"La habitación".
—No me gusta el color rojo, casi tanto como odio el
pelo rubio.
Mi
necesidad de tranquilizarla iba a destruir por completo mi plan de alejarla,
pero verla molesta debido a que asistiría a ese estúpido baile con María, era
difícil. No me gustaba ser la razón de su infelicidad. ¿No podía ver que esto
era lo mejor para ella? El ceño fruncido en su rostro y la gama de emociones
intermitentes en sus ojos, me dijo que no me creía. Por mucho que yo necesitara
poner espacio entre nosotros, no podía dejarla así.
Poniéndome
de pie, cerré la distancia que nos separaba, sólo por esta vez me olvidé del
por qué tocar a Lali estaba mal. Cuando mi pecho rozó su espalda, su pequeño
cuerpo se estremeció. Cerré los ojos y reprimí una maldición. Ya no sería capaz
de detenerme. Esta era una forma de control que nunca había ejercido. No estoy
seguro de que siquiera supiera cómo hacerlo.
Envolví mis brazos
alrededor de ella, la presioné
firmemente contra mi pecho. El
placer corría a través de mí y apreté mi abrazo. El temor de que nunca fuera
capaz de dejarla en libertad ahora, me abrazó, filtrándose en mis pensamientos.
—Ella no significa nada para mí.
Su
cuerpo se estremeció y mi necesidad de poseerla se volvió insoportable.
—Yo nunca te mentiría, Lali.
—Susurré contra su oído. Se recostó hacia
atrás, para mirarme. Bajando la cabeza, le di un beso en la piel suave de la parte superior de su oreja. El aroma
en ella era delicioso. A diferencia de
cualquier cosa que jamás hubiera experimentado. Continué besando la delicada
piel a lo largo de su rostro. Inhalando el aroma embriagador que tenía. Mis manos
se encontraron con sus caderas y temí que el feroz agarre le provocara algún daño. Pero no me
podía forzar a soltar mi demandante abrazo.
—Tú me
tientas. No puedo caer en la tentación. No estoy hecho para ser tentado pero, Mariana Espósito, me
tientas. Desde el momento en que vine por ti me sentí atraído. Todo sobre
ti... —Necesitaba tocar más de ella.
Deslicé mi mano por la piel expuesta
de su brazo. Se calentó
bajo mi toque—. Me vuelves loco de necesidad. De
deseo. No lo entendí al principio. Pero ahora
lo sé. Es tu alma llamándome. Las almas no significan nada para mí. No se supone que lo hagan. Pero la tuya se
ha convertido en mi obsesión. — En vez de asustarse de mí y salir corriendo,
como un ser humano normal haría
cuando la muerte está admitiendo la obsesión con ella, Lali se apoyó contra mí,
llena de confianza. Su cuello al descubierto, mientras su cabeza caía hacia
atrás sobre mi hombro. Esa piel sería
cálida y delicada. Bajé la cabeza y besé la suave curva allí. Disfrutando de la emoción de su pulso acelerado bajo mis labios.
—Quiero matar a ese chico cada vez que veo sus manos sobre ti. — Dejé un rastro de besos a lo largo de su cuello, mientras ella se acomodaba más cerca de mí, llena de expectación—. Quiero arrancar los brazos de su cuerpo para que no pueda tocarte de nuevo. —Incapaz de retener el gruñido dentro de mí provocado por una posesiva emoción que solo Lali había despertado en La Muerte. Esto estaba mal. Ella no me pertenecía. No podía tenerla. Yo era La Muerte. Ella era humana. No podía reclamar su alma para mí. La agonía me recorrió.
—Pero no puedo tenerte, Lali. No estás hecha para mí. —Susurré con dureza. Queriendo más que nada cambiar esta situación. Necesitaba dejarla. Esto
solo iba a lastimarla más al final.
Levantándola, la acuné
contra mí solo un momento. Dejando atrás el recuerdo de cómo se sentía
envolverla en mis brazos, la recosté sobre la cama y rápidamente me puse de
pie. No podía continuar tocándola.
—Por favor. —Susurró.
No podía ser testigo de la súplica en su rostro. Cerrando fuertemente mis ojos quise explicarle todo. Hacerle entender. Pero no pude. Mientras menos supiera, más segura estaría. Así que, le dije la única que cosa que podía decirle.
—No puedo, Lali. Nos destruiría a ambos. —Sin abrir los ojos para verla por última vez, me desvanecí.
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