miércoles, 24 de junio de 2020

Beautiful Oblivion: Capítulo 22

Ocupado empacando y mudándose, Peter no estuvo mucho tiempo por aquí por la siguiente semana. Lo ayudé cuando pude, pero las cosas era extrañas. Peter estaba más que un poco decepcionado porque yo no me mudara. Podía ocultar sus sentimientos mucho mejor que yo, lo que no siempre era algo bueno.

Él sábado por la noche, Cande se encontraba sentada en nuestro sofá, cambiando los canales en un matador vestido de noche. El tirante en un solo hombro se veía como diamantes resplandecientes, y el resto era satín rojo abrazando sus curvas. El escote en forma de corazón lo hacía mucho más sexy. Sus tacones plateados eran altísimos, y el cabello lucía lacio y brillante en cascada.

—Me gustaría que Blia estuviera aquí. Este momento definitivamente demanda una de sus frases personalizadas. Estás perfecta.

Su labial color carmín relucía contra su brillante sonrisa.

—Gracias, Lali. ¿Cuáles son tus planes para esta noche?

—Peter iba a desempacar un rato antes de irse a Skin Deep, pero dijo que vendría como a las siete. Thiago últimamente está pasando un mal momento, así que irá a ver cómo está y luego vendrá.

—Así que, ¿te vas a tomar la noche?

Asentí.

—Agustín me recogerá a las siete y media.

—No te ves muy feliz por eso.

Se encogió de hombros.

Entre en mi habitación y abrí las puertas de mi armario. La de la izquierda colgaba del carril, así que tenía que ser cuidadosa. Mi ropa estaba clasificada minuciosamente por tipo y subtipo, y luego por color. Lo suéteres colgaban del extremo izquierdo, varias camisas, mezclilla y luego vestidos a la derecha. No tenía mucho, me enfocaba más en pagar las facturas que llenar mi armario, y de todos modos, Cande me dejaba tomar prestado un montón de sus cosas. Peter me iba a llevar a algún restaurante italiano de lujo en la ciudad, luego iríamos a tomar unos tragos en el Red. Se suponía que sería una noche relajada. Su tarjeta y presentes se encontraban en una bolsa de regalo roja sobre mi cómoda. Era bastante aburrido, pero sabía que él apreciaría el gesto.

Saqué lo único que se acercaba a ser apropiado: un vestido de punto negro con forro blanco y mangas tres cuartos. Con un cuello redondo molesto, era el único vestido que tenía que no acentuaba mi escote y no llamaría la atención en un buen restaurante. Me puse un par de tacones rojos, un collar a juego y aretes, y le di el visto bueno.

Hubo un golpe en la puerta justo antes de las siete, y troté por el piso.

—No te levantes. Probablemente es Peter.

Pero no lo era. Era Agustín. Miró su reloj.

—Siento llegar tan temprano. Solo estaba sentado en la casa y...

Cande se puso de pie y Agustín se quedó sin palabras por un momento. Su boca hizo una sonrisa ladeada.

—Te ves bien.

Fruncí el ceño. Cande se veía como un millón de dólares, y comprendí que Agustín actuaba poco impresionado intencionalmente. No lo demostraba, pero había una pizca de remordimiento en sus ojos. Cande ni siquiera se quejó de su falta de reacción, simplemente reflejó la misma expresión y luego tomó su bolso de la barra del desayuno.

—Es mejor que traigas un abrigo, Can —dijo Agustín—. Hace frío.

Abrí el armario delantero y le entregué su largo abrigo negro. Ofreció una pequeña sonrisa en agradecimiento, y luego cerraron la puerta detrás de ellos.

Volví a mi habitación y terminé mi cabello. Las siete vinieron y se fueron, también las siete y media. A las ocho, tomé mi teléfono y lo encendí. Nada. Traté de llamar, pero fue directo al buzón de voz.

Al cuarto para las nueve, me encontraba sentada en el sofá jugando un estúpido juego de pájaros en mi celular. No ayudó a mí ya construido enojo que Peter no hubiera llamado para explicar su retraso.

Alguien llamó a la puerta, y me puse de pie en un salto. Abrí la puerta para encontrar a Peter, o una parte de él, porque se encontraba escondido detrás de un jarrón lleno de varias docenas de rosas de color rojo oscuro.

Jadeé y me cubrí la boca.

—Santo infierno, ¿son para mí? —pregunté.

Peter entró y colocó el jarrón sobre la barra. Llevaba la misma ropa que usaba para trabajar, y de repente me sentí demasiado arreglada.

Cuando se giró, no sonreía.

—¿Qué? ¿Thiago está bien? —pregunté.

—Su moto estaba estacionada en "Licores Ugly Fixer", así que probablemente no.

Lo abracé fuerte.

—Gracias por las flores. —Cuando me di cuenta que sus manos aún se encontraban a sus costados, me alejé.

Peter claramente se esforzaba para mantener su rostro tranquilo.

—Fueron entregadas a la tienda tarde, después de que te fuiste. No son de mí.

—¿De quién son? —pregunté.

Señaló el jarrón.

—Hay una tarjeta.

Me acerqué y quité el pequeño sobre rojo de la funda plástica. Cuando saqué la tarjeta, mis labios se movían, pero nada salió mientras leía rápidamente las palabras.

Me disuadí de esto muchas veces esta semana, pero tenía que hacerlo.

Siempre con amor,

P.

Cerré los ojos.

—Demonios. —Puse la tarjeta boca abajo sobre la formica verde claro y la mantuve ahí, mirando a Peter—. Sé lo que estás pensando.

—No, no lo sabes.

—No estoy hablando con él. No hemos hablado en semanas.

—Así que era P.J. —dijo Peter, con el rostro y cuello volviéndose de tres tonos de rojo.

—Sí, pero ni siquiera creo que sepa por qué las envió. Sólo... —Me acerqué a él, pero se apartó—. Sólo olvidémonos de ellas —dije, haciéndole un gesto despectivo a las rosas—, y pasemos un buen rato esta noche. —Peter metió las manos en los bolsillos, sus labios apretados en una línea dura—. ¿Por favor? —rogué.

—Las envió para joder tu cabeza. Y la mía.

—No —dije—, no haría eso.

—¡No lo defiendas! ¡Esto es pura mierda! —dijo mientras se giraba hacia la puerta, y luego se volvió para encararme—. He estado sentado en el trabajo todo este tiempo, mirando esas malditas rosas. Quería calmarme antes de venir aquí, pero esto es sólo... Es jodidamente irrespetuoso, ¡eso es lo que es! Me rompo el trasero tratando de demostrarte que soy mejor para ti de lo que nunca fue él. Pero sigue sacando esta mierda, y apareciendo, y... no puedo competir con un rico chico universitario de California. Apenas estoy sobreviviendo, sin algún título, y hasta hace unos días todavía vivía con mi papá. Pero estoy tan jodidamente enamorado de ti, Lali —dijo, acercándose a mí—. Lo he estado desde que éramos niños. La primera vez que te vi en el parque, supe lo que era la belleza. La primera vez que me ignoraste, fue mi primer corazón roto. Pensé que estaba jugando esto bien, desde el momento en que me senté en tu mesa en el Red. Nunca nadie ha querido a alguien tanto como te quiero a ti. Por años yo... —Respiraba con dificultad, y apretó la mandíbula—. Cuando me enteré de lo de tu padre, quería rescatarte —dijo, riendo entre dientes, pero sin humor—. Y esa noche en tu apartamento, pensé que por fin había hecho algo bien. —Señaló el suelo—. Que mi propósito en la vida era amarte y mantenerte a salvo... pero no me preparé para tener que compartirte.

No sabía si podía arreglar esto. Era nuestro primer día de San Valentín, y él estaba furioso. Pero sabía que esas flores no tenían nada que ver con Peter y sí todo que ver con P.J. siendo miserable. Me amaba, pero no pudimos hacer que funcionara. Peter no entendía porque cualquier intento de explicación daría lugar a preguntas; preguntas que no podía responder. Era difícil estar enojada con cualquiera de ellos, y fácil estarlo conmigo misma por ponernos en esta situación.

Entré a la cocina, saqué el bote de la basura, tomé el jarrón y lo dejé caer directo al fondo.

Peter me miraba con una mueca, y luego todo su rostro se suavizó.

—¡No tenías que hacer eso!

Corrí hacia él y envolví mis brazos en su cintura, presionando mi mejilla contra su hombro. Incluso cuando usaba tacones, él era más alto que yo.

—No quiero esas flores. —Alcé la vista hacia él—. Sin embargo, sí te quiero a ti. No eres con quien estoy atascada porque no conseguí mi primera opción. Si crees que estás enamorado de dos personas, escoges a la segunda, ¿verdad? Porque si realmente amara a P.j., no podría haberme enamorado de ti.

Peter me miró, sus ojos cargados de tristeza.

—En teoría —dijo, riendo una vez.

—Me gustaría que pudieras verte a través de mis ojos. Cada mujer que te ha conocido quiere una oportunidad contigo. ¿Cómo pudiste pensar que eres el premio de consolación?

Peter tocó mi mandíbula con la palma, y luego se alejó de mí.

—¡Maldita sea! ¡Arruiné toda nuestra noche! ¡Soy un jodido idiota, Lali! Estaba estresado porque quería traerte flores, pero todas son tan malditamente caras... y luego ese ramo ridículamente gigante aparece. Soy un idiota. Soy un poco razonable, egoísta e inseguro idiota que tiene tanto miedo de perderte. Es muy difícil creer que ya eres mía. —Sus ojos se veían tristes, me rompieron el corazón.

—¿Desde que éramos niños? Aunque nunca me hablaste, no creía que supieras quién era yo.

Se rió.

—Me aterrorizabas.

Arqueé una ceja.

—¿Un chico Lanzani? ¿Asustado?

Hizo una mueca.

—Ya hemos perdido a la primera mujer que hemos amado. La idea de pasar por eso otra vez nos asusta jodidamente demasiado.

Mis ojos inmediatamente se llenaron de lágrimas, y luego se desbordaron. Agarré en un puño su camiseta y lo empujé contra mí, besándolo con fuerza, luego corrí a mi habitación, tomé la pequeña bolsa y la tarjeta, y volví con él. Sostuve la bolsa delante de mí.

—Feliz día de San Valentín.

Peter palideció.

—Soy el más grande idiota en la historia de los idiotas.

—¿Por qué?

—Estaba tan preocupado por las flores, que olvidé tu regalo en la tienda.

—Está bien —dije, haciendo un gesto con la mano, restándole importancia—. Esto no es gran cosa.

Abrió la tarjeta, la leyó, y me miró.

—La tarjeta que te conseguí no es tan buena.

—Detente. Abre tu regalo —dijo, un poco aturdida.

Metió la mano, y sacó algo envuelto en papel de seda blanco. Lo abrió, y extendió la camiseta delante de él. Aun sosteniéndola en alto, asomó la cabeza por un lado.

—Tu regalo tampoco es así de impresionante.

—No es impresionante. Sólo es una camiseta.

La giró, apuntando a las letras de Star Wars.

—¿"Que el Schwartz esté contigo"? ¡Esta es el puto pterodáctilo de las camisetas!

Parpadeé.

—Así que... ¿eso es algo bueno?

Alguien tocó a la puerta, y Peter y yo saltamos. Me sequé los ojos mientras Peter se asomaba por la mirilla. Se giró hacia mí, claramente confuso.

—Es... Es Vico.

—¿Vico? —pregunté, abriendo la puerta.

—Can ha estado tratando de llamarte —dijo, molesto—. Ella y Agustín se enojaron de nuevo. Necesita un aventón a casa. Iba a ir por ella, pero piensa que sería mejor si tú estuvieras ahí.

—Mierda —dije, corriendo a ponerme el abrigo.

—Mi camioneta está encendida —dijo Vico—. Yo conduzco.

Lo señalé.

—No empieces ninguna mierda.

Vico alzó las manos mientras pasaba. Tonos nos amontonamos en la camioneta y condujimos a la casa Sig Tau.

Coches se alineaban en la calle, y la casa estaba decorada con luces rojas, cadenas adornadas con latas de cerveza y corazones de papel. Algunas personas pululaban afuera, pero la mayoría corría de la calle por el calor de la casa.

Peter me ayudó a bajar el metro y medio de la camioneta de Vico, y nos encontramos con Vico en el lado del conductor. El bajo de la música latía con fuerza en mi pecho, y me recordó al Red. Justo cuando comencé a dar un paso hacia la casa, Peter me frenó. Miraba el espacio delante de la camioneta de Vico.

—Jódeme —dijo, señalando con la cabeza hacia la casa.

La Harley de Thiago se encontraba estacionada en la calle y una botella de medio litro de Whisky yacía vacía junto a ella, sostenida por el césped quebradizo y muerto.

Una chica gritó:

—¡Bájame, maldita sea!

Era Mar, y colgaba sobre el hombro de Thiago, golpeando a muerte con sus puños, y pateando. Fue pisoteando hacia un auto y la aventó al asiento trasero. Después de una breve conversación con un chico en el asiento del conductor, Thiago se metió en la parte trasera con Mar.

—¿Deberíamos...? —comencé, pero Peter sacudió la cabeza.

—Han estado yendo de un lado a otro así por semanas. No quiero quedar atrapado en ese desastre.

El coche se alejó, y nosotros entramos. En el momento en que pusimos un pie en la sala principal, la gente comenzó a mirar y murmurar entre sí.

—¡Pitt! —dijo Nico, una enorme sonrisa en su rostro.

—Acabo de ver a Thiago —dijo Peter, señalando a sus espaldas.

Nico soltó una risa.

—Sí. Terminarán juntos esta noche.

Peter negó con la cabeza.

—Están locos.

Vico dio un paso.

—Buscamos a Agustín y Cande. ¿Los has visto?

Nico miró alrededor, luego se encogió de hombros.

—No en un rato.

Buscamos en el piso inferior, buscamos en el piso principal, luego subimos. Vico no olvidó ni una sola habitación, o incluso los armarios. Cuando llegamos a la terraza, encontramos a Agustín.

—Agustín —dije. Se dio la vuelta. Asintió en dirección a Peter, pero a Vico sólo le dio un vistazo.

—Esta es una fiesta Sig Tau, chicos. Lo siento, pero no pueden quedarse.

—Yo soy Sig Tau —dijo Peter.

—No te ofendas, hombre, pero ya no.

Vico giró su hombro hacia Agustín, claramente tratando de hacer su mejor esfuerzo para no atacarlo.

—¿Dónde está Can?

Agustín sacudió la cabeza y bajó la vista. Entonces, me miró.

—Traté de hacer que funcionara. Realmente lo intenté esta vez. Simplemente no puedo ser dependiente.

Vico se inclinó más cerca, y Peter puso una mano en su pecho.

—Ella no es dependiente —dijo entre dientes—. Deberías sentirte agradecido por el tiempo que quiere pasar contigo.

Agustín comenzó a responder, pero alcé mi mano.

—Agustín, no estamos aquí para juzgarte.

—Habla por ti —gruñó Vico.

Giré la cabeza hacia su cuerpo grande.

—No estás ayudando. Cállate.

—¿Sabes dónde está? —preguntó Peter—. Sólo estamos aquí para llevarla a casa.

Sacudió la cabeza.

—No la he visto.

Dejamos a Agustín solo, tomando las escaleras hacia el piso principal. Salimos, y Peter enganchó su brazo a mí alrededor para alejar el frío.

—¿Y ahora qué? —preguntó Vico.

—Trata de llamarla —dije, temblando de frío.

Caminamos de regreso a la camioneta, y luego nos congelamos cuando vimos a Cande sentada en la acera junto a la llanta trasera de Vico.

—¿Can? —dijo Vico.

Se levantó y se dio la vuelta, sosteniendo en alto su teléfono.

—Murió —exclamó.

Vico la alzó en sus enormes brazos y ella lo abrazó, llorando. Se subió a su camioneta con ella todavía en sus brazos, y luego Peter y yo caminamos alrededor. Curiosamente, Cande no quería hablar de su pelea con Agustín. En cambio, Thiago fue el tema de conversación.

—Y luego, él dijo: "Y al absoluto y terrible horror de perder a tu mejor amiga porque fuiste lo suficientemente estúpido para enamorarte de ella" o algo así. —Puso la mano sobre el pecho de Vico—. Morí.

Miré a Peter, pero en lugar de la expresión divertida que esperaba, se encontraba perdido en sus pensamientos.

—¿Estás bien? —pregunté.

—Esa bola golpeó muy cerca de home —dijo.

Besé su mejilla.

—Bebé. Detente. Estamos bien.

—Ni siquiera llegamos a la cena.

—Vamos a la tienda —dijo Vico—, por algunas provisiones. Yo cocinaré.

—Ayudaré —dijo Peter.

—Oh, yo tengo provisiones —dije—. Estoy abastecida por un tiempo.

—¿Tienes macarrones? —preguntó Vico.

—Sí —dijimos Cande y yo al unísono.

—¿Mantequilla? —preguntó. Asentimos—. ¿Harina? ¿Sazonador del suroeste? —Miré a Peter, quien asintió—. ¿Leche? ¿Queso Jack? —Sacudí la cabeza.

Peter habló:

—Sin embargo, tienes pimienta Jack.

Vico asintió una vez.

—Igual de bueno. ¿Tomates? ¿Chiles verdes? ¿Pan rallado?

—Pan rallado no —dijo Peter.

Vico giró bruscamente el volante a la derecha y condujimos a su apartamento. Estuvo adentro menos de un minuto, y luego estuvimos de camino, con una caja de pan rallado.

—Me muero de hambre —dije—. ¿Qué harás?

—Una comida gourmet de día de San Valentín —dijo Vico, más que dramáticamente—. Macarrones con queso del suroeste.

Todos nos reímos, pero mi estómago gruñó. Sonó inceíble.

Peter me susurró al oído:

—Perdona por no haberte llevado a cenar.

Me abracé a su brazo.

—Esto es mucho mejor que lo que habíamos planeado.

Besó mi mejilla y me apretó contra él.

—Estoy de acuerdo.

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