Absurdo Plan: Capítulo 8
Capítulo 8:
Las ventajas
de tener un avión privado eran aún más agradables con una mujer al lado.
Hicieron el amor y luego durmieron unas horas, lo cual debería haber sido
suficiente para relajarse y llegar a Gran Bretaña descansados. Sin embargo,
mientras el avión descendía, Peter percibió el nerviosismo de Lali e hizo todo
lo que estaba a su alcance para distraerla.
Había
reservado habitación en un hotel cercano al aeropuerto. Allí pasarían la noche,
y se reunirían con su familia al día siguiente en Albany. Sin embargo, su
familia tenía otro plan en mente.
Tocaron
tierra a primera hora de la mañana, aunque para ellos seguía siendo última hora
de la tarde. Por la forma en que Lali movía las manos, Peter sabía que su
esposa tenía los nervios a flor de piel.
Bajaron
del avión, él rodeándola con un brazo. Siguiendo su consejo, Lali se había
cambiado de ropa y tenía puesto un jean gastado y un polo de manga larga. «No
hace falta que te pongas guapa para el chófer», le había dicho, asegurándole
que tendrían tiempo para dormir, darse una ducha y vestirse adecuadamente antes
de realizar algo importante.
Sin
embargo, cuando la limusina que había pedido se detuvo junto al avión y se
abrió la puerta trasera, Peter y Lali se quedaron petrificados al ver uno de
los tacos de la madre de él apoyándose en el suelo.
—Me
dijiste que no veríamos a nadie en el aeropuerto —murmuró Lali entre dientes.
—Y
así es.
Era
evidente que la mujer que acababa de bajarse del asiento trasero de la limusina
era su madre. El chófer sostenía un paraguas en alto encima de ella para evitar
que las gotas de lluvia que caían sobre la pista le arruinaran el peinado que
sin duda un peluquero había tardado horas en crear.
A
pesar del horrible matrimonio por el que había pasado, Claudia Lanzani
aparentaba diez años menos de los que tenía en realidad. Tenía el pelo de color
marfil y lo llevaba recogido bajo un elegante sombrero. Vestía un abrigo largo
y gris, una falda pegada y una blusa. Su madre siempre iba vestida al detalle.
A pesar de que el sol se había escondido tras una gruesa capa de nubes, la
madre de Peter tenía unos lentes de sol enormes, bajo los cuales escondía sus
ojos y los sentimientos que estos pudieran revelar.
—Entonces,
¿quién es esa?
Peter
tragó saliva. Si algo había aprendido de su mujer era su tendencia a la
inseguridad. Tras la actitud guerrera de Lali se escondía un poderoso deseo de
ser aceptada.
Estaba
seguro de que la idea de sugerirle que se quitara el traje de seda y se pusiera
cómoda acabaría explotándole, sin lugar a dudas, en la cara.
—Es
mi madre.
Lali
vaciló, pero Peter la ayudó a seguir adelante poniendo una mano sobre su
espalda y empujándola con firmeza.
—Pero...
—¿Mamá?
—Peter retiró la mano de la espalda de Lali el tiempo justo para darle dos
besos a su madre—. No te esperábamos. —Parecía despreocupado, pero confiaba en
que su voz transmitiera el descontento que sentía en aquel momento.
—No
podía permitir que tu esposa y tú aterrizaran sin una bienvenida.
Peter
volvió al lado de Lali y la empujó para que diera un paso al frente.
—Lali,
mi madre, Claudia. Mamá, esta es mi esposa, Lali.
La
madre permitió que sus labios esbozaran una sonrisa.
—Un
placer —dijo, ofreciéndole la mano a su nuera.
—Oí
hablar mucho de usted.
—¿Es
verdad eso? Yo prácticamente no sé nada de ti.
Lali
se puso tensa y Peter tuvo que interponerse entre las dos mujeres.
—Estamos
aquí para solucionarlo —le dijo a su madre—. No deberías haber venido. Ya sabes
lo largos que son los viajes desde Argentina.
Claudia
palmeó el hombro de su hijo.
—Estoy
segura de que tuvieron tiempo suficiente para descansar durante el vuelo.
—Llevamos
unos días muy ocupados, como puedes imaginarte. Nos gustaría dormir unas horas.
La
madre miró al chófer que sostenía el paraguas sobre su cabeza y luego el auto.
—En
ese caso, será mejor que partamos cuanto antes.
Peter
sintió que empezaba a perder el control. Lo peor fue que Lali no dijo
absolutamente nada. Se limitó a mirarlos, primero a uno, luego al otro, con los
labios sellados.
—Reservé
una habitación en el Plaza.
—Eso
es una estupid...
—¡Mamá!
—Peter ya había tenido más que suficiente.
—Claudia.
No te importa que te tutee, ¿no? —preguntó Lali, que por fin había recuperado
la voz.
—Por
supuesto que no, querida.
—Bien.
Como puedes ver, necesito darme una ducha con suma urgencia y recuperar unas
horas de sueño. Espero que seas tan amable de esperar en Albany hasta nuestra
llegada, hasta que Peter y yo nos hayamos quitado de encima al menos parte de
este horrible jet lag. —Lali escogió
un tono y unas palabras muy formales, tanto que Peter no la había oído hablar
así hasta entonces.
—Supongo
que tienes razón.
Lali
tomó el brazo de Peter y se apoyó en él.
—Te
agradezco que hayas venido hasta aquí solo para recibirme. No sabes cuánto
significa para mí.
Peter
se había quedado nuevamente sin palabras. Ayudó a su esposa y a su madre subirse
en la parte trasera del auto y luego se unió a ellas. En cuanto la puerta se cerró,
Lali se acurrucó contra su marido.
—Amé
tu abrigo. Es precioso —le dijo Lali a su suegra.
—Gra...
gracias.
—Espero
que me digas dónde te lo compraste. Lamentablemente, no tengo nada parecido y,
por cómo está el cielo, creo que voy a necesitar uno mientras esté aquí.
—Por
supuesto, querida. Tendremos tiempo de sobra para ir de compras.
La
preocupación de Peter por la inesperada aparición de su madre empezó a
desvanecerse.
—Mi
mujer y mi madre de compras. ¿Debería preocuparme? —se burló.
—Depende
—respondió Lali.
—¿De?
—De
si tu hermana se suma. Tres mujeres y una tarjeta de crédito sin límite son un
auténtico peligro.
Todos
rieron. Y a pesar de las diferencias más que evidentes entre su madre y su
esposa, a Peter no le preocupaba la posibilidad de que no se llevaran bien. Lali
había prestado atención a la descripción de los hábitos de su madre en cuanto
al dinero, y la estaba utilizando para ganarse su afecto. Para cuando llegaron
al Plaza, Peter estaba seguro de que su mamá ni siquiera se había fijado en el
jean y los zapatos que tenía puestos Lali. Así como también sabía que en cuanto
pudiera, su esposa le prendería fuego a toda su vestimenta.
Afortunadamente,
su madre se despidió de ellos en la puerta y no los siguió al interior del
hotel. Todavía estaba amaneciendo y la recepción estaba vacía. El botones los
acompañó rápidamente hasta la habitación. Peter le dio una propina y cerró la
puerta tras él.
Por
fin estaban solos. Lali se quitó los zapatos y se dejó caer en el sofá.
—Puede
que tu madre termine cayéndome bien, aunque antes tendré que superar el hecho
de que nos tendiera una emboscada en el aeropuerto.
—Le
pedí que nos esperara en Albany.
—Es
tu mamá. Tiene curiosidad.
—Aun
así, debería haber esperado. —Y así se lo haría saber en cuanto tuviera una
oportunidad.
—Necesitaba
comprobar con sus propios ojos que no estoy embarazada de cinco meses.
Peter
acababa de poner su maleta sobre la cama cuando entendió las palabras de Lali.
—¿Embarazada?
—Por
favor, ¿no te diste cuenta de que no dejaba de mirarme la barriga?
No,
ni siquiera se le había ocurrido.
—No
lo dices en serio.
—Muy
en serio. Era una misión de reconocimiento. Primero para saber si tiene un
nieto en camino y segundo para asegurarse de que no soy un desastre sin clase.
Peter
se apoyó en la estructura de la cama y se preguntó si Lali tendría razón.
—¿Cómo
puedes estar tan segura?
—Las
mujeres son criaturas emocionales. Todo está en sus ojos. Cuando tu madre se quitó
los lentes, pude leer cada mirada, cada movimiento.
Peter
se encogió de hombros.
—Creo
que te llevaré conmigo al próximo consejo de administración. Parece que eres
buena con el espionaje.
—Estudié
psicología como segunda especialidad.
—Podrías
haber hecho carrera en la justicia.
—No
creo. Por el historial de mi padre y todo eso.
Lali
se levantó del sillón y puso punto final a la conversación. Había dolor en su
mirada. Sacó algunas cosas de la maleta y se dirigió al baño. Su padre la había
marcado de por vida. Desgraciadamente, Peter no sabía cuán profundas eran las
heridas. Tendría que descubrirlo.
Lali
apenas había tenido tiempo de apoyar la cabeza en la almohada cuando Peter la
despertó. Se dio una ducha larga con agua muy caliente y picó algo de comer —la
comida le provocaba náuseas— antes de partir hacia Albany. La idea de que la
familia de Peter observara cada uno de sus movimientos le ponía la piel de
gallina. Era consciente de que se había librado del primer interrogatorio de la
madre de Peter, pero no sabía si sería capaz de repetirlo ahora que Claudia
estaría en su terreno.
Estaba
preparada para conocer a la familia al completo. Había escogido para la ocasión
un sastre de saco y falda color óxido. Peter no se había molestado en
preguntarle por qué había dejado el jean y el polo en el hotel, dentro del
tacho de basura de la habitación para ser más concretos. Simplemente se había
reído al verlos. ¿Qué otra cosa podía hacer? Nunca debería haber llevado esa
ropa y mucho menos habérsela puesto el día en el que Claudia había decidido
hacer su aparición. Si volvían a sorprenderla, sería vestida con sus mejores
galas. Para ello se aseguró de que toda la ropa que llevaba fuera acorde con el
gusto de la anterior duquesa de Albany, tal vez unas décadas más joven en
cuanto al estilo pero siempre digna de la mujer que caminara del brazo de Peter.
De
camino a Albany Hall dejó de llover. Londres se desvaneció lentamente y el
paisaje se llenó de verdes colinas. Lali intentó relajarse en el asiento junto
a su esposo mientras este hablaba de su hermana, que tenía aproximadamente la
misma edad que ella.
—Eugenia
siempre quiso que yo sentara cabeza.
Lali
sintió que se le revolvía el estómago al escuchar aquellas palabras.
—¿No
te preocupa...? —Dejó que la pregunta quedara suspendida en el aire y sus ojos
se posaron en el chófer. Quería preguntarle si le preocupaba que su hermana le tomara
cariño a su nueva cuñada en el poco tiempo que duraría su matrimonio.
Peter
permaneció en silencio unos segundos y su rostro se cubrió de incertidumbre.
—Eugenia
y tú se llevarán bien. Es muy buena persona. Tal vez un poco consentida, pero
no tiene mala intención.
Lali
dejó aquella conversación para otro momento más apropiado, cuando ambos
pudieran hablar a solas. Empezaba a preocuparle la posibilidad de decepcionar a
toda la gente que estaba a punto de conocer. De pronto se acordó de su padre,
de los días previos a que lo detuvieran.
Como
licenciada de ciencias empresariales, Lali pasaba muchas horas fuera de clase
discutiendo con los profesores sobre el éxito de su padre. Incluso Gustavo, su
novio en ese tiempo, quería saberlo todo de Carlos Espósito y su pequeño
imperio económico e inmobiliario.
Gustavo
era encantador, carismático y más astuto que un zorro esperando junto a una
madriguera a que el conejo asomara su pequeña y peluda cabeza.
Lali
era el conejo que no sabía que estaban jugando con ella.
Y
pensar que se había acostado con el hombre que acabó metiendo a su padre tras
las rejas... Qué estúpida era. Habían estado saliendo, quedando para estudiar,
o eso creía ella, y deshaciendo un buen número de camas. Mientras tanto, Gustavo
grababa todas las conversaciones, en las que le hacía preguntas en apariencia
inocentes pero que habían resultado cruciales para construir las acusaciones
contra su padre.
Incluso
ahora, años más tarde y sentada junto al que iba a ser su esposo durante un
breve espacio de tiempo, Lali se enfermaba al recordarlo. Entonces no había
sido consciente de estar revelando pruebas cruciales contra su padre, pero los
pecados del viejo eran una bola de nieve cada vez más grande que acabó por
matar a su madre y arruinar la vida de Vanessa.
Lali
recordaba el día en que Gustavo le había contado la verdad sobre su identidad,
cómo había permanecido inalterable mientras un agente la amenazaba con la
encarcelación de su madre si no colaboraba en la investigación. Le hablaron
sobre los agujeros en las prácticas empresariales de su padre y le revelaron
que habían instalado micrófonos por toda la casa.
—Tenemos
razones para creer que su madre sabe más de lo que aparenta sobre los delitos
de su padre. Si usted no nos demuestra lo contrario, ambos acabarán entre
rejas.
Lali
sabía que su madre no estaba enterada de los negocios de su padre, pero estaba
demasiado desconcertada para preguntar por qué un agente querría obligar a una
hija a probar la inocencia de su madre. Al final, Gustavo y sus amigos solo la
utilizaron para atrapar a su padre. Sabían que su madre, María José, no tenía
nada que ver con los planes de su padre.
Lali
reflexionó sobre muchas de las cosas que su padre había hecho a lo largo de los
años. Tenía socios, o eso decía él, pero Lali nunca los había conocido. No fue
hasta su primer año de universidad, cuando uno de sus profesores le preguntó
por la profesión de su padre, que empezó a sospechar. No pudo darle una
respuesta concreta sobre qué hacía para ganar dinero, solo que lo ganaba, y
mucho.
En
cuanto a su madre, era la esposa de un hombre rico. Comía con la élite, nunca lavaba
los platos y miraba hacia otro lado cuando su padre tenía una aventura. Siempre
iba perfectamente vestida y no permitía que Vanessa o ella salieran de casa con
ropa que pudiera parecer gastada o barata.
El
primer año de universidad le abrió los ojos sobre cómo funcionaba el mundo. Sus
compañeras, que desaparecieron como cucarachas cuando su padre ingresó en la
cárcel, le enseñaron a administrar el dinero. Dos de ellas provenían de
matrimonios rotos y tenían una habilidad especial para separar el dinero de
papá de los gastos de cada día y así poder irse de vacaciones en primavera con
el resto de las chicas. La llevaron a centros comerciales y grandes tiendas
donde no tenía por qué pagar una pequeña fortuna por las cosas comunes. Lali le
había contado a su madre con orgullo cómo estaba administrando el dinero para
reducir a la mitad el presupuesto que le había asignado su padre.
María
José miró la ropa de Lali y se negó a seguir escuchando.
—Ninguna
hija mía va por ahí vestida así.
Ofendida
pero decidida a que la mente cerrada de su madre no le impidiera seguir
aprendiendo sobre las finanzas del mundo real, Lali continuó depositando cada
mes casi la mitad de la mensualidad que le daba su padre en una cuenta aparte.
Esa cuenta la salvó cuando la policía confiscó todo el dinero de la familia.
Ahora
que Lali había recuperado el estilo de vida de antes, le preocupaba enormemente
decepcionar a Claudia, a Eugenia y a toda la familia cuando, en menos de un
año, les llegara la noticia de su separación.
Peter
cubrió las manos de Lali con una de las suyas, llamando su atención sobre el
incesante modo de retorcerlas sobre su regazo. Lali buscó sus hermosos ojos verdes
y en ellos encontró compasión. «Probablemente cree que estoy nerviosa por
conocer a su familia.»
No
tenía la menor idea de que sus preocupaciones eran mucho más profundas.
Por
primera vez desde que llevaba el anillo de casada, Lali empezaba a cuestionarse
sus decisiones.
¿Y
si decía o hacía algo que lo arruinara todo y la madre y la hermana de Peter se
quedaban sin nada? ¿Sería Claudia capaz de soportarlo?
Un
escalofrío le recorrió el cuerpo.
¿Y
si Claudia seguía los pasos de su madre?
Lali
sacudió la cabeza y desterró los recuerdos del entierro de su madre.
—Todo
va a salir bien.
De
repente, Lali ya no estaba tan segura de ello. Albany Hall se materializó ante
sus ojos mientras la limusina recorría el camino que llevaba a la casa.
—Dios
—murmuró entre dientes.
El
hogar en el que Peter había pasado su infancia tenía el tamaño de un pequeño castillo.
Dos alas sobresalían de una estructura central. Lali contó tres pisos pero no
descartó la posibilidad de que hubiese un sótano enorme bajo tierra. Según Peter,
la casa tenía treinta y cinco dormitorios, sin contar los del servicio. También
había un salón de baile y un conservatorio, una biblioteca con más libros de
los que nadie pudiera leer en su vida y varios ambientes, bautizados según el
color de la decoración.
—El
salón azul está junto a la entrada y el rojo al lado.
Al
bajarse de la limusina y entrar en el mundo de su marido, Lali se sintió un
poco como Cenicienta la noche del baile, solo que en su versión del cuento el
reloj no marcaría las doce de la noche hasta al cabo de un año. Eso debería ser
suficiente para que se sintiera más segura, al menos durante un tiempo, pero no
dejaba de imaginarse calabazas, ratones corriendo entre sus pies, zapatos de
cristal y reproches.
—¿Lista?
—preguntó Peter antes de guiarla hacia el interior de la casa.
Si
Eugenia Lanzani tenía alguna duda sobre la presencia de Lali junto a su
hermano, lo disimulaba increíblemente bien. En cuanto Lali hizo su aparición en
la enorme mansión de la familia, Eugenia se agarró del brazo de su recién
estrenada cuñada y no la volvió a soltar. Era joven, guapa, llena de vida y sin
duda alguna muy consentida. Claudia la recibió con una sonrisa y le presentó a
una tía por parte materna, al tío de Peter y a dos primos que la observaron
detenidamente.
El
personal de la casa esperaba a un lado, listo para recoger las maletas, servir
el té y fundirse con el entorno.
—No
sabes lo feliz que estoy de tener a alguien de mi edad por aquí —le dijo Eugenia
a Lali. Su hermano disimulaba el acento, pero en su hermana era especialmente
marcado.
—Nunca
te faltó compañía —le recordó Claudia a su hija.
—Compañía
no, pero con la familia siempre es diferente. ¿No te parece, Lali? Nunca he
tenido una hermana en quien poder confiar.
Eugenia
sonrió, mostrando unos dientes blancos y perfectos, y por un instante Lali se
sintió culpable. A pesar de que ella sí tenía una hermana, Vanessa no estaba en
condiciones de relacionarse con ella de la forma a la que se refería Eugenia.
Era
como si alguien le diera una segunda oportunidad a través de Peter para que
pudiera disfrutar de una hermana, aunque el tictac de la bomba que era aquella
relación no dejaba de sonar.
—Supongo
que sí —dijo Lali.
—Hay
té preparado en el salón rojo, Peter. ¿Por qué no nos sentamos cómodamente y
nos cuentas sobre tu inesperado noviazgo y matrimonio?
Peter
consiguió colocarse junto a Lali y tomarla del brazo. El calor que desprendía
su cuerpo era un consuelo frente a los pensamientos que la atormentaban. Se
inclinó hacia ella y le susurró al oído:
—¿Cómo
lo estás llevando?
Lali
se dio cuenta de que Javier, el primo de Peter, los miraba con los ojos entrecerrados
y los labios apretados. Tomó la mano de Peter y le besó los nudillos. La luz
que iluminó el rostro de su esposo borró por un momento los oscuros pronósticos
que les deparaba el futuro.
«Bien»,
respondió en silencio, formando la palabra con los labios, y Peter le apretó la
mano.
Claudia
los guió hasta una habitación roja con el techo cubierto y las paredes
empapeladas de rojo, gris y blanco. El estampado era muy sutil a pesar de la
elección de colores. Las cortinas de seda y varios cuadros de temática floral
le otorgaban a la estancia un toque femenino, reforzado por el precioso centro
de flores que descansaba sobre la repisa de la chimenea.
Los
hombres se sirvieron pastas y sándwiches de una mesita antes de tomar el té.
—¿Habías
estado alguna vez en Europa? —preguntó Claudia mientras servía té oscuro en
unas tazas diminutas.
—En
el colegio.
—Entonces
estarás familiarizada con la hora del té —intervino Eugenia.
—No
es más que una excusa para comer a media tarde —dijo Peter.
Eugenia
desaprobó las palabras de su hermano con un gesto de la mano.
—No
lo escuches. Es alérgico a cualquier cosa que sea remotamente británica. Creo
que ninguno de nosotros se sorprendió al escuchar que se había casado con alguien
de otro lugar.
—¡Eugenia!
—le retó su madre.
—Es
verdad.
Lali
apenas podía aguantarse la risa.
—No
es culpa mía que las europeas no me llamaran la atención —se defendió Peter
como pudo.
—Entonces
—intervino Javier, dejando de comer un segundo para preguntar— ¿Lali y tú se
conocen desde hace mucho tiempo?
Los
dos habían acordado que fuera él quien respondiera a las preguntas más básicas
sobre su relación. De esa manera, ninguno de los dos contradiría las palabras
del otro.
—Yo
no diría eso.
—¿Qué
dirías entonces? —preguntó Mary, la tía de Peter.
—Nos
conocimos el mes pasado.
—¿El
mes pasado? —Eugenia no creía lo que acababa de escuchar—. ¿Cómo puedes casarte
con alguien a quien apenas conoces?
Peter
dejó la taza sobre la mesa y cogió la mano de Lali.
—Me
habría casado con Lali el mismo día en que nos conocimos si ella me hubiera
dicho que sí. Hay veces en la vida en las que simplemente sabes que estás
haciendo lo correcto.
Pablo,
el tío de Peter, se incorporó en su silla.
—Lo
correcto, dices. ¿Nos estás ocultando algo?
La
mandíbula de Peter se tensó de repente.
—¿Qué
me estás preguntando exactamente?
Las
mujeres permanecieron en silencio sin sacar la mirada de Lali.
—¿Tu
mujer está embarazada?
Peter
parecía incómodo.
—Mi
mujer tiene un nombre e insisto en que empieces a utilizarlo en lugar de actuar
como si no estuviera presente. —La frialdad con la que se dirigió a su tío heló
la sangre de Lali. Aquella era una faceta de él que apenas había visto hasta
entonces y que esperaba no sufrir en carne propia. Pablo
sonrió con malicia, pero antes de que pudiera decir algo, Lali respondió por su
marido.
—No
estoy embarazada.
A
pesar de que las mujeres presentes no dijeron nada, se oyó un suspiro de alivio
tras su declaración.
—Entonces
se casaron por el testamento —intervino Andrés, el primo más joven, que estaba
sentado junto a Javier, quien hasta entonces no había intervenido en la
conversación.
Peter
se levantó de un salto con los puños cerrados. Lali, rápidamente, dejó su taza
de té a un lado y sujetó las manos de su esposo.
—Mi
amor, sabíamos que pondrían en duda nuestras razones. —A continuación, como si
hubiera nacido para mentir, añadió—: ¿Cómo van a entender la chispa que se
produjo entre nosotros el día en que nos conocimos, o entender los motivos que
nos han llevado a estar juntos y casarnos sin pasar por un noviazgo largo?
Por
fin Claudia se decidió a hablar, serenando los ánimos de los presentes.
—Haces
que parezca muy romántico, Lali.
Lali
obligó a Peter a sentarse de nuevo y no le soltó la mano para evitar que
estrangulara a la parte masculina de su familia.
—Estoy
segura de que no quieres saber todos los detalles, pero tu hijo es muy
romántico.
—Yo
sí quiero saber los detalles —intervino Eugenia, mordiéndose el labio mientras
hablaba.
Peter
miró a su hermana poniendo los ojos en blando. Los de Lali, por su parte, no
dejaron de observar a Javier, que había presenciado la escena sin pronunciar
una sola palabra. Su silencio parecía indicar que no lo había convencido. Su
mirada, fría y calculadora, se detuvo en Peter, y Lali no pudo más que
preguntarse hasta dónde estaba dispuesto a llegar para tener la herencia de Peter.
El
mayor de los Parker, de Parker y Parker, estaba sentado frente a Peter,
preparado para discutir los detalles de la última voluntad y del testamento de
su padre. Peter recordaba haber escuchado las exigencias del viejo duque desde
el más allá exigiéndole que se casara si quería heredar el grueso de su
fortuna, pero había algunos detalles que no le habían quedado claros. De hecho,
el día de la lectura del testamento, Peter había interrumpido al abogado antes
de que pudiera terminar. Al fin y al cabo, acababa de cumplir los treinta; los
treinta y seis le parecían algo muy lejano.
Vestido
con poco más que un traje, una corbata y una expresión estoica en la cara, Iván
Parker abrió su maletín y sacó un taco de papeles de al menos cinco centímetros
de grueso.
—Veo
que no ha tardado mucho en conseguirse una esposa —dijo el abogado.
El
último encuentro entre ambos había tenido lugar un par de meses atrás. Iván le
recordó a Peter la fecha máxima que Juan había estipulado en su testamento,
pero lo hizo solo porque estaba obligado. Si Peter no se hubiera ajustado a los
plazos, Parker y Parker habrían ganado el veinticinco por ciento del total, la
madre y la hermana habrían recibido una pequeña suma, insuficiente para
mantener su actual ritmo de vida, y el resto se habría repartido entre Javier y
algunas obras benéficas.
—Lali
y yo somos muy felices —respondió Peter, negándose a disculparse.
—¿Es
eso verdad?
—Podrá
comprobarlo usted mismo durante el fin de semana. Hacía tiempo que no me provocaba
volver a casa después del trabajo.
Qué
extraño, no sonaba a mentira. De hecho, le apetecía ver el rostro de su esposa
cada noche y cada mañana desde que habían empezado a compartir la cama.
Iván
apretó los labios y las marcas de expresión de su cara se volvieron más
definidas.
—Convencer
al estudio de que su matrimonio no es de conveniencia depende únicamente de
usted y de su señora esposa.
—Soy
consciente de las cláusulas que Juan incluyó en el testamento. Estamos aquí
para determinar exactamente qué necesita su estudio de mí en los próximos doce
meses.
Iván
se rascó la barbilla.
—Su
padre estaba decidido a impedir que usted fingiera la situación para superar
favorablemente sus demandas.
Su
padre era un imbécil, pero Peter no necesitaba compartir con Iván sus opiniones
sobre el viejo.
—Eso
ya lo sabemos.
—Pasó
una cantidad considerable de tiempo en nuestras oficinas redactando las
contingencias legales.
Algo
en la forma en que Iván estaba sentado, en el destello que desprendían sus
ojos, le ponía el pelo de punta.
—Ya
hemos repasado esas contingencias.
Iván
abrió la boca y dibujó una «O» silenciosa con los labios antes de inclinar la
cabeza a un lado y continuar.
—La
mayoría. Hemos hablado de casi todas.
El
suelo empezó a temblar bajo los pies de Peter. En lugar de mostrarse inseguro
ante el astuto abogado, el duque se apoyó en el respaldo de la silla y esperó a
que le expusiera los detalles.
—Estoy
convencido de que en el momento de la lectura del testamento de Juan, usted
estaba demasiado triste para prestar atención a algunas de las cláusulas
adicionales. Por citar una, la que establece que, una vez casado, se leyera y
aplicara el codicilo incluido en el testamento. —Iván sonreía abiertamente,
como un zorro mirando a un ratón desde las alturas.
—Estoy
intrigado —respondió Peter—. ¿Qué otra cosa podría pedirme mi padre?
—Aquí
tengo un anexo sellado que debía abrirse una vez estuviera casado. —Luego de sacar
un montón de papeles de la ruma, empezó a leer.
Bien hecho, Peter, hijo mío, parece que al
final no he educado a un completo inútil. A estas alturas, estoy seguro de que
ya formo parte de tu lista de seres más despreciables que jamás hayan pisado la
tierra. Te aseguro que solo me mueve la intención de demostrarte lo importante
que debería ser para ti la familia. Te burlaste de mí durante toda tu vida
adulta, hiciste lo posible para alterar la mía. Supongo que un hombre mejor que
yo habría dejado una buena cantidad de dinero a sus hijos y a su mujer y habría
muerto plácidamente con la conciencia tranquila, en lugar de obligar a su
heredero a obedecer los dictados de un testamento. Los dos sabemos que nunca he
sido ese hombre. Así pues, hijo mío, te dejo una última tarea antes de que la
herencia pase a ser tuya. Confío en que habrás contraído matrimonio justo antes
de tu trigésimo quinto cumpleaños, lo que significa que tienes un año para tu
próximo encargo.
Peter
sintió que la sangre empezaba a hervirle en las venas. Sabía perfectamente
hacia dónde iba su padre y aun así fue incapaz de impedir que las palabras
salieran de la boca de Iván Parker.
Si realmente has sentado la cabeza y estás
listo para seguir con la saga familiar, tendrás que demostrarlo trayendo un
heredero al mundo.
Iván
hizo una pausa para comprobar su reacción. Peter se concentró para no apretar
los dientes y dobló las manos sobre su regazo, con la imagen de las manos de Lali
flotando en su cabeza.
¿Qué
iba a hacer ahora?
Estas cosas llevan su tiempo, pero tienes un
año para encarrilar tu futura paternidad.
Al
igual que la vez anterior, Peter dejó de prestar atención cuando Iván entró en
detalles: el sexo del niño era indiferente, pero tenía que nacer antes de que Peter
cumpliera treinta y seis años. Iván terminó de hablar y carraspeó.
—Parece
que su padre pensó en todo.
—¿Y
si mi esposa y yo queremos esperar para formar una familia?
Iván
disimuló una sonrisa.
—Su
padre le dará millones de razones para que acelere sus planes. Claro que si no
pensaba formar una familia o seguir casado con...
Peter
interrumpió las palabras del abogado con un gesto.
—Acabamos
de casarnos, Iván. O tal vez no se ha dado cuenta de ese pequeño detalle.
—Me
doy cuenta de todo lo que usted hace. Hombres más grandes que usted se han
casado para conseguir sumas millonarias con la intención de divorciarse en
cuanto el dinero estuviera depositado en sus cuentas. —Iván parecía furioso,
pronunciando cada palabra con su acento almidonado.
—Ese
anexo estaba sellado, pero usted lo sabía desde el principio, ¿no es así?
Iván
se puso cómodo en su silla y cruzó los brazos sobre el pecho, respondiendo con
una leve medio sonrisa. Peter sintió el deseo poco habitual en él de hacer que Iván,
y su falta de sensibilidad, se retorciera en su asiento.
—En
realidad, me gusta la idea de ser padre —dijo Peter.
A
Iván se le borró la sonrisa de la cara.
—Lali
será una madre maravillosa. —Lo pensaba realmente, pero aun así puso cara de
póquer.
—Va
a necesitar más que palabras para convencernos.
—De
eso no me cabe la menor duda.
Iván
recogió sus papeles y se levantó de la mesa, listo para irse.
—Estaremos
en contacto.
Peter
se levantó de su asiento y le ofreció la mano.
—Nos
vemos este fin de semana en la recepción.
—Cierto.
Cuando
el abogado se disponía a irse, Peter lo detuvo.
—Ah,
Iván, asegúrese de que sus abogados me hagan llegar una copia del testamento de
mi padre.
Iván
asintió y se dirigió hacia la puerta del despacho.
Peter
dio media vuelta y se acercó a la ventana para observar las calles bajo la
espesa lluvia.
Un
niño.
Maldijo
a su padre y todo lo que simbolizaba. Una parte de él quería escapar de todo,
decirle a Lali que habían descubierto el engaño. Sabía perfectamente que ella
se negaría a traer un hijo al mundo por dinero. Los engaños de su propia
familia ya le habían causado demasiado daño. No querría engañar a un niño. Casi
podía sentir cómo se le revolvía todo por dentro cada vez que Eugenia empezaba
a hablar sobre planes de futuro.
Peter
había dado por hecho que los abogados de Parker y Parker intentarían obligarlos
a permanecer juntos durante todo el año siguiente. Pensaba que Iván había ido a
su oficina para decirle algo tipo: «Peter, usted y su esposa no pueden estar
separados más de dos semanas seguidas si quieren que nos creamos que están
felizmente casados».
No,
los abogados de su padre habían hecho algo mucho más difícil de conseguir.
Pero
¿y si Lali salía embarazada? ¿Tan malo sería eso? Una sensación de calor empezó
a ascenderle por el pecho. La idea de ver cómo sus curvas se volvían más
pronunciadas, cómo sus pechos le llenaban las manos aún más, cómo sostenía
entre sus brazos un hijo que también era el suyo...
Peter
desechó las imágenes, que no eran especialmente difíciles de imaginar, de su
mente.
Tal
vez su equipo de abogados podría encontrar alguna ilegalidad en el testamento
de su padre. Había asignado el caso a los mejores para ver qué podían hacer.
Por
el momento, mantendría aquel último giro de los acontecimientos en secreto.
Sube mas!!
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