viernes, 19 de junio de 2020

Beautiful Oblivion: Capítulo 18

A primeras horas de la mañana del sábado, Peter me mandó un texto diciéndome que se encontraba en mi puerta, así que salté del sofá y la abrí.

—Tengo un timbre en la puerta, ya sabes —dije.

Frunció el ceño, tirando de su abrigo y colgándolo en el taburete más cercano. 

—¿En qué estamos? ¿En 1997? —Me agarró y nos volteamos sobre el respaldo del sofá, aterrizando de espaldas conmigo encima de él.

—Tranquilo —le dije, mis ojos cayendo a sus labios.

Se inclinó y me besó, luego levantó la mirada. 

—¿Dónde está Cande?

—Con Agustín. Están en una cita. Por eso se fue temprano del trabajo esta noche.

—¿No discutían apenas ayer?

—De ahí la cita.

Peter negó con la cabeza. 

—¿Estoy loco, o ella era más feliz con Vico?

—Ella siente que esta es su segunda oportunidad con Agustín, así que supongo que está tratando de limar las asperezas. Dijo que se quedaría en su apartamento esta noche.

Se incorporó, llevándome con él. 

—¿Escribiste tu ensayo?

—Sí —le dije, levantando la barbilla—. Y terminé mi tarea de estadísticas.

—¡Oh! —dijo Peter, envolviendo los brazos alrededor de mí—. ¡Ella es hermosa e inteligente!

—¡No suenes tan sorprendido, idiota! —dije, fingiendo insultarlo.

Peter volteó su gorra de béisbol roja hacia atrás y se rió mientras plantaba pequeños besos en mi cuello. Cuando nos dimos cuenta al mismo tiempo que nos encontrábamos solos y lo estaríamos toda la noche, mi risa se desvaneció.

Se inclinó, mirando fijamente mis labios por un momento y luego presionó su boca contra la mía. La forma en que me besó fue diferente al anterior. Era lento, lleno de significado. Incluso lo hizo de una manera que lo sentí como si fuera la primera vez. De repente me sentí nerviosa y no sabía por qué.

Sus caderas se movieron contra las mías en un movimiento tan pequeño que me pregunté si lo había imaginado. Me besó de nuevo, esta vez con más fuerza y su respiración falló. 

—Dios, te deseo jodidamente tanto.

Pasé mis dedos por su camiseta, tomé el dobladillo inferior en ambos puños, y luego tiré. En un movimiento fluido, la camisa de Peter estaba fuera y su piel cálida y desnuda se rozaba contra la mía. Cuando su lengua encontró su caminoba la mía, pasé los dedos por su piel suave, esta vez colocándolos en la parte baja de su espalda. 

Peter se sostuvo con los codos, manteniendo su peso completo sin aplastarme, pero aun así mantuvo el bultobdebajo de la bragueta de sus vaqueros presionando justo contra la parte baja de mi hueso pélvico. Sus movimientos fueron restringidos, pero me di cuenta de que quería deshacerse del tejido entre nosotros, tanto como yo. Envolví las piernas alrededor de él, entrelazando mis tobillos detrás de su culo. Tarareó y luego susurró contra mi boca:

—Esta no es la manera en que quería hacer esto. —Me besó de nuevo—. Primero quería llevarte a cenar.

—Tu novia es una camarera que trabaja todas las buenas noches para una cita. Hagamos una excepción —le dije.

Peter inmediatamente se apartó de mí, buscando mi rostro. 

—¿Novia?

Me tapé la boca con una mano, sintiendo llamear toda mi cara.

—¿Novia? —preguntó Peter de nuevo, esta vez sonando más como una pregunta y menos como que jodido momento.

Cerré los ojos y mi mano dejó mi boca para tocar mi frente, y luego mis dedos se deslizaron hacia atrás para sujetarme el pelo.

—No sé por qué dije eso. Simplemente salió.

La expresión de Peter cambió de confundida a sorprendida con una sonrisa apreciativa. 

—Estoy bien con eso si tú lo estás.

Las esquinas de mi boca se alzaron.

—En cierto modo eso es mucho mejor que una cena.

Sus ojos recorrieron mi rostro. 

—Mariana Esposito es mía. Eso es una locura.

—En realidad no. Ha estado sucediendo por un largo rato.

Negó con la cabeza lentamente. 

—No tienes ni idea —dijo sonriente—. ¡Mi chica es jodidamente caliente! —Su boca se estrelló contra la mía, y entonces tiró de mi camiseta por encima de mi cabeza, dejando al descubierto mi sujetador rojo. Metió la mano en mi espalda y pellizcó los broches. Se soltaron. Deslizó los tirantes de mis hombros y mis brazos, luego dejó un rastro de besos calientes en mi cuello y el pecho. Con suavidad pero con un propósito, Peter ahuecó mi pecho y luego lo tomó en la boca, chupando, lamiendo y besando, y así sucesivamente, apreté sus caderas entre mis muslos.

Dejé que mi cabeza cayera hacia atrás contra el brazo del sofá mientras él seguía lamiendo y besando su camino por mi vientre, y con ambas manos desabrochó y abrió la cremallera de mis vaqueros, revelando mis bragas de encaje negro y rojo. Negó con la cabeza y me miró. 

—Si hubiera sabido que usabas cosas como esta, no habría sido capaz de esperar tanto tiempo.

—Entonces manos a la obra. —Sonreí.

Después de algunos intentos frustrados por maniobrar en el sofá, Petersuspiró. 

—A la mierda esto —dijo, sentándose y cargándome con él. Con mis piernas todavía envueltas alrededor de su cintura, me llevó hacia el dormitorio.

Pude oír voces amortiguadas justo fuera de la puerta del apartamento, luego se abrió, golpeando contra la pared.

Las mejillas de Cande se encontraban llenas de rímel y tenía el vestido de cóctel color rosa más hermoso que había visto.

—¡No lo entiendes! —gritó—. ¡No me puedes llevar a una fiesta en una cita y luego dejarme sola toda la noche para que puedas beber del barril con tus hermanos de fraternidad!

Agustín cerró la puerta. 

—Podrías haber estado allí conmigo,¡pero estuviste empeñada en poner mala cara toda la maldita noche!

Peter se congeló, de espaldas a Cande y Agustín. Me alegré, porque su cuerpo ocultaba su vista de mi pecho.

Cande y Agustín nos miraron durante unos segundos, y luego Candecomenzó a llorar y corrió a su habitación. Agustín la siguió por el pasillo, pero primero le dio una palmadita en el hombro a Peter.

Peter suspiró, bajándome a mis pies. Extendió la mano al sofá para conseguir mi camisa mientras me ponía el sujetador. Cande y Agustín seguían gritando mientras los dos nos vestíamos. No quería este drama como telón de fondo en nuestra primera vez juntos y noté que Peter tampoco lo quería.

—Lo siento —le dije.

Perer rió. 

—Nena, cada segundo que acabamos de pasar fue un buen momento. No tienes nada de que disculparte.

La puerta del dormitorio de Cande se estrelló mientras gritaba:

—¿A dónde vas? —Agustín pisoteaba hacia la esquina. Ella lo persiguió y se interpuso entre la puerta y él —. ¡No te vas a ir!

—¡No te escucharé gritarme toda la noche!

—¡Si sólo escucharas! ¿Por qué no escuchas lo que trato de decir? Podemos hacer esto funcionar si…

—¡No quieres que escuche! ¡Quieres que obedezca! ¡Había otras personas en esa fiesta, además de ti, Can! ¿Cuándo te meterás en la cabeza que no eres mi puta dueña?

—Eso no es lo que quiero, yo…

—¡Apártate de la puerta! —gritó.

Fruncí el ceño. 

—Agustín, no le grites de esa forma. Han estado bebiendo.

Se volteó, más enojado de lo que lo había visto antes. 

—¡Tampoco necesito que tú me digas qué hacer, Lali!

Peter dio un paso adelante y puse la mano sobre su hombro.

—No te estoy diciendo qué hacer —le dije.

Agustín señaló con cuatro dedos y un pulgar a Cande. 

—Está gritándome, joder. ¿Eso está bien, supongo? ¡Las mujeres son todas la misma mierda! ¡Nosotros siempre somos los malos!

—Nadie dijo que eras el malo de la película, Agustín, cálmate —le dije.

—¡Yo lo hice! ¡Él es el jodido chico malo de esta película! —espetó Cande.

—Can… —le advertí.

—Oh, ¿yo soy el malo? —dijo Agustín, tocando su pecho con ambas manos—. ¡Yo no soy la que está medio desnuda con Peter por aquí, cuando la noche pasada se encontraba en tu patio delantero besando a su ex!

Cande se quedó sin aliento y me congelé. Agustín parecía tan sorprendido de lo que dijo como el resto de nosotros.

Peter se movió nerviosamente y luego entrecerró los ojos en Agustín. 

—Eso no es jodidamente divertido, amigo.

Agustín palideció. Su ira desapareció, sustituida con pesar.

Peter me miró. 

—Es un mentiroso de mierda, ¿no?

—Cristo, Lali, lo siento —dijo Agutín—. Me siento como un
cretino.

Cande lo empujó. 

—¡Eso es porque lo eres! —Se movió hacia un lado—. ¡Mi error! ¡Vete a la mierda!

Peter no me quitaba los ojos de encima. Cande cerró de golpe la puerta y, entonces se acercó a Peter y a mí. Su ira se había ido, pero sus ojos inyectados en sangre y el rímel manchado la hacían parecer una reina del baile psicótico.

—Escuché que ibas a subir, pero no entraste. Así que miré por la ventana y vi… lo que vi. Se lo comenté a Agustín —admitió, mirando el suelo—. Lo siento.

Peter rió una vez, con el rostro lleno de disgusto. 

—Maldita sea, Cande. ¿Lo sientes por descubrirlo? Eso es simplemente genial.

Cande inclinó la cabeza, decidida a arreglar las cosas. 

—Pitt, lo que vi era a P.J. rogándole a Lali que regresaran. Pero ella lo rechazó. Así que… él le dio un beso de despedida. No fue ni siquiera un beso beso —dijo, encogiéndose de hombros mientras negaba con la cabeza—. Fue casi en la mejilla.

—Yo me encargo de esto, Can. No necesito tu ayuda —le dije.

Me tocó el hombro. Tenía la cara llena de manchas y toda sucia alrededor de los ojos y las mejillas. Se veía lamentable 

—Lo siento mucho. Yo…

La miré y sus hombros cayeron. Asintió y luego se dirigió a su
habitación.

Peter me miraba desde la esquina de sus ojos, claramente tratando de controlar su temperamento.

—¿La escuchaste? —le pregunté.

Volvió su gorra hacia adelante y se la puso sobre los ojos. 

—Sí. —Temblaba.

—No besé a mi ex en el patio de Cande. No fue así, puedes quitarte esa imagen de la cabeza.

—¿Por qué no me lo dijiste? —preguntó, con la voz tensa.

Levanté las manos a los lados. 

—No había nada que decir.

—Otra persona tenía sus jodidos labios sobre ti. Eso es malditamente pertinente, Mariana.

Me encogí. 

—No me llames Mariana cuando estás enojado. Suenas como Colin. O mi padre.

Los ojos de Peter se encendieron de ira. 

—No me compares con ellos. Eso no es justo.

Me crucé de brazos.

—¿Cómo sabía que fuiste ahí? ¿Sigues hablando con él? —preguntó.

—No sé cómo lo sabía. Le pregunté lo mismo. No me lo dijo.

Empezó a caminar de un lado a otro, desde la puerta principal hasta el comienzo del pasillo. Se reajustaría su gorra, se frotaría la nuca y se detendría un momento para poner sus manos en la cadera, su mandíbula trabajaba bajo su piel, y entonces empezaría todo de nuevo.

—Peter, para.

Levantó un dedo índice. No estaba segura de si tomaba valor para hacer algo o trataba de mantener la calma. Se detuvo, y luego dio unos pasos hacia mí.

—¿Dónde vive?

Puse los ojos. 

—En California, Peter. ¿Qué vas a hacer? ¿Tomar un avión?

—¡Tal vez! —gritó. Todo su cuerpo se tensó y se sacudió cuando gritó. Las venas de su cuello y frente se elevaron a la superficie.

No me inmuté, pero Peter tropezó de nuevo. Lo sorprendió la pérdida de su temperamento.

—¿Te sientes mejor? —le pregunté.

Se inclinó sobre sí mismo, agarrándose las rodillas. Tomó un par de respiraciones y luego asintió. 

—Si alguna vez te vuelve a tocar —se puso de pie y me miró fijamente a los ojos—, lo voy a matar. —Agarró las llaves y luego salió por la puerta, cerrándola detrás de él.

Me quedé allí por un momento de incredulidad y luego me dirigí a mi dormitorio. Cande se encontraba de pie al lado de mi puerta en el pasillo, rogando mi perdón con sus ojos.

—Ahora no —le dije, caminando junto a ella. Cerré la puerta y caí de bruces en mi cama.

La puerta se abrió con un chirrido, seguido por el silencio. Me asomé desde mi almohada. Cande se movía nerviosamente en la puerta, le temblaba el labio inferior y se retorcía las manos en su pecho. 

—¿Por favor? —rogó.

Mi boca se tiró a un lado, y levanté la manta y le hice señas para que viniera a la cama con un movimiento de cabeza. Corrió, se metió debajo de las sábanas y luego se acurrucó en posición fetal a mi lado. La cubrí con la manta y luego la abracé mientras lloraba hasta quedarse dormida.

Me desperté con un suave golpeteo en mi puerta. Cande entró con un plato de panqueques untados con mantequilla de maní y miel de maple. Había un palilloque sobresalía fuera del centro de la pila con una bandera de servilleta blanca pegada que decía: LAMENTO QUE TU COMPAÑERA DE CUARTO SEA UNA IDIOTA.

Sus ojos estaban cargados de sueño y pude ver que sufría más que yo por lo que hizo. El perdón no es fácil para alguien como yo. Cuando lo concedía, más a menudo de lo que no, sólo le daba a alguien una segunda oportunidad para hacerme daño. La mayoría de la gente no valía la pena. Eso no era debido a mi infancia, era la dura verdad. Había sólo unas pocas personas en las que confiaba y aún menos en las que yo confiara de nuevo, pero Cande se encontraba en la cima de las dos listas.

Me reí mientras me sentaba y, después, tomé el plato. 

—No tienes que hacer esto.

Levantó un dedo, salió de la habitación durante unos segundos y luego regresó con un pequeño vaso de jugo de naranja. Lo puso en mi mesita de noche y luego se sentó con las piernas entrecruzadas en el suelo. Su rostro se encontraba limpio, el pelo cepillado y tenía un nuevo conjunto de pijama de franela con rayas.

Esperó hasta que puse el primer bocado en mi boca y luego habló:

—Nunca pensé ni un millón de años que Agustín pudiera decir algo, pero eso no es una excusa. No debería haberle dicho. Sé cómo hablan esos chicos en la casa de fraternidad y sabía que no debía darles nada para chismosear. Lo siento mucho. Hoy voy a seguirte a Skin Deep y explicarle.

—Ya le explicaste, Can. Creo que hacer un lío en su trabajo es una mala idea.

—Muy bien, entonces lo esperaré después del trabajo.

—Estarás en el trabajo para entonces.

—¡Maldita sea! ¡Tengo que arreglar esto!

—No puedes arreglarlo. Lo he jodido magníficamente. Ahora Pitt está hablando de ir a California y matar a P.J.

—Bueno, P.J. no debería haber llegado a casa de mis padres y besarte. Sabe que estás con Pitt. Cualquier cosa que pienses que estás haciendo mal, P.J. está justo ahí contigo.

Me cubrí la cara. 

—No quiero hacerle daño… ni a nadie. No quiero causar problemas.

—Tienes que hacerle saber.

—Ese escenario me aterroriza.

Cande se estiró y puso su mano sobre la mía.

—Come tus panqueques. Y luego levántate porque Skin Deep abre en cuarenta minutos.

Tomé un bocado y de mala gana mastiqué, a pesar de que era lo mejor que había comido en mucho tiempo. Apenas probé un bocado del montón y luego me metí a la ducha. Entré en la tienda diez minutos tarde, pero no importaba, porque Hazel y Peter también llegaron tarde. Calvin se hallaba allí porque la puerta se encontraba cerrada con llave, el ordenador encendido, así como las luces, pero ni siquiera se molestó en saludarme.

Diez minutos más tarde, Hazel entró por la puerta, vestida con capas de suéteres y envuelta en una gruesa bufanda caliente rosa con lunares negros. Llevaba sus gafas de montura negra y pantalones de licra negros con botas.

—¡Superé el invierno! —dijo, andando con paso pesado a su habitación.

Diez minutos después, llegó Peter. Llevaba su abrigo esponjoso azul de siempre, pantalones vaqueros y botas, pero añadió un gorro gris desgarbado y no quitó sus gafas de sol mientras caminaba a su habitación.

Levanté las cejas.

—Buenos días —me dije a mí misma.

Diez minutos después, la puerta se abrió de nuevo y sonó mientras entró un hombre alto y delgado. Llevaba grandes expansiones negras en sus oídos y los tatuajes cubrían cada centímetro de piel que podía ver desde su línea de la mandíbula hacia abajo. Tenía el pelo largo y fibroso, rubio y frito en las puntas, y el resto de color marrón claro. Probablemente había menos de un grado afuera y usaba una camiseta y pantalones cortos.

Se detuvo junto a la puerta y me miró con sus ojos en forma de almendra verde avellana.

—Buenos días —dijo—. No te ofendas, pero ¿quién coño eres tú?

—No me ofendo —le dije—. Soy Lali. ¿Quién diablos eres tú?

—Soy Bishop.

—Ya era hora de que aparecieras. Calvin ha preguntado por ti durante dos meses.

Sonrió.

—¿En serio? —Se acercó al mostrador y se inclinó sobre los codos—. Soy una gran mierda por aquí. No sé si miras los programas de tatuajes o no, pero me ofrecieron un episodio el año pasado y ahora viajo mucho, haciendo trabajos donde sea. Es como vacaciones para ganarse la vida. Te sientes solo, aunque...

Peter caminó hasta el mostrador, cogió una revista y comenzó a hojearla, todavía con sus gafas de sol.

—Está comprometida, idiota de mierda. Ve a preparar tu habitación. El equipo tiene telarañas.

—También te he extrañado —dijo Bishop, dejándonos solos. Caminó a lo que supuse era su habitación en el extremo opuesto de la sala.

Peter hojeó unas cuantas páginas de la revista, la arrojó sobre el mostrador y luego se dirigió a su habitación.

Lo seguí, crucé los brazos y me apoyé sobre el marco de la puerta.

—Oh, diablos no. No echas a Bishop sin ni siquiera mirarme.

Me miró, sentado en su taburete en el lado opuesto de la silla del cliente, pero no pude ver sus ojos por sus gafas de sol.

—Me di cuenta que no querrías hablar conmigo —dijo, hosco.

—Quítate las gafas, Peter. Es jodidamente molesto.

Vaciló y luego se quitó las Ray-Ban, dejando al descubierto sus ojos de color rojo brillante.

Me enderecé.

—¿Estás enfermo?

—De cierta forma. Resaca. Bebí mi peso en Maker's Mark, hasta las cuatro de la mañana.

—Al menos elegiste un bourbon decente para ponerte estúpido.

Peter frunció el ceño.

—Entonces... vamos a tenerla.

—¿Qué?

—La charla de "seamos amigos".

Crucé los brazos otra vez, sintiendo mi cara calentarse.

—Estaba segura de que anoche probaste el agua de la ducha... ahora sé que la estás bebiendo.

—Sólo mi novia podría hacer una analogía enferma como esa y seguir sonando caliente.

—¿En serio? ¿Tu novia? ¡Porque me acabas de pedir que rompa contigo!

—No creo que la gente rompa después de la secundaria, Lali... —dijo, sosteniendo la palma de su mano en su sien.

—¿Tienes dolor de cabeza? —pregunté, cogiendo una manzana del tazón de fruta de plástico sobre la mesa junto a la puerta y la arrojé a su cabeza.

Se agachó.

—¡Vamos, Lali! ¡Maldita sea!

—¡Noticias de última hora, Peter Lanzani! —dije, agarrando un plátano del tazón—. No vas a matar a nadie por tocarme, ¡a menos que yo no quiera ser tocada! Y aún así, ¡seré la que cometa el asesinato! ¿Comprendes? —Le lancé el plátano y se cruzó de brazos haciendo que la fruta rebotara al suelo.

—Vamos, nena, me siento como la mierda —se quejó.

Cogí una naranja.

—¡No dejarás mi apartamento en una rabieta, ni golpearás mi maldita puerta cuando te vayas! —La lancé directamente a su cabeza, y golpeé mi objetivo.

Asintió, parpadeó y extendió las manos, tratando de proteger su cabeza.

—¡Bien! ¡Bien!

Cogí un racimo de uvas verdes de plástico.

—¡Y lo primero que me dirás el día después de ser un imbécil no será una invitación a echar tu estúpido culo borracho! —grité las tres últimas palabras, pronunciando cada sílaba. Tiré las uvas, y las lancé contra su estómago—. Pedirás disculpas y entonces serás muy jodidamente bueno conmigo por el resto del día, ¡y me comprarás donas!

Peter miró alrededor del piso toda la fruta y luego suspiró, mirándome. Una sonrisa apareció en su rostro cansado.

—Joder, te amo.

Lo miré fijamente durante más tiempo, sorprendida y halagada.

—Ya regreso. Voy a conseguir una taza de agua y una aspirina.

—¡Tú también me amas! —dijo detrás de mí, medio bromeando.

Me detuve, giré sobre mis talones y luego regresé a su habitación. Me acerqué a donde estaba sentado, me puse a horcadas sobre él y luego toqué cada lado de su cara. Mirándolo a los ojos rojizos durante más tiempo, sonreí.

—Yo también te amo.

Sonrió, mirándome a los ojos.

—¿Estás hablando en serio?

Me incliné y le di un beso, y él se empujó desde el piso, haciéndonos girar.

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