martes, 28 de octubre de 2014

El Hombre Perfecto: Capítulo 13

Lali abrió apenas un ojo y miró furiosa el reloj, que estaba emitiendo un pitido agudo de lo más molesto. Cuando por fin comprendió que era la alarma —al fin y al cabo nunca la había oído sonar a las dos de la madrugada— alargó el brazo y le propinó un manotazo. Se acurrucó de nuevo en el recuperado silencio, preguntándose por qué demonios habría sonado la alarma a aquella hora tan intempestiva.

Porque ella misma la había puesto para que sonase a aquella hora, he ahí el porqué.

—No —gimió en medio de la oscuridad—. Me niego a levantarme. ¡Sólo llevo cuatro horas durmiendo!

Pero se levantó. Antes de irse a la cama había tenido la previsión de dejar preparada la cafetera y fijar el temporizador para la 1.50. La atrajo el olor a café y se dirigió a la cocina dando tumbos. Al encender la luz tuvo que entrecerrar los ojos para protegerse de la fuerte claridad.

—La gente de la televisión es de otro planeta —murmuró al tiempo que cogía una taza—. Los seres humanos auténticos no hacen esto como costumbre.

Con una taza de café dentro del cuerpo, consiguió llegar hasta la ducha. Mientras el agua le caía sobre la cabeza recordó que no tenía la intención de lavarse el pelo. Como no había tenido en cuenta el tiempo necesario para lavarse y secarse el pelo cuando calculó la hora de levantarse, ahora iba oficialmente con retraso.
                                                                                                                             
—No puedo con esto.

Un minuto más tarde se convenció a sí misma de intentarlo. Rápidamente se aplicó el champú y se enjabonó con la esponja, y tres minutos después salía de la ducha. Con otra taza humeante de café a mano, se secó el pelo con el secador y a continuación se puso un poco de espuma para domar los mechones rebeldes. Cuando una se levantaba tan temprano, era necesario usar maquillaje para ocultar la imagen automática de horror e incredulidad; se lo aplicó rápido pero en cantidad generosa buscando ofrecer un aspecto glamoroso, como de recién salida de una fiesta. Lo que consiguió se acercaba más al aspecto de estar con resaca, pero no pensaba malgastar más tiempo en una causa perdida.

No te vistas de blanco ni de negro, le había dicho la mujer de la televisión. Lali se puso una falda negra larga y estrecha, suponiendo que la mujer se había referido a la mitad superior del cuerpo, que era lo que iba a verse. A continuación se enfundó un jersey rojo de escote bajo y redondo y manga tres cuartos, se ajustó un cinturón negro y completó el atuendo con unos zapatos bajos de color negro y unos aros de oro en las orejas.

Consultó el reloj. Las tres de la madrugada. ¡Maldición, qué buena era!

Antes se mordería la lengua que reconocerlo.

Muy bien. ¿Qué más? Comida y agua para Bubú, que no se encontraba a la vista. Gato listo, pensó.

Una vez resuelta aquella pequeña tarea, salió de casa cuando pasaban cinco minutos de las tres. El camino de entrada de al lado seguía vacío. No estaba el Pontiac marrón, ni tampoco había oído entrar ningún otro vehículo durante la noche. Peter no había ido a casa.

Probablemente tendría novia, pensó apretando los dientes. Se sintió como una idiota. Naturalmente que tendría novia. Los hombres como Peter siempre tenían una o dos mujeres pendientes de él, o tres. Con ella no había podido ir a ninguna parte gracias a que no usaba ningún anticonceptivo, de manera que simplemente se fue volando a posarse sobre la flor siguiente.

—Tipejo —masculló al tiempo que se metía en el Viper. Debería haberse acordado de sus experiencias anteriores en guerras sentimentales y no haberse emocionado tanto. Era evidente que sus hormonas se habían impuesto al sentido común y que se había emborrachado de vino de ovarios, la sustancia más potente y más destructora de cordura de todo el universo. Dicho en pocas palabras, había echado un vistazo al cuerpo desnudo de Peter y se había puesto cachonda.

—Olvídalo —se dijo a sí misma mientras conducía por entre las silenciosas y oscuras calles residenciales—. No pienses en ello. —Claro. Como que iba a olvidarse de la visión de aquel mango, agitándose libre y orgulloso.

Le entraron ganas de llorar al pensar en tener que olvidarse de aquella erección reverencial y que hacía la boca agua sin haberla probado siquiera, pero el orgullo mandaba. Se negaba a ser una de tantas en la cabeza de un hombre, y mucho menos en su cama.

La única excusa que podía tener Peter, reflexionó, era que estuviera tumbado en algún hospital, demasiado grave para marcar un número de teléfono. Lali sabía que no le habían disparado ni nada parecido, pues el hecho de que un policía hubiera resultado herido habría salido en las noticias. Si hubiera sufrido un accidente de tráfico, la señora Kulavich se lo hubiera dicho. No, estaba vivito y coleando, en alguna parte. Allí era donde radicaba el problema.

Sólo para no dejar fuera ninguna posibilidad, intentó sentir un poquito de preocupación por él, pero lo único que logró sentir fue un profundo deseo de mutilarlo.

De sobra sabía que no debía perder la cabeza por un hombre. Aquello era precisamente humillante, que lo sabía de sobra. Tres compromisos rotos le habían enseñado que una mujer necesita conservar la cabeza fría cuando trata con la especia masculina, o de lo contrario puede resultar seriamente perjudicada. Peter no le había hecho daño —en fin, no mucho— pero había estado a punto de cometer un error verdaderamente tonto, y odiaba pensar que era tan ingenua.

Maldito fuera, ¿por qué no podía haberla llamado por lo menos?

Si tuviera un mechón de pelo suyo, se dijo, podría lanzarle una maldición, pero estaba dispuesta a apostar a que él no le permitiría acercarse lo más mínimo con un par de tijeras en las manos.

Se entretuvo inventando imaginativos encantamientos por si acaso lograba hacerse con un poco de cabello suyo. En particular le gustó uno que lo castigaba con un importante marchitamiento. ¡Ja! A ver cuántas mujeres quedaban impresionadas cuando aquella palanca de mando se transformara en un fideo flácido.

Por otra parte, tal vez estuviera reaccionando en exceso. Un beso no bastaba para establecer una relación. No tenía ningún derecho sobre él, sobre su tiempo ni sobre sus erecciones.

Vaya que no.

Vale, ahí está la lógica. En este caso tenía que hacer caso a lo que le decía el instinto, porque no quedaba sitio para nada más. Sus sentimientos hacia Peter se salían bastante de la norma, pues estaban formados a partes iguales por pasión y furia. Peter podía enfurecerla más rápidamente que ninguna otra persona que hubiese conocido jamás. Y también había estado muy cerca de pasarse de la raya al afirmar que cuando la besara los dos terminarían desnudos. Si él hubiera elegido mejor el lugar, si no estuvieran en medio del camino de entrada de ella, no habría recuperado el control a tiempo para detenerlo.

Aunque estaba siendo sincera con él, también debía admitir que los conflictos que surgían entre ambos la estimulaban mucho. Con sus tres prometidos —en realidad, con la mayoría de las personas— se había contenido, había reprimido sus ataques verbales. Sabía que era una sabihonda; Ana y Patricio se habían tomado muchas molestias para hacérselo saber. Su madre había intentado atemperar sus reacciones y lo había conseguido en parte. A lo largo del colegio había luchado por mantener la boca cerrada, porque la velocidad rápida como el rayo a la que funcionaba su cerebro dejaba desconcertados a sus compañeros de clase, incapaces de estar a la altura de sus procesos mentales. Tampoco deseaba herir los sentimientos de nadie, lo cual había aprendido enseguida que podía hacerlo sólo con decir lo que pensaba.

Valoraba mucho su amistad con Euge, Rochi y Cande porque, por más distintas que fueran todas, las otras tres la aceptaban y no se sentían intimidadas por sus observaciones cáusticas. Experimentaba esa misma clase de alivio en su trato con Peter, porque él tan sabihondo como ella y poseía la misma agilidad y velocidad verbal.

No quería renunciar a aquellos. Una vez que lo hubo admitido, comprendió que tenía dos alternativas: marcharse, lo cual había sido su primera intención, o darle una lección acerca de... acerca de jugar con sus sentimientos, ¡maldita sea! Si había algo con lo que no quería que jugara la gente eran sus sentimientos. Bueno, está bien, en realidad había dos cosas: tampoco quería que nadie jugara con el Viper. Pero Peter... Por Peter merecía la pena luchar. Si tenía otras mujeres en la cabeza y en la cama, ella sencillamente tendría que sacarlas de allí y hacerlo pagar a él por causarle dicho trabajo.

Ya está. Ahora se sentía mucho mejor. Ya estaba decidido lo que iba a hacer.

Llegó a la cadena de televisión antes de lo que había previsto, pero es que a aquella hora de la mañana no había mucho tráfico por las autopistas ni por las calles. Cande ya se encontraba allí, apeándose de su Cámaro blanco, con aspecto de estar tan fresca y descansada como si fueran las nueve de la mañana en vez de ni siquiera las cuatro. Llevaba un vestido de seda de color dorado que le prestaba un brillo especial a su tez crema y café.

—Esto es como fantasmagórico, ¿no? —dijo cuando Lali se unió a ella y ambas se encaminaron a la puerta trasera de los estudios, tal como les habían dicho que hicieran.

—Se me hace raro —convino Lali—. No es natural estar desierto y ya funcionando a estas horas.

Cande rió.

—Estoy segura de que toda la gente que circulaba por la carretera no estaba haciendo nada bueno, porque ¿qué otra razón podrían tener si no para andar por ahí?

—Serán todos traficantes de drogas y pervertidos.

—Prostitutas.

—Ladrones de bancos.

—Asesinos y malhechores.

—Famosos de la televisión.

Todavía estaban riendo cuando llegó Euge en su coche. En cuanto se reunió con ellas les dijo:

—¿Habéis visto los tipos tan raros que hay por la calle? Deben de salir por la noche, o algo así.

—Ya hemos hablado de eso —dijo Lali sonriente—. Supongo que se puede decir sin temor a equivocarse que a ninguna de nosotras nos van mucho las fiestas, como para llegar arrastrándonos a casa a estas horas de la madrugada.

—Yo ya me he arrastrado bastante —dijo Euge en tono desenfadado—. Hasta que me cansé de mancharme las manos de huellas de zapatos. —Miró alrededor—. No me puedo creer que haya llegado antes que Rochi. Ella siempre llega temprano, y yo suelo retrasarme.

—A lo mejor Pablo ha tenido una rabieta y le ha dicho que no puede venir —sugirió Cande.

—No; si no pudiera venir, habría llamado —repuso Lali. Consultó su reloj: las cuatro menos cinco—. Vamos a entrar. Es posible que tengan café, y yo necesito una buena dosis para pensar con coherencia.

Lali ya había estado en un estudio de televisión, de modo que no se sorprendió al ver aquel espacio cavernoso, la oscuridad, los cables que cubrían todo el suelo. Un conjunto de cámaras y de focos se erguían como centinelas sobre el plato, mientras los monitores lo vigilaban todo. Había gente alrededor, vestida con vaqueros y zapatillas deportivas, además de una mujer ataviada con un elegante traje de color melocotón, que vino hacia ellas con una radiante sonrisa profesional en el rostro y la mano extendida.

—Hola, soy Julia Belotti, de GMA. Supongo que ustedes son las chicas de la Lista. —Rió de su propio chiste al tiempo que les iba estrechando sus manos—. Yo voy a hacerles la entrevista. ¿Pero no eran cuatro?

Lali se abstuvo de hacer la escenita de contar cabezas y decir: <<No, me parece que somos sólo tres>>. Aquello era típico de una sabihonda, las cosas que solía reprimir.

—Rochi llegará tarde —explicó Euge.

—Rocío Igarzábal, ¿no es así? —La señorita Belotti deseaba demostrar que había hecho sus deberes—. Sé que usted es Eugenia Suárez; he visto la entrevista local que se ha difundido. —Luego miró a Lali, estudiándola con la mirada—. Usted es...

—Lali Esposito.

—La cámara va a adorar su rostro —dijo Belotti, y a continuación se volvió a Cande con una sonrisa—. Usted debe de ser Candela Vetrano. Debo decir que si la señora Igarzábal es tan atractiva como ustedes, esto va a causar sensación. Ya saben cuánto interés ha despertado su Lista en Nueva York, ¿verdad?

—En realidad, no —contestó Cande—. Estamos sorprendidas por toda la atención que está recibiendo.

—Cuando estemos grabando, muéstrense seguras y digan algo a ese respecto —las instruyó Belotti, consultando su reloj. Un diminuto frunce de fastidio comenzó a arrugarle la frente; en aquel mismo momento se abrió la puerta y entró Rochi con el peinado y el maquillaje impecables y vestida de un color azul intenso que favorecía sus tonos cálidos.

—Siento llegar tarde —dijo, uniéndose al pequeño grupo. No dio ninguna excusa, sólo pidió disculpas, y Lali clavó la mirada en ella y advirtió la fatiga que se traslucía bajo el maquillaje. Todas ellas tenían buenas razones para parecer cansadas, teniendo en cuenta la hora, pero Rochi mostraba además signos de estrés.

—¿Dónde está el lavabo de señoras? —preguntó Lali—. Quisiera retocarme los labios, si tenemos tiempo, y luego tomar un café si es que hay.

Belotti rió.

—En un estudio de televisión siempre hay café. El lavabo de señoras está por aquí. —Les indicó un pasillo.

Tan pronto como la puerta se cerró tras ellas, todas se volvieron a Rochi.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó Lali.

—Si te refieres a Pablo, sí, estoy bien. Anoche lo mandé a dormir a un motel. Por supuesto, puede que llamase a su novia para que estuviera con él, pero es asunto suyo.

—¡Una novia! —repitió Cande como un eco, con los ojos agrandados por la sorpresa.

—Hijo de puta —dijo Euge, dejando que Rochi decidiera si aquel apelativo iba dirigido a Pablo o era sólo una exclamación.

Lali dijo:

—Ahora no tiene razones que defender para criticarte por lo de la lista, ¿no?

Rochi rió.

—Ninguna, y él lo sabe. —Observó las caras de preocupación de sus amigas—. Tranquilas, estoy bien. Si quiere romper el matrimonio, prefiero saberlo ahora, antes de perder más tiempo tratando de aguantar así. Una vez decidido, ya he dejado de preocuparme.

—¿Cuánto tiempo hace que mantiene una aventura? —inquirió Euge.

—Él jura que no la tiene, que no me ha sido infiel físicamente. Pero yo no me lo creo.

—Ya, claro —dijo Lali—. Yo también me creo que el sol sale por el oeste.

—Tal vez esté diciendo la verdad —intervino Cande.

—Es posible, pero no probable —dijo Euge con la voz de la experiencia—. Lo que admitan será siempre la punta del iceberg. Así es la naturaleza humana.

Rochi se observó el carmín de los labios.

—Yo no creo que haya mucha diferencia. Si está enamorado de otra persona, ¿qué importa si ha dormido con ella o no? En fin, olvídense de él. Yo ya lo he hecho. Si existe alguna forma de arreglar esto, tendrá que encargarse él de hacerlo. Yo pienso explotar este asunto de la lista todo lo que pueda. Y si surge alguna oferta de hacer un libro, yo digo que la aceptemos. Bien podríamos sacar algún dinero a cambio de todas las molestias que estamos sufriendo.

—Amén a eso —dijo Euge, y añadió—: Tacho se ha ido. Tenía heridos sus sentimientos.

Todas la miraron boquiabiertos, intentando imaginarse a Tacho con sentimientos.

—Si no vuelve —se quejó—, tendré que empezar a salir con hombres otra vez. Dios, me molesta sólo de pensarlo. Salir a bailar, dejar que me inviten a una copa... Es horrible.

Salieron riendo del lavabo de señoras. La señorita Belotti las estaba aguardando. Las condujo hasta la zona del café, donde alguien les había preparado unas tazas.

—Tenemos un plato pequeño ya listo para grabar cuando ustedes estén dispuestas —les dijo, una manera sutil de indicarles que se callaran y sentaran—. El técnico de sonido necesita colocarles un micrófono y comprobarlo, y también hay que ajustar la iluminación. Si quieren acompañarme...

Dejaron los bolsos fuera de la vista y, con las tazas de café en la mano, se acomodaron en un plato decorado como si fuera una acogedora sala de estar, con un sofá y dos sillones, un par de helechos falsos y una discreta lámpara que no estaba encendida. Un tipo que parecía tener unos veinte años de edad empezó a colocarles unos diminutos micrófonos. La señorita Belotti se fijó el suyo a la solapa de la chaqueta.

Ninguna de las cuatro había sido lo bastante inteligente para ponerse una chaqueta. El vestido dorado de Cande era correcto, al igual que el escote redondo que llevaba Rochi. Euge vestía un jersey sin mangas con cuello de tortuga, lo cual significaba que el único lugar donde podía colocar el micrófono era en la garganta. Tendría que tener mucho cuidado el mover la cabeza, pues el ruido que provocaría al hacerlo bloquearía todo lo demás. Entonces, el técnico de sonido observó el jersey de escote bajo y redondo de Lali y dijo:

—Vaya.

Lali sonrió y extendió la mano.

—Ya me lo pongo yo. ¿Lo quiere a un lado o justo en el medio?

El joven le devolvió la sonrisa.

—Me gustaría que se lo pusiera justo en el medio, gracias.

—Nada de coqueteos —lo amonestó ella al tiempo que se introducía el micrófono por debajo del jersey y lo sujetaba al escote, entre los senos—. Es demasiado temprano.

—Me portaré bien. —Con un guiño, el técnico le sujetó el cable al costado con un esparadrapo y regresó a su equipo—. Muy bien, necesito que hablen todas ustedes, de una en una, para comprobar el sonido.

Belotti inició una conversación fluida, preguntándoles si eran todas del área de Detroit. Cuando el sonido quedó debidamente comprobado y las cámaras estuvieron preparadas, Belotti miró al jefe de producción, que comenzó la cuenta atrás y señaló hacia ella, y pasó suavemente a los comentarios de cabecera sobre la famosa —o infame, dependiendo del punto de vista de ustedes— Lista que había recorrido el país entero y de la que se hablaba en todos los estados a la hora del desayuno. A continuación las fue presentando por turno, y dijo:

—¿Alguna de ustedes cuenta con un hombre perfecto en su vida?

Todas rompieron a reír. ¡Si ella supiera!

Cande rozó la rodilla de Lali con la suya. Lali, que había captado la indirecta, dijo:

—Nadie es perfecto. En aquel momento bromeamos diciendo que la lisa era auténtica ciencia ficción.

—Lo sea o no, la gente se la está tomando en serio.

—Eso es cosa de ellos —terció Euge—. Las cualidades que pusimos en la lista son las que nosotras creemos que debería tener el hombre perfecto. Es probable que otras cuatro mujeres distintas pusieran cualidades diferentes, o que las enumeraran en otro orden.

—Seguramente sabrán que hay grupos feministas que se sienten escandalizados por los requisitos físicos y sexuales de la Lista. Teniendo en cuenta que las mujeres llevan tiempo luchando para que no se las juzgue por su apariencia ni por el tamaño de su busto, ellas opinan que ustedes han perjudicado su postura juzgando a los hombres por sus atributos físicos.

Cande elevó una ceja perfecta.

—Tenía entendido que parte del movimiento feminista consistía en dar a las mujeres la libertad de decir abiertamente lo que quieren. Nosotras pusimos en la Lista lo que queremos. Fuimos sinceras. —Aquella línea de interrogatorio era su predilecta. Ella opinaba que ser políticamente correcto era una abominación y nunca dudaba en decirlo.

—Además, en ningún momento creímos que la Lista fuera a hacerse pública —intervino Rochi—. Fue algo accidental.

—¿Habrían sido menos sinceras si hubieran sabido que la Lista iba a publicarse?

—No —contestó Lali, tajante—. Habríamos aumentado los requisitos. —Qué demonios; ¿por qué no divertirse un poco, tal como había sugerido Rochi?

—Han dicho que no tienen ningún hombre perfecto en sus vidas —dijo la señorita Belotti en tono suave—. ¿Tiene algún hombre?

Bueno, aquella cuña había sido deslizada con la habilidad de un experto, pensó Lali, preguntándose si la finalidad de aquella entrevista sería pintarlas a las cuatro como mujeres que no eran capaces de conservar a un hombre a su lado. Sonriendo levemente, tuvo que reconocer que, dadas las circunstancias de todas ellas, la intención era bastante acertada. Pero si la señorita Belotti buscaba un poco de polémica, ¿por qué no dársela?

—En realidad, no —contestó—. No hay muchos que den la talla.

Euge y Rochi rompieron a reír. Cande se limitó a esbozar una sonrisa. Desde fuera del escenario llegaron risas que apagaron rápidamente.

Belotti se volvió hacia Rochi.

—Tengo entendido que usted es la única del grupo que está casada, señora Igarzabal. ¿Qué opina su marido de la Lista?

—No gran cosa —admitió Rochi con regocijo—. Poco más de lo que me gusta a mí que él se vuelva a mirar embobado unas tetas grandes.

—¿Así que esto es una especie de ojo por ojo?

—Tiene mucho que ver con el ojo, sí —respondió Euge gravemente. Menos mal que la entrevista iba a ser grabada y no es directo.

—Lo que pasa —dijo Cande— es que la mayoría de los requisitos son cualidades que debe tener todo el mundo. El número uno era fidelidad, ¿recuerda? Si uno tiene una relación, ha de ser fiel. Y punto.

—He leído el artículo entero sobre la Lista, y, si son ustedes sinceras reconocerían que la mayor parte de la conversación que tuvieron no trataba de la fidelidad ni de la fiabilidad. El debate más intenso correspondió a las características físicas de un hombre.

—Nos estábamos divirtiendo —dijo Lali con calma—. Y no estamos locas; claro que queremos hombres que nos resulten atractivos.

La señorita Belotti consultó sus notas.

—En el artículo no se las identifica por el nombre. Figuran como A, B, C y D. ¿Cuál de ustedes es la A?

—No tenemos la intención de divulgar ese dato —dijo Lali. A su lado, Euge se irguió ligeramente.

—La gente está muy interesada en saber quién dijo qué —comentó Euge—. Yo he recibido llamadas anónimas que me han preguntado cuál de las cuatro soy yo.

—A mí me ha ocurrido lo mismo —terció Rochi—. Pero no vamos a decirlo. Nuestras opiniones no eran unánimes; podía haber una que sostuviera una opinión más radical que las demás acerca de un punto concreto. Deseamos proteger nuestra intimidad a ese respecto.

La señorita Belotti volvió una vez más a lo personal.

—¿Está saliendo con alguien? —le preguntó a Cande.

—De manera exclusiva, no. —Trágate eso, Victorio.

La entrevistadora miró a Euge.

—¿Y usted?

—En este momento, no. —Chúpate esa, Tacho.

—De modo que la señora Igarzabal es la única que tiene una relación. ¿Creen que eso pueda querer decir que tal vez sean ustedes demasiado exigentes en sus condiciones?

—¿Y por qué hemos de bajar el listón? —preguntó Lali con ojos brillantes, y a partir de ahí la entrevista cayó en picado.


—Dios, me caigo de sueño —dijo Rochi con un bostezo cuando salieron del estudio, a las seis y media. La señorita Belotti tenía en su poder abundante material que publicar para la breve reseña que de hecho saldría en antena. Hubo un momento en el que abandonó sus notas y discutió apasionadamente el punto de vista feminista. Lali dudaba que ningún programa matinal de televisión pudiera utilizar ni una fracción de lo que se había dicho, pero el personal del estudio estaba fascinado.

Se utilizara lo que se utilizara, iba a emitirse el lunes siguiente. Quizás entonces se apagara todo el interés. Al fin y al cabo, ¿cuánto se podía continuar hablando de la Lista? La gente tenía su propia vida que vivir, y la Lista ya había rebasado sus quince minutos de popularidad.

—Esas llamadas telefónicas me tienen un poco preocupada —dijo Euge frunciendo el ceño al mirar el cielo brillante y sin nubes—. La gente es muy rara. Nunca sabe uno a quién está provocando.

Lali conocía a una persona a la cual esperaba provocar. Si se emitía por antena algo de lo que había dicho ella, Peter seguramente se lo tomaría como un reto personal. Y ciertamente, ella albergaba la esperanza de que así lo hiciera, porque aquello era precisamente lo que había pretendido.

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