"Siguiéndola a casa".
El miedo
pesaba en el aire. Lali no estaba al tanto de que la había seguido a casa. No confiaba en mi promesa
de mantenerla a salvo. Esa simple verdad me enfureció. Sentir miedo
era parte de mi vida. Mi presencia crea miedo. Yo era inmune al sabor amargo
familiar que dejaba en mi boca. Pero el miedo de Lali me molestó. No me gusta.
Me quedé
en la puerta de su casa viendo cómo se mordía el labio inferior con
nerviosismo. Esta no era la forma en la que se
suponía que debía ser. La había salvado de la muerte. El
miedo no debía ser una emoción a la que
tuviera que hacer frente más.
—¿Qué
pasa? —Pregunté. Su grito murió casi instantáneamente, mientras sus ojos se
centraron en mí.
—Peter. —Jadeó
ella, apretando su mano contra
su corazón. Podía
oír la carrera dentro de su pecho a través del cuarto.
—Lo
siento, no me di cuenta que estabas tan tensa sobre esto. — Caminé dentro de la
habitación, mirándola de cerca mientras se dejaba caer sobre la cama, ella
había dado un salto desde el momento en que la había sorprendido.
—Bueno,
discúlpame si almas extrañas que aparecen en mi casa, hablan conmigo y me
asustan un poquito. —Me lanzó una mirada acusadora—, Entonces, te pregunto
sobre eso, y tú maldices
en la oscuridad y te pones todo enojado.
Maldita sea. Siempre volvía a
esto. Ella quería saber demasiado. Cosas
que no podía decirle. Tenía que mantenerla a salvo. El conocimiento era
peligroso. Necesitando estar cerca de ella, me senté a su lado en la pequeña
cama. El olor de miel me calentó. Su cabello
siempre olía totalmente comestible.
—Lo siento por eso. No debería de haberte asustado
de esa manera.
—Bueno,
¿Puedes decirme lo que está sucediendo, quién es ella? — Negué con la cabeza,
apartando mi mirada. Si miro dentro de esos suplicantes pozos oscuros, me
hundiría.
—No, eso es lo único que no puedo
hacer por ti. Pídeme cualquier cosa en el mundo, Lali, y me aseguraré de que
sea tuya, pero eso no lo puedo hacer.
—Suspiró y se enderezó.
—¿Por
qué estás aquí, entonces? —Porque ellos tratan de arreglar lo que hice. Ellos no sólo la dejarían sola. Yo era la Muerte.
Podría decidir permitir una vida. Era mi elección. Hice mi elección. Pero no podía decirle nada de eso.
—Hasta que no sepa que todo está bien... hasta que me ocupe de lo que debe hacerse, voy a pasar las noches aquí en tu habitación. —Volví mis ojos hacia ella y le sostuve la mirada. Quería que entendiera que no tenía nada que temer—. Tengo que protegerte —Me detuve a continuación, hice un gesto hacia la puerta—, Si quieres tomar esa ducha, me aseguraré de que estés completamente a salvo mientras lo haces. —El alivio llegó a su cara y luego fue rápidamente remplazado por una pequeña mueca.
—¿Puedes leer mi mente? —No quería que leyera sus pensamientos. Interesante.
—No exactamente. Es más bien como que puedo sentir tus miedos con tanta fuerza que los puedo oír. —Me observó por un momento, como si recordara algo que la confundía.
—Ya me has oído en la cafetería cuando hablaba con María, no tenía miedo entonces.
Ah, sí sentí su miedo ese día. Me deleité con ese miedo. Sabiendo que ella se preocupaba por la rubia coqueteando conmigo, aliviando el dolor en mi pecho, causado por la visión de ella acurrucada contra el costado de Pablo.
—¿No lo estabas? —Le pregunté, incapaz de mantener la sonrisa de mi cara. Su rostro se volvió una sombra adorable de rojo, antes de que se diera la vuelta y saliera corriendo de la habitación.
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