Peter se removió en la cama, todo calor, dureza y olor a macho.
—Coge el teléfono, ¿quieres? —dijo soñoliento.
—Es para ti —murmuró ella.
—¿Cómo lo sabes?
—El teléfono es tuyo. —Odiaba tener que señalar lo obvio.
Musitando algo por lo bajo, Peter se incorporó apoyándose sobre un codo y se inclinó por encima de Lali para coger el teléfono, aplastándola contra el colchón.
—Sí —dijo—. Lanzani.
—Sí —dijo otra vez tras una breve pausa—. Está aquí. —Dejó caer el teléfono sobre la almohada enfrente de Lali y sonrió satisfecho—. Es Ana.
Lali pensó en unas cuantas palabrotas, pero no las dijo. Peter aún no la había hecho pagar por el "hijo de puta" que había gritado cuando se golpeó la cabeza contra la mesa, y no quería recordárselo. Se acercó el auricular al oído y dijo:
—Diga. —Peter se tumbó de nuevo junto a ella.
—¿Ha sido una noche larga? —le preguntó Ana en un tono sarcástico.
—Como de unas doce o trece horas. Lo normal en esta época del año.
Un cuerpo duro y caliente se apretó contra su espalda, y una mano dura y caliente se posó sobre su vientre y comenzó a ascender lentamente hacia sus pechos. Algo más que también estaba duro y caliente empujó contra sus nalgas.
—Ja, ja —dijo Ana—. Tienes que venir y llevarte este gato. —Habló como si aquel detalle no fuera negociable.
—¿Bubú? ¿Por qué? —Como si no lo supiera. Peter le estaba frotando los pezones, y ella puso una mano sobre la suya para detener sus dedos. Necesitaba concentrarse, de lo contrario podía terminar haciéndose cargo otra vez de Bubú.
—¡Me está destrozando los muebles! ¡Siempre me ha parecido un gato amable, pero es un demonio destructivo!
—Es que se siente molesto por estar en un lugar extraño. —Privado de los pezones, Peter, trasladó su mano a otro lugar más interesante. Lali cerró las piernas de golpe para impedir que aquellos dedos se deslizaran.
—¡No está, ni con mucho, tan molesto como yo! —Ana parecías más que molesta; parecía ofendida—. Mira, no puedo encargarme de planificar tu boda teniendo que vigilar a este demonio de gato cada minuto del día.
—¿Quieres correr el riesgo de que lo maten? ¿Quieres decirle a mamá que has permitido que un asesino psicópata mutilase a su gato porque te preocupan más tus muebles que los sentimientos de ella? —Vaya, había estado estupenda, para haberlo dicho ella. Magistral.
Ana respiraba agitadamente.
—Estás jugando sucio —protestó.
Peter liberó la mano de la trampa de los muslos de Lali y escogió otro ángulo de ataque: la retaguardia. Aquella mano destructora de todo raciocinio le acarició el trasero y seguidamente se deslizó hacia abajo girando, encontró justo lo que buscaba e introdujo dos largos dedos. Lali ahogó una exclamación y estuvo a punto de soltar el teléfono.
Ana también escogió otro ángulo de ataque.
—Ni siquiera estás viviendo en tu casa, estás en casa de Peter. Bubú estará bien ahí.
Oh, no. No podía concentrarse. Los dedos de Peter eran grandes y ásperos, y la estaban sacando de sus cabales. Era su venganza por obligarlo a contestar el teléfono, pero si no paraba iba a encontrarse con un gato enfurecido haciendo trizas todo lo que hubiera en su casa.
—Sólo tienes que mimarlo mucho —consiguió articular Lali—. Y se tranquilizará. —Sí, en un par de semanas—. Sobre todo, le gusta que le rasquen las orejas.
—Ven a buscarlo.
—¡Ana, no puedo meter un gato en la casa de otra persona!
—Claro que puedes. Peter aguantaría una manada de gatos salvajes y maníacos con tal de meterse dentro de tus bragas. ¡Usa tu poder ahora, mientras dure! Dentro de unos meses ni siquiera se molestará en afeitarse antes de meterse en la cama contigo.
Genial. Ana estaba intentando convertir aquello en una cuestión de lucha de poderes masculino y femenino. Los nudillos de Peter le rozaron el clítoris, y estuvo a punto de soltar un maullido. Pero logró decir:
—No puedo. —Aunque no estaba segura de a quién se lo decía, a Ana o a Peter.
—Sí que puedes —dijo Peter en tono grave y untuoso.
—Oh, por Dios —le chilló Ana al oído—, lo estás haciendo en este preciso momento, ¿no es verdad? ¡Lo he oído! ¡Estás hablando conmigo por teléfono mientras Peter te está follando!
—No, no —balbuceó Lali, y Peter la convirtió acto seguido en una mentirosa sacando los dedos y sustituyéndolos por una fuerte embestida de su plena erección matinal. Lali se mordió el labio, pero de todos modos se le escapó un sonido ahogado.
—Ya veo que estoy perdiendo el tiempo hablando contigo ahora —dijo Ana—. Volveré a llamar cuando no estés "ocupada". ¿Cuánto suele tardar? ¿Cinco minutos? ¿Diez?
Ahora quería una cita. Ya que lo de morderse el labio no había funcionado, Lali probó a morder la almohada. Buscando desesperadamente un momento de control, sólo un momento, consiguió decir:
—Un par de horas.
—¡Dos horas! —Ana estaba chillando de nuevo. Entonces hizo una pausa—. ¿Tiene algún hermano?
—C-cuatro.
—¡Cielo santo! —Hubo otra pausa más mientras Ana, evidentemente, sopesaba las ventajas y desventajas de desechar a su marido y quedarse con un Lanzani. Por fin lanzó un suspiro—.Voy a tener que volver a pensar mi estrategia. Seguramente preferirías dejar que Bubú destroce mi casa, ladrillo a ladrillo, antes que hacer nada que lo eche todo a rodar, ¿no es así?
—Lo has pillado —asintió Lali cerrando los ojos. Peter cambió de postura, se puso de rodillas y se colocó a horcajadas sobre la pierna derecha de ella al tiempo que apoyaba la izquierda sobre su propio brazo. Al sujetarla de aquella manera, su penetración fue profunda y recta, y su muslo izquierdo rozaba precisamente donde más efecto hacía. Lali tuvo que morder de nuevo la almohada.
—Está bien, ya te dejo en paz. —Ana parecía derrotada—. Lo he intentado.
—Adiós —dijo Lali con voz ronca, y manoteó para devolver el auricular a su sitio, pero no pudo alcanzarla. Peter se inclinó hacia delante para hacer los honores, y aquel movimiento lo llevó tan adentro del cuerpo de Lali que ésta lanzó una exclamación mientras llegaba al orgasmo.
Cuando pudo hablar otra vez, se retiró el pelo de la cara y dijo:
—Eres malvado. —Estaba jadeante y débil, incapaz de hacer otra cosa que no fuera quedarse allí tumbada.
—No, nena, soy bueno —replicó él, y lo demostró.
Cuando quedó tendido a su lado, lacio y sudoroso, dijo con voz soñolienta:
—He creído entender que hemos estado a punto de traernos de nuevo a Bubú.
—Sí, y tú no has ayudado mucho precisamente —gruñó Lali—. Además, Ana sabía lo que estabas haciendo. Jamás podré borrar esto.
Otra vez sonó el teléfono. Lali dijo:
—Si es Ana, no estoy.
—Como que se lo va a creer —repuso Peter al tiempo que buscaba el auricular.
—No me importa lo que crea, mientras no tenga que hablar con ella en este preciso instante.
—Diga —dijo Peter—. Sí, está aquí.
Le tendió el teléfono y ella lo cogió, mirándolo con cara de pocos amigos. Él formó con la boca la palabra "Agustina", y Lali suspiró aliviada.
—Hola, Agustina.
—Hola. Escucha, llevo un rato intentando llamar a Cande. Tengo unas fotos de Euge de las que ella quería copias, y necesito su dirección para enviárselas. Ayer mismo estuve ahí, pero ¿quién se fija en los nombres de las calles y en los números? De todos modos, no contesta el teléfono, así que ¿tienes su dirección?
Lali se incorporó en la cama sintiendo que un escalofrío le recorría la piel desnuda.
—¿Que no contesta? ¿Cuánto tiempo llevas intentando llamarla?
—Desde las ocho, creo. Unas tres horas. —De repente Agustina lo comprendió, y dijo—: Oh, Dios.
Peter estaba ya fuera de la cama poniéndose los pantalones.
—¿Quién? —preguntó bruscamente, y encendió su teléfono móvil.
—Cande —respondió Lali con un nudo en la garganta—. Escucha, Agustina, puede que no sea nada. Es posible que haya ido a la iglesia o a desayunar con Vico. A lo mejor está con él. Lo comprobaré y le diré que te llame cuando contacte con ella, ¿de acuerdo?
Peter marcó varios números en su teléfono móvil al tiempo que sacaba una camisa limpia del armario y se la ponía. Cogió sus calcetines y sus zapatos, y salió de la habitación hablando en voz tan baja que Lali no logró oír lo que decía.
Ella le dijo a Agustina:
—Peter está llamando a alguien. La encontrará. —Colgó sin despedirse, acto seguido saltó de la cama y empezó a buscar su ropa. Estaba temblando, con más intensidad a cada segundo que pasaba. Sólo unos minutos antes se sentía en la misma gloria, y ahora aquel horrible terror la estaba poniendo enferma; el contraste resultaba casi paralizante.
Entró a trompicones en la sala de estar, abrochándose los vaqueros, y vio a Peter saliendo por la puerta. Llevaba su pistola y su placa.
—¡Espera! —gritó presa del pánico.
—No. —Él se detuvo con una mano en el picaporte—. No puedes venir.
—Sí que puedo. —Lali miró nerviosa a su alrededor buscando sus zapatos. Estaban en el dormitorio, maldita sea—. ¡Espérame!
—Lali. —Era su tono de policía—. No. Si ha sucedido algo, no harás más que estorbar. No te permitirían entrar, y hace demasiado calor para quedarte sentada dentro del coche. Ve a casa de Rochi y aguarda allí. Te llamaré en cuanto sepa algo.
Lali aún estaba temblando, y ahora también lloraba. No era de extrañar que Peter no quisiera llevársela consigo. Se pasó una mano por la cara.
—¿Lo-lo prometes?
—Lo prometo. —Su expresión se ablandó—. Ten cuidado de camino a casa de Rochi. Y, nena, no dejes entrar a nadie, ¿de acuerdo?
Ella afirmó con la cabeza, sintiéndose menos que inútil.
—De acuerdo.
—Te llamaré —volvió a decir Peter, y se fue.
Lali se derrumbó en el sofá y lloró a lágrima viva, tragando aire a borbotones. No podía hacer aquello otra vez; simplemente no podía. No podía ser Cande; era joven y hermosa, aquel malnacido no podía haberle hecho daño a ella. Cande tenía que estar con Vico. Estaba tan radiante de felicidad por aquel repentino cambio que probablemente estarían pasando juntos cada rato que tuvieran libre. Peter la encontraría. El número de Vico no figuraba en la guía telefónica, pero los policías siempre contaban con recursos para obtener números ocultos. Cande estaría con Vico, y entonces ella se sentiría como una tonta por haberse dejado invadir por el pánico de aquella forma.
Por fin dejó de llorar y se secó la cara. Tenía que ir a casa de Rochi a esperar la llamada de Peter. Hizo el ademán de dirigirse al dormitorio, pero dio media vuelta bruscamente y cerró con llave la puerta principal.
Llegó a casa de Rochi veinte minutos después, y eso que no había hecho nada más que lavarse los dientes, cepillarse el pelo y terminar de vestirse. Pulsó el timbre de la puerta prolongadamente.
—¡Rochi, soy Lali! ¡Date prisa!
Oyó ruido de pisadas y los ladridos de cocker spaniel; a continuación se abrió la puerta y apareció el rostro de Rochi con un gesto de preocupación.
—¿Qué ocurre? —preguntó Rochi al tiempo que introducía a Lali de un tirón en la casa, pero ésta no pudo decírselo; no le salían las palabras. Todavía ladrando histérico, Trilby, el cocker spaniel, saltaba para subirse a las piernas de ambas.
—¡Trilby, cállate! —dijo Rochi. Le tembló la barbilla y tragó saliva—. ¿Luna?
Lali asintió, aún incapaz de articular palabra. Rochi se llevó una mano a la boca y comenzó a lanzar desgarrados gritos de horror al mismo tiempo que retrocedía contra la pared.
—¡No, no! —logró decir Lali rodeando con sus brazos a Rochi—. Lo siento, lo siento mucho, no he querido decir que... —Respiró hondo—. Todavía no lo sabemos. Peter ha ido para allá, y me llamará cuando sepa...
—¿Qué sucede? —quiso saber Pablo alarmado, recién llegado al vestíbulo. Traía una parte del periódico del domingo en la mano. Trilby echó a correr hacia él meneando furiosamente la diminuta cola.
Aquel maldito temblor había vuelto a invadirla. Lali intentó controlarlo.
—Cande ha desaparecido. Agustina no ha podido contactar con ella por teléfono.
—Entonces es que se ha ido a hacer la compra —dijo Pablo con un encogimiento de hombros.
Rochi le dirigió una mirada tan fulminante que podría haberle chamuscado la piel.
—Pablo cree que estamos histéricas y que a Euge la mató algún drogadicto.
—Eso resulta mucho más lógico que pensar que a las cuatro las está acechando un maníaco —contraatacó él—. Deja de dramatizarlo todo.
—Si nosotras estamos dramatizando todo —terció Lali—, también lo está haciendo la policía. —Enseguida se mordió el labio. No quería meterse en medio de una pelea doméstica. Rochi y Pablo ya tenían bastantes problemas como para que ella les causara más
Pablo volvió a encogerse de hombros.
—Rochi me ha dicho que vas a casarte con un policía, de modo que probablemente te estará mimando mucho. Vamos, chucho. —Dio media vuelta y regresó a su refugio y su periódico, con Trilby saltando alrededor de sus pies.
—No le hagas caso —dijo Rochi—. Cuéntame qué ha pasado.
Lali le refirió lo que había dicho Agustina y el tiempo que había transcurrido. Rochi consultó el reloj de la pared; eran poco más de las doce del mediodía.
—Cuatro horas, por lo menos. No está haciendo la compra. ¿Ha llamado alguien a Vico?
—Su número no aparece en la guía telefónica, pero Peter se encargará de eso.
Fueron a la cocina, donde Rochi estaba leyendo antes. En el invernadero acristalado había un libro abierto. Rochi preparó una cafetera. Las dos iban por la segunda taza de café cuando el teléfono inalámbrico de Rochi, que estaba situado junto a su brazo, sonó por fin. Rochi lo cogió rápidamente.
—¿Peter?
Escuchó por espacio de unos instantes, y al ver la expresión de su cara Lali sintió que la abandonaba toda esperanza. Rochi estaba atónita, desprovista de color. Movió los labios pero de ellos no salió sonido alguno.
Lali le arrebató el teléfono.
—¿Peter? Cuéntame.
Él contestó con voz grave:
—Cariño, lo siento. Al parecer, sucedió anoche, quizá nada más volver del funeral.
Rochi apoyó la cabeza sobre la mesa, llorando en silencio. Lali alargó la mano para tocarla en el hombro, en un intento de ofrecerle consuelo, pero ella misma se notaba derrumbarse por dentro, cediendo al dolor, y no sabía si le quedaba algún consuelo que ofrecer.
—Quédense ahí —dijo Peter—. No vayan a ninguna parte. Yo iré en cuanto pueda. Ésta no es mi jurisdicción, pero estamos trabajando todos juntos. Puede que tarde varias horas, pero no vayan a ninguna parte —repitió.
—De acuerdo —susurró Lali, y colgó.
En aquel momento apareció Pablo en la puerta y se quedó allí, mirando fijamente a Rochi como si esperara que todavía estuviera exagerando, pero la expresión de su cara indicaba que esta vez había comprendido. Estaba pálido.
—¿Qué? —preguntó con voz rota.
—Era Peter —respondió Lali—. Cande ha muerto.
Y entonces se quebró su frágil control, y pasó mucho tiempo antes de que pudiera hacer otra cosa que no fuera llorar y abrazarse a Rochi.
El sol se puso y Peter aún no había regresado. Cuando lo hizo, traía aspecto de cansado y furioso. Se presentó él mismo a Pablo, porque ni a Lali ni a Rochi se les ocurrió hacerlo.
—Usted estuvo en el funeral —dijo Pablo de pronto mirándolo fijamente.
Peter afirmó con la cabeza.
—También estuvo un detective de Sterling Heights. Teníamos la esperanza de descubrir al asesino, pero es demasiado escurridizo o no acudió.
Pablo miró a su mujer. Rochi estaba sentada en silencio, acariciando con gesto ausente al cocker spaniel blanco y negro. El día anterior Pablo tenía una mirada distante, pero no había nada de distante en el modo que la observaba ahora.
—Así que en efecto las persigue alguien. Cuesta mucho creerlo.
—Pues créalo —replicó Peter brevemente sintiendo cómo se le revolvía el estómago al recordar lo que le habían hecho a Cande. Había sufrido la misma cruel agresión personal, el rostro destrozado e irreconocible, las múltiples puñaladas, el abuso sexual. A diferencia de Euge, Cande aún estaba viva cuando él la apuñaló; el suelo del apartamento estaba bañado en sangre. También le habían hecho jirones toda la ropa, igual que a Lali. Cuando pensaba en lo cerca que había estado Lali de morir, en lo que habría sufrido si hubiera estado en casa el miércoles por la noche, apenas lograba contener la rabia.
—¿Te has puesto en contacto con sus padres? —le preguntó Lali con la voz ronca. Vivían en Toledo, de modo que no estaban muy lejos.
—Sí, ya están aquí —contestó Peter. Se sentó y la rodeó con los brazos y le acunó la cabeza contra su hombro.
Sonó el pitido del mensáfono. Se llevó una mano al cinturón para acallarlo, y después miró el número y lanzó un taco al tiempo que se pasaba la mano por la cara.
—Tengo que irme.
—Lali puede quedarse aquí —dijo Rochi antes de que él pudiera preguntar.
—No tengo ropa —dijo Lali, pero no estaba protestando, sólo constataba un problema.
—Yo te llevaré a casa —dijo Pablo—. También vendrá Rochi con nosotros. Podrás coger lo que necesites y quedarte todo el tiempo que quieras.
Peter mostró su aprobación con un gesto de asentimiento.
—Ya llamaré —dijo al salir por la puerta.
Corin se balanceaba adelante y atrás. No podía dormir, no podía dormir, no podía dormir. Tarareaba para sí, igual que hacía cuando era pequeño, pero la canción mágica no funcionó. Quisiera saber cuándo había dejado de funcionarle. No se acordaba.
Aquella puta de rojo estaba muerta. Madre estaba muy complacida. Dos menos, quedaban otras dos.
Se sentía bien. Por primera vez en su vida, estaba complaciendo a Madre. Nada de lo que había hecho antes había sido lo bastante bueno para ella porque siempre tenía algún fallo, por mucho que ella se hubiera esforzado en hacer de él un niño perfecto. Sin embargo, esto lo estaba haciendo bien; Madre estaba muy satisfecha. Estaba librando al mundo de aquellas asquerosas putas, una por una por una. No. Eran demasiados "una". Todavía no había matado a tres. Lo había intentado, pero una no estaba en casa.
Pero recordó que la había visto en el funeral. Se había reído. ¿O había sido la otra? Se sentía confuso, porque las caras iban y venían en su memoria.
No estaba bien reírse en un funeral. Resultaba muy doloroso para el difunto.
¿Pero cuál de ellas se había reído? ¿Por qué no se acordaba?
No importaba, se dijo, y al instante se sintió mejor. Ambas tenían que morir, y entonces no importaría quién era la que se había reído, ni quién era la "señorita C". No importaría, porque por fin —por fin— Madre estaría contenta y nunca jamás volvería a hacerle daño.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comenten, todas sus opiniones cuentan:3