Con una oreja contra el teléfono, y la otra siendo besada y lamida silenciosamente por Peter, traté de coordinar una propuesta a las tres y treinta.
Normalmente Peter se comportaba un poco más profesional en el trabajo, pero era Domingo, estábamos dolorosamente lentos, y Calvin había llevado a Hazel a almorzar por su cumpleaños. Peter y yo nos encontrábamos totalmente solos.
—Sí. Lo haré. Gracias, Jessica.
Colgué el teléfono, Peter agarró mis caderas y me levantó, plantando mi trasero en el mostrador. Metió mis tobillos en la parte baja de su espalda, y luego deslizó los dedos en mi cabello, peinándolo hacia atrás lo suficiente como para proporcionar un camino claro al pasar su lengua por mi cuerpo hasta que llegó a su destino: el lóbulo de mi oreja.
Tomó la pieza blanda de piel en su boca, aplicando la más pequeña presión entre sus dientes superiores y la lengua. Se había convertido en mi cosa favorita... hasta ahora. Él me había estado torturando de esta manera durante toda la semana, pero se negó a desnudarme —o tocarme en cualquier lugar divertido— hasta que fuimos a cenar la noche del lunes después del trabajo.
Peter me atrajo hacia él y apretó su pelvis en mí.
—Nunca en mi vida he pensado en un lunes con tanta ilusión.
Sonreí, dudosa.
—No sé por qué tienes estas reglas extrañas. Podríamos
romper los tres metros de distancia en tu habitación.
Peter tarareó.
—Oh. Lo haremos.
Giré mi muñeca para comprobar mi reloj.
—No tienes a nadie por una hora y media. ¿Por qué no empiezas a esbozar ese tatuaje del hombro del que hemos
hablado?
Peter lo pensó por un momento.
—¿Las amapolas?
Salté bajando del mostrador, abrí un cajón y saqué el dibujo que Peter había creado la semana anterior. Lo sostuve en su rostro.
—Son hermosas, y son importantes.
—Has dicho eso. Pero no me has dicho por qué son importantes.
—El Mago de Oz. Te hacen olvidar.
Peter hizo una mueca.
—¿Qué? ¿Es tonto? —dije, inmediatamente a la defensiva.
—No. Es solo tú referencia al Mago de Oz que me recordó el nuevo nombre de la novia de Thiago para Crook.
—¿Cuál es?
—Toto. Thiago dijo que ella es de Kansas... por eso le consiguió esa raza, en primer lugar, bla, bla, bla.
—Estoy de acuerdo. Crook es mejor.
Peter entrecerró los ojos.
—¿Realmente quieres las amapolas?
Asentí con un enfático sí.
—¿Rojas? —preguntó.
Levanté su obra de nuevo.
—Sólo de esta manera.
Se encogió de hombros.
—Está bien, muñeca. Amapolas serán. —Me tomó de la mano, llevándome de vuelta a su habitación.
Me desvestí mientras Peter terminó su preparación, pero se detuvo el tiempo suficiente para ver cómo me sacaba la camisa sobre la cabeza, y luego deslizó la correa del sujetador de encaje negro por mi brazo izquierdo. Sacudió la cabeza, sonriendo con ironía, divertido con el striptease apto para todo público que le acababa de dar.
Para el momento en que la máquina de tatuaje había comenzado a zumbar, yo estaba completamente relajada en la silla. Peter tatuando mi piel era extraordinariamente íntimo. Había algo acerca de estar tan cerca de él, la forma en que me manipula y me estira la piel mientras trabaja, y la mirada de concentración en su rostro mientras permanentemente marca mi piel con una de sus notables piezas de arte. El dolor era secundario a todo eso.
Peter terminaba una línea cuando Hazel y Calvin volvieron. Hazel tenía una bolsa en la mano cuando entró en la habitación de Peter.
—Te he traído una rebanada de pastel de queso —dijo ella, dándose cuenta de mi hombro—. Oh, eso va a ser jodidamente increíble.
—Gracias —dije, sonriendo.
—Ha sido lento, ¿no? —dijo Calvin—. ¿Supongo que ella está barriendo esta habitación?
—Uh... ella no está vestida, Cal —dijo Peter, consternado.
—No tiene nada que no haya visto antes —dijo Calvin.
—No has visto a Lali antes. Vete a la mierda.
Calvin simplemente nos dio la espalda, cruzando los brazos.
—¿Ella no puede encontrar algo que organizar cuando no estamos ocupados? Le estoy pagando por hora.
—Todo está organizado, Cal —dije—. He barrido. Incluso el polvo.
Peter frunció el ceño.
—Te quejas porque no tiene tatuajes, y ahora te quejas porque la estoy tatuando. Decídete.
Calvin estiró el cuello a Peter, gruñó, y luego desapareció por la esquina. Hazel rió, claramente sin preocuparse por la confrontación de los chicos.
Después de que Peter manipuló el sitio de mi tatuaje, deslicé mi brazo a través de la correa del sujetador —cuidadosamente— y luego saqué mi camisa por
encima de mi cabeza.
—Vas a ser despedido si lo sigues molestando.
—Nah —dijo Peter, limpiando su espacio de trabajo—. Está secretamente enamorado de mí.
—Calvin no ama a nadie —dijo Hazel—. Está casado con la tienda.
Peter entrecerró los ojos.
—¿Qué pasa con Bishop? Estoy bastante seguro que lo ama.
Hazel rodó los ojos.
—Tendrá que dejar eso atrás.
Los dejé y fui a la barra, notando el zumbido proveniente del cajón donde guardaba mi celular. Lo abrí lentamente, y miré la pantalla. Era Clark.
—¿Qué pasa? —preguntó Peter, viniendo detrás de mí para besar una pequeña parte de mi hombro que no estaba roja y arrugada de la aguja.
—Es Clark. Lo amo, sólo no estoy de humor para estar de mal humor, ¿sabes?
Los labios de Peter tocaron el borde exterior de la oreja.
—No tienes que responder —dijo en voz baja.
Con el teléfono en la palma de mi mano, rechacé la llamada, y entonces escribí un mensaje de texto.
En el trabajo. No puedo hablar. ¿Qué pasa?
Hoy es el almuerzo familiar. No lo olvides.
No puedo hoy. Trataré la próxima semana.
Mala idea. Papá ya está enojado contigo por estar desaparecida la semana pasada.
Exactamente.
Bueno. Les avisaré más cerca de la hora.
Gracias.
Una cita de Peter fue el único cliente que tuvimos durante todo el día. El cielo estaba lleno de nubes grises; el invierno amenazaba con vomitar sobre nosotros en cualquier momento. Con por lo menos tres centímetros de aguanieve y hielo ya en las carreteras, no muchas personas estaban siendo valientes. La tienda no se encontraba lejos de la escuela, por lo que normalmente se veía un flujo constante de vehículos que pasaban en cada dirección, pero con el tiempo de mierda, el tráfico era inexistente.
Peter dibujaba garabatos en una hoja de papel, y Hazel se acostaba en línea recta en el suelo delante del sofá de cuero marrón que se encontraba al lado de las puertas de entrada. Yo escribía un documento para la clase. Calvin aún no había salido de su oficina.
Hazel dejó escapar un suspiro dramático.
—Me voy. No puedo soportar esto.
—No —gritó Calvin desde la parte posterior.
Un grito ahogado emanaba de la garganta de Hazel. Cuando terminó, se quedó en silencio por un momento, y luego se sentó rápidamente, con los ojos brillantes.
—Déjame perforar tu nariz, Lali.
Fruncí el ceño y sacudí la cabeza.
—Infiernos, no.
—¡Oh, vamos! Vamos a hacerte un muy pequeño diamante. Serás una señorita, pero feroz.
—El pensamiento de mi nariz siendo perforada me hace llorar los ojos —dije.
—¡Estoy muy aburrida! ¿Por favor? —se quejó.
Miré a Peter, quien sombreaba el dibujo de lo que parecía un duende.
—No me mires. Es tu nariz.
—No te estoy pidiendo permiso. Quiero tu opinión —dije.
—Creo que es caliente —dijo.
Incliné la cabeza un poco, impaciente.
—Genial, ¿pero duele?
—Sí —dijo Peter—. He oído que duele como un hijo de puta.
Pensé por un momento, y luego miré a Hazel.
—Estoy aburrida, también.
Su amplia sonrisa se extendió desde un lado de la cara hacia el otro. Sus mejillas se empujaron hacia arriba, haciendo a sus ojos apenas dos rendijas.
—¿En serio?
—Vamos —dije, caminando de regreso a su habitación. Se puso de pie y me siguió.
En el momento en que me fui de Skin Deep al final del día, tenía una amplia línea de trabajo en el hombro izquierdo, y una nueva perforación de la nariz. Hazel tenía razón. Era pequeño; delicado, incluso. Nunca habría pensado en conseguir un anillo en la nariz, pero me encantó.
—Nos vemos mañana, Hazel —dije, caminando hacia la puerta.
—¡Gracias por preservar mi cordura, Lali! —dijo Hazel, saludando—. La próxima vez que estemos lentos, voy a ponerte medidores en los oídos.
—Eh... no —dije, empujando la puerta.
Empecé a ir hacia el Pitufo, y luego Peter corrió hasta mi puerta, señalándome para que bajara la ventana. Cuando lo hice, se inclinó y me besó en los labios.
—¿Ni siquiera ibas a decir adiós? —preguntó.
—Lo siento —dije—. Estoy un poco fuera de práctica en todo esto.
Peter guiñó un ojo.
—Yo también. Pero no pasará mucho tiempo.
Entrecerré los ojos.
—¿Cuándo fue la última vez que estuviste en una relación?
La expresión del rostro de Peter fue una que no pude leer.
—Unos años. ¿Qué? —dijo. Yo había bajado la miraba y echado a reír, y Peter agarró mi barbilla, forzándome a hacer contacto visual.
—No sabía que alguna vez habías salido con alguien.
—Contrariamente a la creencia popular, soy capaz de ser un hombre de una sola mujer. Simplemente tiene que ser la mujer ideal.
Mi boca se tiró a un lado en una media sonrisa.
—¿Por qué no sabía sobre esto? Parece como si todo el campus hubiera estado hablando de eso.
—Porque eres nueva.
Pensé por un momento, y entonces mis ojos se abrieron.
—¿Fue Mackenzie?
—Durante cuarenta y ocho horas —dijo Peter. Sus ojos perdieron el enfoque, y luego volvió. Se inclinó y me dio un suave beso en la boca—. ¿Te veo luego? —preguntó.
Asentí, subí mi ventana, y luego me retiré de la playa de estacionamiento, y paré en el aparcamiento de Red quince minutos más tarde. Las carreteras no mejoraban, y me pregunté si Red estaría tan muerto como Skin Deep.
Vehículos de todo el mundo excepto el de Jorie se encontraban aparcados uno al lado del otro, dejando un espacio abierto entre los coches de los empleados y de Hank. Me encontré con la entrada lateral y me froté las manos mientras me apresuraba hacia mi taburete en la barra. Hank y Jorie se hallaban de pie uno al lado del otro juntos, abrazados y besándose más de lo habitual.
—¡Lali! —dijo Blia, sonriendo.
Gruber y Jody se sentaban juntos, y Cande se sentó al lado mío. Inmediatamente me di cuenta de que estaba muy tranquila, pero no me atreví a preguntar cuando Vico se hallaba cerca.
—Pensé que no estabas aquí, Jorie —dije—. No he visto tu coche.
—Vine con Hank —dijo con una sonrisa maliciosa—. Venir juntos es definitivamente un plus de estar conviviendo.
Mis cejas se alzaron.
—¿Si? —dije, de pie, abriendo los brazos—. ¿Ella dijo que sí? ¿Se mudaron juntos?
—¡Sí! —dijeron los dos al unísono. Ambos se inclinaron sobre la barra y me abrazaron.
—¡Wow! ¡Felicitaciones! —dije, apretándolos. Mi cabeza estaba entre ellos dos, y aunque contemplaba a los empleados de Red como mi familia de trabajo, se sentían más reales que mi propia familia últimamente.
Todos los demás se abrazaron y dieron sus felicitaciones. Debieron de haber estado esperando que llegara antes de que lo anunciaran para podernos decir a todos al mismo tiempo.
Hank sacó varias botellas de vino, cosecha buena de su reserva personal, y comenzó a llenar nuestros vasos. Estábamos celebrando. Todos excepto Cande. Me senté a su lado luego de un rato, y le golpeé el brazo.
—¿Qué onda, Can? —pregunté tranquilamente.
Una pequeña sonrisa tocó sus labios.
—Lindo tattoo.
—Gracias —dije, girándome de lado, mostrando mi pequeño aro de la nariz—. También me hice esto.
—Vaya, tu papá se va a volver loco.
—Escúpelo —dije.
Suspiró.
—Lo siento. No quiero arruinar la fiesta.
Hice una mueca.
—¿Qué pasa?
—Está pasando de nuevo —dijo, sus hombros hundiéndose—. Agustín se está ocupando. Dejó muy claro que prefiere estar con sus hermanos de fraternidad y en fiestas de futbol que conmigo. Tuvo esa fiesta de cumpleaños de esa chica Mar en aquel apartamento el mes pasado y ni siquiera me invitó. Lo supe por Kendra Collins anoche. Digo... ¿en serio? Hoy se puso mal por eso. Dijo casi las mismas cosas que la última vez.
Levanté una ceja.
—Eso es mierda, Can.
Asintió y bajó la mirada a sus manos en su regazo, y luego, por menos de un segundo, miró a Vico. Se rio una vez. Sin humor.
—Papi ama a Brasil. Todo lo que escucho en casa es —Sus cejas se juntaron y su voz se profundizó imitando a su
padre—: Agustín Sierra sería aceptado en la Academia Naval en un latido. Agustín Sierra sería contendiente para el programa SEAL... bla, bla, bla. Papi piensa que Agustín sería un buen soldado.
—No dejaría que eso nuble tu juicio. Suena a que mandarlo a la Academia Naval, es una buena forma de deshacerse de él.
Cande comenzó a reír, pero luego una lágrima cayó por su mejilla, y se recargó en mi hombro. Puse mi brazo a su alrededor, y la celebración a medio bar de distancia murió. Vico apareció al otro lado de Cande.
—¿Qué pasa? —preguntó, con genuina preocupación en sus ojos.
—Nada —dijo ella, secándose rápido los ojos.
Vico pareció herido.
—Puedes decirme, lo sabes. Aún me importa si estás herida.
—No puedo hablarte de eso —dijo ella, con la cara arrugada.
Vico puso su pulgar debajo de la barbilla de Cande y levantó los ojos para que encontraran los de él.
—Solo quiero que seas feliz. Es todo lo que me importa.
Cande miró hacia sus grandes ojos verdes, y luego lanzó los brazos alrededor del pecho de él. La jaló contra él, acunando la parte trasera de su cabello con su enorme mano. Besó su sien, y solo la sostuvo, sin decir una palabra.
Me levanté y me uní a todos los demás mientras Vico y Cande tenían su momento.
—Quesús Cresto, ¿eso significa que regresaron? —dijo Blia.
Negué con la cabeza.
—No. Pero son amigos otra vez.
—Vico es un buen chico —dijo Jorie—. Se dará cuenta eventualmente.
Mi teléfono vibró. Era Peter.
—¿Hola? —respondí.
—El maldito Intrepid no encenderá. ¿Supongo que no podrás recogerme en el trabajo?
—¿A penas estás terminando? —pregunté, mirando mi reloj.
—Cal y yo conversábamos.
—Sí... Sin embargo, tengo que ir a casa a cambiarme para el trabajo... —La línea se quedó en silencio—. ¿Peter?
—¿Si? Digo, sí. Lo siento, solo estoy enojado, maldita sea. Tenía una de esas máquinas de dos punto siete litros así que sabía que iba a... no tienes idea de lo que estoy hablando, ¿o sí?
Sonreí, aún si no podía verme.
—No. Pero estaré ahí en quince.
—Genial. Gracias, bebé. Tómate tu tiempo. Las carreteras se ponen peor.
Miré al teléfono envuelto en mis dedos después de colgar. Me encantaba la manera en que me hablaba. Los pequeños sobrenombres. Los textos. Su sonrisa con ese doble hoyuelo en su mejilla izquierda.
Jorie me guiñó.
—Debió ser un chico al teléfono.
—Lo siento, tengo que irme. Te veré esta noche.
Todos ondearon las manos y se despidieron de mí, troté hacia el Pitufo, casi estampando mi trasero cuando intenté detenerme. Las altas luces de seguridad se hallaban encendidas, rompiendo la oscuridad. Lluvia helada picaba donde tocaba mi piel y hacía pequeños ruidos contra los vehículos aparcados. Sin duda de que Peter dijera que los caminos empeoraban. No podía recordar cuando tuvimos tanta precipitación ventosa tan temprano en la temporada.
El Pitufo resistió unos momentos antes de comenzar, pero a minutos de la llamada de Peter, me encontraba conduciendo cuidadosamente de regreso a Skin Deep. Peter esperaba con su abrigo grueso, los brazos cruzados sobre su pecho. Caminó hacia mi lado y esperó. Mirándome expectante.
Bajé la ventana a medio camino.
—¡Entra!
Negó con la cabeza.
—Vamos, Lali. Sabes que soy raro en eso.
—Déjalo —dije.
—Tengo que conducir —dijo, estremeciéndose.
—¿Todavía no confías en mí?
Negó con la cabeza otra vez.
—No tiene nada que ver con confianza. Yo solo... No puedo. Jode mi cabeza.
—Bien, bien —dije, alejándome de él, sobre el tablero, y al asiento del pasajero.
Peter abrió la puerta y saltó dentro, frotándose las manos.
—Caray, ¡hace frío! ¡Mudémonos a California! —Tan pronto como las palabras dejaron su boca, se arrepintió de ellas, mirándome tanto con shock, como remordimiento en los ojos.
Quería decirle que estaba bien, pero me encontraba demasiado ocupada manejando la culpa y vergüenza que me bañaron en grandes olas de sofocación. P.J. no me había contactado en semanas, pero además un respetable monto de tiempo de espera entre relaciones, esto era particularmente insultante: de P.J. a Peter.
Saqué dos cigarrillos de mi paquete y los puse ambos en mi boca, encendiéndolos simultáneamente. Peter sacó uno de mi boca y dio una calada. Cuando entró en mi lugar de estacionamiento frente a mi apartamento, se giró hacia mí.
—No pretendía...
—Lo sé —dije—. En serio está bien. Solo vamos a olvidarlo.
Peter asintió, claramente aliviado de que no iba a hacer un gran problema de ello. Él no quería reconocer lo que fuera que dejé con P.J. más de lo que yo lo hacía. Pretender ser inconsciente era mucho más cómodo.
—Sin embargo, ¿puedo pedirte un favor? —Petet asintió esperando mi solicitud—. No digas nada a tus hermanos aún. Sé que Pablo, Taylor y Tyler no están mucho en la ciudad, pero no estoy realmente lista para tener la plática con Thiago la próxima vez que venga al Red. Él sabe de P.J. es solo...
—No, lo entiendo. Tanto como Thiago sabe, todo sigue igual. Pero va a saber que algo sucede.
Sonreí.
—Si le dices que me estás trabajando, no se sorprenderá después.
Peter rio y asintió.
Ambos corrimos a la puerta de mi apartamento, y meneé la llave para abrir. Cuando hizo clic, la empujé, y Peter la cerró detrás de mí. Subí la temperatura del termostato, y luego comencé a caminar hacia la habitación, pero hubo un toque en la puerta. Me congelé, y giré lentamente sobre mis talones. Peter me miró por alguna señal de quién podría ser. Me encogí de hombros.
Antes de que cualquiera de nosotros pudiera llegar a la puerta, la persona en el otro lado golpeó violentamente con un lado de su puño. Hice una mueca, mis hombros disparándose a mis orejas. Cuando estuvo en silencio de nuevo, vi por la mirilla.
—Joder —susurré, mirando alrededor—. Es mi papá.
—¡Mariana! ¡Abre esta maldita puerta! —gritó. Alargó y juntó las palabras. Estuvo bebiendo.
Giré el perilla, pero antes de poder jalar, papá la empujaba, enviándola directo a mí. Me tropecé hacia atrás, deteniéndome cuando mi espalda golpeó contra el marco de la puerta del pasillo.
—¡Estoy harto de tu mierda, Mariana! ¿Crees que no sé en lo que andas? ¿Crees que no veo la falta de respeto?
Peter estuvo inmediatamente a mi lado, su brazo entre papá y yo, su mano en el pecho de papá.
—Señor Esposito, necesita alejarse. Ahora. —Su voz era
calmada, pero firme.
Sorprendido de ver a alguien más en mi apartamento, papá se alejó por solo un momento antes de inclinarse a la cara de Peter.
—¿Quién demonios crees que eres? Esto es asunto personal, ¡así que puedes irte a la mierda! —dijo, inclinando la cabeza hacia la puerta.
Agité la cabeza, rogando con mis ojos que Peter no me dejara sola. Mi padre me había dado nalgadas cuando era niña, y me dio cachetadas una o dos veces, pero mi madre siempre había estado para distraerlo, e incluso re-direccionar su enojo. Esta era la primera vez que lo veía físicamente violento desde la secundaria, pero finalmente mamá se levantó y le dijo que la siguiente vez que bebiera sería la última, y él supo que era en serio.
Peter frunció el ceño y bajó la barbilla, con la misma mirada en los ojos justo antes de atacar a un enemigo.
—No quiero golpearlo, señor, pero si no se va ahora, voy a hacerlo irse.
Papá empujó a Peter, y se estrellaron en el borde de la mesa al lado del sillón. La lámpara se estrelló en el suelo con ellos. El puño de mi padre volaba, pero Peter lo atrapó, y lo movió de regreso a él.
—¡No! ¡Para! ¡Papá! ¡Detente! —grité. Mis manos cubrieron mi boca mientras peleaban.
Papá se alejó de Peter y se levantó, pisoteando hacia mí. Peter saltó a sus pies y lo agarró, jalándolo, pero papá continuó en mi búsqueda. La mirada en los ojos de papá era monstruosa, y por primera vez me di cuenta exactamente de lo que había pasado mi madre. Estar en el lado equivocado de ese tipo de rabia era aterrador.
Peter lanzó a papá al piso mientras se paraba sobre él.
—¡Joder! ¡Quédate! ¡Abajo!
Papá respiraba duro, pero se puso de pie, obstinado. Su cuerpo se balanceaba cuando habló.
—Voy a malditamente matarte. Y luego voy a enseñarle lo que pasa cuando no se me respeta.
Tan rápido que casi me lo pierdo, Peter se echó hacia atrás y envió su puño a la nariz de mi padre. Sangre explotó mientras papá tropezaba hacia atrás, y luego cayó hacia adelante, golpeando el suelo tan fuerte que rebotó. Se hallaba silencioso y tranquilo por varios segundos. Papá no se movió, solo yació allí, cara abajo.
—Oh, ¡Jesús! —dije, apresurándome hacia él. Temía que estuviera muerto, no porque lo extrañaría, sino por el problema en que se encontraría Peter si lo mataba. Golpeé el hombro de mi padre hasta que se giró. Sangre fluía de una hendidura de su nariz. Su cabeza cayó a un lado. Se encontraba inconsciente.
—Oh, gracias a Dios. Está vivo —dije. Cubrí de nuevo mi boca, y miré a Peter—. Lo siento tanto. Lo siento tanto.
Se sentó en sus rodillas en estado de incredulidad.
—¿Qué demonios acaba de pasar?
Negué con la cabeza, y cerré los ojos. Cuando mis hermanos supieran de esto, sería la guerra.
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