Lali se sorprendió a sí misma escrutando a cada hombre con que se cruzaba en el trabajo ese día, preguntándose si sería el asesino. Que uno de ellos pudiera ser un asesino era algo casi imposible de creer. Todos parecían muy normales, o al menos tan normales como cualquier grupo grande de hombres que trabajasen en la industria de la informática. Había algunos de ellos a los que conocía y que le gustaban, otros a los que conocía y que no le gustaban, pero a ninguno lo veía como un asesino. A muchos tipos, en particular los de las dos primeras plantas, los conocía de vista pero no por el nombre.
¿Conocería Euge a alguno de ellos lo bastante bien como para dejarlo entrar en su casa?
Lali intentó reflexionar sobre qué haría si una persona conocida llamase a su puerta por la noche, quizá diciendo que tenía un problema con el coche. Hasta la fecha, probablemente le habría abierto la puerta sin dudar, con el único deseo de mostrarse servicial. El asesino, aunque resultara ser un desconocido, le había robado para siempre aquella confianza, aquella sensación interior de seguridad. Le había gustado creer que era consciente e inteligente, que no corría riesgos, pero ¿cuántas veces había abierto la puerta sin preguntar quién estaba al otro lado? Ahora se estremeció al pensar en ello.
La puerta de su casa ni siquiera tenía mirilla. Veía a quién llamaba a la puerta sólo si se subía al sofá, retiraba la cortina y luego se inclinaba mucho hacia la derecha. Y la mitad superior de la puerta de la cocina sólo constaba de nueve cristales pequeños, fáciles de hacer pedazos; después, lo único que tendría que hacer cualquier intruso sería introducir la mano y abrir la cerradura. No poseía ningún sistema de alarma, ningún medio para protegerse, ¡nada! Lo mejor que podía hacer si alguien entraba en la casa mientras ella estuviera dentro era escapar por la ventana, suponiendo que lograra abrirla.
Tenía mucho trabajo que hacer, pensó, antes de poder sentirse de nuevo a salvo en su casa.
Se quedó media hora más de lo habitual en el trabajo, poniéndose un poco al día con el montón de papeles que se habían acumulado durante su ausencia. Cuando atravesaba la zona de aparcamiento reparó en que sólo quedaba un puñado de coches, y por primera vez se dio cuenta de lo vulnerable que era al salir tarde de trabajar, así, sola. Las tres amigas, Cande, Rochi y ella, deberían hacer coincidir sus entradas y salidas con el grueso del personal para aprovechar la ventaja que ofrecía la multitud. Lali ni siquiera les había dicho que pensaba salir un poco más tarde.
Ahora tenía muchas cosas que considerar, había peligro en cosas que antes nunca había necesitado tener en cuenta.
—¡Lali!
Mientras cruzaba el aparcamiento, el sonido de su nombre la devolvió a la realidad, y comprendió que alguien la había llamado por lo menos un par de veces, tal vez más. Se dio la vuelta y se sorprendió a medias de ver a Leah Street correr hacia ella.
—Lo siento —se excusó, aunque se preguntaba qué querría Leah—. Iba pensando y no te he oído la primera vez. ¿Ocurre algo?
Leah se detuvo agitando sus gráciles manos y con una expresión de incomodidad en el rostro.
—Es que... simplemente quería decirte que lamento mucho lo de Eugenia. ¿Cuándo es el funeral?
—Aún no lo sé. —No tenía ganas de ponerse a explicar de nuevo lo de la autopsia—. La hermana de Euge se está encargando de los preparativos.
Leah asintió nerviosamente.
—Comunícamelo, por favor. Me gustaría asistir.
—Sí, naturalmente.
Leah parecía querer decir algo más, o tal vez no sabía qué más decir; cualquier de las dos cosas resultaba incómoda. Por fin, tras un movimiento brusco de cabeza, dio media vuelta y se dirigió a paso rápido hacia su coche. La amplia falda le revoloteaba alrededor de las piernas. El atuendo que llevaba aquel día era especialmente desafortunado, un estampado en color lavanda que no le favorecía nada y con un leve volante fruncido en el escote. Tenía toda la pinta de ser un producto de saldo, aunque Leah ganaba un buen sueldo —Lali sabía exactamente cuánto— y probablemente compraba en buenos grandes almacenes. Simplemente carecía de criterio para vestir.
—Por otra parte —murmuró Lali para sí mientras abría el Viper—, yo carezco de criterio para las personas. —Su criterio debía de encontrarse gravemente dañado, porque las dos personas de las que jamás habría esperado comprensión ni sensibilidad, el señor deWynter y Leah Street, eran las dos que se habían tomado la molestia de decirle que sentían lo que le había sucedido a Euge.
Obedeciendo las instrucciones de Peter, fue hasta una tienda de electrónica y compró un aparato identificador de llamadas, solicitó un servicio de telefonía móvil, realizó todo el papeleo necesario y después se dedicó a escoger un teléfono. Aquel proceso la absorbió por entero; ¿quería uno de aquellos pequeños aparatos con tapa o mejor uno sin tapa? Se decidió por el no tenía tapa, pues imaginó que si estuviera huyendo de un asesino enloquecido para salvar su vida, no querría tener que entretenerse en levantar la tapa antes de marcar.
A continuación tenía que decidirse por un color. Descartó de inmediato el negro por estar demasiado visto. ¿Amarillo neón? Resultaría difícil de perder. El azul era bonito; no se veían muchos móviles azules. Por otro lado, no había nada como el rojo.
Una vez que hubo elegido el teléfono rojo, tuvo que esperar a que se lo programasen. Para cuando salió de la tienda de electrónica ya casi se había puesto el sol de finales de verano, se observaban algunas nubes que venían de sudoeste y estaba muerta de hambre.
Como soplaba un viento frío que traía aquellas nubes, promesa de lluvia, y todavía le quedaban dos paradas más antes de irse a casa, se compró una hamburguesa y un refresco, y los engulló mientras conducía. La hamburguesa no era muy buena, pero era comida, y aquello era lo único que requería su estómago.
La parada siguiente fue en una empresa que instalaba sistemas de seguridad. Allí respondió a varias preguntas, escogió el sistema que deseaba y firmó un abultado cheque. Le instalarían el sistema en una semana a partir del próximo sábado.
—¡Pero eso es en diez días! —exclamó Lali frunciendo el ceño.
El corpulento dependiente consultó un libro de entregas de pedidos.
—Lo siento, pero es lo antes que podemos servírselo.
Lali pasó hábilmente una mano por encima del mostrador y recuperó su cheque, que estaba delante del dependiente.
—Ya volveré a llamar para ver si otra persona puede servírmelo antes. Siento haberlo hecho perder el tiempo.
—Espere, espere —dijo él apresuradamente—. ¿Se trata de una emergencia? Si hay una persona que está teniendo problemas, la situamos a la cabecera de la lista. Debería haberlo dicho.
—Se trata de una emergencia —dijo Lali con firmeza.
—Muy bien, deje que vea qué puedo hacer. —Estudió de nuevo el libro de pedidos, se rascó la cabeza, dio unos golpecitos con el lápiz sobre el papel y dijo—: Puedo decir que se lo instalen este sábado, ya que se trata de una emergencia.
Con cuidado de no mostrar triunfo alguno en la expresión de la cara, Lali le devolvió el cheque.
—Gracias —dijo muy en serio.
La siguiente parada fue un comercio de materiales de construcción. Aquel era un lugar gigantesco en el que había hasta el menor detalle de lo que uno puede necesitar para construir una casa, excepto el dinero. Adquirió una mirilla para la puerta principal cuyas instrucciones decían claramente: <<fácil de instalar>>, y una puerta nueva para la cocina que no fuera la mitad de cristal, además de dos cerrojos nuevos. Después de encargar que le entregasen la puerta el sábado y de pagar un extra por dicho privilegio, lanzó un suspiro y emprendió el camino a casa.
La lluvía comenzó a repiquetear sobre el parabrisas justo cuando enfilaba su calle. Se había hecho de noche, y la oscuridad era más intensa aún debido a que el cielo estaba encapotado. Al oeste vio la breve descarga de un relámpago que iluminó las nubes y oyó el retumbar de un trueno.
La casa estaba a oscuras. Habitualmente llegaba a casa mucho antes de oscurecer, por eso no dejaba ninguna luz encendida. En circunstancias normales no se preocuparía por entrar en una casa oscura, pero esta vez sintió un escalofrío que le subía por la espalda. Estaba inquieta, más consciente de su vulnerabilidad.
Permaneció unos instantes sentada dentro del coche, reacia a apagar el motor y entrar en la casa. En el camino de entrada de Peter no había ningún vehículo aparcado, pero estaba encendida la luz de la cocina; tal vez estuviera en casa. Ojalá dejara el todoterreno en el camino de entrada en vez de guardarlo en el garaje, para indicar así cuándo estaba en casa y cuándo no.
Justo cuando apagaba los faros y el motor, captó un movimiento a su izquierda. El corazón se le subió de un salto a la garganta y entonces se dio cuenta de que era Peter, que bajaba de la entrada principal.
Sintió que la inundaba una sensación de alivio. Cogió el bolso y las bolsas de plástico de las compras y salió del coche.
—¿Dónde demonios has estado? —gritó Peter irguiéndose sobre ella mientras Lali cerraba la portezuela del Viper.
No esperaba que empezase vociferando. Sobresaltada, se le cayó una de las bolsas.
—¡Maldita sea! —exclamó al tiempo que se agachaba para recogerla—. ¿Es que siempre tienes que asustarme?
—Alguien tiene que asustarte. —Peter la agarró por los brazos y la izó hasta ponerla a su altura. Iba sin camisa, y Lali se encontró de cara contra sus músculos pectorales—. Son las ocho, es posible que haya por ahí un asesino rondándote, ¿y no te molestas siquiera en llamar para que alguien sepa dónde estás? ¡Te mereces más que un simple susto!
Lali estaba cansada y nerviosa, la lluvia iba creciendo arreciando por minutos, y no estaba de humor para que nadie le gritase. Levantó la cabeza para mirar furiosa a Peter, con el agua chorreando por la cara.
—¡Tú mismo me dijiste que me comprase un identificador de llamadas y un teléfono móvil, así que si llego tarde ha sido idea tuya!
—¿Has tardado tres jodidas horas en hacer lo que una persona normal hace en media hora?
¿Estaba diciéndole que ella no era normal? Muy enfadada, Lali apoyó ambas manos en el pecho desnudo de Peter y lo empujó lo más fuerte que pudo.
—¿Desde cuándo tengo que darte explicaciones?
Él se tambaleó quizás un centímetro.
—¡Hace como una semana! —contestó furioso, y la besó.
Su boca era dura y agresiva, y el corazón le latía igual que una taladradora. Como sucedía siempre que la besaba, fue como si el tiempo desapareciera y dejara sólo el aquí y el ahora. Lali se sintió llena del sabor de Peter; notaba su piel desnuda caliente al tacto, a pesar de la lluvia que los empapaba a los dos. Peter la aprisionó contra sí rodeándola con los brazos con una fuerza tal que ella no podía inhalar profundamente, y sintió contra su vientre el empuje de su erección.
Peter estaba temblando, y de pronto Lali comprendió lo asustado que había estado por ella. Era grande y de aspecto rudo, y lo bastante fuerte para hacer frente a un buey; seguramente todos los días veía, sin inmutarse, cosas que harían a una persona corriente encogerse de horror. Pero aquella noche estaba asustado... asustado por ella.
De repente experimentó un dolor en el pecho, como si le oprimieran el corazón. Le flaquearon las rodillas y se dejó caer hacia él, fundiéndose con él, alzándose de puntillas para responder a su beso con igual fuerza, igual pasión. Peter emitió un gemido profundo; el beso se transformó y la rabia se difuminó para ser sustituida por un violento apetito. Lali se había rendido totalmente, pero aquello no parecía bastarle a Peter, porque le hundió una mano en el cabello y tiró de la cabeza hacia atrás para arquearle el cuello y dejar al descubierto la garganta, a merced de su boca. La lluvia le mojaba el rostro, y Lali cerró los ojos impotentes bajo su garra de acero, sin desear estar en ningún otro lugar.
Tras las sacudidas emocionales de los días pasados, Lali necesitaba perderse en lo físico, expulsar todo el dolor y el miedo, y sentir sólo a Peter, pensar sólo en Peter. Él le levantó los pies del suelo y empezó a caminar con ella, y ella no protestó excepto cuando dejó de besarla, no forcejeó excepto para acercarse más a él.
—Maldita sea, ¿quieres dejar de moverte? —gruñó Peter con la voz tensa, situándola a un costado mientras subía los peldaños de su propia casa.
—¿Por qué? —La voz de Lali sonó espesa, sensual. No sabía que su garganta fuera capaz de algo así.
—Porque si no paras, voy a correrme dentro de los vaqueros —medio gritó él profundamente frustrado.
Lali meditó sobre el problema de Peter quizá por espacio de unos segundos. Ya que la única manera de estar segura de no sobreexcitarlo era librarse de sus brazos y no tocarlo en absoluto, aquello significaba privarse a sí misma de algo.
—Pues sufre —le dijo.
—¿Que sufra? —Sonó ofendido.
Abrió de un manotazo la puerta principal y llevó a Lali adentro. La sala de estar estaba a oscuras, la única luz se filtraba desde la cocina. Peter olía a sexo, a lluvia y a pelo mojado. Lali intentó recorrer aquellos anchos hombros con las manos y se vio estorbada por el bolso y las bolsas de las compras. Con gesto impaciente, dejó caer todo al suelo y acto seguido se pegó a Peter igual que una lapa.
Maldiciendo, Peter dio unos cuantos pasos tambaleantes y aplastó a Lali contra la pared. Buscó el pantalón de ella con manos impacientes y atacó el botón y la cremallera hasta que el botón salió volando y la cremallera cedió. El pantalón resbaló hasta el suelo y quedó arrugado a los pies. Lali se quitó los zapatos y él la levantó para liberarla del montón de ropa. Inmediatamente enroscó las piernas alrededor de sus caderas, en un frenético intento de pegarse más a él, de fundir los cuerpos de ambos y aliviar aquella ardiente necesidad que la abrasaba por dentro.
—¡Todavía no!
Jadeando, Peter inclinó su peso contra ella para sujetarla contra la pared y despegó sus piernas de alrededor de las caderas. Con la caja torácica oprimida por el peso de Peter, Lali sólo consiguió emitir el primer gemido de protesta antes de que él enganchara los dedos en la cinturilla de las bragas y tirase de ellas hacia abajo.
Oh.
Lali intentó pensar por qué quería hacerlo esperar otras dos semanas, como mínimo, tal vez un ciclo menstrual entero. No se le ocurrió nada razonable, teniendo en cuenta que tenía mucho miedo de que la misma persona que mató a Euge pudiera tener en su punto de mira al resto del grupo y que se daría de patadas si muriera sin saber lo que era hacer el amor con Peter. Allí mismo, en aquel momento, no había nada que fuera más importante que tomar la medida a aquel hombre.
Apartó las bragas de una patada, Peter la levantó una vez más, y ella volvió a enroscarse alrededor de él. Los nudillos de Peter le rozaron las piernas cuando se desabrochó los vaqueros y los dejó caer al suelo. Lali contuvo la respiración cuando cayó la última barrera entre ambos y sintió aquel pene presionar contra ella, desnudo y en celo, buscando. Sintió una oleada de placer que hizo chisporrotear sus terminaciones nerviosas. Se arqueó desesperada buscando más, necesitando más.
Peter lanzó un juramento en voz baja y levantó a Lali sólo un poco más para ajustar su posición. Ella sintió cómo la cabeza del pene la sondeaba, suave, caliente y dura, y después una sensación de placer casi increíble que la inundó cuando Peter cedió ligeramente y dejó que ella cayera por su peso sobre su verga. Su cuerpo se resistió al principio y luego empezó a dilatarse y a aceptarlo, centímetro a centímetro. Sintió que todo dentro de ella empezaba a tensarse a medida que la invadía un mar de sensaciones...
En aquel momento Peter se detuvo, con la respiración agitada y el rostro hundido contra su cuello. Con la voz amortiguada, le dijo:
—¿Has empezado a tomar la píldora?
Lali clavó las uñas en sus hombros desnudos, casi sollozando de necesidad. ¿Cómo podía detenerse en aquel preciso momento? Tenía dentro sólo la cabeza del pene, y no era suficiente, ni mucho menos. Sus músculos internos se contrajeron alrededor de él en un intento de absorberlo más profundamente, y un explosivo juramento salió de la garganta de Peter.
—Maldita sea, Lali, ¿has empezado a tomar la píldora?
—Sí —logró decir ella por fin, en un tono casi tan áspero como el de él.
Peter la aprisionó contra la pared y con un fuerte impulso la penetró del todo.
Lali se oyó a sí misma gritar, pero lo percibió como un sonido distante. Todas las células de su cuerpo estaban concentradas en las gruesa verga que entraba y salía de ella, en su ritmo duro y rápido, y alcanzó el orgasmo de esa misma forma. Sintió un cúmulo de sensaciones explotar en su interior y se arqueó contra Peter, gritando, sacudiendo las caderas y con todo el cuerpo estremecido. El resto del mundo desapareció por completo.
Él se corrió un segundo más tarde, entrando en ella casi con fuerza brutal. Lali chocaba contra la pared a cada impulso, resbalando por su propio peso y obligando a Peter a penetrar aún más profundo, tanto que se tensó convulsivamente y alcanzó un nuevo clímax.
Al terminar, Peter se apoyó pesadamente contra ella, con la piel empapada de lluvia y sudor. Respiraba agitadamente y su pecho se hinchaba cada vez que tomaba aire. La casa estaba oscura y silenciosa excepto por el repiqueteo de la lluvia en el tejado y los jadeos de los sobrecargados pulmones de ambos. Lali sentía el frescor de la pared en la espalda, pero resultaba incómodamente dura.
Intentó pensar en algo inteligente que decir, pero su mente se negaba a funcionar. Aquello era demasiado serio, demasiado importante, para hacer bromitas ingeniosas. De modo que cerró los ojos y apoyó la mejilla en el hombro de Peter mientras el galope de su corazón iba calmándose gradualmente y la parte baja de su cuerpo se relajaba alrededor de la verga de él.
Peter musitó algo ininteligible y sujetó a Lali con más fuerza, sosteniéndola con un brazo alrededor de la espalda y el otro debajo de las nalgas, al tiempo que se quitaba del todo los vaqueros y se dirigía con paso inseguro al dormitorio. Todavía estaba dentro de ella, con su cuerpo anclado al suyo, cuando se inclinó sobre la cama y se acomodó encima de Lali.
La habitación estaba fresca y oscura, la cama era ancha. Le quitó a Lali la blusa de seda y el sujetador y lanzó ambas prendas al suelo. Entonces quedaron ambos totalmente desnudos, el pecho de él rozando los pezones de ella mientras comenzaba a moverse de nuevo. Esta vez el ritmo fue más lento pero no menos potente, y a cada embestida se introducía hasta la empuñadura.
Para sorpresa de Lali, la fiebre volvió nuevamente. Creía estar demasiado exhausta para excitarse de nuevo, pero descubrió lo contrario. Se afianzó con las piernas al cuerpo de Peter y movió la pelvis hacia arriba para ir al encuentro de cada arremetida, aferrándolo, atrayéndolo aún más hacia su interior, y cuando se corrió el paroxismo fue todavía más intenso que los anteriores. Peter dejó escapar un sonido gutural y alcanzó el orgasmo mientras ella aún temblaba bajo su cuerpo.
Mucho tiempo después, cuando el pulso de ambos se hubo aquietado, el sudor se hubo secado y los músculos volvieron a responder otra vez, Peter se retiró y rodó hacia un costado con un brazo sobre los ojos.
—Mierda —dijo en voz baja.
Pero como la habitación estaba tan silenciosa, Lali lo oyó. Un minúsculo acceso de ira la hizo entrecerrar los ojos. Todavía se sentía igual que un fideo flácido, pasado de cocción, por eso aquel minúsculo acceso de ira fue lo más que pudo articular.
—Vaya, que romántico —dijo en tono sarcástico. El tipo no había podido apartar las manos de encima de ella en toda la semana, y ahora que por fin habían hecho el amor el único comentario que se le ocurría hacer es <<mierda>>, como si toda aquella experiencia hubiera sido una equivocación.
Peter levantó el brazo con que se tapaba los ojos y giró la cabeza para mirar a Lali con cara de pocos amigos.
—Supe que ibas a ser un problema desde la primera vez que te vi.
—¿Qué quieres decir con eso de <<problema>>? —Lai se incorporó devolviéndole la misma mirada—. ¡Yo no soy ningún problema! ¡Soy una persona muy agradable excepto cuando tengo que tratar con tipejos!
—Eres un problema de los peores —le espetó él—. Eres un problema de los que lo empujan a uno a casarse.
Teniendo en cuenta que ya eran tres hombres que habían encontrado cosas mejores que hacer que casarse con ella, aquel comentario no era precisamente el comentario más sensible que pudo hacer. Resultaba especialmente doloroso por provenir de un hombre que acababa de proporcionarle tres explosivos orgasmos. Agarró la almohada, le atizó en la cabeza con ella y se bajó de la cama de un salto.
—Yo puedo solucionarte ese problema —le dijo, echando humo mientras escrutaba la habitación a oscuras en busca de su ropa interior. Maldita sea, ¿dónde estaba el interruptor de la luz?—. ¡Ya que soy un problema tan grande, me quedaré en mi lado del camino de entrada y tú puedes quedarte en la mierda del tuyo! —Para cuando terminó ya estaba gritando. Sí... aquella mancha blanca debía de ser su sujetador. Lo recogió del suelo de un manotazo, pero se trataba de un calcetín. Un calcetín maloliente. Se lo arrojó a Peter, el cual lo aplastó a un lado y saltó de la cama en dirección a Lali.
—¿Qué demonios has hecho con mi maldita ropa? —le rugió ella, esquivando su mano y recorriendo enfurecida la habitación, a oscuras—. ¿Y dónde está el maldito interruptor de la luz?
—¡Haz el favor de calmarte! —exclamó Peter, en un tono sospechoso de estar reprimiendo una carcajada.
Así que se estaba riendo de ella. Sintió el escozor de las lágrimas en los ojos.
—¡Y una mierda, no pienso calmarme! —chilló, y acto seguido giró en dirección a la puerta—. Puedes quedarte con esa maldita ropa. Prefiero irme a mi casa desnuda antes que quedarme aquí contigo un minuto más, maldito monstruo insensible...
Un brazo de duros músculos se cerró alrededor de su cintura y la alzó en volandas. Soltó una exclamación, agitando los brazos, y entonces rebotó contra la cama al tiempo que el aire abandonaba sus pulmones con un resuello.
Tuvo el tiempo justo de inhalar un poco de aire antes de que Peter aterrizase encima de ella aplastándola con su gran peso y obligándola a exhalar de nuevo. Rió mientras la subyugaba con una facilidad ridícula; en cinco segundos ya no podía forcejear en absoluto.
Para su asombro y su rabia, descubrió que Peter tenía otra erección, que vibraba contra sus muslos cerrados. Si se creía que iba a abrir las piernas para él después de...
Peter cambió de postura, hizo presión con la rodilla en un experto movimiento, y las piernas se abrieron de todos modos. Otro cambio de postura y se deslizó suavemente al interior de ella. Lali sintió deseos de chillar por estar disfrutando tanto de aquello, por amarlo y porque era un monstruo. Su mala suerte con los hombres seguía cumpliéndose.
Entonces rompió a llorar.
—Vamos, nena, no llores —le dijo él en tono tranquilizador mientras se movía lentamente dentro de ella.
—Lloraré si me apetece —sollozó Lali al tiempo que se aferraba a él.
—Te quiero, Lali Esposito. ¿Quieres casarte conmigo?
—¡Por nada del mundo!
—Tienes que casarte conmigo. Me debes todo tu próximo sueldo entero por todos los tacos que has proferido esta noche. Pero si nos casamos no tendrás que pagarme.
—No existe ninguna regla que diga eso.
—Acabo de inventarla. —Le enmarcó la cara con sus grandes manos y le acarició las mejillas con los pulgares para limpiar las lágrimas.
—Tú has dicho <<mierda>>.
—¿Qué otra cosa puede decir un hombre cuando ve que sus gloriosos días de soltería se acercan a su rápido e ignominioso fin?
—Ya has estado casado.
—Sí, pero eso no cuenta. Era demasiado joven para saber lo que hacía. Creía que follar era lo mismo que amar.
Lali pensó que ojalá se quedase quieto. ¿Cómo podía tener una conversación mientras hacía lo que le estaba haciendo? No... ojalá cerrase la boca y siguiera haciendo exactamente lo que estaba haciendo, excepto tal vez un poquito más deprisa. Y con un poquito más de ímpetu.
Peter la besó en la sien, en el mentón, en la leve hendidura de la barbilla.
—Siempre je oído decir que el sexo es distinto con una mujer a la que uno ama, pero no me lo creía. El sexo era sexo. Pero entonces entré dentro de ti y fue como meter la polla en un enchufe.
—Oh. ¿A eso se debían todas esas sacudidas y esos chillidos? —se burló Lali, pero prestando atención.
—Qué sabihondilla. Sí, a eso se debían, aunque me parece que no soy yo el único que se ha movido y chillado. Ha sido diferente. Más apasionado. Más fuerte. Y cuando terminó me entraron ganas de repetirlo todo.
—Y lo has repetido.
—Ahí tienes la prueba, entonces. Por el amor de Dios, ya me he corrido dos veces y otra vez estoy empalmado. O se trata de un milagro sexual, o es amor. —Besó a Lali en la boca, despacio y en profundidad, con lengua—. El hecho de ver cómo te lanzas a una rabieta siempre me excita.
—Yo no tengo rabietas. ¿Por qué cada vez que un hombre se enfada es que está furioso, pero cuando se enfada una mujer no es más que una rabieta? —Calló un instante, sorprendida por lo que había dicho él—. ¿Siempre?
—Siempre. Como cuando tiraste al suelo mi cubo de la basura, luego me chillaste y me apuntaste con el dedo en el pecho.
—¿Estabas excitado? —le preguntó ella, atónita.
—Como una piedra.
Lali dijo, mirándolo perpleja:
—Pero qué dijo de p...
—Así que contesta a mi pregunta.
Ella abrió la boca para decir <<sí>>, pero la cautela la empujó a recordarle:
—No se me dan bien los compromisos. Eso le proporcionan al novio demasiado tiempo para pensar.
—Yo pienso saltarme la parte del compromiso. No vamos a comprometernos; nos casaremos directamente.
—En ese caso, sí, me casaré contigo. —Hundió el rostro en la garganta de Peter y aspiró el calor y el aroma de su cuerpo, pensando que si los perfumeros del mundo pudieran embotellar aquello que poseía Peter, la población femenina estaría constantemente en celo.
Él dejó escapar un gruñido de frustración.
—¿Por qué me quieres? —insinuó.
Lali sonrió moviendo los labios contra la piel de él.
—Porque estoy loca, salvaje, perdida y absolutamente enamorada de ti —afirmó.
—Nos casaremos la semana que viene.
—¡No puedo hacer eso! —exclamó Lali horrorizada al tiempo que se echaba hacia atrás para contemplarlo echarse sobre ella, moviéndose lentamente adelante y atrás, adelante y atrás, como un alga flotando en la marea.
—¿Y por qué no?
—Porque mis padres no regresarán de las vacaciones hasta... He perdido la cuenta de los días. Dentro de unas tres semanas, creo.
—¿No pueden regresar antes? ¿Dónde están, por cierto?
—De viaje por Europa. Son las vacaciones soñadas de mi madre, porque mi padre tiene Parkinson y, aunque la medicación lo está ayudando de verdad, últimamente ha empeorado un poco y ella tenía miedo de que ésta fuera su última oportunidad. Antes de jubilarse, siempre estaba demasiado ocupado para marcharse durante una temporada tan larga, por eso es un viaje especial para los dos, ¿sabes?
—Está bien, está bien. Nos casaremos el día siguiente de que vuelvan a casa.
—¡Mi madre ni siquiera habrá tenido tiempo de deshacer las maletas!
—Vaya. Como no vamos a comprometernos, no podemos hacer todo eso de la boda en la iglesia...
—Gracias a Dios —repuso Lali sinceramente. Había pasado por aquella experiencia con el número dos, el muy cabrón, con todos los gastos, los preparativos y las molestias, sólo para que él se retractara en el último minuto.
Peter exhaló un suspiro de alivio, pues temía que a ella le apeteciera una boda por todo lo alto.
—Tendremos todo preparado. Lo único que tendrán que hacer tus padres es asistir.
Lali había estado realizando un enorme esfuerzo para concentrarse en la conversación mientras Peter hacía... aquello que estaba haciendo, y estaba muy impresionada de que él fuera capaz de mantener su parte de dicha conversación en medio de aquellas circunstancias, pero el cuerpo de ella súbitamente alcanzó el punto de no retorno. Lanzó una exclamación ahogada y alzó convulsivamente las caderas contra él.
—¡Ya hablaremos después! —dijo con voz ronca, lo agarró del trasero y lo atrajo hacia sí con fuerza.
Pero pasaron un buen rato sin hablar absolutamente de nada.
Lali se removió y bostezó. Debería sentirse contenta de haber pasado la noche entera en los brazos de Peter, pero una idea repentina la hizo incorporarse de un salto en la cama.
—¡Bubú!
Peter emitió un sonido que era algo a medio camino entre un gruñido y un gemido.
—¿Qué?
—Bubú. ¡Debe de estar muerto de hambre! No puedo creer que me haya olvidado. —Salió atropelladamente de la cama—. ¿Dónde está el interruptor de la luz? ¿Y por qué no tienes lámparas en las mesillas?
—Junto a la puerta, a la derecha. ¿Para qué necesito lámparas en las mesillas?
—Para leer, por ejemplo. —Fue recorriendo la pared con la mano, dio con el interruptor y lo accionó. Una luz brillante inundó la habitación.
Peter se protegió los ojos, parpadeando, y a continuación se volvió boca abajo.
—Yo leo en la sala de estar.
Los ojos de Lali tardaron un minuto en adaptarse. Una vez que lo hubieron hecho, sus pupilas se agrandaron al contemplar en qué habían convertido la cama. Los cobertores colgaban retorcidos hacia un costado, las almohadas estaban... ¿Dónde estaban las almohadas? Y la sábana bajera estaba suelta en una esquina y hecha un revoltijo en el centro de la cama.
—Santo cielo —dijo perpleja, pero al instante se sacudió a sí misma y buscó su ropa.
Peter abrió los ojos y se incorporó sobre un codo. Sus ojos oscuros, adormilados y fijos a un tiempo, examinaron a Lali mientras ésta registraba el dormitorio. Encontró su blusa enredada en los cobertores de a cama. Después se arrodilló para mirar debajo de la cama en busca del sujetador; Peter se inclinó ligeramente para tener una mejor perspectiva de su trasero moviéndose en el aire.
—¿Cómo demonios ha ido a parar debajo de la cama? —protestó Lali recuperando la prenda de su escondite.
—Habrá ido reptando —sugirió Peter.
Ella le dirigió una sonrisa fugaz y miró a su alrededor.
—Y mi pantalón estará...
—En la sala de estar.
Lali fue a la sala de estar, encendió una lámpara, y estaba en el proceso de desenmarañar el pantalón cuando entró Peter, completamente desnudo y llevando en la mano unas zapatillas deportivas. Lali no se molestó con el sujetador, pero sí que se puso las bragas y acto seguido el pantalón y la blusa. Peter se enfundó los vaqueros y después se sentó para calzarse las deportivas.
—¿A dónde vas? —le preguntó ella.
—A acompañarte hasta la puerta de tu casa.
Lali abrió la boca para decir que no era necesario, pero entonces recordó que sí era necesario, al menos por el momento. Se puso los zapatos, metió el sujetador en el bolso y recogió las bolsas de las compras. Peter extrajo su pistola de la funda y la empuñó con la mano derecha.
—Dame tu llave y quédate detrás de mí —dijo.
Lali sacó el juego de llaves del bolso, seleccionó la que correspondía y se la entregó a Peter.
Había dejado de llover, y la noche había quedado húmeda y cálida. Se oía cantar a los grillos, y la farola situada al final de la calle se veía rodeada de un halo difuminado. Atravesaron los dos caminos de entrada y subieron los peldaños que conducían a la puerta de la cocina. Peter se guardó la pistola en la cintura mientras abría la cerradura, luego le devolvió las llaves a Lali y sacó de nuevo la pistola. Abrió la puerta, introdujo una mano y encendió el interruptor de la luz.
Entonces soltó un fuerte juramento. Lali parpadeo al ver la destrucción que iluminó la luz del techo, y chilló:
—¡Bubú!
Intentó abalanzarse dejando a Peter a un lado, pero éste le bloqueó el paso con el brazo extendido y se volvió para que su gran cuerpo le impidiera entrar.
—Ve a mi casa y llama al 911 —ladró—. ¡Vamos!
—Pero Bubú...
—¡Vete! —vociferó al tiempo que le propinaba un empujón que estuvo a punto de lanzarla volando fuera del porche. Acto seguido, giró sobre sus talones y entró en la casa.
Era policía; en aquella ocasión tenía que fiarse de él. Con los dientes castañeando, Lali regresó corriendo a casa de Peter y entró en la cocina, donde había un teléfono inalámbrico. Lo agarró, pulsó el botón de conexión y marcó el 911.
—¿Desde dónde llama? —La voz era impersonal y casi carente de interés.
—Er... desde la casa de al lado. —Lali cerró los ojos—. Quiero decir que estoy llamando desde la casa de mi vecino. Han desvalijado mi casa. —Les dio su dirección—. Mi vecino es policía, y en este momento está registrando la casa. —Llevándose consigo el teléfono, fue hasta el porche principal y observó su pequeña casita en la que ahora se veían luces brillando en dos ventanas. Vio encenderse también la del dormitorio—. Va armado...
—¿Quién es? —El interlocutor parecía alarmado de pronto.
—¡Es mi vecino! ¡Diga a la policía que si ven a un hombre medio desnudo con una arma, no disparen, que es uno de ellos! —Lali aspiró profundamente. El corazón le latía con tanta fuerza que creyó enfermar—. Yo voy para allá.
—¡No! Señora, no vaya allí. Si su vecino es policía, no se entrometa. Señora, ¿está escuchando?
—Sigo aquí. —No dijo que estuviera escuchando. Le temblaba la mano, lo cual hacía que el teléfono repiqueteara contra su boca.
—Continúe al teléfono, señora, para que yo pueda mantener informados de la situación a los agentes encargados. Ya se han enviado varias unidades a su domicilio, llegarán dentro de unos minutos. Tenga un poco de paciencia, por favor.
Lali no podía tener paciencia, pero sí podía tener sensatez.
Aguardó en el porche, con las lágrimas resbalándole por las mejillas y contemplando fijamente su propia casa, la cual Peter registraba metódicamente poniendo su vida en peligro cada vez que entraba en una habitación. No se atrevió a pensar en Bubú. El interlocutor de la policía dijo algo más, pero ella había dejado de escuchar, aunque hizo un ruido para darle a entender que seguía allí. A lo lejos oyó el sonido estridente de las sirenas.
Peter salió al porche trasero con Bubú acurrucado en su brazo izquierdo.
—¡Bubú!
Lali soltó el teléfono y corrió hacia ellos. Peter le permitió coger al gato y después volvió a guardarse la pistola en la cintura.
—Quienquiera que haya hecho esto no se ha quedado por aquí —dijo Peter al tiempo que la rodeaba con un brazo y la instaba a regresar a su casa.
Con Bubú a salvo y malhumorado en sus brazos, Lali frenó en seco.
—Quiero ver...
—Aún no. Deja primero que los técnicos realicen su trabajo, tal vez encuentren algo que nos proporcione una pista de quién es ese cabrón.
—Pero tú sí has entrado...
—Y he tenido cuidado de no tocar nada —replicó él, exasperado—. Ven, vamos a sentarnos. Los chicos llegarán dentro de un minuto.
Lali recordó que había tirado el teléfono. Lo recogió y se lo entregó a Peter.
—Aún está en la línea el 911.
Peter se lo llevó al oído, pero sin dejar de sujetar firmemente a Lali mientras hacía un sucinto resumen de la situación y decía que la casa se encontraba despejada. Después desconectó, rodeó con los dos brazos a Lali —y a Bubú— y la estrechó contra sí.
—¿Dónde ha encontrado a Bubú?
—Estaba escondido debajo de esa estantería del pasillo.
Lali acarició la cabeza del gato, agradecida de que estuviera bien, y a punto estuvo de llorar otra vez. Si algo le ocurriera a Bubú, su madre no se lo perdonaría jamás.
—¿Tú crees que ha sido él? —preguntó a Peter en tono grave.
Él guardó silencio por espacio de unos instantes. Las sirenas se oían ya mucho más cerca, un sonido que se hacía cada vez más audible en medio del quieto aire de la noche. Al tiempo que dos coches doblaban la esquina para entrar en la calle, dijo:
—No puedo permitirme el lujo de no creerlo.
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