P.J. no hizo ningún sonido durante varios segundos. Ni siquiera respiró.
— Te echo de menos.
—Así que eso es un no.
—No lo sabré hasta un día antes. Tal vez el mismo día. Si algo surge…
—Entiendo. Me advertiste. Deja de actuar como si fuera a hacer una rabieta cada vez que no puedes darme una respuesta directa.
Suspiró.
—Lo siento. No es eso. Sólo me preocupa que la próxima vez que preguntes y yo responda… vas a decir algo que no quiero oír.
Sonreí contra el teléfono, deseando poder abrazarlo.
—Es bueno saber que no quieres oír eso.
—No. Es difícil de explicar… querer este ascenso y también querer tanto estar contigo.
—Lo entiendo. No es fácil, pero va a estar bien. No siempre vamos a tener que extrañarnos. Sólo tenemos que superar la parte más difícil al principio, ¿cierto?
—Correcto. —Su respuesta fue inmediata y sin vacilación, pero podía oír la incertidumbre en su voz.
—Te amo —le dije.
—Sabes que yo también —dijo—. Buenas noches, amor.
Sabiendo que él no podía oír, asentí, pero era todo lo que podía manejar. Colgamos sin discutir sobre Coby, o mi segundo trabajo, o que había estado pasando tanto tiempo con Peter. Mis propinas de los fines de semana ayudaron a mi hermano a pagar la mayor parte de una cuota, pero me preocupaba que fuera sólo cuestión de tiempo antes de que se diera de baja de su programa.
Me puse un top de manga larga de encaje negro por encima de la cabeza y luché con un par de mis vaqueros rasgados favoritos. Luego me apliqué un poco de brillo de labios antes de dirigirme hacia la puerta antes de que fuera tarde para mi turno nocturno del viernes en el Red.
Tan pronto como entré por la entrada de los empleados, supe que ocurría algo. Todo el mundo estaba lento y el bar se encontraba tranquilo. Demasiado tranquilo. Normalmente atesoraría esa primera hora antes de que todos se amontonaran en las puertas. El viernes era la noche de chicas, así que el ajetreo se iniciaba antes, pero el bar se estaba muerto.
Treinta minutos después, Cande refunfuñaba en voz baja mientras limpiaba la barra por tercera vez.
—¿Hay alguna pelea clandestina esta noche?
Negué con la cabeza.
—¿El Circulo? Nunca se ha realizado tan tarde.
—Oh, mira. Algo que hacer —dijo Cande, sacando el Jim Beam.
Thiago Lanzani se encontraba penosamente en su taburete habitual, luciendo lamentable. Cande puso un doble frente a él y se lo tomó de un solo trago, dejando que el vaso se estrellará contra la madera.
—Oh-oh —dije, tomando la botella que Cande me entregó—. Sólo hay dos cosas que podrían ser tan malas. ¿Están todos bien en la familia? —pregunté, erizándome en anticipación por su respuesta.
—Síp. Todo el mundo menos yo.
—No lo creo —le dije, aturdida—. ¿Quién es ella?
Los hombros de Thiago cayeron.
—Es una estudiante de primer año. Y no me preguntes qué me pasa con ella. Todavía no lo sé. Pero hoy cuando me follaba a una chica, sentía como si estuviera haciendo algo malo, y luego la cara de esa chica apareció en mi cabeza.
—¿De la estudiante de primer año?
—¡Sí! ¿Qué demonios, Lali? ¡Esto nunca me ha sucedido!
Cande y yo intercambiamos miradas.
—Bueno —le dije—, no es el fin del mundo. Te gusta. ¿Y qué?
—No me gustan las chicas como ella. Eso es lo que pasa.
—¿Cómo? —dije, sorprendida.
Tomó otro trago y luego levantó las manos por encima de la cabeza, moviéndolas en círculos.
—Ella está en toda mi mente.
—¡Eres tan cobarde para ser un chico que no pierde! —dijo Cande, burlándose.
—Dime qué hacer, Lali. Conoces a las chicas. Eres más o menos una.
—Bueno, primero que nada —dije, inclinándome hacia él—, chúpame la polla.
—¿Ves? Las chicas no dicen eso.
—Las geniales sí —dijo Cande.
Continué:
— En segundo lugar, eres Thiago Jodido Lanzani. Puedes tener a cualquier chica que quieras.
—Casi —dijo Cande desde el lavabo, a un metro de distancia.
La nariz de Thiago se arrugó.
—Tú eras la chica de Agustín. Ni siquiera lo he intentado.
—¿Me acabas de decir eso?
—Bueno —dijo—, es la verdad.
—Aun así nunca hubiera sucedido.
—Nunca lo sabremos —dijo,
levantando su tercer
trago antes de bajarlo por la
garganta.
—Con calma, Perro Loco —le dije.
Thiago se encogió.
—Sabes que lo odio, maldita sea.
—Lo sé
—dije levantando la botella—, pero presta atención. Aquí está tu plan. Primero,
deja de ser una pequeña
perra. Segundo, recuerda
quién demonios eres y haz tu magia. No es diferente de cualquier otra…
—Oh, es diferente —dijo Thiago.
Suspiré y miré a Cande.
—Se enamoró.
—Cállate y ayúdame —dijo Thiago, frustrado.
—Hay
tres trucos para conseguir un aterrizaje de emergencia: paciencia, tener otras
opciones y ser distante. No eres el típico mejor amigo. Eres súper sexy, el ligue fuera del alcance. En otras palabras, Thiago Lanzani.
—Lo sabía. Siempre
me has deseado —dijo, engreído.
Me levanté.
—Uh… No. De
ninguna manera. Ni siquiera en la escuela secundaria.
—Mentirosa —dijo,
levantándose—. Tampoco lo he intentado contigo. Mi hermano siempre ha estado
enamorado de ti.
Me congelé. ¿Qué demonios significaba eso? ¿Sabía
algo?
Thiago
continuó:
— Distante. Otras opciones. Paciencia. Lo tengo.
Asentí.
—Si terminan casados, me debes cien dólares.
—¿Casado? —dijo Thiago, y su
rostro se arrugó con disgusto—. ¿Qué mierda, Lali? ¡Tengo diecinueve! Nadie se
casa a los diecinueve años.
Miré a mí alrededor para comprobar si alguien lo escuchó admitir
ser menor de edad.
—Dilo un poco más fuerte.
Soltó un bufido.
—¿Me casaré? Es poco probable.
¿Pronto? Jamás sucederá.
—Thiago Lanzani tampoco entra en un bar molesto por
una chica. Nunca se sabe.
—Debería
darte vergüenza desearme
eso —dijo, guiñándome
un ojo—.¡Será mejor
que te vea
en mi próxima
pelea, Mariana! Sé
una buena amiga, ¿quieres?
—Sabes que tengo que trabajar.
—Me aseguraré de que programemos una bien tarde.
—¡Aun así no voy a ir! ¡Eso es inhumano!
—¡Ve con Pitt!
Thiago se volvió para alejarse y me quedé
de pie, aturdida.
¿Antes hablaba de Peter?
Así que, Peter
hablaba de mí.
¿A quién más le dijo?
Cuando Thiago atravesó la gruesa puerta
roja, entró un gran grupo y luego
la multitud comenzó
a llegar después de eso. Me sentí agradecida de no tener
tiempo para preocuparme de si circulaban o no rumores,
o si esos rumores llegarían
a P.J.
A la
mañana siguiente, entré en Skin Deep, ya de mal humor. P.J. no llamó ni me
envió un mensaje, lo cual sólo alimentó mi paranoia acerca de posibles
consecuencias de la gran boca de Peter.
—¡Lali está aquí! —dijo Hazel con una sonrisa.
Empujó sus negros
anteojos de montura gruesa por su nariz.
Forcé una sonrisa. Hazel hizo un mohín con sus
labios pintados de rojo.
—¿Por qué tan triste? ¿La fiesta Alfa Gamma te apagó
el negocio de anoche?
—¿Era
eso? ¿Fuiste?
Me guiñó un ojo.
—Me encantan las chicas
de la hermandad. Entonces, ¿qué pasa contigo?
—Sólo estoy cansada —le
dije, dando vuelta al letrero de abierto.
—Aviso. Calvin va a pedirte que comiences a trabajar los domingos.
—¿Hablas
en serio? —le dije, un poco más llorona de lo que pretendía. Hoy no
era un buen día para pedirme que aumentara mis horas. Entró Peter.
—¡Petisa! —dijo. Sostenía
un cuenco lleno de frutas de plástico.
—Oh, por favor, no. No fue divertido en
la escuela y definitivamente no es gracioso ahora.
Peter se
encogió de hombros.
—Me gustaba.
—Ni siquiera sabías quién era en la
escuela.
Frunció el ceño.
—¿Quién lo dice?
Hice un espectáculo de mirar los
alrededores.
—No me hablaste hasta que me crecieron las tetas.
Hazel se rió.
—¡El trabajo
ha sido mucho más entretenido desde que ella fue contratada!
—No quiere decir que no sabía quién eras
—dijo Peter, nada divertido.
Hazel señaló el cuenco en los brazos de Peter.
—¿Qué pasa con la fruta?
—Para mí cubículo. Es la
decoración.
—Es horrible —dijo.
—Era de mi madre —dijo sin
inmutarse—. Decidí que necesitaba algo de ella en el trabajo. Me pone de buen humor.
—Caminó por el pasillo y desapareció en su cubículo.
—Entonces —dijo Hazel, apoyando los codos
sobre el mostrador. Sus delgadas cejas delineadas se alzaron—. La tensión
sexual por aquí es ridícula.
Levanté una ceja.
—No sabía que te gustaba Calvin.
Hazel
frunció la nariz.
—A nadie le gusta Calvin.
—¡Escuché eso! —gritó Calvin desde el pasillo.
—¡Bien! —gritó Hazel en
respuesta—. Por lo tanto, ¿no estás interesada en Pitt?
—Nop —dije.
—Ni siquiera un poquito.
—Tengo un novio y me hace
muy feliz —dije, lamiendo mi pulgar y contando formas.
—Maldita sea —dijo Hazel—. De alguna manera me
gusta verlos juntos.
—Siento decepcionarte —dije,
enderezando la pila en mis manos antes de devolverlos a su archivador.
La
puerta sonó y entró un grupo de cuatro chicas: todas rubias, todas bronceadas y
mostrando sus pechos copa-doble-D en blusas apretadas que eran en varios tonos
de rosa.
Empecé a darles la
bienvenida, pero Hazel señaló hacía la puerta. Las chicas se pararon en seco.
—Vamos, Hazel. Le dijimos que pasaríamos por aquí
—se quejó una de ellas.
—Fuera —dijo, todavía apuntando con un dedo y luego
bajando la mirada para pasar una página de su revista
Cosmopolitan con la otra mano. Cuando no oyó el timbre de nuevo, alzó la mirada—.
¿Están jodidamente sordas?
¡Dije fuera!
Las chicas fruncieron el ceño e
hicieron un mohín durante unos segundos antes de marcharse de la misma manera
en que llegaron.
—¿Qué fue todo eso? —pregunté.
Sacudió
la cabeza y suspiró.
—Groupies de Peter. Bishop también las tiene. Las mujeres
que pasan el rato en la tienda, con la esperanza de conseguir tatuajes gratis,
o… no sé… que los chicos anoten. —Rodó los ojos—. Francamente me molestan, pero hasta hace poco se les permitía entrar.
—¿Qué cambió?
Hazel se encogió de hombros.
—Bishop dejó de venir a menudo y Peter me dijo que las mandara lejos no mucho
después de que empezaste a trabajar aquí. ¿Ves? No eres una
decepción total. —Me dio un codazo.
—Supongo que no han puesto el
valor en mi pago. Ni siquiera puedo mezclar el MadaCide correcto. El desinfectante es algo bastante importante por
aquí.
—¡Cierra la boca! —dijo con una
sonrisa irónica—. Nadie más podría haberle hablado a Calvin sobre deshacerse de
la barata decoración asiática y la reestructuración de los archivos. Has
estado aquí menos de un mes y ya está más organizado y los clientes no
preguntan si tendrán una galleta de la fortuna gratis con su tatuaje.
—Gracias. Es agradable
sentirse apreciada.
—Te aprecio —dijo Peter, entrando en el
vestíbulo—. Aprecio que esta noche finalmente vas a ver Spaceballs conmigo. La voy a traer.
—No —dije, sacudiendo la
cabeza.
—¿Por qué no?
—Voy a trabajar.
—Y luego,
¿qué?
—Voy a la cama.
—Mentira.
—Tienes razón. Tengo planes.
Se burló.
—¿Con quién?
—Todavía no lo sé, pero
definitivamente tú no.
Hazel se rió.
—Auch.
Peter
puso toda su palma en el pequeño rostro de Hazel y la apartó en broma, manteniendo su mano sobre ella mientras
hablaba.
—Eso no es agradable. Pensé que habías dicho que somos amigos.
—Así es —le dije.
Hazel
por fin se alejó de Peter y comenzó a golpear su brazo repetidas veces. Apenas
notándolo y usando sólo una mano para apartarla de su lugar, continuó:
— Los
amigos ven Spaceballs juntos.
—No
somos tan buenos amigos —le dije, concentrándome en alinear los clips en su
nuevo organizador.
La
puerta sonó y entraron dos clientes: una pareja. Ya se encontraban hasta el
cuello de tatuajes.
—Hola —dije con una sonrisa—. ¿Cómo puedo
ayudarlos?
—¡Rachel!
–dijo Hazel, medio embistiendo y abrazando a la chica. Tenía un arete en la
ceja, un diamante como marca de belleza, y un aro en la nariz y en el labio. Su cabello corto
y color rojo fuego casi brillaba; era tan intenso.
Incluso con la cara llena de agujeros y los brazos
cubiertos de cráneos y hadas, era impresionante. Me senté y los observé charlar.
Su novio era alto y delgado, y parecía igual
de contento de ver a Hazel. No me podía
imaginar que alguno de los dos quisiera más piercings o tatuajes. A menos que
quisieran tatuajes en su rostro, acabaron con la piel en blanco para tatuar.
Hazel los escoltó de
regreso a su cuarto y continuó la risa y charla.
—Va a ser un día lento
—suspiró Peter.
—No lo sabes. Acaba de
empezar.
—Y sin embargo puedo
decir que será así —dijo.
—¿Quiénes son? —pregunté,
asintiendo hacia el pasillo.
—Rachel es la hermana de
Hazel.
Levanté una ceja, dudando.
—Tal vez esto
sea ignorante, pero Rachel no es asiática. Ni siquiera un poco.
—Ambas
son adoptadas. Eran chicas del sistema de menores. Hay como una docena de ellos o más. Están
repartidos por todo el país y todos se aman como locos. Es impresionante.
Sonreí ante la idea.
—Así que, ¿no verás Spaceballs conmigo
esta noche?
—En serio.
—¿Por qué no? —dijo, cruzando los brazos
y cambiando su peso.
Sonreí.
—¿Preparándote para una pelea?
—Responde a la pregunta, Mariana.
¿Qué tienes en contra de Spaceballs?Necesito saberlo antes de que vayamos más lejos.
—¿Más lejos en qué?
—Estás evadiendo la pregunta.
Suspiré.
—Entre el trabajo, y el Red, y… estamos
viéndonos muchísimo.
Me miró
por un momento, un centenar de pensamientos desplazándose detrás de sus cálidos
ojos castaño rojizos. Dio unos pocos
pasos hasta estar
junto a mí, poniendo la palma
de su mano sobre el mostrador al lado de mi cadera y rozando su pecho contra
mi brazo izquierdo. Se inclinó, con su boca casi tocando mi cabello.
—¿Y eso es algo malo?
—Sí. No. No lo sé —dije
con cara de aprensión. Él me confundía, y se colocó demasiado cerca de mí como para
que pudiera pensar con claridad. Me volví para decirle que retrocediera, pero cuando levanté
la vista, me detuve. Se encontraba justo ahí. A centímetros de distancia. Observándome, con
una mirada en sus ojos que no podía descifrar.
Bajó la
vista hacia mi hombro desnudo.
—Este es un lugar perfecto para mi tinta.
Me reí.
—No.
—Vamos. Has visto mi
trabajo.
—Así es —dije, asintiendo
enfáticamente—. Es increíble.
—Entonces, ¿qué?
Lo miré de nuevo,
tratando de interpretar su expresión.
—No confío en ti. Es
probable que acabe con “QUE LA MAGIA TE ACOMPAÑE”.
Peter sonrió.
—¿Eso es
una cita de Spaceballs? ¡Estoy
impresionado!
—¿Ves? Ya la he visto. Muchas veces.
—Jamás se ha visto Spaceballs demasiadas veces.
Hazel, Rachel y el novio de Rachel
volvieron al vestíbulo. Hazel le dio a Rachel un gran abrazo y luego se
despidió entre lágrimas.
—La Navidad está a la vuelta de la esquina —dijo Peter.
Cuando Rachel se fue, Hazel
sonreía, pero parecía un poco triste.
—Maldita sea. La amo.
—Los amas a todos ellos
—dijo Peter—. Si los ubicaras en un ciclo mensual, podrías ver a uno de ellos
cada día.
Hazel le dio un codazo a Peter y él se lo devolvió.
Peleaban como si fueran hermanos.
—Entonces —dijo Hazel, masticando un
chicle—, los he oído hablando. No puedo creer que tengas miedo de hacerte un
tatuaje.
Negué
con la cabeza.
—De ningún modo.
Calvin entró en el
vestíbulo.
—¿Bishop estuvo aquí? —preguntó.
Hazel negó con la cabeza.
—No, Cal. Ya me
lo preguntaste. Discutíamos acerca del primer tatuaje de Lali.
Calvin me escaneó desde la cabeza
a los pies.
—Que la recepcionista no tenga ningún tatuaje es malo para el
negocio. Puedes compensarme trabajando algunas horas el domingo.
—Sólo si me dejas empezar a
trabajar en mis documentos y tareas cuando no estemos ocupados.
Se encogió de hombros.
—Trato.
Mis hombros cayeron. No esperaba que estuviera de
acuerdo.
—Déjame perforar tu nariz —dijo Hazel con los ojos
brillantes.
—Uno de estos días —le dije.
—Muñeca, no dejes que te convenzan
de algo que no quieres hacer. No hay vergüenza en tener miedo a las agujas
—dijo Peter.
—No les tengo miedo —dije, exasperada.
—Entonces déjame tatuarte —dijo.
—Eres una camarera, por el
amor de Cristo —dijo Hazel—. Deberías tener por lo menos un tatuaje.
Los miré.
—¿Esto es presión de grupo? Porque es
poco convincente.
—¿En qué forma te estoy
presionando? Acabo de decirte que no dejes que nadie te convenza de nada —dijo Peter.
—Y luego me dijiste que te dejara tatuarme.
Se encogió de hombros.
—Admito
que sería de puta madre saber que fui el primero en tatuarte. Es un poco como
tomar tu virginidad.
—Bueno, eso requeriría que
regresáramos en el tiempo y no va a suceder — le dije con una sonrisa.
—Exactamente. Esto es lo segundo mejor. Confía en mí —dijo, en voz baja y suave.
Hazel se rió.
—Oh, Dios. Me avergüenza admitir que
esa línea funcionó conmigo.
—¿Sí? —dije, de repente sintiéndome muy incómoda—.
¿De Peter?
Se echó
a reír de nuevo.
—¡Ojalá! —Cerró los ojos y se encogió—. Bobby Prince. Tenía labia.
Y un pene pequeño. —Dijo la última frase en falsete y levantó el dedo índice y
pulgar, a ni siquiera un centímetro de distancia.
Todos
estallamos en risas. Hazel se secó la piel húmeda bajo sus ojos. Una vez que
recuperamos nuestra compostura, atrapé a Peter mirándome. Había algo en la forma en que me miraba
que me hacía olvidar todo acerca de ser responsable y razonable. Por una vez,
sólo quería ser joven y no pensar demasiado.
—Está bien, Pitt. Estalla mi cereza.
—¿En
serio? —preguntó de pie, con la espalda recta.
—¿Vamos
a hacerlo o qué? —pregunté.
—¿Qué quieres? —Se acercó a la
computadora y metió un lápiz en la boca, sosteniéndolo con los dientes.
Pensé por un momento y
luego sonreí.
—Muñeca. Sobre mis dedos.
—Me estás jodiendo —dijo Peter
a través del lápiz, aturdido.
—¿No es bueno? —pregunté.
Rió y se quitó el lápiz de la
boca.
—No, me gusta… mucho… pero ese es un tatuaje jodido para una virgen.
—Colocó el lápiz en su boca de nuevo, liberando su mano para mover el ratón.
Sonreí.
—Si voy a
perderla, quiero que sea correctamente.
El lápiz
cayó de la boca de Peter al suelo y se agachó para recogerlo.
— Uh… ¿Algún, uh…
algún tipo de letra en especial? —dijo, mirándome una vez antes de volverse
hacia el ordenador.
—Quiero que se vea femenino, así
no parece que vengo directamente de la cárcel.
—¿A color? ¿O blanco y negro?
—El contorno en negro. No sé de qué color. ¿Azul,
tal vez?
—¿Como
el Pitufo azul? —bromeó. Cuando no contesté, continuó—: ¿Qué tal un degradado?
¿Azul en la parte inferior y luego desvaneciéndolo poco a poco en la parte
superior de las letras?
—Fantástico —dije,
dándole un codazo en el hombro.
Una vez que me decidí por la fuente y el
color, Peter imprimió las trasferencias y lo seguí hasta su cuarto.
Me senté en la silla, y Peter
preparó su equipo.
—Esto va a ser duro —dijo
Hazel, sentada en una silla no muy lejos de mí.
Peter se puso unos guantes de
látex.
—Sólo voy a utilizar una aguja. Sin embargo va a doler muchísimo. Es
justo sobre el hueso. No tienes nada de grasa en los dedos.
—O en cualquier otro lugar —dijo Hazel.
Le guiñé un ojo.
Peter rió una vez mientras limpiaba
cada uno de mis dedos con un jabón
verde, los enjuagó, y luego puso alcohol
en una bola de algodón
y frotó cada uno de los dedos
que planeaba tatuar.
—Tal vez no quede la primera vez. Puede que tenga que hacerlo de nuevo. —Usó un dedo para quitar
un poco de vaselina donde limpió con alcohol.
—¿En serio? —dije con el ceño fruncido.
Hazel asintió.
—Sí. También pasa eso en los pies.
Peter ubicó
las trasferencias.
—¿Qué piensas? ¿Parecen
alineados? ¿Así es como los quieres?
—Asegúrate
de que está bien escrito. No quiero ser uno de esos idiotas con un tatuaje mal
escrito.
Peter
rió.
—Está bien escrito. Sería un completo idiota si no pudiera deletrear una
palabra de seis letras correctamente.
—Lo dijiste tú, no yo —bromeé.
Hazel negó con la cabeza.
—¡No lo insultes
antes de que marque de forma
permanente tu piel, niña!
—Lo va a hacer hermoso, ¿no es
cierto? —pregunté.
Peter
encendió la máquina y luego me miró con una expresión dulce.
— Ya eres hermosa.
Podía
sentir mis mejillas sonrojándose. Cuando Peter se aseguró de que las
transferencias se secaron, asentó la aguja sobre mi piel, lo que fue más como
una agradable distracción que un dolor insoportable. Peter dibujó, luego secó y
repitió el proceso, concentrándose mucho. Sabía que se aseguraría de que
quedara perfecto. A pesar de que al principio el dolor no era tan malo, a
medida que pasaban los minutos, la quemazón molesta que sentía en mis dedos
cada vez que él comenzaba a marcar mi piel hacía que fuera muy tentador alejarse.
—¡Listo!
—dijo, apenas quince minutos después. Limpió la tinta corrida, revelando las
letras en mis dedos. El azul era muy vívido. Era precioso. Me enfrenté al
espejo, formé puños y mantuve los dedos unidos.
—Te ves bien, muñeca —dijo Peter con una
amplia sonrisa. Era perfecto.
—Maldita sea, eso es
fuerte —dijo Hazel—. ¡Quiero tatuajes en mis dedos, ahora!
Peter me entregó unos
paquetes de crema Aquaphor.
—Ponle esto. Es una
mierda buena. Especialmente para los colores.
—Gracias —le dije.
Por un
momento me miró como si de verdad acabara de tomar mi virginidad. Mariposas
aleteaban en mi estómago y mi pecho se sentía caliente. Di unos pasos hacia
atrás y giré hacia el vestíbulo. El teléfono sonó, pero Hazel respondió por mí.
Peter apoyó los codos sobre
el mostrador, dándome la sonrisa más ridícula.
—Basta ya —dije, tratando de no devolverle la
sonrisa.
—No he dicho nada —dijo sin dejar de sonreír como
un idiota.
Mi celular sonó y luego sonó
de nuevo.
—Hola, Chase —dije, ya sabiendo que era él.
—Mamá cocinará esta noche. Nos vemos a las cinco.
—Tengo que trabajar. Ella sabe que trabajo los
fines de semana.
—Es por eso que es una cena
familiar en lugar de un almuerzo familiar.
Suspiré.
—No salgo hasta las siete.
—¿De dónde? ¿No estás
trabajando en el Red?
—Sí… —dije, maldiciéndome en
silencio por decirlo—. Todavía soy barman. Tengo un segundo trabajo.
—¿Un
segundo trabajo? ¿Por qué? —preguntó, con su voz llena de desprecio. Chase era
representante de una empresa de marcapasos y se pensaba que era genial.
Conseguía un buen dinero, pero le gustaba fingir que era un médico cuando, de
hecho, sólo hacía café para que tomara el personal.
—Estoy… ayudando a un amigo.
Chase se quedó en silencio
durante un largo tiempo, y luego finalmente habló:
—Coby está consumiendo otra
vez, ¿verdad?
Cerré los ojos con fuerza,
sin saber qué decir.
—Trae tu culo a casa de mamá a las cinco o voy a
por ti.
—Está bien —le dije, colgando y lanzando mi
teléfono sobre el mostrador.
Puse las manos en mis caderas y me quedé
mirando la pantalla del ordenador.
—¿Todo bien? —preguntó Peter.
—Acabo
de empezar una gran pelea familiar. El corazón de mi mamá se va a partir y todo
esto de alguna manera va a ser culpa mía. ¿Cal? —grité—. Voy a tener que salir
a las cuatro y media.
—¡No terminas hasta las siete! —gritó desde su
oficina.
—¡Es por la familia! ¡Va a salir a las cuatro y
media! —gritó Hazel.
—¡Cómo sea, entonces! —dijo Calvin, sin sonar muy
molesto.
—Cal —gritó Peter—. ¡Me voy con ella!
Calvin no respondió, en su
lugar la puerta se abrió de golpe y entró en el vestíbulo.
—¿Qué diablos está
pasando?
—Cena familiar —dije.
Calvin me miró con ojos
suspicaces por un momento y luego miró a Peter.
—¿Has visto a Bishop?
Peter volvió la cabeza.
—Nop. No lo vi.
Calvin se volvió hacia mí.
—¿Necesitas un respaldo para ir a casa para la cena? —dijo Calvin, dudoso.
—No.
—Sí, lo necesita —dijo Peter—. A pesar de que no lo
quiere admitir.
No pude esconder el tono de
súplica en mi voz.
—No sabes cómo son. Y esta noche va a ser… no quieres ir,
confía en mí.
—Necesitas al menos una persona de tu lado en la
mesa y ese seré yo.
¿Cómo iba a discutir con eso? A pesar de que no quería que
Peter viera la locura que era mi familia, sería de
consuelo cuando, inevitablemente, descubrieran la recaída de Coby y decidieran
que el que no lo supieran era de alguna manera culpa mía. Y luego sería el
momento en que Coby descubriera que lo delaté.
—Simplemente
no… golpees a nadie.
—Trato —dijo, abrazándome
contra su costado.
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