—Sabes, he estado pensando... —dijo Rochi mientras llegaba a mi lado. Caminaba por el desierto, tomando las almas de los soldados caídos. Odiaba las guerras. Toman mucho de mi tiempo.
—Oh, te perdiste una. —Rochi señaló un alma al lado del cuerpo que alguna vez habitó.
—No me olvidé de una, Rochi. No quiere irse —Repliqué, molesto de que estuviera aquí cuando se suponía que debía estar con Lali—. ¿Por qué estás aquí?
—Bueno, hola a ti también, Peter. Caray, ¡qué frío! Lali está segura, cenando en casa de su amiga Eugenia. Eugenia no me gusta. Estoy segura que tiene miedo de mí y espera de que beba sangre o algo así.
Gruñí.
—¿Eso parece? Trata de parecer menos atemorizante.
—Como sea, escucha, ¿cómo es qué no puedes ir a decirle "Deja de rondar a mi chica pedazo de culo estúpido de mierda", y luego acabar de una vez? Comprendo que estás de parte de los humanos en estos días, pero Peter, eres La Muerte. ¿Qué pasa con toda esta angustia?
Terminé con la última alma y después caminamos por la carretera cubierta de humo, había autos hechos chatarra por lo que acababa de suceder. Las ambulancias comenzaban a llegar y el tráfico crecía por kilómetros.
—No puedo decirle a un espíritu vudú que se detenga y esperar que lo haga. No tengo ningún control sobre un señor espíritu vudú. Su poder proviene de los seres humanos. Es un espíritu maligno. No es un alma humana.
Rochi suspiró.
—Esto es ridículo. ¿Qué demonios hizo su madre?
Jaslyn, otro transportador, se presentó y envió a las almas tomadas de los restos y saludó a Rochi antes de desaparecer.
Luego, estuvimos dentro de la casa de otra celebridad. América estaría de luto mañana. Pero, por desgracia, se trataba de una ocurrencia regular. El frasco de pastillas seguía abierto y vacío al lado de la cama y el alma parecía confundida. Me volví a Rochi.
—Toma esta, luego regresa con Lali. Ya casi termino, y me estás solamente atrasando.
Rochi gruñó e hizo un gesto al alma antes de que ambos desaparecieran. Gracias a Dios. Necesitaba un poco de paz y tranquilidad. Además, me quedaba el hospital por visitar.
Lali.
Rochi no había querido quedarse para comer con Euge. Lo cual fue probablemente una buena idea, ya que habría asustado a la madre de Euge. Iba a abrir la puerta del auto cuando de repente los vellos de mis brazos se erizaron. Echando un vistazo a la puerta principal de Euge, pensé regresar a su casa corriendo y lanzarme en el interior. Pero mis pies se sentían pesados. Lo que se encontraba aquí no permitiría que me alejara tan fácilmente. ¿Dónde estaba Rochi cuando la necesitaba?
—Soy sólo yo, Lali. —La voz de Pablo me sorprendió y me las arreglé para girarme lentamente. Efectivamente. Era Pablo. Pareciendo tan normal como cuando había estado de pie en la puerta de mí cocina. Pero no era normal. Los vellos erizados de mi cuerpo demostraron que él no era normal. Él nunca había causado que esto pasara antes. ¿Era porque yo ahora sabía lo que era?
—¿Pablo? —Mi voz sonó ronca, esperaba no ver al chico en el que había confiado transformarse en un extraño demonio frente mis ojos. Dios, esperaba que no.
—¿Podemos hablar?
Esa sería una mala idea. El vudú no era guay. Y sabía que tampoco lo era su príncipe de los espíritus. ¿Dónde estaba Rochi? ¿Y qué podía hacer yo al respecto?
—Umm... Yo... Me asustas como la mierda, así que no estoy segura de querer eso.
Se rió y casi me relajé. Me siento tan familiarizada con ese sonido. La sonrisa de Pablo siempre me hizo sonreír.
—No hay nada que temer. Nunca te haría daño.
Me froté los vellos de mis brazos, pensando que mi cuerpo no estaba de acuerdo, y él se encogió de hombros.
—Respecto a eso, no puedo hacer nada. Ya no es así. Ya no estoy en forma humana por más tiempo. Vas a reaccionar ante mí de esa manera.
¿Forma humana? ¿Por más tiempo?
—¿Qué quieres?
Dio un paso hacia mí y me apretó contra la puerta del coche. El frío metal no hizo nada para calmar el calor extraño que venía de su cuerpo.
—Hmm... Debí haber adivinado que me harías esa pregunta primero. Siempre al grano. —La sonrisa torcida que siempre me gusto brilló—. Pero necesito que confíes en mí y que me escuches.
¿Confiar en él? No era probable.
—¿Alguna vez te he lastimado, Lali?
Bueno... no exactamente. Respondí sólo con una pequeña sacudida de cabeza.
—Y nunca lo haré. ¿No he estado siempre ahí cuando me necesitaste? El árbol, cuando te perdiste... El momento en que morías por la enfermedad en tu cuerpo.
La comprensión se apoderó de mí y lo miré fijamente. Sus ojos azules. La forma de la mandíbula. Su postura. La curva de sus labios y el sonido de su voz. Él —fue Pablo— era el chico de mis sueños.
—Eres tú.
Una persona común y corriente habría necesitado más aclaraciones, pero Pablo no era humano. Entendió lo que quise decir. Así que en su lugar, simplemente asintió con la cabeza.
—¿Por qué? No lo entiendo.
—Tú fuiste prometida a mí. El poder de mi padre te curó y en retribución, tu madre prometió tu alma a mí.
Estoy de nuevo soñando, obviamente, porque esto sonaba ridículo.
—Lo veo en tus ojos. —Su sonrisa aumentó—. Tu alma me reconoce. El fuego está ahí. —Levantó un espejo que salió de la nada y miré con horror que mis ojos ya no eran de un café familiar, sino del color del fuego. Mis pupilas rodeadas por lo que parecían titilantes llamas de color naranja.
Temblando, sacudí la cabeza y me aparté del coche para poner más distancia entre nosotros.
—Lali —Comenzó, entonces su rostro se puso furioso cuando miró alrededor y se marchó una vez más.
—Lo perdí otra vez, ¿verdad? Bueno, ¡mierda! —siseó Rochi.
Me apoyé en el parachoques de mi coche y envolví mis brazos alrededor de mi cintura.
—¿Estás bien? No te tocó, ¿o sí?
Volví la cara para mirar a Rochi y se puso rígida, mirando directamente mis ojos.
—Tus ojos —dijo, extendiendo la mano y tocando mi mejilla con cuidado—. ¿Qué carajo?
Negué con la cabeza y me alejé de ella. Necesitaba a Peter. Esto era malo. Mis ojos estaban más allá de ser espeluznantes.
—¿Dónde está Peter? —Mi voz sonó ronca, no quería llorar delante de Rochi. Rochi no era la clase de ser que quería emociones delante de ella.
—Métete en el coche, voy a conducir. —Ordenó Rochi, asintiendo con la cabeza hacia el lado del pasajero. Normalmente, no estaría de acuerdo con su conducción, porque todo lo que Rochi hacía, lo hacía peligrosamente, pero por el momento no podía concentrarme lo suficiente como para conducir. Así que hice lo que me dijo, y me hundí en el asiento del pasajero.
—¿Dónde está Peter? —Repetí mientras ella arrancaba el coche, acelerando por la calzada.
—En Afganistán, ocupándose de esos idiotas que se explotan.
—¿Cuándo va a volver?
Rochi suspiró y miró en mi dirección.
—No por un tiempo, Lali. Tiene que hacer frente a esa mierda vudú que te está acechando.
Extendí la mano y giré el espejo retrovisor para estudiar mis ojos. Su color normal había regresado y el revoltijo en el estómago disminuyó un poco.
—Tus ojos eran extraños, Petisa. No voy a mentirte. Eso fue algo extraño, muy extraño.
—¡Lo sé! ¿No crees que debas decirle a Peter? —Sólo lo quería de vuelta. Lo echaba de menos y después de mi encuentro con Pablo, lo necesitaba para sentirme segura. Por mucho que me encantara, Rochi no me daba la seguridad que necesitaba.
—Se lo diré, pero ahora mismo no voy a dejarte. El príncipe vudú está detrás de ti. Así que tengo que mantenerme cerca.
Luché contra la urgencia de llorar. En cambio, me mordí el interior de la mejilla y mantuve mis ojos fijos en las casas que pasaban.
—Está bien, Petisa. Yo me encargaré.
No estoy tan segura de eso, pero me senté en silencio mientras ella cantaba fuera de tono una canción que los Three Doors Down tocaban en la radio. Una vez que nos detuvimos en mi camino, no esperé a que ella saliese. Si no podía tener a Peter, entonces quería a mi mamá. Por suerte, su coche ya estaba allí. Cuando llegué a la puerta, me volví a mirar a Rochi.
—Estaré con mi mamá un rato. Puedes sentirte como en casa en mi habitación.
—Mientras estás en ello, ¿por qué no le preguntas acerca de la mierda de vudú en la que te metió? —Respondió Rochi, y luego desapareció.
Entré y sentí alivio al ver a mamá hecha un ovillo en el sofá, con un tazón de palomitas de maíz en lugar de estar escondida, escribiendo en su oficina. Podría apartarla de ver CSI Miami. De su escritura, no tanto.
—Hola, cariño, ¿disfrutaste de la cena con Euge?
Me dejé caer a su lado y cogí un puñado de palomitas de maíz, preguntándome si sería realmente capaz de comer después del susto que acababa de tener. Tenía que tener cuidado en cómo hablaba. Si mamá escuchaba la más mínima inquietud en mi voz, sospecharía y comenzaría a lanzarme preguntas hasta que cediera y le contara todo. Centrándome en mantener mi tono casual y no afectado, respondí:
—Sí, tuvimos camarones hervidos, maíz y ensalada. La ensalada tenía frambuesas, nueces y queso de cabra. Fue sorprendentemente bueno. Incluso con el aderezo dulce.
—Oh, eso suena delicioso. Tendré que pedir la receta.
—Te va a encantar. Está en la categoría de comida saludablemente rara.
—Oh, eso suena delicioso. Tendré que pedir la
receta.
—Te va a
encantar. Está en la
categoría de comida saludablemente rara.
Mamá rió entre
dientes y mordisqueó el puñado de palomitas de maíz en su mano. No me sentía segura de cómo hablar de
esto. Diría: "Mamá, ¿Recuerdas
cuando casi moría y me llevaste a
ese médico vudú?" Tuve la sensación de que se resistiría si me
acercaba a ella directamente así. Pero tenía que saber la verdad.
Volví mi
atención a la televisión y observé la escena del crimen de una joven
estrangulada mientras que el equipo de CSI hacía lo suyo. Hice estallar unas palomitas
en mi boca y me las arreglé para masticar. La
mantequilla se sentía pesada en mi estómago sensible, así que decidí mejor no comer más.
—¿Qué te molesta, Lali?
Le eché
un vistazo a mi mamá, me observaba a mí en lugar de la televisión. Que fácil podía
leer mi estado de ánimo. Era imposible
ocultarle un problema a la mujer.
—Um...
pensaba en... —Hice una pausa y debatí incluso si debiera decir algo.
¿Realmente quiero saber esto? Tomé las cejas fruncidas de mi madre como una
señal de que ella esperaba a que terminara. Su cabello oscuro estaba escondido
detrás de las orejas y no usaba nada de maquillaje. Pude ver su preocupación y
amor brillando en sus ojos. Sabía por qué lo había hecho. Pero todavía tenía
que escuchar su explicación. Tal vez algo que ella supiera ayudaría a Peter a
poner fin a esto.
—¿Te
acuerdas de cuando estuve enferma de niña? —Comencé y vi como su ceño se
profundizó y me hizo un gesto breve—. Bueno,
casi moría. Me acuerdo de eso. Y
así... Tuve un sueño. Más como un recuerdo. Estaba en una vieja choza y tú
también estabas allí. Había una señora mayor. —Me detuve cuando el pánico
comenzó a parpadear en sus ojos. Era cierto. No era necesario explicar más.
Sabía exactamente lo que había soñado.
—Fue real, ¿no? Me llevaron a un médico vudú y...
ella o él me curó.
Mamá tragó saliva y negó con la
cabeza casi frenéticamente.
—¡Oh, Dios! —Murmuró, bajando la
mirada a la mano que
dejó caer las palomitas de maíz que había estado sosteniendo. ¿Ella
nunca espero que yo lo recordase?
—¿Qué les prometiste,
mamá? ¿Cuál era el pago por mi curación?
Mamá colocó el vaso sobre la mesa
de café frente a nosotras y se levantó. Me sentía más tranquila de lo que en
realidad me sentía cuando empezó a caminar de un lado a otro delante de la
televisión.
—Oh, Dios. Oh, Dios. Oh, Dios
—Cantó en voz baja. Ahora comenzaba a sentir pánico. Esta no era la reacción
que yo esperaba. Mi fría, tranquila, calmada
madre, nunca había tenido un desglose delante de mí.
—Dime, mamá —Le exigí.
Corrió
ambas manos por el pelo corto y luego las apoyó en sus caderas vestidas del
pijama. Los cerdos voladores de color rosa en
el fondo estaban tan felices y
sin preocupaciones y tan increíblemente fuera de lugar con la mujer que los
llevaba. Empecé a preguntarme si tendría algún ataque de pánico por la forma en
que su respiración se había acelerado.
—No
sabía qué más hacer —Susurró con un sollozo roto y rodeó con los brazos su cintura, como si necesitara mantenerse
entera.
—Lo
entiendo. Lo que necesito saber es cual fue el pago que se requirió.
Mamá por fin enfocó sus ojos llenos de dolor en mí.
—¿Por
qué me estás preguntando esto? ¿Alguien ha... algo ha... contactado contigo?
Explicar
que mi novio era La Muerte y que una transportista de almas se encontraba en mi
habitación, probablemente escuchando
mi iPod y pintando las uñas de
los pies de un color oscuro, no sonaba exactamente como el mejor plan. Así que me decidí algo más creíble.
—Tuve un
sueño. Lo vi todo. Me acordé de todo. Incluso el olor a moho rancio.
Un poco
de alivio se apoderó de su expresión tensa. Asintió con la cabeza y se limpió
las manos en la parte delantera de sus pantalones de pijama con nerviosismo.
—Está
bien. Un sueño. Eso está bien. —Hablaba
más para sí
misma que para mí. Esperé.
Finalmente volvió la mirada hacia la mía.
—Estaba desesperada, Lali. Una
enfermera en el hospital me hablo sobre
un nuevo médico vudú en el pantano. No
sabía nada de
vudú. Nos enviaron al Hospital Infantil de Nueva Orleans porque tenían un especialista muy recomendable. La cultura
allí era tan diferente. No sabía qué creer. No le hice caso al principio. —Hizo
una pausa y respiró hondo—. Pero entonces... pero luego me dijeron que no ibas
a despertar. Me entró el pánico. Te llevé a la anciana. No sabía nada de ella o
de sus métodos. Pensé que tal vez tenía una droga milagrosa. —Dejó escapar una
carcajada dura—. Quiero decir, ¿quién cree en hechizos de todos modos? No
esperaba que realmente preparara algo y luego el chico entró. —Cerró los ojos
con fuerza. Miré las arrugas de su frente más profundas. Había sido Pablo. Ahora, lo sabía sin lugar a dudas.
—El muchacho era muy joven. Pero
sus ojos... sus ojos eran aterradores. Comenzó a cantar y una oscura niebla cayó sobre el cuarto. —Abrió los ojos y me miró.
Pude ver el recuerdo de ello en sus ojos. La experiencia la perseguía—. Y luego
nos levantamos de nuevo en la habitación del hospital. Era como si nunca nos hubiéramos marchado
de allí. Tú estabas sentada en
la cama, hablando muy sonriente con una enfermera. Los círculos bajo los ojos
se habían ido. Querías macarrones con queso y alguien se había escapado para
buscarte algunos. Los
médicos y enfermeras comenzaron a llegar a nuestra habitación.
Fuiste un milagro. No tenían ninguna
explicación, pero no había señales de la enfermedad en tu cuerpo. —Tragó con
tanta fuerza que pude ver su garganta contraerse—. Ni siquiera quedó alguna
señal de que la enfermedad hubiera estado allí. Has hecho noticia. Eras una
maravilla médica. Entonces, un día todo el mundo se olvidó de ello y fue como
si nunca hubiera sucedido.
Esto fue
todo lo que sabía. No les había prometido nada. Sólo había dicho que les daba
lo que querían. No tenía idea de que les había dado mi alma. Me puse de pie con
las piernas temblorosas y caminé
alrededor de la mesa de café y la
abracé. No porque se lo merecía, sino porque a pesar de que había cometido
un grave error, lo había hecho porque me amaba.
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