Peter.
El cuarto estaba oscuro cuando llegué. Rochi
me había llamado aquí.
Todo lo
que ella había dicho era:
—Es Lali. —Yo había venido de inmediato, pero no
esperaba que fuera el dormitorio de Lali desde
donde me estaba llamando. Recorrí la habitación, y encontré a Lali acurrucada
en la cama durmiendo. Ni siquiera era la hora de comer todavía. Las cortinas
estaban cerradas y las luces apagadas. ¿Estaba enferma?
—Recordó
—dijo Rochi desde la esquina de la habitación donde ella estaba sentada,
mirándome.
—¿Qué es
exactamente lo que recuerda? —Le pregunté dando un paso hacia la cama donde Lali dormía.
—Todo, me parece. Infiernos, no lo sé. Ella no ha hablado.
No sé qué tan afectada está aún. Si está herida, mentalmente, espero
que me extingas. No puedo vivir con la culpa.
El
pánico se apoderó de mí y corrí a un lado de la cama y me arrodillé a su lado.
¿Qué había hecho Rochi? Ella no debía recordarlo todo hasta que la Deidad
decidiera que era el momento adecuado. Yo había esperado que un pequeño recuerdo
volviera a ella, pero nunca había querido hacerle daño.
—¿Qué...
has... hecho? —Levanté mi mirada del cuerpo todavía pálido de Lali y miré a Rochi.
—Enójate.
Por favor. Quiero que lo hagas. Si ella está en mal estado porque tomé una
decisión estúpida no voy a ser capaz de vivir con eso.
La
expresión solemne de Rochi no sirvió de nada. Rochi nunca era seria. Extendí la
mano y le aparté el pelo de la cara con suavidad. El
color natural rosado de sus mejillas había desaparecido.
—Dime lo que
hiciste, Rochi —Le supliqué. Yo no podía ayudarla si no sabía lo que había
sucedido. Necesitaba una explicación.
—No
estabas luchando. Sólo la dejabas ir. Al diablo con eso. Yo no iba a dejar que
ella se marchara tan fácil. No es feliz con la llamada alma gemela que crearon
para ella. Está perdida sin ti. Yo... yo le di el broche.
El broche. El que yo había guardado para ella. El que le había devuelto
el pasado día de San Valentín. Ella recordó la época en que yo vine por ella cuando era niña. Había
pertenecido a su abuela. Quería que yo
lo guardara y que se lo regresara en su próxima vida. Pero ella no murió entonces. El broche me había hecho
recordar el nombre de la chica. Así que cuando Lali Esposito estuvo de nuevo en
los libros para morir, yo la recordé.
Fui a verla. Tenía curiosidad. Entonces, se convirtió en algo más. Mucho más.
—¿Qué
pasó? —Le pregunté, temeroso de apartar los ojos de ella. Quería despertarla. Asegurarme de que todo estaba
bien. Que su mente no sufrió un trauma que su cuerpo no
pudiera soportar.
—La dejé
con él. Entonces me preocupé y me di la vuelta y regresé. Estaba... Estaba
acurrucada en el
piso con lágrimas
corriendo por su
rostro diciendo: "Me olvide
de él. ¿Cómo podría olvidarlo?" La llevé hasta aquí y no se ha movido ni dicho nada desde entonces. Sólo duerme.
No podía hacer frente a Rochi ahora. No la quería
cerca de mí.
—Vete. Sólo vete —dije sin mirarla.
—Me dirás si se despierta. Necesito saber que está
bien.
—Te dije que te vayas, Rochi. Ya
has hecho suficiente. Déjanos.
Ella no discutió. Se fue.
Tomé la
mano de Lali y la sostuve en la mía. Estaba fría al tacto. Vi su alma. No fue
dañada. Su cuerpo no estaba enfermo. Todo era mental. Me llevé su mano a los
labios y la besé suavemente. No debí haber confiado en Rochi. Sabía que haría
algo estúpido cuando ella me exigió que luchara anoche. No pensé que haría algo
tan perjudicial. Yo había estado ideando un plan. Uno más, uno que realmente
funcionara. Intentaría hacer que se enamorara de mí otra vez. Solucionaría esto.
También
iba a asegurarme de que ella supiera que yo nunca tuve sexo con otra chica.
Quería aclararlo. No me gustaba que eso nos ensuciara.
La mano
de Lali se movió en la mía y me tranquilizó. Esperé para ver si pasaba de nuevo. ¿Estaba despertando? ¿Podría
despertar? Su mano apenas apretó la mía y la miré desesperadamente, esperando
por más. Después de unos minutos, no se movió de nuevo. Alcé los ojos para
mirarla a la cara. Sus párpados parecían azules. Estaba demasiado pálida.
Tenía
que hacer algo. Yo había pasado semanas sin abrazarla. Ella no
había querido. Pero ahora, lo necesitaba. Necesitaba a Lali a salvo en mis
brazos. No podía quedarme aquí mientras ella yacía acurrucada en una bola, fría y pálida. Lo único que podía hacer era esperar y darle calor.
Me quité las botas y retiré la sábana antes de deslizarme detrás de ella.
Ella inmediatamente rodó hacia mí y puso sus manos en puños en mi camisa. Dejó escapar varios
suspiros pequeños, luego
calló una vez más.
Lali.
Estaba
caliente. Muy caliente y algo olía maravillosamente. Enterré mi cara en el
calor. El olor se hizo más fuerte. Me apreté más a eso y recorrí mis manos por el calor para tocarlo.
—Dime
que esto significa que estás bien, por favor —susurró una profunda voz en la
oscuridad. El calor comenzaba a hablar. Luché duramente para abrir los ojos.
Eran tan pesados.
—Esa es mi chica, abre esos ojos y mírame —dijo la voz de nuevo. Conocía
esa voz. El pánico me atravesó y extendí la mano y le agarré. Me estaba
dejando. Lo había olvidado. Le dije que se fuera. No sé, no lo sabía. Luché por
abrir mis ojos y encontrar frenéticamente una forma de retenerlo aquí. Cuando
abriese los ojos, ¿se habría ido ya?
—Shhh,
está bien. Te tengo. Tranquilízate, nena. —Me calmó y sus brazos me rodearon,
acercándome a él.
Mis ojos finalmente se abrieron y me quedé
mirando al pecho contra
el que estaba presionada. Inhalé profundamente. Este era Peter. Mi Peter. Este era mi Peter. Estaba aquí.
Oh, gracias a Dios que él estaba aquí. Retrocedí hasta que pude mirarle a los ojos.
—Estás aquí. —Mi voz sonó áspera.
—Seh,
estoy aquí —respondió. Sus ojos azules brillaban en la oscuridad. Conocía ese
brillo. También sabía que brillarían mucho más después de que tomara un alma.
—No te
vayas —supliqué, apretando mi agarre en la camiseta que tenía entre mis manos.
—No lo
haré —Me aseguró, luego me miró a los ojos—. ¿Te acuerdas?
Sí. Lo recordaba todo. Los dos
últimos meses se repetían en mi cabeza. Esas dos semanas con Peter. Fue él
mismo y no recordé nada. Se había esforzado tanto por llegar a mí. Espera… La
chica… La biblioteca.
—Explica
a la chica fuera de la biblioteca —dije, necesitando escuchar una explicación
porque sabía que existía una. Mi Peter nunca haría eso.
—Está
este… chico al que no recordarás, pero que cree que te tomé de él. Así que lo planeó
para hacer que me odiaras.
Quería que te perdiese
también. Él sabía que no eras tú misma y se aprovechó de eso.
—¿Pablo?
Los ojos
de Peter se abrieron como platos. —Sí, Pablo, pero Lali… Supuestamente no
deberías ser capaz de recordar. No tiene alma.
Porque era un espíritu Vudú.
—Ya lo sé, pero le
recuerdo.
Peter
apartó el pelo lejos de mi cara y sonrió.
—Nunca encajaste en el molde. Esto no debería sorprenderme. Te he echado tanto de menos.
El
alivio y el amor en sus ojos hicieron que me rompiera. Lo había tratado tan
cruelmente.
—Lo siento mucho. Te quiero, Peter. Te quiero muchísimo. No sé qué
ocurrió. No puedo creer que te olvidase.
Peter
bajó su boca y presionó un beso en mi frente. —No te disculpes. Está bien. No
tenías nada que ver con esto. Es la Deidad la que hizo esto. Tomaron tus
recuerdos.
¿Por qué? ¿Qué había hecho mal?
—¿Hice que se enojaran?
Peter
negó con la cabeza y apretó su agarre sobre mí. Noté que mis manos seguían
agarrando puñados de su camisa y las liberé, alisando la camisa con ellas.
—Cuando
un alma es creada, también lo es su pareja. Gastón es tu alma gemela. No fuiste
creada para ser mi compañera. Tienes que reconectar con Gastón y dejar que tu
alma decida si puedes vivir sin él. Tomaron tus recuerdos para que la decisión
fuese justa. No sé cómo recordaste sin su ayuda. Pero no podemos
dejar que lo sepan. Tendrás
que continuar como estábamos. Quieren que elijas
y ahora la decisión ya no es justa. No quiero que tomen tus
recuerdos otra vez.
¿Podrían llevárselos de
nuevo? No. No. No quería eso.
—¿Entonces
qué hago? ¿Salir con Gastón? No quiero salir con Gastón.
Peter
esbozó una pequeña sonrisa y bajó su boca a la mía.
—No quiero eso tampoco,
pero no puedo perderte de nuevo. Necesito que me recuerdes.
Su boca cubrió la mía y decidí en
ese momento que lo otro no era la cosa más importante. Esta lo era. Deslicé mis
manos en su pelo y le acerqué más. El primer contacto con su lengua fue de
ensueño. Rodé sobre mi espalda y le puse sobre mí tirando de su cabello. Quería
estar cubierta por él. Necesitaba tenerle cerca. Lo había mantenido a distancia porque mi estúpida mente me había
traicionado. Peter se desplazó y movió su cuerpo hasta que encajó perfectamente
sobre el mío. Sus brazos descansaban a cada lado de mi cabeza mientras
sostenían algo de su peso. No quería eso. Lo quería todo de él. Abrí mis
piernas, lo que causó que sus caderas cayeran contra mí.
Se
detuvo de presionarse completamente. Me aparté del beso.
—Por favor, Peter. No
te mantengas lejos de mí.
Tragó
con dificultad, luego lentamente bajó sus caderas hasta que su erección se
presionó firmemente contra mí. Gimiendo un poco por la nueva sensación, me mecí
contra él. Sus labios estaban sobre los míos instantáneamente y su lengua
acariciaba el interior de mi boca con una frenética necesidad. Me mecí otra vez
y dejé escapar un pequeño grito de placer mientras el hormigueo entre
mis piernas disparaba chispas por todo mi cuerpo.
Peter dejó escapar un gemido mientras nuestras lenguas se enredaban entre
sí y esta vez fueron sus caderas las que se mecieron contra las mías. La
presión fue más intensa. Eché hacia atrás la cabeza y dejé escapar un sonido
que nunca había hecho antes. Los labios de Peter comenzaron a arrastrar besos
sobre mi cuello al descubierto y se detuvieron en mi clavícula. Luego la áspera
piel de sus dedos tocó la sensible piel justo debajo del borde de la camisa.
Comencé a jadear, deseando que no se detuviera. Su mano se deslizó más arriba
hasta que encontró el ajuste entre mis pechos y desabrochó el sujetador
fácilmente. Empujó el indeseado obstáculo fuera antes de acariciar cada pezón
con sus dedos.
—¿Quieres que me detenga? —preguntó en
un susurro ronco. Negué. —Quiero tu camisa fuera
—dijo, observándome por alguna reacción.
—Bien —contesté elevándome para quitármela.
—No, quiero quitártela —dijo deteniéndome.
Asentí y
levantó la camisa por encima de mi cabeza. Sus manos empujaron los tirantes del
sujetador de nuevo hasta que no tenía nada cubriéndome.
Su alabanza hizo que mi corazón se disparara.
—Creo que recuerdo haberte dicho que me gustaría
verte sin camisa. —Le recordé.
Una
sonrisa apareció en sus sensuales labios, cogió el dobladillo de su camisa y se la sacó.
Oh, mi Dios.
Extendí
la mano y paseé los dedos sobre cada músculo definido de su
abdomen. Ahora, eso era hermoso.
—Ven aquí —dije
recostándome sobre la almohada otra vez.
Los
párpados de Peter descendieron y me miraron con avidez. Quería su pecho desnudo presionado contra el mío.
Alcanzándole, deslicé mis manos
detrás de su cabeza y le traje de vuelta hacia abajo, hasta que pude saborear
sus labios. Su pecho rozó el mío y le mordí el labio inferior provocando un gemido de aprobación mientras el toque íntimo de nuestros
cuerpos nos unía más.
Este era
mi Peter. Ya no me sentía perdida o sola. Esa sensación que me había engullido
durante las últimas semanas la entendía ahora.
Mi corazón sabía que Peter estaba lejos.
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