Mamá no dudó en devolver un mensaje destinado a hacerme sentir culpable.
—¡Estoy montando a Vico! —gritó Cande desde su dormitorio.
—¡Cande! —grité desde mi cama. La llamada telefónica con P.J. no había terminado hasta altas horas de la madrugada. Discutimos partes vagas que podía revelar de su proyecto, y luego hablamos de Peter y Olive. No parecía en lo más mínimo celoso, lo que me molestó. Y entonces me sentí culpable cuando me di cuenta de que trataba de darle celos, así que me pasé el resto de la conversación siendo súper dulce con él.
Después de una larga charla conmigo misma, tiré de mis mantas y me arrastré hasta el baño. Cande ya había estado allí. El espejo se encontraba todavía empañado, y las paredes aún sudorosas por el vapor.
Encendí la ducha y agarré dos toallas, mientras que el agua se ponía caliente me quité la desgastada camiseta de fútbol Bulldog y la tiré al suelo. La tela era tan fina que veías algunos lugares a través de ella. Era la camisa de P.J., gris con la escritura azul. La utilicé la noche antes de que P.J. se fuera de regreso a California —la primera noche que dormimos juntos— y no me la pidió cuando se fue. Esa camisa representaba una época en la que todo era perfecto entre nosotros, por lo que mantenía un significado especial para mí.
Al mediodía me había vestido, salté en el Pitufo con un mínimo de maquillaje y el pelo mojado, manejé al restaurante más cercano de comida rápida para tomar un par de artículos del menú, tomé $2.70 dólares en monedas para pagar el almuerzo, y luego hice mi camino hacia el Red Door. La zona de entrada se encontraba vacía, pero la música sonaba a través de los altavoces. Rock clásico. Eso significaba que Hank ya se encontraba allí.
Cuando me senté en el bar, Hank dio la vuelta por el otro lado y sonrió. Llevaba una camisa abotonada negra con pantalones negros y un cinturón negro. Típico de él durante las horas de trabajo, pero por lo general vestía informal los domingos.
Me senté a horcajadas sobre un taburete, y apoyé la barbilla en mi puño.
— Oye, Hank. Te ves bien.
—Bueno, hola, guapa —dijo Hank con un guiño—. No voy a ir a casa antes de abrir esta noche. Trámites y toda esa divertida mierda. ¿Disfrutaste tu fin de semana libre?
—Lo hice, dadas las circunstancias.
—Jorie dijo que Peter Lanzani andaba alrededor de tu mesa la noche del viernes. Debo habérmelo perdido.
—Estoy sorprendida. Generalmente ves a los Lanzani como un halcón. Hank hizo una mueca.
—Tengo que hacerlo. O están, bien empezando una pelea o terminando una.
—Sí,
casi empieza una con Coby, el idiota. Incluso cuando le dije que se fuera, no retrocedió.
—Suena bien.
—¡Yo ya necesito un trago! —llamó Jorie desde el otro lado de la habitación. Caminaba con Blia. Ambas
tomaron un taburete a cada lado de mí y pusieron sus bolsas en el bar.
—¿Una mala noche? —dijo Hank, divertido.
Jorie
levantó una ceja. Si era posible masticar coquetamente un pedazo de goma de
mascar, ella lo hacía.
—Dime tú.
—Yo diría que tuviste una muy buena noche —dijo con
una sonrisa.
—Qué asco
—dije, toda mi cara en una mueca.
El cabello de Hank, oscuro
y rizado, ojos de color azul claro, la sombra de una barba y piel bronceada le hacían
atractivo para casi todas las mujeres entre las edades de quince y ochenta
años, pero Hank tenía doce años más que nosotros, y yo fui testigo de muchas de
sus travesuras así que para mí era más como tío agradable pero malhumorado. La única cosa que quería verlo hacer era
papeleo y contar el dinero al final de la noche—. Nadie necesita escuchar eso.
Hank fue
responsable de terminar por lo menos una docena de matrimonios en nuestra pequeña
ciudad, y era conocido por prestar atención a las mujeres jóvenes apenas
legales sólo el tiempo suficiente para sumergir su estaca. Pero cuando Jorie
comenzó a trabajar en el Red el año pasado, se obsesionó. Jorie, soldado del
ejército con nueve ciudades en su haber y sin dejarse impresionar por la
mayoría de las cosas, definitivamente no caía en los encantos de Hank. No fue
hasta que hubo un gran cambio en su comportamiento y reputación que le dio la
hora del día. Habían tenido un par de contratiempos, pero eran buenos el uno
para el otro.
Jorie me dio un codazo y le dio a Hank una mirada
juguetona.
Tuffy entró, con aspecto cansado y
deprimido, como de costumbre. Era un guardia de seguridad en el Red hasta que
fue despedido. Sin embargo, Hank tenía una debilidad por él, y lo volvió a
contratar seis meses más tarde como DJ. Después de su tercer divorcio y su
tercer combate con la depresión, perdió su trabajo demasiadas veces y fue
despedido de nuevo. Ahora, con su cuarta esposa y cuarta oportunidad en el Red,
fue relegado a trabajar en la entrada y comprobar las identificaciones con la
mitad del salario.
Sólo
unos segundos después, Rafe Montez entró detrás de Tuffy. Él se hizo cargo del
puesto de DJ después de Tuffy, y, francamente, era mucho mejor. Se quedó en
silencio y se mantuvo para sí mismo, y a pesar de que trabajaba en el Red desde
hacía casi un año, yo no sabía mucho acerca de él aparte de que nunca perdió una noche de trabajo.
—¡Santa
maldita mierda, Lali! ¡Debra Tillman le dijo a mi mamá que te encontrabas en
Chicken’s Joe con Peter Lanzani! —dijo Blia.
Los
rizos blanqueados de Jorie giraron de un hombro al otro cuando me miró.
—¿En
serio?
—Fui
coaccionada. Apareció en mi apartamento con una niña pequeña. Le dijo que podía
ir a Chicken’s Joe tan pronto como yo estuviera lista.
—Eso es
un poco dulce. —Blia apartó el largo cabello negro de su hombro y sonrió,
haciendo que sus hermosos ojos almendrados se convirtieran en rendijas
delgadas. Tenía apenas un metro sesenta y siempre llevaba zapatos altísimos
para compensar su baja estatura. Hoy llevaba plataformas de un centímetro de
espesor con pantalones blancos pegados y un top de flores que se arrugaba en su
estómago y caía de uno de sus hombros. Con su sonrisa de reina de belleza y una
piel de azafrán sin defectos, siempre pensé que
se encontraba destinada a ser famosa en lugar de perder el tiempo detrás de la
barra de cerveza, pero no parecía interesada.
Jorie frunció el ceño.
—¿Lo sabe P.J.?
—Sí.
—¿No es eso... incómodo? —preguntó Jorie.
Me encogí de hombros.
—No pareció importarle.
Hank
miró más allá de mí y sonrió, me di la vuelta para ver a Cande y Vico caminar
dentro. Cande caminaba rápidamente, buscando algo en su bolso, y Vico iba unos
pasos por detrás, tratando de mantener el ritmo.
Cande se
sentó en un taburete y Vico se paró a su lado.
—No puedo encontrar mis malditas
llaves. ¡He buscado por todas partes!
Me
incliné hacia delante.
—¿En serio? —Nuestras llaves del apartamento se
encontraban en ese llavero.
—Las encontraré —me aseguró
Cande. Perdía sus llaves por
lo menos dos veces al mes, así que no iba a
presionarla demasiado por ello, pero siempre me preguntaba si la próxima
vez sería el momento en que tendríamos que pagar para cambiar las cerraduras.
—Voy a pegar esas malditas cosas a tu lado, Can —le
dije.
Vico le
dio al hombro de Cande un suave apretón tranquilizador.
—Las tenía anoche.
Están ya sea en mi camión o en el apartamento. Las veremos más tarde.
La
puerta lateral se cerró, y todos miramos hacia la puerta al final del pasillo
para ver al último de nosotros, Chase Gruber, pasearse a través de la entrada
de empleados en su traje típico. El universitario de dos metros vestía
pantalones cortos durante todo el año.
En el invierno llevaba una sudadera con capucha de ESU Bulldogs sobre una
camiseta al azar, pero su pelo corto y rizado siempre se encontraba cubierto
por cualquier casco o su gorra roja de béisbol favorita. Tenía sus cordones
desatados y se veía como si acabará de rodar fuera de la cama.
El rostro de Blia se iluminó.
—Fantástico, ¡es Gruber!
Gruber no
sonrió o se quitó sus gafas de sol.
—¿Un día duro, Booby? —dijo
Vico con una sonrisa.
Todos
los chicos de fútbol se llamaban entre sí por sus apellidos. Para ser honesta, no estaba convencida de que supieran
sus otros nombres
de pila. Gruber fue apodado rápidamente Gruby durante la práctica, y en algún momento después de que Gruber comenzó en el
Red, Vico empezó a llamarlo Booby. Fue divertido el año pasado, pero el nombre
ya perdía su brillo, para Gruber y para todos los demás, excepto Vico.
Gruber
se sentó en el taburete vacío junto a Blia con los codos sobre la barra y los
dedos entrelazados.
—Vete a la mierda, Vico. El entrenador hizo correr nuestros
culos como demonio hoy porque perdimos anoche.
—Entonces no pierdan —dijo Tuffy.
Vico
se rió entre dientes.
—Muerde mi polla,
desertor.
Vico se rió una vez más y sacudió
la cabeza. Era cierto. Se dio por vencido en el equipo de fútbol antes de que
comenzara la temporada, pero eso fue porque se rompió la rodilla al final del
último partido de su segundo año. Sufrió múltiples desgarros de ligamentos, uno
fue destrozado, y la rótula se dislocó. Yo ni siquiera sabía que la rótula se
podría dislocar, pero el cirujano traumatólogo dijo que nunca volvería a jugar.
Cande dijo que no hablaba de ello, pero parecía estar lidiando bien con eso.
Como un verdadero estudiante de primer año, Vico ayudó a nuestra pequeña
universidad a ganar el campeonato nacional. Sin él, el equipo se encontraba en
aprietos.
La
puerta se cerró de nuevo, y todos nos congelamos. Era demasiado pronto para los
clientes, y a menos que alguien siguiera a Gruber, sólo los empleados sabían
cómo entrar por la puerta lateral. Todos jadeamos en conjunto cuando P.J.
apareció. Tenía en la mano un juego de llaves brillantes.
—Me pasé por el apartamento. Éstas se hallaban
tiradas en las escaleras.
Salté de la cima de mi taburete
y caminé rápidamente hacia él. Me tomó en sus
brazos y me apretó un poco.
—¿Qué estás haciendo
aquí? —susurré.
—Me sentía terrible.
—Eso es dulce, pero, realmente, ¿qué haces aquí?
Suspiró.
—El trabajo.
—¿Aquí? —le dije, tirándolo para ver su
rostro. Decía la verdad, pero sabía que no me diría más.
P.J.
sonrió, y luego besó la comisura de mi boca. Arrojó las llaves a Vico, quien
las atrapó sin esfuerzo.
Cande rió una vez.
—¿En las escaleras? ¿Cayeron
de mi mano o algo así? — preguntó con incredulidad.
Vico se encogió de hombros.
—No sabría decirlo,
mujer.
P.J. se inclinó para
susurrarme al oído.
—No puedo quedarme. Mi avión sale en una hora.
No pude ocultar mi decepción, pero asentí. No tenía
sentido protestar.
—¿Hiciste lo que tenías que hacer?
—Creo que sí. —Tomó mi mano,
y asintió al resto del equipo—. Volverá enseguida.
Todo el
mundo hizo un gesto, y P.J. me llevó por la puerta lateral al estacionamiento.
Un alquilado y brillante Audi negro se encontraba estacionado a las afueras. Lo
había dejado encendido.
—Guau, no bromeabas. Realmente te vas ahora mismo.
Suspiró.
—Me debatí que
sería peor, si solo verte un segundo, o no verte en absoluto.
—Me alegro de que hayas venido.
Deslizó
su mano entre mi cabello y cuello, y me atrajo hacia él, besándome con los
labios que me hicieron enamorarme de él. Su lengua encontró su camino en mi
boca. Era cálida, suave y contundente al mismo tiempo. Mis muslos se tensaron
involuntariamente. La mano de P.J. se deslizó por mi brazo, y luego a mi
cadera, y muslo, donde apretó lo suficiente como para mostrar su desesperación.
—Yo también —dijo, sin
aliento cuando finalmente se apartó—. No sabes lo mucho que me hubiera gustado
quedarme.
Quería que lo hiciera, pero
no lo pedí. Eso sólo lo hacía más difícil para los dos, y podría hacerme ver
patética.
P.J.
entró en su coche y se marchó, y yo caminé de vuelta al Red, sintiéndome emocionalmente drenada. Cande tenía el labio
inferior hacia afuera, y Hank fruncía
tan severamente el ceño que una profunda línea se formaba entre sus cejas.
—Si me preguntas —dijo Hank,
cruzando sus brazos sobre su pecho—, ese pequeño bastardo corrió a casa para
marcar su territorio realmente rápido.
Mi cara se arrugó en repugnancia.
—Ugh.
Gruber asintió.
—Si Peter se
está paseando por aquí, entonces eso es exactamente lo que era.
Sacudí
la cabeza mientras me sentaba en el taburete.
—P.J. no se siente amenazado por Peter.
Escasamente lo mencionó.
—Entonces lo sabe —dijo Gruber.
—Bueno, sí. No estoy tratando de esconderlo.
—¿Crees que se encontraba aquí para hablar con Peter?
—preguntó Vico.
Sacudí
la cabeza otra vez, tirando de una cutícula.
—No. No le gusta hablar de nuestra
relación, por lo que definitivamente no se acercaría a Peter debido a mí.
Hank
gruñó y se alejó, regresando rápidamente.
—No me gusta eso tampoco. Debería
estar diciéndole al mundo que te ama, ¡no escondiéndote como un sucio secreto!
—Es
difícil de explicar, Hank. Es… muy reservado. Es una persona complicada —dije.
Blia
descansó la mejilla en su mano.
—Bolas de santa mierda, Lali. Toda tu relación es complicada.
—Me lo estás diciendo —dije,
levantando mi vibrante teléfono. Era P.J. diciéndome que ya me extrañaba. Le
devolví el sentimiento, y puse mi teléfono en la barra.
Por
primera vez en meses, no tenía que regresar al bar después de la
reunión de empleados del domingo, lo cual era completamente horrible, ya que se
hallaba tronando en el exterior, y la lluvia golpeaba las ventanas. Ya había
avanzado en mis estudios, todas mis tareas se encontraban hechas, y la ropa se
hallaba doblada y guardada. Se sentía raro no tener nada que hacer.
Cande manejaba la barra del este
con Jorie, y Vico manejaba la entrada, así
que me hallaba sola en casa y aburrida de pensar. Veía un extraño y fascinante
programa de zombi en la televisión, y luego presioné el botón de apagar en el
control, sentándome en completo silencio.
Pensamientos sobre P.J. empezaron
a arrastrarse dentro de mi mente. Me pregunté si para continuar con algo que
parecía tan inútil valía la pena arrastrar mi corazón a través del barro, y qué
significaba que viniera todo el camino hasta aquí solo para verme por tres
minutos.
Mi
teléfono zumbó. Era Peter.
Hola.
Hola.
Abre tu
puerta, perdedora. Está lloviendo.
¿Qué?
Tocó la puerta, y salté, dando la vuelta
en el sofá. Me escabullí hacia la puerta y me incliné más cerca.
—¿Quién es?
—Te dije quién era. ¡Abre
la maldita puerta!
Abrí el cierre
de la cadena y el perno para ver a Peter de pie en la puerta, su chaqueta empapada, y la lluvia
cayendo por su cuero cabelludo y por su cara.
—¿Puedo entrar? —dijo,
temblando.
—¡Jesús, Peter! —dije,
tirándolo dentro.
Corrí al baño a buscar una toalla
doblada, volví unos pocos segundos después, y se la arrojé. Se sacó la chaqueta
y la camisa, y luego se secó la cara y la cabeza con la toalla.
Miró
hacia sus pantalones. También se encontraban empapados.
—Vico podría tener algunos
pantalones en el cuarto de Can, espera
—dije, caminando rápidamente por el pasillo
de mi compañera de cuarto.
Volví con una camiseta y pantalones deportivos.
—El
baño está justo por ahí —dije, asintiendo hacia el
pasillo.
—Estoy
bien —dijo, desabrochándose el cinturón, desabotonándolo y abriendo la
cremallera, y pateo sus botas antes de dejar caer el pantalón al suelo. Salió
de ellos, y luego me miró con su sonrisa más encantadora—. ¿Crees que a Vico le
importaría si no uso ropa interior con sus pantalones?
—Sí, a mí también me importaría —dije.
Peter
fingió decepción, y luego se deslizó en las prendas. Su pecho y abdominales
estaban tensados y curvados debajo de su piel; traté de no ver mientras se
colocaba la camiseta sobre su cabeza.
—Gracias
—dijo—. Fui al Red y tomé un par de tragos después del trabajo. Cande dijo que
te encontrabas sola y aburrida hasta la muerte, así que pensé en detenerme por
aquí.
—¿No lo hiciste porque la lluvia te dio una excusa
para desnudarte?
—No. ¿Decepcionada?
—No, en lo absoluto.
Peter no se inmutó. En
cambio, saltó sobre la espalda de mi sofá y rebotó en los cojines.
—¡Vamos a
ver una película! —Buscó el control remoto.
—Estaba algo así como disfrutando mi primera noche
sola.
Se giró
hacía mí.
—¿Quieres que me vaya?
Lo pensé por un minuto. Debí haber
dicho que sí, pero eso hubiera sido una mentira. Caminé hacía el sofá y me senté lo más cerca al brazo que pude.
—¿Dónde está Olive?
—Con sus
padres, supongo.
—Me gusta ella. Es tan
linda.
—Es jodidamente adorable. Voy a tener que
matar al menos a un adolescente uno de estos
días.
—Oh,
ella va a lamentar alguna
vez haber hecho
amistad con un Lanzani — dije,
riendo.
Peter presionó el botón de encendido, y
presionó tres números. El canal cambió y un juego de fútbol de la NFL apareció.
—¿Está bien?
Me
encogí de hombros.
—Amo a los Forty-Niners, pero sus bolas no son muy buenas
este año. —Miré hacía Peter cuando me di cuenta de que él me miraba—. ¿Qué?
—Tengo un novio —le recordé.
Me despidió con un gesto.
—Es un obstáculo.
—No lo sé —dije—. Es un obstáculo muy caliente.
Se burló.
—Me has visto casi
desnudo, muñeca. Tu niño de larga distancia no luce nada como esto.
Lo miré
mientras flexionaba sus brazos. No eran tan grandes como los de Vico pero aún
eran impresionantes.
—Tienes razón. No tiene tantos tatuajes. O alguno.
Rodó sus ojos.
—¿Tienes a un niño bonito por novio?
¡Decepcionante!
—No es un niño bonito. Es un tipo duro.
Sólo de una manera diferente a ti. Una amplia sonrisa se dibujó su rostro.
—¿Crees que soy un tipo duro?
Me contuve de sonreír a
propósito, pero era difícil. Su expresión era contagiosa.
—Todo el mundo sabe
sobre los hermanos Lanzani.
—Especialmente —dijo,
parándose sobre los cojines y poniendo un pie a un lado de mí, mientras el otro
lo ondeaba entre mí y el brazo del sofá—, ¡este hermano Lanzani! —Comenzó a rebotar y al
mismo tiempo, flexionar sus músculos en diferentes poses.
Golpeé juguetonamente sus
pantorrillas, riendo.
—¡Ya basta! —le dije, saltando.
Se
inclinó y agarró mis manos, forzándome a pegarme en la cara un par de veces. No
dolía, pero siendo la hermana mayor de tres hermanos, esto, por supuesto
significaba guerra.
Me defendí, y luego agarró
mi camiseta, rodando sobre el suelo y llevándome con él, y entonces comenzó a
hacerme cosquillas.
—¡No! ¡Detente! —chillé,
riendo. Puse mis pulgares debajo de sus axilas y los hundí, y Peter saltó hacia
atrás. La misma maniobra funcionó con P.J.
P.J. Oh, Dios. Rodaba
sobre el piso con Peter. Esto no estaba bien… de ningún modo bien.
—¡Está bien! —dije, levantando mis manos— Tú
ganas.
Se congeló. Yo me hallada de
espaldas, y él se encontraba de rodillas, a horcajadas sobre mí.
—¿Yo gano?
—Sí. Y tienes que levantarte de
mí. Esto no es apropiado.
Se rió, puso de pie, y me levantó la mano.
—No
estamos haciendo nada malo.
—Sí, está mal de algún modo. Si yo fuera tu novia,
¿pensarías que esto está bien?
—Infiernos, sí. Esperaría que esta mierda sucediera
cada noche.
—No. Quiero decir con alguien más.
La cara de Peter cayó.
—Definitivamente no.
—Mmm, entonces. Vamos a ver cómo le patean los
traseros a los Forty-Niners, y luego le puedes decir a Cande que cumpliste con tu deber.
—¿Mi deber? Cande no me dijo
que viniera aquí. Solo dijo que tú te encontrabas sola y aburrida.
—¿No es eso la misma cosa?
—De ninguna manera, Lali,
estoy tomando todo el crédito por esto. No necesito a nadie convenciéndome de
pasar el rato contigo.
Sonreí, y luego subí el volumen.
—Entonces, Cal dijo que seguramente va a necesitar
a alguien en recepción.
—Ah,
¿sí? —le dije, aun viendo la televisión—. ¿Vas a aplicar?
Se rió una vez.
—Me dijo, y lo cito:
“Alguien caliente, Peter. Alguien con buenas tetas”.
—El trabajo soñado de cada chica.
Responder teléfonos y entregar acuerdos legales mientras un idiota machista me
da órdenes.
—No es un idiota.
Machista sí, pero no un idiota.
—No, gracias.
Justo entonces mi teléfono sonó. Busqué
en el espacio entre el brazo y el cojín del sofá para recogerlo. Era Coby.
Así que…
malas noticias.
¿Qué?
Recibí
un aviso final para el pago de mi coche.
Paga
tus cuentas, tonto.
Estoy un poco atrasado. Me
preguntaba si podrías prestarme un poco de dinero.
Mi
sangre se congeló. La última vez que Coby se atrasó en sus cuentas, era porque
hundía todo su sueldo en esteroides. Era el más pequeño de mis hermanos, pero era
el más fuerte, tanto en masa corporal como en cerebro. Era de mal genio, pero
la forma en que se comportaba la
noche del viernes
en el Red
debió haber sido una bandera roja.
¿Estás
usando otra vez?
¿En
serio, Lali? Maldita sea…
En
serio. ¿Estás usando?
No.
Miente otra vez,
y puedes explicarle a papá donde fue tu coche cuando sea reportado.
Le tomó varios minutos
para responder.
Sí.
Mis manos empezaron a temblar, pero me
las arreglé para seguir escribiendo.
Te inscribes en
un programa, me muestras la prueba. Pagaré tus cuentas. ¿Trato?
Eso podría ser la próxima
semana.
Tómalo o déjalo.
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