Trastabillé por la sala de estar y abrí la puerta.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —pregunté.
—Ella dulmió en sus lopas luevas —dijo Olive en su dulce y pequeña voz.
Bajé la vista, bloqueando el sol de mis ojos con las manos.
—Ah, hola, Olive. Lo siento, no te vi ahí abajo —le dije, sin poder dejar de fruncir el ceño, incluso a ella.
—Está bien —dijo—. Pitt dice que soy pequeña.
—Te trajimos el desayuno —dijo Peter, sosteniendo una bolsa blanca.
—No como el desayuno.
—Sí, lo comes. Panecillos de canela con pasas con mantequilla. Me lo dijo Vico.
Las dos líneas que ya se formaron entre mis cejas se profundizaron. Miré a Peter y luego bajé la vista hacia Olive. Mi expresión se suavizó, y suspiré.
—La amo —le dije a nadie en particular—. Olive, sabes que te amo, pero voy a volver a la cama. —Miré a Peter y entrecerré los ojos—. No va a funcionar esta vez. Llévala a su casa.
—No puedo. Sus padres están fuera todo el día.
—Entonces llévala a tu casa.
—Mi papá tiene un resfriado. No quieres que ella se resfríe, ¿verdad?
—¿Sabes que odio? —le pregunté.
Peter tenía desesperación en sus ojos.
—A mí. Lo sé. Sólo... soy un egoísta, idiota inseguro.
—Sí.
—Pero soy un egoísta, idiota inseguro apenado con una niña fuera en el frío.
Era mi turno de suspirar. Hice un gesto a Olive para que entrara. Ella obedeció felizmente, sentándose en el sofá. Encontró inmediatamente el control remoto y encendió la televisión, yendo a los dibujos animados de los sábados por la mañana.
Peter dio un paso y levanté la mano.
—Tú no.
—¿Qué?
—No vas a entrar.
—Pero... estoy cuidando a Olive.
—Puedes cuidarla desde la ventana.
Peter cruzó los brazos sobre el pecho.
—¿Crees que no lo haré?
—No, sé que lo harás. —Agarré la bolsa blanca de su mano y luego le cerré la puerta en la cara, cerrándola con llave. Le tiré la bolsa a Olive—. ¿Te gustan los panecillos, chica?
—¡Sip! —dijo, abriendo la bolsa—. ¿De verdad vas a dejar
a Pitt afuera?
—Sí —le dije, caminando de regreso a mi habitación
y cayendo en mi cama.
—Lali
—dijo Cande, sacudiéndome. Miré el reloj. Habían pasado casi dos horas desde
que Peter llamó a mi puerta—. ¡Esa niña está mirando dibujos animados en
nuestra sala! —susurró, claramente incómoda.
—Lo sé.
—¿Cómo llegó allí?
—Peter la trajo.
—¿Dónde está Peter?
—Afuera, creo —le dije, bostezando.
Cande se
precipitó a la sala y luego de vuelta a mi habitación.
—Está sentado en el
suelo delante de nuestra ventana, jugando a Flappy Bird en su celular.
Asentí.
—Está a cero grados afuera.
—Bueno —le dije, sentándome—. Ojalá estuviera
cayendo aguanieve.
El rostro de Cande se
contrajo indignada.
—Él me saludó como si fuera lo más normal del mundo. ¿Qué
diablos está pasando?
—Trajo a Olive. Su padre
tiene un resfriado, así que no pudo llevarla a su casa y sus padres van a estar
todo el día en otro lugar.
—¿Entonces no podía cuidarla en su casa?
Pensé en eso por un momento
y luego me arrastré fuera de la cama por segunda vez en el día. Me acerqué al
sofá.
—¿Por qué Peter no te cuidó en tu casa? —le pregunté.
—Yo quería venir a verte —dijo con total
naturalidad.
—Ah —dije—. ¿Peter no quería verme?
—Sí, pero él dijo que no te gustaría.
—¿Ah, sí?
—Sí, ¿y entonces dije: porfa, porfa por favor? Y
dijo está bien.
Le sonreí y luego me acerqué a la
puerta principal y la abrí. Peter se giró y me miró. Mi sonrisa se desvaneció.
—Entra.
Peter se puso de pie y
entró, pero eso fue lo más lejos que llegó.
—Estás enojada conmigo.
Le entrecerré los ojos.
—¿Por qué? —preguntó.
No le respondí.
—¿Es porque anoche
me fui a casa con esa chica?
Todavía no respondí.
—No me la follé.
—¿Quieres una galleta?
—le pregunté—. Porque ese es el premio que vale la pena.
—¿Cuál es tu problema? Me dijiste cinco
veces en un día que somos amigos, y ahora estás celosa de una chica con la que
coqueteé por dos segundos.
—¡No estoy celosa!
—Entonces, ¿qué te pasa?
—Como tu amiga, ¿no puedo estar
preocupada por tu estado con las enfermedades de transmisión sexual?
—¿Qué es eso? —preguntó Olive desde su asiento en el sofá
de dos piezas. Cerré los ojos con fuerza.
—Oh, Dios. Lo siento, Olive. Olvida
que oíste eso.
Peter
dio un paso hacia mí.
—Sus padres
la dejaron a mi cuidado. ¿Crees que están preocupados por el lenguaje
grosero?
Levanté una ceja.
Bajó la barbilla,
mirándome directamente a los ojos.
—Dime la verdad. ¿Estás enojada conmigo porque pensaste que llevé a casa a
esa chica, o es algo más? Porque estás enojada conmigo por algo.
Me crucé de brazos y
aparté la vista.
—¿Qué
estamos haciendo, Lali? —preguntó—. ¿Qué es esto?
—¡Somos amigos! ¡Ya te lo
dije!
—¡Pura mierda!
El dedo de Olive se cernía
sobre la cima del sofá de dos plazas.
—Tienes que poner un tapón en mi oreja.
—Lo siento —dijo Peter y sus cejas
se juntaron.
—¿Así que no lo hiciste... ir a casa con ella? —le
pregunté.
—¿Dónde iba a llevarla? ¿A la casa de mi padre?
—No sé, ¿a una habitación de hotel?
—No compro bebidas para
ahorrar dinero, ¿crees que voy a gastar cien dólares en una habitación de hotel
para una chica al azar que acabo de conocer?
—Has hecho cosas menos
inteligentes.
—¿Cómo qué?
—¡Como comer pegamento!
Peter arrugó la barbilla y miró hacia
otro lado, claramente disgustado, y tal vez un poco avergonzado.
—Nunca comí
pegamento.
Me crucé de brazos.
—Sí, lo hiciste. En la clase de la
señora Brandt.
Cande se encogió de hombros.
—Lo hiciste.
—¡No estuviste en mi clase, Can! —dijo Peter.
—¡También comías lápices de color rojo
con bastante regularidad, de acuerdo con Lali! —dijo Cande, tratando de
contener la risa.
—Lo que sea —gritó Peter—.
¿Dónde está mi panecillo?
La bolsa
blanca se cernía sobre el sofá de dos plazas, el rollo arrugado en poder de los
deditos de Olive. Peter se sentó al lado de su amiga, luchó con la bolsa y
luego sacó su desayuno, desenvolviéndolo.
Cande me
miró y sostuvo tres dedos sobre su boca. Su cuerpo se sacudió con una risa
silenciosa como un pequeño hipo y luego se retiró a su habitación.
—Nunca comí pegamento —gruñó Peter.
—Tal vez lo bloqueaste. Yo lo bloquearía si comiera
pegamento…
—No comí pegamento —espetó.
—Está bien —le dije y mis ojos se abrieron por un
momento—. Dios.
—¿Quieres... quieres la mitad de mi panecillo?
—preguntó Peter.
—Sí, por favor —le dije.
Me lo
entregó y comimos juntos, en silencio, mientras Olive miraba los dibujos
animados entre nosotros. Sus piecitos apenas colgaban del borde del cojín del
asiento y de vez en cuando los balanceaba arriba y abajo.
Después de dos dibujos animados,
me quedé dormida y me desperté cuando
mi cabeza cayó hacia adelante.
—Oye
—dijo Peter, palmeando mi rodilla—. ¿Por qué no vas a tomar una siesta? Podemos
irnos.
—No —dije, sacudiendo la cabeza—. No quiero que te
vayas.
Peter me
miró fijamente durante un minuto y luego hizo un gesto a Olive para que
cambiara de lugar con él. Saltó, más que feliz de obedecer. Peter se sentó a mi
lado, inclinándose un poco y luego asintió, haciendo un gesto hacia su hombro.
—Es cómodo. O eso es lo que oigo.
Hice una
mueca, pero en vez de discutir, envolví los brazos alrededor del suyo y apoyé
la cabeza perfectamente entre su hombro y su cuello. Peter apoyó la mejilla
contra mi cabello y, al mismo tiempo tomamos una respiración profunda y
relajada.
No
recuerdo nada después de eso, hasta que mis ojos parpadearon hasta abrirse.
Olive dormía, con la cabeza en el regazo de Peter. Su brazo estaba tendido de
manera protectora sobre ella y el otro envuelto en mis brazos. Su mano se
apoyaba en mi muslo, y su pecho subía y bajaba con un ritmo tranquilo....
Cande y Agustín
se encontraban sentados en el sofá, viendo la televisión sin sonido. Cande
sonrió cuando se dio cuenta de que desperté.
—Hola —susurró.
—¿Qué
hora es? —le dije en voz baja.
—Mediodía.
—¿En serio? —le dije,
sentándome.
Peter despertó e inmediatamente comprobó
a Olive.
—Guau. ¿Cuánto tiempo hemos estado inconscientes?
—Un poco más de tres
horas —le dije, limpiando debajo de mis ojos.
—Ni siquiera sabía que
estaba cansado —dijo Peter.
Agustín sonrió.
—No sabía que salías con la
barman. Kyle y Brad se sentirán decepcionados.
Le
fruncí el ceño. Ni siquiera sabía quiénes eran Kyle y Brad.
—Pueden animarse. Sólo
somos amigos —dijo Peter.
—¿En serio? —dijo Agustín, observándonos por
señales de una broma.
—Te lo dije —dijo Cande,
poniéndose de pie. Su camiseta se apartó de su diminuto bóxer a rayas color
rosa y blanco mientras se estiraba—. Agustín tiene un juego a las cuatro y
media. ¿Se animan para un juego de fútbol de los Bulldog?
—Estoy cuidando a Olive
—dijo Peter—. Vamos a pedirle a Lali que venga con nosotros a Chicken Joe’s.
—A Olive puede que le guste el fútbol —dijo Agustín.
—Agus... —dijo Peter,
sacudiendo la cabeza—. Chicken Joe’s supera a un partido de fútbol por cómo...
mil puntos geniales.
—¿Cómo lo sabes a menos que la lleves a uno?
—Lo hice. Ella todavía no me deja superar la
vergüenza.
—¿Es tu prima bebé o algo
así? —preguntó Agustín—. ¿Por qué está contigo todo el tiempo?
Peter se
encogió de hombros.
—Ella tenía un hermano mayor. Él tendría catorce años en la
actualidad. Ella lo adoraba. Fue atropellado por un coche en su bicicleta unos
meses antes de mudarse al lado. Olive se sentó junto a él, mientras que
agonizaba. Sólo estoy tratando de llenar sus zapatos.
—Eso es duro, hombre, pero... y lo digo sin
ofender... pero eres un Lanzani.
—¿Sí? ¿Y qué? —dijo Peter.
—Sé que eres un buen tipo,
pero eres un tatuado, bebedor de whisky, malhablado impulsivo. ¿Sus padres le
permiten entrar en el coche contigo?
—Fue una progresión natural, supongo.
—Pero... ¿por qué es tu responsabilidad? —dijo Agustín—.
No entiendo.
Peter miró a Olive, que
seguía profundamente dormida. Apartó un mechón
rubio cenizo de sus ojos
y luego se encogió de hombros.
—¿Por
qué no?
Sonreí ante su sencilla
muestra de afecto.
—Vamos a Chicken Joe’s. Pero tendré que salir disparada
temprano para alistarme para el trabajo.
—Trato hecho —dijo Peter con
una sonrisa, como si fuera lo más fácil del mundo.
—Bueno, tengo mandados que hacer —dijo Cande.
—Tengo
que conseguir algunos carbohidratos y dirigirme a la casa de campo —dijo Agustín.
Cuando se levantó, dio unas palmaditas en el trasero a Cande, se inclinó para
besarla y luego tomó su billetera, teléfono y llaves antes de cerrar la puerta
detrás de él.
Los ojos de Olive se abrieron.
—¡Siii! —dijo Peter—. ¡Está
despierta! ¡Ahora podemos comerla! —Se inclinó y fingió morderle el estómago
mientras le hacía cosquillas.
Ella se rió histéricamente.
—Noooooooo. ¡Tengo que
hacer pisssssss!
—¡Guau! —dijo Peter, levantando las manos.
—Por
aquí —le dije, dirigiendo a Olive de la mano hasta el cuarto de baño en el
pasillo. Sus pies descalzos se arrastraron contra el suelo de baldosas—. Papel
higiénico, jabón, toalla de mano —dije, señalando las diversas cosas.
—Lo entendí —dijo ella. Se
veía tan pequeña estando de pie en medio del cuarto de baño. Arqueó las cejas—.
¿Te vas a quedar?
—¡Oh! No, lo siento —le dije, retrocediendo y
cerrando la puerta.
Me giré y caminé hacia Peter,
que se encontraba de pie en el espacio entre la barra de desayuno y el sofá de
dos plazas.
—Es grandiosa —dijo, sonriendo.
—Tú eres grandioso —le dije.
—¿Sí? —preguntó.
—Sí.
—Nos miramos por un momento silencioso, sólo mirándonos y sonriendo, y luego
una sensación familiar se apoderó de mí, una sensación de hormigueo en el estómago
y un calor en mis labios.
Me concentré en su boca y él dio un paso hacia mí.
—Pitt...
Negó con la cabeza, se inclinó y cerró
los ojos. Hice lo mismo, esperando sentir sus labios sobre los míos.
La cadena del inodoro
fue jalada y nos apartamos. El aire entre
nosotros se volvió repentinamente pesado y tenso.
Cuando se esfumó
la anticipación de lo que estuvimos a punto de hacer, lo sustituyó una torpeza abrumadora.
Olive se
quedó en el pasillo, mirándonos. Se rascó el codo y luego la nariz.
—¿Almuerzo?
Le ofrecí una media sonrisa de disculpa.
—Tengo que ir a comprar comestibles.
—Buena idea —dijo Peter,
aplaudiendo y luego frotando las manos—. ¿Un
supermercado?
Olive sonrió de oreja a
oreja.
—¿Puedo sentarme en la canasta que es también un carrito?
Peter me miró, al tiempo que ayudaba a Olive con su
abrigo.
—¡Claro! —dije, dándome cuenta
ahora por qué Peter se hallaba tan dedicado a hacerla feliz. Hacerla sonreír
era adictivo.
Olive hizo un pequeño baile
y luego Peter empezó a bailar. Parecía absolutamente ridículo, así que también
me uní.
Bailamos todo el camino hasta el aparcamiento, sin música en absoluto. Peter señaló a su Intrepid, pero me detuve ante mi
Jeep.
—Siempre conduces. Esta vez conduciré yo. De todos modos,
tengo más espacio
en el maletero para las compras.
—No tienes maletero —dijo
Peter.
—Tengo un equivalente al
maletero.
—Tengo el asiento de coche de Olive.
—Es bastante
fácil de cambiarlo, ¿no?
Peter negó con la cabeza.
—Yo... tengo una cosa. Acerca de ir con chicas.
—¿Eso es por Mackenzie, o
es un comentario sexista?
—Desde el accidente.
Asentí.
—Está bien. Pero
vas a dejarme que te reembolse para gasolina.
—Puedes echar una mano
para la cena —dijo.
—Vale
—le dije y luego incliné mi codo y sostuve el puño en el aire, levantando el
dedo índice y el meñique.
Olive
miró su propia mano y trató de hacer lo mismo.
—¡Lo logré! —dijo, una vez que
lo dominó.
Nos
dirigimos a la tienda y mientras caminábamos por los pasillos, me sentí muy
doméstica y fue un poco emocionante. No es que quisiera mis propios hijos ni
nada —todavía— pero hacer algo tan mundano con Peter era extrañamente
excitante. Pero la sensación no duró mucho. P.J. y yo nunca habíamos hecho nada
así y ahora este sencillo viaje de comestibles me hizo sentir vergüenza. A
pesar de que no tenía sentido alguno, un destello de resentimiento ardía por
mis venas. No podía ser feliz con P.J. y ahora también me robaba la felicidad
cuando no estaba cerca. Por supuesto que no era su culpa, pero era más fácil
echarle la culpa a reconocer mis propios defectos.
Ya nada
tenía sentido: por qué seguíamos juntos, por qué pasaba tanto tiempo con Peter,
o por qué me mantenía en un relación casi acabada cuando tenía a alguien que me
gustaba —y a quién yo le gustaba— a sesenta centímetros de distancia, a la
espera de la luz verde.
La mayoría de la gente sólo se
daría por vencido, pero ellos no tenían a P.J. Él entró en el Red una noche,
pidió mi número una hora más tarde y en unos pocos días fuimos a nuestra
primera cita. Ni siquiera tenía que pensar en ello. Estar con él tenía sentido.
P.J. pasó más o menos la siguiente semana y media en mi apartamento y luego por
los siguientes tres meses, voló a casa cada fin de semana. Después de eso,
comenzó su proyecto y sólo lo vi un puñado de veces. Me detuve en el pasillo,
fingiendo mirar por encima las sopas, pero me congelé, preguntándome por qué
estaba tan comprometida con P.J., cuando ni siquiera me sentía segura de sí nos
encontrábamos en una relación verdadera en este punto.
P.J. no
me había enviado mensajes de texto en tres días. Antes, razonaba que se encontraba ocupado con el
trabajo. Pero, de pronto, al darme cuenta de lo que era pasar tanto tiempo con
alguien —y encantarme— los textos esporádicos, llamadas telefónicas y la
esperanza de verlo un día no era suficiente. Ni siquiera cerca.
—¿Carne vegetal con trozos, con salsa roja? —preguntó
Peter, sosteniendo una lata grande—. Esta es una buena mierda.
Sonreí y agarré la barra de
empuje del carrito del supermercado.
—Tíralo dentro. Va a venir muy bien
pronto, cuando las noches se pongan más frías.
—Me puedes pedir prestado en
cualquier momento. Soy perfecto para el clima abrigado.
—Ten cuidado. Podría tomarte la palabra.
—No me amenaces con un buen
momento. —Se detuvo en medio del pasillo—. Espera. ¿En serio?
Me encogí de hombros.
—Hoy fuiste muy cómodo.
—¿Cómodo? Soy una jodida lana de cachemira.
Me eché
a reír y sacudí la cabeza. Empujamos la canasta que se duplicó como un coche de
tamaño infantil, mientras que Olive pretendía dirigir y chocar contra las
cosas.
—Apuesto a que tu novio de
California no es tan cómodo como yo —dijo Peter al doblar hacia el pasillo de
las delicatessen.
—¡Hace
frío! —dijo Olive, simulando temblar. Peter se quitó la chaqueta y la colocó
sobre ella. Extendí la mano por un paquete de carne delicatessen y la tiré en
la cesta.
—No sé —le dije—. No recuerdo lo suave que es.
—¿Te gusta eso? ¿Estar con alguien que nunca ves?
—Las esposas de los militares lo
hacen todo el tiempo. No le veo sentido a quejarse.
—Pero no eres su esposa.
—No estoy segura de cómo podría serlo si no nos
vemos más a menudo.
—Exactamente. ¿Entonces, por qué sigues en ello?
Me encogí de hombros.
—No lo sé. Hay algo sobre él.
—¿Te ama?
La
pregunta directa y muy personal de Peter hizo que se tensaran los músculos de
mi cuello. Se sentía como un ataque a nuestra relación, pero sabía que esos
sentimientos de actitud defensiva eran tan fuertes porque Peter hacía preguntas
que yo me había hecho muchas veces.
—Sí.
—¿Pero ama más a California? Está en la escuela,
¿no?
Me
encogí. No me gustaba hablar sobre detalles de P.J. Y a P.J. tampoco le gustaba
hablarme de detalles.
—No es la escuela lo que lo mantiene allí. Es su trabajo.
—Peter metió las manos en los bolsillos. Llevaba un brazalete de cuero marrón
alrededor de su muñeca, uno trenzado y el que Olive había hecho para él—.
¿Alguna vez te quitas el brazalete de Olive? —le pregunté.
—Le prometí que no lo haría. No cambies el tema.
—¿Por qué quieres hablar de P.J.?
—Porque soy curioso. Quiero
saber lo que te hace permanecer en una relación así.
—¿Así como?
—Dónde no eres una
prioridad. No entiendo si este tipo es un idiota, así que trato de averiguarlo.
Me mordí
el labio. Peter estaba siendo adorable y haciéndome sentir mal sobre P.J. al
mismo tiempo.
—Es algo así como Olive y tú. Podría no tener sentido para el
resto de la gente y suena raro, incluso cuando él trata de explicarlo, pero
tiene responsabilidades que son importantes.
—Y tú también.
Me apoyé en su costado y puso el
brazo alrededor de mí, apretándome con más fuerza.
Acabo de descubrir q habias vuelto. Pero te volviste a ir. ������
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