Arriba y abajo de la calle se iban encendiendo luces y varias cabezas asomaban por las puertas. Peter y Lali fueron al encuentro de los agentes de patrulla.
—Detective Lanzani —dijo uno de los patrulleros, sonriente—. Así que es usted el hombre medio desnudo al que nos han dicho que no debemos disparar.
Peter miró ceñudo a Lali. Ella abrazó a Bubú contra sí.
—Llevas una pistola —explicó—. No quería que te dispararan por equivocación.
Sadie y George Kulavich bajaron por su acera y se quedaron mirando con ojos entornados las luces de la policía. Los dos llevaban sendas batas encima de los pijamas; el señor Kulavich iba calzado con pantunflas, pero su mujer se había puesto unas botas de agua. La señora Kulavich torció el cuello y se acercó un poco. Al otro lado de la calle, Lali vio que la señora Holland salía por la puerta principal.
Peter lanzó un suspiro.
—He registrado la casa —les dijo a los agentes—. La han destrozado, pero no hay nadie dentro. Encárguense de esto mientras yo me pongo una camisa.
La señora Kulavich se había acercado lo bastante para oírlo. Le mostró una ancha sonrisa.
—Por mí no te preocupes —le dijo.
—¡Sadie! —exclamó el señor Kulavich en tono de censura.
—¡Oh, cállate, George! ¡Soy una vieja, pero no una momia!
—Ya te lo recordaré la próxima vez que quiera ver el Canal Playboy —gruñó él.
Peter tosió y entró en su casa con la pistola pegada a la pierna, para que sus ancianos vecinos de ojos vivos no lo vieran y se alteraran en exceso.
Lali advirtió el aire especulativo que brillaba en las mirada de los vecinos al escrutarla. Se acordó de que no se había puesto el sujetador y supuso que casi seguro la blusa de seda lo ponía claramente al manifiesto. No se miró para comprobarlo, sino que mantuvo a Bubú cerca de su pecho. Tampoco se llevó una mano a la cabeza para tocarse el pelo, porque ya sabía que lo tenía revuelto. Se le había mojado con la lluvia, después se le había enmarañado en la cama con Peter durante un par de horas; probablemente lo tenía todo de punta. Y dado el estado de desnudez de Peter... bueno. Se imaginó que la conclusión que estarían sacando todos era bastante acertada.
Pensar en los vecinos era más fácil que pensar en su casa.
Después de la primera y horrible impresión que le había causado la cocina, no sabía si deseaba ver el resto de la vivienda. Aquello, tan poco tiempo después del trauma que le supuso la muerte de Euge, era casi más de lo que podía soportar, de manera que se concentró en otras cosas, tales como el modo en que le guiñó un ojo la señora Kulavich cuando Peter salió de la casa vestido con un polo por dentro del vaquero y la placa ajustada al cinturón. Se preguntó si se habría puesto ropa interior.
—¿Estás de servicio? —le preguntó fijándose en la placa.
—Bien podría estarlo. Me encuentro en la escena del delito, y a partir de las once todos estamos disponibles.
Lali lo miró boquiabierta.
—A partir de las once... Por cierto, ¿qué hora es?
—Casi medianoche.
—Pobre Bubú —dijo horrorizada—. ¿Podrías intentar buscar algo de comida para él y traerme una lata para que pueda darle de comer?
Peter la observó con una expresión en los ojos que le decía que ella estaba intentando eludir la realidad de lo que le había sucedido a la casa, pero también decía que lo comprendía.
—De acuerdo, voy a buscarle algo. —Dirigió una mirada a la señora Kulavich—. Sadie, ¿por qué no se llevan Eleanor y tú a Lali a mi casa y preparan un poco de café, eh?
—Por supuesto, querido.
Flanqueada por la señora Kulavich y la señora Holland, Lali regresó al interior de la casa de Peter y entró en la cocina. Dejó a Bubú en el suelo y miró alrededor con interés, ya que aquella era la primera vez que veía algo de la casa. Antes no se habían molestado en encender las luces hasta que ella empezó a vestirse, de modo que había visto el dormitorio y la sala de estar, los cuales estaban amueblados tan sólo con lo más esencial. La cocina, al igual que la de ella, contenía una mesa pequeña y cuatro sillas que ocupaban un extremo, y los fogones tenían unos veinte años. Sin embargo, el frigorífico parecía nuevo, igual que la cafetera. Peter tenía sus proridades.
La señora Kulavich preparó eficientemente el café y encendió la cafetera. Lali reparó en una necesidad acuciante.
—Er... ¿Sabe usted dónde está el cuarto de baño?
—Claro, querida —repuso la señora Holland—. El cuarto de baño grande es la segunda puerta del pasillo, a la izquierda, y hay otro más pequeño en la habitación de Peter.
Resultaba curioso que las dos supieran aquello y ella no, pero es que era difícil ponerse a explorar cuando una estaba tendida en la cama con un hombre de noventa kilos encima.
Escogió el baño grande, porque estaba más cerca, y se llevó consigo el bolso. Se desvistió a toda prisa, utilizó el urinario y después buscó un paño y lavó las pruebas de cuatro de horas de sexo. Se aplicó el desodorante de Peter, se arregló el cabello —el cual tenía efectivamente de punta por toda la cabeza—, y esta vez se puso el sujetador al vestirse.
Sintiéndose ya más segura, regresó a la cocina para tomar una ansiada taza de café.
—Es terrible lo de su casa, querida —dijo la señora Holland—, pero maravilloso lo de Peter. ¿Debo darle la enhorabuena?
—Eleanor —la amonestó la señora Kulavich—. Los tiempos han cambiado. La gente joven ya no se casa sólo porque se hayan dado un revolcón.
—Pero no significa que no deban hacerlo —replicó severa la señora Holland.
Lali se aclaró la garganta. Habían sucedido tantas cosas que apenas podía asimilarlas todas, pero las horas pasadas en la cama con Peter destacaban con toda claridad en su mente.
—Peter me ha pedido que me case con él —confesó—. Y le he dicho que sí. —No empleó la palabra maldita <<compromiso>>.
—¡Oh, cielos! —La señora Kulavich le dedicó una ancha sonrisa.
—¡Eso es maravilloso! ¿Cuándo es la boda?
—Dentro de unas tres semanas, cuando vuelvan mis padres de sus vacaciones. —Tomó una decisión temeraria—: Y están invitados todos los vecinos de la calle. —De modo que la pequeña boda resultaría ser un poquito más grande, ¿y qué?
—Tendrá que dar una fiesta con ese motivo —dijo la señora Holland—. ¿Dónde hay un bolígrafo y un cuaderno? Tengo que hacer planes.
—Pero no necesito... —empezó Lali, sin embargo al ver las expresiones de sus caras se detuvo a mitad de la frase. Ya tarde se dio cuenta de que, en efecto, necesitaba una fiesta que la ayudara a reponer lo que había quedado destrozado.
Le tembló la barbilla, pero se apresuró a ponerla firme de nuevo cuando entró en la cocina uno de los patrulleros trayendo dos latas de comida para gatos.
—El detective Lanzani les envía esto —dijo.
Agradecida por la distracción, Lali miró a su alrededor buscando a Bubú. No se lo veía por ninguna parte. Fastidiado por verse abandonado en un entorno desconocido, seguramente estaría escondido por ahí. Lali conocía sus escondites favoritos en su casa, pero no tenía ni idea dónde podría haberse metido en la de Peter.
Como cebo, abrió una de las latas de comida y a continuación se paseó despacio por la casa llamándolo por su nombre en voz baja, con la lata abierta en la mano. Por fin lo encontró detrás del sofá, pero incluso con la comida como cebo tardó quince minutos en convencerlo para que saliera de su escondite. El animal salió despacio y empezó a comer con melindres mientras ella lo acariciaba y se reconfortaba con su cuerpo cálido y sinuoso.
Pensó que tendría que llevar a Bubú a casa de Ana. No podía arriesgarse a tenerlo consigo en aquel momento.
Se le inundaron los ojos de lágrimas, y agachó la cabeza para ocultarlas al tiempo que se concentraba en el gato. Durante su ausencia, el maníaco había desahogado su rabia con sus posesiones. Aunque se sentía profundamente agradecida de encontrarse en la cama de Peter en vez de la suya, no podía arriesgar de nuevo a Bubú y el coche de su padre.
El coche. Dios santo, el coche.
Se puso de pie de un salto, lo cual sobresaltó de tal modo a Bubú que corrió a esconderse de nuevo detrás del sofá.
—Enseguida vuelvo —gritó a la señora Kulavich y a la señora Holland, y salió corriendo de la casa.
—¡Peter! —chilló—. ¡El coche! ¿Has examinado el coche?
Su patio y el de Peter estaban atestados de vecinos. Como el Viper estaba plantado justo en el camino de entrada, varias caras sorprendidas se volvieron hacia ella. No había pensado en el Viper, pero por mucho cariño que le tuviera, el automóvil de su padre tenía por lo menos cinco veces más valor y era totalmente irreemplazable.
Peter salió a la veranda de la cocina, lanzó una mirada al garaje y bajó de un salto. Corrieron juntos hacia las puertas.
Aún estaba echado el candado.
—Ese tipo no habrá entrado, ¿verdad? —preguntó Lali en un susurro de desesperación.
—Es posible que no lo haya intentado siquiera, dado que tenías el coche en el camino de entrada. Seguramente pensó que el garaje estaba vacío. ¿Hay alguna otra entrada?
—No, a no ser que haga un agujero en la pared.
—Entonces no le habrá pasado nada al coche. —Rodeó a Lali con un brazo y regresó con ella en dirección a la casa—. No querrás abrir la puerta con toda esa gente mirando, ¿no?
Ella sacudió la cabeza en un gesto empalico.
—Tendré que trasladar el coche a otra parte —dijo, planificando para el futuro—. Tendrá que quedárselo Patricio, y Ana tendrá que cuidar a Bubú. Mis padres lo entenderán, dadas las circunstancias.
—Podemos guardar el coche en mi garaje, si quieres.
Lali meditó unos segundos. Al menos así lo tendría a mano, y quienquiera que estuviera haciendo aquello no sabía que existía siquiera, de modo que estaría a salvo.
—De acuerdo. Lo trasladaremos cuando se haya ido todo el mundo.
No miró el Viper al pasar por su lado, pero se detuvo y observó fijamente las luces azules de los coches de policía y preguntó a Peter:
—¿Está bien mi coche? No puedo mirar.
—Todo parece normal. No veo arañazos ni nada raro, y está todo entero.
Lali lanzó un suspiro de alivio y casi se dejó caer contra Peter. Él la abrazó y acto seguido la envió de vuelta a la cocina, al cuidado de Sadie y Eleanor.
Ya estaba anocheciendo cuando por fin le permitieron entrar en su casa. Se quedó sorprendida al ver toda la atención que habían prestado a algo que esencialmente constituía vandalismo, pero supuso que Peter era el responsable de ello. Por supuesto, él no creía que fuera simplemente vandalismo.
Ni ella tampoco.
No podía. Al recorrer la casa observando los destrozos, inmediatamente se dio cuenta de lo personal que era todo. El televisor estaba intacto, cosa rara teniendo en cuenta que se trataba de un objeto caro, pero todos sus vestidos y su ropa interior estaban hecho trizas. Sin embargo, el asaltante no había tocado sus pantalones ni sus vaqueros.
En el dormitorio, las sábanas, almohadas y colchones estaban reducidos a despojos, los frascos de perfume rotos. En la cocina, todo lo que ea de vidrio estaba destrozado, todos los platos, cuencos, vasos, tazas, hasta las pesadas bandejas de vidrio que nunca había utilizado. Y en el cuarto de baño, las toallas aparecieron intactas, pero los utensilios de maquillaje habían sido destrozados. Había tubos aplastados, polvos esparcidos, y todas las sombras y coloretes parecían haber sido pisoteados y hechos añicos.
—Ha destruido todo lo que es femenino —susurró, mirando a su alrededor. La cama era más bien genérica, pero la ropa de cama era femenina, de tonos pastel y con dobladillos festoneados de encaje.
—Odia a las mujeres —convino Peter, que se acercó hasta donde estaba ella. Traía el semblante serio—. Un psiquiatra tendría mucho que hacer aquí.
Lali suspiró, exhausta debido a la falta de sueño y a la ingente tarea que tenía por delante. Miró a Peter; él no había dormido más que ella, lo cual no sumaba más de un par de breves cabezadas.
—¿Vas a ir hoy a trabajar?
Peter la miró sorprendido.
—Naturalmente. Tengo que hablar con el detective que lleva el caso de Euge y meterle un poco de prisa.
—Yo ni siquiera voy a intentarlo. Necesitaré una semana para limpiar todo esto.
—No, nada de eso. Llama a una empresa de limpieza. —Le puso un dedo bajo la barbilla y le levantó la casa para observar las ojeras de cansancio que le rodeaban los ojos—. Después échate a dormir, en mi cama, y deja que la señora Kulavich se encargue de supervisar la limpieza. Le encantará.
—Si es así, es que necesita urgentemente una sesión de terapia —comentó Lali, contemplando una vez más el destrozo de lo que había sido su hogar. Dejó escapar un bostezo—. También necesito ir de compras para reponer la ropa y el maquillaje.
Peter sonrió.
—Las cosas de la cocina pueden esperar, ¿no?
—Oye, ya sé lo que es importante. —Se apoyó contra él y le rodeó la cintura con los brazos disfrutando de la libertad de poder hacerlo, y disfrutando también del modo en que los brazos de él se enroscaron automáticamente en torno a ella.
De pronto se puso rígida. No podía creer que no hubiera pensado ni una sola vez en Cande ni en Rochi. Debía de estar fallándole el cerebro, aquella era la única explicación.
—¡Me he olvidado de Cande y Rochi! Dios mío, debería haberlas llamado inmediatamente para advertirlas de...
—Ya lo he hecho yo —dijo Peter volviendo a tomarla entre sus brazos—. Las llamé anoche, por mi teléfono móvil. Están bien, sólo un poco preocupadas por ti.
Lali bostezó y se relajó contra él una vez más, dejando caer la cabeza sobre su pecho. Le retumbaron en el oído los latidos de su corazón. Estaba agotada, pero no podía evitar que sus pensamientos revolotearan igual que aves de rapiña en torno a una presa reciente. Si no era capaz de desconectar, jamás podría dormir.
—¿Qué opinas del sexo medicinal? —preguntó a Peter.
Los ojos de él se iluminaron de interés.
—¿Implica eso tener que tragar algo?
Lali rió.
—Todavía no. Tal vez esta noche. Lo que implica en este momento es relajarme lo bastante para poder dormir. ¿Te interesa?
Por toda respuesta, Peter le cogió una mano y la apoyó en la bragueta de sus vaqueros. Tenía un bulto grueso y largo debajo de la cremallera. Lali ronroneó de placer recorriéndolo arriba y abajo con los dedos, notando los diminutos movimientos espasmódicos del cuerpo de Peter que él era incapaz de controlar.
—Dios, que fácil eres —le dijo.
—El hecho de pensar en tragar siempre me la pone dura.
Regresaron de la mano a la casa de él, donde se encargó de relajar a Lali.
—Los técnicos de pruebas no han encontrado ninguna huella útil —dijo Peter a Roger Bernsen un par de horas más tarde—. Pero sí han encontrado una huella parcial de una pisada. Parece una zapatilla de correr. Estoy intentando dar con el fabricante de la marca que corresponde al dibujo de la suela.
El detective Bernsen dijo lo que Peter ya sabía:
—El asaltante entró con la intención de matarla, y en lugar de eso lo destrozó todo al descubrir que no estaba en casa. ¿Tienes datos fehacientes respecto de la hora?
—Fue entre las ocho y las doce de la noche, aproximadamente. —La señora Holland cronometraba al minuto la calle, y dijo que no había visto ningún coche ni persona desconocidos antes de que llegase a casa el propio Peter. Después de anochecer, todo el mundo estaba recogido.
—Menos mal que no estaban en casa.
—Sí. —Peter no quería pensar en la otra alternativa.
—Tenemos que ponernos a examinar esos archivos del personal de Hammerstead.
—Mi próxima visita será al director de la empresa. No quiero que nadie más sepa que estamos investigando los archivos. Él puede sacarlos sin que nadie le cuestione nada. A lo mejor puede enviarlos a nuestros ordenadores para que no tengamos que arriesgarnos yendo allí.
Roger soltó un gruñido.
—A propósito, el forense ha terminado ya con el cadáver de la señorita Suarez. Me he puesto en contacto con su hermana.
—Gracias. Necesitamos que alguien grabe el funeral en vídeo.
—¿Tú crees que el asesino asistirá?
—Apuesto a que sí —contestó Peter.
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