martes, 16 de julio de 2019

Beautiful Oblivion: Capítulo 8

Peter aparcó y apagó el motor. La última vez que estuvimos en su Intrepid, Olive se encontraba en la parte de atrás y yo me sentía irritada por haber sido forzada a ir a Chicken Joe. Ahora una noche con Peter y Olive en un restaurante ruidoso sonaba a gloria.

—¿Estás lista para esto? —preguntó Peter con un guiño tranquilizador.

—¿Tú lo estás?

—Estoy listo para cualquier cosa.

—Lo creo —dije, tirando de la manilla de la puerta. La puerta chirrió al abrirse y luego me tomó un par de intentos y empujón con la cadera para conseguir que cerrara del todo.

—Lo siento —dijo Peter, metiendo las manos en los bolsillos de los vaqueros. Extendió su codo y lo tomé. Todos mis hermanos y mis padres estaban de pie en la puerta abierta, mirándonos caminar por la entrada.

—Soy yo la que se estará disculpando después.

—¿Por qué?

—¿Quién diablos es este imbécil? —dijo papá.

Suspiré. 

—Este es Peter Lanzani. Pitt, este es mi padre, Félix.

—Es el Sr. Esposito —se burló papá.

Peter le tendió la mano y papá la tomó, mirándolo de arriba a abajo. Peter no parecía ni un poco intimidado, pero yo todavía me encontraba interiormente encogida.

—Esta es mi madre, Susan.

—Encantado de conocerla —dijo Peter, saludándola ligeramente con su mano.

Mamá ofreció una pequeña sonrisa y me atrajo a su pecho, besando mi mejilla. 

—Ya era hora de que visites a tu madre.

—Lo siento —dije, a pesar de que las dos sabíamos que no lo sentía.

Entramos al comedor, con excepción de mamá, quien desapareció en la cocina. Regresó con una silla extra para Peter y luego volvió a entrar en la cocina. Esta vez, llegó a la mesa con un plato humeante de puré de papas que puso sobre una almohadilla caliente, junto al resto de la comida.

—Está bien, está bien —dijo papá—. Siéntate para que ya podamos comer. 

Peter parpadeó.

—Todo se ve muy bien, mamá, gracias —dijo Clark.

Mamá sonrió y se inclinó hacia la mesa. 

—De nada, entonces…

—¿Qué pasa con todas las malditas formalidades? ¡Me muero de hambre! — gruñó Papá.

Nos pasamos los diversos platos en la mesa y los llenamos. Moví mi comida, a la espera del primer disparo que comenzaría la guerra. Mamá se sentó en una punta, lo que significaba que sabía que pasaba  algo.

—¿Qué diablos es todo eso en tus dedos? —preguntó papá.

—Uh... —Levanté las manos por un momento, tratando de pensar en una mentira.

—Jugamos con un marcador —dijo Peter.

—¿Es eso toda esa mierda negra? —preguntó papá.

—Tinta. Sí —dije, rodando mis alimentos en todo en mi plato. Mi madre era una cocinera excepcional, pero papá siempre tenía una manera de robarme el apetito.

—Pásame la sal —dijo papá, gritándole a Coby cuando tardó demasiado tiempo—. Maldita sea, Susan. Nunca le pones suficiente sal. ¿Cuántas veces te lo he dicho?

—Puedes echarle sal, papa —dijo Clark—. De esa forma no es demasiado salado para el resto.

—¿Demasiado salado? Esta es mi maldita casa. ¡Ella es mi esposa! ¡Cocina para mí! ¡Cocina de la manera en que me gusta a mí, no a ti!

—No te alteres, cariño —dijo mamá.

Papá golpeó su puño sobre la mesa. 

—¡No estoy alterado! ¡Pero no voy a soportar que alguien venga a mi casa y me diga cómo debería prepararme la comida mi esposa.

—Cállate, Clark —gruñó Chase.

Clark se metió otro bocado de comida a la boca y lo masticó. Había sido el pacifista durante años y todavía no estaba listo para darse por vencido. De todos mis hermanos, él era el más fácil para pasar el rato y para amar. Entregaba los productos de Coca-Cola a las tiendas de conveniencia alrededor de la ciudad y siempre iba atrasado en el horario porque las empleadas no paraban de sacarle charla. Tenía una bondad en sus ojos que no se podía perder. Lo sacó de nuestra madre.

Papá asintió y luego miró a Peter. 

—¿Lali te conoce de la escuela, o del trabajo?

—Ambos —dijo Peter.

—Peter creció en Eakins —dije.

—Nací y me crié allí —dijo Peter.

Papá pensó por un momento y luego entrecerró los ojos. 

—Lanzani... eres el de Jim, ¿no es cierto?

—Sí —respondió Peter.

—Oh, amaba a tu madre. Era una mujer maravillosa —dijo mamá.

—Gracias —dijo Peter con una sonrisa.

—Por el amor de Dios, Susan, ni siquiera la conocías —reprendió papá—. ¿Por qué todo el mundo que muere tiene que convertirse en un maldito santo?

—Era bastante amigable—dijo Peter.

Papá levantó la vista, sin apreciar el tono de voz de Peter. 

—¿Y cómo lo sabes? ¿No eras un niño cuando murió?

—¡Papá! —grité.

—¿Acabas de levantarme la voz en mi casa? ¡Voy a atravesar esta mesa y darte una bofetada en tu descarada boca!

—Félix, por favor —rogó mamá.

—Me acuerdo de ella —dijo Peter. Mostraba una cantidad exorbitante de control, pero podía oír la tensión en su voz—. El recuerdo de la señora Esposito es correcta.

—¿Así que trabajas con ella en el Red? —preguntó Chase y la superioridad era inconfundible en su voz.

No estoy segura de cuál era la expresión en mi cara, pero Chase alzó la barbilla, desafiante.

Peter no respondió. Chase nos acorralaba a una trampa y sabía por qué.

—¿Qué trabajo, entonces? —preguntó Chase.

—Basta —dije entre dientes.

—¿Qué quieres decir? —preguntó papá—. Ella sólo tiene un trabajo, en el bar y lo sabes. —Cuando nadie estuvo de acuerdo, miró a Peter—. ¿Tú trabajas en el Red?

—No.

—Así que eres un cliente.

—Sí.

Papá asintió. Suspiré de alivio, agradecida de que Peter no diera más información de la necesaria.

—¿No dijiste que tenías un segundo empleo? —preguntó Chase. 

Presioné mis palmas contra la mesa. 

—¿Por qué? ¿Por qué haces esto?

Coby se percató de lo que sucedía y se levantó. 

—Acabo de recordar. Tengo un... Tengo que hacer una llamada telefónica.

—¡Siéntate! —gritó papá—. ¡No te levantas en medio de la cena! ¿Qué demonios te pasa?

—¿Es cierto? —preguntó mamá con su voz tranquila.

—Tomé un trabajo de medio tiempo en Skin Deep Tattoo. No es gran cosa —dije.

—¿Qué? ¿No puedes pagar tus cuentas? ¡Dijiste que el trabajo de camarera te daba dinero para un mes en un fin de semana! —dijo papá.

—Así es.

—¿Así que estás gastando más de lo que ganas? ¿Qué te dije acerca de ser responsable? ¡Maldita sea, Mariana! ¿Cuántas veces te he dicho que no obtengas tarjetas de crédito? —Se limpió la boca y arrojó la servilleta sobre la mesa—. ¡No azoté tu culo lo suficiente cuando eras niña! ¡Si lo hubiera hecho, es posible que me escucharas de vez en cuando, joder!

Peter miraba su plato, respirando más rápido e inclinándose un poco hacia adelante. Estiré la mano para tocarle la rodilla.

—No tengo tarjetas de crédito —dije.

—Entonces, ¿por qué en nombre de Dios conseguiste un segundo trabajo, cuando todavía estás en la escuela? ¡Eso no tiene ningún sentido y sé que no eres estúpida! ¡Ninguna hija mía es estúpida! Entonces, ¿cuál es la razón? —preguntó, gritando como si estuviera al otro lado de la calle.

Entonces mamá miró a Coby, que seguía de pie y el resto de mi familia también lo hizo. Cuando el reconocimiento iluminó los ojos de mi padre, se levantó, golpeando la mesa mientras lo hacía. 

—Estás en esa mierda de nuevo, ¿no? —dijo, sacudiendo un puño en el aire.

—¿Qué? —dijo Coby y alzó su voz una octava—. No, papá, ¿qué mierda?

—¿Estás en esa mierda de nuevo y tu hermana paga tus cuentas? ¿Estás loco? —dijo papá. Tenía la cara roja y había una línea tan profunda entre sus cejas, que la piel alrededor se puso blanca—. ¿Qué te dije? ¿Qué dije que sucedería si te acercabas a esa mierda otra vez? ¿Creías que era una broma?

—¿Por qué piensas eso? —dijo Coby, con la voz temblorosa—. ¡No tienes sentido del humor!

Papá corrió alrededor de la mesa y atacó a Coby, y mi madre y hermanos trataron de intervenir. Hubo gritos, caras rojas, señalamientos, pero Peter y yo miramos desde nuestros asientos. El Juicio y la sorpresa estuvieron ausentes en la cara de Peter, pero yo me hundí contra la silla, completamente humillada. Ninguna advertencia podría haberlo preparado para el circo semanal Esposito.

—No ha vuelto a consumir —dije. Todos se giraron hacia mí.

—¿Qué dijiste? —dijo papá con la respiración dificultosa.

—Le pago a Coby porque le debo. Hace un tiempo no tenía y me prestó. 

Las cejas de Coby se juntaron. 

—Lali…

Papá dio un paso hacia mí. 

—¿No podías decir nada hasta ahora? ¿Ibas a dejar que tu hermano tome la culpa de tu irresponsabilidad? —Dio otro paso. 

Peter giró todo su torso hacia mi papá,  protegiéndome.

—Creo que necesita sentarse, señor —dijo Peter.

El rostro de papá se transformó de la ira a la rabia, y Coby y Clark se aferraron a él. 

—¿Acabas de decirme que me siente en mi puta casa? —dijo, gritando lo último.

Mamá gritó por fin, con la voz quebrada. 

—¡Basta! ¡No somos un montón de animales salvajes! ¡Tenemos un invitado! ¡Siéntense!

—¿Ves lo que has hecho? —me dijo papá—. ¡Has disgustado a tu madre!

—¡Félix, siéntate! —gritó mamá, señalando la silla de madera de papá. Se sentó. —Lo siento mucho —dijo mamá a Peter. Su voz temblaba mientras nerviosamente se situaba en su asiento. Se secó los ojos con la servilleta de tela y luego la puso suavemente en su regazo—. Esto es muy embarazoso para mí. Me puedo imaginar cómo debe sentirse Mariana.

—Mi familia también es bastante ruidosa, señora Esposito —dijo Peter.

Debajo de la mesa, sus dedos empezaron a aflojar de donde se habían clavado en mi rodilla. Ni siquiera lo noté hasta ese momento, pero mis dedos se acercaron a él y le apreté la mano con fuerza. Me devolvió el apretón. Su comprensión me envió una ola de choque emocional y tuve que contener las lágrimas. Esa sensación se desvaneció rápidamente cuando el tenedor de papá raspó contra su plato.

—¿Cuándo ibas a decirnos que vives de tu hermano, Mariana?

Levanté la vista hacia él, repentinamente enfadada. Sabía que la culpa iba a venir, pero tener a Peter a mi lado me hizo sentir más confianza de la que nunca había sentido con mi padre. 

—Cuando pensara que podrías comportarte como un adulto maduro al respecto.

La boca de papá se cayó abierta y así lo hizo también la de mamá.

—¡Mariana! —dijo mamá.

Papá puso sus nudillos sobre la mesa y se levantó.

—Ahorra tu voz —dije—. Ya nos vamos. —Me puse de pie y Peter se paró a mi lado. Caminamos hasta la puerta principal.

—¡Mariana Esposito! ¡Trae tu culo de nuevo a esta mesa! —dijo papá.

Abrí la puerta. Tenía astillas y abolladuras en la parte inferior de la madera donde mi padre había pateado la puerta para abrirla o cerrarla durante sus muchos berrinches. Hice una pausa antes de empujar la puerta mosquitera, pero no miré atrás.

—¡Mariana! ¡Te lo advierto! —dijo papá.

Abrí la puerta y traté de no correr a toda velocidad al Intrepid. Peter abrió la puerta del copiloto, entré y luego él dio la vuelta. Se daba prisa para meter las llaves y encenderlo.

—Gracias —dije, una vez que arrancó.

—¿Por qué? No he hecho absolutamente nada —dijo Peter, claramente infeliz por ello.

—Por mantener tú promesa. Y por apurarte para sacarme de allí antes de que papá viniera a buscarme.

—Tenía que darme prisa. Sabía que si él llegaba y te gritaba o amenazaba una vez más, no hubiera sido capaz de mantener mi promesa.

—Eso fue un desperdicio de una tarde libre —dije, mirando por la ventana.

—¿Por qué sacó el tema Chase? ¿Cuál era el sentido de empezar toda esa mierda?

Suspiré. 

—Chase tiene un continuo resentimiento hacia Coby. Mis padres siempre han tratado a Coby como si no pudiera hacer nada malo. A Chase le encanta mencionar la adicción de Coby en la cara de todos.

—Así que, ¿por qué te molestaste en ir si sabías que él lo diría?

Miré por la ventana. 

—Porque alguien tenía que asumir la responsabilidad por ello.

Estuvo callado por unos momentos y luego Peter gruñó:

—Coby parece un buen candidato.

—Sé que suena loco, pero necesito que uno de nosotros piense que son buenos padres. Si todos odiamos la manera en que fuimos criados, lo hace más real, ¿sabes?

Peter se estiró para alcanzar mi mano. 

—No es una locura. Solía hacer que Pablo me contara todo lo que recordaba de mamá. Sólo tengo unos preciosos y vagos recuerdos de ella. Conocer sus recuerdos era más que momentos borrosos y oníricos, la hacían más real para mí.

Saqué mi mano de la suya y toqué mis labios con los dedos. 

—Estoy muy avergonzada, pero tan agradecida de que estuvieras allí. Nunca le habría hablado así a mi papá si no hubieses estado.

—Si alguna vez me necesitas, estoy a sólo una llamada de distancia. — Chasqueó los dedos un par de veces, y luego comenzó a cantar —horrible— el coro muy fuerte y sincero de “I’ll Be There” de los Jackson 5.

—Ese es un tono un poco alto para ti —dije, ahogando la risa. Siguió cantando.

Me cubrí la cara y luego comenzaron las risitas. Peter cantó más fuerte y me tapé los oídos, sacudiendo la cabeza y fingiendo desaprobación.

—¡Mira sobre tus hombros! —chilló.

—¿Los dos? —pregunté, sin dejar de reír.

—Creo. —Se encogió de hombros—. Mikey dice eso de verdad.

Peter entró al estacionamiento de mi apartamento y se detuvo en el lugar junto a mi Jeep.

—¿Vas a salir esta noche? —le pregunté.

Se giró hacia mí, con un gesto de disculpa en su rostro. 

—No. Tengo que empezar a ahorrar más dinero. Pronto voy a conseguir mi propia casa.

—¿Tu papá no extrañará tu ayuda con la renta?

—Podría mudarme ahora, pero también ahorro para ayudarle. Su pensión no es tan grande.

—¿Vas a seguir pagándole la renta a tu papá después de mudarte? Agarró el volante. —Sí. Ha hecho mucho por nosotros.

Peter no era para nada como pensé. 

—Gracias de nuevo. Te debo una.

Uno de los lados de la boca de Peter se curvó. 

—¿Puedo hacerte la cena?

—Con el fin de devolvértelo, yo tendría que hacer tu cena.

—Me lo devuelves al permitirme cocinar en tu casa.

Pensé por un minuto. 

—Bien. Sólo si me traes la lista de alimentos y me dejas comprarlos.

—Trato hecho.

Salí del auto y cerré la puerta. Las luces delanteras pintaron mi silueta frente a mi apartamento mientras ponía la llave en el cerrojo y luego giré el pomo. Saludé con la mano una vez a Peter mientras se alejaba, pero luego retrocedió al lugar de estacionamiento, saltó del auto y corrió hacia mi puerta.

—¿Qué haces?

—¿Ese no es…? —Asintió hacia un auto conduciendo rápido en nuestra dirección.

—Es Coby —dije, tragando con fuerza—. Será mejor que te vayas.

—No voy a ninguna parte.

El Camaro azul eléctrico de Coby se detuvo con una sacudida detrás de mí Jeep y el Intrepid de Peter, él salió, cerrando la puerta de un golpe. No estaba segura de sí debería insistir en que entrara para que los vecinos no lo escucharan, o mantenerlo fuera para evitar que mi apartamento fuera destrozado.

Peter se estabilizó, preparándose para detener lo que pudiera hacer Coby. Coby pisoteó hasta mí, con el rostro serio, los ojos rojos e hinchados y luego se estrelló hacia mí, envolviendo los brazos a mí alrededor con tanta fuerza que apenas pude respirar.

—Lo siento mucho, Lali —dijo entre sollozos—. ¡Soy un pedazo de mierda!

Peter nos observó, luciendo tan sorprendido como me sentía. Después de una breve pausa, abracé a Coby, palmeándolo con una mano. 

—Está bien, Coby. Está bien. Lo resolveremos.

—Me deshice de todo. Lo juro. No lo tocaré de nuevo. Voy a pagarte.

—De acuerdo. Está bien —dije. Nos mecíamos hacia adelante y atrás, y es probable que pareciera un poco tonto.

—Papá sigue en un alboroto. No pude escucharlo más.

Nos alejamos. 

—Entra por un rato. Pronto tengo que prepararme para el trabajo, pero puedes pasar el rato aquí hasta que me vaya.

Coby asintió.

Peter metió las manos en sus bolsillos. 

—¿Necesitas que me quede?

Sacudí la cabeza. 

—No, sólo está molesto. Pero gracias por quedarte para estar seguro.

Peter asintió, mirando detrás de mí, y luego, como si fuera lo más natural del mundo, se inclinó para besar mi mejilla y entonces volvió a alejarse.

Me quedé en la puerta por un momento. La parte de mi piel donde tocaron sus labios seguía hormigueando.

—¿Qué pasó con el chico de California? —esnifó Coby.

—Sigue en California —dije, cerrando la puerta y apoyándome contra ella.

—Entonces, ¿cuál es la historia con Peter Lanzani?

—Es un amigo.

Coby levantó una ceja. 

—Nunca trajiste a un chico a la casa. Y yo no beso a mis amigos. Sólo digo.

—Me dio un beso en la mejilla —dije, sentándome a su lado en el sofá—. Creo que tenemos cosas más importantes de las que hablar, ¿no?

—Tal vez —dijo Coby, desanimado.

—¿Encontraste un programa?

—Simplemente voy a dejarlo y ya.

—Eso no funcionó tan bien la última vez, ¿verdad?

Coby frunció el ceño. 

—Tengo cuentas que pagar, Lali. Si los cobradores comienzan a llamar a casa, papá lo averiguará.

Le di unas palmaditas en la rodilla. 

—Deja que me encargue de eso. Tú preocúpate de limpiarte.

Los ojos de Coby perdieron el foco. 

—¿Por qué eres tan buena conmigo, Lali? Soy un perdedor. —Su cara se arrugó y comenzó a llorar de nuevo.

—Porque sé que no lo eres.

La depresión era uno de los efectos secundarios de los esteroides anabólicos, así que era importante para Coby conseguir ayuda para abandonarlo. Me senté con él en el sofá hasta que se calmó y luego me preparé para el trabajo. Encendió la televisión y se sentó en silencio, probablemente feliz de estar lejos de la constante guerra que se libraba dentro de la casa de mis padres. Si papá no le estaba gritando a mamá, le gritaba a uno de los chicos, o se gritaban el uno al otro. Sólo una razón más por la que no podía esperar para salir de allí. Vivir con eso fue suficiente para deprimirme. Coby no se encontraba listo para mudarse solo, por lo que a diferencia del resto de nosotros, seguía atrapado allí.

Después de cambiarme y volver a aplicar mi maquillaje, agarré mi bolso y las llaves y busqué el pomo.

—¿Te vas a quedar aquí? —pregunté.

—Sí —dijo Coby—. Si eso está bien.

—No hagas nada que me obligue a decirte que no la próxima vez que quieras venir.

—No voy a quedarme mucho rato. Sólo tal vez hasta que se duerma papá.

—Bueno. Llámame mañana.

—¿Lali?

—¿Sí? —dije, deteniéndome y asomando la cabeza.

—Te quiero.

Sonreí. 

—Yo también te quiero. Todo va a estar bien. Lo prometo.

Él asintió y corrí hacia Pitufo, rogando porque encendiera. Gracias a Dios lo hizo.

Todo el camino al trabajo me lo pasé preocupándome por Coby, P.J. y Peter, y seguí tratando de mentalizarme para una ocupada noche de sábado.

Cande ya se encontraba detrás de la barra, preparando y limpiando las cosas.

—¡Hola, cariño! —dijo Cande. Su sonrisa brillante cayó de inmediato cuando sus ojos se encontraron con los míos—. Uh-oh. Hoy fuiste a ver a tus padres, ¿no?

—¿Cómo lo supiste?

—¿Qué pasó?

—Pitt fue conmigo, así que no fue tan malo como podría haber sido. Chase sabía lo del segundo trabajo.

—Ese cabeza de mierda le dijo a tus padres, ¿no?

—Más o menos.

Cande suspiró. 

—Siempre causando problemas.

—¿Has estado con Vico todo el día?

Las mejillas de Cande se sonrojaron. 

—No. Estamos es una especie de… descanso.

—¿De qué?

—¡Shh! En un descanso. Hasta que consiga descubrir algunas cosas.

—Entonces, ¿dónde estuviste todo el día?

—Pasé por Sig Tau. Sólo un par de horas antes del trabajo.

—¿Sig Tau? —A mi cerebro le tomó un poco alcanzarlo. La miré por un momento y luego sacudí la cabeza—. Él te llamó, ¿no?

Cande hizo una mueca. 

—No voy a hablar de esto aquí. Ya es bastante incómodo. Vico está aquí, así que vamos a omitirlo hasta que lleguemos a casa.

Sacudí la cabeza de nuevo. 

—Eres tan estúpida. Agustín te vio feliz con Vico, por eso te llamó. Ahora estás arruinando algo bueno y Agustín no va a cambiar.

Vico se acercó, luciendo herido. 

—¿Uh, necesitan algo?

Cande negó con la cabeza y yo también. Vico se dio cuenta de que sabía algo. Sus hombros se hundieron, simplemente asintió y se alejó.

—¡Maldición, Lali! ¡Dije que aquí no! —siseó Cande.

—Lo siento —dije, contando mi cajón. Decir otra cosa sólo la pondría más molesta, así que me quedé con mis pensamientos.

El apuro ocurrió antes de lo habitual y me sentí agradecida por la distracción. Vico se mantuvo ocupado en la entrada, así que apenas lo vi hasta justo antes del cierre. Se encontraba en la pared oeste, en un rincón oscuro, mirando a Cande. El DJ tocaba su canción, así que era particularmente indignante ver a Agustín de pie al final de la barra, inclinándose y sonriéndole a Cande, que también se inclinaba y sonreía.

No podía creer que fuera tan fría con Vico. Caminé con una jarra  de cerveza hacia ella, fingí entregarla y toda la jarra atravesó la barra y sobre Agustín. Él retrocedió y alzó los brazos. Ya era demasiado tarde: su camiseta a cuadros marrón y pantalones estaban empapados.

—¡Lali! —chilló Cande.

Me incliné en su cara. 

—¿Escuchaste qué canción está sonando? Vico está trabajando en la puerta, así que él sabe que Agustín está aquí. No es necesario que seas una perra sin corazón, Can.

—¿Yo soy una perra sin corazón? Ni siquiera hablamos de lo que haces tú.

Mi boca se abrió. Su reacción instintiva no era una sorpresa, pero sacar el tema de Peter sí lo fue. 

—¡No estoy haciendo nada! ¡Sólo somos amigos!

—Sí, vamos a etiquetarlo como algo benigno para que puedas dormir por la noche. Todos ven lo que haces, Lali. Simplemente no somos lo suficientemente santurrones para regañarte por ello.

Cande abrió una lata de cerveza y la cambió por dinero. Se acercó a la caja registradora y con furia golpeó los números como si estuviera enojada con ellos.

Podría sentirme mal si no hubiera mirado al otro lado de la habitación y visto que por un momento que Vico no parecía tan triste.

Cande se acercó a mí, sus ojos en Vico al otro lado de la habitación. 

—No me di cuenta de la canción.

—¿Te diste cuenta que Agustín estaba a poca distancia de besarte frente a todos, a menos de veinte horas después de que dejaste a Vico?

—Tienes razón. Le diré que se mantenga alejado. —Se acercó a la bocina y la jaló, señalando la última llamada. Vico se metió las manos en los bolsillos y se dirigió hacia la entrada.

—Supongo que esta noche Vico va a acompañarme a mi auto —dije.

—Eso sería lo mejor —dijo Cande.

Limpiamos nuestra estación y la arreglamos para la noche siguiente. Menos de una hora después del cierre, agarramos nuestros abrigos. Cande se colgó el bolso al hombro y asintió hacia Gruber. 

—¿Caminas conmigo? —le preguntó.

Gruber vaciló y Vico apareció a su lado. 

—Puedo caminar contigo.

—Vico… —comenzó Cande.

Vico se encogió de hombros, riéndose una vez. 

—¿No puedo caminar contigo hasta el auto? Es parte de mi trabajo, Can.

—Gruber puede caminar conmigo, ¿no, Gruby?

—Yo... eh... —Tartamudeó Gruber.

—Vamos, Can. Déjame acompañarte. ¿Por favor?

Los hombros de Cande cayeron y suspiró. 

—Nos vemos en casa, Lali. Saludé con la mano y me aseguré de permanecer varios metros atrás.

Gruber y yo podíamos escuchar a Vico rogarle a Cande todo el camino a su auto en el estacionamiento y me rompió el corazón. Gruber se quedó conmigo en mi auto hasta que Cande entró al suyo. Me siguió a casa y cuando llegamos al estacionamiento, levanté la mirada para ver a Cande sollozando en sus manos.

Abrí la puerta. 

—Vamos. Veremos películas de terror y comeremos helado.

Cande me miró, sus ojos rojos e hinchados. 

—¿Alguna vez has amado a dos personas al mismo tiempo? —preguntó.

Después de una larga pausa, le tendí la mano. 

—Si alguna vez lo intento, me das una bofetada, ¿de acuerdo?

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comenten, todas sus opiniones cuentan:3