—Lali. —La doctora Janice vino caminando hacia la habitación en donde me hallaba sentada jugando Monopolio con Rochi, quien hacía trampa y Roberta, quien seguía mirando mal a Rochi por hacer trampa.
— ¿Sí señora? —Pregunté. Les sonrió a las chicas y sostuvo en alto un portapapeles.
—Es hora de tu valoración. Por favor ven conmigo. —Descrucé mis piernas y me levanté del suelo.
—Oh mierda, disfrutaba jugar contigo Petisa, te van a decir que no eres una enferma mental y te enviarán a casa. —Rochi me mostró su lengua perforada y me guiñó un ojo. Había tomado la costumbre de llamarme Petisa en los últimos días. Era un poco molesto, pero no le veía el caso formar un problema por eso.
Forcé una sonrisa y seguí a la doctora. Aún no me encontraba lista para irme.
Peter había venido en la noche y temía que una vez que estuviera en casa me dejaría otra vez. Mi corazón dolía, recordándome que seguía vacío. La doctora Janice abrió la puerta de su oficina y la sostuvo abierta para mí mientras entraba.
—Tendrás que ignorar el desastre en mi escritorio. He estado haciendo gráficos esta semana y se sale un poco de control aquí. —Me sonrió a modo de disculpa y caminó alrededor para situarse detrás de su escritorio.
—Por favor, siéntate. —dijo, señalando unos mullidos sillones de cuero negro detrás de mí. Me senté en uno mientras la doctora Janice tomaba el portapapeles en sus manos. Deslizó por el puente de su larga nariz el par de gafas que colgaban de su cuello en una cadena de perlas.
—Aparentemente, Lali; eres el paciente más saludable mentalmente que hemos tenido en un largo tiempo. Eres compasiva y te haces amiga de incluso los más duros casos que hemos tenido. Lo que solo refuerza el diagnóstico de que no estás mentalmente enferma. Entablar amistad con alguien como Rocío Igárzabal no es fácil y Jess es su única amiga porque parece tener miedo de Rocío. Las evaluaciones de las enfermeras dicen que eres amable y que comprendes bien. Reaccionas en el modo en el que lo hace alguien quien entiende que está rodeada de enfermos mentales, y eres paciente con ellos. Eso no solo te hace una paciente muy agradable sino también una persona muy estable. —La doctora Janice colocó el portapapeles en su escritorio y se quitó las gafas, dejándolas caer delicadamente en su pecho. —El hecho básico es: no perteneces aquí.
Asentí, sabiendo que no tenía ningún sentido discutir con la doctora de que yo era un caso mental y que necesitaba quedarme.
La doctora Janice bajó la mirada.
—Estudié cuidadosamente las recomendaciones que fueron enviadas cuando fuiste recetada para estar aquí, para ayudarte a aprender cómo lidiar con el trauma que sufriste. Normalmente no estoy en desacuerdo de manera tan radical con las observaciones de otros doctores pero esta vez fuiste muy mal diagnosticada. Ahora, la pregunta es: ¿Por qué, Mariana Espósito, te retiraste tanto en ti misma que tu madre tuvo que buscar ayuda médica?
Me tragué el miedo que crecía dentro de mí ante el pensamiento que sería enviada a casa hoy y esta noche no tendría a Peter. Necesitaba una razón para quedarme. Estudié de vuelta a la Doctora Janice y me pregunté si podría ser honesta con ella y la verdad me mantendría aquí. Si le dijera que vi gente muerta, ¿Cambiaría su opinión? Empecé a hablar y una imagen de los ojos llenos de lágrimas de mamá cuando había venido a visitarme regresó a mi mente. Me extrañaba y se preocupaba por mí. La lastimaba, o bueno, más bien la enfermedad que ella pensaba que yo tenía la hería. Si admitía que veía almas, me etiquetarían de loca. Sería diagnosticada con todo un nuevo problema y mi madre sería consumida por la preocupación. Tan solo trataría de ganar una noche más. Una oportunidad más de escuchar a Peter y esta vez lucharía contra el sueño que siempre me impedía verlo. Encontraría una manera de hablar con él.
—El accidente automovilístico me molestó y me confiné en mí misma porque no me gustaba pensar acerca de lo que había sido testigo. Estuve de acuerdo en venir aquí para hacer sentir a mamá mejor. Le asustaba la idea de que me iba a convertir en una solitaria. Mi estancia aquí ha sido aclaradora y siempre lo voy a apreciar. Las chicas de aquí son como yo, solo que ellas tienen enfermedades mentales que hacen que vivir una vida normal sea difícil. Siguen siendo personas. Siguen teniendo sentimientos y quieren ser aceptadas. He disfrutado conocerlas a todas. Tiene razón, no tengo una enfermedad mental como los otros pacientes, pero estar alrededor de ellos me ha ayudado a aprender a aceptar lo que atestigüé.
La doctora Janice sonrió.
—Bueno, eso sigue confirmando mi diagnóstico. Tú estás completamente sana en cuanto a salud mental y eres muy madura para tu edad. ¿Te gustaría llamar a tu madre y contarle que eres libre para irte a casa?
Este era mi momento para pedirle una noche más, necesitaba decir adiós. Necesitaba abrir mis ojos esta noche y verlo. No me podía ir hasta que no lo viera.
Observé el teléfono en su
escritorio.
—Entonces,
¿puedo llamar a mi madre y dejarle saber que soy libre para irme mañana en la mañana.
Pensé en
cómo las noticias de que podría ir a casa iban a traer una sonrisa a su rostro.
Sabía que eso ayudaría a reducir el dolor, pero no
lo suficiente.
* * *
Llevé mi
bandeja de comida para sentarme en frente de Rochi y Jess. Rochi inclinaba su
cabeza de un lado a otro, como hace frecuentemente cuando está pensando en
algo, jugaba con el aro de su lengua, pasándolo contra sus dientes frecuentemente.
—Te vas Petisa, ¿cierto?
Le sonreí y asentí. Ella suspiró dramáticamente.
—Era
obvio que te mandarían a casa pronto, ya que no tienes fallos mentales. Quiero
decir, ni siquiera gritas en las noches. Pero por supuesto, él canta para ti.
Me impresiona de verdad. Me habría asustado hasta la mierda si él entrara en mi
habitación. El hecho de que no estás asustada te hace alguien que no me
fastidie.
Me congelé, escuchando sus
palabras. Ella sabía que Peter venía en las
noches y cantaba para mí.¿Cómo lo supo?
¿Acaso lo vio? ¿Rochi veía almas? ¿Era eso mi problema? ¿Era yo esquizofrénica?
Dejó salir su sonrisa maniática y me guiñó el ojo.
—Estás pensando que sólo podrías ser ridícula después
de todo ¿No es así Petisa?
Desearías estar así de jodida. De ninguna manera, pequeña. De ninguna
jodida manera. —Susurró, inclinándose hacia mí para que las enfermeras no escucharan sus maldiciones y le quitaran
sus privilegios.
—¿Qué es lo que te molesta?
¿Tomaste tus medicinas hoy, Rochi? Porque estás hablando como una lunática,
peor de lo normal. —dijo Jess, frunciendo el ceño antes de echar un cacahuate
en su boca. Rochi no quitó sus ojos de mí. Casi tenía un brillo en sus ojos
mientras me miraba, disfrutando la confusión que sabía que se encontraba
claramente visible en mi rostro.
—Sólo
aquellos por los que él ha venido pueden verlo, Petisa. Sabes eso, ¿cierto?
Sólo aquellos a los que se les acerca su hora. Sé por qué está aquí. —Movió su cabeza de un lado a otro y me estudió de más cerca. —Pero él no canta para mí. No, él no canta para mí.
Jess suspiró ruidosamente
y fulminó con la mirada a Rochi.
—Si no paras de hablar como una
psicópata, llamaré a la enfermera Karen para que venga y drogue tu culo.
— ¿Quién es él? —Le pregunté a Rochi
silenciosamente, temerosa de que ella en verdad no supiera.
Una sonrisa triste tocó sus labios y sacudió su
cabeza.
—Ah, entonces
no ha venido por ti aún. Tan extraño. Tú lo puedes
ver y él está contigo, aunque no haya venido por ti. Es el único que te
lo puede decir.
Rochi se
levantó de la mesa, dejando su bandeja de comida sin tocar en ella y se alejó
caminando.
Jess me observó y sacudió su cabeza tristemente.
—Está
escondiendo sus medicinas debajo de su lengua otra vez y las está escupiendo en
el sanitario. Tendré que decirle a alguien antes de que enloquezca más. Me temo
que si pasa más tiempo sin tomar sus medicinas
podrá hacer algo fatal. —Jess tomó un mordisco de carne, se levantó y se
dirigió hacia la enfermera Ashley.
Esta
noche decidí a preguntarle a él otra vez, pero el miedo de que se alejara me
asustó más que las palabras de mi psicótica amiga.
* * *
Empaqué
el último par de jeans en mi maleta. Los cajones se encontraban vacíos y el armario no guardaba ya mis cosas. Caminé
hacia la pequeña mesa redonda y tomé las cartas que Pablo y Euge me habían
enviado. Leyéndolas cada mañana, me habían dado una razón para sonreír. Las
deslicé en un bolsillo de mi mochila y me senté en mi cama.
Había sido autorizada para venir a
mi habitación tan temprano como quisiera. Las reglas del aislamiento ya no se
aplicaban a mí, además necesitaba empacar. La pequeña habitación no era más
grande que el clóset de mi madre pero iba a ser duro alejarme de ella en la
mañana. Justo como en casa, en esta habitación había estado Peter. Tendría
recuerdos de Peter.
La enfermera Ashley caminaba por
los pasillos, haciendo sonar su campana, anunciando que las luces se iban a
apagar. Me levanté y empujé las
cobijas de mi cama y me deslicé en ella antes de estirarme y apagar la lámpara.
Esta noche vendría y yo hablaría con él. No me tendría que preocupar acerca de
si me dejaría y no volvería, porque me iba
en la mañana. Quería saber por qué Rochi sabía quién
era él o si ella pensaba que era alguien más. ¿Era él el mismo él del que la pequeña niña pelirroja del
hospital había hablado? El él que
ella había dicho que iba a venir pronto a llevársela.
Él nunca vino.
El amanecer
trajo un pálido
brillo a la amarilla habitación mientras me
levantaba con mis maletas, mirando alrededor para ver si había olvidado algo.
Me iba sin ninguna respuesta. Mis pensamientos regresaron a Rochi. Deslicé mi
maleta un poco más arriba de mi hombro y me
encaminé escaleras abajo para encontrarla. Quería hablar con ella una
última vez antes de que me fuera. Decirle adiós y preguntarle una vez más si
ella me podía explicar quién era esa persona que había creído escuchar en mi
habitación. La sala principal se encontraba vacía y los sonidos de pequeñas
charlas a la deriva provenían del comedor, donde todo el mundo comía el
desayuno. Rochi estaría allí. Puse mis maletas al lado de la puerta y me dirigí
a decir mis últimas despedidas.
En el momento en el que entré en el concurrido comedor miré hacia la
mesa más alejada. Jess se sentaba sola, mirando hacia su plato mientras removía
la comida y la empujaba dentro de su boca. Miré hacia la línea de servicio,
pero las enfermeras ya habían terminado de servir la comida a todos sus
pacientes. Todo el mundo se encontraba sentado en sus mesas, desayunando. La
enfermera Karen miró hacia arriba y asintió hacia mí con una sonrisa triste en
su rostro. Caminé hacia Jess y me senté en frente de ella.
— ¿Rochi se fue? ¿Qué quieres decir?
—Pregunté confundida. La había visto la noche anterior antes de irme a
la cama, sentada con un grupo de chicas jugando un juego de cartas.
Jess levantó su mirada hacia mí y me frunció el ceño.
—Fue a golpearlos, alrededor de
las cuatro. Empezó a gritar y a maldecir y tuvieron que sedarla. Está
empeorando y la doctora Janice no se quedará
con aquellos que se alteren
de tal manera, que se vuelvan peligrosos para ellos mismos. Ella los
transfiere al hospital donde puedan ser mantenidos solos y bajo llave. —Jess
sacudió su cabeza y tomó un gran trago de leche achocolatada. —Sabía
que la enviarían fuera pronto.
Es lo que siempre hacen con los psicóticos.
Sentí un nudo enfermo en mi
estómago.
— ¿Sabes el hospital al que fue enviada?
Ella se encogió de hombros.
—No, porque no estoy lo suficientemente loca como
para ser enviada allí.
Me levanté.
—Emm,
está bien. Um, fue bastante lindo conocerte Jess. —Decirle que la vería después sonaría extraño, porque
ambas sabíamos que no era verdad. Así que simplemente sonreí y dije: —Adiós.
Ella
asintió, llenó su boca con otro pedazo de tocino y miró más allá de mí, hacia
las ventanas de daban vista al golfo. Me di la vuelta y me dirigí hacia la
puerta. La enfermera Karen caminó hacia mí.
—Necesito
que tu madre firme algunos papeles, para tramitar tu salida. —Me siguió hacia
la puerta.
Me giré hacia ella.
—¿Rochi fue enviada
al hospital? —Quería escucharlo de la enfermera.
—Me temo
que sí. No está segura aquí. Necesita un trato más fuerte y aquí no se lo
podemos ofrecer.
Tragué
el repentino nudo en mi garganta y caminé
detrás de ella por el pasillo.
Mi mamá esperaba para saludarme. Se encontraba en la sala viéndonos
aproximarnos. Miré por encima de mi hombro, a la enfermera Karen antes de que estuviéramos
lo suficientemente cerca de mi madre como para que oyera.
—¿En qué hospital está? —Quería verla.
La enfermera Karen me sonrió.
—Mercy Medical.
El
hospital en el que me había anotado para ser voluntaria. Sin embargo, ahora
tenía en mi historial problemas mentales, así que ya no me dejarían trabajar en
el hospital nunca más. Pero estoy segura de que podía seguir haciendo visitas.
—Lali,
te ves como si hubieras perdido diez libras. —dijo mamá tan pronto como estuve
lo suficientemente cerca de ella para oírla. Caminó hacia mí y envolvió sus
brazos alrededor, sosteniéndome fuerte. —Estoy tan feliz de que estés de vuelta en casa. Ganarás algo
de peso en menos tiempo del que piensas.
Sonreí y disfruté la comodidad de sus brazos.
—Estoy segura de que la pizza y la
comida china serán ilimitadas. — Bromeé. Ella rió y me soltó.
—Nunca digas que cocinaré la
comida que te engordará. —Sus ojos vidriosos, pero estoy segura de que no eran
lágrimas de tristeza esta vez.
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