Peter.
La madre de Lali se encontraba en duelo. Podía oír su dolor desde fuera de la casa. Había pasado dos días buscando la manera de penetrar en Vilokan. Pero Lali no querría que su madre llorara su muerte. No querría saber que su madre tenía una completa crisis emocional. Ahora mismo, esta era la única cosa que podía hacer por ella y en cambio, podía encontrar si había algo, cualquier cosa que su madre recordara acerca de la noche con el doctor vudú en la choza.
Llamar a
la puerta seria lo que ella esperaba. Me veía como el novio de Lali. Si quería
que creyera que no soy un ser humano, tendría que entrar de una manera
diferente. Sólo esperaba que no se asustara demasiado.
Aparecí
en el taburete de la barra, directamente en frente de la madre de Lali. Ella se
encontraba sentada en la mesa con una taza de café. Podía oler el whisky en su bebida.
Los ojos
hundidos se destacaban con anillos oscuros por no dormir, su mirada se encontró
con la mía. Sorprendentemente, ni siquiera se inmutó. En cambio, me miró
directamente y me estudió en silencio. No hubo manchas de lágrimas corriendo
por su rostro.
Su rostro era el de una completa
pérdida y angustia. Había visto esa expresión en otras madres, que se enfrentan
a la pérdida de su hijo. Pero este dolor de madre hizo que mi pecho doliera.
Tal vez, porque compartía su dolor. Aunque sabía que Lali no ha muerto, se
había ido. Por ahora.
—Peter. —Por fin habló. Su voz era pequeña y áspera
por el poco uso.
—Sí —le contesté, a la espera de que dijera más.
No lo hizo de inmediato. Tenía su cabeza inclinada y buscaba en mí rostro las respuestas a sus preguntas,
sabía que se acumulaban en su cabeza. Pensó que había bebido hasta quedarse
dormida y que se encontraba soñando.
Posiblemente alucinando. Varias
explicaciones diferentes corrieron a
través de la niebla de sus
pensamientos.
—¿Cómo
has…? —Calló, no sabía qué decir exactamente. ¿Cómo acabas de aparecer de la
nada? Aún podía ver la incertidumbre en sus ojos.
—Porque
no soy un ser humano. Soy algo más. —La dejé asimilar esa información.
Dio un
suspiro de cansancio y empujó la taza de café y whisky fuera de ella.
—Bueno, he tenido mucho de eso, supongo.
—No soy
una alucinación. He estado aquí en su casa casi todas las noches desde el
momento en que el alma de Lali estuvo marcada por la muerte. Vigilándola.
—¿Tú
sabías que iba a morir? —La pregunta de su madre era una mezcla de ira y
confusión.
Sacudiendo
la cabeza sostuve su mirada.
—No. Lali no está muerta. No le permití morir en
el accidente de coche que debería haber tomado
su vida, y no murió cuando su coche se salió de ese puente.
Empujándose así misma de nuevo fuera de la mesa, se
puso de pie.
—Tengo que ir a la cama. No he dormido
en un tiempo y ahora estoy perdiendo la cabeza —murmuró.
Me puse
de pie y me detuve en su camino.
—No. No lo harás. Soy real y lo que te estoy diciendo también, Lali está viva. Su
alma está en su cuerpo. Sin embargo, el espíritu vudú al que la vendiste,
cuando era una niña, tiene derecho
sobre ella y en este mismo momento él la tiene. Necesito que me escuches,
confía en mí y ayúdame.
Poco a
poco el rostro de su madre, pasó de la
incredulidad al horror. Comprobé que estuviera estable, hasta
que sus piernas se reunieron con el sillón de cuero detrás de ella, se dejó
caer en él y la comprensión hundió más su rostro. No estaba seguro de si lo
creía o no, pero sabía que mis palabras tenían algo de verdad.
—¿El espíritu vudú? —susurró con voz entrecortada.
—Sí, el médico vudú que abrió el
alma de Lali con el fin de salvar su vida.
Sacudió la cabeza y levantó los
ojos de nuevo hacia mí.
—Nunca prometí su alma. Nunca haría algo por el estilo.
Sólo pregunté por cualquier forma de hacer alguna magia especial o poción
milagrosa para curarla. La enfermera, la enfermera dijo que su abuela nos
podría ayudar. Me encontraba desesperada y dispuesta a intentar cualquier otra
vía. La medicina tradicional no funcionaba. Pensé que con las hierbas y remedios
naturales de la anciana, podría tener alguna posibilidad de hacer algo que los
médicos no pudieron. Nunca... nunca... prometí su alma.
Los seres humanos eran tan ingenuos de los poderes sobrenaturales a su
alrededor. Las cosas que creían muchos, otros tenían una fácil explicación. Los
conceptos de magia y poderes eran tan exagerados que ellos asumían una curación
natural. Esa sería una explicación médica que cubre todo.
—El vudú
no son hierbas y recursos naturales de jurisdicción. Es una religión. Una que se hace poderosa por los malos espíritus,
cuando los seres humanos creen en ellos. Si no
crees, entonces no
pueden hacerte daño. Pero si
alguna vez encomienda responder una solicitud, se encuentra en deuda con el
espíritu que responde. Quiso salvar a su
hija de la muerte. Sólo hay un espíritu vudú
que puede hacer eso. Uno poderoso. El espíritu del Señor de los muertos puede
otorgar la vida. Es aficionado a la concesión de las vidas de los niños. Pero
no es por amabilidad. Porque entonces, él es dueño de su alma. Le pidió al médico
vudú que hiciera lo que sea por ella. Sin embargo, Ghede, el
espíritu señor de los muertos,
podía hacer algo. Y así lo hizo. Él le
dio vida a Lali cuando era su destino fallecer. Su alma tendría una vida
corta esta vez. Su otra vida hubiera sido más larga. Permitiste que el mal
cambiara eso porque no estabas dispuesta a dejarla ir. Ahora, Ghede ha venido a
reclamar lo que por derecho le pertenece.
Ella no
habló de inmediato. Vi cómo se hundía más con mis palabras y procesaba todo lo que le había
dicho. No es fácil para los humanos entender. Por lo menos no los temas
espirituales. Pero esperaba que, debido a que había experimentado el poder del
vudú aquella vez, por lo menos podría abrir su
mente.
—¿Me estás diciendo que Lali está... ella está en…?
—Vilokan,
el reino más allá o espiritual, donde los espíritus del vudú habitan. Está ahí en su forma humana.
Ellos no pueden tomar el alma de su cuerpo sin la Muerte y puedo asegurarte que
la Muerte no se llevará su alma. —Explicarle que yo era la muerte sería llevar
las cosas un poco demasiado lejos. Había tomado en su mente todo lo que era
capaz de manejar.
—¿Cómo
hago? ¿Qué debo hacer? Si está en Vilokan. ¿Hay alguna manera en la que pueda
traerla de regreso? ¿Cómo puedo solucionar este problema?
—Usted no. Pero yo lo haré. Sólo
necesito que recuerdes esa noche. Desde el momento en que la enfermera vino y
el momento en el que Lali se curó. Luego, necesito que recuerde la infancia de Lali.
Está ese niño, un niño rubio que entró en su vida varias veces. Necesito que lo
recuerde todo. Incluso si cree que no es importante. Necesito saberlo.
Asintió con la cabeza y luego frunció el ceño.
—¿Y
si estoy dormida? ¿Esto no es un sueño?
—No, está muy despierta. De hecho,
¿por qué no va y se prepara una taza de café sin el whisky esta vez? La
necesito tan alerta como sea posible.
—Sí, está bien, eh, ¿no tomas café? —preguntó volviendo a mirarme.
—No,
gracias. Estoy bien. —Le aseguré, y se apresuró a entrar en la cocina para
preparar la taza. Me levanté y me acerqué a la repisa, tomé una de las muchas fotos de Lali alineadas
en la misma. Se encontraba sonriendo con alegría a la cámara, con los brazos
colgando sobre los hombros de Nico y Euge. Froté la yema de mi dedo pulgar por
encima de su dulce sonrisa, luego, coloqué la imagen en su lugar.
—Acaba
de ocurrir algo. La madre de Euge dijo que Pablo iba en el coche con ella y que
está también desaparecido.
Sin darme la vuelta para mirarla, respondí.
—Sí, me imagino. Considerando que Pablo es el hijo
de Ghede.
El
fuerte ruido de la taza golpeando el suelo de baldosas me recordó, que trataba con un humano aquí.
Uno que, a diferencia de Lali, no había visto almas durante toda su vida.
Realmente necesito decir las cosas con un poco más de cuidado.
Lali.
Cuando
acepté la invitación de Ghede ni una sola vez imaginé, lo que veía en la larga mesa de seis metros.
Echándose hacia atrás, con una sonrisa siniestra en su rostro, era una figura
alta con un negro sombrero de copa, un
par de gafas de sol oscuras y dos cigarrillos colgando de su boca. Por lo que
podía decir, llevaba un esmoquin de colas. Sus dos pies apoyados en la mesa,
mientras se reclinaba en la silla de mármol y un enorme espaldar que, me
recordó más, a un trono de una película de princesas.
Salvo,
como la mayoría de los otros elementos en la habitación, era negro.
Pablo
nos había colocado justo a la derecha de él y sonreía con orgullo como si hubiera traído a su preciada
posesión para impresionar a su padre.
Una
mujer escasamente vestida colocó una copa de plata gigante delante de mí y me
sentía un poco preocupada de que sus senos fueran a explotar en mi cara. Me
encontraba aterrorizada de tomar o beber algo, que un montón de espíritus vudú
pusieran algo en mi comida, pero quería ver a Nico. Por lo que me forcé a
recoger la copa y entreabrir los labios.
El hedor
quemó mi nariz y rápidamente la coloqué de nuevo en su lugar. No tomaré eso.
La risa
de Pablo me sobresaltó y de un tirón llamó la atención de Ghede, para verlo golpear
la mesa con una mano y reír sorprendentemente en voz alta, sin dejar caer ni una vez un cigarrillo
de su boca.
—Me
divierte hijo —gritó y el resto de los asistentes en la mesa se unieron a su
risa.
La mano
de Pablo tomó la mía bajo la mesa, en un intento de apretón y luego la apartó rápidamente.
No quería que me tocara.
—No te gusta el ron —declaró Ghede para
que el resto de la mesa escuchara.
Ron. Así
que eso era. No, no me gustó el ron.
—No —respondí, incapaz de sostener su
mirada penetrante, incluso con las gafas oscuras. Todavía podía sentirlo.
—Ah, eso podemos solucionarlo Es muy improbable.
—¿Podrías tener un poco de soda, padre?
—preguntó Pablo y por una vez me sentí agradecida por su presencia.
Tenía la boca muy seca.
—Sí, trae un poco de soda —Ordenó a una
de las mujeres de pie, alrededor de la mesa, a la espera de hacer su voluntad.
—Gracias
—Logré articular. Nico, me recordé a
mí misma. Hacía esto por Nico.
—Ah, y tiene costumbres. Has elegido una
buena, hijo. Me agrada. Pablo sonrió a
mi lado y sentí el impulso de vomitar.
—Un
brindis —anunció en voz alta Ghede al
resto de la
mesa—. Ella se enamoró de Peter. Correcto. —Gozó de las respuestas de sorpresa
que venían de los otros. Me asomé bajo la mesa, por primera vez desde que me
había sentado, y tuve que esforzarme para no bostezar. Por lo menos mi vestido
no destacaba. Cada mujer en la mesa se encontraba vestida de una manera similar
al estilo antiguo. Sin embargo, sus pechos eran mucho más grandes, por lo que
en realidad tenían el escote a la altura de su nariz. Mi respiración se atascó,
cuando observé a uno de los hombres, tirar de la parte delantera de una dama
hasta que su pecho entero rebotó libre.
Aparté la mirada y estudié otro lado de la mesa.
Los
hombres iban vestidos con trajes de etiqueta e incluso varios llevaban máscaras
negras. Los peinados de las mujeres, fueron alarmantemente altos. Rizos
apilados al menos de treinta centímetros, joyas brillantes, plumas y otros
accesorios. Todos bebieron abundantemente y reían estridentemente. Un chillido
fuerte trajo mis ojos de nuevo al otro lado de la mesa y vi como el hombre que
sacó los pechos de la mujer, ahora dejaba el trasero de ella en el borde de la
mesa, con su vestido levantado, y tenía las piernas extendidas mientras gritaba
con deleite. Cuando el hombre fue a desabrochar sus pantalones cerré los ojos y
moví mi cabeza hacia la pared, detrás de la
cabeza de Pablo. Querido Dios, iban a... hacerlo en la mesa. ¿Qué había acordado?
—Padre,
por favor, Lali no está acostumbrado a este tipo de comportamiento. ¿Por esta
noche se puede detener? —preguntó Pablo a mi lado y quería enterrar mi cara en
su hombro y empezar a tararear una canción, que disfrazara los fuertes gruñidos
que venían del hombre tan sólo a unos metros.
—¿Qué? El sexo es parte de la diversión.
¿Qué es una fiesta sin el placer de la carne? Nada. Esa no es la respuesta.
La mujer empezó a gemir en voz
alta y gritar palabras que nunca había oído antes. El brazo de Pablo rodeó mis
hombros y a su lado usé su brazo para callar el sonido, mientras mis ojos
seguían herméticamente cerrados.
—Lo
siento, Lali —susurró en mi pelo.
Si él realmente lo sintiera, no me
habría sobornado para que viniera a este lugar. No era una comida, esto era...
una... maldita orgía. Más gemidos se unieron y me encogí con horror, cuando las
mujeres daban sugerencias vulgares y los hombres gritaban descripciones desagradables.
Esto no
era nada como lo que había imaginado.
—Por favor, Padre, ¿puedo
ser excusado? —preguntó Pablo.
—Hmph,
supongo. No quiero detener mi fiesta. Toma a la chica, enviaré comida para
ustedes.
Aliviada,
me levanté con cuidado de no echar un vistazo hacia la mesa y dejar que Pablo
me lleve a la habitación, de nuevo en la seguridad del gran pasillo.
—Ay.
Dios. Mío —Le susurré horrorizada. Mi mente siempre quedaría traumatizada.
—Lo
siento. Esperaba que con mi padre allí, pudieran contenerse pero…
—Pero él es un enfermo pervertido
—Terminé por él. Pablo comenzó a abrir la boca, pero lo interrumpí.
—No lo
hagas. No me importa lo que tengo y lo que no puedo decir sobre él aquí. Esa
fue la experiencia más repugnante de mi vida. Y tú sólo me llevaste directamente a ella. Sin preparación, ni advertencia.
—Porque si no, no hubieras asistido y mi padre te
habría castigado.
—¿Y eso no fue un
castigo?
—No,
encuentra eso entretenido. Él es el un espíritu vudú sobre muchas cosas. El
erotismo es uno de ellos.
—Uf,
¡oh!, ¡uf! —Negué con la cabeza y comencé a caminar hacia la habitación en la
que había estado antes.
—¿No quieres ver a la biblioteca? —preguntó Pablo.
Pensé en
lo que acababa de ver y tuve una idea de lo que la biblioteca contenía, probablemente el noventa
por ciento de porno, era una salida
importante para mí.
—No,
prefiero ir a lavar con cloro mis ojos y
mis oídos —Le espeté de vuelta.
—¿Qué pasa con Nico?
Había utilizado el poder de esa jugada.
Me detuve y lo fulminé con la mirada.
Odiaba que aún tuviera
algún control sobre mí.
—Si de verdad sintieras lo de esta noche, lo enviarías a mí ahora. Pablo asintió con la cabeza.
—Hecho. Y te voy a traer comida, también. Comida normal y
soda.
No discutí, porque sabía que,
cuando mi estómago se estableciera de esa escena asquerosa de la que fui
testigo, iba a tener hambre. Hacía un
tiempo desde que había comido.
—Cruza a la derecha, es la tercera
puerta —Instruyó Pablo. Era buena con
las direcciones, así que no necesitaba que me lo recordara, pero aun así, asentí con la cabeza y seguí mi camino.
Ahora, me sentía aterrorizada de lo que podría ser testigos en estos pasillos.
La
puerta era de un color púrpura oscuro, con una gran calavera negra esculpida en
mármol montado en el centro de la misma.
No había
prestado atención a la puerta cuando habíamos salido, anteriormente.
Es triste, pero esto fue un recuerdo reconfortante
para mí.
Anteriormente,
lo había odiado. Ahora, después de la horrible experiencia, decidí que tenía
que estar muy bien informada de esta habitación, porque no la dejaría de nuevo.
Al mirar
hacia mi vestido, lo quería fuera. Me recordó a las otras mujeres y me hizo
sentir sucia llevarlo. Sin embargo, no vi mis otras ropas.
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