Peter.
—Estoy harta de esta mierda depresiva. Se está poniendo aburrida. No puedes deprimirte por el resto de la eternidad. Especialmente
cuando ni siquiera luchaste por ella. Soltaste la bomba acerca de que terminas con las
vidas humanas y luego esperas que lo acepte con los brazos abiertos.
Esto no es una maldita serie televisiva.
Caminaba
de un lado a otro fuera del dormitorio de Lali. Eran las tres de la mañana y
había terminado mis rondas. Verla esta noche me había hecho imposible no volver
cuando terminara.
—Sabes
que tengo razón. Se resistió e hirió tus sentimientos y tú te pusiste todo
melancólico y te fuiste. Los hombres son todos iguales.
—Cállate, Rochi. No sé qué
esperabas que hiciera. No quería volver a verme. Le di lo que quería.
Rochi hizo un sonido de arcadas vomitando.
—Ahora
estás siendo una niña. Pobre Peter, no puede hacer que Lali lo recuerde, así
que se da la vuelta y corre. Su alma gemela te lo agradece. En serio, lo hace.
Ahora él no tiene a nadie interponiéndose en su camino.
—Suficiente. Rochi.
—Lo que
sea, necesitas conseguir un par de pantalones. Preguntó dónde estabas esta
noche. Sé que la escuchaste. Demonios, yo la
escuché, y no soy la que quiere manosearla por todos lados.
Ella quiere verte luego.
Me
detuve y levanté la mirada a la ventana donde sabía que ella dormía. Yo ya me
había despedido. Le había dado una vida normal tal como quería. ¿Acaso me equivoqué? Si la hubiera forzado a
recordar, si hubiera intentado con más ahínco que me amara, ¿habría
funcionado?
—Esta es
la cosa más injusta de todas. Ella te ama. Sólo no puede recordar. No porque su mente esté enferma, o su cerebro
esté dañado, sino porque la Deidad le quitó sus
recuerdos. Incluso aunque su cabeza no pueda recordar, su corazón si lo hace.
Me
recosté contra la pared de ladrillo y me quedé mirando el cielo oscuro.
¿Su corazón triunfaría? ¿Podría su corazón
activar su memoria? ¿Qué si recordaba un día y yo me había ido? ¿Qué, entonces? ¿Sólo la
perdería por siempre y ella pensaría que yo no la quería? ¿Qué yo no la amaba?
—¿Qué hago, Rochi?
—Luchar es lo que haces. Lucha.
—No quiero herirla. No quiero lastimarla. Sólo
quiero que sea feliz.
—Nunca será feliz si no recuerda.
Lali.
La puerta
que quedaba frente a la mía cruzando el pasillo estaba abierta cuando entré en
el corredor. Una chica con gruesos rizos negros y una tez aceitunada estaba
sentada en la cama hablando con Janet, quién compartía la habitación con una
chica llamada Tabby. La chica con rizos me saludó con la mano y saltó y corrió
hacia la puerta.
—Hola, no nos hemos conocido todavía.
Soy Bebé y sí, de verdad es mi nombre, por favor, no preguntes. Mi
madre fumó un montón de marihuana. Janet dijo que compartes la habitación con
tu amiga Euge, quien nunca se encuentra aquí.
Sí que sabía mucho sobre mí. Janet asomó la cabeza por la esquina y su cabello estaba envuelto en una toalla.
—Buenos
días, Lali. Disculpa a Bebé y su charla matutina. Puede ser un dolor de cabeza.
Bebé
puso los marrones ojos en blanco y me sonrió. No muchas personas eran más bajas
que yo, pero Bebé a duras penas medía
un metro. El que su mamá fumara
marihuana debió haber frenado su crecimiento.
—¿Vas
a ir a la fiesta
Omega esta noche?
Sacudí la cabeza, negando.
—No tengo
idea de qué es —Yo era un bicho social. Hasta hace poco había estado llegando a
conocer a las otras chicas del dormitorio.
—Ooooh, tienes que ir. Los Omega
hacen las mejores fiestas. Solamente permiten chicas lindas. Entrarías sin
problema.
No,
gracias. Había rechazado
todas las fiestas a las que Gastón me había
pedido que fuera. Simplemente no me atrevía a participar. No sonaba como algo en lo que estuviera interesada.
—Va a decir que no. Nunca sale a
ningún lado excepto si es con el bombón que se aparece para sacarla algunas
veces en la semana —dijo Janet desde la silla donde estaba sentada cepillando
su cabello.
—Oh,
vamos. Será divertido. Podemos reírnos juntas de todas las locuras.
Iba tarde a clase.
—Pensaré en ello —dije caminando por el pasillo.
—Fue un placer conocerte —dijo detrás de
mí. Ella era algo imperactiva.
—Lo mismo
digo —respondí y me apresuré hacia la puerta antes de que pudiera decir algo
más. Definitivamente necesitaría un café antes de poder tratarla de nuevo.
Esperaba
que Gastón estuviera fuera esperándome con una taza de café en la mano. Pero por primera
vez en semanas, no lo estuvo. Si me apuraba tenía suficiente tiempo para detenerme por un café en mi camino a clases.
—Durmiendo hasta tarde, Petisa, muy mal.
Me detuve y di la vuelta al escuchar el sonido de
la voz de Rochi.
Estaba sentada en el capó de su pequeño
auto deportivo negro.
—¿Rochi?
Puso los ojos en blanco.
—Hasta donde sé.
Caminé
hacia ella.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Tengo
algo que te pertenece. Pensé que lo querrías de regreso. Si no mal recuerdo
estabas muy unida a esto.
¿De qué
estaba hablando? Se encontraba al lado de su auto cuando metió la mano en el
bolsillo y sacó algo y me tendió la mano. Lentamente la abrió y situado en la palma de su mano
estaba un pequeño broche de oro. Era un corazón de filigrana con
piedras rosa pálido. Había visto esto antes. Mi corazón golpeó contra mi pecho
mientras extendía la mano y lo tocaba.
—¿Qué
es? —pregunté apartando la mirada del broche a la expresión curiosa de Rochi.
—Creo que lo sabes. Debes saberlo.
¿Por qué no tomas este broche y lo colocas en tu bolsillo? Piensa en
eso. Mira si es un recuerdo que no puedes recordar.
Cogí el delicado broche. Se veía
antiguo pero bien cuidado. Mi cabeza empezó a dar vueltas mientras lo sostenía.
Tenía razón. Ahí había un recuerdo.
—¿De dónde lo sacaste?
—¿Por qué es curioso
que debas preguntarme eso? Lo encontré
en tu habitación. Justo donde
lo dejaste.
¿Cómo
había encontrado esto en mi habitación? No recordaba si quiera haber puesto
esto en cualquier lugar de mi habitación. La miré de nuevo para preguntarle,
pero ya no estaba.
Recorrí un camino con mi pulgar sobre las piedras.
—¿Puedes tomar esto y
dármelo después de que mi alma
abandone mi cuerpo? Quiero tenerlo conmigo.
Un agudo
dolor atravesó mi cabeza. Extendí la mano y agarré el costado del auto para no
caerme.
—Yo te di este broche. Te
dije que lo quería llevar conmigo. Dijiste que podrías arreglarlo y lo metí en
tu bolsillo.
Otra
llamarada caliente se disparó a través de mi cabeza. Me dejé caer sobre el
cemento. ¿Qué estaba pasando? Había recuerdos unidos a este broche.
Cosas que había olvidado. Dejé caer el broche en mi regazo y
agarré mi cabeza con ambas manos mientras
el dolor se hacía más fuerte.
—Pero nunca me volviste a ver. Porque tu alma fue borrada
de la lista. La única razón por la que me acordé de ti fue a causa de
este broche.
—¡Aaaaaah!
—Lloré en agonía. Con cada recuerdo que salía a la superficie, el dolor en mi
cabeza se hacía más fuerte.
—Por lo tanto, vine a verte.
Para ver qué pasaba con esta alma que era tan única.
Lo
conocía. Peter. Oh, Dios. Lo conocía. Lágrimas nublaron mi visión mientras me
acurrucaba en una bola en el suelo duro. Nadie podría verme metida en medio de
dos autos. Mordí mi labio para evitar hacer algún sonido mientras los recuerdos
se entrelazaban a través de mi mente de a un solo golpe.
Cada toque. Cada
momento. Lo había
olvidado todo. Un sollozo se me escapó y luché contra el lamento creciendo en mi pecho.
¿Cómo lo había olvidado? Lo
amaba. Él era todo para mí. ¿Cómo había podido olvidarlo? Lo había alejado. Los
sollozos se hicieron más fuertes y dejé de tratar de hacer silencio. Entre el
rompimiento de mi corazón y la explosión
en mi cabeza fui incapaz de hacer algo más que marchitarme en el suelo y
llorar.
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