—¡Coors Light!
—¡Vegas Bomb!
—¡Maldición! —dije, inclinándome para recogerla.
—Lo tengo —dijo Gruber, corriendo detrás de la barra para limpiar el desorden.
Era la segunda semana en mi nuevo trabajo, y ya empezaba a desgastarme. Salir directamente de clases para ir a Skin Deep, no era difícil el lunes o el martes, pero desde el miércoles hasta el domingo, pateaban mi trasero. Tratar de seguir el ritmo de estudio y trabajo, después de un turno que se prolongaba hasta después de las dos de la madrugada, y luego despertarse para una clase a las nueve, era agotador.
—¿Estás bien? —dijo Hank en mi oído—. Esa es la primera vez que has dejado caer una botella desde que aprendiste a manejarlas.
—Estoy bien —le dije, limpiándome las manos mojadas con la toalla que tenía en el bolsillo trasero.
—¡Dije Coors Light!
—¡Espera un puto minuto! —le gritó Cande al idiota impaciente de pie entre otros cuarenta idiotas impacientes en mi puesto—. Todavía no entiendo por qué estás haciendo esto por Coby —dijo, con un residuo de ceño fruncido aún en la cara.
—Es más fácil.
—Estoy bastante segura de que eso se llama permisividad. ¿Por qué se corregiría, Lali? Te tiene para pagar su fianza después de un viaje de culpabilidad de dos minutos.
—Es un chico estúpido, Can. Tiene permitido equivocarse —le dije, pasando por encima de Gruber para llegar al Curacao azul.
—Es tu hermano menor. No debería ser un idiota más grande que tú.
—Todo no siempre es de la forma en que se supone que es.
—¡Blue Moon!
—¡Blind Pig!
—¿Tienes Zombie Dust de barril?
Negué con la cabeza.
—Sólo en octubre.
—¿Qué tipo de bar es este? ¡Esa es una de las diez mejores cervezas que se han hecho! ¡Deben tenerla todo el año!
Hice rodar los ojos. El jueves por la noche era la noche de cervezas más económicas, y siempre permanecía lleno. La pista de baile se encontraba repleta, y el bar tenía tres filas con gente pidiendo cerveza y se duplicaba en el sitio principal que Hank, cariñosamente, llamaba el Mercado de la Carne, y no era hasta las once que la fiebre comenzaba.
—¡A la equina oeste! —gritó Hank.
—¡Lo tengo! —dijo Vico, abriéndose paso entre la multitud para llegar a una muchedumbre que se retorcía.
Los clientes eran siempre más violentos durante dos o tres días después de una pelea. Vieron a Thiago Lanzani golpear a un tipo sin piedad, y entonces, todos se alejaban de la lucha pensando que eran igualmente invencibles.
Cande sonrió, haciendo una pausa por unos segundos para observar a Vico trabajar. —Maldita sea, es sexy.
—Trabaja, perra —dije, agitando rápidamente una Nueva Orleans Fizz hasta que me ardieron los brazos.
Cande gimió, alineando cinco vasos de chupito, sacó la pila de servilletas del estante inferior, y luego le dio la vuelta a la botella de licor. Llenó los vasos de chupitos, y luego pasó una delgada línea sobre una sección limpia de la barra. Acercó un encendedor y el fuego entró en erupción.
El grupo más cercano a la barra se echó hacia atrás, alejándose de las llamas que se arrastraban a través del tablón de madera que tenían frente a ellos, y entonces se animaron.
—¡Maldición, retrocedan! —gritó Cande mientras el fuego se extinguía al cabo de treinta segundos.
—¡Lindo! —dijo Peter, de pie frente a mí, con los brazos cruzados.
—Mantente alejado de la esquina oeste —dije, asintiendo hacia el mar rojo de idiotas balanceándose, de los que se encargaban Vico y Gruber.
Peter giró, y luego negó con la cabeza.
—No me digas qué hacer.
—Entonces saca tu mierda de mi bar —le dije con una sonrisa.
—Obstinada —dijo Peter, encogiéndose de hombros un par de veces.
—¡Bud Light!
—¡Margarita, por favor!
—Hola, sexy —dijo una voz familiar.
—Hola, Baker —dije con una sonrisa. Llevaba dejando billetes de veinte en mi tarro de propinas durante más de un año.
Peter frunció el ceño.
—Te falta la camisa —dijo.
Miré mi chaleco de cuero. Sí, mis tetas estaban bastante a la vista, pero trabajaba en un bar, no en una guardería
— ¿Estás diciendo que no apruebas mi atuendo? —Peter empezó a hablar, pero puse mi dedo sobre sus labios—. Ay, eso es lindo. Pensaste que de verdad te preguntaba.
Peter besó mi dedo y me apartó la mano.
Cande deslizó un chupito hacia Peter y le guiñó un ojo. Él le devolvió el guiño, levantó el trago hacia ella, y luego se dirigió al otro lado de la pista de baile, a las mesas de billar, a menos de un metro de distancia de la pelea con la que Vico y Gruber seguían lidiando. Peter observó durante unos segundos más, acompañó el chupito que le dio Cande con whisky, y luego se dirigió hacia el centro de la multitud. Y así, como una gota de aceite en un recipiente con agua, el grupo de riñas retrocedió.
Peter dijo unas pocas palabras para que luego Vico y Gruber escoltaran a dos de los chicos hacia la salida.
—Le debería ofrecer un puesto de trabajo —dijo Hank, observando la escena detrás de mí.
—No lo tomaría —dije, mezclando otro trago. A diferencia de su hermano pequeño, me di cuenta de que Peter prefería no pelear. Sólo que no tenía miedo de ello, y al igual que los otros chicos Lanzani, estaba arraigado en él como una opción predeterminada para resolver un problema.
Cada pocos minutos, durante casi una hora, me encontré explorando la habitación en busca del cabello castaño y la camiseta blanca. Las mangas cortas quedaban ajustadas alrededor de los músculosos bíceps de los brazos y el amplio pecho, aunque por dentro, me encogía por notarlo. Peter siempre destacaba para mí, pero nunca traté de llegar a conocerlo lo bastante bien como para entender por qué. Obviamente, permanecía rodeado de un montón de mujeres, y la idea de esperar en la fila no me atraía, pero todavía lo notaba. Era difícil no hacerlo.
Peter se inclinó para hacer el tiro ganador en una de las mesas de billar, la gorra blanca girada hacia atrás. Es evidente que era una de sus favoritas, ya que el blanco estaba un poco sucio y hacía que luciera más oscuro con el bronceado de verano.
—¡Santas bolas de vaca! ¡Ya van dos peleas en la entrada! —dijo Blia con los ojos llenos de asombro—. ¿Necesitas un descanso?
Asentí, tomando el pago por el último cóctel que hice.
—No tardes mucho. Este lugar está a cinco segundos de volar por los aires.
Le guiñé un ojo.
—Sólo voy a hacer pis, fumo, y regreso.
—Nunca nos dejes —dijo Blia, ya tomando una orden de bebidas—. He decidido que no estoy lista para esta barra.
—No te preocupes. Hank tendría que despedirme primero.
Hank lanzó una servilleta arrugada hacia mi cara.
—No tienes que preocuparte por eso, matadora.
Le golpeé juguetonamente el brazo y me dirigí hacia el baño de los empleados. Una vez dentro de la cabina, bajé mis bragas hasta las rodillas y me senté, el bajo de la música exterior se escuchaba a un ritmo sordo pero constante. Las delgadas paredes vibraban, y mis huesos se imaginaban haciendo lo mismo.
Después de revisar mi teléfono, alcancé el papel higiénico. Todavía nada de P.J., pero yo era la última persona que le mandaría un mensaje. No sería el tipo de chica que pedía atención.
—¿Ya terminaste? —dijo Peter desde el otro lado de la cabina.
Todo mi cuerpo se tensó.
—¿Qué demonios haces aquí? Este es el baño de mujeres, Acosador Ranger de Texas.
—¿Acabas de insinuar que soy comparable a Chuck Norris? Porque tomaré eso.
—¡Sal de aquí!
—Cálmate. No puedo verte.
Tiré de la cadena y abrí la puerta con tanta
fuerza, que golpeó contra el mostrador de lavabo. Después de lavarme las manos y sacar un par de
toallas de papel, me aseguré de mirar a Peter.
—Me alegra ver que los empleados realmente hacen lo
que dice el cartel.Siempre me he preguntado eso.
Lo dejé
solo en el baño y me dirigí hacia la puerta de entrada de los empleados.
En el momento en que salí, el frío
congeló las partes desnudas de mi piel. Seguían llegando automóviles y
estacionándose sin orden en el césped del lado más lejano del estacionamiento.
Puertas daban portazos, y los amigos y parejas caminaban hacia la entrada,
desacelerando por una larga fila de estudiantes universitarios que esperaban
que los dejaran entrar.
Peter se
puso a mi lado, sacó un cigarrillo y lo encendió,
luego encendió el mío.
—Deberías dejar de fumar —dijo—. Mala costumbre. No es atractivo
para una chica.
Estiré el cuello hacia él.
—¿Qué? No estoy tratando de ser atractivo. No soy
una chica.
—No me agradas.
—Sí, lo hago.
—Tampoco estoy tratando de ser bonita.
—Estás fallando.
Miré por
encima de él, intentando con todas mis fuerzas no sentirme halagada. Una
sensación de calor se agrupó en mi pecho, y luego comenzó a extenderse todo el
camino hasta los dedos de mis manos y mis pies. Él tenía el mejor-peor efecto
en mí. Como si todo lo que era, y no era, fuera deseable. Ni siquiera tenía que
intentarlo. La apreciación persistente de Peter por todo lo que sabía de mí,
era adictiva. Me encontré con ganas de más, pero no sabía con seguridad si era
la forma en que me hizo sentir lo que me gustó, o el sentimiento familiar. Esto era como mis tres
primeros meses con P.J. El calor que sentí un segundo antes se desvaneció y
empecé a temblar.
—Te ofrecería mi chaqueta,
pero no traje —dijo Peter—. Sin embargo, tengo estos. —Levantó los brazos del
cuerpo con las palmas hacia arriba.
Me encogí de hombros.
—Estoy
bien. ¿Cómo fue el último par de horas de trabajo esta noche?
Cruzó los brazos sobre el pecho.
—Lo estás haciendo
muy bien en el trabajo. Hazel se quejaba porque no estabas allí, y luego
Calvin también empezó.
—¿Al menos dijiste algo por mí?
—¿Qué querías que dijera? ¡Cierra la puta boca, Hazel! ¡Es una trabajadora terrible y no la quiero
aquí!
—Un amigo de verdad lo hubiera hecho.
Peter negó con la cabeza.
—No tienes ni un maldito sentido. Pero creo que eso me gusta.
—Gracias, creo. —Apagué la punta de mi cigarrillo y
lo boté—. A trabajar.
—Siempre —dijo Peter, siguiéndome.
Blia
volvió a la caseta del frente, y luego Jorie se acercó para relevar a Cande. Peter
tomaba la cuarta botella de cerveza para el momento en que Cande regresó, y
parecía más irritado después de cada botella que tomaba.
—¿Estás bien? —le pregunté por encima de la música.
Asintió,
pero no se detuvo, mirándose los dedos entrelazados apoyados en la barra. Me di cuenta por primera vez de
que su camiseta tenía dos pájaros azules pálidos por encima de la palabra
¿TRAGAS? Muchos tatuajes complementaban la camisa, así como los vaqueros
ajustados, pero la pulsera de plástico color rosa, blanco y morado no lo hacía.
Toqué la pulsera con el dedo índice.
—¿Olive?
Giró un poco la muñeca.
—Sí.
—Incluso la mención de su mejor amiga no lo animaba.
—¿Qué pasa, Peter? Estás actuando raro.
—Está aquí.
—¿Quién está aquí? —dije, entrecerrando los ojos
mientras preparaba otro cóctel.
—El idiota al que eché de Skin Deep.
Miré
alrededor, y allí estaba, a pocos metros por la izquierda de Peter, flanqueado
por Jeremy y Kylie. Ella llevaba otro vestido corto, sólo que este era color
ámbar y mucho más ajustado.
—No le hagas caso. Vamos a pasar un buen rato esta
noche.
—¿Vamos? Estoy
sentado aquí mismo —espetó.
Clay me
sonrió, pero bajé la mirada, con la esperanza de no alentar ningún comentario
sarcástico que haría que Peter explotara. No hubo suerte.
—¡Mira, Jeremy!
¡Es la zorra secretaria! —dijo Clay. Estaba
más borracho de lo que estaba en la tienda de tatuajes.
Busqué a
Vico, pero no lo vi. Era probable que se encontrara en la entrada, donde se
producían las peleas. Gruber permanecía en la pared oeste, donde también se sabía que se formaban peleas.
Tuffy se estaba de vacaciones, así que Hank permanecía probablemente en la
entrada para revisar los documentos y
tomar el dinero.
—¡Tomaré
una botella de Bud, perra! Y no conseguirás una propina porque me echaron la
otra noche.
—¿Quieres que lo hagan otra vez? —pregunté.
—Puedo llevarte a un callejón oscuro y doblarte
—dijo, retorciéndose.
Peter se
tensó, y puse mi mano sobre la suya.
—Está cubierto. Dame un segundo y tendré a
Vico escoltándolo.
Peter no levantó la vista hacia mí, sólo asintió,
con los nudillos blancos.
—No estoy de humor para tu mierda esta noche. Ve a
ordenar al quiosco.
—¡Cerveza
para mí, perra! —dijo Clay, justo antes de que se diera cuenta de qué manos
sostenía.
Peter salió disparado de su asiento, arroyando a un
par personas.
—¡Peter,
no! ¡Maldita sea! —Salté por encima de la barra, pero no antes de que Peter le
diera un par de golpes a Clay, quien ya se encontraba en el suelo, sangrando.
Caí de rodillas y me cubrí la cabeza, cubriendo a Clay con mi cuerpo al mismo
tiempo.
Jorie gritó por encima de la música.
—¡Lali, no!
Cuando
no pasó nada, levanté la mirada, viendo a Peter de pie junto a nosotros, con el
puño en alto, temblando en el aire. Kylie permanecía de pie junto a Peter, mirándonos.
Simplemente era una espectadora, ni un poco preocupada por Clay.
Vico y Cande se encontraban
de pie junto a mí cuando me levanté, y Vico ayudó a Clay a ponerse de pie.
Jorie señaló a Clay, y Vico lo tomó del brazo.
—Bien. Vámonos —dijo Vico.
Clay dio un tirón del brazo
que Vico sujetaba y se limpió la sangre de la boca con la manga.
—¿Quieres más, rayito de sol? —preguntó Peter.
—Púdrete —dijo Clay, escupiendo sangre en el suelo—. Vamos,
Kylie.
Peter tomó a Kylie contra
su costado y la señaló.
—¿Esta es tu chica?
—¿Qué pasa con eso?
—preguntó Clay.
Peter agarró a Kylie e inclinó su
espalda, plantándole un beso en la boca. Le devolvió el beso, y durante unos
segundos los dos parecían más que entusiasmados. Peter deslizó la mano por su
costado y luego agarró su culo con una mano, manteniendo el otro brazo en el
hueco de su cuello.
Mi estómago cayó, y al igual
que todos los demás, me congelé hasta que Peter volvió a su posición vertical y
la empujó suavemente hacia Clay.
Clay
hizo una mueca, pero no reaccionó. Kylie estaba más que satisfecha, y se giró
para dedicarle a Peter una última mirada coqueta mientras Clay la arrastraba de
la mano hacia la salida. Vico los siguió, no sin antes hacerle una cara a Cande
de, ¿qué mierda? y luego a mí.
No fue hasta ese momento que
me percaté de que todos los músculos de mi cuerpo permanecían tensos.
Me acerqué a Peter,
apuntando a su pecho.
—Haz esa mierda otra vez, y voy a tener que echarte de
aquí.
Uno de los lados de la boca de Peter se alzó.
—¿Los
puñetazos o el beso?
—¿Tu culo tiene celos de la cantidad de mierda que sale de tu boca? —dije,
rodeando la barra.
—¡Ya he oído eso! —dijo Peter.
Cogió la cerveza de la barra y luego se acercó a las mesas de billar como si
nada.
—No es por arruinar toda tu
exhibición, hermana, pero te ves enojada —dijo Cande.
Empecé a lavar vasos
mientras los odiaba, porque en ese momento lo odiaba todo.
—No lo podía
soportar en la escuela secundaria, y no podía soportarlo ahora.
—Has estado saliendo mucho con él para alguien que
no puede soportarlo.
—Pensé que cambió, pero parece que no.
—Aparentemente no —dijo Cande
inexpresiva, haciendo estallar la parte superior de tres botellas de cerveza,
una tras otra.
—Cállate,
cállate, cállate —canté, tratando de ahogar sus palabras. No lo quería, de
todos modos. ¿Qué me importaba si era un mujeriego que metía la lengua en la
garganta de alguien solo para molestar a su
novio?
El rápido ritmo detrás de la barra
continuó, pero, afortunadamente, las peleas se calmaron
justo antes del último pedido.
Siempre era un gran dolor
en el culo tratar de salir de
allí cuando todo el lugar estallaba en una pelea en el momento del cierre. Las
luces se encendieron y la multitud se dispersó. Por una vez, Vico y Gruber no
tenían que entrar en modo cabrón para
sacar a los rezagados. En su lugar, animaron cortésmente a la gente a
retirarse, mientras Cande y yo cerrábamos el bar. Lita y Ronna entraron con
escobas y otros productos de limpieza. A las tres de la madrugada, los camareros se encontraban
listos para irse, y por las normas, Vico y Gruber nos llevaron a nuestros
automóviles. Caminando con
Cande cada noche
y llenando esos
momentos cortos con sutil encanto, fue exactamente como Vico finalmente la convenció de que lo dejara
llevarla a una cita. Gruber
me acompañó hasta
Pitufo, estrechando nuestros abrigos para protegernos del
frío. Cuando el automóvil de Peter apareció a la vista, Gruber y yo nos detuvimos al mismo tiempo.
—¿Necesitas que me quede?
—preguntó en voz baja Gruber mientras seguimos caminando.
—¿Qué vas a hacer? —susurró Peter—. Nada.
Arrugué la nariz, asqueada.
—No seas un idiota. No puedes ser un imbécil con los chicos que son mezquinos y los que son amables conmigo.
—¿Qué
pasa con aquellos
que somos ambos? —dijo, sus cejas moviéndose.
Asentí hacía Gruber.
—Estoy bien.
Gruber asintió y volvió
hacia el Red.
—Estás borracho —le dije
abriendo la puerta del lado del conductor del Jeep—. ¿Has llamado a un taxi?
—No.
—¿Uno de
tus hermanos?
—No.
—¿Así que caminarás a casa?
—pregunté, tirando del llavero con abridor de botellas de color rojo brillante
que colgaba del bolsillo de sus vaqueros. Sus llaves llegaron junto con él.
—No
—dijo, sonriendo.
—No te voy a llevar a
casa.
—No. No dejo que las
chicas me lleven, nunca más.
Abrí la puerta del automóvil y suspiré,
sacando mi teléfono celular.
—Te llamaré un taxi.
—Vico me llevará.
—Si sigue llevándote a casa, vas a tener que
hacerlo oficial en Facebook.
Peter se echó a reír, pero luego
la sonrisa se desvaneció.
—No sé por qué lo hice. Con ella. Hábito, supongo.
—¿No eras tú el que hablaba de hábitos
desagradables antes?
—Soy un pedazo de mierda. Lo siento.
Me encogí de hombros.
—Haz lo que
quieras.
Parecía herido.
—No te importa.
Tras una breve pausa,
sacudí la cabeza. No me atrevía a mentir en voz alta.
—¿Estás enamorada de él?
¿De ese tipo?
—Vamos, Pitt. ¿Qué es
esto?
El rostro de Peter se
contrajo.
—Tú y yo… Sólo somos amigos, ¿no es cierto?
—A veces no estoy segura
de sí somos eso.
Peter asintió, y luego bajó la mirada.
—Bien. Sólo lo comprobaba. —Se alejó, y resoplé con frustración.
—Sí
—dije en voz alta para él.
Se giró, mirándome con
expectación.
—Somos amigos.
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