—¡Sí! —dijo Cande, moviendo la cabeza al son del ritmo—. ¡Amo esta canción!
Negué con la cabeza en lo que vertía un trago en un vaso.
Peter, Thiago y Nico atravesaron la multitud hasta la barra y me sentí instantáneamente feliz.
—¡Lo lograron! —dije. Les saqué sus cervezas favoritas del congelador, las abrí y las puse en la barra.
—Dije que lo haríamos —dijo Peter. Se inclinó sobre la barra y me besó ligeramente en los labios. Miré a Thiago.
—¿Le has contado algo?
—No. —Me guiñó. Un tipo detrás de Peter ordenó un Jack con Coca-Cola y comencé a servírselo, tratando de no mirar a medida que Peter se alejaba. Las fiestas siempre eran divertidas y amaba trabajar cuando se llenaba así, pero por primera vez, deseé estar del otro lado de la barra.
Los chicos encontraron una mesa y se sentaron. Nico y Peter parecían pasarla bien, pero Thiago bebía de su cerveza, tratando de fingir que no se sentía miserable y fallando.
—¡Jorie! —grité—. Mantén esa mesa llena de cerveza y chupitos, por favor. —Le extendí una bandeja y la cogió.
—Sí, señora —dijo, meneando su trasero al compás de la música al caminar.
Una pelirroja llena de curvas se acercó a la mesa Lanzani y abrazó a Peter. Me llenó una extraña e incómoda sensación. No sabía con certeza qué era, pero no me gustaba. Le habló por unos cuantos momentos y luego se paró entre los hermanos. Tenía esta mirada esperanzada en sus ojos que había visto varias veces cuando las mujeres le hablaban a Thiago. Muy pronto, la multitud oscureció mi vista. Tomé el dinero de la mano de alguien y lo registré, dándole su cambio. Los dólares restantes se fueron a la jarra de propinas y comencé con la siguiente orden. Entre Cande y yo, esta única noche pagaría nuestra renta por los siguientes tres meses.
La banda dejó de tocar y aquellos de pie en la barra miraron a su alrededor. El cantante principal comenzó a hacer la cuenta regresiva desde diez y todos contaron con él. Las chicas avanzaban entre la multitud, apresurándose para estar junto a sus citas para el primer beso del año.
—¡Cinco! ¡Cuatro! ¡Tres! ¡Dos! ¡Uno! ¡Feliz Año Nuevo!
Plateados y dorados globos y confeti cayeron desde el techo, en el momento justo. Levanté la mirada, orgullosa de Hank. Para un bar de pueblo, siempre iba con todo. Miré en dirección de la mesa de Peter, viendo los labios de la pelirroja en los suyos. Mi estómago se sintió enfermo y por medio segundo, quise saltar sobre la barra y quitársela de encima. De repente, el rostro de Peter apareció frente a mí. Me notó mirando su mesa y sonrió.
—Deseaba a Thiago desde antes de que él siquiera llegara aquí.
—Todas lo hacen —dije, respirando un suspiro de alivio. Malditos sean los chicos Lanzani y su ADN idéntico.
—Feliz Año Nuevo, cariño —dijo Peter.
—Feliz Año Nuevo —dije, deslizando una cerveza a lo largo de la barra hacia la persona que la ordenó.
Él ladeó la cabeza, haciéndome señas para que me acercara. Me incliné a través de la barra y puso sus labios en los míos, ahuecando la mano suavemente en mi nuca. Sus labios se sentían cálidos y suaves e increíbles, y cuando me dejó ir, me sentí un poco mareada.
—Ahora estoy jodido —dijo Peter.
—¿Por qué? —pregunté.
—Porque el resto de mi año nunca será como los primeros treinta segundos.
Presioné mis labios juntos.
—Te amo.
Peter echó un vistazo hacia atrás, notando que Thiago se hallaba una vez más solo en la mesa.
—Tengo que irme —dijo, luciendo decepcionado—. También te amo. Tengo que estar con él. ¡Volveré!
Ni un minuto más tarde, vi a Peter despidiéndose frenéticamente. El rostro de Thiago lucía rojo. Parecía molesto y se iban. Me despedí y regresé con la exigente multitud, feliz de tener algo que me distrajera de los labios de Peter Lanzani.
Cuando salí del trabajo, Peter me esperaba en la entrada para empleados, y me llevó hasta Pitufo. Metió las manos en los bolsillos de sus vaqueros en lo que desbloqueaba la puerta y cuando entré en el asiento del conductor, Peter frunció el ceño.
—¿Qué?
—¿Por qué no me dejas llevarte a casa?
Miré el Intrepid.
—¿Quieres dejar tu auto aquí?
—Quiero llevarte a casa.
—Vale. ¿Te importaría explicarme por qué?
Negó con la cabeza.
—No lo sé. Sólo tengo un mal presentimiento sobre que conduzcas a casa. Me molesta cada vez que te veo entrar al auto.
Lo observé por un momento.
—¿Has pensado alguna vez en hablar con alguien? ¿De lo que sucedió?
—No —dijo, sin darle importancia.
—Parece como si todavía te sintieras ansioso. Podría ayudar.
—No necesito un loquero, nena. Nada más necesito llevarte a casa.
Me encogí de hombros y luego pasé por encima de la consola.
Peter encendió el motor y me puso una mano en el muslo en tanto esperaba que este se calentara.
—Thiago me preguntó por ti esta noche.
—¿En serio?
—Le dije que aún salías con tu novio de California. Casi vomité por decirlo.
Me incliné hacia delante y lo besé en los labios, y él me acercó.
—Lamento que hayas tenido que mentirle. Sé que es estúpido, pero comenzaría un tema que en serio no estoy segura de poder conversar. Si tan sólo tuviéramos un poco más de tiempo...
—No me gusta mentirles a mis hermanos, pero odié incluso decir que salías con alguien más. En verdad me hizo pensar en lo que sería perderte. En lo que sería pasar por lo mismo que Thiago. —Sacudió la cabeza—. No puedo perderte, Lali.
Me toqué los labios con los dedos y negué. Él confiaba en mí, haciéndose vulnerable y yo le ocultaba las cosas.
—¿Puedes quedarte conmigo esta noche? —pregunté.
Se llevó mi mano a la boca, la giró y besó la estrecha piel de mi muñeca.
—Me quedaré aquí por el tiempo que me dejes —dijo, como si ya debiera saberlo.
Retrocedió en el estacionamiento y luego condujo fuera del aparcamiento, dirigiéndose a mi apartamento. El ceño que Peter tenía más temprano no desaparecía y lucía perdido en sus pensamientos mientras conducía con su mano en la mía.
—Cuando tenga suficiente dinero ahorrado, pensé que tal vez podrías ayudarme a encontrar un apartamento.
Sonreí.
—Claro.
—Quizá te guste lo suficiente como para que te mudes conmigo. —Lo miré fijamente por un momento, esperando que me dijera que bromeaba, pero no lo hizo; en su lugar, juntó las cejas—. ¿Es un mal plan?
—No. No necesariamente. Sólo uno muy adelantado.
—Sí. Especialmente desde que perdí una cuarta parte de mis ahorros con la ex de Thiago.
Me reí.
—¿Qué? ¿En serio? ¿Cómo pasó eso?
—Una noche de póquer. Es como un fenómeno del póquer. Nos estafó.
—¿Mar?
Asintió.
—Lo juro por Dios.
—Qué genial.
—Supongo. Si te gustan las estafas.
—Bueno... su perro se llama Crook,
Peter se rió y apretó mi rodilla en lo que aparcábamos en mi espacio. Apagó las luces, dejando la parte delantera de mi apartamento en la oscuridad. Con los dedos de Peter entrelazados a los míos, entramos y luego le puse la cadena en la puerta.
—¿Cande no vendrá a casa?
Negué con la cabeza.
—Se va a quedar con Agustín.
—Pensé que habían roto.
—Ella también. Pero cuando recibió un gran ramo de flores al día siguiente, decidió que no lo hicieron.
Caminé de espaldas hacia mi habitación, tirando a Peter de las manos. Me sonrió al caminar, sabiendo por la mirada en mi rostro lo que tenía en mente.
Permanecí en medio de mi habitación y me saqué los tacones. Luego alcancé mi espalda, me desabroché el vestido y dejé que cayera al suelo, alrededor de mis tobillos.
Peter se desabotonó la camisa blanca y luego desabrochó su cinturón. Caminé hacia él y desabotoné sus vaqueros, bajando el cierre. Nos mirábamos a los ojos con esa seria y tranquila mirada que hacía que me dolieran los muslos. Esa mirada que significaba que algo increíble iba a suceder.
Peter se inclinó, apenas tocándome los labios con los suyos y dejando que su total suavidad me rozara la boca y luego bajó por mi mandíbula hasta mi cuello. Una vez que alcanzó mi clavícula, volvió su mirada a la mía. Le pasé las manos por el pecho y después el estómago, arrodillándome y agarrando la banda de los vaqueros y bajándola lentamente. Su bóxer oscuro quedó directamente frente a mi rostro, y una vez que Peter salió de sus vaqueros, alcé la mirada, agarré el elástico y también los bajé.
Su polla ya estaba totalmente erecta y me sentí feliz por los condones en el gabinete de mi mesita de noche, porque definitivamente íbamos a necesitarlos.
Le besé el estómago y tracé un camino desde su ombligo hasta la base de su vara. Al momento en que me lo puse dentro de la boca, enterró los dedos en mi cabello y gimió.
—Oh. Mi. Jodido. Dios.
Moví la cabeza de adelante hacia atrás y levanté la mirada hacia él. Me observaba, con esa misma mirada maravillosa y seria en sus ojos. Mis dedos y palma se deslizaban suavemente por su tierna piel y entre más profundo lo tomaba en mi garganta, más fuerte gemía y maldecía.
Moví la mano de su parte delantera hasta la de atrás y agarré su apretado trasero con ambas, metiéndolo incluso más profundamente en mi boca. Sus dedos me tiraban del cabello y por diez minutos, tarareó, gimió y me rogó que lo dejara entrar en mí.
Cuando parecía como si no pudiera soportarlo más, retrocedí y me recosté en la cama, con las rodillas separadas. Peter me siguió, pero en lugar de situarse entre mis piernas, me giró sobre mi estómago y presioné su pecho contra mi espalda. Su húmeda polla permanecía entre las mejillas de mi trasero, y sus labios se encontraban contra mi oído. Lamió tanto su dedo índice como el medio y luego deslizó su mano entre el colchón y mi estómago, estirándose hasta que sus cálidos y húmedos dedos tocaban mi piel rosada e hinchada.
Gemí cuando me acariciaba, besando la tierna parte detrás de mi oreja. Una vez que las sábanas debajo de mí estuvieran húmedas, alargué un brazo hacia el cajón. Peter sabía exactamente lo que quería y se detuvo lo suficiente como para tomar un paquete cuadrado; abrirlo con sus dientes y deslizar el látex sobre su rígida erección.
Cuando la calidez de su pecho y abdominales regresaron a mi espalda, casi me corrí. Se estiró debajo de mí, levantándome las caderas para alzar mi trasero unos cuantos centímetros y entró en mi interior, lento y controlado. Ambos gemimos y arqueé la espalda, corcoveando mis caderas contra las suyas, permitiéndole entrar más profundo.
A medida que comenzaba a moverse contra mí, agarré las sábanas. Cuando alargó un brazo para volver a tocarme con sus dedos, grité. La sensación de sus caderas y muslos contra mi trasero desnudo era increíble y sólo quería más profundo, más cerca, más duro.
Peter quitó las hebras de mi rostro y ojos. Todo mi cuerpo se sentía colmado por la más maravillosa intensidad. Me envolvió y chillé mientras esta viajaba a través de mi cuerpo como electricidad.
—Maldita sea, sigue haciendo ese sonido —dijo, sonando sin aliento.
Ni siquiera sabía muy bien que sonido hacía, me sentía demasiado perdida en el momento, en él. Me embistió con fuerza, cada empujón enviando oleadas de sacudidas desde mi pelvis hasta las puntas de mis dedos. Me mordió la oreja, firme y suavemente, de la misma forma en que me follaba. Sus dientes soltaron la oreja, y sus dedos se enterraron más profundamente en mis caderas. Gruñó cuando se introducía una última vez en mi interior y su cuerpo tembló al gemir.
Colapsó junto a mí, sin aliento y sonriendo, su piel brillando con sudor. Sabía que tenía el mismo sonrojo y una expresión satisfecha en mi rostro.
Peter me quitó suavemente el cabello del rostro.
—Eres jodidamente increíble.
—Tal vez. Pero estoy definitivamente enamorada de ti.
Peter se rió una vez.
—Es loco sentirse así de feliz... ¿Estás tan feliz como yo?
Sonreí.
—Muy feliz.
Y allí fue cuando todo se vino abajo.
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