Los cementerios en la noche son mucho más espeluznantes que durante el día. Intenté desesperadamente ignorar a las almas cerniéndose sobre las tumbas que supuse que eran suyas. Pero era muy difícil no saltar cada vez que pasábamos por delante de una tumba y un alma aparecía frente de nosotras. Quería agarrar a Euge por el brazo y detenerla para que el alma pudiese vagar más allá, pero eso sólo la habría confundido y les haría saber a las almas que yo las podía ver. Así que en vez de eso, cerré los ojos con fuerza y traté de fingir que no caminábamos entre las almas. Oh, cómo odiaba al padre de Pablo por esa estúpida maldición.
—Hace frío aquí —dijo Euge, rompiendo el silencio.
Le miré
mientras tomaba otro sorbo de la botella de vino que tenía en las manos. Había
encontrado un vino de postre que yo sabía que ella podría manejar. Venir al
cementerio en la noche no era mi mejor idea de pasar un rato agradable, pero no
quería que ella perdiese el control o, Dios no lo quiera, que corriese asustada en
la noche de la manera que corrió por el centro comercial. Yo no estaba
dispuesta a perseguirla entre almas.
—Sip —dije, tirando de mi chaqueta de cuero beige y
abotonándomela.
—¿Quieres? Te calentará —Euge me ofreció la botella
de vino.
La miré en su mano. El color
pálido y el aroma afrutado me tentaban. Podía beber un poco para mitigar mi
incomodidad. Pero yo conducía, así que negué con la cabeza.
—No, estoy bien.
Euge esperó un segundo más antes de atraer el vino
a su pecho.
—De acuerdo, si estás segura. Pero ayuda de verdad.
No iba a discutir con ella. Estoy
segura de que el vino le ayudaba muchísimo. Tres semanas antes no habría podido
pagarle para caminar a través del cementerio por noche. Tener a alguien querido
enterrado aquí cambia las cosas.
—Ahí está —susurró, deteniéndose finalmente.
Mi
mirada siguió la suya. La tumba de Nico se encontraba todavía fresca y cubierta
de flores. Unas pocas comenzaban a marchitarse, pero la mayor parte de las
flores todavía seguían tan encantadoras como lo habían estado en su funeral.
—Sentémonos en el banco —dijo Euge casi
reverentemente.
Los
padres de Nico habían puesto un banco a los pies de
su tumba. Me pregunté sobre eso
cuando lo vi el día del funeral. Pensé que solo estaría allí durante el
funeral, pero cuando nos fuimos miré atrás y todavía estaba allí.
—Ahí
está el que mandé yo —La voz de Euge se quebró mientras nos sentábamos y
mirábamos los arreglos florales que había delante nuestro. La pelota de
baloncesto grande y redonda que se recostaba en la cabeza de su tumba estaba
hecha de claveles naranjas y botones de oro negros. Euge había insistido
histéricamente al florista que hiciera un arreglo que pareciese una pelota de
baloncesto. Lo hicieron para ella. Era bonito. A Nico le habría encantado.
—Quedó muy bien —Le aseguré.
—Sí. Ojalá él pudiera verlo.
No
estaba segura de cómo responder a eso. No quería empezar a decirle que su alma
no estaba aquí y que yo lo vi irse. Mentir no era mi punto fuerte y lo pasé mal
estando de acuerdo con ella cuando yo sabía más cosas.
—¿Recuerdas
la vez que trajimos la cuatri moto de Nico
hasta aquí, por el camino del
bosque de detrás de su casa? —La voz de Euge tenía un toque divertido.
—Sí —La
policía nos persiguió por saltar tumbas con
su cuatri moto. Nico y yo asumimos la culpa y dejamos a
Euge fuera. Nico siempre había sido protector con ella y, honestamente, nos
había rogado que no lo hiciéramos. Le habíamos escuchado durante todo el camino
hasta aquí hablar sobre lo mal que estaba eso y cómo los fantasmas de las personas sobre cuyas tumbas
habíamos saltado nos perseguirían. Yo sabía, claro, que se equivocaba
y no me preocupaba.
—Mi madre todavía no tiene ni idea
de lo que pasó. Ni siquiera le he dicho que fueron perseguidos, porque temí que
no me dejase salir con delincuentes.
Me reí y una pequeña
sonrisa apareció en los labios de Euge. Era tan bueno ver esas sonrisas. Eran Muy pocas y distantes entre sí.
Euge tomó otro trago de vino. Sus
sorbos habían vuelto tragos. La mirada vidriosa en sus ojos me dijo que
conseguía el efecto deseado. Me sentí
culpable de conseguirle el vino, pero ella necesitaba estar relajada para afrontar esto. Recordar el
pasado. Eso era bueno. Valían la pena una botella de vino y consumo de alcohol de
menores.
—Whoa,
no son a quienes esperaba ver aquí —dijo Pablo mientras se acercaba a nuestro
lado. Euge dejó escapar un pequeño grito, luego le siguió una risilla después
de darse cuenta que era Pablo y no un
zombi quien se nos había unido.
—¿Y
bebiendo? —Los ojos de Pablo se levantaron de la botella de vino de Euge para
encontrarse con mi mirada.
—Ella
quería venir aquí. Me imaginé que necesitaba un poco de valor para afrontarlo.
Pablo
asintió con la cabeza y un pequeño ceño frunció su frente. Me pregunté si lo
sentía por la pérdida de ella o si incluso echaba de menos a Nico.
—Puedo entenderlo —Contestó.
Euge se
acercó más a mí y dio unas palmaditas en
el sitio al lado suyo.
—Ven y siéntate —Le ordenó a Pablo.
Quería
decirle que él era lo más peligroso aquí afuera, pero mantuve mi boca cerrada.
Por lo menos, en el otro lado de Euge no tendría que ver su cara.
—Toma,
está bueno —Contestó Euge, empujando la
botella a Pablo torpemente. Vale,
posiblemente ya ha bebido suficiente.
—Claro
—Contestó él, y pude verlo inclinar la botella por la esquina de mi ojo.
—Perdón
por haber huido hoy y… por haberte dejado allí—Euge comenzaba a balbucear. Sip, había tenido suficiente.
Llegué al otro lado de ella y le cogí la botella a Pablo.
—Has
alcanzado tu límite, Euge. Un poco más y mañana me odiarás. —Le expliqué
mientras me sacaba el corcho del bolsillo y tapé la botella antes de ponerla
entre mis pies.
—Me
preocupe por ti, pero vi a Lali contigo —Respondió Pablo palmeándole la
rodilla.
—Sssssí. Do zabría ge hacer zin
ella —Balbuceó Euge.
Pablo se inclinó hacia
delante y pude sentir su mirada en mí.
—Ella es muy especial —Concordó.
Euge asintió con la cabeza y
empezó a apoyar su cabeza en mi hombro, pero falló y se cayó. Tanto Pablo como
yo la agarramos antes de que pudiera caerse de cara en la tierra fresca y las flores.
Riendo, Euge se balanceó de atrás
y adelante mientras la sentábamos de nuevo. Había bebido más que suficiente.
Dudo que recordara algo en la mañana. Con suerte, no se despertaría abrazando
la taza del baño.
—Vale,
creo que es hora de que volvamos a casa
—dije agachándome para coger la
botella de vino y después me levanté—.
Vamos. Te meteremos en la cama.
—Te
ayudaré a llevarla al coche —Ofreció Pablo y comencé a negarme cuando Euge se
cayó de rodillas y se rió a carcajadas.
—Sí,
gracias —murmuré. Sería de mucha ayuda si Rochi no hubiese desaparecido
completamente hoy. Pero estaba por mi cuenta y Pablo era el único “ser”
acechándome en este momento. Pablo parecía demasiado satisfecho con este giro
de acontecimientos, y tuve que reprimir
el impulso de decirle que yo
podía hacerlo por mí misma. Porque estaba más que segura de que terminaríamos
durmiendo en el cementerio si tenía que llevarla al coche sola.
Pablo se
agachó y la cogió por debajo de los brazos. Ella se balanceó en sus pies y Pablo envolvió su brazo alrededor
de su cintura.
—Tranquila, chica —dijo.
—Dranquila,
chica —Le imitó Euge riéndose como si hubiera dicho la cosa más graciosa que
nunca había escuchado. Nota para mí, Euge es un peso ligero. En el futuro, una
copa de vino será su límite.
—Adiós, Nico,
de guiero musho —gritó Euge mientras Pablo la guiaba por el camino que hicimos
desde el aparcamiento hasta aquí. Como yo, Pablo podía ver las almas, las
esquivó y las ahuyentó así yo no tendría que atravesarlas en el camino a la salida.
—De
guiero musho —Euge empezó a canturrear con tristeza. La borracha triste
empezaba a emerger. No había pensado sobre esa posibilidad.
Pablo
abrió la puerta del lado del pasajero y dejó a Euge en el asiento en vez de
dejar que cayera. Lo que debía admitir era muy considerado. Especialmente para
un espíritu vudú.
Me
dirigía el lado del conductor cuando oí cerrarse la puerta del pasajero y
abrirse la de la parte de atrás. Volviendo mi cabeza, vi a Pablo meterse en el
asiento trasero. No había manera de que eso pasara.
Me paré y abrí la puerta del pasajero de mi lado y
metí la cabeza.
—¿Qué crees que estás haciendo?
—Siseé.
—Me estoy asegurando de que
lleguen a casa a salvo. —Contestó con una sonrisa educada en el rostro.
—Oh, no, no lo vas a
hacer. ¡Sal fuera!
—No seas tan mala, Lali —Intervino
Euge desde el lado del copiloto.
Rodando los ojos, dejé salir un
suspiro exasperado. Bien, si quería ser el príncipe encantador podía serlo. No
iba a tratar con el ahora mismo.
Necesitaba llevar a Euge a casa antes de que se desmayase, o peor, vomitase en
el coche.
—Lo que sea —refunfuñé y cerré la puerta
de golpe para darle un efecto extra.
Me las
arreglé para arrancar el coche y llevarlo a la carretera sin mirar atrás, ni
reconocer la presencia de Pablo. Pretendí ignorarlo todo el camino hasta casa.
Igual se enfadaba y desaparecía. Dios sabe que
Euge no se enteraría. Deslicé mis ojos a ella y vi sus parpados ponerse
pesados.
—Quédate
despierta. No seré capaz de llevarte dentro si estás desmayada. No queremos que
tu padre salga y te encuentre de esta manera.
Eso la
animó. Si su padre la encontraba borracha estaría furioso. Bueno, puede. Sus
padres habían estado tan preocupados por ella que quizás lo entendería. O
podrían ingresarla en un centro psiquiátrico. Ella realmente no quería ir a uno
de esos.
—Así está
mejor, mantén esos ojos abiertos —Bajé su ventana—. El aire frío te ayudará y
si empiezas a marearte, por favor, asómate por la ventana y vomita.
Euge se
rió y apoyó la cabeza en el
reposacabezas, dejando que la fría brisa le volase el pelo de un lado a otro de su cara.
—¿De
quién fue la idea de emborracharla? —preguntó Pablo desde el asiento trasero.
Me iba
apegar a mi plan de ignorarlo, así que alcancé el volumen de la radio para
subirlo cuando Euge dijo arrastrando las palabras:
—Deeee Laaaaliii, eees tan listaaa.
Pablo
rió entre dientes desde el asiento trasero. Tenía que estar de acuerdo con él.
Yo también me cuestionaba mi inteligencia.
—¿Podemos hacerlo ooootra vez ma…mañana?
—preguntó Euge. Negué con la cabeza.
—No.
Créeme, el dolor de cabeza que vas a tener
mañana me dará la razón. Esto ha sido cosa de una sola vez.
Euge hizo un sonido de “pffft” que causó que
escupiera saliva.
Me detuve en el camino de entrada
de Euge, esperando por completo que Pablo simplemente se evaporara cuando abrió
la puerta del coche como un humano y procedió a sacar a Euge del coche. Genial,
el Príncipe Encantador iba a seguir
con su educado comportamiento. Lo seguí a la puerta y la madre de Euge se encontró
allí con nosotros.
Di un paso adelante y le entregué
la botella de vino medio vacía.
—Ella quería ir a ver la tumba de Nico
esta noche. Cogí esto porque pensé que lo iba a necesitar.
Lo siento...
Su madre levantó la mano para detenerme.
—No,
está bien. Entiendo. Esto no es peor que las pastillas que le he estado dando —El tono de voz de su
madre sonó derrotado. Había escuchado ese tono antes en mi madre. Esperaba que no
hiciesen con Euge lo que mi madre hizo conmigo.
—Solo vete a casa, Lali. Tu madre ya me ha llamado
buscándote.
Su avión llegó hace una hora. Cuidaré de Euge esta
noche.
Asentí y di un paso atrás
mientras Euge se metió en los brazos de
su madre y cerró la puerta.
—Parece que estamos solo tú
y yo —dijo Pablo, completamente satisfecho.
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