"El Casillero".
La única
explicación era que el chico tenía que ser un idiota. Cuando Lali no miraba
hacia él, patéticamente le daba miradas lascivas. Luego, cuando ella lo miró,
él actuó como si no hubiera estado jadeando por ella como un maldito perro,
tan sólo dos segundos atrás.
Si no fuera por la racha
posesiva muy extraña que sentía hacia la chica, le habría hecho ver a él, el
error de sus actos. No me gustaba el hecho de que ella quisiera su atención.
Desde luego no le iba a ayudar. Mirar su pequeño ceño fruncido y la decepción en su boca, provocó un
revuelo dentro de mí. No pude darle un nombre
exactamente porque era una nueva emoción. No era algo con lo que
yo ya estuviera familiarizado.
Lali
tiró su bolso de libros sobre su hombro mientras empujaba a través de los
cuerpos de los estudiantes que llenaban el pasillo. No podía mantenerme al margen y verla tan infeliz. En vez de permanecer en el fondo, siendo su sombra, como he estado
haciéndolo durante semanas con el fin de aliviar la tensión extraña en el
pecho, que sólo su ausencia podía provocar, hablé.
—No lo mires la próxima vez. Va a volverlo loco.
Sus ojos
se encendieron en una rápida mirada hacia mí, pero ella no se inmutó. No me
gustó que su ceño fruncido se profundizara. Garantizado que la mayoría de la
gente no estaba loca por mí, pero quería agradarle a Lali. Admitir ese simple
hecho era humillante y sacó el infierno fuera de mí. Ella se detuvo frente a su
casillero todavía ignorándome, a pesar de que me aseguré de que podía verme.
—Está
tratando de jugar a hacerse el duro. Demuestra lo infantil que es, pero puedo
ver que te está molestando.
—No estoy molesta. —Respondió, con
los dientes apretados y abrió su casillero.
—Sí, lo
estás. Hay una pequeña arruga entre tus cejas que aparece y mordisqueas tu
labio inferior cuando algo te molesta.
Eso le llamó la atención. Ella se
congeló y giró lentamente la cabeza para mirarme a través de su cascada
de pelo oscuro. Me recordaba
a la seda. Me gustaba la seda. Sobre todo la seda oscura.
El ceño fruncido se había ido
y una extraña sensación de logro se apoderó de mí. He sido el único que hizo
que esa pequeña sonrisa se formara en sus labios. ¿Por qué algo tan sencillo me hizo sentir como un jodido rey?
Yo apenas había mirado a Eugenia y Nicolás. Todo lo que podía ver cuando Lali estaba alrededor era... bueno... a Lali. Pero sabía que hacer una broma acerca de la constante sesión de toqueteo de sus amigos, transformaría esa leve sonrisa en una risa completa.
—Así está mejor. Me gusta cuando estás sonriendo. Si el niño futbolista sigue haciéndote fruncir el ceño voy a tomar el asunto en mis propias manos.
¿Realmente acabo de decir eso? Iba a tener que cuidar mis palabras. Antes de que pudiera responder, me desvanecí. No iba a responder a ese desliz menor de mi lengua. No podía verme por más tiempo, aunque no me había movido. Sus hombros se levantaron y volvieron a caer cuando dejó escapar un fuerte suspiro de frustración. Se giró para caminar hacia su próxima clase y me alegré de que no podía oír mi risa. Estoy seguro de que mi diversión a costa de su frustración no le complacería. Pero, maldita sea, esa chica me fascinaba.
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