—¿Estás
lista para esto? —preguntó Peter con un guiño tranquilizador.
—¿Tú lo estás?
—Estoy listo para cualquier cosa.
—Lo creo —dije, tirando de la
manilla de la puerta. La puerta chirrió al abrirse y luego me tomó un par de
intentos y empujón con la cadera para conseguir
que cerrara del todo.
—Lo
siento —dijo Peter, metiendo las manos en los bolsillos de los vaqueros.
Extendió su codo y lo tomé. Todos mis hermanos y mis padres estaban de pie en
la puerta abierta, mirándonos caminar por la
entrada.
—Soy yo la que se estará disculpando después.
—¿Por
qué?
—¿Quién diablos es este
imbécil? —dijo papá.
Suspiré.
—Este es Peter
Lanzani. Pitt, este es mi padre, Félix.
—Es el Sr. Esposito —se
burló papá.
Peter le tendió la mano y papá la
tomó, mirándolo de arriba a abajo. Peter no parecía ni un poco intimidado, pero
yo todavía me encontraba interiormente encogida.
—Esta es
mi madre, Susan.
—Encantado de conocerla
—dijo Peter, saludándola ligeramente con su mano.
Mamá ofreció una pequeña
sonrisa y me atrajo a su pecho, besando mi mejilla.
—Ya era hora de que visites
a tu madre.
—Lo siento —dije, a pesar de que las dos sabíamos
que no lo sentía.
Entramos
al comedor, con excepción de mamá, quien desapareció en la cocina. Regresó con
una silla extra para Peter y luego volvió a entrar en la cocina. Esta vez,
llegó a la mesa con un plato humeante de puré de papas que puso sobre una
almohadilla caliente, junto al resto de la comida.
—Está bien, está bien —dijo papá—.
Siéntate para que ya podamos comer.
Peter parpadeó.
—Todo se ve muy bien, mamá, gracias —dijo Clark.
Mamá sonrió y se inclinó hacia la mesa.
—De nada,
entonces…
—¿Qué pasa con todas las
malditas formalidades? ¡Me muero de hambre! — gruñó Papá.
Nos pasamos los diversos platos en
la mesa y los llenamos. Moví mi comida,
a la espera del primer disparo que comenzaría la guerra. Mamá se sentó en una
punta, lo que significaba que sabía que pasaba
algo.
—¿Qué diablos es todo eso en tus dedos? —preguntó
papá.
—Uh... —Levanté las manos
por un momento, tratando de pensar en una mentira.
—Jugamos con un marcador —dijo Peter.
—¿Es eso toda esa mierda negra? —preguntó papá.
—Tinta. Sí —dije, rodando mis
alimentos en todo en mi plato. Mi madre era una cocinera excepcional, pero papá
siempre tenía una manera de robarme el apetito.
—Pásame la sal —dijo papá,
gritándole a Coby cuando tardó demasiado tiempo—. Maldita sea, Susan. Nunca le
pones suficiente sal. ¿Cuántas veces te lo he dicho?
—Puedes echarle sal, papa —dijo
Clark—. De esa forma no es demasiado salado para el resto.
—¿Demasiado salado? Esta es mi
maldita casa. ¡Ella es mi esposa! ¡Cocina para mí! ¡Cocina de la manera en que
me gusta a mí, no a ti!
—No te alteres, cariño
—dijo mamá.
Papá
golpeó su puño sobre la mesa.
—¡No estoy alterado! ¡Pero no voy a soportar que
alguien venga a mi casa y me diga cómo debería prepararme la comida mi esposa.
—Cállate, Clark —gruñó Chase.
Clark se
metió otro bocado de comida a la boca y lo masticó. Había sido el pacifista
durante años y todavía no estaba listo para darse por vencido. De todos mis
hermanos, él era el más fácil para pasar el rato y para amar. Entregaba los
productos de Coca-Cola a las tiendas de conveniencia alrededor de la ciudad y
siempre iba atrasado en el horario porque las empleadas no paraban de sacarle
charla. Tenía una bondad en sus ojos que no se podía perder. Lo sacó de nuestra
madre.
Papá asintió y luego miró a Peter.
—¿Lali te conoce de la escuela, o del trabajo?
—Ambos —dijo Peter.
—Peter creció en Eakins —dije.
—Nací y me crié allí —dijo Peter.
Papá pensó por un momento y luego
entrecerró los ojos.
—Lanzani... eres el de Jim, ¿no es cierto?
—Sí —respondió Peter.
—Oh, amaba a tu madre. Era una mujer maravillosa
—dijo mamá.
—Gracias —dijo Peter con una sonrisa.
—Por el amor de Dios, Susan, ni siquiera la conocías
—reprendió papá—. ¿Por qué
todo el mundo que muere tiene que convertirse en un maldito santo?
—Era bastante
amigable—dijo Peter.
Papá levantó la vista, sin apreciar el
tono de voz de Peter.
—¿Y cómo lo sabes? ¿No eras un niño cuando murió?
—¡Papá!
—grité.
—¿Acabas de levantarme la voz en mi casa?
¡Voy a atravesar esta mesa y darte una bofetada en tu descarada boca!
—Félix, por favor —rogó
mamá.
—Me acuerdo de ella —dijo Peter.
Mostraba una cantidad exorbitante de control, pero podía oír la tensión en su
voz—. El recuerdo de la señora Esposito es correcta.
—¿Así que trabajas con ella en el Red?
—preguntó Chase y la superioridad era inconfundible en su voz.
No estoy segura de cuál era la expresión
en mi cara, pero Chase alzó la barbilla, desafiante.
Peter no
respondió. Chase nos acorralaba a una trampa y sabía por qué.
—¿Qué trabajo, entonces?
—preguntó Chase.
—Basta —dije entre
dientes.
—¿Qué quieres decir? —preguntó
papá—. Ella sólo tiene un trabajo, en el bar y lo sabes. —Cuando nadie estuvo
de acuerdo, miró a Peter—. ¿Tú trabajas en el Red?
—No.
—Así que eres un cliente.
—Sí.
Papá asintió. Suspiré de
alivio, agradecida de que Peter no diera más información de la necesaria.
—¿No dijiste que tenías un segundo
empleo? —preguntó Chase.
Presioné mis palmas contra la mesa.
—¿Por qué? ¿Por
qué haces esto?
Coby se percató de lo que
sucedía y se levantó.
—Acabo de recordar. Tengo un... Tengo que hacer una
llamada telefónica.
—¡Siéntate! —gritó papá—.
¡No te levantas en medio de la cena! ¿Qué demonios te pasa?
—¿Es
cierto? —preguntó mamá con su voz tranquila.
—Tomé un
trabajo de medio tiempo en Skin Deep Tattoo. No es gran cosa —dije.
—¿Qué? ¿No puedes pagar tus cuentas?
¡Dijiste que el trabajo de camarera te daba dinero para un mes en un fin de
semana! —dijo papá.
—Así es.
—¿Así que estás gastando más de lo
que ganas? ¿Qué te dije acerca de ser responsable? ¡Maldita sea, Mariana!
¿Cuántas veces te he dicho que no obtengas tarjetas de crédito? —Se limpió la
boca y arrojó la servilleta sobre la mesa—. ¡No azoté tu culo lo suficiente cuando
eras niña! ¡Si lo hubiera
hecho, es posible
que me escucharas de vez en
cuando, joder!
Peter
miraba su plato, respirando más rápido e inclinándose un poco hacia adelante. Estiré la mano para
tocarle la rodilla.
—No tengo tarjetas de crédito —dije.
—Entonces,
¿por qué en nombre de Dios conseguiste un segundo trabajo, cuando todavía estás
en la escuela? ¡Eso no tiene ningún sentido y sé que no eres estúpida! ¡Ninguna
hija mía es estúpida! Entonces, ¿cuál es la razón? —preguntó, gritando como si
estuviera al otro lado de la calle.
Entonces
mamá miró a Coby, que seguía de pie y el resto de mi familia también lo hizo.
Cuando el reconocimiento iluminó los ojos de mi padre, se levantó, golpeando la mesa mientras
lo hacía.
—Estás en esa mierda de nuevo, ¿no? —dijo, sacudiendo un puño en el aire.
—¿Qué? —dijo Coby y alzó su voz una octava—. No,
papá, ¿qué mierda?
—¿Estás
en esa mierda de nuevo y tu hermana paga tus cuentas? ¿Estás loco? —dijo papá.
Tenía la cara roja y había una línea tan profunda entre sus cejas, que la piel
alrededor se puso blanca—. ¿Qué te dije? ¿Qué dije que sucedería si te
acercabas a esa mierda otra vez? ¿Creías que era una broma?
—¿Por qué piensas eso? —dijo Coby,
con la voz temblorosa—. ¡No tienes sentido del humor!
Papá
corrió alrededor de la mesa y atacó a Coby, y mi madre y hermanos trataron de
intervenir. Hubo gritos, caras rojas, señalamientos, pero Peter y yo miramos
desde nuestros asientos. El Juicio y la sorpresa estuvieron ausentes en la cara
de Peter, pero yo me hundí contra la silla, completamente humillada. Ninguna
advertencia podría haberlo preparado para el circo semanal Esposito.
—No ha vuelto a consumir —dije. Todos se
giraron hacia mí.
—¿Qué dijiste? —dijo papá con la respiración dificultosa.
—Le pago a Coby porque le debo. Hace un tiempo no tenía y
me prestó.
Las cejas de Coby se juntaron.
—Lali…
Papá dio un paso hacia mí.
—¿No
podías decir nada hasta ahora? ¿Ibas a dejar que tu hermano tome la culpa de tu
irresponsabilidad? —Dio otro paso.
Peter giró todo su torso hacia mi papá, protegiéndome.
—Creo que necesita sentarse,
señor —dijo Peter.
El
rostro de papá se transformó de la ira a la rabia, y Coby y Clark se aferraron
a él.
—¿Acabas de decirme que me siente en mi puta casa? —dijo, gritando lo
último.
Mamá gritó por fin, con la voz quebrada.
—¡Basta! ¡No somos
un montón de animales salvajes! ¡Tenemos un
invitado! ¡Siéntense!
—¿Ves lo que has hecho? —me dijo papá—. ¡Has
disgustado a tu madre!
—¡Félix, siéntate! —gritó mamá,
señalando la silla de madera de papá. Se sentó. —Lo
siento mucho —dijo mamá a Peter. Su voz temblaba mientras nerviosamente se
situaba en su asiento. Se secó los ojos con la servilleta de tela y luego la
puso suavemente en su regazo—. Esto es muy embarazoso para mí. Me puedo
imaginar cómo debe sentirse Mariana.
—Mi familia también es bastante ruidosa, señora Esposito
—dijo Peter.
Debajo de la mesa, sus dedos
empezaron a aflojar de donde se habían clavado en mi rodilla. Ni siquiera lo
noté hasta ese momento, pero mis dedos se acercaron a él y le apreté la mano
con fuerza. Me devolvió el apretón. Su comprensión me envió una ola de choque
emocional y tuve que contener las
lágrimas. Esa sensación se desvaneció rápidamente cuando el tenedor de papá
raspó contra su plato.
—¿Cuándo ibas a decirnos que vives de tu hermano, Mariana?
Levanté la vista hacia él, repentinamente enfadada. Sabía que la culpa
iba a venir, pero tener a Peter a mi lado me hizo sentir más confianza de la que nunca
había sentido con mi padre.
—Cuando pensara que podrías comportarte como un adulto
maduro al respecto.
La boca de papá se cayó abierta y así lo hizo
también la de mamá.
—¡Mariana! —dijo mamá.
Papá puso sus nudillos sobre la mesa y se levantó.
—Ahorra
tu voz —dije—. Ya nos vamos. —Me puse de pie y Peter se paró a mi lado.
Caminamos hasta la puerta principal.
—¡Mariana Esposito! ¡Trae tu culo de nuevo a esta
mesa! —dijo papá.
Abrí la
puerta. Tenía astillas y abolladuras en la parte inferior de la madera donde mi
padre había pateado la puerta para abrirla o cerrarla durante sus muchos
berrinches. Hice una pausa antes de empujar la puerta mosquitera, pero no miré
atrás.
—¡Mariana! ¡Te lo advierto! —dijo papá.
Abrí la
puerta y traté de no correr a toda velocidad al Intrepid. Peter abrió la puerta
del copiloto, entré y luego él dio la vuelta. Se daba prisa para meter las
llaves y encenderlo.
—Gracias —dije, una vez que arrancó.
—¿Por
qué? No he hecho absolutamente nada —dijo Peter, claramente infeliz por ello.
—Por
mantener tú promesa. Y por apurarte para sacarme de allí antes de que papá viniera a buscarme.
—Tenía
que darme prisa. Sabía que si él llegaba y te gritaba o amenazaba una vez más,
no hubiera sido capaz de mantener mi promesa.
—Eso fue un desperdicio de una tarde libre —dije,
mirando por la ventana.
—¿Por
qué sacó el tema Chase? ¿Cuál era el sentido de empezar toda esa mierda?
Suspiré.
—Chase tiene un continuo
resentimiento hacia Coby. Mis padres siempre han tratado a Coby como si no
pudiera hacer nada malo. A Chase le encanta mencionar la adicción de Coby en la
cara de todos.
—Así que, ¿por qué te molestaste en ir si sabías
que él lo diría?
Miré por
la ventana.
—Porque alguien tenía que asumir la responsabilidad por ello.
Estuvo
callado por unos momentos y luego Peter gruñó:
—Coby parece un buen candidato.
—Sé que
suena loco, pero necesito que uno de nosotros piense que son buenos padres. Si
todos odiamos la manera en que fuimos criados, lo hace más real, ¿sabes?
Peter se
estiró para alcanzar mi mano.
—No es una locura. Solía hacer que Pablo me contara
todo lo que recordaba de mamá. Sólo tengo unos
preciosos y vagos recuerdos de ella. Conocer sus recuerdos era más que
momentos borrosos y oníricos, la hacían más real para mí.
Saqué mi
mano de la suya y toqué mis labios con los dedos.
—Estoy muy avergonzada, pero
tan agradecida de que estuvieras allí. Nunca le habría hablado así a mi papá si tú no hubieses
estado.
—Si
alguna vez me necesitas, estoy a sólo una llamada de distancia. — Chasqueó los
dedos un par de veces, y luego comenzó a cantar —horrible— el coro muy fuerte y sincero
de “I’ll Be There” de los Jackson
5.
—Ese es un tono un poco alto para ti
—dije, ahogando la risa. Siguió cantando.
Me cubrí la cara y luego
comenzaron las risitas. Peter cantó más fuerte y me tapé los oídos, sacudiendo
la cabeza y fingiendo desaprobación.
—¡Mira sobre tus hombros! —chilló.
—¿Los dos? —pregunté, sin dejar de reír.
—Creo. —Se encogió de hombros—. Mikey dice eso de
verdad.
Peter entró al
estacionamiento de mi apartamento y se detuvo en el lugar junto a mi Jeep.
—¿Vas a salir esta noche? —le pregunté.
Se giró hacia mí, con un
gesto de disculpa en su rostro.
—No. Tengo que empezar a ahorrar más dinero.
Pronto voy a conseguir mi propia casa.
—¿Tu papá no extrañará tu ayuda
con la renta?
—Podría mudarme ahora, pero
también ahorro para ayudarle. Su pensión no es tan grande.
—¿Vas
a seguir pagándole la renta a tu papá
después de mudarte? Agarró el volante. —Sí. Ha hecho
mucho por nosotros.
Peter no era para nada como pensé.
—Gracias de nuevo. Te debo una.
Uno de los lados de la boca de Peter se
curvó.
—¿Puedo hacerte la cena?
—Con el fin de
devolvértelo, yo tendría que hacer tu cena.
—Me lo devuelves al permitirme cocinar en tu casa.
Pensé por un minuto.
—Bien.
Sólo si me traes la lista de alimentos y me dejas comprarlos.
—Trato hecho.
Salí del
auto y cerré la puerta. Las luces delanteras pintaron mi silueta frente a mi
apartamento mientras ponía la llave en el cerrojo y luego giré el pomo. Saludé
con la mano una vez a Peter mientras se alejaba, pero luego retrocedió al lugar
de estacionamiento, saltó del auto y corrió hacia mi puerta.
—¿Qué haces?
—¿Ese no es…? —Asintió hacia
un auto conduciendo rápido en nuestra dirección.
—Es Coby —dije, tragando con fuerza—. Será mejor
que te vayas.
—No voy a ninguna parte.
El
Camaro azul eléctrico de Coby se detuvo con una sacudida detrás de mí Jeep y el
Intrepid de Peter, él salió, cerrando la puerta de un golpe. No estaba segura
de sí debería insistir en que entrara para que los vecinos no lo escucharan, o
mantenerlo fuera para evitar que mi apartamento fuera destrozado.
Peter se
estabilizó, preparándose para detener lo que pudiera hacer Coby. Coby pisoteó
hasta mí, con el rostro serio, los ojos rojos e hinchados y luego se estrelló
hacia mí, envolviendo los brazos a mí alrededor con tanta fuerza que apenas
pude respirar.
—Lo siento mucho, Lali —dijo entre sollozos—. ¡Soy
un pedazo de mierda!
Peter
nos observó, luciendo tan sorprendido como me sentía. Después de una breve
pausa, abracé a Coby, palmeándolo con una mano.
—Está bien, Coby. Está bien. Lo
resolveremos.
—Me deshice de todo. Lo juro. No
lo tocaré de nuevo. Voy a pagarte.
—De acuerdo. Está bien
—dije. Nos mecíamos hacia adelante y atrás, y es probable que pareciera un poco
tonto.
—Papá sigue en un alboroto. No pude escucharlo más.
Nos alejamos.
—Entra por un
rato. Pronto tengo que prepararme para el trabajo, pero puedes pasar el rato
aquí hasta que me vaya.
Coby
asintió.
Peter metió las manos en
sus bolsillos.
—¿Necesitas que me quede?
Sacudí la cabeza.
—No, sólo está molesto.
Pero gracias por quedarte para estar seguro.
Peter asintió, mirando detrás de mí, y
luego, como si fuera lo más natural del mundo, se inclinó para besar mi mejilla
y entonces volvió a alejarse.
Me quedé en la puerta por un momento. La
parte de mi piel donde tocaron sus labios seguía hormigueando.
—¿Qué pasó con el chico
de California? —esnifó Coby.
—Sigue en California
—dije, cerrando la puerta y apoyándome contra ella.
—Entonces, ¿cuál es la
historia con Peter Lanzani?
—Es un
amigo.
Coby levantó una ceja.
—Nunca trajiste a
un chico a la casa. Y yo no beso a mis amigos. Sólo digo.
—Me dio un beso en la
mejilla —dije, sentándome a su lado en el sofá—. Creo que tenemos cosas más importantes de las que hablar, ¿no?
—Tal vez —dijo Coby,
desanimado.
—¿Encontraste un
programa?
—Simplemente voy a
dejarlo y ya.
—Eso no funcionó tan bien
la última vez, ¿verdad?
Coby frunció el ceño.
—Tengo cuentas que
pagar, Lali. Si los cobradores comienzan a llamar a casa, papá lo averiguará.
Le di unas palmaditas en la
rodilla.
—Deja que me encargue de eso. Tú preocúpate de limpiarte.
Los ojos de Coby perdieron
el foco.
—¿Por qué eres tan buena conmigo, Lali? Soy un perdedor. —Su cara se
arrugó y comenzó a llorar de nuevo.
—Porque sé que no lo eres.
La
depresión era uno de los efectos secundarios de los esteroides anabólicos, así
que era importante para Coby conseguir ayuda para abandonarlo. Me senté con él
en el sofá hasta que se calmó y luego me preparé para el trabajo. Encendió la
televisión y se sentó en silencio, probablemente feliz de estar lejos de la
constante guerra que se libraba dentro de la casa de mis padres. Si papá no le
estaba gritando a mamá, le gritaba a uno de los chicos, o se gritaban el uno al
otro. Sólo una razón más por la que no podía esperar para salir de allí. Vivir
con eso fue suficiente para deprimirme. Coby no se encontraba listo para
mudarse solo, por lo que a diferencia
del resto de nosotros, seguía atrapado allí.
Después de cambiarme y
volver a aplicar mi maquillaje, agarré mi bolso y las llaves y busqué el pomo.
—¿Te vas a quedar aquí? —pregunté.
—Sí —dijo Coby—. Si eso está bien.
—No hagas nada que me
obligue a decirte que no la próxima vez que quieras venir.
—No voy a quedarme mucho rato. Sólo tal vez hasta
que se duerma papá.
—Bueno. Llámame mañana.
—¿Lali?
—¿Sí? —dije, deteniéndome y asomando la cabeza.
—Te quiero.
Sonreí.
—Yo también te quiero. Todo va a estar
bien. Lo prometo.
Él asintió y corrí hacia Pitufo, rogando porque
encendiera. Gracias a Dios lo hizo.
Todo el camino
al trabajo me lo pasé preocupándome por Coby, P.J.
y Peter, y seguí tratando de mentalizarme
para una ocupada noche de sábado.
Cande ya se encontraba detrás de la barra,
preparando y limpiando las cosas.
—¡Hola, cariño! —dijo Cande. Su sonrisa brillante
cayó de inmediato cuando sus ojos se encontraron con los
míos—. Uh-oh. Hoy fuiste a ver a tus padres, ¿no?
—¿Cómo lo supiste?
—¿Qué pasó?
—Pitt fue conmigo, así que no fue
tan malo como podría haber sido. Chase sabía lo del segundo trabajo.
—Ese cabeza de mierda le dijo a tus padres, ¿no?
—Más o menos.
Cande suspiró.
—Siempre causando problemas.
—¿Has estado con Vico todo el día?
Las mejillas de Cande se sonrojaron.
—No.
Estamos es una especie de… descanso.
—¿De qué?
—¡Shh! En un descanso.
Hasta que consiga descubrir algunas cosas.
—Entonces, ¿dónde
estuviste todo el día?
—Pasé por Sig Tau. Sólo
un par de horas antes del trabajo.
—¿Sig Tau? —A mi cerebro le tomó un poco
alcanzarlo. La miré por un momento y luego sacudí la cabeza—. Él te llamó, ¿no?
Cande hizo una mueca.
—No voy a hablar de
esto aquí. Ya es bastante incómodo. Vico está aquí, así que vamos a omitirlo
hasta que lleguemos a casa.
Sacudí
la cabeza de nuevo.
—Eres tan estúpida. Agustín te vio feliz con Vico, por eso
te llamó. Ahora estás arruinando algo bueno y Agustín no va a cambiar.
Vico se acercó, luciendo herido.
—¿Uh, necesitan
algo?
Cande
negó con la cabeza y yo también. Vico se dio cuenta de que sabía algo. Sus
hombros se hundieron, simplemente asintió y se alejó.
—¡Maldición, Lali! ¡Dije que aquí no! —siseó Cande.
—Lo
siento —dije, contando mi cajón. Decir otra cosa sólo la pondría más molesta,
así que me quedé con mis pensamientos.
El apuro
ocurrió antes de lo habitual y me sentí agradecida por la distracción. Vico se
mantuvo ocupado en la entrada, así que apenas lo vi hasta justo antes del cierre.
Se encontraba en la pared oeste, en un rincón oscuro, mirando a Cande. El DJ tocaba
su canción, así que era
particularmente indignante
ver a Agustín de pie al final de la barra, inclinándose y sonriéndole a Cande,
que también se inclinaba y sonreía.
No podía creer que fuera tan fría
con Vico. Caminé con una jarra de
cerveza hacia ella, fingí entregarla y toda la jarra atravesó
la barra y sobre Agustín.
Él retrocedió y alzó los brazos. Ya era demasiado tarde: su camiseta a
cuadros marrón y pantalones estaban empapados.
—¡Lali! —chilló Cande.
Me
incliné en su cara.
—¿Escuchaste qué canción está sonando? Vico está trabajando
en la puerta, así que él sabe que Agustín está aquí. No es necesario que seas
una perra sin corazón, Can.
—¿Yo soy una perra sin corazón? Ni siquiera
hablamos de lo que haces tú.
Mi boca
se abrió. Su reacción instintiva no era una sorpresa, pero sacar el tema de Peter
sí lo fue.
—¡No estoy haciendo nada! ¡Sólo somos amigos!
—Sí,
vamos a etiquetarlo como algo benigno para que puedas dormir por la noche.
Todos ven lo que haces, Lali. Simplemente no somos lo suficientemente
santurrones para regañarte por ello.
Cande
abrió una lata de cerveza y la cambió por dinero. Se acercó a la caja
registradora y con furia golpeó los números como si estuviera enojada con
ellos.
Podría
sentirme mal si no hubiera mirado al otro lado de la habitación y visto que por
un momento que Vico no parecía tan triste.
Cande se
acercó a mí, sus ojos en Vico al otro lado de la habitación.
—No me di cuenta
de la canción.
—¿Te diste cuenta que Agustín
estaba a poca distancia de besarte frente a todos, a menos de veinte horas
después de que dejaste a Vico?
—Tienes razón. Le diré que se mantenga alejado.
—Se acercó a la bocina
y la jaló, señalando la
última llamada. Vico se metió las manos en los bolsillos y se dirigió hacia la entrada.
—Supongo que esta noche Vico va a acompañarme a mi
auto —dije.
—Eso sería lo mejor —dijo Cande.
Limpiamos
nuestra estación y la arreglamos para la noche siguiente. Menos de una hora
después del cierre, agarramos nuestros abrigos. Cande se colgó el bolso al
hombro y asintió hacia Gruber.
—¿Caminas conmigo? —le preguntó.
Gruber vaciló y Vico apareció a su lado.
—Puedo
caminar contigo.
—Vico… —comenzó Cande.
Vico se encogió de hombros,
riéndose una vez.
—¿No puedo caminar contigo hasta el auto? Es parte de mi
trabajo, Can.
—Gruber puede caminar conmigo,
¿no, Gruby?
—Yo... eh... —Tartamudeó Gruber.
—Vamos, Can. Déjame acompañarte. ¿Por favor?
Los hombros de Cande cayeron y suspiró.
—Nos vemos en casa, Lali. Saludé con la mano y me aseguré de permanecer varios
metros atrás.
Gruber y
yo podíamos escuchar a Vico rogarle a Cande todo el camino a su auto en el
estacionamiento y me rompió el corazón. Gruber se quedó conmigo en mi auto
hasta que Cande entró al suyo. Me siguió a casa y cuando llegamos al
estacionamiento, levanté la mirada para ver a Cande sollozando en sus manos.
Abrí la puerta.
—Vamos. Veremos películas de terror
y comeremos helado.
Cande me miró, sus ojos
rojos e hinchados.
—¿Alguna vez has amado a dos personas al mismo tiempo?
—preguntó.
Después de una larga pausa,
le tendí la mano.
—Si alguna vez lo intento, me das una bofetada, ¿de acuerdo?
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