viernes, 31 de octubre de 2014

El Hombre Perfecto: Capítulo 28

Se abrió una puerta fuera, en el pasillo. Corin se quedó petrificado, escuchando las fuertes pisadas que cruzaban el recinto. Luego se oyó el ruido de otra puerta al abrirse y cerrarse. Era alguien de mantenimiento. Si el hombre hubiera mirado en aquella dirección y hubiera visto la puerta abierta del almacén, sin duda habría entrado a investigar.

Corin estaba angustiado. ¿Por qué no había pensado en la posibilidad de que pudiera haber algún operario de mantenimiento en las inmediaciones? Debería haberlo pensado; no había tenido el cuidado suficiente, y Madre estaría furiosa.

Miró a la mujer que yacía sobre el suelo de cemento, apenas visible a la luz que penetraba por la puerta abierta. ¿Respiraba? No podía distinguirlo, y ahora tenía miedo de hacer ruido.

No lo había hecho nada bien. No lo había planeado bien, y eso lo asustaba, porque cuando no hacía algo perfectamente, Madre se enfurecía. Tenía que complacerla, tenía que pensar qué podía hacer, algún modo de compensarla por los errores que había cometido.

La otra. La del pico de oro. También había cometido un error con ésa, pero no era culpa suya que ella no estuviera en casa, ¿no? ¿Lo entendería Madre?

No. Madre nunca aceptaba excusas.

Tendría que regresas y hacerlo bien.

Pero ¿qué haría si tampoco esta vez estaba en casa? Sabía que no estaba, porque lo había comprobado. ¿Dónde podía estar?

Ya la encontraría. Sabía quiénes eran sus padres y dónde vivían, sabía cómo se llamaban su hermano y su hermana, y conocía sus direcciones. Sabía muchas cosas de ella. Sabía muchas cosas de todos los que trabajaban allí, porque le encantaba leer sus archivos personales. Podía tomar nota de sus números de la Seguridad Social y de sus fechas de nacimiento,y averiguar toda clase de cosas sobre ellos en el ordenador que tenía en casa.

Era la última. No podía esperar. Necesitaba encontrarla ya mismo, terminar la tarea que Madre le había encomendado.

Depositó el tubo junto a la mujer inmóvil sin hacer ruido y salió a hurtadillas del almacén. Cerró la puerta lo más silenciosamente posible y a continuación se alejó andando de puntillas.


El detective Wayne Satran se detuvo frente a la mesa de Peter con fax.

—Aquí tienes el informe de la huella de zapato que estabas esperando. —Dejó el fax encima de una pila de informes y prosiguió su camino hasta su propio escritorio.

Peter tomó el informe y leyó el primer renglón: "La huella no coincide...".

¿Qué diablos? Todos los laboratorios de criminología contaban con libros o bases de datos sobre dibujos de suelas de zapatillas deportivas que actualizaban constantemente. En ocasiones, un fabricante no se tomaba la molestia de enviarles una actualización cada vez que cambiaba el modelo, o se negaba a hacerlo por motivos propios. Cuando sucedía algo así, normalmente un laboratorio compraba un par de esas zapatillas en cuestión para hacerse con el dibujo.

Tal vez los zapatos habían sido comprados en otro país. Tal vez pertenecían a una marca desconocida, o quizás el tipo era lo bastante ingenioso como para haber cambiado el dibujo con un cuchillo. Pero no creía que ése fuera el caso. Aquel no era un asesino organizado; operaba movido por el sentimiento y la oportunidad.

Hizo intención de dejar el informe a un lado, pero se dio cuenta de que era bastante largo para no decir más que un simple "no coincide". No podía permitirse pasar por alto ni un solo detalle, no podía dejar que su sentido de la urgencia lo distrajera. Así que volvió a leerlo desde el principio. "La huella no coincide con la de ningún calzado deportivo para hombre. Sin embargo, se corresponde con un modelo exclusivo que se fabrica sólo para mujer. La sección del dibujo suministrado es insuficiente para determinar el número exacto de pie, pero indica una talla probable entre el treinta y ocho y cuarenta."

¿Un zapato de mujer? ¿Aquel tipo llevaba calzado de mujer?

O... se trataba de una mujer.

—¡Qué hijo de puta! —exclamó Peter entre dientes. Se lanzó sobre el teléfono y marcó el número de Bernsen. Cuando Roger contestó, le dijo—: Ya tengo el informe sobre la huella de zapato. Es de una mujer.

Se produjo un silencio mortal, luego Roger dijo:

—Me estás tomando el pelo. —Sonaba tan abatido como se sentía Peter.

—Hemos descartado a las mujeres de la búsqueda NCIC. Nosotros mismos nos hemos atado de pies y manos. Tenemos que examinar también los archivos de las empleadas.

—¿Me estás diciendo que fue una mujer la que...? —Roger se quedó mudo, y Peter comprendió que estaba pensando en las cosas que le habían hecho al cuerpo de Euge y al de Cande—. Dios santo.

—Ahora ya sabemos por qué Cande abrió la puerta. No tenía lógica que lo hiciera. Pero es que estaba en guardia contra un hombre, no contra una mujer. —Aquella sensación de habérsele escapado algo era cada vez más fuerte.

Una mujer. Piensa en una mujer rubia. Inmediatamente le vino a la cabeza el funeral de Euge y la mujer alta y rubia que se había desmoronado y llorado en los brazos de Agustina. Una reina del drama, había comentado Rochi, pero Lali lo vio de otro modo: "La rueda aún sigue girando, pero su hámster está muerto". Ella creía que la mujer tenía un tornillo suelto, que le pasaba algo raro. ¡Maldición! Incluso la había mencionado cuando él le preguntó por empleados que hubieran experimentado alguna dificultad para llevarse bien con la gente en el trabajo.

Rochi había dicho algo más, algo que en aquel momento no comprendió: aquella mujer estaba en su departamento, recursos humanos. Tenía acceso a todo, a toda la información que contenían los archivos, incluidos los números de teléfono personales y los nombres y las direcciones de los familiares a quien llamar en caso de emergencia.

Eso era. Eso era lo que no dejaba de provocarle aquella sensación de incomodidad. Laurence Strawn le había dicho específicamente que los archivos del personal no estaban informatizados y con conexiones a Internet; era imposible piratearlos. La persona que había llamado a Rochi a su teléfono móvil había obtenido el número mirando en su archivo, pero ese archivo, sin autorización específica, sólo era accesible para los empleados de recursos humanos.

¿Cómo se llamaba? ¿Cómo cono se llamaba aquella mujer?

Cogió el teléfono para llamar a Lali, pero le vino el nombre a la cabeza antes de marcar siquiera el número de Ana: Street. Leah Street.

En cambio llamó a Bernsen.

—Leah Street —dijo con voz ronca cuando contestó Roger—. Ésa es la que lloró en brazos de la hermana de Euge en el funeral.

—La rubia —dijo Roger—. ¡Mierda! Y además encaja perfectamente con el perfil.

Encajaba a la perfección, pensó Peter. El nerviosismo, la emoción excesiva, la incapacidad para permanecer en segundo plano.

—Tengo aquí el expediente —dijo Roger—. Hay varias quejas respecto de su actitud. No se llevaba bien con la gente. Dios, esto es de lo más clásico. La traeremos aquí para interrogarla, a ver qué podemos sacarle.

—Estará trabajando —dijo Rochi, y en aquel momento se le encogió el estómago en una sensación de alarma—. Rochi ha ido a trabajar hoy. Las dos están en el mismo departamento, recursos humanos.

—Ponte al habla con Rochi —dijo Roger—. Yo salgo para allá.

Peter buscó rápidamente el número de Rochi en Hammerstead. Al primero timbrazo respondió un mensaje automático, y le rechinaron los dientes. Tuvo que escuchar hasta que la grabación le proporcionó la extensión de recursos humanos, lo cual consumió un tiempo precioso. ¡Maldita sea! ¿Por qué las empresas no usaban personas reales para contestar el teléfono? Los mensajes salían más baratos, pero en una emergencia aquel retraso podía ocasionar problemas graves.

Cuando por fin el mensaje grabado le dio la extensión que deseaba, la marcó. Una voz apresurada cogió el teléfono al cuarto timbrazo.

—Recursos humanos, le habla Fallón.

—Con Rocío Igarzábal, por favor.

—Lo siento, la señora Igarzábal ha salido de la oficina.

—¿Cuánto tiempo lleva fuera? —preguntó él en tono brusco.

Fallón no era tonta.

—¿Quién llama? —preguntó en el mismo tono.

—El detective Lanzani. Es importante que la encuentre. Escúcheme: ¿se encuentra ahí Leah Street?

—Pues no. —Fallón había cambiado el tono, ahora se mostró mucho más colaboradora—. Ella y Rocío salieron juntas hará una media hora. Los teléfonos no han parado de sonar como locos, y al estar las dos fuera estamos escasos de gente. Ellas...

Peter la interrumpió.

—Si vuelve Rochi, dígale que me llame de inmediato, detective Peter Lanzani. —Le dio el número. Pensó en la posibilidad de alertar a Fallón de la situación, pero enseguida rechazó la idea; si Leah no había puesto pies en polvorosa, no deseaba alarmarla—. ¿Puede usted pasarme con el despacho del señor Strawn —Tan sólo Laurence Strawn poseía autoridad suficiente para hacer lo que él quería.

—Sí... claro. Por supuesto. —Calló durante unos instantes—. ¿Quiere que se lo pase?

Peter cerró los ojos y reprimió un fuerte juramento.

—Sí, por favor.

—De acuerdo. No cuelgue.

Le sonaron en el oído una serie de ruidos electrónicos, y a continuación la voz armoniosa de la secretaria ejecutiva del señor Strawn. Peter interrumpió su ensayada frase de la bienvenida.

—Soy el detective Lanzani. ¿Se puede poner el señor Strawn? Se trata de una emergencia.

Las palabras "detective" y "emergencia" le proporcionaron acceso inmediato a Strawn. Peter le resumió brevemente la situación.

—Llame a la caseta de la entrada y dé orden que no dejen salir a nadie, y después póngase a buscar a Rocío. Registre todos los armarios de la limpieza y todos los retretes de los cuartos de baño. No se enfrente con la señorita Street, pero no le permita marcharse. El detective Bernsen está de camino.

—No cuelgue —dijo Strawn—. Voy a llamar ahora mismo a la caseta de la entrada.

Regresó al teléfono al cabo de unos treinta segundos.

—La señorita Street salió del edificio hace unos veinte minutos.

—¿La acompañaba Rochi?

—No. El guardia dice que iba sola.

—Entonces busque a Rochi —replicó Peter en tono urgente. Al mismo tiempo escribía una nota e hizo una seña a Wayne Satran. Wayne cogió la nota, la leyó y se puso en acción al instante—. Ha de estar en alguna parte del edificio, y tal vez aún esté viva. —Tal vez. Euge había muerto al primer golpe de martillo. Cande no había muerto inmediatamente, pero también había sufrido una lesión cerebral tan grave que falleció antes de desangrarse del todo a causa de las heridas del cuchillo. El forense estimaba, basándose exclusivamente en su experiencia personal, que había sobrevivido quizás un par de minutos tras la agresión inicial. Las lesiones eran crueles y abrumadoras.

—¿Debo guardar discreción al respecto? —preguntó Strawn.

—A estas alturas, lo más importante es encontrarla lo más rápidamente posible. Leah Street ya ha escapado. Alerte a todo el mundo dentro del edificio para que ayuden a buscarla. Cuando la encuentre, si está viva, haga lo que pueda para socorrerla. Si está muerta, procure preservar la escena del crimen. Ya está de camino el personal de urgencias. —Eso era lo que había hecho Wayne, poner a todo el mundo en marcha. Agentes del orden de varias jurisdicciones distintas convergían ya en Hammerstead, además de personal médico y técnicos de pruebas.

—La encontraremos —dijo en voz baja Laurence Strawn.

El instinto de Peter, como policía, lo empujaba a acudir a la escena. Pero se quedó donde estaba, pues sabía que podía servir de más ayuda allí mismo.

El expediente de Leah Street estaba sobre la mesa de Roger. Peter telefoneó al departamento de policía de Sterling Heights y pidió al detective que contestó que buscase en el expediente y le diera el domicilio y el número de teléfono de Leah, más su número de la Seguridad Social.

Al cabo de un minuto el detective cogió el teléfono y dijo:

—No encuentro ninguna Leah Street. Aquí figura un tal Corin Lee Street, pero ninguna Leah.

¿Corin Lee? Dios. Peter se frotó la frente, sin querer pararse a pensar en qué podía significar aquello. ¿Leah era hombre o mujer? Los nombres se parecían demasiado para tratarse de una coincidencia.

—¿Corin Street es un hombre o una mujer? —preguntó.

—Voy a ver. —Una pausa—. Aquí está. Mujer.

Quizá, se dijo Peter.

—De acuerdo, gracias. Es la que estoy buscando.

El detective le leyó la información que Peter le había solicitado. La copió en un papel, llamó al departamento de tráfico y obtuvo el número de matrícula del coche de Leah y la descripción del mismo.

Seguidamente lanzó una orden de búsqueda de ese coche. No sabía si Leah iría armada; hasta el momento no había empleado ninguna arma de fuego, pero eso no significaba que no tuviera una, y bien podía llevar encima una navaja. Era una mujer de lo más inestable, como la nitroglicerina; había que acercarse a ella con precaución.

¿Adonde habría ido? ¿A su casa? Sólo un loco de atar iría... pero es que Leah Street era una auténtica loca de atar. Mandó a varios agentes en ruta hacia su casa.

Mientras ponía todo en marcha, trató de no pensar en Rochi. ¿La habrían encontrado ya? ¿Habrían llegado demasiado tarde?

¿Cuánto tiempo había transcurrido? Consultó su reloj; diez minutos desde que habló con Strawn, de manera que treinta minutos desde que Leah salió de Hammerstead. Podía haber tomado el sistema de autopistas interestatales y en media hora plantarse en cualquier punto de la zona de Detroit, o haber cruzado la frontera en dirección a Windsor, Canadá. Esto sería genial; ya tenían cuatro o cinco jurisdicciones implicadas en el caso, de modo que ¿por qué no meter también en el ajo a otro país?

Pensó en llamar a Lali, pero decidió espera. No sabía nada definitivo acerca de Rochi y no podía hacerla pasar por el sufrimiento de esperar noticias, teniendo tan reciente lo de Cande.

Gracias a Dios, Lali había indicado que Ana era la "persona a contactar en caso de emergencia".

Como Roger y él habían dividido los archivos de personal por orden alfabético, él la primera mitad del montón de hojas impresas y Roger la segunda mitad, este último tenía el expediente de Leah Street y Peter tenía el de Lali. Había más apellidos con E que con ninguna otra letra del alfabeto, y se apresuró a recorrer la pila de papeles. Cuando encontró el expediente de Lali, sacó rápidamente todas las páginas y se puso a escrutarlas.

Ana aparecía en ellas.

Se le cayó el resto de papeles. No se molestó en coger un teléfono fijo; marcó el número de Ana en su móvil y cuando salió por la puerta ya iba corriendo.


Los periodistas habían investigado un poco y dieron con Ana en su afán de buscar a Lali. El constante sonar del timbre del teléfono les estaba destrozando los nervios de tal forma que por fin Ana lo desconectó, y salieron al patio de atrás para sentarse junto a la piscina. Peter había insistido tanto en que Lali llevase todo el tiempo encima el teléfono móvil que lo sacó al exterior y lo depositó a un costado, sobre el cojín de la tumbona de jardín.

Había una enorme sombrilla para tapar el sol. Lali dio una cabezada mientras Ana leía. En la casa reinaba el silencio; como sabía que Lali tenía los nervios de punta, Ana había enviado a Nicholas a jugar a casa de un amigo, y Stefanie se había ido al centro comercial con sus amigas. Al fondo de oían piezas de música clásica de piano que reproducía un CD, y Lali notó que su dolor de cabeza por fin empezaba a remitir, igual que una ola que se retira de la orilla.

No podía pensar más en Euge y en Cande, ya no. Estaba agotada mental y emocionalmente. En su estado ligeramente adormilado, pensó en Peter y en lo fuerte que era. ¿Habían pasado sólo tres semanas desde que ella lo considerara la oveja negra del barrio? Habían ocurrido tantas cosas que había perdido la perspectiva del tiempo; parecía que lo conociera hacía meses.

Llevaban casi una semana siendo amantes, y dentro de poco iban a casarse. Le costaba creer que estuviera dando un paso tan importante de manera tan precipitada, pero tenía la sensación de estar haciendo lo correcto. Sentía que Peter era el hombre apropiado, como si ambos fueran piezas de un rompecabezas que encajaran entre sí. Con sus otros tres prometidos no se había precipitado en absoluto, y ya sabemos cómo habían terminado aquellos compromisos. Esta vez iba a hacerlo sin más. Al diablo con las precauciones; iba a casarse con Peter Lanzani.

Había mucho que hacer, muchos detalles de que ocuparse. Gracias a Dios que contaba con Ana, porque ésta se estaba encargando de los problemas tácticos, como el lugar y la comida, la música, las flores, las invitaciones, los grandes toldos para dar sombra y acoger a los invitados. Jamás tímida, Ana ya había hablado con la madre de Peter y con su hermana mayor, Doro, y las había hecho participar en los preparativos. Lali sentía una cierta desazón por no haber conocido a ningún miembro de la familia de Peter, pero con la muerte y el funeral de Euge, ahora lo de Cande, no había tenido la oportunidad de hacerlo. Se alegraba de que a Peter se le hubiera ocurrido decírselo a los suyos antes de que los llamase Ana, o de lo contrario la impresión habría sido todavía más fuerte.

Al fondo sonó débilmente el timbre de la puerta, lo cual la sacó de sus vagos pensamientos. Suspiró y miró a Ana, que no se había movido.

—¿No vas a ver quién llama a la puerta?

—Ni hablar. Seguro que es algún reportero.

—Podría ser Peter.

—Peter habría llamado... Ah, claro, he desconectado los teléfonos. Maldita sea —se quejó Ana dejando el libro boca abajo en la mesa que había entre las dos tumbonas—. Estoy entrando en una parte muy interesante. Por una sola vez, me gustaría leer un libro sin interrupciones. Si no son los niños, es el teléfono. Si no es el teléfono, es el timbre de la puerta. Ya verás cuando Peter y tu tengan hijos —la advirtió al tiempo que abría la puerta de cristal del patio y pasaba al interior de la casa.


Peter alteraba entre juramentos y plegarias mientras sorteaba coches con la luz policial encendida. En casa de Ana no contestaba nadie. Había dejado un mensaje en el contestador, pero ¿dónde podían estar? Lali no se habría ido a ninguna parte sin decírselo a él, dadas las circunstancias. No había estado tan aterrorizado en toda su vida. Había enviado coches patrulla a casa de Ana, pero, Dios santo, ¿y si ya fuera demasiado tarde?

Entonces se acordó del teléfono móvil de Lali. Conduciendo con una sola mano, el pedal del acelerador pisado a fondo, miró su teléfono y pulsó el número programado de Lali. Acto seguido esperó a que se estableciera la conexión y rezó un poco más.


Oyó tablear la valla del patio. La cerca que protegía la zona de la piscina tenía dos metros y medio de altura y estaba construida con tablillas de madera sobre un sólido enrejado, pero la cancela era de barras de hierro forjado. Lali, sobresaltada, se incorporó y miró hacia allí.

—¡Lali!

Era Leah Street, nada menos. Parecía estar frenética, y sacudía la puerta con una mano como si pudiera abrirla a empellones.

—¡Leah! ¿Qué ocurre? ¿Es Rochi? —Lali se levantó de la tumbona de un salto y corrió hacia la puerta. El corazón casi se le salía del pecho, tan intenso era el pánico que la invadía.

Leah parpadeó como si la pregunta de Lali la hubiera sorprendido. Su mirada, extrañamente fija, se clavó en Lali.

—Sí, es Rochi —respondió, y sacudió una vez más la cancela—. Abre la verja.

—¿Qué ha pasado? ¿Se encuentra bien? —Lali frenó en seco enfrente de la verja y alargó la mano para abrirla, pero entonces cayó en la cuenta de que no tenía la llave de la cerradura.

—Abre la verja —repitió Leah.

—¡No puedo, no tengo la llave! Voy a buscar a Ana... —Lali dio media vuelta casi llorando de terror, pero Leah introdujo una mano por la verja y la aferró del brazo.

—¡Eh! —El susto la sacó de su pánico, se zafó de un tirón y se volvió para mirar fijamente a Leah—. ¿Qué demonios...?

Pero aquella palabras murieron en su garganta. El brazo estirado de Leah estaba manchado de sangre y la mano tenía dos uñas rotas. Leah se apretó con más fuerza contra la verja, y Lali vio más plastones rojos en la floja falda.

El instinto la hizo retroceder.

—¡Abre la maldita verja! —chillo Leah sacudiendo la cancela con la mano izquierda como si fuera un chimpancé enloquecido dentro de una jaula. Su cabello rubio y sedoso le flotaba alrededor de la cara.

Lali contempló la sangre, y luego el cabello rubio. Vio aquel brillo extraño que tenían los ojos de Leah y la expresión desencajada de su rostro, y entonces se le heló la sangre en las venas.

—Maldita puta asesina —dijo medio susurrando.

Leah fue rápida como una serpiente atacando. Levantó el brazo derecho que tenía al costado y lo introdujo por entre las barras de la verja blandiendo algo contra la cabeza de Lali. Lali se echó hacia atrás y perdió el equilibrio, y dio unos cuantos traspiés antes de precipitarse al suelo. Al caer se retorció hacia un lado y aterrizó sobre la cadera. Estimulada por la adrenalina, volvió a incorporarse de un salto antes de percibir ningún dolor por el fuerte impacto.

Leah la atacó de nuevo. Era una herramienta para neumáticos. Lali se apartó aún más de la verja y chilló:

—¡Ana! ¡Llama a la policía! ¡Rápido!

Sobre la tumbona empezó a sonar su teléfono móvil. Volvió la vista hacia él involuntariamente, al tiempo que Leah, en un arranque de fuerza demencial, comenzaba a golpear la cancela con la herramienta. El metal producía un sonido estridente a cada porrazo, y por fin cedió la cerradura.

Leah abrió la verja de un empujón, con el rostro distorsionado en una mueca horrible, y entró en el recinto.

—Eres una puta —rugió, alzando en el aire la herramienta—. Eres una puta vulgar y deslenguada, y no mereces vivir.

Sin atreverse a apartar la vista de Leah ni siquiera durante un segundo, Lali fue apartándose lentamente hacia un costado, con la intención de por lo menos poner por medio una silla entre ambas. Sabía lo que significaban las manchas de sangre que tenía Leah en las manos y en la ropa, sabía que Rochi también estaba muerta. Todas habían desaparecido ya, todas sus amigas. Aquella zorra demente las había matado.

Retrocedió en exceso. Casi estaba al borde de la piscina. Se apresuró a corregir la dirección que llevaba, apartándose del agua.

En aquel momento salió Ana de la casa con la cara pálidos y los ojos muy abiertos. En la mano llevaba uno de los palos de Hockey de Nicholas.

—He llamado a la policía —dijo con voz temblorosa y la mirada fija de Leah, igual que una mangosta vigilando a una cobra.

E, igual que una cobra, Leah trasladó su atención a Ana.

No, pensó Lali. La palabra adquirió la forma de un débil susurro en su mente. También Ana, no.

—¡No!

Fue un rugido que le surgió de la garganta, y literalmente se sintió estallar ella misma al tiempo que la invadía una oleada de furia salvaje, como si la piel no pudiera contenerla. Una niebla roja le enturbió los ojos y su campo visual se estrechó para concentrarse tan sólo en Leah. No fue consciente de haberse abalanzado sobre ella, pero Leah retrocedió para encararse con su agresora levantando en alto la herramienta.

Entonces Ana asestó un golpe con el palo de Hockey y distrajo momentáneamente a Lali. El grueso madero alcanzó a Leah en el hombro y la hizo chillar rabiosa, pero no soltó la herramienta de la mano. En lugar de eso, la blandió describiendo un amplio arco hacia un costado y golpeó a Ana en plena caja torácica. Ana lanzó un grito de dolor y se dobló hacia delante. Leah alzó la barra de hierro para golpearla de nuevo en la nuca, y en aquel momento Lali arremetió contra ella con todo el ímpetu que le proporcionó la furia que la alimentaba.

Leah era más alta y pesabas más. Cedió al ataque de Lali y al instante la golpeó en la espalda con la herramienta, pero Lali estaba demasiado cerca para que el golpe fuera efectivo. Leah se irguió y recuperó el equilibrio, y apartó a Lali de un empujón. A continuación volvió a levantar la herramienta y dio dos pasos rápidos en dirección a Lali.

Ana se enderezó sosteniéndole las costillas, el rostro congestionado por la rabia. Se lanzó hacia delante también, y las tres se tambalearon a causa del fuerte impulso. El pie izquierdo de Lali resbaló en el borde la piscina, y como si se tratara de un dominó, todas se precipitaron al agua.

Enredadas unas con otras, debatiéndose, se hundieron hasta el fondo. Leah aún tenía asida la herramienta, pero el agua ralentizaba sus movimientos y no podía realizarlos con fuerza. Se revolvió salvajemente, tratando de zafarse.

Lali no había tenido tiempo de tomar aire antes de sumergirse bajo el agua. Le ardían los pulmones, sentía convulsionarse el pecho en su afán de no inhalar agua. Logró liberarse y subió a la superficie como una flecha. Aspiró grandes bocanadas de aire en cuanto le emergió la cara. Tosió y escupió, y miró frenética a su alrededor.

Ni Ana ni Leah habían subido a la superficie.

Aspiró profundamente y volvió a zambullirse.

El forcejeo las había llevado a la parte más profunda de la piscina. Vio el barboteo de las burbujas, sus formas retorciéndose, el cabello flotando y la falda de Leah ondeando a su alrededor como una medusa. Lali se dio impulso con las piernas y nadó hacia ellas.

Leah tenía a Ana agarrada por el cuello con un brazo. Desenfrenada, Lali hizo presa en el pelo de Leah y tiró de él tan fuerte como le fue posible, y Leah no pudo continuar sujetando a Ana, la cual salió disparada hacia arriba igual que un globo.

Leah se retorció y agarró a Lali por la garganta apretando los dedos con fuerza. La increíble presión hizo que Lali boqueara en un gesto de anegamiento, y rápidamente le entró agua en la boca. Levantó las piernas, las apoyó contra el estómago de Leah y empujó. Las uñas que tenía clavadas en el cuello le laceraron la carne al abrirse, y vio el agua teñida de rojo frente a sí.

En aquel momento apareció de nuevo Ana para empujar a Leah otra vez al fondo de la piscina. Lali se abrió paso a duras penas para unir sus fuerza a la de Ana y se puso a empujar y forcejear sin atreverse a soltar su presa, necesitando aire de nuevo, incapaz de respirar, sin querer soltar a Leah para ascender a la superficie. Las manos de Leah se aferraban como zarpas a su blusa, inamovibles.

El forcejeo de Leah fue haciéndose progresivamente más débil. Sus desorbitados ojos las miraban a través del agua transparente como el cristal, y poco a poco se fueron quedando fijos.

En aquel momento explotó el agua detrás de ellas. Lali giró la cabeza débilmente y vio una forma oscura, después otra, que se acercaban hacia ella rodeadas de burbujas. Unas manos fuertes la arrancaron de la garra mortal de Leah, mientras que otras manos tiraban de Ana y la empujaban hacia la superficie. Lali vio patalear las piernas desnudas de su hermana e intentó seguirla, pero había pasado más tiempo que ella sin aire y ya no le quedaban fuerzas para patalear. Sintió como si se hundiera hasta el fondo, y entonces uno de los agentes uniformados la agarró y la subió rápidamente a la superficie, llevando a las dos hermanas hacia el aire vivificante.

Sólo fue a medias consciente de que alguien la arrastraba fuera de la piscina y la tumbaba sobre el cemento. Sintió náuseas, tosió convulsivamente y se encogió sobre sí misma al tiempo que luchaba por hacer pasar aire a través de la garganta hinchada. Oyó los gritos roncos de Ana y las voces de varios policías que hablaban a la vez en un galimatías ininteligible. La gente corría alrededor de ella, y otra persona se zambulló en el agua y salpicó todo de gotitas que lanzaron destellos bajo la luz del sol y le mojaron la cara.

Entonces descubrió a Peter, con el semblante intensamente pálido, que la incorporaba hasta sentarla y la sostenía en sus brazos.

—Tranquila —le dijo en tono calmo aunque los brazos le temblaban—. Puedes respirar. No te agites tanto. Respira despacio, con calma. Eso es. Respira suavemente.

Lali se concentró en su voz, en hacer lo que él le decía. Cuando dejó de tragar aire a borbotones, su garganta se relajó y comenzó a circular el oxígeno por entre las membranas inflamadas. Dejó caer la cabeza débilmente contra el pecho de Peter, pero logró ponerle una mano en el brazo para hacerle saber que estaba consciente.

—No he podido llegar a tiempo —dijo él con furia contenida—. Dios santo, no he podido llegar a tiempo. Intenté llamar, pero no contestabas. ¿Por qué no cogiste el condenado teléfono?

—No dejaban de llamar reporteros —respondió Ana con dificultad—. Y desconecté los teléfonos. —Hizo un gesto de dolor y se agarró las costillas con el rostro desprovisto de dolor.

Parecía como si hubiera un centenar de sirenas perforando el aire, un ruido que le reverberó en los oídos. Justo cuando empezaba a alcanzar el nivel de insoportable, se interrumpió en seco y un segundo después, o quizá fuera varios minutos después, la rodearon a ella y a Ana unos sanitarios de camisa blanca y la arrancaron de los brazos de Peter.

—¡No, esperen!

Se retorció frenéticamente llamando a Peter a gritos, sólo que los gritos eran gruñidos apenas audibles. Él hizo una seña a los sanitarios para que se detuvieran un momento y abrazó de nuevo a Lali.

—¿Y... Rochi? —logró articular ella con los ojos ahogados en lágrimas.

—Está viva —respondió Peter con la voz enronquecida por la emoción—. Mientras venía hacía aquí me dieron el mensaje. La han encontrado en un almacén de la empresa.

Lali formuló con los ojos la pregunta que había que formular.

Peter titubeó.

—Está herida, cariño. No sé si es muy grave, pero lo importante es que está viva.

Peter no se quedó a ver cómo sacaban el cadáver de Leah —de Corin Lee— de la piscina. Ya había bastantes agentes presentes para encargarse de todo, y además aquella no era su jurisdicción. Tenía cosas más importantes que hacer, como por ejemplo estar con Lali. Cuando ella y Ana fueron trasladadas a un hospital cercano, él las siguió en su todoterreno.

Las colocaron en salas separadas. Tras cerciorarse de que el hospital informara inmediatamente de la situación al marido de Ana, Peter se recostó contra la pared. Sentía un profundo malestar en el estómago; había jurado servir y proteger, pero no había podido proteger a la mujer que amaba más que a ninguna otra persona en el mundo. Hasta el día de su muerte, no olvidaría jamás la sensación de terror e impotencia que lo invadió mientras recorría las calles a toda velocidad, sabiendo que ya llegaba demasiado tarde y que no iba a conseguir estar con Lali a tiempo para salvarla.

Había reconstruido por fin el rompecabezas, pero demasiado tarde para impedir que hicieran daño a Lali y a Rochi.

Rochi estaba en estado crítico. Según Bernsen, lo único que la había salvad era que al caer al suelo rodó de forma que la cabeza quedó protegida en parte por la base de una vieja silla de despacho. Algo debió de asustar a Leah y hacerla huir, antes de poder terminar el trabajo, para ir en busca de Lali.

Peter se había desplomado en una de las incómodas sillas de plástico de la sala de espera cuando llegó Bernsen.

—Dios, menuda pesadillas —dijo Roger dejándose caer en otra silla junto a Peter—. Me han dicho que las lesiones son menores. ¿Por qué tardan tanto?

—Supongo que nadie tiene prisa. A Ana, la hermana de Lali, la están examinando por rayos X para ver si tiene alguna costilla rota. A Lali le están examinando la garganta. Eso es todo lo que sé. —Se pasó la mano por la cara—. He estado a punto de joderlo todo, Roger. No lo resolví totalmente hasta que casi fue demasiado tarde, y entonces ya no pude llegar a tiempo a donde estaba Lali.

—Bueno, pero lo resolviste todo a tiempo para que llegasen otras personas. Rochi está viva, lo cual no sería el caso si no la hubieran encontrado cuando la encontraron. Los agentes que sacaron a las mujeres de la piscina han dicho que todas estuvieron a punto de ahogarse. Si tú no los hubieras alertado, si no hubieras enviado a los agentes por delante de ti... —Roger dejó la frase sin terminar y se encogió de hombros—. Personalmente, yo creo que has hecho un trabajo magnífico, pero no soy más que un detective, ¿qué coño voy a saber yo?

Por fin el médico de urgencias salió de la sala donde estaban tratando a Lali.

—Vamos a ingresarla para mantenerla en observación durante toda la noche —dijo—. Tiene la garganta hinchada y llena de hematomas, pero no hay perforación de laringe, y el hueso hioides está intacto, de modo que se recuperará del todo. Vamos a ingresarla sólo como medida de precaución.

—¿Puedo verla? —preguntó Peter poniéndose de pie.

—Claro. Ah, su hermana tiene dos costillas fisuradas, pero también se pondrá bien. —Hizo una pausa—. Tiene pinta de haber sido una buena pelea.

—En efecto —repuso Peter, y entró en la sala en la que estaba Lali sentada sobre una mesa de exploración de vinilo. Le brillaron los ojos al verlo entrar, y aunque no pronunció palabra, su expresión fue suficiente. Le tendió una mano, Peter la tomó, y usó aquel movimiento para atraerla hacia sí y rodearla con sus brazos.

Veintidós horas más tarde, Rochi logró abrir un ojo hinchado en una rendija diminuta y mover los dedos lo justo para apretar la mano de Pablo.

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