domingo, 14 de julio de 2019

Beautiful Oblivion: Capítulo 7

—¿Aún no hay noticias sobre Acción de Gracias? —Odiaba preguntar, pero él no lo mencionaría si yo no lo hacía, y en ese momento estaba casi desesperada por saber. Empezaba a olvidar lo que se siente al estar cerca de él y me confundía sobre cosas que no debería.


P.J. no hizo ningún sonido durante varios segundos. Ni siquiera respiró. 

— Te echo de menos.

—Así que eso es un no.

—No lo sabré hasta un día antes. Tal vez el mismo día. Si algo surge…

—Entiendo. Me advertiste. Deja de actuar como si fuera a hacer una rabieta cada vez que no puedes darme una respuesta directa.

Suspiró. 

—Lo siento. No es eso. Sólo me preocupa que la próxima vez que preguntes y yo responda… vas a decir algo que no quiero oír.

Sonreí contra el teléfono, deseando poder abrazarlo.

 —Es bueno saber que no quieres oír eso.

—No. Es difícil de explicar… querer este ascenso y también querer tanto estar contigo.

—Lo entiendo. No es fácil, pero va a estar bien. No siempre vamos a tener que extrañarnos. Sólo tenemos que superar la parte más difícil al principio, ¿cierto?

—Correcto. —Su respuesta fue inmediata y sin vacilación, pero podía oír la incertidumbre en su voz.

—Te amo —le dije.

—Sabes que yo también —dijo—. Buenas noches, amor.

Sabiendo que él no podía oír, asentí, pero era todo lo que podía manejar. Colgamos sin discutir sobre Coby, o mi segundo trabajo, o que había estado pasando tanto tiempo con Peter. Mis propinas de los fines de semana ayudaron a mi hermano a pagar la mayor parte de una cuota, pero me preocupaba que fuera sólo cuestión de tiempo antes de que se diera de baja de su programa.

Me puse un top de manga larga de encaje negro por encima de la cabeza y luché con un par de mis vaqueros rasgados favoritos. Luego me apliqué un poco de brillo de labios antes de dirigirme hacia la puerta antes de que fuera tarde para mi turno nocturno del viernes en el Red.

Tan pronto como entré por la entrada de los empleados, supe que ocurría algo. Todo el mundo estaba lento y el bar se encontraba tranquilo. Demasiado tranquilo. Normalmente atesoraría esa primera hora antes de que todos se amontonaran en las puertas. El viernes era la noche de chicas, así que el ajetreo se iniciaba antes, pero el bar se estaba muerto.

Treinta minutos después, Cande refunfuñaba en voz baja mientras limpiaba la barra por tercera vez. 

—¿Hay alguna pelea clandestina esta noche?

Negué con la cabeza. 

—¿El Circulo? Nunca se ha realizado tan tarde.

—Oh, mira. Algo que hacer —dijo Cande, sacando el Jim Beam.

Thiago Lanzani se encontraba penosamente en su taburete habitual, luciendo lamentable. Cande puso un doble frente a él y se lo tomó de un solo trago, dejando que el vaso se estrellará contra la madera.

—Oh-oh —dije, tomando la botella que Cande me entregó—. Sólo hay dos cosas que podrían ser tan malas. ¿Están todos bien en la familia? —pregunté, erizándome en anticipación por su respuesta.

—Síp. Todo el mundo menos yo.

—No lo creo —le dije, aturdida—. ¿Quién es ella?

Los hombros de Thiago cayeron. 

—Es una estudiante de primer año. Y no me preguntes qué me pasa con ella. Todavía no lo sé. Pero hoy cuando me follaba a una chica, sentía como si estuviera haciendo algo malo, y luego la cara de esa chica apareció en mi cabeza.

—¿De la estudiante de primer año?

—¡Sí! ¿Qué demonios, Lali? ¡Esto nunca me ha sucedido!

Cande y yo intercambiamos miradas. 

—Bueno —le dije—, no es el fin del mundo. Te gusta. ¿Y qué?

—No me gustan las chicas como ella. Eso es lo que pasa.

—¿Cómo? —dije, sorprendida.

Tomó otro trago y luego levantó las manos por encima de la cabeza, moviéndolas en círculos. 

—Ella está en toda mi mente.

—¡Eres tan cobarde para ser un chico que no pierde! —dijo Cande, burlándose.

—Dime qué hacer, Lali. Conoces a las chicas. Eres más o menos una.

—Bueno, primero que nada —dije, inclinándome hacia él—, chúpame la polla.

—¿Ves? Las chicas no dicen eso.

—Las geniales sí —dijo Cande.

Continué:

— En segundo lugar, eres Thiago Jodido Lanzani. Puedes tener a cualquier chica que quieras.

—Casi —dijo Cande desde el lavabo, a un metro de distancia.

La nariz de Thiago se arrugó. 

—Tú eras la chica de Agustín. Ni siquiera lo he intentado.

Cande entrecerró los ojos hacia el menor de los hermanos Lanzani. 

—¿Me acabas de decir eso?

—Bueno —dijo—, es la verdad.

—Aun así nunca hubiera sucedido.

—Nunca lo sabremos —dijo, levantando su tercer trago antes de bajarlo por la garganta.

—Con calma, Perro Loco —le dije.

Thiago se encogió. 

—Sabes que lo odio, maldita sea.

—Lo sé —dije levantando la botella—, pero presta atención. Aquí está tu plan. Primero, deja de ser una pequeña perra. Segundo, recuerda quién demonios eres y haz tu magia. No es diferente de cualquier otra…

—Oh, es diferente —dijo Thiago. 

Suspiré y miré a Cande. 

—Se enamoró.

—Cállate y ayúdame —dijo Thiago, frustrado.

—Hay tres trucos para conseguir un aterrizaje de emergencia: paciencia, tener otras opciones y ser distante. No eres el típico mejor amigo. Eres súper sexy, el ligue fuera del alcance. En otras palabras, Thiago Lanzani.

—Lo sabía. Siempre me has deseado —dijo, engreído.

Me levanté. 

—Uh… No. De ninguna manera. Ni siquiera en la escuela secundaria.

—Mentirosa —dijo, levantándose—. Tampoco lo he intentado contigo. Mi hermano siempre ha estado enamorado de ti.

Me congelé. ¿Qué demonios significaba eso? ¿Sabía algo?

Thiago continuó:

 Distante. Otras opciones. Paciencia. Lo tengo.

 Asentí. 

—Si terminan casados, me debes cien dólares.

—¿Casado? —dijo Thiago, y su rostro se arrugó con disgusto—. ¿Qué mierda, Lali? ¡Tengo diecinueve! Nadie se casa a los diecinueve años.

Miré a alrededor para comprobar si alguien lo escuchó admitir ser menor de edad. 

—Dilo un poco más fuerte.

Soltó un bufido. 

—¿Me casaré? Es poco probable. ¿Pronto? Jamás sucederá.

—Thiago Lanzani tampoco entra en un bar molesto por una chica. Nunca se sabe.

—Debería  darte  vergüenza  desearme  eso  —dijo,  guiñándome  un  ojo—.¡Será  mejor  que  te  vea  en  mi  próxima  pelea,  Mariana!  Sé  una  buena  amiga, ¿quieres?

—Sabes que tengo que trabajar.

—Me aseguraré de que programemos una bien tarde.

—¡Aun así no voy a ir! ¡Eso es inhumano!

—¡Ve con Pitt!

Thiago se volvió para alejarse y me quedé de pie, aturdida. ¿Antes hablaba de Peter? Así que, Peter hablaba de mí. ¿A quién más le dijo? Cuando Thiago atravesó la gruesa puerta roja, entró un gran grupo y luego la multitud comenzó a llegar después de eso. Me sentí agradecida de no tener tiempo para preocuparme de si circulaban o no rumores, o si esos rumores llegarían a P.J.

A la mañana siguiente, entré en Skin Deep, ya de mal humor. P.J. no llamó ni me envió un mensaje, lo cual sólo alimentó mi paranoia acerca de posibles consecuencias de la gran boca de Peter.

—¡Lali está aquí! —dijo Hazel con una sonrisa. Empujó sus negros anteojos de montura gruesa por su nariz.

Forcé una sonrisa. Hazel hizo un mohín con sus labios pintados de rojo. 

—¿Por qué tan triste? ¿La fiesta Alfa Gamma te apagó el negocio de anoche?

—¿Era eso? ¿Fuiste?

Me guiñó un ojo. 

—Me encantan las chicas de la hermandad. Entonces, ¿qué pasa contigo?

—Sólo estoy cansada —le dije, dando vuelta al letrero de abierto.

—Aviso. Calvin va a pedirte que comiences a trabajar los domingos.

—¿Hablas en serio? —le dije, un poco más llorona de lo que pretendía. Hoy no era un buen día para pedirme que aumentara mis horas. Entró Peter.

—¡Petisa! —dijo. Sostenía un cuenco lleno de frutas de plástico.

—Oh, por favor, no. No fue divertido en la escuela y definitivamente no es gracioso ahora.

Peter se encogió de hombros. 

—Me gustaba.

—Ni siquiera sabías quién era en la escuela.

 Frunció el ceño. 

—¿Quién lo dice?

Hice un espectáculo de mirar los alrededores. 

—No me hablaste hasta que me crecieron las tetas.

Hazel se rió. 

—¡El trabajo ha sido mucho más entretenido desde que ella fue contratada!

—No quiere decir que no sabía quién eras —dijo Peter, nada divertido. 

Hazel señaló el cuenco en los brazos de Peter. 

—¿Qué pasa con la fruta?

—Para mí cubículo. Es la decoración.

—Es horrible —dijo.

—Era de mi madre —dijo sin inmutarse—. Decidí que necesitaba algo de ella en el trabajo. Me pone de buen humor. —Caminó por el pasillo y desapareció en su cubículo.

—Entonces —dijo Hazel, apoyando los codos sobre el mostrador. Sus delgadas cejas delineadas se alzaron—. La tensión sexual por aquí es ridícula.

Levanté una ceja. 

—No sabía que te gustaba Calvin. 

Hazel frunció la nariz. 

—A nadie le gusta Calvin.

—¡Escuché eso! —gritó Calvin desde el pasillo.

—¡Bien! —gritó Hazel en respuesta—. Por lo tanto, ¿no estás interesada en Pitt?

—Nop —dije.

—Ni siquiera un poquito.

—Tengo un novio y me hace muy feliz —dije, lamiendo mi pulgar y contando formas.

—Maldita sea —dijo Hazel—. De alguna manera me gusta verlos juntos.

—Siento decepcionarte —dije, enderezando la pila en mis manos antes de devolverlos a su archivador.

La puerta sonó y entró un grupo de cuatro chicas: todas rubias, todas bronceadas y mostrando sus pechos copa-doble-D en blusas apretadas que eran en varios tonos de rosa.

Empecé a darles la bienvenida, pero Hazel señaló hacía la puerta. Las chicas se pararon en seco.

—Vamos, Hazel. Le dijimos que pasaríamos por aquí —se quejó una de ellas.

—Fuera —dijo, todavía apuntando con un dedo y luego bajando la mirada para pasar una página de su revista Cosmopolitan con la otra mano. Cuando no oyó el timbre de nuevo, alzó la mirada—. ¿Están jodidamente sordas? ¡Dije fuera!

Las chicas fruncieron el ceño e hicieron un mohín durante unos segundos antes de marcharse de la misma manera en que llegaron.

—¿Qué fue todo eso? —pregunté.

Sacudió la cabeza y suspiró. 

—Groupies de Peter. Bishop también las tiene. Las mujeres que pasan el rato en la tienda, con la esperanza de conseguir tatuajes gratis, o… no sé… que los chicos anoten. —Rodó los ojos—. Francamente me molestan, pero hasta hace poco se les permitía entrar.

—¿Qué cambió?

Hazel se encogió de hombros. 

—Bishop dejó de venir a menudo y Peter me dijo que las mandara lejos no mucho después de que empezaste a trabajar aquí. ¿Ves? No eres una decepción total. —Me dio un codazo.

—Supongo que no han puesto el valor en mi pago. Ni siquiera puedo mezclar el MadaCide correcto. El desinfectante es algo bastante importante por aquí.

—¡Cierra la boca! —dijo con una sonrisa irónica—. Nadie más podría haberle hablado a Calvin sobre deshacerse de la barata decoración asiática y la reestructuración de los archivos. Has estado aquí menos de un mes y ya está más organizado y los clientes no preguntan si tendrán una galleta de la fortuna gratis con su tatuaje.

—Gracias. Es agradable sentirse apreciada.

—Te aprecio —dijo Peter, entrando en el vestíbulo—. Aprecio que esta noche finalmente vas a ver Spaceballs conmigo. La voy a traer.

—No —dije, sacudiendo la cabeza.

—¿Por qué no?

—Voy a trabajar.

—Y luego, ¿qué?

—Voy a la cama.

—Mentira.

—Tienes razón. Tengo planes. 

Se burló.

 —¿Con quién?

—Todavía no lo sé, pero definitivamente tú no. 

Hazel se rió. 

—Auch.

Peter puso toda su palma en el pequeño rostro de Hazel y la apartó en broma, manteniendo su mano sobre ella mientras hablaba. 

—Eso no es agradable. Pensé que habías dicho que somos amigos.

—Así es —le dije.

Hazel por fin se alejó de Peter y comenzó a golpear su brazo repetidas veces. Apenas notándolo y usando sólo una mano para apartarla de su lugar, continuó:

— Los amigos ven Spaceballs juntos.

—No somos tan buenos amigos —le dije, concentrándome en alinear los clips en su nuevo organizador.

La puerta sonó y entraron dos clientes: una pareja. Ya se encontraban hasta el cuello de tatuajes.

—Hola —dije con una sonrisa—. ¿Cómo puedo ayudarlos?

—¡Rachel! –dijo Hazel, medio embistiendo y abrazando a la chica. Tenía un arete en la ceja, un diamante como marca de belleza, y un aro en la nariz y en el labio. Su cabello corto y color rojo fuego casi brillaba; era tan intenso. Incluso con la cara llena de agujeros y los brazos cubiertos de cráneos y hadas, era impresionante. Me senté y los observé charlar. Su novio era alto y delgado, y parecía igual de contento de ver a Hazel. No me podía imaginar que alguno de los dos quisiera más piercings o tatuajes. A menos que quisieran tatuajes en su rostro, acabaron con la piel en blanco para tatuar.

Hazel los escoltó de regreso a su cuarto y continuó la risa y charla.

—Va a ser un día lento —suspiró Peter.

—No lo sabes. Acaba de empezar.

—Y sin embargo puedo decir que será así —dijo.

—¿Quiénes son? —pregunté, asintiendo hacia el pasillo.

—Rachel es la hermana de Hazel.

Levanté una ceja, dudando. 

—Tal vez esto sea ignorante, pero Rachel no es asiática. Ni siquiera un poco.

—Ambas son adoptadas. Eran chicas del sistema de menores. Hay como una docena de ellos o más. Están repartidos por todo el país y todos se aman como locos. Es impresionante.

Sonreí ante la idea.

—Así que, ¿no verás Spaceballs conmigo esta noche?

—En serio.

—¿Por qué no? —dijo, cruzando los brazos y cambiando su peso. 

Sonreí. 

—¿Preparándote para una pelea?

—Responde a la pregunta, Mariana. ¿Qué tienes en contra de Spaceballs?Necesito saberlo antes de que vayamos más lejos.

—¿Más lejos en qué?

—Estás evadiendo la pregunta.

Suspiré. 

—Entre el trabajo, y el Red, y… estamos viéndonos muchísimo.

Me miró por un momento, un centenar de pensamientos desplazándose detrás de sus cálidos ojos castaño rojizos. Dio unos pocos pasos hasta estar junto a mí, poniendo la palma de su mano sobre el mostrador al lado de mi cadera y rozando su pecho contra mi brazo izquierdo. Se inclinó, con su boca casi tocando mi cabello. 

—¿Y eso es algo malo?

—Sí. No. No lo —dije con cara de aprensión. Él me confundía, y se colocó demasiado cerca de mí como para que pudiera pensar con claridad. Me volví para decirle que retrocediera, pero cuando levanté la vista, me detuve. Se encontraba justo ahí. A centímetros de distancia. Observándome, con una mirada en sus ojos que no podía descifrar.

Bajó la vista hacia mi hombro desnudo. 

—Este es un lugar perfecto para mi tinta.

Me reí. 

—No.

—Vamos. Has visto mi trabajo.

—Así es —dije, asintiendo enfáticamente—. Es increíble.

—Entonces, ¿qué?

Lo miré de nuevo, tratando de interpretar su expresión. 

—No confío en ti. Es probable que acabe con “QUE LA MAGIA TE ACOMPAÑE”.

Peter sonrió. 

—¿Eso es una cita de Spaceballs? ¡Estoy impresionado! 

—¿Ves? Ya la he visto. Muchas veces.

—Jamás se ha visto Spaceballs demasiadas veces.

Hazel, Rachel y el novio de Rachel volvieron al vestíbulo. Hazel le dio a Rachel un gran abrazo y luego se despidió entre lágrimas.

—La Navidad está a la vuelta de la esquina —dijo Peter.

Cuando Rachel se fue, Hazel sonreía, pero parecía un poco triste.

 —Maldita sea. La amo.

—Los amas a todos ellos —dijo Peter—. Si los ubicaras en un ciclo mensual, podrías ver a uno de ellos cada día.

Hazel le dio un codazo a Peter y él se lo devolvió. Peleaban como si fueran hermanos.

—Entonces —dijo Hazel, masticando un chicle—, los he oído hablando. No puedo creer que tengas miedo de hacerte un tatuaje.

Negué con la cabeza. 

—De ningún modo.

Calvin entró en el vestíbulo. 

—¿Bishop estuvo aquí? —preguntó.

Hazel negó con la cabeza. 

—No, Cal. Ya me lo preguntaste. Discutíamos acerca del primer tatuaje de Lali.

Calvin me escaneó desde la cabeza a los pies. 

—Que la recepcionista no tenga ningún tatuaje es malo para el negocio. Puedes compensarme trabajando algunas horas el domingo.

—Sólo si me dejas empezar a trabajar en mis documentos y tareas cuando no estemos ocupados.

Se encogió de hombros. 

—Trato.

Mis hombros cayeron. No esperaba que estuviera de acuerdo.

—Déjame perforar tu nariz —dijo Hazel con los ojos brillantes.

—Uno de estos días —le dije.

—Muñeca, no dejes que te convenzan de algo que no quieres hacer. No hay vergüenza en tener miedo a las agujas —dijo Peter.

—No les tengo miedo —dije, exasperada.

—Entonces déjame tatuarte —dijo.

—Eres una camarera, por el amor de Cristo —dijo Hazel—. Deberías tener por lo menos un tatuaje.

Los miré. 

—¿Esto es presión de grupo? Porque es poco convincente.

—¿En qué forma te estoy presionando? Acabo de decirte que no dejes que nadie te convenza de nada —dijo Peter.

—Y luego me dijiste que te dejara tatuarme.

Se encogió de hombros. 

—Admito que sería de puta madre saber que fui el primero en tatuarte. Es un poco como tomar tu virginidad.

—Bueno, eso requeriría que regresáramos en el tiempo y no va a suceder — le dije con una sonrisa.

—Exactamente. Esto es lo segundo mejor. Confía en mí —dijo, en voz baja y suave.

Hazel se rió. 

—Oh, Dios. Me avergüenza admitir que esa línea funcionó conmigo.

—¿Sí? —dije, de repente sintiéndome muy incómoda—. ¿De Peter?

Se echó a reír de nuevo. 

—¡Ojalá! —Cerró los ojos y se encogió—. Bobby Prince. Tenía labia. Y un pene pequeño. —Dijo la última frase en falsete y levantó el dedo índice y pulgar, a ni siquiera un centímetro de distancia.

Todos estallamos en risas. Hazel se secó la piel húmeda bajo sus ojos. Una vez que recuperamos nuestra compostura, atrapé a Peter mirándome. Había algo en la forma en que me miraba que me hacía olvidar todo acerca de ser responsable y razonable. Por una vez, sólo quería ser joven y no pensar demasiado.

—Está bien, Pitt. Estalla mi cereza.

—¿En serio? —preguntó de pie, con la espalda recta.

—¿Vamos a hacerlo o qué? —pregunté.

—¿Qué quieres? —Se acercó a la computadora y metió un lápiz en la boca, sosteniéndolo con los dientes.

Pensé por un momento y luego sonreí. 

—Muñeca. Sobre mis dedos.

—Me estás jodiendo —dijo Peter a través del lápiz, aturdido.

—¿No es bueno? —pregunté.

Rió y se quitó el lápiz de la boca. 

—No, me gusta… mucho… pero ese es un tatuaje jodido para una virgen. —Colocó el lápiz en su boca de nuevo, liberando su mano para mover el ratón.

Sonreí. 

—Si voy a perderla, quiero que sea correctamente.

El lápiz cayó de la boca de Peter al suelo y se agachó para recogerlo.

 — Uh… ¿Algún, uh… algún tipo de letra en especial? —dijo, mirándome una vez antes de volverse hacia el ordenador.

—Quiero que se vea femenino, así no parece que vengo directamente de la cárcel.

—¿A color? ¿O blanco y negro?

—El contorno en negro. No sé de qué color. ¿Azul, tal vez?

—¿Como el Pitufo azul? —bromeó. Cuando no contesté, continuó—: ¿Qué tal un degradado? ¿Azul en la parte inferior y luego desvaneciéndolo poco a poco en la parte superior de las letras?

—Fantástico —dije, dándole un codazo en el hombro.

Una vez que me decidí por la fuente y el color, Peter imprimió las trasferencias y lo seguí hasta su cuarto.

Me senté en la silla, y Peter preparó su equipo.

—Esto va a ser duro —dijo Hazel, sentada en una silla no muy lejos de mí.

Peter se puso unos guantes de látex. 

—Sólo voy a utilizar una aguja. Sin embargo va a doler muchísimo. Es justo sobre el hueso. No tienes nada de grasa en los dedos.

—O en cualquier otro lugar —dijo Hazel. 

Le guiñé un ojo.

Peter rió una vez mientras limpiaba cada uno de mis dedos con un jabón verde, los enjuagó, y luego puso alcohol en una bola de algodón y frotó cada uno de los dedos que planeaba tatuar. 

—Tal vez no quede la primera vez. Puede que tenga que hacerlo de nuevo. —Usó un dedo para quitar un poco de vaselina donde limpió con alcohol.

—¿En serio? —dije con el ceño fruncido.

Hazel asintió. 

—Sí. También pasa eso en los pies.

Peter ubicó las trasferencias. 

—¿Qué piensas? ¿Parecen alineados? ¿Así es como los quieres?

—Asegúrate de que está bien escrito. No quiero ser uno de esos idiotas con un tatuaje mal escrito.

Peter rió. 

—Está bien escrito. Sería un completo idiota si no pudiera deletrear una palabra de seis letras correctamente.

—Lo dijiste tú, no yo —bromeé.

Hazel negó con la cabeza. 

—¡No lo insultes antes de que marque de forma permanente tu piel, niña!

—Lo va a hacer hermoso, ¿no es cierto? —pregunté.

Peter encendió la máquina y luego me miró con una expresión dulce. 

— Ya eres hermosa.

Podía sentir mis mejillas sonrojándose. Cuando Peter se aseguró de que las transferencias se secaron, asentó la aguja sobre mi piel, lo que fue más como una agradable distracción que un dolor insoportable. Peter dibujó, luego secó y repitió el proceso, concentrándose mucho. Sabía que se aseguraría de que quedara perfecto. A pesar de que al principio el dolor no era tan malo, a medida que pasaban los minutos, la quemazón molesta que sentía en mis dedos cada vez que él comenzaba a marcar mi piel hacía que fuera muy tentador alejarse.

—¡Listo! —dijo, apenas quince minutos después. Limpió la tinta corrida, revelando las letras en mis dedos. El azul era muy vívido. Era precioso. Me enfrenté al espejo, formé puños y mantuve los dedos unidos.

—Te ves bien, muñeca —dijo Peter con una amplia sonrisa. Era perfecto.

—Maldita sea, eso es fuerte —dijo Hazel—. ¡Quiero tatuajes en mis dedos, ahora!

Peter me entregó unos paquetes de crema Aquaphor. 

—Ponle esto. Es una mierda buena. Especialmente para los colores.

—Gracias —le dije.

Por un momento me miró como si de verdad acabara de tomar mi virginidad. Mariposas aleteaban en mi estómago y mi pecho se sentía caliente. Di unos pasos hacia atrás y giré hacia el vestíbulo. El teléfono sonó, pero Hazel respondió por mí.

Peter apoyó los codos sobre el mostrador, dándome la sonrisa más ridícula.

—Basta ya —dije, tratando de no devolverle la sonrisa.

—No he dicho nada —dijo sin dejar de sonreír como un idiota.

Mi celular sonó y luego sonó de nuevo. 

—Hola, Chase —dije, ya sabiendo que era él.

—Mamá cocinará esta noche. Nos vemos a las cinco.

—Tengo que trabajar. Ella sabe que trabajo los fines de semana.

—Es por eso que es una cena familiar en lugar de un almuerzo familiar.

 Suspiré. 

—No salgo hasta las siete.

—¿De dónde? ¿No estás trabajando en el Red?

—Sí… —dije, maldiciéndome en silencio por decirlo—. Todavía soy barman. Tengo un segundo trabajo.

—¿Un segundo trabajo? ¿Por qué? —preguntó, con su voz llena de desprecio. Chase era representante de una empresa de marcapasos y se pensaba que era genial. Conseguía un buen dinero, pero le gustaba fingir que era un médico cuando, de hecho, sólo hacía café para que tomara el personal.

—Estoy… ayudando a un amigo.

Chase se quedó en silencio durante un largo tiempo, y luego finalmente habló:

—Coby está consumiendo otra vez, ¿verdad?

Cerré los ojos con fuerza, sin saber qué decir.

—Trae tu culo a casa de mamá a las cinco o voy a por ti.

—Está bien —le dije, colgando y lanzando mi teléfono sobre el mostrador.

Puse las manos en mis caderas y me quedé mirando la pantalla del ordenador.

—¿Todo bien? —preguntó Peter.

—Acabo de empezar una gran pelea familiar. El corazón de mi mamá se va a partir y todo esto de alguna manera va a ser culpa mía. ¿Cal? —grité—. Voy a tener que salir a las cuatro y media.

—¡No terminas hasta las siete! —gritó desde su oficina.

—¡Es por la familia! ¡Va a salir a las cuatro y media! —gritó Hazel.

—¡Cómo sea, entonces! —dijo Calvin, sin sonar muy molesto.

—Cal —gritó Peter—. ¡Me voy con ella!

Calvin no respondió, en su lugar la puerta se abrió de golpe y entró en el vestíbulo. 

—¿Qué diablos está pasando?

—Cena familiar —dije.

Calvin me miró con ojos suspicaces por un momento y luego miró a Peter. 

—¿Has visto a Bishop?

Peter volvió la cabeza.

 —Nop. No lo vi.

Calvin se volvió hacia mí. 

—¿Necesitas un respaldo para ir a casa para la cena? —dijo Calvin, dudoso.

—No.

—Sí, lo necesita —dijo Peter—. A pesar de que no lo quiere admitir.

No pude esconder el tono de súplica en mi voz. 

—No sabes cómo son. Y esta noche va a ser… no quieres ir, confía en mí.

—Necesitas al menos una persona de tu lado en la mesa y ese seré yo.

¿Cómo iba a discutir con eso? A pesar de que no quería que Peter viera la locura que era mi familia, sería de consuelo cuando, inevitablemente, descubrieran la recaída de Coby y decidieran que el que no lo supieran era de alguna manera culpa mía. Y luego sería el momento en que Coby descubriera que lo delaté.

—Simplemente no… golpees a nadie.

—Trato —dijo, abrazándome contra su costado.

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