Me quité la ropa, apagué la luz, y luego me metí en la cama junto a él. Luchó con las sábanas mientras intentaba meterse debajo de ellas conmigo, luego me acercó hasta que estuve lo suficientemente cerca. Enterró la cabeza en mi cuello, y nos quedamos así durante mucho tiempo, quietos y cálidos. Nunca había llegado a casa para encontrar a alguien, pero no era un sentimiento miserable. Todo lo contrario: me encontraba en una cama caliente con el cálido e increíblemente difícil de resistir cuerpo del hombre que me amaba más de lo que nadie lo había hecho. Podría ser peor. Mucho peor.
—¿Cómo está Olive?
—¿Mmh?
—Olive. ¿Lo está haciendo?
—Te extraña. Prometí traerla aquí mañana para que te vea.
Sonreí.
—¿Cómo estuvo Chicken Joe's?
—Grasiento. Ruidoso. Increíble.
Apreté el brazo que cruzaba mi pecho incluso más fuertemente contra mí.
—Veo que encontraste la llave.
—No, no pude encontrarla, así que me colé por la ventana de tu dormitorio. ¿Sabías que ha estado desbloqueada?
Me congelé.
Peter se rió, lenta y entrecortadamente. Le di un codazo.
La puerta frontal se cerró de golpe, y ambos nos sentamos.
—¡Déjalo! ¡Ni se te ocurra volver a saludarlo! ¡Cande! —gritó Agustín.
—¡Estaba siendo agradable! ¡Sólo no quería que condujera con la nieve!
—¡No hay nieve en las carreteras! ¡Sólo están mojadas!
—¡Sí! ¡Ahora! —dijo. Pisoteó hasta el final del pasillo, y Agustín la siguió, cerrando de golpe la puerta de su habitación.
Gemí.
—No esta noche. Necesito dormir.
La voz apagada de Agustín se filtró por la pared.
—¡Porque no puedes andar por ahí con tu ex novio, por eso!
—Quizás si me hubieras llevado al trabajo...
—¡No, no me lo encasquetes a mí! Si hubiera hecho la misma cosa...
—¿Quién dice que no lo hayas hecho?
—¿Qué significa eso? ¿Qué quieres decir, Cande? ¿Alguien te ha dicho algo?
—¡No!
—Entonces, ¿qué?
—¡Nada! ¡No sé lo que haces cuando estás fuera! ¡Ni siquiera estoy segura de que importe ya!
Entonces, todo se quedó muy tranquilo, y después de varios minutos, continuaron hablando en voz baja. Diez minutos más tarde, no había voces en absoluto, y justo cuando pensaba en ir a ver a Cande, escuché sus gemidos y aullidos, y su cama golpear contra la pared.
Ugh.
—¿En serio? —dije.
—Vivir juntos suena cada vez mejor, ¿no? —dijo Peter contra mi cuello.
Me acomodé a su lado.
—Han pasado menos de cuatro meses. Calmémonos.
—¿Por qué?
—Porque es una gran cosa. Y apenas te conozco.
Peter tocó mi rodilla, luego dejó que su mano subiera hasta que sus dedos tocaron mis bragas.
—Te conozco bastante íntimamente.
—¿De verdad? ¿Quieres ponerte manos a la obra con Buffy y Spike al otro lado?
—¿Huh?
—Peleaban, y luego ellos... no importa.
—No estás de humor, ¿eh? —preguntó.
Los aullidos de Cande eran cada vez más estridentes.
—No... ahora mismo, no.
—¿Ves? Ya estamos prácticamente casados.
—¡Tienes chistes! —dije mientras clavaba los pulgares entre sus costillas. Intentó apartarme, gruñendo y riéndose mientras le hacía cosquillas. Eventualmente, comenzó a reproducir los gemidos agudos de Cande. Me cubrí la boca, riéndome sin parar. Cande se quedó en silencio, y Peter chocó los puños conmigo. Entonces, nos acostamos de nuevo.
Media hora más tarde, Agustín y Cande se arrastraron por el pasillo y luego la puerta principal se abrió y se cerró. Tras unos segundos, la puerta de mi habitación se abrió y la luz se encendió.
—¡Idiotas!
Me tapé los ojos hasta que escuché a Cande jadear.
—Santa mierda, Peter, ¿qué te pasó?
Me giré para mirarlo. Tenía tres arañazos ensangrentados en su pómulo y el labio roto. Me senté de golpe.
—¿Qué te pasó en la cara, Peter?
—Todavía no he pensado en una buena mentira que contarte.
—Pensé que fuiste a Chicken Joe's con Olive esta noche. Fuiste a ese bar de motociclistas, ¿verdad? —dije, mi voz llena de acusación.
Peter se rió.
—No, fui a Chicken Joe's. También Chase y Colin.
Cande jadeó, y yo me uní. Mis ojos se llenaron de lágrimas.
—¿Ellos jodidamente te acorralaron? ¿Cuándo estabas con Olive? ¿Está bien?
—Lo intentaron. Está bien. Salimos de ahí. No vio mucho.
Cande dio un paso.
—¿Qué ocurrió?
—No volverán a acorralarme otra vez, sólo dejémoslo así.
Me cubrí la cara.
—¡Santa mierda! ¡Maldita sea! —Tomé el celular y les envié el mismo mensaje a Colin y Chase. Sólo decía una palabra.
IDIOTAS.
El móvil de Peter vibró y lo tomó, luego puso los ojos en blando. También le había enviado el mensaje a él.
—Oye. Ellos vinieron por mí.
—¿Están bien? —pregunté.
—Heridos. Empeorarán por la mañana. Pero ya está hecho.
Mi cara hizo una mueca.
—¡Peter! ¡Maldita sea! ¡Esto tiene que parar!
—Te lo dije, nena, ya está hecho. Coby se encontraba con ellos. No se unió. Intentó disuadirlos. Les pateé el trasero. Acordaron retroceder.
Mi móvil sonó. Era Chase.
Lo siento. Lo arreglamos. Todo está bien.
¿Cómo está tu cara?
No muy bien.
Bien.
Los ojos de Cande se ampliaron un poco antes de retirarse y volver a su cuarto.
Miré a Peter.
—¿Qué querías que hiciera? ¿Dejar que me patearan el culo?
Mi cara se suavizó.
—No. Odio que ocurriera delante de Olive. Estoy preocupada por ella.
Peter salió de la cama, apagó la luz, y luego se arrastró de vuelta a mi lado.
—La verás mañana. Está bien. Se lo expliqué, y luego se lo expliqué a sus padres.
Me encogí.
—¿Se enojaron?
—Un poco. Pero no conmigo.
—¿Necesitas una bolsa de hielo o algo?
Peter se rió.
—No, nena. Estoy bien. Duerme.
Me relajé a su lado, pero me tomó un buen rato conciliar el sueño. Mi mente no dejaba de correr, y por su respiración, me di cuenta de que Peter tampoco podía. Finalmente, mis ojos se pusieron pesados, y me dejé ir a la deriva.
Cuando mis ojos por fin se abrieron, el reloj marcaba las diez y Olive se encontraba de pie junto a mi cama, mirándome. Sostuve las sábanas contra mi pecho, consciente de mi casi desnudez.
—Hola, Olive —dije, entrecerrando los ojos—. ¿Dónde está Pitt?
—Está trayendo los comestibles.
—¿Comestibles? —dije, sentándome—. ¿Qué comestibles?
—Fuimos a comprar esta mañana. Dijo que olvidaste algunas cosas, pero tiene seis bolsas.
Me incliné, pero sólo vi la puerta principal abierta.
Agustín salió al pasillo, su piel bronceada cubierta con sólo un par de bóxer verdes. Bostezó, se rascó el trasero, y luego se giró para ver a Olive. Cruzó las manos sobre su ingle que también estaba despertando.
—¡Wow! ¿Qué está haciendo ella aquí?
—Está aquí con Peter. ¿Ya volviste?
—Llegué cuando Peter se marchaba.
—Ponte tu maldita ropa, no vives aquí.
Olive sacudió con la cabeza, regañándolo con sus brillantes ojos verdes.
Agustín se retiró a la habitación de Cande, y señalé la puerta.
—Márchate, niña. También tengo que vestirme. —Le guiñé un ojo, y sonrió antes de saltar al salón.
Cerré la puerta de mi dormitorio y rebusqué entre mis cajones por calcetines y un sujetador, luego me puse unos pantalones y un suéter color crema. Mi pelo seguía oliendo como cuarenta paquetes de cigarrillos por trabajar anoche en el Red, así que me hice una pequeña coleta, me rocié un poco de desodorante, y lo aprobé.
Cuando entré en la cocina, Peter bromeaba con Olive mientras guardaba los alimentos enlatados, junto con otras cosas. Todos los armarios se encontraban abiertos y llenos.
—¡Peter Lanzani! —Jadeé y me cubrí la boca—. ¿Por qué hiciste eso? ¡Se supone que tienes que ahorrar dinero.
—Paso mucho tiempo aquí, comiendo un motón de tu comida, y tendré trescientos dólares más, especialmente después de la pelea de Thiago de fin de año.
—Pero no sabes cuándo es o incluso si pasará. Ahora Thiago está sobre Mar. ¿Y si renuncia? ¿Qué si el otro chico se retira?
Peter sonrió y me tiró a sus brazos.
—Deja que yo me preocupe por eso. Puedo comprar algunos comestibles de vez en cuando. También conseguí algo para mi papá.
Lo abracé, y luego saqué el último cigarrillo de mi paquete.
—No se te ocurrió tomar mis cigarros, ¿verdad? —pregunté.
Peter parecía decepcionado.
—No. ¿No tienes más? Puedo volver y conseguir algunos.
Olive se cruzó de brazos.
—Fumar es malo para ti.
Aparté el cigarrillo de mi boca y lo dejé en la encimera.
—Tienes razón. Lo siento.
—No te hagas la listilla conmigo. Deberías dejarlo. Pitt también debería.
Peter observó a Olive por un momento, y luego me miró.
Me encogí de hombros.
—De todas maneras se está volviendo muy caro.
Peter sacó un paquete del bolsillo de su abrigo y lo aplastó con una mano, luego tomé mi último y lo rompí por la mitad. Peter lo arrojó a la basura, y yo también.
Olive se quedó de pie en medio de mi cocina, más feliz de lo que jamás la había visto, y luego sus hermosos ojos verdes empezaron a llenarse de lágrimas.
—¡Ah! ¡Ugh! ¡No llores! —dijo Peter, levantándola en sus brazos. Lo abrazó, y su pequeño cuerpo comenzó a temblar.
Se tranquilizó, me miró, y se limpió uno de sus ojos húmedos.
—¡Estoy tan bendecida! —dijo, sollozando.
Abracé a Peter, aplastándola entre nosotros. Las cejas de Peter se alzaron, ambos divertidos y conmovidos por su reacción.
—Dios, ugh, si hubiera sabido que esto era tan importante para ti, los habría tirado a la basura hace mucho tiempo.
Ella presionó las manos contra sus mejillas, haciendo que sus labios sobresalieran.
—Mamá dice que está más orgullosa de dejar de fumar que de casi cualquier otra cosa. Excepto yo.
Los ojos de Pete se suavizaron y la abrazó más fuerte.
Olive vio las caricaturas en el sillón de dos plazas hasta que Peter tuvo que ir a casa a prepararse para el trabajo. Llegué antes que él a Skin Deep y decidí limpiar y pasar la aspiradora porque Calvin ya había abierto la tienda, encendido todas las luces y también el ordenador, que es lo que yo solía hacer cuando llegaba.
Hazel entró por la puerta principal, casi escondida bajo su gran abrigo naranja y su gruesa bufanda.
—¡Lo siento! ¡Lo siento tanto! —dijo, corriendo a su cuarto.
La seguí, curiosa.
Roció la silla con MadaCide, y luego desinfectó todo lo demás. Hurgaba en sus cajones, sacando varios paquetes, y entones se giró para enfrentarme.
—Me lavaré las manos, me pondré los guantes, ¡y estaré lista!
Fruncí el ceño.
—¿Lista para qué? No tienes una cita esta mañana.
Una sonrisa maliciosa se extendió por todo su rostro.
—¡Oh, pero claro que la tengo!
Se fue por unos cinco minutos y luego regresó, poniéndose los guantes.
—¿Y bien? —dijo, mirándome expetante.
—¿Y bien, qué?
—¡Siéntate! ¡Hagamos esto!
—No me haré un guage, Hazel. Ya te lo he dicho. Varias veces.
Sacó su labio inferior.
—¡Pero tengo los guantes! ¡Estoy lista! ¿Has visto los nuevos gauges de leopardo que llegaron la semana pasada? ¡Son increíblemente calientes!
—No quiero mis orejas flácidas. Es asqueroso.
—No tienes que agrandarlos. Podemos comenzar con uno de dieciséis. ¡Eso es pequeñito! Algo como... —Curvó el pulgar y el índice para formar un pequeño agujero en el centro.
Sacudí la cabeza.
—No, querida. Me hice el de la nariz. Me encanta. Estoy bien.
—¡Te encanta el mío! —dijo, desanimándose más con cada segundo.
—Sí. El tuyo. No quiero eso para mis orejas.
Hazel se arrancó los guantes y los tiró a la basura, y luego maldijo, un montón, en tagalo.
—Pitt estará aquí en cualquier momento —dije—. Hazte un nuevo tatuaje. Desahógate.
—Eso funciona para ti. Yo necesito apuñalar cosas. Eso es lo que me trae paz.
—Rara —dije, regresando al frente.
Peter entró, las llaves colgando de su dedo. Se encontraba claramente de buen humor.
—Nena —dijo, caminando para ponerse a mi lado. Me agarró los brazos—, el coche está encendido. Necesito que vengas conmigo un segundo.
—Pitt, la tienda está abierta, no puedo...
—¡Cal! —gritó Peter.
—¿Sí? —gritó Calvin desde atrás.
—¡Me llevo a Lali para que lo vea! ¡Estaremos de vuelta en menos de una hora!
—¡Lo que sea!
Peter me miró, sus ojos brillando.
—¡Vamos! —dijo, tirándome de la mano.
Me resistí.
—¿A dónde vamos?
—Ya lo verás —dijo, llevándome al Intrepid. Me abrió la puerta, y me senté adentro. Corrió por detrás, y luego se deslizó en el asiento del conductor.
Condujo rápido a donde sea que nos dirigíamos, poniendo la radio un poco más alto de lo normal, mientras marcaba el ritmo sobre el volante. Llegamos a Highland Ridge, uno de los complejos de apartamentos más bonitos de la ciudad, y nos estacionamos frente a la oficina. Una mujer de mi edad se encontraba de pie ahí afuera en un traje y tacones.
—Buenos días, señor Lanzani. Usted debe de ser Mariana —dijo, tendiendo la mano—. Soy Libby. He estado esperando este día. —Estreché su mano, sin saber qué ocurría.
Peter tomó mi mano mientras la seguíamos a un edificio en la parte trasera de la propiedad. Subimos las escaleras, y Libby sacó un gran manojo de llaves, usando una para abrir la puerta.
—Entonces, esta es la de dos dormitorios. —Extendió el brazo y giró lentamente en semi círculo. Me recordaba a una de esas mujeres de El Precio Justo—. Dos baños, más de doscientos metros cuadrados, lavadora y conexión para la secadora, nevera, triturador de basura, lavavajillas, chimenea, moqueta en toda la casa, y la posibilidad de dos mascotas con depósito. Ochocientos ochenta al mes, más ochocientos ochenta de depósito. —Sonrió—. Eso es sin mascotas, e incluye agua y basura. El basurero pasa los martes. La piscina está abierta de mayo a septiembre, el club durante todo el año, gimnasio veinticuatro horas, y por supuesto, una plaza designada para el coche.
Peter me miró.
Me encogí de hombros.
—Es increíble.
—¿Te gusta?
—¿Qué más se puede pedir? Supera mi casa con creces.
Peter le sonrió a Libby.
—Nos la quedaremos.
—Uh... Peter, ¿podemos? —Lo metí en una habitación y cerré la puerta.
—¿Qué, nena? Este lugar no estará libre para siempre.
—¿Pensé que no tendrías el dinero hasta después de la pelea de Thiago?
Peter se rió y me rodeó con sus brazos.
—Ahorraba para un año de alquiler y facturas, incluyendo la mitad de la de mi padre. Puedo permitirme mudarnos ahora.
—Espera, espera, espera... ¿acabas de decir nosotros?
—¿Qué más diría? —preguntó Peter, confuso—. Has dicho que te encantaba y que era mejor que tu casa.
—¡Pero tampoco he dicho que me fuese a mudar! ¡Anoche dije lo contrario!
Peter se quedó ahí, con la boca abierta. La cerró de golpe, y se frotó la nuca.
—Vale, así que... tengo una llave de tu casa, tienes una de la mía. Veamos cómo va. Sin presiones.
—No tengo que tener una llave de tu apartamento ahora mismo.
—¿Por qué no?
—Simplemente... no necesito una. No sé, se siente raro. ¿Y por qué necesitas dos habitaciones?
Peter se encogió de hombros.
—Dijiste que necesitabas tu espacio. Esa habitación es para lo que sea que quieras.
Quería abrazarlo y decirle que sí y hacerlo feliz, pero no quería irme a vivir con mi novio. No todavía, y si lo hiciera, sería un proceso natural, no esta emboscada de mierda.
—No.
—¿No a qué?
—No a todo. No aceptaré la llave. No me mudaré. No me haré gauges. ¡Sólo... no!
—Gauges... ¿qué?
Salí corriendo, pasando junto a Libby, por las escaleras y de vuelta al Intrepid. Peter no me hizo esperar en el frío por mucho tiempo. Se deslizó a mi lado y arrancó el coche. Mientras se calentaba, suspiró.
—Escogí una mala semana para dejar de fumar.
—Dímelo a mí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Comenten, todas sus opiniones cuentan:3