miércoles, 29 de octubre de 2014

El Hombre Perfecto: Capítulo 15

—¿Quieres café? —preguntó Lali mientras abría la puerta de la cocina y lo dejaba pasar—. ¿O té helado? —añadió, pensando que un vaso de cristal alto y frío sería lo más apropiado para el sofocante calor que hacía fuera.

—Té —contestó Peter, echando a perder la imagen que tenían los policías de subsistir a base de café y rosquillas. Estaba observando la cocina—. ¿Cómo es que sólo llevas dos semanas viviendo aquí y esta casa ya parece más habitada que la mía?

Lali fingió reflexionar sobre el asunto.

—Creo que lo llaman deshacer las maletas.

Él levantó la vista hacia el techo.

—¿Me estaba perdiendo esto? —musitó al yeso, aún buscando inspiración.

Lali dirigió varias miradas al tiempo que sacaba dos vasos del armario y los llenaba de hielo. La sangre le corría veloz por las venas, igual que le ocurría siempre que se encontraba cerca de Peter, ya fuera de rabia, emoción o deseo, o una combinación de las tres cosas. Dentro de la acogedora cocina, Peter parecía todavía más grande, sus hombros llenaban el umbral de la puerta y su tamaño empequeñecía la diminuta mesa para cuatro y su tablero de azulejos de cerámica.

—¿Qué empleo del estado es ese para el que te han entrevistado?

—Policía estatal, división de detectives de campo.

Sacó la jarra de té del frigorífico y llenó dos vasos.

—¿Limón?

—No, lo tomo sin nada. —Cogió el vaso que Lali le ofrecía rozándole los dedos con los suyos. Aquello bastó para que sus pezones se irguieran y prestaran atención. La mirada de Peter se clavó en su boca—. Enhorabuena —dijo.

Lali parpadeó.

—¿Qué he hecho? —Esperaba que no se refiriera a toda la publicidad acerca de la Lista... Oh, Dios, la Lista. Se le había olvidado. ¿Habría leído Peter el artículo entero? Claro que sí.

—No has dicho ni un solo taco, y ya llevamos media hora juntos. Ni siquiera juraste cuando te arrastré fuera del supermercado.

—¿En serio?

Lali sonrió, complacida consigo misma. A lo mejor el hecho de tener que pagar todas aquellas multas estaba surtiendo efecto en su subconsciente. Aún pensaba muchas palabrotas, pero las multas no contaban si no las pronunciaba en voz alta. Estaba haciendo progresos.

Peter inclinó el vaso y bebió. Lali lo contempló hipnotizada, viendo cómo se movía su fuerte garganta. Luchó contra un violento impulso de arrancarle la ropa. ¿Qué le estaba pasando? Había visto beber a otros hombres a lo largo de toda su vida, y jamás la había afectado de esta manera, ni siquiera con ninguno de sus ex prometidos.

—¿Más? —le preguntó cuando él apuró el té y depositó el vaso.

—No, gracias. —Aquella mirada oscura y ardiente la recorrió de arriba abajo antes de detenerse en sus pechos—. Hoy estás muy elegante. ¿Ocurre algo especial?

Lali no iba a esquivar el tema, por muy sensible que fuera.

—Esta mañana hemos tenido una entrevista para Buenos días, América, a las cuatro de la madrugada, ¿te lo puedes creer? He tenido que levantarme a las dos —se quejó— y llevo la mayor parte del día en estado comatoso.

—¿Tanta publicidad está recibiendo la Lista? —preguntó él, sorprendido.

—Me temo que sí —contestó Lali con parsimonia al tiempo que se sentaba a la mesa.

Peter no se sentó enfrente de ella, sino que ocupó la silla que estaba a su lado.

—La he visto en Internet. Es muy divertida... señorita C.

Lali lo miró boquiabierta.

—¿Cómo lo has sabido? —exigió.

Él soltó un resoplido.

—Como si no fuera capaz de reconocer esa boquita tuya de sabihonda incluso por escrito. <<Cualquier cosa que esté por encima de los veinte centímetros es puramente de exhibición>> —citó.

—Debería haber sabido que tú sólo ibas a acordarte de la parte concerniente al sexo.

—Últimamente llevo el sexo en la cabeza constantemente. Y para que conste, yo no tengo nada que sea de exhibición.

Si no lo tenía, le faltaba poco para tenerlo, pensó Lali, recordando con gran fruición el aspecto que mostraba de perfil.

Peter continuó:

—Me alegro de no estar dentro de la categoría de los que va señalando la gente.

Lali rompió a reír a carcajadas y se echó hacia atrás en la silla, con tal fuerza que ésta se inclinó y su ocupante cayó al suelo. Se quedó allí sentada, sosteniéndose las costillas, que ya casi habían dejado de dolerle pero que decidieron protestar de nuevo ante aquel maltrato, pero no pudo dejar de reír. Bubú se aproximó con cautela, pero decidió que no quería situarse dentro de su radio de acción y buscó refugio bajo la silla de Peter.

Peter se inclinó y levantó al gato del suelo para acomodarlo sobre sus rodillas y acariciarle el lomo alargado y estrecho. Bubú cerró los ojos y comenzó a ronronear en un tono grave. El gato ronroneaba, y Peter contempló a Lali, aguardando a que las carcajadas amainasen hasta convertirse en risitas y suspiros.

Lali permaneció sentada en el suelo abrazándose las costillas y con los ojos húmedos de lágrimas. Si le quedaba algo de rimel, debía de tenerlo rodando por las mejillas, se dijo.

—¿Necesitas ayuda para levantarte? —le preguntó Peter—. Debería advertirte de que si te pongo las manos encima, quizá después tengas problemas para separarlas de ahí.

—Puedo arreglármelas, gracias. —Con cuidado, y no sin alguna dificultad a causa de la falda larga, se incorporó y se secó los ojos con una servilleta.

—Muy bien. No quisiera tener que molestar a... ¿cómo se llama? ¿Bubú? ¿Qué mierda de nombre de gato es bubú?

—No me eches la culpa a mí, sino a mi madre.

—Un gato debería tener un nombre que le vaya. Llamarlo Bubú es como llamar Alicia a un hijo tuyo. Debería llamarse Tigre, o Romeo...

Lali negó con la cabeza.

—Romeo está descartado.

—¿Quieres decir que está...?

Ella asintió.

—En ese caso, supongo que le va bien el nombre de Bubú, aunque yo creo que sería más apropiado llamarlo Bobo.

Lali tuvo que sujetarse las costillas con fuerza para no estallar en nuevas risas.

—Eres todo un tipo.

—¿Y qué diablos quería que fuera? ¿Una bailarina de ballet?

No, no quería que fuera nada excepto lo que era. Ninguna otra persona había conseguido nunca hacer correr por sus venas la emoción como si fuera champán, y eso constituía todo un logro, teniendo en cuenta que una semana antes ambos no habían intercambiado otra cosa que no fueran insultos. Habían pasado sólo dos días desde que se besaron por primera vez, dos días que parecieron una eternidad porque no había habido ningún beso más hasta que ella lo agarró por las orejas en el supermercado y lo acercó hasta su altura.

—¿Qué tal está tu óvulo? —preguntó Peter bajando los párpados sobre sus ojos oscuros, y Lali supo que sus pensamientos no andaban muy descaminados de los de ella.

—Ya es historia —respondió.

—Entonces, vamos a la cama.

—¿Tú te crees que lo único que tienes que hacer es decir <<vamos a la cama>> y yo voy a tenderme de espaldas sin más? —dijo Lali indignada.

—No, esperaba tener oportunidad de hacer un poco más que eso antes de que te tendieras de espaldas.

—No pienso tenderme en ninguna parte.

—¿Por qué no?

—Porque estoy con la regla. —Curiosamente, no recordaba haberle dicho tal cosa a ningún hombre en su vida, sobre todo sin la menos pizca de timidez.

Él juntó las cejas.

—¿Qué estás con qué? —preguntó cada vez más furioso.

—Con la regla. La menstruación. A lo mejor has oído hablar de ello. Es cuando...

—Tengo dos hermanas; me parece que sé un poco lo que son las reglas. Y una de las cosas que sé es que el óvulo es fértil más o menos a mitad del ciclo, ¡no cerca del final!

Pillada. Lali frunció los labios.

—De acuerdo, te mentí. Siempre existe una mínima posibilidad de que se altere el ciclo, y no estaba dispuesta a asumir ese riesgo, ¿vale?

Evidentemente no valía.

—Me detuviste —gruñó Peter, cerrando los ojos como si algo le doliera mucho—. Estaba a punto de morirme, y tú me detuviste.

—Lo dices como si fuera un acto de traición.

Él abrió los ojos y la miró con expresión torva.

—¿Y ahora qué?

Era tan romántico como una piedra, pensó Lali; entonces, ¿por qué estaba tan excitada?

—Tu idea del juego previo es probablemente algo así como: <<¿Estás despierta?>> —masculló.

Peter hizo un gesto de impaciencia.

—¿Y ahora qué?

—No.

—¡Dios! —Se recostó en la silla y volvió a cerrar los ojos—. ¿Y ahora qué pasa?

—Ya te lo he dicho, estoy con la regla.

—¿Y?

—Pues que... no.

—¿Por qué no?

—¡Porque yo no quiero! —chilló Lali—. ¡Dame un respiro!

Peter suspiró.

—Ya entiendo. Es el síndrome pre menstrual.

—El síndrome pre menstrual es antes, idiota.

—Eso lo dirás tú. Pregunta a cualquier hombre, y te contará una historia distinta.

—Como si fueran expertos —se burló ella.

—Cariño, los únicos expertos en síndromes pre menstruales son los hombres. Por eso se les da tan bien luchar en las guerras; han aprendido Huida y Evasión en sus casas.

Lali pensó en lanzarle una sartén, pero Bubú se encontraba en la línea de tiro y, de todos modos, antes tendría que buscar la sartén.

Peter sonrió al ver la expresión de su cara.

—¿Sabes por qué se llama síndrome pre menstrual?

—No te atreverás —amenazó ella—. Sólo las mujeres pueden hacer chistes de eso.

—Porque la expresión <<enfermedad de las vacas locas>> ya estaba cogida.

Al diablo la sartén. Miró a su alrededor buscando un cuchillo.

—Sal de esta casa.

Peter depositó a Bubú en el suelo y se levantó, obviamente dispuesto a ejecutar la maniobra de Huida y Evasión.

—Cálmate —le dijo, poniendo la silla entre los dos.

—¡Y una mierda que me calme! Maldita sea, ¿dónde está mi cuchillo de cocina? —Miró alrededor invadida por la frustración. ¡Si llevara más tiempo viviendo en aquella casa, sabría dónde había puesto cada cosa!

Peter salió de detrás de la silla, rodeó la mesa y sujetó a Lali por las muñecas antes de que ella recordara en qué cajón guardaba los cuchillos.

—Me debes cincuenta centavos —dijo sonriente al tiempo que la atraía hacia él.

—¡No aguantes la respiración! Ya te dije que no pensaba pagarte cuando fuera culpa tuya. —Apartó de un soplido los mechones de pelo que le caían sobre los ojos a fin de poder fulminarlo mejor con la mirada.

Peter inclinó la cabeza y la besó.

El tiempo se detuvo de nuevo. Peter debía de haberle soltado las muñecas, porque Lali sintió sus propios brazos enrollarse alrededor del cuello de él. Notó su boca caliente y hambrienta, que la besaba de una forma en que ningún hombre debería besar y seguir andando libre por ahí. Su aroma, cálido y almizclado como el sexo, le llenó los pulmones y le penetró la piel. Peter puso una mano enorme en sus nalgas y la levantó del suelo para alinear totalmente los cuerpos de ambos, ingle con ingle.

La falda larga suponía un obstáculo, pues le impedía rodear a Peter con las piernas. Lali se arqueó frustrada, casi dispuesta a echarse a llorar.

—No podemos —susurró cuando él separó la boca una fracción de centímetro.

—Podemos hacer otras cosas —murmuró él al tiempo que se sentaba con ella sobre el regazo, inclinada hacia atrás contra el brazo con que la sujetaba. Deslizó hábilmente la mano por dentro del amplio escote del jersey.

Lali cerró los ojos paladeando el placer que le provocaba aquella palma áspera rozando el pezón. Peter dejó escapar un largo suspiro. Entonces pareció que los dos contenían la respiración mientras la mano de él se curvaba sobre un seno, aprendiendo su tamaño y su suavidad, la textura de su piel.

Peter retiró la mano en silencio y le sacó el jersey por la cabeza; acto seguido le desabrochó con mano diestra el sujetador, se lo quitó y lo dejó caer al suelo.

Lali quedó semidesnuda sobre sus rodillas, respirando cada vez de forma más rápida y superficial, observando cómo la miraba él. Conocía sus pechos, pero ¿cómo serían desde el punto de vista de un hombre? No eran grandes, pero sí altos y firmes. Tenía los pezones pequeños y de color marrón rosáceo, de una suavidad aterciopelada y delicados en comparación con la áspera yema del dedo que utilizó él para tocar levemente uno de ellos haciendo que la aureola sobresaliera aún más.

El placer inundó el cuerpo de Lali haciéndola apretar las piernas con fuerza para contenerlo.

Peter la elevó un poco, arqueándola todavía más contra su brazo, y bajó la cabeza hacia sus senos. Se movió suavemente, sin ninguna prisa. Lali estaba sorprendida por la precauciones que estaba tomando ahora, después de sus besos rapaces. Peter rozó con la cara la parte inferior de los senos, besando las curvas, lamiendo suavemente los pezones hasta que éstos estuvieron enrojecidos y tan tensos que ya no era posible que lo estuvieran más. Cuando por fin empezó a succionarla ejerciendo una presión firme y lenta, Lali estaba tan a punto que era como si él la hubiera tocado con un cable eléctrico. No podía controlar su cuerpo, no podía evitar arquearse violentamente en sus brazos; el corazón le retumbaba en el pecho, y tenía el pulso tan acelerado que empezaba a marearse.

Se sentía impotente; habría hecho prácticamente cualquier cosa que Peter deseara. Cuando éste se detuvo, fue por su propia fuerza de voluntad, no por la de ella. Lo notó temblar, notó su cuerpo fuerte y poderoso estremecerse contra ella como si tuviera frío, aunque su piel estaba muy caliente al tacto. Peter la sentó erguida y apoyó su frente contra la de ella con los ojos fuertemente cerrados y las manos acariciando sus caderas y su espalda desnuda.

—Si entro dentro de ti —dijo en tono tenso— duraré, digamos, dos segundos. Si acaso.

Lali estaba loca. Tenía que estarlo, porque dos segundos de Peter le parecían mejores que ninguna otra cosa que pudiera imaginar en aquel momento. Lo miró fijamente con los ojos vidriosos y la boca hinchada y madura. Deseaba aquellos dos segundos. Los deseaba dolorosamente.

Él le miró los pechos y emitió un ruido a medio camino entre un gemido y un gruñido. Musitando un juramento, se inclinó y recogió el jersey del suelo y lo apretó contra el pecho de Lali.

—Tal vez deberías volver a ponerte esto.

—Tal vez debería —repitió Lali, en un tono de voz que a ella misma le sonó turbio. Los brazos no parecían funcionarle; continuaban enroscados alrededor del cuello de Peter.

—O te pones el jersey, o vamos al dormitorio.

Aquello no era una gran amenaza, pensó Lali, teniendo en cuenta que todas las células de su cuerpo gritaban: <<¡Sí! ¡Sí! ¡Sí!>>. Mientras pudiera impedir que lo pronunciara su boca, lograría ser dueña de sí misma, pero estaba empezando a albergar serias dudas sobre si iba a poder mantenerse a distancia de Peter siquiera un par de días, y mucho menos un par de semanas, tal como habían pensado. La idea de torturarlo ya no le resultaba ni con mucho tan divertida como le había parecido antes, porque ahora sabía que también iba a torturarse a sí misma.

Peter introdujo las manos en el jersey y se lo pasó por la cabeza hasta colocarlo en su sitio de un tirón.

La prenda estaba al revés, pero ¿qué más daba?

—Estás intentando acabar conmigo —la acusó él—. Voy a hacerte pagar también.

—¿Cómo? —preguntó ella con interés, inclinándose hacia él. Lo mismo que les sucedía a sus brazos le sucedía también a su columna, que se negaba a sostenerla derecha.

—En lugar de esa media hora de empujar que dices que quieres, voy a detenerme a los veintinueve minutos.

Ella soltó una risita.

—¿No había dicho que duraría dos segundos?

—Eso es la primera vez. La segunda prenderemos fuego a las sábanas.

Le correspondía a ella, pensó Lali, bajarse de las rodillas de Peter. Su erección era como una barra de hierro que presionaba contra su cadera, y el hecho de hablar de sexo no ayudaba precisamente. Si de verdad, de verdad no quería irse a la cama con él, y tan sólo una pequeña porción de su cerebro seguía siendo precavida.

Sin embargo, aquella pequeña porción era muy insistente. Lali había aprendido por las malas a no dar por sentado que a ella iba a sucederle lo de <<fueron felices y comieron perdices>>, y el mero hecho de que se desearan sexualmente el uno al otro no quería decir que hubiera entre ellos otra cosa que no fuera sexo.

Se aclaró la garganta.

—Debería levantarme, ¿verdad?

—Si has de moverte, hazlo despacio.

—Tan cerca estás, ¿eh?

—Puedes llamarme monte Edna.

—¿Quién es Edna?

Peter rió, justo lo que ella pretendía, pero el sonido que emitió fue tenso. Lali se bajó de sus rodillas con cautela. Peter hizo una mueca de dolor y se puso de pie con dificultad. La parte delantera de sus pantalones aparecía deformada, como el palo de una tienda de campaña. Lali procuró no mirar.

—Háblame de tu familia —le dijo impulsivamente.

—¿Qué? —Por lo visto, a Peter le costaba seguir el cambio de tema.

—Tu familia. Háblame de ella.

—¿Por qué?

—Para que dejes de pensar en... ya sabes. —Señaló el ya sabes en cuestión—. Has dicho que tienes dos hermanas.

—Y cuatro hermanos,

Lali parpadeó.

—Siete. Vaya.

—Sí. Por desgracia, mi hermana mayor, Dorothy, fue la tercera. Mis padres continuaron intentando tener otra hija para que ella no fuera la única chica. Mientras intentaban darle una hermana a Doro tuvieron otros tres chicos.

—¿Y qué lugar ocupas tú?

—El segundo.

—¿Son una familia unida?

—Bastante unida. Vivimos todos en este estado, excepto Angie, la pequeña. Ella está estudiando en la universidad en Chicago.

La digresión había funcionado; Peter parecía un poco más relajado que un momento antes, si bien su mirada seguía mostrando una tendencia a fijarse en los pechos sin sujetador de Lali. Para darle algo que hacer, ella sirvió otro vaso de té helado y lo tendió.

—¿Te has casado alguna vez?

—Una, hace unos diez años.

—¿Qué ocurrió?

—Eres un poco entrometida, ¿no? —replicó él—. No le gustaba ser la mujer de un policía, y a mí no me gustaba ser el marido de un mal bicho. Fin de la historia. Ella se marchó a la costa oeste en cuanto estuvieron firmados los papeles. ¿Y tú?

—Eres un poco entrometido, ¿no? —contraatacó Lali, pero luego dudó—. ¿Tú me consideras un mal bicho? —Dios sabía que no siempre se había portado bien con Peter. Puestos a pensarlos, nunca se había potado bien con Peter.

—No. Das bastante miedo, pero no eres un mal bicho.

—Bueno, gracias —murmuró Lali. Después, como lo justo era lo justo, dijo—: No, nunca me he casado, pero he estado comprometida tres veces.

Peter se detuvo con el vaso a medio camino de la boca y la miró atónito.

—¿Tres veces?

Lali afirmó con la cabeza.

—Supongo que no se me da muy bien lo de hombre y mujer.

La mirada de Peter volvió a clavarse en sus pechos.

—Oh, no sé. Se te está dando bastante bien mantenerme interesado a mí.

—A lo mejor eres un mutante. —Lali se alzó de hombros en un gesto de impotencia—. Mi segundo prometido decidió que estaba enamorado de una antigua novia, que yo creo que no era tan antigua, pero no sé lo que ocurrió con los otros dos.

Peter soltó un resoplido.

—Probablemente tuvieron miedo.

—¡Miedo! —Por alguna razón aquello le dolió, sólo un poco. Sintió que le temblaba el labio inferior—. ¿Tan mala soy?

—Peor —respondió él jocosamente—. Eres el demonio con ruedas. Tienes suerte de que a mí me gusten los motores revolucionados. Bueno, si te pones de una vez la ropa del derecho, te llevaré a cenar. ¿Qué te parece una hamburguesa?

—Prefiero la comida china —dijo Lali al tiempo que cruzaba el breve pasillo que conducía a su dormitorio.

—Me lo imaginaba.

Dijo esto último en voz baja, pero Lali lo oyó de todos modos, y sonrió mientras cerraba la puerta del dormitorio y se quitaba el jersey rojo. Ya que a Peter le gustaban los motores revolucionados, iba a demostrarle lo rápido que podía ir ella. El problema estribaba en que él tenía que seguirla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comenten, todas sus opiniones cuentan:3