martes, 9 de julio de 2019

Existence #3: Capítulo 20

Lali.

Domir no hizo las cosas más fáciles, parecía que había tenido un muy mal sueño. Me di la vuelta para ver la cama vacía de Euge. Otra noche con Tacho. Tenía dos amigas aquí, una estaba en celo y siempre ausente y la otra no era humana. Estaba realmente sola. Cogí el teléfono y desplacé hacia abajo mis contactos hasta que encontré el número de mi madre. Necesitaba oír su voz, debía ser nostalgia lo que sentía.


―¿Lali? Hola, cariño, ¿estás bien?

―Estoy bien ―Le aseguré. Yo no era de llamar mucho a casa. La única vez que hablamos la semana pasada fue cuando ella llamó para ver cómo estaba estableciéndome.

―Son las siete de la mañana. No sabía que fueras capaz de estar despierta a las siete de la mañana.

―Ja. Ja. Tengo tres clases a las ocho a la semana, muchas gracias.

―Oh, bueno, eso lo explica todo. Esto es algo nuevo. Tenía que convencerte con tocino por las mañanas para que te levantaras antes de las siete y media.

―Soy una niña grande ―Le respondí sintiendo un nudo en la garganta. El hablar con mamá no mejoraba la situación. Quería  acurrucarme en el sofá con ella y ver las repeticiones de CSI.

―¿Estás segura? Porque algo suena mal.

―Te extraño ―Me las arreglé para decir sin llorar.

―Oh, nena. ¡También te extraño! ¿Estás nostálgica? Podría visitarte. ¿Quieres que te visite?

No, yo no quería que ella viniera a visitarme porque no podría dejar que se vaya. 

―No. Estoy bien, solo quería oír tu voz esta mañana y decirte que echo de menos tus panqueques. Un latte acaramelado simplemente no es lo mismo.

Mamá se echó a reír en el teléfono. 

―Bueno, tan pronto llegues a casa para las vacaciones de Acción de Gracias tendrás panqueques esperándote.

―Gracias. Puedo seguir adelante con esto, necesito irme ahora. Tengo que vestirme.

―Está bien. No llegues tarde a clase. Llámame en cualquier momento que desees. Eres una chica hermosa, inteligente y encontraras tu lugar allí realmente pronto.

―Bueno, hablaré contigo pronto. Te amo.

―Te amo, cariño. Adiós.

―Adiós.

Dejé caer el teléfono sobre la cama y me levanté para ir a tomar una ducha. Mis ojos se posaron en el nudo Celta de plata que había visto colgando una vez alrededor del cuello de Peter. Estaba colocado sobre la portada de mi libro. Comencé a cogerlo y me detuve. No estaba segura de cómo llegó hasta aquí y por qué estaba allí. Le dije que me dejara en paz. No me gustaba pensar que podía estar en mi habitación mientras yo dormía, así qué corrí al baño. Necesitaba salir de esta habitación y entrar en el mundo real donde las personas tenían cuerpos y no eran inmortales, esa era mi opinión final.

Cuando abrí la puerta principal de la residencia de estudiantes para dirigirme a clase me detuve al ver Gastón, se apartó de la barandilla donde había estado apoyado. Tenía café en sus manos, pero yo sabía que no era para él.

―Buenos días ―dijo sonriendo y extendiendo el café hacia mí―. Latte acaramelado con leche.

―Gracias ―respondí tomando el café―. ¿Qué he hecho para merecer servicio de café por la mañana?

Gastón se encogió de hombros. 

―Me dio una razón para verte. Euge me dijo a qué hora te ibas esta mañana y pensé que podría conseguir algunos puntos extras. Empezar mi día contigo es un buen comienzo.

Sonriendo, tomé un sorbo de café y luego suspiré en aprobación.

―Bueno, gracias. Eso es muy dulce.

―Pero tengo otro motivo por el cual vine ―dijo, frotándose las manos. Ese era su gesto nervioso. Lo conocía bien.

―De acuerdo, ¿pero podemos hablar camino a mi clase, así no llegaré tarde? ―pregunté caminando a su lado.

―Sí, si, por supuesto ―Caminamos por las escaleras y me dirigí hacia la acera que conducía a la parte delantera del edificio de Inglés.

―Bueno. ¿Cuál es la otra razón por la que te levantaste para venir a sobornarme con café tan temprano en la mañana?

―Me preguntaba si había alguna posibilidad de darme otra oportunidad para una cita. Solo amigos, pero, bueno, no solo amigos.  Quiero pasar tiempo contigo. Tal vez podríamos ir a comer y bolos. Solías patearme el trasero en los bolos.

En circunstancias normales hubiera sido un rotundo no. Sin  embargo, me sentía sola. Necesitaba amigos. Gastón había sido  mi  amigo desde hace varios años. Pasar tiempo con él no era la peor idea del mundo. Eso era sin duda dar un paso adelante, por lo menos era humano. No era tan sexy y sus besos no hacían que mis dedos se curvaran, pero era lo suficientemente agradable. No podía comparar a otros chicos en base a Peter. Era injusto. Él no era un ser humano, por lo tanto un ser humano no podría competir con él.

―Seguro. Suena divertido. ¿Cuándo quieres hacerlo?

Gastón se detuvo y me miró como si no pudiera creer que acabara de aceptar. Empezó a caminar de nuevo, sonriendo como si yo acabara de ofrecerle dinero en lugar de aceptar una cita. 

―Uh, mañana por la noche. No tenemos escuela la mañana siguiente.

Bien, necesitaba algo que hacer. 

―Suena como un buen plan.

                                                ***

Tres semanas más tarde y había encontrado un cómodo patrón con Gastón. Él me traía cafés tres días a la semana y me llevaba a clase. Íbamos a comer con Euge y Tacho los martes, a los bolos los jueves y viernes por la noche era cena o película. Era exactamente como en el instituto. Todo muy bien organizado y muy aburrido.

La única cosa que había aprendido era que tener a alguien contigo todo el tiempo no te quitaba la soledad. Podías estar rodeado de gente pero igual te podías sentir solo. Algo faltaba. Casi podía recordar lo que faltaba, pero justo cuando estaba a punto de recordarlo, lo olvidaba. Simplemente  se iba.

Esta noche iba a ir a un grupo de estudio para mi clase de Literatura, a la cual Peter ya no asistía. Me molestaba echarlo de menos. No debería extrañarlo. La emoción de entrar a clase sabiendo que podría estar allí, ya no estaba. Agarré mi mochila y salí por la puerta bajando por las escaleras. El fuerte chirrido de un metal a todo volumen y bocinas me detuvieron. La gente empezó a salir de los dormitorios para ver qué  pasaba. Me acerqué a la multitud cerca de la calle donde dos de los coches que habían chocado estaban inmóviles. El humo salía de los capos.  El coche más pequeño se encontraba al revés. Escuché gente gritando y llamando al 911, mientras otros lloraban.

El rompimiento del vidrio atrajo la atención de todos, provenía del auto que se había volteado. El peso de la camioneta que estaba en las ventanas había sido demasiado. Nadie se movía en el vehículo. Oí a las chicas a mi alrededor en sus teléfonos llamando y diciéndole a la gente acerca del accidente. Nadie parecía saber de quienes se trataba aun.

Fue entonces cuando lo sentí. No podía verlo, pero él estaba allí. Nadie parecía darse cuenta. ¿Por qué yo lo hacía? Miré entre los destrozados, buscando cualquier señal, pero no había nada. El hecho de  que sabía que él estaba cerca no me asustaba. Si fuera honesta conmigo misma, quería verlo. El calor corría por mis brazos y me estremecí.

―¿Dónde estás? ―susurré. 

No obtuve respuesta.

El calor sólo duró un corto tiempo y luego se fue. Las sirenas comenzaron a sonar a todo volumen y la multitud se movió de nuevo. Estaba confundida.

Y él se había ido.

Me encontraba triste. No porqué conocía a alguien en esos vehículos que habían muerto. Estaba triste porque él había estado cerca, pero no fui capaz de verlo. ¿Por qué quería verlo? ¿Andaba algo mal conmigo?

Me abrí paso entre la multitud hasta que estuve libre de los cuerpos que se apretujaban tratando de conseguir una mirada más cercana del accidente. Tomando una profunda respiración, me acerqué y me senté en los escalones. Estaba segura de que nuestro grupo de estudio no se reuniría esta noche. Sólo esperaba que no hubiera alguien conocido en esos coches.

Mi teléfono comenzó a sonar y lo saqué para ver el número de Euge parpadear en la pantalla.

―Hola.

―Oh, Dios mío. Gracias a Dios que estás bien. Acabo de ver los restos del accidente en las noticias y solo dijeron que sucedió justo afuera de nuestro dormitorio. No dieron más información, así que no estaba  segura. Gastón ya va camino para allá. Lo llamé y dejo su trabajo para ir hasta allí.

No estaba de humor para Gastón esta noche. Quería acurrucarme sola en mi habitación y sacar el collar que había escondido en el cajón. Peter lo dejó conmigo por una razón y necesitaba entender por qué.

―Estoy bien. No estoy segura de que lo dejen pasar. Creo que tienen las carreteras bloqueadas, pero lo llamaré y le diré que estoy a bien. Es malo no saber quiénes son.

―Llámame tan pronto como lo sepas, ve a dentro y quédate a salvo ―dijo Euge con voz de mando. Sonreí, estuve de acuerdo y colgué.

Para cuando Gastón llegó, los coches estaban siendo remolcados fuera  de la carretera y el forense declaraba al conductor del coche más pequeño como muerto y el cuerpo ya se lo habían llevado. El pasajero del otro vehículo también fue declarado muerto. Todo lo que podía pensar era en Peter y en como tenía que vivir a través de eso a diario. Era algo de lo que nunca podría escapar. ¿Eso lo molestaba? ¿Sentía alguna emoción?

―Toma, te he traído algo para comer ―dijo Gastón mientras subía los escalones del dormitorio y se sentaba a mi lado. No había sido capaz de alejarme del accidente, sentada viendo cada momento, cada sollozo y lamento de los familiares que llegaban para que les dijeran que alguien a quien amaban estaba muerto. Lo había visto todo. Ellos se irían  esta  noche odiando a la Muerte, pero él sabía que debía tomar sus almas. Podía entender su dolor, pero mi pecho dolía por Peter. Él no causó el accidente, no escogió que estas personas murieran. Eran sus cuerpos lo que no podían sobrevivir. No era su culpa que sus almas no pudieran permanecer dentro de su cuerpo, pero a causa de su  nombre  y  su propósito la gente lo odiaba. En este evento, la vida de todos no era una fiesta en absoluto. Era un ser y si sólo comprendieran que no era culpa de la Muerte…

―Pensé que no habías comido nada ―dijo Gastón mientras tomaba la bolsa. El olor a hamburguesa y papas fritas salió desde la bolsa. Él tenía razón, yo no había comido nada, pero mi estómago no estaba lo suficientemente fuerte como para comer.

―No creo que pueda comer algo ―Le dije en tono de disculpa. Fue amable de su parte haber pensado en mí,  pero esta  noche  solo  quería  dormir, olvidar lo que sabía y lo que había visto. Todo dolía demasiado.

―Tienes que comer algo. Vamos, vamos a entrar. Ver esto no es bueno para ti.

Negué con la cabeza. Tenía que quedarme hasta que terminara. No podía alejarme todavía.

―No puedes entrar, es tarde. Nosotros deberíamos quedarnos aquí.

Gastón se acercó a mí y tomó mi mano entre las suyas. De pronto, no hubo en ese instante placer o excitación. Mi cuerpo no reaccionaba de alguna manera, él no era más que mi amigo.

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