viernes, 12 de julio de 2019
Beautiful Oblivion: Capítulo 2
Mi teléfono sonó por tercera vez. Lo tomé de la mesita de noche para darle un vistazo. Era un mensaje de texto de Peter.
Levántate, perezosa. Sí, estoy hablando contigo.
—¡Apaga el teléfono, idiota! ¡Algunos tenemos resaca! —gritó Cande desde su dormitorio.
Hice clic para ponerlo en silencio y lo devolví a la mesa para cargarlo. Maldita sea. ¿Qué pensaba al darle mi número de teléfono?
Vico se movió pesadamente por el pasillo y se asomó, sus ojos todavía medio cerrados.
—¿Qué hora es?
—Ni siquiera las ocho.
—¿Quién está haciendo estallar tu teléfono?
—No es asunto tuyo —dije, dando vuelta sobre el costado. Vico se rió entre dientes, y luego comenzó a sacar ollas y sartenes de la cocina, probablemente preparándose para alimentar a su monstruoso ego.
—¡Odio a todo el mundo! —gritó Cande de nuevo.
Me senté, dejando que mis piernas colgaran a un lado de la cama. Tenía todo el fin de semana libre, algo que no ocurría desde el último fin de semana pasado que iba a ver a P.J., y él cancelaba. En aquel entonces, había limpiado el apartamento hasta que mis dedos estuvieron en carne viva, y luego lavé, sequé y doblé toda mi ropa sucia y la de Cande.
Sin embargo, esta vez no iba a andar deprimida por el apartamento. Miré hacia las fotos de mis hermanos y yo en mi pared, junto a una foto de mis padres y algunos de los dibujos que yo había intentado en la escuela secundaria. Los marcos negros eran un marcado contraste contras las paredes blancas en todo el apartamento. Había estado trabajando en hacerlo que se viera más habitable, comprando un juego de cortinas con cada cheque de pago. Los padres de Cande le dieron una tarjeta de regalo de Pottery Barn para Navidad, por lo que ahora teníamos un bonito juego de vajilla y una mesa de centro rústica de caoba manchada. Pero el apartamento mayormente parecía como si acabáramos de mudarnos, a pesar de que he vivido allí casi tres años y Cande más de uno. No era la propiedad más bonita de la ciudad, pero al menos el vecindario tenía más familias jóvenes y profesionales solteros que niños ruidosos y desagradables del colegio, y estaba lo suficientemente lejos de la universidad que no teníamos que lidiar con una gran cantidad de tráfico el día del partido.
No era mucho, pero era un lugar.
Mi teléfono sonó. Puse los ojos en blanco, pensando que era Peter, y me incliné para comprobar la pantalla. Era P.J.
Te extraño. Deberíamos estar acurrucándonos en mi cama en vez de lo que estoy haciendo ahora mismo.
Lali no puede hablar ahora. Tiene resaca. Deje un mensaje después de la señal. BIIP.
¿Saliste anoche?
¿Esperabas que me quedara en casa y llorara hasta quedarme dormida?
Bien. No me siento tan mal ahora.
No, sigue sintiéndote mal. Está realmente bien.
Quiero oír tu voz, pero no puedo llamarte ahora. Voy a tratar de llamarte esta noche.
Bien.
¿Bien? Me parece un desperdicio de mensaje de texto.
Trabajar parece un desperdicio de fin de semana.
Touché.
Supongo que hablaremos más tarde.
No te preocupes, la humillación será suficiente.
Eso espero.
Era difícil estar enojada con P.J., pero era imposible acercársele. Por supuesto, sólo habíamos estado saliendo durante seis meses, Los tres primeros fueron increíbles, y luego P.J. fue asignado para dirigir este crítico proyecto. Me advirtió lo que podría pasar cuando decidimos tratar de hacer que esto funcionara a distancia. Era la primera vez que era puesto a cargo de un proyecto completo, y era a la vez un perfeccionista y una persona destacada. Pero el proyecto era el más grande en el que había trabajado, y P.J. quería asegurarse de que no se le pasara nada. Eso, lo que fuera que eso era, era importante. Tanto que, si terminaba bien, conseguiría un gran ascenso. Mencionó una noche tardía que tal vez podría conseguir un departamento más grande, y que podíamos discutir la posibilidad de mudarme allí el año que viene.
Prefiero estar en otro sitio que aquí. Vivir en una pequeña ciudad universitaria donde exactamente no estás en la universidad no es tan genial. No había nada de malo con la universidad. La Universidad Estatal del Eastern era pintoresca y hermosa. Quise asistir allí desde que podía recordar, pero después de un año en los dormitorios, tenía que mudarme a un apartamento por mi cuenta. Incluso si proporcionaba un refugio seguro lejos de la ridícula vida de los dormitorios, la independencia venía con sus propias dificultades. Estaba con sólo unas pocas clases al semestre, y en vez de graduarme este año, sólo era un estudiante de segundo año.
Los muchos sacrificios que tuve que hacer para mantener la independencia que necesitaba era exactamente la razón por la cual no podía estar resentida con P.J. por hacer sacrificios para sí mismo, incluso si yo era el sacrificio.
La cama se hundió detrás de mí, y la colcha se elevó. Una pequeña mano helada tocó mi piel, y salté.
—¡Maldita sea, Cande! ¡Quita tus frías y desagradables manos de mí!
Se rió y me abrazó con más fuerza.
—¡Ya se ha desvanecido su frío mañanero! Vico está batiendo su docena o más de huevos, ¡y mi cama es como hielo ahora!
—Dios, come como un caballo.
—Es del tamaño de un caballo. En todas partes.
—Asco —dije, tapándome los oídos —. No necesito esa imagen tan temprano en la mañana. O nunca.
—Entonces, ¿quién está haciendo estallar tu teléfono? ¿Peter?
Me di la vuelta para ver su expresión.
—¿Peter?
—¡Oh, no te hagas la tímida conmigo, Mariana Espósito! Vi la expresión en tu cara cuando te entregó esa bebida.
—No hubo ninguna cara.
—Definitivamente hubo una cara!
Me deslicé de vuelta hacia el borde de la cama, empujando a Cande hasta que se dio cuenta de lo que yo estaba haciendo y gritó mientras caía al suelo con un ruido sordo.
—¡Eres un ser humano malo y horrible!
—¿Soy mala? —le dije, inclinándome sobre el borde de la cama—. ¡No le tiré la cerveza a una chica sólo porque quería su mesa de regreso!
Cande se sentó con las piernas entrecruzadas, y suspiró.
—Tienes razón. Me porté como una gran perra. La próxima vez, me comprometo a ponerle una tapa antes de tirarla.
Me caí hacia atrás contra mi almohada y me quedé mirando al techo.
—No tienes remedio.
—¡El desayuno! —gritó Vico desde la cocina.
Ambas nos apresuramos a salir de la habitación, riendo mientras luchábamos para ser la primera en salir por la puerta.
Cande se sentó en el taburete detrás de la barra del desayuno por aproximadamente medio segundo antes de que yo la pateara. Aterrizó sobre sus pies, pero su boca estaba abierta.
—¡Lo estás pidiendo hoy!
Tomé el primer bocado del panecillo de canela y pasas con mantequilla de manzana, y tarareaba mientras la bondad calorífica se derretía en mi boca. Vico había pasado bastantes noches aquí, así que sabía que yo despreciaba los huevos, pero como me hacía el desayuno alternativo, le perdonaba el olor a huevo podrido que llenaba nuestro apartamento cada vez que él pasaba la noche.
—Entonces —dijo Vico mientras masticaba —, Peter Lanzani.
Negué con la cabeza.
—No. Ni siquiera empieces.
—Parece que ya lo hiciste —dijo Vico con una sonrisa irónica.
—Ambos están actuando como si hubiera estado encima de él. Solo hablamos.
—Te compró cuatro bebidas. Y lo permitiste —dijo Cande.
—Y te acompañó hasta el coche —dijo Vico.
—E intercambiaron números telefónicos —dijo Cande.
—Tengo novio —dije, un poco mojigata y tal vez fingiendo no saber de qué hablaban. Tenerlos conspirando contra mí me hacía actuar extraña.
—A quién no has visto en casi tres meses, y que te canceló dos veces —dijo Cande.
—Por lo tanto, ¿es egoísta porque está dedicado a su trabajo y quiere ascender? —pregunté, en realidad no queriendo oír la respuesta —. Todos sabíamos que esto iba a suceder. P.J. fue honesto desde el principio acerca de lo exigente que podría ser su trabajo. ¿Por qué soy la única que no está sorprendida?
Vico y Cande intercambiaron miradas y luego continuaron comiendo sus repugnantes fetos de pollo.
—¿Qué harán hoy? —pregunté.
—Voy a ir a comer a casa de mis padres —dijo Cande —. También Vico.
Hice una pausa a mitad del bocado, y me quité el panecillo de la boca.
—¿En serio? Ese es un gran paso —dije con una sonrisa.
Vico sonrió.
—Ya me advirtió acerca de su padre. No estoy nervioso.
—¿No lo estás? —pregunté, con incredulidad.
Negó con la cabeza, pero parecía más confiado.
—¿Por qué?
—Es un ex marino, y Cande no es sólo su hija. Es su única hija. Es un hombre que ha luchado por la perfección y ha presionado sus propios límites toda su vida. ¿Crees que vas a entrar por la puerta, amenazando con quitarle su tiempo y atención con Cande, y sólo va a darte la bienvenida a la familia?
Vico se quedó sin habla. Cande me entrecerró los ojos.
—Gracias, amiga. —Palmeó la mano de Vico —. No le agrada nadie al principio.
—Excepto yo —dije, levantando la mano.
—Excepto Lali. Pero ella no cuenta. No es una amenaza para la virginidad de su hija.
Vico hizo una mueca.
—¿No fue ese Agustín Sierra hace como cuatro años?
—Sí. Pero papá no lo sabe —dijo Cande, un poco molesta de que Vico mencionara El Nombre Que No Debemos Decir.
Agustín Sierra no era un mal tipo, sólo fingíamos que lo era. Fuimos todos juntos a la secundaria, pero Agustín era un año más joven. Decidieron sellar el trato antes de que ella fuera a la Universidad, con la esperanza de que ayudaría a consolidar su relación. Pensé que se cansaría de tener un novio que todavía asistía a la escuela secundaria, pero Cande fue dedicada, y pasaron la mayor parte de su tiempo juntos. No mucho tiempo después de Agustín comenzó su primer año en la UEE, las maravillas de la Universidad, unirse a una fraternidad, y ser la estrella de primer año del equipo de fútbol del Estado de Eastern lo mantuvo ocupado, y el cambio dio lugar a discusiones nocturnas. Respetuosamente la terminó, y nunca dijo una mala palabra sobre ella. Pero tomó la virginidad de Cande y luego no cumplió su parte del trato: pasar el resto de su vida con ella. Y por eso sería siempre el enemigo de esta casa.
Vico terminó sus huevos y después comenzó a lavar los platos.
—Tú cocinaste. Voy a hacer eso —dije, empujándolo lejos del lavavajillas.
—¿Qué vas a hacer hoy? —preguntó Cande.
—Estudiar. Escribir ese trabajo que debo entregar el lunes. Puedo o no ducharme. Definitivamente no ir a casa de mamá y papá para explicarles por qué no dejé la ciudad como estaba previsto.
—Comprensible —dijo Cande. Sabía la verdadera razón. Ya les había dicho a mis padres que iría a ver a P.J., y querrían saber por qué me había cancelado de nuevo. No lo aprobaban, y no tenía ningún interés en perpetuar el ciclo disfuncional de hostilidad que se creaba cuando más de uno de nosotros estábamos en la misma habitación. Papá estaría en un estado de ánimo hostil como siempre lo estaba, y alguien diría demasiado, como siempre lo hacemos, y papá gritaría. Mamá le pediría que parara. Y de alguna forma, de alguna manera, siempre terminaría siendo mi culpa.
Eres una estúpida por confiar en él, Mariana. Guarda secretos, había dicho mi padre. No confío en él. Observaba todo con ojos sentenciosos.
Pero esa era una de las razones por las que me enamoré de él. Me hizo sentir tan segura. Como que no importaba a dónde fuéramos o lo que pasara, él me protegería.
—¿Sabe P.J. que saliste anoche?
—Sí.
—¿Sabe lo de Peter?
—No preguntó.
—Nunca pregunta acerca de tus salidas nocturnas. Si Peter no fuera la gran cosa, pensaría que lo mencionarías —dijo Cande con una sonrisa.
—Cállate. Ve a casa de tus padres y deja que tu papá torture a Vico.
Las cejas de Vico se juntaron, y Cande negó con la cabeza, acariciando su enorme hombro mientras caminaban hacia su dormitorio.
—Está bromeando.
Cuando Cande y Vico se fueron un par de horas más tarde, abrí los libros, el portátil y comencé a escribir mi trabajo sobre las ventajas de crecer con una computadora personal.
—¿A quién se le ocurre esta mierda? —gemí.
Cuando el documento fue escrito e impreso, comencé a estudiar para el examen de psicología que tenía el viernes. Todavía quedaba una buena semana de distancia, pero la experiencia me había enseñado que si esperaba hasta el último minuto, algo inevitablemente se presentaría. No era como si pudiera estudiar en el trabajo, y este examen sería particularmente difícil.
Mi celular sonó. Era Peter de nuevo.
Esto es nuevo. Nunca he tenido a una chica que me dé su número y después me ignore.
Me reí, cogí el teléfono con ambas manos y tecleé una respuesta.
No te estoy ignorando. Estoy estudiando.
¿Necesitas un descanso?
No hasta que termine.
Está bien, ¿y después podemos comer? Me muero de hambre.
¿Hicimos planes para comer?
¿No comes?
¿...sí?
Bien, entonces. Planeas comer. Planeo comer. Vamos a comer.
Tengo que estudiar.
Está bien... DESPUÉS, ¿podemos comer?
No tienes que esperarme. Ve y hazlo.
Sé que no tengo. Pero quiero.
Pero no puedo. Así que ve.
Está bien.
Puse el teléfono en silencio, y lo deslicé bajo mi almohada. Su persistencia era tan admirable como molesta. Por supuesto, sabía quien era Peter Lanzani. Éramos de la misma generación que se graduó en Eakins High. Lo había visto convertirse del niño sucio y mocoso que comía crayones y pegamento al hombre alto, tatuado y excesivamente encantador que era ahora. Desde el momento que obtuvo su licencia de conducir, labró su camino entre sus compañeras de clase en el instituto y alumnas de Eastern State, y juro que yo nunca he sido una de ellas. No es que él lo hubiera intentado antes. Hasta ahora. No quería estar halagada, pero era difícil no estarlo después de ser una de las pocas chicas con la que Peter y Thiago Lanzani nunca habían intentado dormir. Supongo que esto demostraba que no tenía un aspecto tan lamentable. P.J. era bello en calidad de revista, y ahora Peter me enviaba mensajes de texto. No estaba segura de qué era diferente en mí entre la escuela secundaria y la universidad, que captó la atención de Peter, pero sabía lo que era diferente en él.
Menos de dos años atrás, la vida de Peter cambió. Viajaba en el asiento del pasajero en el Jeep Liberty de Mackenzie Davis, se dirigían a una fiesta de vacaciones de primavera. El Jeep quedó apenas reconocible cuando fue arrastrado de vuelta a la ciudad en un remolque al día siguiente, al igual que Peter cuando regresó a Eastern. Tragado por la culpa de la muerte de Mackenzie, Peter no podía controlarse en clase, y para mediados de abril, decidió regresar a casa de su padre y dejar todas sus clases. Thiago había mencionado pequeñas cosas sobre su hermano en noches de poca actividad en el Red, pero no había oído hablar mucho más sobre Peter.
Después de otra media hora de estudiar y de masticar mis apenas uñas, mi estómago empezó a gruñir. Caminé hacia la cocina y abrí el refrigerador. Aderezo Ranch. Cilantro. ¿Por qué diablos está la pimienta negra en la nevera? Huevos... ew. Yogur sin grasa. Peor aún. Abrí el congelador. Genial. Burritos congelados.
Justo antes de apretar los botones del microondas, llamaron a la puerta.
—¡Cande! ¡Deja de olvidar tus malditas llaves! —Mis pies descalzos caminaron alrededor de la barra del desayuno y por la alfombra beige. Después de girar la cerradura del pestillo, tiré de la pesada puerta de metal, y al instante crucé los brazos sobre mi pecho. Sólo vestía una camiseta blanca y bóxers, sin sostén. Peter Lanzani estaba en la puerta, sosteniendo dos bolsas de papel blancas.
—Almuerzo —dijo con una sonrisa.
Durante medio segundo, mi boca reflejó la suya, pero luego desapareció rápidamente.
—¿Cómo supiste dónde vivo?
—Pregunté por ahí —dijo, pasándome. Colocó las bolsas en la barra de desayuno, y empezó a sacar los contenedores de comida—. Del Golden Chick. Su puré de papas y salsa me recuerdan al de mi mamá. No estoy realmente seguro de por qué. No la recuerdo cocinando.
La muerte de Dianne Lanzani había sacudido a nuestra ciudad. Estaba involucrada en la Asociación de Padres y Maestros, la Liga Junior Welfare, y entrenó al equipo de fútbol de Taylor y Tyler durante tres años antes de que fuera diagnosticada con cáncer. Me tomó por sorpresa que la mencionara tan a la ligera, aunque supongo que no debería de hacerlo.
—¿Siempre atacas por sorpresa el apartamento de una chica con comida?
—No, pero ya era hora.
—¿Hora para qué?
Me miró, inexpresivo.
—Para el almuerzo. —Entró en la cocina y empezó a abrir los armarios.
—¿Qué estás haciendo ahora?
—¿Platos? —preguntó.
Señalé el gabinete correcto y sacó dos, los colocó en el bar, y luego comenzó a servir patatas, salsa, maíz, y a dividir el pollo. Y luego se fue.
Me quedé parada junto a la barra, en mi pequeño y tranquilo apartamento, con los olores de pollo y salsa flotando por el aire. Esto nunca me había pasado antes, y no estaba segura de cómo reaccionar.
De repente la puerta se abrió de golpe, y Peter regresó, pateando la puerta para cerrarla detrás de él. Tenía en la mano dos grandes vasos de plástico con popotes saliendo del borde.
—Espero que te guste el refresco de cereza, muñeca, o no podemos ser amigos. —Puso las bebidas al lado de cada plato, y luego se sentó. Levantó la vista hacia mí—. ¿Y bien? ¿Te vas a sentar o qué?
Me senté.
Peter metió el primer trozo de comida en su boca, y, después de algunas vacilaciones, hice lo mismo. Era como una pequeña bola de paraíso en mi lengua, y una vez que empecé, la comida en mi plato como que desapareció.
Peter levantó un DVD de Spaceballs.
—Sé que dijiste que estabas estudiando, así que si no puedes, no puedes, pero Pablo, mi hermano, me la prestó la última vez que estuvo en la ciudad, y todavía no la he visto.
—¿Spaceballs? —pregunté, levantando una de mis cejas. La había visto con P.J. un millón de veces. Era una especie de cosa nuestra. No la vería con Peter.
—¿Eso es un sí?
—No. Fue muy amable de tu parte traer el almuerzo, pero tengo que estudiar.
Se encogió de hombros.
—Puedo ayudar.
—Tengo novio.
Peter ni se inmutó.
—Entonces no es mucho uno. Nunca lo he visto por ahí.
—Ya no vive aquí. Él... va a la escuela en California.
—¿Nunca viene a casa de visita?
—Todavía no. Está ocupado.
—¿Es de aquí?
—No es asunto tuyo.
—¿Quién es?
—Tampoco es asunto tuyo.
—Bien —dijo, recogiendo la basura y arrojándola al bote de basura en la cocina. Agarró mi plato, después el suyo y los enjuagó en el fregadero—. Tienes un novio imaginario. Lo entiendo.
Abrí la boca para discutir, pero hizo un gesto hacia el lavavajillas.
—¿Están sucios?
Asentí.
—¿Trabajarás esta noche? —Preguntó, llenando el lavavajillas, y luego buscando el jabón. Cuando lo encontró, vertió un poco en el pequeño recipiente y luego cerró la puerta, pulsando el botón de inicio. La habitación se llenó de un sonido ronroneante bajo y calmante.
—No, tengo el fin de semana libre.
—Increíble, también yo. Pasaré más tarde por ti.
—¿Qué? No, yo...
—¡Nos vemos a las siete! —La puerta se cerró, y una vez más el apartamento estuvo tranquilo.
¿Qué acaba de pasar? Corrí a mi habitación y cogí mi celular.
No iré a ninguna parte contigo. Te lo dije, tengo novio.
Mmm, bien.
Mi boca se abrió. En serio, no iba a aceptar un no por respuesta. ¿Qué iba a hacer? ¿Dejarlo frente a mi puerta, golpeando hasta que se diera por vencido? Eso sería grosero. ¡Pero también él! ¡Dije que no!
No había ninguna razón para ponerse como loca. Cande estaría en casa, probablemente con Vico, y le podría decir que salí. Con otra persona. Eso explicaría por qué mi coche estaría todavía en su lugar de estacionamiento.
Yo era muy, muy inteligente. Lo suficientemente inteligente como para haber mantenido mi distancia de Peter todos estos años. Lo había visto coquetear, seducir y botar desde que éramos niños. No había absolutamente ningún truco que Peter Lanzani pudiera jugar conmigo para el cual no estaría lista.
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