jueves, 18 de junio de 2020

Beautiful Oblivion: Capítulo 17

—¡Ay, Dios mío! —dijo mamá cuando abrió la puerta—. ¿Qué hiciste, Félix? ¿Qué pasó?

Papá gimió.

Nos ayudó a llevarlo al sofá y luego se cubrió la boca. Corrió a buscar una almohada y una manta, y después de acomodarlo, me abrazó.

—Ha estado bebiendo —dije.

Se apartó de mí, e intentó enfrentar la noticia con una sonrisa preocupada. 

—Ya no bebe. Lo sabes.

—Mamá —dije—, huélelo. Está borracho.

Bajó la mirada hacia su esposo y se tapó la boca con dedos temblorosos.

—Fue a mi apartamento. Me atacó. —Sacudió la cabeza para mirarme con los ojos muy abiertos—. Si Pitt no hubiera estado allí, mamá... quería golpearme fuertemente. Pitt tuvo que agarrarlo y aun así vino hacia mí.

Mamá miró a papá otra vez.

—Se enfadó porque no viniste para el almuerzo. Y luego Chase lo atacó. Oh, Dios. Esta familia se está cayendo a pedazos. —Se agachó y tiró la almohada de debajo de la cabeza de papá. Su cráneo se estrelló contra el brazo del sofá. Lo golpeó con la almohada una y otra vez—. ¡Maldito! —gritó.

Detuve sus brazos, dejó caer la almohada y empezó a llorar.

—¿Mamá? Si los chicos averiguan que Peter hizo esto... temo que van a ir tras él.

—Puedo manejarlo, cariño. No te preocupes por mí —dijo Peter estirando un brazo hacia mí.

Me aparté de él.

—¿Mamá?

Asintió. 

—Me ocuparé de eso. Te lo prometo. —Sabía por la mirada en sus ojos que lo dijo en serio. Lo miró de nuevo, casi gruñendo.

—Será mejor que nos vayamos —dije, señalando a Peter.

—¿Qué demonios? —dijo Coby, saliendo del oscuro pasillo hacia la sala. Llevaba un par de pantalones cortos y nada más. Sus ojos pesados y cansados.

—Coby —dije, extendiendo la mano hacia él—. Escúchame. No fue culpa de Peter.

—Lo escuché —dijo Coby, frunciendo el ceño—. ¿De verdad te atacó?

Asentí.

—Está borracho.

Coby miró a mamá.

—¿Qué vas a hacer?

—¿Qué? —dijo—. ¿Qué quieres decir?

—Atacó a Lali. Es un maldito adulto y atacó a su hija de veintidós años. ¿Qué carajo vas a hacer al respecto?

—Coby —le advertí.

—Déjame adivinar —dijo—. Lo vas a amenazar para que se vaya y luego se quedará. Como haces siempre.

—No lo sé en este momento —dijo mamá. Bajó la mirada hacia él, mirándolo por un rato y luego lo golpeó con la almohada otra vez—. ¡Estúpido! —dijo, su voz quebrándose.

—Coby, por favor no digas nada —supliqué—, en este momento no necesitamos una situación Lanzani contra Esposito.

Coby miró a Peter y me asintió.

—Te debo una.

Suspiré.

—Gracias.

Peter nos llevó a la casa de su padre, se metió en el camino de entrada y dejó a Pitufo en marcha.

—Cristo, Lali. Todavía no puedo creer que le pegué a tu papá. Lo siento.

—No te disculpes —dije, cubriendo mis ojos con la mano. La humillación era casi imposible de soportar.

—Celebraremos Acción de Gracias en nuestra casa este año. Quiero decir, lo celebramos todos los años, pero en realidad cocinaremos. Un verdadero pavo. Relleno. Postre. Toda la cosa. Deberías venir. —Me derrumbé y Peter me tomó en sus brazos.

Sorbí y sequé mis ojos, abriendo la puerta.

—Tengo que ir a trabajar. —Salí, y Peter también lo hizo, dejando abierta la puerta del conductor. Me tomó en sus brazos para protegerme del frío.

—Deberías llamar. Quédate conmigo y con papá. Vamos a ver películas del viejo oeste. Va a ser la noche más aburrida de tu vida.

Negué con la cabeza.

—Tengo que trabajar. Necesito estar ocupada.

Peter asintió.

—Está bien. Estaré allí lo más rápido que pueda. —Tomó los lados de mi cara y besó mi frente.

Me alejé de él.

—No puedes ir esta noche. Sólo en caso de que mis hermanos averigüen lo que pasó.

Peter rió una vez.

—No les tengo miedo. Ni siquiera a los tres a la vez.

—Pitt, son mi familia. Pueden ser unos estúpidos, pero son todo lo que tengo. No quiero que salgan lastimados más de lo que quiero que tú lo hagas.

Peter me abrazó, esta vez apretándome.

—Ellos no son todo lo que tienes. Ya no.

Enterré mi cara en su pecho.

Besó mi pelo.

—Además, esa es una cosa con la que no te metes.

—¿Qué? —pregunté, presionando mi mejilla contra su pecho.

—La familia.

Tragué saliva y luego me levanté sobre las puntas de mis pies, presionando mis labios contra los suyos.

—Me tengo que ir. —Salté en el lado del conductor de Pitufo y cerré la puerta.

Peter esperó a que bajara la ventanilla antes de responder.

—Está bien. Me quedaré en casa esta noche. Pero voy a llamar a Vico para que te vigile.

—Por favor no le digas lo que pasó —supliqué.

—No lo haré. Sé que él le diría a Cande y ella a Hank, y entonces tus hermanos lo averiguarían.

—Exactamente —dije, agradeciendo que alguien más viera lo protector que Hank era conmigo—. Nos vemos más tarde.

—¿Está bien si voy después de que llegues a casa?

Pensé en ello por un momento.

—Puedes estar allí cuando llegue a casa.

—Esperaba que dijeras eso —dijo con una sonrisa—. Iré en el camión de papá.

Peter se quedó de pie en el patio, viéndome salir del camino. Me dirigí al Red y agradecí que fuera el domingo por la noche más activo que habíamos visto en mucho tiempo. Las bajas temperaturas eran un elemento de disuasión para los tatuajes, pero claramente no lo eran para el licor, el coqueteo y el baile. Las chicas todavía llevaban blusas de tirantes y vestidos, y negué con la cabeza a cada mujer que caminaba temblando. Trabajé mucho, lanzando cervezas y mezclando cócteles, lo cual fue un cambio agradable de la larga jornada en Skin Deep y luego fui a casa. Como prometió, Peter se hallaba sentado en el camión de Jim al lado de mi lugar de aparcamiento.

Entró y me ayudó a limpiar el lío que habíamos dejado cuando cargamos a mi padre al Jeep. Las piezas de la lámpara tintineaban y resonaban mientras nos deshacíamos de ellas en el bote de basura. Peter apoyó la mesa de nuevo sobre sus patas rotas.

—Arreglaré esto mañana.

Asentí y luego nos fuimos a mi habitación. Peter esperó en mi cama mientras me lavé la cara y los dientes. Cuando me metí debajo de las mantas junto a él, me apretó contra su piel desnuda. Se había desvestido hasta su ropa interior y sólo llevaba en mi cama menos de cinco minutos pero las sábanas ya se sentían calientes. Me estremecí contra él y me apretó con más fuerza.

Después de unos minutos de silencio, Peter suspiró.

—He estado pensando en la cena de mañana por la noche. Creo que deberíamos esperar un tiempo. Simplemente parece como... no lo sé. Siento que deberíamos esperar.

Asentí. Yo tampoco quería que nuestra primera cita fuera agobiada con los pensamientos de los eventos de más temprano de este día.

—Oye —susurró, con voz baja y cansada—, esos dibujos en las paredes. ¿Son tuyos?

—Sí —dije.

—Son buenos. ¿Por qué no me dibujas algo?

—Ya no lo hago.

—Deberías comenzar. Tienes mi arte en tus paredes —dijo, señalando con la cabeza a un par de dibujos enmarcados. Uno de ellos era un boceto a lápiz de mis manos, una encima de la otra, mis dedos mostrando mi primer tatuaje, el otro era en carbón de una niña esquelética sosteniendo un cráneo que tuve que tenerlo cuando lo terminó—. Me gustaría tener algunos de los originales.

—Tal vez —dije, instalándome contra la almohada.

Ninguno de nosotros tenía muco que decir después de eso. La respiración de Peter se estabilizó y me dormí con mi mejilla contra su pecho, subiendo y bajando a un ritmo lento.

Todas las noches durante una semana y media, el camión de Jim fue un coche fijo en diferentes lugares en el aparcamiento de mi apartamento. Aunque debería haberme preocupado que mis hermanos vinieran a molestarme, o temido que volviera mi padre, nunca me sentí tan segura. Una vez que el Intrepid fue reparado, Peter comenzó a ir al Red hasta que cerraba y me acompañaba a mi Jeep.

En las primeras horas de la mañana del día de Acción de Gracias, estaba acostada con mi espalda hacia Peter y él corría sus dedos suavemente arriba y abajo en mi brazo.

Sorbí y limpié una lágrima que caía de la punta de mi nariz; papá seguía viviendo en casa. Los que sabíamos lo que pasó decidimos ocultárselo al resto de los chicos y así conservar la paz al menos hasta después de las vacaciones, las que celebraría en otro lugar.

—Siento que estés molesta. Ojalá pudiera hacer algo —dijo Peter.

—Estoy triste por mi mamá. Este es el primer Acción de Gracias que no vamos a estar todos juntos. Ella no cree que sea justo que él esté allí y yo no.

—¿Por qué no le dijo que se fuera? —preguntó Peter.

—Lo está pensando. Pero no quería hacerle eso a los chicos durante las vacaciones. Siempre trató de hacer lo que era mejor para todos.

—Esto no es lo mejor para todos. Es una situación sin salida. Debería patearle el culo y permitirte pasar Acción de Gracias con tu familia.

Mi labio tembló.

—Los chicos me van a culpar, Pitt. Sabe lo que está haciendo.

—¿No preguntaran dónde estás?

—No he estado en el almuerzo de la familia en las últimas semanas. Mamá imagina que papá no dejara que se hagan demasiadas preguntas.

—Ven a mi casa, Lali. ¿Por favor? Vienen todos mis hermanos.

—¿Todos? —pregunté.

—Sí. Es la primera ocasión en la que estamos todos juntos desde que Pablo se fue por ese trabajo.

Saqué un pañuelo de la caja de la mesita de noche y me limpié la nariz.

—Ya me ofrecí para trabajar en el bar. Estaremos sólo Vico y yo.

Peter suspiró pero no insistió más.

Cuando salió el sol, Peter me dio un beso de despedida y se fue a casa. Dormí una hora más y cuando me obligué a levantarme, encontré a Cande cocinando huevos en la cocina. Por medio segundo esperé ver a Vico, pero era sólo ella, con la mirada perdida.

—¿Esta noche vas a pasarla donde tus padres? —pregunté.

—Sí. Lamento que estés atascada trabajando.

—Me ofrecí.

—¿Por qué? ¿Tu padre enloqueció?

—Es el primer día de Acción de Gracias de Hank y Jorie en su casa, y sí, Félix enloqueció.

—Ah, eso es tan lindo de tu parte —dijo, dejando que el pollo revuelto se deslizara fuera de la sartén a su plato—. ¿Quieres un poco? —preguntó, aunque ya sabía la respuesta.

Hice una mueca.

—Entonces —dijo, llevando un bocado a su boca—, Peter prácticamente se ha mudado.

—Sólo está... asegurándose de que estoy bien.

—¿Qué significa eso? —preguntó, mirándome con indignación.

—Félix pudo haber venido aquí la semana pasada después de que regresé de la reunión de empleados. Y podría haber tratado de atacarme.

El tenedor de Cande se congeló a medio camino entre el plato y su boca y su expresión se transformó de confusión, a conmoción y a ira.

—¿Qué?

—Peter se encontraba aquí. Pero en realidad no estoy... hablando con papá, o cualquiera de mi familia.

—¿Qué? —dijo, enojándose más con cada segundo—. ¿Por qué no me lo dijiste? —chilló.

—Porque reaccionarías de esta forma exagerada. Así.

—¿Cómo se supone que debo reaccionar? Félix estuvo en nuestro apartamento, atacándote, lo que sea que signifique esa puta mierda, y ¿decidiste no decirme? ¡También vivo aquí!

Fruncí el ceño.

—Tienes razón. Dios, Can, lo siento. No creí que vendrías a casa con él aquí.

Situó su palma en la encimera.

—¿Peter se quedará esta noche?

Sacudí la cabeza y mi ceño se frunció.

—No, vendrá su familia.

—No te dejaré sola.

—Cande...

—¡Cierra la boca! Irás conmigo a casa de mis padres.

—De ninguna manera...

—Lo harás y te va a gustar, ¡como castigo por no contarme que tu loco padre golpeador irrumpió en el apartamento para atacarte y sigue prófugo!

—Mamá lo tiene controlado. No sé qué hizo, pero no ha vuelto, y Colin, Chase y Clark no tienen idea.

—¿Peter lo golpeó?

—Estoy bastante segura que le rompió la nariz —dije, arrastrando las palabras.

—¡Bien! —gritó—. ¡Empaca tu mierda! Nos vamos en veinte minutos.

Obedecí, improvisando un bolso para la noche. Lanzamos nuestro equipaje en la camioneta de Cande y justo cuando comenzó a retroceder del estacionamiento, mi teléfono sonó. Lo levanté, y miré la pantalla.

—¿Qué? —dijo Cande, mientras movía los ojos entre el camino y yo—. ¿Es Peter?

Sacudí la cabeza.

—P.J. esperaba que mañana pudiera llevarlo al aeropuerto.

Cande frunció el ceño.

—¿No puede su papá o alguien?

—No puedo —dije, escribiendo mi respuesta en el teléfono. Lo bajé a mi regazo—. Podría salir muy mal si lo hago.

Cande palmoteó mi rodilla.

—Buena chica.

—No puedo creer que esté en la ciudad. Creía que no sería capaz de venir para Acción de Gracias.

Mi teléfono sonó otra vez. Bajé la mirada.

—¿Qué dice? —preguntó Cande.

—Sé lo que estás pensando y no supe hasta hace un par de días que estaría en casa —recité, leyendo su mensaje en voz alta.

Los ojos de Cande se entrecerraron mientras me veía escribir una respuesta corta.

—Estoy confundida.

—No sé que tiene que ver Eakins con su trabajo, pero probablemente sea la verdad.

—¿Qué te hace pensar eso? —preguntó.

—Porque si no, no vendría aquí.

Cuando llegamos a la casa de Cande, sus padres parecían sorprendidos, pero felices de verme y me recibieron con los brazos abiertos. Me senté en la encimera azul marino de la cocina, escuchando como Sarah se burlaba de Cande por lo difícil que fue para ella separarse de su mantita y escuchando a Cande contar historias de Bo, su padre. Su hogar se hallaba decorado en rojo, blanco y azul, banderas americanas y estrellas. Fotos enmarcadas en blanco y negro colgaban de las paredes, contando historias de la carrera naval de Bo.

Cande y sus padres se despidieron cuando me fui a mi turno. El estacionamiento del Red Door era más limitado para los autos y la pequeña multitud no se quedó por mucho tiempo. Estuve agradecida por ser la única que atendía. Apenas tenía propinas suficientes para hacer que la noche valiera la pena.

Peter me envió mensajes una media docena de veces, aún preguntándome si quería ir. Jugaban dominó y luego verían una película. Imaginé lo que sería estar acurrucada con Peter en el sofá de su papá y estuve un poco celosa de que Mar pudiera pasar tiempo con los Lanzani. Una parte de mí quería estar ahí más que nada.

Cuando revisé mis mensajes cerca del cierre, vi que Peter me contó que se enteraron que Thiago y Mar terminaron. Justo cuando creí que no podía aguantar otra decepción, mi teléfono sonó y el nombre de Peter apareció en la pantalla.

—¿Hola? —respondí.

—Me siento terrible —dijo silenciosamente. También sonaba terrible—. No creo que pueda ir esta noche. Thiago está en un mal estado.

Tragué el nudo que se formaba en mi garganta.

—Está bien.

—No. Es un montón de cosas, pero definitivamente no está bien.

Intenté sonreír, esperando que se transmitiera en mi voz.

—Puedes venir mañana.

—Lo siento mucho, Lali. No sé qué decir.

—Di que vendrás mañana.

—Iré mañana. Lo prometo.

Después de que colgamos, Vico me acompañó a mi auto. Nuestras respiraciones brillaban bajo las luces de seguridad.

—Feliz Acción de Gracias, Lali —dijo Vico, abrazándome.

Envolví los brazos lo mejor que pude alrededor de su esbelta figura.

—Feliz Acción de Gracias, amigo.

—Saluda a Cande de mi parte.

—Lo haré.

Vico comenzó a mandar mensajes al momento que se alejó.

—Asumo que esa no es Cande —dije.

—Nop —respondió—. Es Peter. Quería que le enviara un mensaje después de haberte dejado en tu Jeep.

Sonreí mientras saltaba al asiento del conducto, desando estar en camino para verlo.

Cuando volví con Sarah y Bo, las ventanas brillaban. Todos me esperaban despiertos. Salté fuera del Jeep y cerré la puerta de golpe. Casi había llegado a la puerta cuando un auto se detuvo dando una frenada. Me congelé. No era un auto que reconocía.

P.J. salió de él.

—Oh, Dios —dije, dejando salir el respiro que contenía—. Me diste un susto de muerte.

—¿Nerviosa?

Me encogí de hombros.

—Un poco. ¿Cómo supiste que me hallaba aquí?

—Soy bastante bueno en encontrar a la gente.

Asentí una vez.

—Así es.

Los ojos de P.J. se suavizaron.

—No puedo quedarme mucho tiempo. Simplemente quiero... no sé por qué estoy aquí. Sólo necesitaba verte. —Cuando no respondí, continuó—: He pensado mucho en nosotros. Algunos días pienso en que podemos hacerlo funcionar, pero luego alejo esos pensamientos cuando llega la realidad.

Levanté la ceja.

—¿Qué quieres que haga, P.J.?

—¿Quieres la verdad? —preguntó. Cuando asentí, continuó—: Soy un bastardo egoísta y te quiero sólo para mí... a pesar de que no tengo tiempo para pasar contigo. No quiero que estés con él. No quiero que estés con nadie. Estoy intentando ser adulto con esto, pero estoy cansado de guardarme todo, Lali. Estoy cansado de ser la persona madura. ¿Quizás si te mudas a California? No lo sé.

—Ni siquiera así nos veríamos. Mira el último fin de semana que pasé allí. No soy tu prioridad. —No discutió. No respondió por completo. Pero necesitaba escuchar que lo diga—. No lo soy, ¿o sí?

Elevó su barbilla y la suavidad en sus ojos desapareció.

—No, no lo eres. Nunca lo has sido y lo sabes. Pero no es porque no te ame. Simplemente es así.

Suspiré.

—¿Recuerdas cuando fui a California y te mencioné que ese sentimiento no se ha ido? Acaba de irse.

P.J. asintió y sus ojos recorrieron el lugar a medida que procesaba mis palabras. Se acercó a mí, besó la esquina de mi boca y entonces volvió a su auto, alejándose. A medida que las luces traseras desaparecían cuando doblaba la esquina, esperé por la sensación de vacío, lágrimas o algo que doliera. No pasó nada. Era posible que aún no me haya impactado. O quizá no estuve enamorada de él desde hace tiempo. Quizá estaba enamorada de alguien más.

Cande abrió la puerta antes de que golpeara y me tendió una botella de cerveza.

—¡Es Viernes Negro! —dijo Sarah desde el sillón, sonriendo. Bo elevó su cerveza, dándome la bienvenida.

—Menos de cinco semanas para navidad —dije, levantando mi cerveza para encontrar la de Cande y Bo. El pensamiento de una navidad sola hizo que mi estómago se sintiera enfermo. Hank cerraría el Red, así que no tendría incluso la opción de trabajar. Me pregunté cómo le explicaría Féliz eso a los chicos. Tal vez no tendría la oportunidad. Tal vez mamá lo echaría de casa y el ambiente estaría lo suficientemente tranquilo para volver.

Nos sentamos en la sala de estar conversando por un rato y luego con Cande trepamos a su cama rosa. Pósters de Zac Efron y Adam Levine aún cubrían sus paredes. Después de habernos cambiado de sudaderas, nos recostamos de espalda y apoyamos nuestros pies en la pared por sobre su cabecera, doblando nuestros pies con calcetines. Cande tintineó su botella con la mía.

—Feliz Acción de Gracias, compañera —dijo, doblando su barbilla para beber un sorbo.

—Lo mismo para ti —dije.

Mi teléfono sonó. Era Peter, preguntando si había llegado a casa.

Escribí: Me quedaré con Cande en casa de sus padres esta noche.

Respondió: Bien. Gran alivio. Me he preocupado por ti todo el día.

Respondí con un guiño, sin estar segura de qué más decir y luego dejé caer el teléfono junto a mi cabeza en el colchón.

—¿Peter o P.J.? —preguntó Cande.

—Dios, cuando lo dices así, suena horrible.

—Ahora sé la situación. ¿Quién era?

—Peter.

—¿Te preocupa que P.J. esté en la ciudad?

—Es muy raro. Sigo esperando que envíe un mensaje diciéndome que ha oído todos los sucios detalles sobre Peter y yo.

—Es una ciudad pequeña. Es obligatorio que pase.

—Espero que lo que lo trajo aquí lo mantenga bastante ocupado como para hablar con alguien.

Cande tintineó su botella con la mía otra vez.

—Por las imposibilidades.

—Gracias —dije, bebiendo el resto en un par de sorbos.

—No es como si hubieran muchos detalles sucios, ¿cierto?

Me encogí de vergüenza. Peter no era exactamente virgen o inseguro, así que honestamente me sentía más que sorprendida de que ninguna noche que pasó en mi cama intentó desvestirme.

—Tal vez deberías decirle que tienes condones que brillan en la oscuridad en tu cajón de la despedida de soltera de Audra —dijo, tomando un sorbo—. Eso es siempre bueno para romper el hielo.

Solté una risa.

—También tengo normales.

—Oh, cierto. Los mágnum. Por el tronco de P.J.

Reímos fuertemente. Reí hasta que me dolían los lados y luego mi cuerpo entero se relajó. Dejé escapar un último suspiro, y entonces volteé y descansé mi cabeza en la almohada. Cande me imitó, pero en lugar de acostarse normal, descansaba sobre su estómago, con sus manos dobladas bajo su pecho.

Miró la habitación.

—He extrañado hablar de chicos aquí.

—¿Cómo es eso? —pregunté.

Cande me entrecerró sus ojos y sonrió, curiosa.

—¿Cómo es qué?

—Tener ese tipo de niñez. No puedo imaginar desear volver al pasado. Ni siquiera por un día.

Cande hizo una mueca.

—Me entristece oírte decir eso.

—No debería. Ahora estoy feliz.

—Lo sé —dijo—. Lo mereces, ya sabes. Deja de pensar que no.

Suspiré.

—Lo siento.

—P.J. debería dejarte hablar. No es justo que tengas esta carga sobre tus hombros. Especialmente ahora.

—¿Cande?

—¿Sí?

—Buenas noches.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comenten, todas sus opiniones cuentan:3