viernes, 5 de junio de 2015

Absurdo Plan: Capítulo 5

Capítulo 5:

Peter se frotó la cara por millonésima vez aquel día. El mensaje de Lali lo había dejado descolocado y todavía no había podido hablar con ella.

            ¿En qué estaba pensando María? ¿Qué le había dicho a su mujer? No tenía ni una semana casado y ya debía buscar la forma de mantener a su esposa y a sus amantes separadas. Peter ni siquiera había hablado con María desde el día en que puso el anillo en el dedo de Lali. Había intentado llamarla, una única vez, pero cuando el mayordomo le dijo que su señora no aceptaba llamadas, pensó que ya no tenían nada más que decirse.            Lucía le había enviado un frío «Llámame cuando te canses de ella».
            ¿Y qué había querido decir con «víbora»? Nada bueno, seguro.

            Maldita sea. Si no tuviera que pasarse un día entero volando, ahora mismo se treparía en su avión privado, aunque tomar decisiones precipitadas nunca había sido su estilo. El plan era volver a Buenos Aires el domingo por la tarde para recoger a su mujer y escoltarla de vuelta a Europa.

            A menos que Lali lo necesitara antes, se mantendría fiel al plan original. La idea de verla seguía despertando en él un sentimiento que lo dejaba sin respiración. Las conversaciones que mantenía con ella por teléfono le alegraban el día de una forma que jamás hubiera imaginado. Tanto coqueteo acabaría convirtiéndose en un problema en cuanto estuvieran en el mismo país. Un océano de por medio parecía una distancia segura. Quizá por eso últimamente tenía la sensación de estar abriéndose a ella. Para él, las mujeres siempre habían sido un juego al que no podía negarse a jugar. Primero a atraerlas, lo cual no le resultaba difícil, y luego a seducirlas. Aunque hasta entonces nunca se había marcado un tiempo máximo, sus relaciones solían durar aproximadamente entre seis meses y un año. Sin embargo, la atracción que sentía por ellas solía apagarse bastante tiempo antes. Peter no conocía la monogamia, un rasgo que sin duda había heredado de su padre.

            Con Lali no le hacía falta jugar. Por primera vez en su vida adulta, se sentía cómodo siendo honesto con el sexo opuesto.
            Su teléfono le avisó de la llegada de un mensaje con un pitido.

            —Lali —susurró Peter, esperanzado.
            Pero no era ella, sino un mensaje del banco informándole de los movimientos de la tarjeta que le había dado a su mujer.

            Tal vez al final la visita de María serviría para algo, pensó. Comprobó la cantidad del cargo y sonrió. De pronto recordó el comentario de Lali acerca de que las mujeres eran criaturas emocionales. Al parecer, su esposa no era del todo inmune.
             
            Las épocas más traumáticas en la vida de una persona a veces despiertan en ella un sexto sentido sobre las cosas que la rodean, o al menos eso era lo que creía Lali. Y es que nadie podía negarle que, a pesar de lo joven que era, había sufrido más que muchos otros en dos vidas.

            Pronto la prensa rosa la sustituyó por la sensación del momento, una actriz que por culpa de las drogas y del mal comportamiento había terminado en la cárcel. Gracias a Dios, se olvidaron de la nueva duquesa que vivía en las afueras de capital, aunque Lali no dejó de sentirse observada, de notar el peso de unos ojos ajenos sobre ella.
            Y empezaba a estar harta.

            El último año de libertad de su padre había sido exactamente así. Lali descubrió a varios estudiantes nuevos en el campus a los que luego nunca veía en clase pero que se cruzaban con ella continuamente. Autos oscuros seguían al suyo y estacionaban al otro lado de la calle. Los teléfonos de casa emitían un sonido cada vez que levantaba el auricular, una especie de click. Llegó al extremo de vestirse en el baño o en el enorme vestidor de su cuarto como medida de privacidad.

            Peter no le había dado los detalles de quién sería el encargado de vigilar su matrimonio durante el año siguiente, solo que alguien lo haría. El tiempo que pasaran juntos debería resultar convincente y el que estuvieran separados, difícil para ambos. Lali imaginaba que las llamadas diarias de Peter eran una forma de medir su afecto hacia ella. Al menos en los registros telefónicos aparecería una llamada cada día.

            Lali convenció a su esposo de que la visita de María no le había afectado. Aquella era seguramente la única verdad a medias que le había contado hasta la fecha. No tenía por qué saber hasta qué punto la había hecho ver las cosas desde otra perspectiva. Claro que la tarjeta de crédito hablaba por sí sola. Lali no tenía nada que envidiarle al personaje de Julia Roberts en Pretty Woman. Sastres de marca, vestidos, zapatos y carteras. Se había pasado medio día sentada en un salón de belleza haciéndose las manos, pies, un tratamiento facial y cortándose el pelo. Un par de sombreros de ala ancha y unos lentes de sol oscuros la ayudarían a pasar desapercibida, aunque la sensación de ser observada no la abandonaba en ningún momento.

            —Te estás volviendo una paranoica —se dijo Lali mientras abría las cortinas de su casa a primera hora de la tarde del viernes.

            Miró el reloj y calculó qué hora sería en Europa. Siempre era Peter quien llamaba, así que pensó que quedaría bien tomar la iniciativa si, como creía, alguien le había interceptado el teléfono. Levantó el auricular del fijo y agarró un papel del escritorio en el que había apuntado el número de su casa.
            Un tono, seguido de un click, y un segundo tono.
            Lali se quedó petrificada.

            Conocía aquel sonido, lo recordaba muy bien. Colgó el auricular y consideró sus opciones. Llamar a Peter con el celular era una, pero por lo que sabía había una cámara vigilándola y un micrófono escondido en algún punto de la casa. Menos mal que la mayoría de sus últimas conversaciones con Peter habían sido en la calle y siempre por celular.
            Salir de casa para hacer la llamada era otra opción.

            Y luego estaba la número tres. Si la persona que le había interceptado el teléfono esperaba escuchar una discusión sobre un matrimonio falso, la decepción sería mayúscula.

            El Gobierno ya había invadido su privacidad en el pasado con resultados terribles para su familia. Esta vez Lali no se jugaba tanto, pero no tenía intención de permitir que nadie se quedara con lo que por derecho era de Peter.
            Le gustara o no, Peter era su esposo, y seguiría siéndolo las próximas cincuenta y tres semanas.

            Lali se quitó los zapatos y volvió a levantar el auricular inalámbrico del teléfono. Con el celular en la otra mano, primero envió un mensaje.
            «¿Estás en casa?»

            El celular vibró. «Por primera vez en toda la semana.»

            Empezó a marcar de nuevo el número. «Ten tu teléfono cerca y sígueme la corriente.»
            Peter miró la pantalla del teléfono y sacudió la cabeza.

            —¿Que le siga la corriente? ¿Qué se supone que quiere decir eso? —Se disponía a escribir la pregunta cuando de pronto sonó el teléfono fijo. Lo atendió y oyó la voz de Lali prácticamente ronroneando al otro lado de la línea.

            —Hola, mi amor.

            ¿Mi amor? ¿A qué venía eso? Abrió la boca dispuesto a preguntar, pero Lali siguió hablando, cada sílaba más insinuante que la anterior.

            —¿Qué tal el día?

            —Ocupado. Tengo ganas de tomarme medio día libre mañana. —El celular de Peter vibró. «¿Has oído ese clic en la línea?»
            Leyó la pregunta de Lali y empezó a responder en voz alta.

            —Lali, ¿qué está...?

            —Dios, no sabes cómo te extraño. Ojalá me llegue pronto el pasaporte y podamos vernos.

            Peter abrió los ojos como platos. No parecía que Lali hubiera estado bebiendo, aunque le gustaba la idea de que lo hubiera extrañado. Aun así, era capaz de reconocer una mentira cuando la oía.
            «Alguien me ha interceptado el teléfono. Sigue hablando.»

            —¿Qué? —¿Le habían pinchado el teléfono?

            —Dije que te extraño —respondió la voz entrecortada de Lali.

            —Yo también te extraño —le susurró él mientras tecleaba «¿Qué carajo está pasando?»
            Lali se rió.

            —¿Sabes en qué he pensado todo el día?

            Su voz de línea erótica se confundía con los mensajes de texto y Peter empezaba a perder el norte. Si alguien le había intervenido el teléfono, eso significaba que habían estado en su casa. De pronto, empezó a dolerle la mandíbula de la tensión y sintió un calor muy intenso en su interior. Estaba demasiado lejos para llegar hasta ella.

            —No, ¿por qué no me lo cuentas?
            «Me vigilan. Creo que alguien nos escucha ahora mismo.»

            —Pues he estado pensando en esa sonrisa tan sexy que tienes.
            Peter respiró profundamente antes de seguir con el mensaje que estaba escribiendo.

            —¿Crees que mi sonrisa es sexy?

            —Sabes que sí. Extraño ver la sonrisa en tus ojos cuando estamos juntos.
            Peter sabía que aquellas palabras eran para la persona que estaba escuchando la conversación, pero no por eso tenían menor efecto en él. Lali no era actriz, pero lo estaba haciendo increíble.            «Tengo que sacarte de ahí.»

            —¿Sabes qué es lo que yo extraño de ti? —preguntó Peter, siguiendo el hilo de la conversación.

            —Dime.
            «Estoy de acuerdo contigo», respondió ella.
            Peter se sorprendió de que accediera sin oponer resistencia.

            —¿Qué?

            —Que me digas qué extrañas de mí —le recordó Lali.
            Peter dejó el móvil a un lado y se concentró en sus palabras.
            —Extraño tu pelo salvaje sobre mi almohada. —No era la primera vez que imaginaba aquella imagen, a pesar de que nunca la había presenciado... todavía—. La forma en que te humedeces los labios justo antes de besarme.

            —¿En serio? —La voz de Lali era aún más grave.

            —Extraño el olor a lavanda de tu piel. Voy a hacer que los jardineros planten lavanda para que, cada vez que pase por allí, me acuerde de ti. —¿De dónde había salido eso? ¿Y desde cuándo era un poeta?
            El teléfono permaneció en silencio unos segundos.

            —¿Lali? ¿Sigues ahí? —Miró la pantalla del móvil para comprobar si le había enviado otro mensaje, pero no era así.

            —Sigo aquí. Es que... necesito tenerte cerca. Tal vez debería mudarme a tu casa.
            Peter sonrió.

            —Me alegro de que al fin estés de acuerdo.

            —Todo ha pasado tan rápido. Pensé que lo mejor sería hacer las cosas poco a poco. Ahora me parece una tontería.

            —Eres una mujer independiente y lo entiendo, pero pasaremos parte del tiempo en Europa y parte allí. Lo mejor para ti sería que te sintieras cómoda en ambos lugares. Así al menos sabré dónde estás cuando estemos separados. —Lo curioso era que hasta la última palabra de lo que acababa de decir era verdad. Sin embargo, si no hubiera otro par de orejas escuchando la conversación, probablemente nunca se lo habría dicho.

            —Eres... ¡Mierda! —La palabrota salió de su boca con la fuerza de una explosión.
            Peter sintió que el vello de la nuca se le ponía de punta.

            —¿Qué pasa?

            —Me golpee el dedo chiquito del pie. —Parecía enojada, pero no herida.
            El celular volvió a vibrar. «Encontré una cámara.»

            —¿Qué haces? —preguntó Peter. Se puso de pie y empezó a pasear por la habitación.

            —Estoy escogiendo unos libros para llevármelos a tu casa. ¿A qué hora llegas el domingo? —Si no hubiese estado atento, no habría percibido el temblor en la voz de Lali. Buscó el teléfono de Lucas en su celular y le mandó un mensaje urgente. «¡Busca a Lali ahora mismo! Te llamo en unos minutos.»

            —Voy a reorganizar mis planes para poder viajar antes. —Antes significaba esa misma noche.

            —No hace falta —dijo ella.

            —No estoy de acuerdo. Llevamos demasiado tiempo separados. —Y era totalmente cierto, aunque lo hubieran acordado por contrato.
            Lali suspiró.

            —Hoy no vas a conseguir que discuta contigo.

            —Te llamo luego.

            —No hagas ninguna tontería —le dijo Lali—. Estoy bien.

            Pero Peter no lo estaba. Alguien espiaba a su esposa, escuchaba sus conversaciones, la observaba. Y eso, para alguien cuyo objetivo era atraparlos en una mentira, significaba llevar las cosas demasiado lejos.

            —Estaré ahí por la mañana.

            —Te espero con los brazos abiertos.
            Peter sonrió y colgó el teléfono.
            «Agarra lo que necesites para hoy y mañana. Lucas está en camino.»

            Peter llamó a su guardaespaldas y le explicó la situación. La siguiente llamada fue al piloto de su avión privado. Frustrado, se pasó las manos por el pelo una y otra vez mientras ultimaba los preparativos antes de marcharse. De pronto, su matrimonio a distancia estaba en peligro. Su cerebro zumbaba con una urgencia que le hacía golpear repetidamente el suelo con el pie o frotarse las manos como si quisiera rodear con ellas el cuello de alguien. ¿Sería su primo capaz de rebajarse a ese nivel? ¿O estaba María tan ofendida que quería vengarse a cualquier precio? Tampoco podía eliminar a Parker y Parker de la corta lista de sospechosos porque, en caso de que pudieran descubrir el fraude, ganarían una cantidad considerable de dinero.            Veinte minutos más tarde, mientras se dirigía hacia el aeropuerto, recibió una llamada.

            —¿Lali?

            —Sí, soy yo. —Parecía agotada, exhausta—. Estoy en tu casa.

            —Entonces podemos hablar. El sistema de alarma detecta la presencia de micrófonos. ¿Cómo estás?
            Lali suspiró.

            —Estoy muy enojada. Pensaba que los días de teléfonos intervenidos y cámaras ocultas estaban más que superados. ¿Quién está dispuesto a llegar tan lejos, Peter?

            —Llevo haciéndome esa misma pregunta desde que me llamaste. Tengo a mi equipo trabajando en ello. Lo averiguaremos.

            —Si hay algo en lo que pueda ayudar dímelo. Quienquiera que sea el responsable tiene en mí a una enemiga.
          
La chispa que transmitía su voz era mejor que el tono derrotado de hacía un momento. Su mujer era capaz de convertirse en un volcán cuando la acorralaban.
            —Llegaré en la madrugada. ¿Qué habitación elegiste?

            —Ah, no... no estaba segura de quién sabe lo nuestro por aquí, así que le pedí a Lucas que pusiera mis cosas en tu suite —balbuceó Lali—. Puedo mudarme a otro cuarto si quieres.
            Peter imaginó su cabeza sobre la almohada, los ojos cerrándose lentamente entre las sábanas de su cama.

            —No te cambies. Tienes razón. Confío en mi personal, pero no creo que debamos avivarlos.

            —¿Estás seguro? —Volvía a parecer vulnerable. El deseo de tenerla entre sus brazos y rodearla con todas sus fuerzas era tan poderoso que casi resultaba doloroso.

            —Por favor. Insisto.

            A esas alturas ya sabía que lo mejor era no exigir. Lali tomaba sus órdenes y se las sacaba en cara siempre que podía. Preguntar educadamente era algo nuevo para él, pero iba mejorando la técnica con el paso de los días.

            —Está bien. Nos vemos por la mañana.

            Colgó y empezó a dar golpecitos con el dedo en el teléfono. La imagen de Lali enroscada en posición fetal en su cama, con los ojos abiertos de par en par por culpa del miedo, le parecía asfixiante. Hundió las uñas en las palmas de sus manos. Quienquiera que fuese el responsable de aquello, había cometido un error imperdonable. Aplastaría sin miramientos a la persona capaz de violar la privacidad de su esposa hasta esos extremos. Periodistas en la vía pública, alguien escuchando una conversación ajena en la fila de una tienda, vaya y pase, pero ¿esto? ¿Y si también había una cámara en su dormitorio? ¿Y si alguien la había observado mientras se vestía, mientras se duchaba?
            No era de extrañar que Lali pareciera asustada.
            Cuanto más pensaba en ello, más le costaba mantener la cabeza fría.

                         A medio camino entre el recuerdo y el sueño, el cerebro somnoliento de Lali filtraba imágenes de sí misma caminando por el campus, con una mochila colgando del hombro.

            Alguien la seguía. No era la primera vez que veía a aquel hombre, pero no conseguía ubicar su cara. El pánico insuperable había empezado el día en que compartió sus pensamientos más profundos con su profesor de comercio.

            En lo más profundo de su mente, Lali sabía que estaba soñando. Sabía hacia dónde se dirigía el sueño e intentó detenerlo por todos los medios.

            Una imagen del dormitorio de su infancia cruzó su mente. Una conversación inocente con un amigo en quien confiaba. Su madre, aún con vida, diciéndole que tuviera cuidado con lo que decía. Vanessa, con un sostén de deporte, riéndose de algo que Bob, el perro de la familia, hacía.
            Todas esas imágenes mezcladas formaban un nudo en el pecho de Lali.

            Dos hombres vestidos de negro y con una placa en la mano se la llevaban de clase para interrogarla, solo que en lugar de preguntarle dónde estaba su padre o qué estaba haciendo, le preguntaban por Peter.

            —Lo que está haciendo es ilegal, Lali. Miles de personas sufren por su culpa.
            ¡No! Se enfrentó al sueño, deseando que las imágenes cambiaran.
            Pero no se detuvieron y el miedo se instaló en su corazón.

            Lali se incorporó de un salto respirando entre jadeos y con el corazón latiendo desbocado. En una décima de segundo, Peter se levantó de la silla en la que estaba durmiendo y corrió a su lado.
            —Lali, ¿estás bien? —le preguntó, mientras la sujetaba por los brazos para calmarla.
            Ella asintió, intentando recuperar el aliento.

            —Una pesadilla.

            —Estás temblando. —Sin saber qué decir, rodeó su cuerpo con los brazos y la atrajo hacia su pecho.

            Alejarse seguramente habría sido lo mejor, pero Lali se había quedado sin fuerzas. Respiró el profundo aroma a masculinidad con unas notas de pino, que siempre seguía a Peter por dondequiera que fuese. Desde tan cerca era mucho más intenso, más poderoso. Lali se apoyó en él y cerró los ojos. Él le frotó la espalda y le acarició el pelo.

            —No pasa nada —le susurró.

            La fuerza del sueño le había dejado un hueco imborrable en el corazón. Los recuerdos de su madre aún viva, de su hermana sana. Todo había desaparecido.
            Y era culpa suya.

            Peter siguió abrazándola durante horas, o eso le pareció a él. Cuando finalmente Lali retiró la cabeza de su pecho, se dio cuenta de que él iba vestido con una camisa de vestir y pantalón de pinzas. Tenía una barba incipiente y su mirada emanaba preocupación. A pesar de su atractivo, esta vez parecía cansado.
            —Ya estoy mejor —le dijo.
            Se había alejado de él, pero Peter no la soltaba y le acariciaba la línea de los brazos antes de entrelazar los dedos con los suyos.

            Una poderosa sensación de pertenencia, de saberse unida a alguien, se apoderó de ella. Los ojos de Peter se movían por su cara como si buscaran signos físicos de agresión. Su preocupación por ella la dejó sin respiración y la atracción que hasta entonces había sentido creció de pronto en su interior. Se sentía vulnerable, pero sabía que lo mejor era no tontear con él ni recordarle que estaban en su cama y que ella solo tenía puesto un pequeño pijama.
            Para romper el contacto visual, Lali miró hacia el otro extremo del dormitorio.

            —¿Estabas durmiendo en esa silla?

            —Solo quería ver cómo estabas. Debí de quedarme dormido.
            Pero sus zapatos estaban junto a la silla y el abrigo sobre el respaldo.

            —¿Qué vamos a hacer? Alguien está tomando medidas desesperadas para descubrir nuestra mentira.

            —Han ido demasiado lejos —dijo Peter, y sus manos se tensaron sobre las de ella. Lali le devolvió el apretón.

            —¿Y qué hacemos ahora? Irme de casa no mantendrá alejado por mucho tiempo al que esté detrás de todo esto. La policía vigiló nuestra casa durante más de un año mientras investigaban el caso. No tenemos forma de saber si alguien nos vigila o nos escucha a todas horas. —La posibilidad de tener que pasarse un año esquivando cámaras y micrófonos ocultos le provocaba dolor de cabeza.

            —Descubriré quién ha hecho esto. Que yo sepa, sigue siendo ilegal meterse en casa de alguien para grabar su vida.

            —Puede que sea ilegal, pero eso no los va a frenar. Tenemos que convencerlos de que están perdiendo el tiempo. De lo contrario, en algún sitio, cuando menos lo esperamos, alguno de los dos meterá la pata y se le escapará que este matrimonio es algo temporal. Tú perderás tu herencia y será por culpa mía.
            Peter entornó los ojos e inclinó la cabeza.

            —¿Por qué culpa tuya? Los dos dijimos «Sí, quiero» por los motivos equivocados.
            Lali temía que pudiera intuir los pecados del pasado en sus ojos, así que retiró las manos de las de Peter y se llevó las rodillas al pecho.

            —Tal vez no sea todo culpa mía... —dijo, con la mirada perdida a lo lejos.

            Peter se interpuso en su campo de visión y apoyó una mano en su rodilla. El calor que desprendía su piel subió por la pierna de Lali hasta que toda su atención se concentró en su marido, el hombre que estaba sentado junto a ella.

            —Ahora que conocemos las reglas del juego, tenemos que ganar utilizando sus métodos. Usaremos las cámaras para demostrarles lo equivocados que están.

            —¿Y cómo sugieres que hagamos eso?
            Peter disimuló una sonrisa. La preocupación había empezado a desvanecerse en los ojos de Lali.

            —Iremos los dos a tu casa a recoger tus cosas. Antes enviaré a un equipo para que averigüe si hay más cámaras escondidas.

            —¿No será demasiado evidente?

            —¿Fue evidente cuando ellos se metieron en tu casa para instalarlas?

            Lali llevaba toda la noche pensando en ello. Los tipos de la compañía de teléfono eran los únicos que habían entrado en su casa desde que Peter y ella se habían casado.

            —No.

            —Encontraremos las cámaras y actuaremos para ellos.

            —¿Actuaremos para ellos? —repitió ella, sintiendo que se le aceleraba el pulso.

            Peter le cogió un mechón de pelo y lo sujetó detrás de su oreja. El contacto de sus dedos sobre la piel levantó chispas, una corriente eléctrica que también él sintió. Podía verlo en sus hermosos ojos.

            —¿Tan duro te resultaría volver a besarme? ¿Para la cámara?
            Lali se humedeció los labios sin dejar de mirarlo fijamente mientras hablaba.

            —¿Un beso?
            La mano de Peter le acarició la mejilla.

            —Tal vez unas caricias subidas de tono. Seguro que en la habitación hay algún punto donde escondernos de las cámaras. Que la persona que esté viendo las imágenes se imagine el resto.
            Lali se preguntaba cómo sería estar entre sus brazos. Había pensado en la posibilidad de volver a besarlo desde el día de la boda.
            —¿Y qué demostraríamos con eso? —preguntó, ignorando el pulgar de Peter, que le acariciaba la mejilla y traía imágenes eróticas de sus manos sobre otras partes de su cuerpo.

            —Demostraría que hay intimidad entre nosotros, que disfrutamos el uno del otro lejos de las miradas de la gente. Mientras crean que no sabemos nada de las cámaras, estoy seguro de que funcionará. ¿Qué me dices, Lali? ¿Aceptas el reto?
            Ella apartó los ojos de sus labios y descubrió que la estaba mirando. Sabía cómo engancharla en su causa y prepararla para la batalla.

            —Cuenta conmigo.
            La suave curva en los labios de Peter se convirtió en una sonrisa de oreja a oreja.

            —Esa es mi chica. Ahora, ¿por qué no le pides a la cocinera que te prepare el desayuno mientras yo intento recuperar un par de horas de sueño? Cuando me levante haremos una escapada a tu casa. Así mis hombres tendrán el tiempo suficiente para encontrar los micrófonos.
            Apoyó una mano en la cama y se levantó de un salto.

            —Peter, ¿y qué pasará mañana? ¿Y pasado? ¿Cómo vamos a mantener esto durante todo un año?

            —Día a día, preciosa. Somos dos personas inteligentes con un mismo objetivo. Algo se nos ocurrirá. 

7 comentarios:

  1. Sabes Tengo Una Duda, Está Más Que Claro Que No Te Llamas Carpe Diem Asi Que ¿CUÁL ES TU NOMBRE VERDADERO?

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  2. Estaba en mi casa muy aburrida después de llegar de la escuela y me digo, ¡veremos si carpe ha subido! Me meto al pc y me doy cuenta de que has subido muchos capítulos jaja alabada seas xd

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