lunes, 1 de junio de 2015

No mirar hacia atrás: Capítulo 15 - Parte 2

Capítulo 15:

Peter estaba apoyado en un casillero al otro lado de la biblioteca, de espaldas a mí. Una guapa morena le sonreía mientras le entregaba una mochila que debía pertenecerle a ella. Todo lo que podía oír más allá del irracional zumbido en mis oídos era la risa profunda y ronca que curvaba los dedos de mi pie de la manera correcta mientras se colgaba la mochila en su hombro.



Una punzada me golpeó en el pecho, astillando mi corazón. No tenía derecho a sentir este dolor, no tenía derecho a sentir el fuego creándose dentro de mí, pero quería quemarlos a ambos y obligarlos a separarse.


Pero no había manera de que hiciera algo así. Tal vez la vieja Lali lo habría hecho, pero bueno, a la vieja Lali no le agradaba Peter la mayor parte de los días.


Di un paso hacia atrás y de repente fue como ver a dos actores en una televisión en blanco y negro, excepto por la chica frente a él...yo. Me encontraba de puntillas, mirándolo directamente a la cara. Al principio, pensé que lo estaba besando de estar tan cerca, pero luego me oí hablar, a esa versión gris y sin vida de mí.


- Te vi - me burlé - Te vi con Dianna. Sé lo que hiciste.


Peter levantó las manos, riendo con frialdad.


- Como siempre, estás metiendo tu malcriada nariz donde no te llaman. No tienes ni idea de lo que has visto, La.


Riendo, tiré mi cabello por encima de mi hombro.


- Oh, vamos a acabarte, Peter. Acabas de...


Lo que sea que haya dicho se desvaneció. Me había tropezado con un casillero, y el sonido me sacó de la visión. Todo lo que sabía era que la chica que se encontraba realmente delante de él era Dianna, pero la razón detrás de la confrontación con Peter era desconocida para mí. ¿Quiénes íbamos a acabarlo? ¿Y qué es lo que podría haberle visto hacer con Dianna que podría haber utilizado en su contra?


Peter miró por encima de su hombro, frunciendo las cejas cuando me vio.


- ¿La?


Retrocediendo, negué con la cabeza, confundida. Pasar de un recuerdo, o posiblemente una alucinación, a lo que sucedía en realidad puso mi cerebro patas arriba. Eso, y mi reacción al verlo con una chica.


- Lo siento. Yo...no quise interrumpir.


- Espera - dijo Peter, deteniéndome - ¿Estás bien?


Asentí.


- Sí. Claro, estoy bien.


Sus ojos se estrecharon, y se volvió hacia Dianna.


- ¿Puedes esperar un segundo?


- Claro - dijo ella, sacando su celular, de repente demasiado interesada en él.


Peter atravesó la distancia entre nosotros, alargando una mano como si fuera a tocarme, pero deteniéndose antes de hacer contacto.


- La, ¿qué pasó? - preguntó en voz baja - Estás sangrando.


- ¿Qué? - Bajé la mirada. La manga de mi suéter estaba arremangada, revelando dos largos rasguños que goteaban sangre. Un dolor sordo irradiaba de mi brazo - Debo haber...debo haberme arañado a mi misma.


Me tomó de la mano, tragando.


- ¿Cómo puedes no saber si te has hecho eso, La? Es...


¿Demente? Liberé mi mano.


- Tengo que irme.


- La...


- Te está esperando - susurré, retrocediendo - Hablaré contigo más tarde.


Apretó la mandíbula mientras me daba una segunda mirada.


- Está bien. Habrá un más tarde.


No estaba segura de lo que quería decir, pero asentí. Forzando una temblorosa sonrisa, me di la vuelta y dirigí al baño más cercano. Un peso apretaba mi pecho, extendiéndose a mis hombros. La parte posterior de mi garganta ardía para cuando dejé caer mi bolsa cerca del lavabo y abrí el grifo.


¿Cómo me hice eso sin darme cuenta o sentirlo siquiera? ¿Y cuándo lo hice? Tragando saliva, mi estómago se apretó mientras ponía el brazo bajo el agua. La piel lastimada ardía, sumándose a la presión ya abrumadora de las lágrimas no derramadas. El agua se mantuvo de color rojo hasta volverse de un rosa pálido contra el lavabo de porcelana.


Levantando la barbilla, miré fijamente mis aterrorizados ojos. El corazón me latía aceleradamente. ¿Qué pensaría la Sra. Messer sobre los rasguños? Probablemente lo mismo que pensaba acerca de hablar con reflejos, una estrangulada risa se me escapó de los labios. Dudaba que esto entrara en el rango de lo normal.


Tomé un respiro, pero se quedó estancado. Había definitivamente algo mal en mí. Muy mal.


Cuando Nico regresó a casa después de la práctica de Rugby, tomé el bolso y las direcciones garabateadas apresudaramente para llegar a la cochera. Tenía un par de horas antes de la puesta de sol. así que me las arreglé para evitar la mayoría de las preguntas de Nico. Me sentí mal por ser seca con él, sobre todo porque me dejaba tomar prestado su coche, pero no tenía mucho tiempo.


Me tomó un poco más de cuarenta minutos llegar al Bosque Estatal de Michaux y encontrar la casa de verano. El sentido común me dijo que si iba a empezar en cualquier lugar sería allí.


Desacelerando el coche por el camino de grava, me incliné sobre el volante mientras una cabaña de madera de dos pisos quedaba a la vista. La cochera de dos puertas se hallaba bajo el pórtico levantado, y todo el frente de la casa no era más que ventanas. Un pedazo de tierra había sido despejado en la parte delantera, y los árboles se tragaban la parte trasera de la casa. Aparcando el coche, apreté las llaves en la mano y salí.


Temblando, inhalé el aroma de pino y tierra rica. Algo más se quedó detrás de la tragedia...húmedo y familiar.


La mayoría de las casas que pasé en el camino tenían grandes pórticos, pero esta casa tenía una terraza con gradas. Mis zapatillas crujieron sobre la grava y las pequeñas ramas rotas mientras me dirigía hacia las escaleras. Traté de imaginarme veranos aquí, caminando este mismo camino docenas de veces.


Las escaleras crujieron bajo cada paso, haciendo eco y haciéndome estremecer. Una gran maceta de cerámica vacía en la esquina. Subí el segundo tramo de escaleras a la parte principal que parecía envolverse alrededor de toda la casa.


Como era de esperar, la puerta principal se encontraba cerrada con llave. Me arrastré a lo largo de la barandilla del pórtico. Había una lata llena de colillas de cigarros que parecían bastante nuevos. Mamá y papá dijeron que no habían abierto la casa desde el pasado mes de septiembre, pero dudaba que las colillas hubieran conservado su color tanto tiempo.


¿Alguien había estado allí? ¿Yo fumaba?


Sacudiendo la cabeza, me dirigí hacia la parte trasera de la casa, y allí se oía el sonido de algo corriendo, pacífico. Despertó una inquietud dentro de mí, agitando el abismo donde están mis recuerdos. El sonido...


Agua.


La emoción burbujeó. Conocía ese sonido, el lago. Corriendo por la escalera de atrás, medio me deslicé por la pendiente de la colina que desembocaba en la zona boscosa. El suelo se hallaba cubierto de pequeñas rocas y ramas caídas, y a pesar del hecho de que no tenía memoria consciente del terreno aquí, navegué la zona con facilidad. ¿Tal vez yo había estado en este camino antes? No había otra manera de explicarlo. Cualquier persona sin ningún conocimiento de los bosques detrás de la casa probablemente se rompería el cuello dando vueltas por la noche. Quitando ramas bajas del camino, me dirigí hacia la fuente de sonido.


Más adelante, había un barco aparcado. Ángel. Reconociendo el barco de una de las fotos en mi pared, di un paso en el muelle, atrapada con la guardia baja cuando se balanceó bajo mis pies. Mi mirada se desvió más allá del barco, y aspiré una bocanada de aire.


El lago era de un azul brillante profundo y más grande de lo que esperaba. La superficie se movía suavemente en la brisa, sosteniendo una vida de secretos en sus profundidades. Iba tan lejos como se podía ver, curvándose. Levanté la mirada y no pude encontrar ningún lugar cercano que pudiera explicar la caída que recordaba. Sólo había árboles con pequeños capullos y botes aparcados alrededor del lago.


Empujando mis manos en los bolsillos de mi sudadera con capucha, caminé a través de la playa artificial, siguiendo la línea de costa. El Detective Ramírez había mencionado una cascada, que parecía el lugar más probable para que alguien tome una caída.


Froté la manga sobre los arañazos en mi brazo, tratando de no pensar en cómo llegaron allí. En un punto, la arena fue reemplazada por el lodo que formó un rastro desgastado. Los árboles comenzaron a llenar los bordes del lago. Levanté la mirada, el vértigo se apoderó de mí. Extendí la mano a ciegas, poniéndola sobre el árbol como apoyo.


Alrededor de un centenar de metros por encima de las cataratas había un acantilado. No era un suave descenso desde allí. Grandes rocas sobresalían de la ladera de la montaña, levantándose entre espesos matorrales y árboles pequeños. Una corriente de agua serpenteaba colina abajo.


Me costó mucho creer que alguien hubiera caído por allí. Había demasiados obstáculos rompe huesos en el camino. Pero si empujaron a alguien...él o ella hubiera despejado la colina. Mis ojos se movieron por la horrible caída. La persona hubiera terminado en el lago de abajo.


Una sensación inquietante de estar en lo correcto se instaló profundamente en mis huesos. Empujada...A Cande tuvieron que haberla empujado. ¿Y yo? ¿Caí de la misma forma? Me estremecí al evocar el recuerdo de caer...y caer. Eso tenía que ser.


Al ver que el acantilado no me despertaba algún recuerdo, pero sabía, sólo sabía que este era el lugar donde todo se había ido cuesta abajo. Tenía que haber otra forma de llegar hasta allí. La subida era demasiado alta, y dudaba de que lo hubiera hecho. Necesitaba a alguien que conociera al camino por aquí, que pudiera lograr llevarme allí. ¿Tal vez Nico? ¿Peter? Mi vientre se calentó con este último. Podría conocer el lugar, pero correr a él no tiene sentido, sobre todo después de verlo con Dianna...


¡Snap!


Me quedé helada. ¿Qué fue ese sonido? Concentrándome, contuve la respiración y escuché. Los pájaros cantaban y las ramas se balanceaban, pero no eran lo que había oído.


¡Snap! Otra rama se quebró, seguida, unos segundos más tarde, por el mismo sonido, como alguien caminando. Los pelitos en la parte de atrás de mi cuello se levantaron, y mi corazón saltó a mi garganta. 


Se oyó otra vez, más cerca.


Girando, examiné los árboles. Podría ser cualquiera, alguien caminando o trotando. Me esforcé por escuchar, pero no oí nada. Ni siquiera los sonidos de la naturaleza. El bosque entero había caído en un silencio sepulcral.


Una mancha negra corrió detrás de un árbol. Viéndolo por el rabillo del ojo, me di cuenta de que era alto y definitivamente no tenía forma de oso.


- ¿Hola? - grité, apretando las llaves del coche con los dedos.


No hubo respuesta, y no podía ver lo qué o quienquiera que fuese. Tratando de bajar mi ritmo cardiaco, empecé a caminar de nuevo hacia la casa de verano. Había caminado cerca de un metro y medio antes de oír un crujido detrás de mí. Me di vuelta, mirando la oscuridad que caía entre los árboles.


La forma se disparó entre dos árboles. La forma era de un hombre, vestido de negro. Una gorra fue empujada hacia abajo, ocultando su rostro. La esperanza chispeó, pero fue rápidamente extinguida por temor. No podía ser Peter. No se encondería detrás de los árboles. Y me habría contestado cuando grité.


Una persona normal hubiera contestado cuando grité.


Dedos helados de ansiedad bajaron por mi espina dorsal. Mi pecho comprimido mientras daba un paso hacia atrás.


- ¿Hola?


Nada.


Con la garganta seca, me di la vuelta y retomé mi ritmo. Podría ser cualquiera, también podía ser el que era responsable de lo que nos había sucedido a Cande y a mí. Como no quería correr ningún riesgo, miré por encima de mi hombro. No vi nada en un primer momento, y luego...él estaba a varios metros detrás de mí, fuera del camino, moviéndose en rápidas zancadas.


Me detuve.


Se detuvo.


Di un paso adelante...y su paso emparejó el mío.


Esto...esto no era bueno. Las campanas de advertencia se apagaron. El instinto tomó el control, y corrí. Entre los sonidos de mis pies golpeando el suelo y mi corazón tronando, lo oí estrellarse en los arbustos. Viniendo detrás de mí, persiguiéndome...


Me lancé entre los árboles, levantando tierra y piedras pequeñas. El miedo contuvo mi respiración mientras empujaba las ramas arrancando mi cabello. El borde mi zapatilla se atoró en una raíz expuesta, y caí, mis rodillas y las palmas de mis manos llevándose la peor parte de la caída. Las rocas me lastimaron las manos, rasgándome los vaqueros y luego la piel de las rodillas. Grité en respuesta al dolor agudo.


Mi visión se atenuó. El color de las hojas caídas y el marrón oscuro se desvanecieron en gris. No ahora. Por favor, Dios, no ahora. Demasiado tarde, fui absorbida por la visión.


Goteaba en el suelo, con una mano delante de la otra. No. No en el suelo, una colina resbaladiza rocosa. Piedras y tierra levantándose, arrojándose a mi cara. Estaba entumecida, moviéndome sólo por instinto. Nada duele. Arañé mi camino, y deslicé los dedos. Agarrando violentamente las rocas, raíces y todo lo que podía tener en las manos, me deslicé varios metros, perdiendo todo el terreno que había ganado. Mis manos eran grises, pero el rojo manchaba la parte trasera de ellas, embarrándome los dedos. Las uñas quebrándose.


Jadeando por aire, parpadeé y el color regresó al mundo. Miré por encima de mi hombro. Dos piernas enfundadas en unos vaqueros negros se hallaban a unos pocos metros detrás de mí. El terror me dio un puñetazo en el estómago. Luchando en el suelo, ignoré el dolor y corrí.


Se sentía como si una eternidad hubiera pasado antes de que los barcos llegaran a la vista y mis pies golpearon la arena. No me atreví a mirar hacia atrás mientras corría hacia el bosque que separaba el lago de nuestra casa. Mi respiración golpeó en mi pecho mientras me liberaba de las ramas enredadas y corrí al porche.


Lloré cuando vi el coche de Nico. Levantando la grava, me quité la capucha y finalmente miré detrás de mí.


No había nadie allí.


Dándome la vuelta, examiné los árboles frondosos. Él podría estar escondido en cualquier lugar, a la espera de saltar y hacer...¿hacer qué? ¿Terminar lo que había empezado? Pero ¿por qué? ¿Quién era él? Tomé la manija y la puerta se abrió. ¿Había cerrado el coche cuando me fui? No podía recordarlo.


Subiéndome, rápidamente apreté el botón en el costado para cerrar todas las puertas. Me dejé caer en el asiento, arrastrando respiraciones profundas que sacudían mi cuerpo entero. Estaba con náuseas y mareos, la adrenalina hacia que me sintiera como si hubiera consumido demasiadas bebidas energéticas.


Abrí los ojos y puse mis manos temblorosas en el volante al mirar en el asiento del pasajero. Un pedazo de papel amarillo doblado en un triángulo descansaba allí. Mi corazón dio un salto doloroso.


Eso no había estado en el coche antes.


Con las manos temblando, me acerqué y tomé el trozo de papel, desdoblándolo rápidamente. Había una sola frase, escrita con la misma letra infantil que se estaba convirtiendo en tan familiar como la mía.


Sabes quién mató a Candela. Tiré la nota en mi bolso y encendí el coche. Saliendo del camino de grava, maniobré el coche por el camino estrecho, la parte de atrás de mi cuello hormigueando.


Manteniendo las respiraciones largas y estables, salí a la carretera principal. No podía permitirme el lujo de pensar en lo que acababa de suceder. Tiempo para enloquecer vendría más tarde, cuando no estuviera al volante del coche de mi hermano. Alcancé el volumen de la radio, queriendo ahogar mis pensamientos, cuando miré hacia arriba.


Todo lo que vi fue la forma oscura de él en el asiento trasero, un breve vistazo por el espejo retrovisor. El mundo se inclinó, lanzándome de un lado al otro detrás del volante.


Oh, Dios mío. Él está en mi coche.


Terror rodó a través de mi como un trueno en el cielo, oscuro y amenazante, robándome el aliento. Todo sucedió tan rápido. Pensé en parar, saltar del coche y correr o pisar los frenos. Pero no sabía lo que hacía. El pánico se filtraba por mis poros, cubriendo mi piel. Mi cerebro disparaba señales inútiles. Hubo una explosión de un cuerno que sonaba como si estuviera a kilómetros de distancia, y no podía respirar.


Está en mi coche.


Un grito se elevó de las profundidades de mi cuerpo mientras la oscuridad se acercó a mí, y entonces ese crujido metálico, destrozó mi grito. Golpeada a un lado en un latido del corazón, me tiró de nuevo en el siguiente, golpeándome la cabeza contra el volante. Furioso, cegador y paralizante dolor apuñalando mi cráneo. El vidrio hecho añicos, clavándose en mi piel.


Y entonces no había nada.

 

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