Peter manejó bien la situación. Salió del garaje y cerró tras de sí el candado para que ningún reportero especialmente curioso pudiera escudriñar el interior y ver a Lali, aunque ésta pensaba más bien que estaba protegiendo el coche más que a ella. Escuchó junto a la puerta cómo Peter iba hasta el Viper y decía:
—Perdonen, pero tengo que acercarme a ese grifo para cortar el agua. Apártense, por favor.
Fue extraordinariamente educado. Lali se preguntó por qué nunca era tan educado cuando hablaba con ella. Naturalmente, el tono que había empleado era más una orden que un ruego, pero aun así...
—¿Qué puedo hacer por ustedes?
—Deseamos ver a Mariana Esposito acerca de la Lista —dijo una voz extraña.
—Yo no conozco a Mariana Esposito —mintió Peter.
—Vive aquí. Según los datos que nos constan, adquirió esta casa hace unas semanas.
—Se equivocan. Soy yo quien compró esta casa hace unas semanas. Mierda, deben de haber cometido un error al registrar la escritura. Tendré que subsanar ese problema.
—¿No vive aquí Mariana Esposito?
—Ya le he dicho que no conozco a Mariana Esposito. Ahora, si no les importa, tengo que continuar lavando el coche.
—Pero...
—Tal vez debería presentarme —dijo Peter en un tono repentinamente suave—. Soy el detective Lanzani, y esto es una propiedad privada. Están aquí sin permiso. ¿Hace falta que sigamos con esta conversación?
Era evidente que no. Lali permaneció inmóvil mientras oía varios motores arrancar y alejarse. Fue un milagro que los reporteros no la hubieran oído a ella y a Peter hablar en el interior del garaje; debían de estar hablando entre ellos. La verdad era que Peter y ella estaban tan enfrascados en la conversación que no oyeron llegar a los periodistas.
Aguardó a que Peter viniese a abrir la puerta del garaje. Pero no lo hizo. Oyó un chapoteo de agua y alguien que silbaba sin entonar.
Aquel tipejo estaba lavando su coche.
—Más vale que lo hagas como Dios manda —dijo apretando los dientes—. Si dejas que se seque el jabón, te arrancaré la piel a tiras.
Aguardó impotente, sin atreverse a chillar ni golpear la puerta por si todavía quedaba por allí algún reportero. Si alguno de ellos tenía miedo cerebro, se habría imaginado que aunque Peter hubiera podido encajar dentro del Viper, de ninguna manera se habría gastado tanto dinero en comprarse un coche que tendría que conducir con las rodillas levantadas a la altura de las orejas. Los Viper no estaban pensados para tipos altos con pinta de jugador de defensa de fútbol. A él le iba mejor un todoterreno. Pensó en el Chevy rojo con tracción en las cuatro ruedas y empezó a hacer pucheros. Ella estuvo a punto de comprarse uno, antes de enamorarse del Viper.
No llevaba puesto el reloj, pero calculaba que había transcurrido más de una hora, más bien una hora y media, hasta que Peter abrió la puerta. El crepúsculo estaba cediendo paso a la noche y ya tenía la camiseta seca; todo ese tiempo había esperado con impaciencia a ser liberada.
—Te lo has tomado con mucha calma —masculló al salir del garaje.
—Bienvenida —replicó Peter—. He terminado de lavar tu coche, y luego le he dado cera y le he sacado brillo.
—Gracias. ¿Lo has hecho correctamente?
Corrió a ver el coche, pero no había luz suficiente para distinguir posibles churretones. Peter no se ofendió por su falta de fe, sino que dijo:
—¿Quieres hablarme de los reporteros?
—No. Quiero olvidarme de todo eso.
—No creo que puedas. Regresarán en cuanto comprueben los datos y descubran que yo soy el dueño de la casa de al lado, lo cual ocurrirá a primera hora de la mañana.
—Para entonces ya estaré trabajando.
—Lali —le dijo él, y esa vez empleó su tono de policía.
Ella suspiró y se sentó en los peldaños del porche.
—Es por esa estúpida lista.
Peter se acomodó junto a ella y estiró sus largas piernas.
—¿Qué estúpida lista?
—La del hombre perfecto.
Aquello atrajo su atención.
—¿Esa lista? ¿La que ha salido en el periódico?
Lali asintió.
—¿La escribiste tú?
—No exactamente. Yo soy una de las cuatro amigas que confeccionamos la lista. Todo este revuelo es accidental. Se suponía que nadie iba a ver la lista, pero se filtró en el boletín de la empresa y ahora está incluso en Internet, y a partir de ahí se ha ido formando una bola de nieve. —Cruzó los brazos sobre las rodillas levantadas y apoyó la cabeza en ellos—. Es un verdadero lío. No debe de haber ninguna otra noticia interesante, para que hayan prestado tanta atención a la lista. He rezado para que se produjera un desastre en la Bolsa.
—Muérdete la lengua.
—Sólo una caída temporal.
—No lo entiendo —dijo Peter al cabo de un minuto—. ¿Qué tiene de interesante esa lista? <<Fiel, agradable, con un trabajo.>> Vaya cosa.
—Hay más de lo que se ha publicado en el periódico —dijo Lali con pesadumbre.
—¿Más? ¿Como qué?
—Ya sabes. Más.
Peter reflexionó un momento, y luego dijo con cautela:
—¿Más físico?
—Más físico —asintió Lali.
Otra pausa.
—¿Cuánto más?
—No quiero hablar de ello.
—Pues lo miraré en Internet.
—Muy bien. Hazlo. Yo no quiero hablar de ello.
La enorme mano de Peter se apoyó en su nuca y apretó.
—No puede ser tan malo.
—Sí pude. Rochi podría terminar divorciándose por culpa de esto. Ana y Patricio están furiosos conmigo porque los estoy dejando en mal lugar.
—Tenía entendido que estaban furiosos por lo del gato y el coche.
—Y así es. Se están sirviendo del gato y el coche como pretexto para enfadarse todavía más por la lista.
—Me da la sensación de que son un problema.
—Pero son familia, y yo los quiero. —Hundió los hombros—. Voy por tu dinero.
—¿Qué dinero?
—Por las palabrotas.
—¿Vas a pagarme?
—Es lo único honrado que puedo hacer. Pero ahora que conoces la nueva regla sobre provocarme para que diga tacos, ésta es la única vez que te pago cuando es culpa tuya. Setenta y cinco centavos, ¿no? Dos antes, y otro cuando viste a los reporteros.
—Me parece bien.
Lali fue al interior de la casa y sacó setenta y cinco centavos. Se le habían acabado las monedas de cuarto de dólar, de modo que tendría que pagarle en monedas más pequeñas. Cuando volvió, Peter aún estaba sentado en los escalones, pero se levantó para guardarse el dinero en el bolsillo.
—¿Vas a invitarme a entrar, tal vez a cenar?
Lali soltó un resoplido.
—Venga ya.
—Eso es justo lo que había imaginado. Está bien, entonces, ¿quieres salir a tomar algo?
Lali lo pensó un momento. El hecho de aceptar tenía sus pros y contras. La ventaja más clara era que no tendría que cenar sola, si es que tuviera ganas de tomarse la molestia de preparar algo, lo cual no era el caso. El mayor inconveniente radicaba en el hecho de pasar más tiempo con él. Pasar tiempo con Peter podía ser peligroso. Lo único que la había salvado antes era que no estaban en un lugar privado.
Si estaba a solas con él dentro de su todoterreno, nadie sabía lo que podía ocurrir. Por otra parte, le gustaría subirse a aquel todoterreno...
—No te estoy pidiendo que resuelvas cuál es el sentido de la vida —dijo él irritado—. ¿Quieres tomar una hamburguesa o no?
—Si voy, no puedes tocarme —lo advirtió Lali.
Él levantó ambas manos.
—Lo juro. Ya te dije que no puedes pagarme con nada el hecho de que y me acerque a ese óvulo tuyo devorador de esperma. Y bien, ¿cuándo vas a empezar a tomar la píldora?
—¿Quién ha dicho que vaya a hacerlo?
—Yo soy el que dice que deberías tomarla.
—Tú no te acerques a mí, y no tendrás que preocuparte por ello. —Por nada del mundo iba a decirle que ya tenía pensado empezar a tomar la píldora. Se había olvidado de llamar a la clínica, pero lo haría a primera hora de la mañana.
Peter sonrió abiertamente.
—No se te está dando mal, nena, pero estamos al final del noveno saque y yo voy ganando por diez a cero. Lo único que te queda por hacer es aceptar sin rechistar.
Si cualquier otro hombre le hubiera dicho eso, le habría devuelto su ego deshecho en pedazos. Lo mejor que podía hacer en aquel momento era entretenerlo.
—¿Todavía estoy a tiempo de batear?
—Sí, pero van dos abajo y un recuento de tres-cero.
—Aún puedo hacer una carrera completa.
—No tienes muchas posibilidades.
Lali gruñó ante aquel gesto de desprecio por su resistencia.
—Eso ya lo veremos.
—Diablos. Estás convirtiendo esto es una competición, ¿no es así?
—Eres tú el que ha empezado. Final de noveno y ganando por diez a cero, qué capullo.
—Eso es otro cuarto de dólar.
—Capullo no es un taco.
—Es un... —Se interrumpió a sí mismo y dejó escapar un fuerte suspiro—. No importa. Me has desviado del tema. ¿Quieres ir a comer algo, sí o no?
—Prefiero comida china antes que una hamburguesa.
Otro suspiro.
—Conforme. Iremos a un chino.
—Me gusta el sitio ese de Twelve Mile Road.
—De acuerdo —chilló Peter.
Lali le obsequió una sonrisa radiante.
—Voy a cambiarme.
—Yo también. Cinco minutos.
Lali se apresuró a entrar en la casa, muy consciente de que él también se estaba dando prisa. No la creía capaz de cambiarse ropa en cinco minutos, ¿eh? Pues ahora vería.
Se desnudó completamente de camino al dormitorio. Bubú le siguió los pasos maullando en tono lastimero. Hacía largo rato que había pasado su hora de cenar. Se puso unas bragas secas, se ajustó un sujetador seco, se puso por la cabeza un top de punto rojo y de manga corta, se enfundó unos vaqueros blancos y se calzó unas sandalias. Luego corrió de vuelta a la cocina y abrió una lata de comida para Bubú, la volcó en su plato, agarró el bolso y salió por la puerta justo en el momento en que Peter saltaba del porche de su cocina y se encaminaba hacia el garaje.
—Llegas tarde —dijo él.
—No es verdad. Además, tú sólo has tenido que cambiarte de ropa. Yo me he cambiado ropa y he dado de comer al gato.
Peter tenía un garaje con puerta moderna. Apretó el botón del mando a distancia que llevaba en la mano y la hoja se deslizó hacia arriba como una seda. Lali suspiró, asaltada por un caso grave de envidia de puerta de garaje. A continuación, a la luz que se encendió automáticamente al abrirse la puerta, vio el monstruo rojo y reluciente. Tubos de escape gemelos y cromados. Barra antivuelco cromada. Unos neumáticos tan grandes que habría tenido que introducirse de un brinco en el asiento si Peter no hubiera colocado también unas barras cromadas para ayudar a los que no habían sido agraciados con la misma longitud de pierna que él.
—Oh —jadeó Lali al tiempo que entrelazaba las manos—. Esto es justamente lo que yo quería, hasta que vi el Viper.
—Asientos deslizantes —dijo Peter alzando una ceja—. Si eres buena, cuando estés tomando la píldora y tengas esos óvulos controlados, te permitiré que me seduzcas dentro del coche.
Lali logró no reaccionar. Gracias a Dios él no se dio cuenta de lo tenue que era su autocontrol, si bien fue la idea de seducirlo a él más que el lugar lo que la revolucionó de nuevo.
—¿No tienes nada que decir? —quiso saber Peter.
Lali negó con la cabeza.
—Maldición —dijo él al tiempo que le rodeaba la cintura con ambas manos y la izaba sin esfuerzo al interior de la cabina—. Ahora sí estoy preocupado.
El plan de Euge no había funcionado. Rochi se enfrentó a lo inevitable después de que llamara el tercer reportero. Dios, ¿hasta cuando duraría todo aquello? ¿Qué tenía de fascinante aquella lista absurda? Aunque Pablo no opinaba que tuviera nada de fascinante, pensó deprimida. Por lo visto, ya nada le parecía fascinante, a no ser que fuera algo ocurrido en el trabajo. Era un hombre muy divertido cuando eran novios, siempre riendo y gastando bromas. ¿Dónde estaba ahora aquel chico tan alegre?
Ni siquiera se veían mucho, últimamente. Ella trabajaba de ocho a cinco, él de tres a once. Cuando él llegaba a casa, ella estaba dormida. Él no se levantaba hasta después de que ella se hubiera ido a trabajar. Lo más revelador, en opinión de Rochi, era que Pablo no tenía necesidad de trabajar aquel turno de tres a once; lo había escogido él. Si su intención era no acercarse a ella, desde luego había logrado su objetivo.
Tal vez su matrimonio ya estuviera acabado y simplemente no se había enfrentado a la idea. Tal vez Pablo no quisiera tener hijos porque sabía que el matrimonio estaba a punto de naufragar.
Aquella idea le provocó un hondo dolor en el pecho. Amaba a Pablo. Mejor dicho, amaba a la persona que sabía que era, detrás de aquel exterior desabrido que era lo único que había visto en los últimos años. Si se encontraba adormilada o pensando en otra cosa y él le venía a la mente, el rostro que veía era el del Pablo joven y risueño, el hombre del que se enamoró desesperadamente en el instituto. Amaba al Pablo desmañado, torpe, vehemente y cariñoso que le había hecho el amor, la primera vez para ambos, en el asiento trasero del Oldsmobile de su padre. Amaba al hombre que le había llevado una rosa roja el día de su primer aniversario porque no podía permitirse comprarle una docena.
No amaba al hombre que llevaba tanto tiempo sin decirle <<te quiero>> que ya no se acordaba de cuándo había sido la última vez.
Rochi se sentía profundamente desvalida en comparación con sus amigas. Si alguien intentaba engatusar a Euge, ésta lo mandaba a paseo de un bufido y se buscaba otro que lo sustituyera... en su cama. Cande sufría a causa de Victorio, pero no lo esperaba en casa sentada, sino que continuaba adelante con su vida. Y en cuanto a Lali... Lali era una persona completa en un sentido en el que Rochi sabía que no lo sería nunca. Fuera lo que fuese lo que le deparara el destino, Lali lo recibía con valentía y humor. Ninguna de las tres sabía el dolor que llevaba ella sufriendo por Pablo en silencio durante más de dos años.
Odiaba su propia debilidad. ¿Qué sucedería si Pablo y ella se separaran? Tendrían que vender la casa, y a ella le encantaba su casa, pero daba igual. Podía vivir en un apartamento. Lali había vivido varios años en uno. Rochi podría vivir sola, si bien nunca lo había hecho. Aprendería a hacerlo todo sola. Tendría un gato... no, un perro, para tener protección. Y volvería a salir con hombres. ¿Cómo se sentiría al estar con un hombre que no la insultase a una cada vez que abriera la boca?
Cuando sonó el teléfono, supo que era Pablo. Mantuvo la mano firme al levantar el auricular.
—¿Te has vuelto loca? —fueron sus primeras palabras. Tenía la respiración agitada, lo cual le indicó a Rochi que estaba enfurecido.
—No, creo que no —respondió ella con calma.
—Me has convertido en el hazmerreír de la fábrica...
—Si alguien se ha reído, es porque tú se lo has permitido —lo interrumpió Rochi—. No pienso hablar de esto contigo por teléfono. Si quieres hablar conmigo en tono civilizado cuando vengas a casa, te esperaré levantada. Pero si tienes la intención de ponerte a gritar como un basilisco, tengo cosas mejores que hacer antes que escucharte a ti.
Pablo le colgó.
Ahora la mano le tembló ligeramente al depositar el auricular. Se le inundaron los ojos de lágrimas. Si él creía que iba a suplicarle que la perdonara, estaba tristemente equivocado. Llevaba dos años viviendo según las condiciones de Pablo, y había sido muy desgraciada. Quizá fuera el momento de vivir su vida según las condiciones de ella. Si perdía a Pablo, por lo menos podría aferrarse al respeto por sí misma.
Media hora más tarde sonó el teléfono de nuevo.
Rochi fue ea cogerlo con el ceño fruncido. No creía que Pablo fuera a llamarla otra vez, pero a lo mejor, después de haber reflexionado sobre lo que ella le había dicho, sabía que esta vez no iba a irse ignorando sus gritos.
—Diga.
—¿Cuál de las cuatro eres tú?
Frunció el ceño al oír aquel susurro fantasmal.
—¿Qué? ¿Quién llama?
—¿Eres la A? ¿La B? ¿Cuál eres tú?
—Váyase al cuerno —exclamó la nueva Rochi, y colgó el teléfono de golpe.
Holaaa tu novela hay agusdela
ResponderEliminarBeso me encanto seguila
No:/ jaja
Eliminarpuede que en un ratito mas suba;)
Saludos cuidate!:*
~~Besos