Aquel día hacía un calor insufrible, y notaba cómo le resbalaba el sudor por la espalda al entrar en la casa. Dejó sobre la mesa de centro el pesado fajo de papeles, que correspondían a la mitad de los archivos de personal de Hammerstead, y luego permaneció un minuto de pie respirando aquel bendito aire fresco. Una vez rescatados sus pulmones del riesgo de abrasarse de calor, se quitó la chaqueta y siguió el ruido que procedía de la cocina.
Lali estaba sirviendo cuatro vasos de té helado, lo cual significaba que lo había visto llegar.
—Llegas justo a tiempo —le dijo.
Peter se sacó la pistola y la placa y las depositó ambas sobre el mostrador, al lado de la cafetera.
—¿Para qué? —Cogió uno de los vasos de té y bebió a fondo.
—Estamos planeando organizar un velatorio para Euge. También va a venir su hermana Agustina.
—¿Dónde y cuándo? —preguntó Peter brevemente.
—Mañana por la noche, en mi apartamento —respondió Cande.
—De acuerdo. Puedo ir.
Lali dijo con expresión perpleja:
—Pero si estamos todas juntas, ¿no vamos a estar a salvo?
—No necesariamente. Precisamente podrían estar proporcionando al asesino una oportunidad de oro para pillarlas a todas de una sola vez. No me entrometeré, pero estaré allí.
Lali lanzó un resoplido. Si Peter estaba en alguna parte, se entrometía. Era una de aquellas personas a las que no se podía pasar por alto.
Rochi le dirigió de soslayo una mirada elocuente.
—Antes de que empecemos, tengo noticias.
—Yo también las tengo —dijo Lali.
—Y yo —dijo Peter.
Todos aguardaron. Nadie dijo nada. Por fin habló Cande.
—Dado que soy la única que no tiene noticias, me encargaré de organizar esto. —Señaló a Rochi—. Empieza tú. Has despertado mi curiosidad desde que hemos hablado por teléfono.
Rochi alzó las cejas en dirección a Peter, y éste comprendió que le estaba preguntando si era correcto contar a las otras dos lo que había estado haciendo. Como iba a decírselo de todos modos aunque él no se hubiera presentado, le dijo:
—Adelante.
—He hecho copias de todos los archivos de personal para el señor Strawn —contó Rochi—. Me dijo que cierto detective había solicitado verlos, y que él había dado su permiso.
Tres pares de ojos se volvieron hacia Peter.
Él compuso una mueca.
—Me he traído un montón de trabajo de papeleo a casa. También vamos a repasar todos los nombres por si hubiera condenas anteriores o denuncias pendientes.
—¿Cuánto tiempo te llevará? —quiso saber Lali.
—Si no surge nada en el ordenador que nos oriente en la dirección correcta, tendremos que examinar todos los archivos y ver si hay algo que destaque, o tal vez investigar más a fondo.
—¿Un día? ¿Dos días? —sugirió ella.
—Eres una chica muy optimista, tú. —Bebió un largo trago de té.
Cande indicó una T con las manos para indicar un receso y después señaló a Peter.
—Ahora es tu turno.
—El forense ha encontrado en el cadáver de Euge un cabello rubio que no le pertenece a ella.
Las tres mujeres se quedaron muy quietas, y Peter supuso que estaban repasando mentalmente y a toda velocidad qué hombres rubios había en Hammerstead.
—¿Les viene algún nombre a la cabeza?
—Pues no —contestó Lali—. Además, lo que tú llamas rubio para nosotras podría ser castaño claro. —Miró a las otras, que se encogieron de hombros—. En el trabajo hay muchos individuos que podrían encajar.
—No bajen la guardia —advirtió Peter—. También es posible que se le pegara aquel cabello en otro lugar. Es una pista, y cuando lo pillemos, si el ADN concuerda, lo tendremos cogido. Ustedes tengan un cuidado especial con los tipos rubios.
—Vaya idea más agradable —dijo Cande con aire taciturno—. Me parece que yo soy la única morena de todo el departamento de ventas.
—Voy a examinar los archivos por departamentos, empezando por el de contabilidad, ya que Euge fue el primer objetivo. A propósito —dijo dirigiéndose a Rochi—, gracias por entregármelos clasificados por departamentos.
Ella le devolvió una sonrisa irónica.
—Lo que sea, con tal de ayudar.
Cande tomó de nuevo las riendas de la conversación y señaló a Lali.
—Ahora te toca a ti.
Lali respiró hondo. Después de tres compromisos rotos, tuvo que hacer acopio de valor para anunciar que tenía intención de... otra vez... casarse. Lanzó una mirada a Peter, y éste le guiñó un ojo.
—Peteryyovamosacasarnos —dijo todo seguido, uniendo las palabras como si así fueran a llamar menos la atención. Si los dioses no se percataban, no podrían dar al traste con ello.
Peter se tapó los oídos con las manos para protegerlos de la ronda de chillidos que estalló a continuación. Rochi abrazó a Lali. Cande abrazó a Peter. Después, no se sabe cómo, todos terminaron abrazándose unos a otros. El grupo resultaba demasiado pequeño sin Euge, pensó Lali, pero se negó a permitir que las lágrimas echasen a perder aquella pequeña celebración. La vida seguía. Sin Euge era más triste, más vacía, pero seguía de todas maneras.
—¿Cómo? Quiero decir, ¿cuándo? —preguntó Rochi.
—Dentro de tres semanas, cuando sus padres regresen —contestó Peter—. He estado pensando en celebrar la ceremonia quizás en un juzgado, pero mi familia no cabría de ningún modo, y quieren estar todos presentes.
—Tal vez en un parque —propuso Lali.
—¿Por qué en un parque? Alguien ha de tener una casa que sea lo bastante grande. Mis padres tienen una bien grande; qué remedio, con siete hijos.
Lali se aclaró la garganta.
—Bueno, está mi familia, la tuya, Cande y Rochi, tus amigos policías y también... esto... he invitado a todos los vecinos de esta calle.
—Vale, estupendo —repuso él—. Tendrían que venir George y Sadie, y también Eleanor, y... maldita sea, nuestra pequeña boda ya va sumando algo así como cien personas, ¿no? —terminó en tono de frustración.
—Me temo que sí, maestro sabio.
—Eso supone comida y cosas así.
—Ahora lo has entendido.
—¿Y quién diablos se va a encargar de todo eso? —Su expresión decía a las claras que desde luego, él no.
—Ana. Le encantan esta clase de cosas. Aunque no será nada exagerado. Tengo el presupuesto muy apretado, con los pagos de la casa, el nuevo sistema de seguridad, el teléfono móvil, y ahora tengo que comprarme ropa nueva, un colchón y un somier...
—El colchón y el somier no lo necesitas —señaló Peter, y Cande y Rochi rompieron a reír a carcajadas. Rochi extrajo cinco dólares de su bolso y se los puso en la mano a Cande.
—Te lo dije —graznó Cande.
Lali las miró con los ojos entornados.
—Han hecho apuestas sobre mi vida amorosa —las acusó.
—Sí, y tengo que decir que me has decepcionado —dijo Rochi intentando adoptar un tono más serio. Aún se estaba riendo, de modo que su intento apenas tuvo éxito—. Pensaba que ibas a mantenerlo a raya al menos otras dos semanas.
—Naturalmente, no ha podido resistirse a mí —terció Peter con aire de suficiencia en el momento en que se servía otro vaso de té.
—Me dio pena —corrigió Lali—. Con todo lo que lloraba y suplicaba. Resultaba lastimoso.
Peter esbozó una sonrisa que prometía represalias. Lali sintió una punzada de emoción al pensar en lo que la esperaba. Tal vez tuviera que hacer el amor con él, pongamos, tres o cuatro veces para aplacar sus sentimientos heridos. ¡Qué sacrificio!
Le encantó que Peter se sintiera tan cómodo en compañía de sus amigas. Se sentó a la mesa y las ayudó a planificar el velatorio, si bien su aportación fue: <<Cerveza y palomitas. ¿Qué más necesitarías para un velatorio?>>, lo cual demostraba que no tenía la menor idea de la combinación de mujeres y comida.
Cuando Rochi y Cande se hubieran marchado, salieron al exterior para trasladar el coche del padre de Lali de su garaje al de Peter. Mientras la ayudaba a retirar la cubierta de lona y dejar al descubierto aquel coche parecido a una bala de plata, Peter le dijo:
—¿Tienes ahí las llaves?
Lali se las sacó del bolsillo de los vaqueros y las zarandeó delante de su cara.
—¿Quieres conducir?
—¿Estás intentando hacerme la pelota, para compensarme por lo que dijiste antes de llorar y suplicar?
—No, pensaba compensarte por eso más tarde.
Él mostró una ancha sonrisa y le arrebató las llaves de la mano.
—Madre mía —dijo suspirando al tiempo que se descalzaba y pasaba una larga pierna por encima de la puerta, luego la otra, y se deslizaba en el asiento del conductor. El pequeño coche se adaptaba a él como un guante. Acarició el volante con las manos.
—¿Cómo dijiste que lo adquirió tu padre?
—Lo compró allá por 1964, pero es que contaba con una ventaja. Ya sabes: <<Fabricado por Shelby, con un motor Ford>>. Mi padre formaba parte del equipo de producción que fabricaba el motor. Se enamoró del coche. Mi madre de enfadó con él por haberse gastado tanto dinero en un coche justo cuando acababan de tener una hija, Ana, y lo que necesitaban era comprarse una casa más espaciosa. Se fabricaron sólo mil unidades. Mil once, para ser exactos. Por eso mi padre posee uno de los Cobra originales, y vale más de lo que le pagaron por la casa.
Peter miró a atrás y vio el Viper estacionado en el camino de entrada.
—Tu padre no es el único que se gasta una fortuna en coches.
—De tal palo, tal astilla. Además, yo me compré el Viper de segunda mano, de modo que no desembolsé los sesenta y nueve mil dólares que costaba. Durante tres años tuve que subsistir a base de hamburguesas y latas de atún para poder pagarlo.
Peter se estremeció.
—Pero ya está pagado, ¿no?
—Limpio de polvo y paja. No habría podido permitirme comprar esta casa si aún estuviera pagando el coche. De todas formas, la culpa de que me lo comprara la tiene mi padre.
—¿Cómo es eso?
Lali señaló el Cobra.
—¿Qué crees que utilizó para enseñarme a conducir?
Peter puso cara de horror.
—¿Permitió que lo condujera una novata?
—Así fue como nos enseñó a conducir a todos. Decía que si éramos capaces de hacernos con el Cobra, seríamos capaces de manejar cualquier cosa. Pero Ana y Patricio no sentían tanta pasión por él, estaban más cómodos en el Lincoln de mi madre. Algunas personas prefieren la comodidad por encima de la velocidad, supongo. —Su expresión indicaba que no lo entendía, pero que lo aceptaba de todos modos.
—Dios santo. —Peter de hecho había palidecido al pensar en tres principiantes sin supervisión al volante de aquel coche.
—A mi padre no le gusta nada mi Viper —le confió Lali, y después sonrió—. En parte se debe a que no es un Ford, pero lo que ocurre en realidad es que odia que el Viper le gane en velocidad punta. El Cobra posee una aceleración más rápida, pero en cualquier distancia yo puedo rebasarlo.
—¿Pero es que han hechado carreras? —exclamó Peter. Tenía toda la pinta de estar a punto de apearse de un salto del coche.
—Sólo para ver qué eran capaces de hacer los caballos —lo tranquilizó ella—. Y no fue por las calles. Fuimos a una pista de pruebas.
Peter cerró los ojos.
—Tú y tu padre se parecen mucho, ¿no? —le preguntó en tono de horror, como si acabara de descubrir que eran portadores de la fiebre tifoidea.
—Sí, te gustará.
—Estoy que no puedo esperar.
Cuando Cande llegó a su departamento, se sobresaltó al ver a Victorio D'Alessandro sentado en el suelo, junto a la puerta. Se incorporó al verla, y Cande se detuvo en seco, invadida por un miedo irracional. Vico era grande y musculoso. Por espacio de un instante de terror pensó que él... pero era imposible. El asesino era un hombre rubio. Tragó saliva, sintiéndose débil por el pánico y el alivio, lo uno seguido muy cerca de lo otro.
—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó en tono brusco por la reacción, y enseguida se fijó en la sorpresa que se dibujaba en los ojos de él ante aquella fría bienvenida.
—Hace algún tiempo que no te veo —ronroneó Vico con aquella voz aterciopelada que hacía que las mujeres se apiñaran en torno a él, si bien los millones que había ganado jugando al fútbol tampoco estaban mal. Solía llevar alrededor un pequeño séquito de fans; adoraba su fama y las luces de los focos, y les sacaba el máximo partido a ambas cosas.
—Estas dos últimas semanas han sido una locura —repuso Cande—. Primero fue la Lista, luego lo de Euge... —Se interrumpió con un nudo en la garganta. Aún le costaba creer que Euge ya no estuviera. No; sí que lo creía. Es que sencillamente no lo había aceptado.
—Ya, lo siento mucho. Eran muy amigas, ¿verdad?
En realidad, Vico no sabía gran cosa acerca de ella, se dijo Cande. La relación entre ambos, tal como era, siempre había estado centrada en él.
—Era mi mejor amiga —contestó Cande con la vista enturbiada por las lágrimas—. Mira, Vico, no estoy de humor para...
—Vamos, no es eso para lo que he venido aquí —dijo él frunciendo el ceño e introduciendo las manos en los bolsillos de sus pantalones de seda confeccionados a medida—. Si lo único que quisiera fuera sexo, podría obtenerlo de... —Se detuvo, pues evidentemente se dio cuenta de que aquello no era precisamente lo más sensato que decir—. Te he echado de menos —dijo en tono desvalido, incómodo. No era muy típico de Vico decir cosas así a una mujer.
Cande lo dejó a un lado y abrió la cerradura de la puerta.
—Ya —repuso secamente.
Tenía gracia la cosa; por espacio de casi un año, desde el momento en que conoció a Vico, había soñado que él dijera algo así, algo que indicara que ella era, del modo que fuera, especial para él. Y ahora que por fin se lo había dicho, no tenía la intención de ceder ni un milímetro. A lo mejor era que ya había dado todo lo que estaba en su mano, que había hecho todo lo posible.
Vico cambió el peso de un pie al otro. Cando advirtió que no sabía qué decir. Siempre había sido demasiado guapo, demasiado dotado, y ahora era demasiado rico; siempre lo habían perseguido las chicas. Había sido deseado, idolatrado y consentido desde los primeros años en el instituto, cuando se hizo evidente su capacidad para correr. Esto constituía un territorio nuevo para Vico D'Alessandro.
—¿Te gustaría entrar? —le ofreció Cande por fin.
—Sí, claro.
Recorrió con la mirada el pequeño apartamento, como si lo estuviera viendo por primera vez. Se acercó a la librería para examinar los libros y las fotografías familiares.
—¿Es tu padre? —preguntó tomando una foto de un oficial de la Marina de semblante serio y apuesto.
—Sí, justo antes de jubilarse.
—Así que tú eres una niña del ejército.
—Una niña de la Marina —corrigió Cande, ocultando una mueca al ver que él no había reconocido el uniforme.
Vico de nuevo pareció sentirse incómodo.
—No sé nada de lo militar. Lo único que he hecho ha sido jugar al fútbol. Supongo que tú habrás viajado por todo el mundo, ¿no?
—Parte de él.
—Ya veo que eres muy madura. —Volvió a dejar la fotografía en su sitio, perfectamente alineada como la tenía ella—. Entiendes de vinos, y cosas así.
Cande experimentó una punzada de sorpresa. Vico sonaba un poquito inseguro, una emoción que jamás habría asociado con él. Era siempre arrogante y engreído, como si creyera que era lógico recibir toda la atención que recibía. Vivía en una mansión, pensó Cande, y se sentía intimidado porque ella había viajado un poco y porque había estado presente en un montón de cenas formales.
—¿Te apetece beber algo? —ofreció—. No tengo nada más fuerte que cerveza. También hay zumos y leche.
—Con una cerveza está bien, gracias —contestó Vico aliviado.
Tal vez había temido que ella le ofreciera una selección de vinos blancos.
Sacó dos cervezas del frigorífico, quitó los tapones y le entregó una a Vico. Él observó fascinado cómo Cande bebía un largo trago.
—Nunca te he visto tomar cerveza.
Ella se encogió de hombros.
—Es una especie de enfermedad endémica en una base militar. Me gusta.
Vico se sentó e hizo rodar la botella helada entre las manos. Al cabo de unos instantes empleados en reunir valor, dijo:
—Cande... La razón por la que estoy aquí... —Se interrumpió e hizo rodar la botella otro poco más.
Cande se sentó enfrente de él y cruzó sus largas piernas. Vico se fijó en la elegancia de aquella piel desnuda, justo lo que ella pretendía.
—¿Sí?
Se aclaró la garganta.
—Cuando dejaste de venir a verme, yo... bueno, más bien me sorprendió. Creía que lo nuestro... o sea...
—Era sexo —dijo ella suavemente, decidida a ayudarlo continuar. Al paso que llevaba, se haría de noche y aún estaría intentando expresar lo que quería decir, fuera lo que fuera.
—Eso es lo único que ha sido siempre para ti, y lo único que querías, por lo visto. Yo deseaba algo más, pero supongo que eso lo obtienes de todas tus otras novias.
Más incomodidad.
—Esto... er... ha sido algo más que sexo.
—Ya. Por eso tienes como unas tres chicas para cada día de la semana, una fiesta en casa ciudad que visitas. Vico, no soy idiota. Me he dado cuenta de todo. Yo deseaba ser especial para ti, pero no lo soy.
—Sí lo eres —insistió él. Estudió de nuevo la botella de cerveza y un intenso rubor le inundó la cara—. Más especial de lo que crees —musitó—. No quiero perderte. ¿Qué tengo que hacer?
—Perder a todas las demás novias —replicó Cande enseguida—. Si no puedes serme fiel, no me interesas.
—Sí, ya lo sé. —Logró esbozar una débil sonrisa—. He leído la Lista. Algunas cosas están fuera de mi alcance.
Cande sonrió.
—Algunas cosas de la Lista, realmente fueron una broma. Pero las primeras cinco condiciones no lo eran.
—Entonces, si... pierdo las otras novias, ¿volverás?
Cande reflexionó sobre aquel punto, lo pensó tanto que Vico comenzó a sudar, incluso con el aire acondicionado que había en el apartamento. Cande ya lo había borrado en su mente, si bien en su corazón no estaba convencida del todo. Volver a dar la vuelta a las cosas iba a requerir cierto esfuerzo.
—Haré una nueva intentona —dijo finalmente, y él se hundió en el sofá con un suspiro de alivio. Ella alzó una esbelta mano—. Pero... si me eres infiel una sola vez, y para eso cuenta incluso el sobar a una chica en una fiesta como te he visto hacer, se acabó para siempre. No habrá más oportunidades, porque ya las he gastado todas.
—Lo juro —dijo él levantando la mano derecha—. Se terminó lo de andar follando por ahí.
—Haciendo el amor —dijo ella.
—¿Cómo?
—Haciendo el amor por ahí.
—Eso es lo que he dicho. Es lo mismo.
—No, a tu lenguaje le vendría bien un poco de limpieza. Eso es lo que quiero decir.
—Nena, yo soy futbolista. Los futbolistas decimos tacos.
—Perfecto cuando estés en el campo, pero ahora no estás en el campo.
—Dios —se quejó Vico, pero sin enfadarse—. Ya estás intentando cambiarme.
Cande de encogió de hombros en un gesto que decía <<o lo tomas o lo dejas>>.
—Mi padre es capaz de ponerle a uno el vello de punta diciendo tacos, pero mira mucho su lenguaje cuando está con mi madre, porque a ella no le gusta. A mí tampoco. Mi amiga Lali está intentando dejar de decir tacos y lo lleva bastante bien. Si ella puede conseguirlo, puede conseguirlo cualquiera.
—Está bien, está bien. Lo intentaré. —De pronto sonrió—. Oye, esto suena como doméstico, ¿no te parece? Domesticado. Tú me echas la reprimenda y yo prometo corregirme. Igual que una pareja.
Cande rompió a reír y se echó en sus brazos.
—Sí —dijo—, exactamente igual que una pareja.
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