momento en que vuelva a trabajar el miércoles, probablemente olvidaré todo. —Le
entregué un vaso y choqué el mío con el suyo—. Por Crown.
—Por arruinar las cosas —dijo, su sonrisa
desvaneciéndose.
—Por sobrevivir —dije,
presionando el vaso contra mis labios y echando la cabeza hacia atrás.
Peter hizo lo mismo. Tomé su
vaso vacío y nos serví otro.
—¿Quieres emborracharte totalmente, o terminar
borracho hasta vomitar?
—Lo sabré cuando llegue allí.
Le entregué el vaso, cogí la
botella, y conduje a Peter al sofá de dos plazas. Levanté mi vaso.
—Por los
segundos empleos.
—Por pasar más tiempo con gente impresionante.
—Por los hermanos que te hacen la vida imposible.
—Brindo
por esa mierda —dijo Peter, bebiéndose su chupito—. Amo a mis hermanos. Haría
lo que fuera por ellos, pero a veces me siento como si fuera el único al que le
importa una mierda papá, ¿sabes?
—A veces me siento como si
fuera la única a la que no le importa una mierda el mío.
Peter alzó la mirada de su vaso vacío.
—Es de la vieja escuela. No
puedes responderle. Ni opinar. Ni llorar cuando golpea a mi madre.
Los ojos de Peter se estrecharon.
—Ya no lo hace. Pero solía hacerlo. Eso nos arruinó
cuando éramos niños, ¿sabes? El que ella se quedara. El que aún pudiera
amarlo.
—Maldita sea. Eso es horrible.
—¿Tus padres se amaban? —le pregunté.
El más pequeño indicio de una sonrisa tocó los
labios de Peter.
—Como locos.
Mi expresión reflejaba la suya.
—Me encanta eso.
—Así que… ¿qué tal ahora?
—Todo el mundo actúa como si nada hubiera pasado.
Ha mejorado, así que cualquiera que no finja que ella no tenía que pasarse tiempo extra en las
mañanas cubriendo sus contusiones es el malo. Así que… yo soy la mala.
—No, no lo eres. Si alguien
hubiera lastimado a mi madre… incluso si hubiera sido mi padre… Nunca le perdonaría.
¿Se ha disculpado?
—Nunca —le dije sin
dudarlo—. Pero debería. Con ella. Con nosotros. Con todos nosotros.
Él extendió su vaso esta
vez. Le serví uno solo, y extendimos los vasos de nuevo.
—Por la lealtad —dijo.
—Por huir —le dije.
—Brindo por eso —dijo, y ambos
bebimos hasta el fondo.
Empujé
las rodillas hasta mi pecho, y apoyé la mejilla en una de ellas, mirando a Peter.
Sus ojos se estaban casi ocultos por la visera de la gorra roja. Tenía hermanos
que eran gemelos, pero los cuatro más jóvenes podrían haber sido cuatrillizos.
Peter
alargó un brazo hacia mi camisa y me atrajo hacia su pecho. Me envolvió en sus
brazos y me estrechó. Noté que en el interior de su antebrazo izquierdo había
una marcada escritura que deletreaba DIANNE, y unos cuantos centímetros más
abajo, en fuente mucho más pequeña cursiva, decía MACKENZIE.
—¿Eso es…?
Peter
giró su brazo para que tuviera una mejor vista.
—Sí. — Permanecimos en silencio
por un momento, y luego continuó—. Los rumores no son ciertos, ya sabes.
Me senté y lo despedí con un gesto.
—No, lo sé.
—Es sólo que no podía volver
allí con todo el mundo mirándome como si yo la hubiese matado.
Negué con la cabeza.
—Nadie piensa eso.
—Los
padres de Mackenzie sí.
—Tienen
que culpar a alguien, Peter. A alguien más.
El teléfono de Peter vibró. Lo levantó,
echó un vistazo a la pantalla y sonrió.
—¿Cita caliente?
—Shepley. Thiago tiene
una pelea esta noche. En Jefferson.
—Genial
—le dije—. Cada
vez que programan una en una
noche en la que el Red está abierto, está vacío.
—¿En serio?
—Supongo
que no lo sabías, ya que siempre vas con ellos.
—No a todas ellas. No voy
a ir esta noche.
Levanté una ceja.
—Tengo mejores cosas que
hacer que mirar a Thiago patearle el trasero a alguien. Una vez más. Además, no
tiene ningún movimiento que no haya visto.
—Correcto. Le has enseñado todo lo
que sabe, estoy segura.
—Una
tercera parte de todo lo que sabe. Ese pedazo de mierda. Le pateamos el trasero
tantas veces mientras crecíamos que aprendió todo para evitar ser golpeado.
Ahora puede ganarnos a todos… al mismo tiempo. No es de extrañar que nadie le pueda ganar.
—Te vi pelear con Thiago. Tú ganaste.
—¿Cuándo?
—Hace más de un año. Justo
después de que… te dijera que dejaras de beber antes de que murieras intoxicado
y lo golpearas por ello.
—Sí
—dijo, frotándose la parte posterior del cuello—. No estoy orgulloso de ello. Mi padre todavía no me deja
olvidarlo, a pesar de que Thiago me perdonó al segundo en que se terminó la
pelea. Amo a ese pequeño bastardo.
—¿Estás seguro de que no quieres ir a Jefferson?
Negó
con la cabeza, y luego
sonrió.
—Así que… Todavía tengo
Spaceballs.
Me eché a reír.
—¿Cuál es tu obsesión
por Spaceballs?
Se encogió de hombros.
—No
lo sé. La vimos un montón de niños. Era algo que hacíamos como hermanos.
Simplemente me hace sentir bien, ¿sabes?
—¿Simplemente la mantienes en tu coche? —pregunté
con escepticismo.
—No, está en casa. Tal vez puedas ir. Y verla
conmigo alguna vez.
Enderecé mi postura, creando
más espacio entre nosotros.
—Creo que esa es una idea horrible.
—¿Por qué? —preguntó con una
encantadora sonrisa—. ¿No confías en ti estando a solas conmigo
—Estoy a solas contigo en este momento. Ni siquiera
me preocupa eso.
Peter se inclinó, a sólo
unos cuantos centímetros de mi cara.
—¿Es por eso que acabas de alejarte?
¿Porque no estás preocupada por estar cerca de mí?
Sus cálidos ojos castaños
cayeron a mis labios, y su aliento era lo único que podía escuchar hasta que la
puerta principal se abrió.
—Te dije que no mencionaras
a los Vaqueros de Dallas. Papá odia a los Vaqueros de Dallas.
—Son el equipo de fútbol de
Estados Unidos. Es antiamericano odiar a los Vaqueros.
Cande giró sobre sus talones y
Vico se echó hacia atrás.
—¡Pero no tenías que
decirle eso a él! ¡Jesús!
—Cande se volteó
para mirarnos a Peter y a mí en el sofá.
Yo me encontraba inclinada hacia atrás, y Peter hacia
adelante.
—Oh —dijo con una sonrisa—. ¿Interrumpimos algo?
—No —dije, alejando a Peter—. Para nada.
—Parece como si… —comenzó Vico,
pero Cande volvió su ira contra él de nuevo.
—Sólo… ¡Deja de hablar!
—gritó, y luego se retiró
a su habitación, con Vico siguiéndola rápidamente.
—Genial. Probablemente van a estar peleando toda la
noche —le dije.
—Sólo… ¡Vete a casa! —dijo Cande,
cerrando de golpe la puerta de su dormitorio. Vico dio vuelta en la esquina,
luciendo angustiado.
—Mira el lado bueno —le dije—. Si no le gustaras,
ella no estaría molesta.
—Su papá pelea sucio —dijo Vico—.
No dije una mierda hasta que habló de Agustín durante una hora. Entonces traté
de cambiar de tema; no pude resistirme.
Peter se echó a reír, y
luego miró a Vico.
—¿Puedes darme un aventón a casa? Hemos bebido un poco.
Vico hizo tintinear sus
llaves.
—Claro, hombre. Vendré por la mañana para humillarme, por si deseas
recoger tu coche.
—Dulce —dijo Peter. Se puso
de pie, revolvió mi cabello con sus dedos, y luego agarró sus llaves—. Nos
vemos mañana en el trabajo.
—Buenas noches —le dije, alisando mi cabello.
—¿Llegaste a algún lado con
ella, hombre? —dijo Vico, más fuerte de lo necesario.
Peter se rió.
—Tercera base.
—¿Sabes lo que odio? —le pregunté—. A ti.
Peter
corrió hacia mí y me giró, tendiéndose sobre mí y dejando que todo su peso me
empujara hacia abajo.
—De ninguna manera. ¿Con quién más puedes beber Crown
directamente de la botella?
—Conmigo misma —le dije,
gruñendo contra su pecho. Le di un codazo en las costillas, y se levantó con
ayuda del respaldo del sofá, torpe y dramático.
—Exactamente. Nos vemos mañana, Lali.
Cuando la puerta se cerró, traté
de no sonreír, pero fracasé.
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