El alma de pie a mi lado me miraba con ansiedad mientras el niño sobre el cuerpo antiguo del alma lloraba en voz alta. No me agradaban las situaciones como esta. Necesitaba un transportador de inmediato. Sin embargo, no iba a dejarlo hasta que alguien escuchara los gritos del muchacho y saliera corriendo para ver cómo se encontraba.
—Despierta, abuelo, vamos, despierta —Cantó el niño, sacudiendo el cuerpo vacío tendido en el campo. Lágrimas corrían por la cara sucia del niño.
A pesar de que él quería creer que su abuelo sólo dormía, sabía la verdad. Los sollozos desgarrando su cuerpo eran un indicador de que ya había aceptado el hecho de que su abuelo falleció.
Miré por encima del alma cuyo rostro estaba tenso por la frustración. No parecía gustarle ver al niño molesto.
—Va a estar bien. Has tenido varios años con él para hacer mella en su vida —Le dije al alma y sus ojos se alzaron para encontrarse con los míos. Alguna paz le recorrió.
—Siento llegar tarde, Peter —Se disculpó Kitely mientras aparecía a la derecha del alma.
Asentí con la cabeza, pero no dije nada más. El transportador tomó el alma y se fue. Pero yo esperé. Dejar al niño aquí solo con su abuelo muerto no era algo con lo que me sentía cómodo. No es que fuera a ser lastimado. Su alma no estaba marcada para salir de la tierra. Su vida sería muy larga.
Pero dejarlo llorar aquí solo me parecía mal. Le vi coger puñados de la camisa del anciano y enterrar su cara en la tela. Sus sollozos eran cada vez más tranquilos ahora. La aceptación era siempre más fácil para los jóvenes.
—¡COLBY! —Llamó una voz femenina y levanté mi mirada para ver a una mujer joven con el pelo corto de color rojo que venía corriendo por la colina. El temor grabado en su cara, sus enormes ojos marrones brillaban con la ansiedad de los de su hijo. Su preocupación era por su hijo, y no se daba cuenta aún de que su padre se había ido. Miré al chico una vez más, mientras levantó la cabeza y gritó a su madre. Mi trabajo aquí ya lo había hecho. Así que los dejé.
La casa olía a amoníaco y vapor de desinfectante. Era un olor familiar. Todas las casas de los ancianos que visitaba olían igual. La anciana, metida firmemente en su cama con varias colchas artesanales que eran una mezcla de modelos brillantes y diversos colores, no dejaban ninguna duda que la hubiera hecho ella misma, me miró con ojos nublados. Había vivido mucho. Fue una buena vida para ella. Ciento cinco años en esta tierra era un regalo que a muy pocos se les daba. Sólo las mejores y más honradas almas recibían estas vidas.
—Bueno, era hora de que llegaras —Susurró con voz débil.
No podía dejar de reír. Estuvo esperándome. Los más viejos siempre lo hacían. Sabían cuando llegaba el momento. Estas eran las almas más fáciles de tomar.
—Estoy aquí a tiempo, querida, sólo que tú eres impaciente. —Me burlé de ella con el cariño que su marido había utilizado cuando aún vivía. Me acordaba de él susurrándole: Te veré en el más allá, mi querida antes de salir de su cuerpo. Ella había sonreído a través de sus lágrimas. Eso había sido hace casi cincuenta años.
—Ah, tú lo escuchaste. —Sonrió y las arrugas en su rostro se arrugaron aún más.
—Lo hice.
—Bueno, vamos a seguir adelante con esto, estoy lista para ver a mi hombre —Susurró, y una serie de toses demolió su frágil y pequeño cuerpo antes de que yo atrajera hacia mí su alma.
***
Cuando entré en la habitación de Lali, Rochi se encontraba sentada en la silla púrpura que una vez había sido donde yo pasaba las noches. Dirigiendo mi mirada a la cama, noté que no había nadie. Fulminé con la mirada a Rochi.
—¿Dónde está?
—Insolente, insolente, Peter. ¿Tienes el azúcar en la sangre demasiado bajo? —Arrastró las palabras. ¿Qué diablos quería decir con el nivel de azúcar bajo?
—¿Dónde está, Rochi?
Rochi suspiró en voz alta y estiró las piernas. Por una vez, no usaba las botas negras y altas a las que era tan aficionada. Tenía sus pies desnudos y sus uñas eran una sombra horrible de color verde brillante.
—Está en el baño, cielos.
Me volví para acechar fuera de la habitación cuando Rochi me detuvo.
—Um, Peter, no creo que ella aprecie que irrumpas mientras se ducha.
Tenía razón, por supuesto. No estaba pensando. Había pasado casi veinticuatro horas desde que la había visto y me encontraba más y más frustrado a cada minuto. Pablo había salido completamente de mi radar y yo todavía seguía en un punto muerto sobre cómo tratar con él. Pensé que después de haber eliminado a María, él aparecería, pero no había recibido ninguna respuesta.
—Te perdiste un día muy divertido —La cantarina voz de Rochi no era algo en lo que encontraba consuelo. Esto significaba que iba a decir algo que seguramente me molestaría.
—¿Qué me perdí?
—Bueno, vamos a ver, me enteré que Lali tiene azúcar en su sangre y se convierte en una auténtica p… bruja si no come una barra de chocolate durante un momento estresante. También me enteré de que Eugenia, de hecho, ama los chismes y, muy posiblemente, a Lali más de lo que ama al chico sobre el que se cuelga. —Rochi hizo una pausa, luego hizo una mueca cuando notó mi gruñido furioso. No estoy de humor para juegos.
—Ah, y Pablo ha regresado de visitar a sus abuelos en el Norte. Toda la escuela era un hervidero de emoción.
Él había regresado a la escuela. Mi eliminación de María no lo había enviado a mí, lo había enviado de vuelta al mundo de Lali. No me esperaba eso.
—¿Está bien Lali?
Rochi se levantó y me lanzó una sonrisa divertida a su manera, antes de dirigirse hacia la puerta.
—Sí, por supuesto. Estuve en su, ¿cómo dijo esa anciana que tomamos la semana pasada, después de que incendiara su casa cocinando? Ah, sí, dijo: “como arroz quemado al sartén” —Rochi se echó a reír—. Esa era una anciana divertida. Espero transportar su alma de nuevo la próxima vez.
Luego, Rochi salió de la habitación.
El vestido rosa pálido que colgaba en la parte exterior de la puerta del armario de Lali me llamó la atención. La suave tela parecía casi lo suficiente preciosa para tocar la piel de Lali. Me acerqué a él y levanté el dobladillo y froté la delicada textura sedosa entre mis dedos.
—¿Te gusta? —preguntó Lali antes de envolver sus brazos alrededor de mi cintura.
—Me encanta. ¿Cuándo lo llevarás? —pregunté, girándome en sus brazos para mirarla y disfrutar de sus características.
—Bueno —Mordió la parte inferior de su labio y miró nerviosamente a mí alrededor para ver su vestido—. Lo vi en una tienda y sólo… me gustó. Me parece que necesito un lugar para usarlo… —Se interrumpió, mirándome esperanzada. ¿Estaba pidiéndome que la llevara a un lugar agradable? Nuestras últimas semanas habían sido cualquier cosa menos divertidas para ella. Hemos estado tratando con Pablo y su mierda. Aparte del concierto que terminó horriblemente, yo no la había llevado a ningún lugar.
La puerta crujió y alcé mis ojos al ver a Rochi asomar su cabeza de vuelta a dentro.
—Se llama Día de San Valentín, idiota —anunció—. Si vas a salir con una humana, Peter, necesitas recordar sus días de fiesta. —Rochi me dio una mirada de exasperación antes de cerrar la puerta una vez más. Día de San Valentín. Había olvidado esa festividad. Los días de fiesta por lo general significan más trabajo para mí. Las personas deprimidas tienden a terminar las cosas en ocasiones especiales y los fiesteros bebían demasiado y luego se ponían detrás de los volantes de los vehículos. Pero el día de San Valentín no era tan malo en cuanto a suicidio y accidentes automovilísticos se refiere.
—Lo siento, Lali. No soy muy bueno en esto, al parecer. ¿Podrás perdonarme por no pensar en el hecho de que tengo que hacer más que sólo aparecer en tu habitación o ir contigo a la escuela? Soy una mierda de novio, ¿verdad?
—Ignora a Rochi. Simplemente le gusta hacerte pasar un mal rato. Honestamente, no compré esto con la esperanza de que me llevaras a ningún lado por el Día de San Valentín. Sólo lo vi y me acordé de que quisiste que me pusiera de rosa pálido una vez, para el baile. Pensé que tal vez cuando tengamos tiempo, lo podría llevar en algún sitio contigo.
Besé la cima de su cabeza. Pablo seguía interfiriendo en nuestras vidas y no me gustaba. Mi mente se centraba mucho en él y en el alma de Lali; la había descuidado a ella.
—El Día de San Valentín tenemos una cita y definitivamente quiero que te pongas ese vestido.
Lali.
Peter se había ido de nuevo. Había pasado la noche conmigo, o al menos había estado allí cuando me quedé dormida. Anoche había tocado mi canción. Extrañaba oírlo cantar.
Se había producido más cambios de redacción en esta ocasión como si hubiera estado perfeccionándolo. El sonido de su voz desesperada me hizo feliz de estar acostada en mi cama viéndolo. Sabía con seguridad de que me habría convertido en un charco en el suelo si hubiera tratado de ponerme de pie. Su pelo negro cayó en sus ojos mientras bajaba la mirada a la guitarra en sus manos y tocaba el principio de la canción. La reconocí de inmediato. Las palabras flotaron en mi cabeza toda la mañana mientras tarareaba la inquietantemente dulce melodía.
"No estabas destinada para el hielo. No te hicieron para el dolor.
El mundo que vive dentro de mí me trae sólo vergüenza.
Estabas destinada para los castillos y la vida bajo el sol.
El frío corriendo a través de mí debería haberte hecho huir.
Sin embargo, te quedas, aferrándote a mí.
Sin embargo, te quedas, extendiendo una mano que empujo lejos.
Sin embargo, te quedas, cuando sé que no es correcto para ti.
Sin embargo, te quedas.
Sin embargo, te quedas."
—¿Qué
haces aquí sola, pareciendo estar en otro mundo? — preguntó Euge, sorprendiéndome fuera de mis pensamientos al golpear una mano contra la taquilla
cerrada junto a la mía. No pude mantener la sonrisa en mi cara.
—Peter —Le contesté.
Euge arqueó las cejas y se abanicó
con una mano.
—Chica, no te culpo, ese chico puede usar un par de jeans como nadie.
Me reí y sacudí mi cabeza. Euge
verdaderamente apreciaba a los hombres. Ella amaba a Nico, pero eso no le
impedía mirar al resto de la población masculina.
—Hablando de picante, aquí viene
el último novio digno de baba — Susurró Nico.
No era lo que quería oír o hablar
en estos momentos. Mirando por encima de mi hombro, vi como Pablo saludaba a
los que pasaba hasta que logró abrirse camino hacia mí. Era tan fácil fingir
que era normal. Cerrando la puerta de mi taquilla me di la vuelta para mirarlo de frente.
—Pablo —Murmuré. Era lo mejor que podía hacer.
Aparentemente,
encontró la respuesta divertida porque su sonrisa sólo se hizo más grande.
—Lali,
es bueno verte a ti también.
JaJa. ¿No era un bromista?
—¿Qué
necesitas? —pregunté un poco demasiado bruscamente porque Euge me dio un codazo
duro.
—Bueno,
me preguntaba sobre la tutoría. Quiero decir, ahora que estoy de vuelta tengo
que mantener mi calificación y sabes que no puedo hacerlo sin ayuda.
Lo que sea. No había forma de que un espíritu vudú
fuera disléxico. ¿Creía que yo era idiota?
—Ah,
bueno, cuando te fuiste llené tu lugar. Pero estoy segura de que hay otros tutores disponibles si
sientes que realmente lo necesitas. —
Me esforcé al máximo en enfatizar mi punto sin que Euge sospechara.
—Pero tú
fuiste muy servicial. Dudo que nadie sea capaz de ayudarme de la forma que tú
lo hiciste. —Él disfrutaba esto. El brillo en
sus ojos decía que disfrutaba cada minuto. Quería apartarlo y dirigirme
a la clase, pero sólo causaría el drama
y atraería atención que
yo no quería. Así que coloqué la correa de mi
mochila sobre mi hombro y me marché sin decir una palabra. Oí a Euge pedir
disculpas por mi comportamiento, lo cual era ridículo,
pero ella no lo sabía.
—¿Qué te
pasa? Quiero decir, sé que él rompió contigo, pero tienes a Peter ahora. ¿Por qué guardar rencor?
—preguntó Euge después de haberme alcanzado.
Abrí la
boca para responder cuando el timbre de su teléfono celular me interrumpió.
Euge
rebuscó en su bolso a toda prisa para encontrarlo antes de que un maestro lo escuchara.
—Sabes
que debes apagar esa cosa en la escuela. Conseguirás que
te lo confisquen de nuevo —Le reprendí.
Lo sacó
de su bolso y me mostró una mirada molesta antes de contestar.
—Hola.
—¿Por qué? ¿Qué está
pasando en el campo?
Euge agarró mi brazo para
detenerme. Su rostro se veía confundido.
—Tenemos que ir hasta el campo. No sé
por qué, pero era Krissy Lots y dijo que tenía que bajar a la cancha de fútbol
inmediatamente, después colgó. Había sirenas de fondo.
—¿Sirenas? —Mi interés
había pasado de sólo curiosidad a alarma.
—Deben venir conmigo, ahora. —Rochi
apareció delante de mí, y realmente no la noté acercarse. Aparecer de la nada
asusta a la gente.
—Tenemos que ir al campo
de fútbol —Expliqué, mientras Euge la ignoraba y se abría paso entre los demás estudiantes.
—Lo sé
—respondió Rochi, sin una onza de su normalmente actitud sarcástica. En cambio,
sonaba preocupada. Eso sólo podía significar…
Oh, Dios.
No me
quedé allí y esperé una explicación. En cambio, despegué detrás de Euge y
llegamos a la puerta que conduce al campo de fútbol al mismo tiempo. Corrimos todo el camino
hacia un campo que se encontraba repleto de personas y dos ambulancias. Sólo
había una persona a la que ambas
conocíamos que iba al campo cada mañana a correr. Nico.
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