Absurdo Plan: Capítulo 12
Capítulo 12:
Los mareos
matutinos, en lugar de mejorar, fueron a peor. Todos los días Peter le repetía,
con la disciplina de un soldado, que sí, que los vómitos eran horribles, pero
que él la ayudaría a llevarlos lo mejor posible hasta que desaparecieran.
Decidieron guardar en secreto del embarazo hasta el segundo trimestre
básicamente por el riesgo de complicaciones y abortos espontáneos. El
ginecólogo les aseguró que después del segundo mes no tendrían nada de qué
preocuparse, pero aun así ellos prefirieron esperar antes de contárselo a todos.
Lali
ni siquiera se lo dijo a Candela, lo cual fue cualquier cosa menos fácil, pero
creía que era mejor que su amiga no lo supiera aún para evitar que se le escapara
sin querer mientras hablaba con alguien.
Peter
estuvo a su lado, tal y como había prometido. De vez en cuando no tenía más
remedio que volar a Europa, pero los viajes siempre eran cortos, de tres días
como mucho. Lali la pasaba mal cuando se iba, pero tenerlo de nuevo en casa
siempre era maravilloso.
Las
pasaban a una velocidad vertiginosa. Las noches eran una experiencia memorable
en los brazos de Peter. Hasta que un día, tal y como el ginecólogo había
pronosticado, el hada de los mareos matutinos interrumpió sus visitas diarias.
Un
día, Peter regresó a casa tras pasar el día en la oficina. Lali había pasado el
día sacando cuadros y moviendo los muebles de la habitación que había frente al
dormitorio. Estaba levantando una mesita de noche cuando oyó la voz preocupada
de Peter gritando desde la puerta.
—¿Se
puede saber qué estás haciendo?
Lali
soltó la mesita y estuvo a punto de chancarse un dedo del pie.
—Me
asustaste —le dijo.
Peter
caminó hacia ella con las manos en la cadera.
—No
deberías estar levantando muebles. —Sus ojos recorrieron la estancia—. ¿Tú
sacaste todo lo que había aquí?
Solo
quedaba el ropero, la cama y las mesitas.
—Sí,
¿por qué? Dijimos que este sería la habitación del bebé —respondió Lali en un
murmuro para que Rosario, que estaba limpiando el dormitorio principal, no escuchara
nada.
—Esto
no está bien —susurró Peter, y dándose la vuelta gritó—: ¿Rosario? ¿Inés?
—¿Qué
estás haciendo?
Rosario
apareció en la habitación casi a la carrera, visiblemente asustada.
—¿Está
todo bien?
—Anda
a buscar a Lucas —le dijo Peter.
Lali
agarró el brazo de su marido, debatiéndose entre la confusión y la alarma. Por
mucho que insistió, no consiguió que le contara qué estaba pasando. Peter
esperó a tener a sus tres empleados delante antes de decir una sola palabra.
Y
cuando finalmente lo hizo, Lali se quedó muda de la sorpresa.
—Lali
está embarazada.
No
podía creer lo que estaba pasando. Ambos habían acordado no decir nada a nadie
hasta la próxima visita con el ginecólogo, aunque en cuestión de segundos entendió
sus motivos.
—Lo
sabía —dijo Rosario, mirando a Inés de reojo.
Inés
se encogió de hombros y recibió la noticia con una sonrisa maternal.
—Por
supuesto que sí.
—¿Lo
sabíais? —preguntó Lali.
—Querida,
vivimos aquí. Obvio que lo sabíamos.
Peter
miró a Lucas.
—A
mí no me mire. No tenía ni idea.
—Si
sabían que Lali estaba embarazada, ¿por qué permitieron que se dedique a mover
muebles por toda la casa?
Lucas
miró a su alrededor.
—No
quería que la ayudáramos.
—No
necesito que me ayuden —se defendió Lali, a ella misma y a sus empleados—.
¿Cuál es el problema?
Lucas
dio un paso al frente.
—Las
embarazadas no pueden cargar peso.
Peter
sonrió y le dio una palmadita en la espalda.
—Al
fin alguien que me entiende.
—¿Por
eso tanto alboroto? ¿No me crees capaz de vaciar un dormitorio? —Lali empezaba a
molestarse por momentos, ella que odiaba el machismo...
—A
partir de ahora, no quiero que Lali levante nada que pueda pesar más que un
plato de comida o una bolsa llena de ropa. Y si la bolsa pesa mucho, ni
siquiera eso. —Peter habló mirándola a ella, pero en realidad se dirigía al
personal.
—Espera
un minuto...
Inés
retrocedió y le hizo una seña a Rosario.
—Creo
que deberíamos dejarlos solos.
—Peter
tiene razón —intervino la voz de Lucas—. Permítame que la ayude con todo esto.
Podría hacerse daño usted o al bebé.
Lali
levantó un brazo en alto cuando vio que Lucas pasaba junto a ella y se disponía
a levantar la mesita de noche.
—Alto
ahí. Estoy embarazada, no enferma. El ginecólogo no dijo nada de limitaciones.
—Lucas
—intervino Inés—, creo que deberíamos dejar solos a los señores para que lo
solucionen sin nuestra ayuda.
Los
tres se dirigieron hacia la puerta en silencio, mientras Lali se mordía la
lengua e intentaba controlar su ira y Peter levantaba la cabeza, decidido a no
dar el brazo a torcer.
—Creí
que habíamos decidido entre los dos no contarle a nadie lo del bebé.
Peter
miró a su alrededor.
—Entonces
ese punto no lo hemos cumplido. Lali, podrías haberte hecho daño arrastrando
cosas de un lado para otro.
—No
son más que cosas.
—Cosas
pesadas que tú no deberías cargar.
—Ay,
por favor...
Peter
puso una mano en alto para silenciar las protestas.
—¿Y
si levantaras esta mesita —preguntó, dándole una patada a la madera— y notaras
un dolor en el vientre?
Lali
sintió un escalofrío que la tomó desprevenida.
—Eso
no tiene por qué pasar.
—Pero
¿y si pasara?
Miró
a su alrededor y de repente fue consciente por primera vez del tamaño de la
cama, de la masa imponente del ropero que estaba decidida a sacar de la
habitación antes de que Peter la interrumpiera.
Tal
vez tenía razón.
—Puedo
cargar las bolsas después de una tarde de compras —respondió finalmente con un
hilo de voz.
Peter
se acercó a su mujer y la abrazó. Podía notar la frialdad de sus manos
acariciándole la espalda y el rápido latido de su corazón dentro del pecho. Estaba
preocupado, genuinamente sorprendido por sus acciones. La parte más emocional
de Lali suspiró aliviada al constatar cuánto se preocupaba por ella; la más
independiente agitó el puño en alto.
—Por
favor, prométeme que la próxima vez pedirás ayuda.
Lali
nunca prometía nada que no pensara cumplir, así que no se apresuró a responder
lo que Peter necesitaba oír.
—Prométemelo
—insistió él, dando un paso atrás y sujetándole la cabeza entre las manos.
—Esta
mañana, cuando me levanté, me sentía genial. Creo que se terminaron los mareos.
—Prométemelo.
—Peter no pensaba rendirse.
—Bueno,
bueno, está bien. No levantaré peso. ¿Feliz? —La respuesta sonó más áspera de
lo que Lali pretendía, pero, a juzgar por su sonrisa, a Peter no parecía
importarle.
—¿Me
lo prometes?
—¡Te
lo prometo! —exclamó ella, dándole un empujón en el pecho—. Dios santo, ¿es que
siempre te sales con la tuya?
Peter
asintió.
—Prometo
abalanzarme sobre cualquier cosa que necesites levantar. Cuando quieras que
haga algo, no tendrás que repetírmelo dos veces.
—Entonces,
machote, menos palabrería y más acción. Quiero que me vacíes la habitación para
empezar a preparar las paredes para pintarlas.
Peter
abrió los ojos como platos y frunció los labios.
—¿Con
el olor que emana la pintura? —preguntó.
Lali
supo al instante que tendría que hacer unas cuantas promesas más antes de que
se hiciera de noche.
Al
final, prometió dejarle el trabajo duro a Peter y a quienquiera que él contratara
para la tarea. A cambio, ella tenía rienda suelta para señalar, gastar y
ordenar tantos cambios como creyera necesarios.
En
lugar de comunicar por carta a los abogados de su padre la futura llegada de su
heredero, Peter optó por una presentación mucho más espectacular. En cuanto Lali
se sintió lo suficientemente bien como para viajar, organizaron una visita
transoceánica para compartir la noticia con el resto de la familia.
La
pequeña cena destilaba alegría hasta que Peter pidió silencio y agarró a Lali
de la mano.
—Supongo
que muchos de ustedes se deben de estar preguntando por qué los hemos reunido
aquí esta noche.
—Ya
sabes que me encantan los acertijos —dijo su madre desde el otro extremo de la
mesa. Todos a su alrededor comenzaron a reír y esperaron a que Peter
continuara.
—Lali
y yo esperamos nuestro primer hijo para fines de enero.
—Lo
sabía. —Eugenia se puso en pie de un salto y rodeó la mesa para abrazar a Lali
y después a su hermano.
Los
presentes los llenaron de felicitaciones y abrazaos. Si alguien tenía dudas
sobre cuándo había quedado embarazada, no dijo ni una sola palabra al respecto.
Javier
captó la mirada de Peter desde el otro extremo de la mesa, y sus labios
dibujaron una fina línea recta. Peter siempre había culpado a su padre por la
mala relación que existía entre los dos primos. Si no le hubiera nombrado su
segundo heredero, tal vez Peter y Javier estarían más unidos. Tristemente la
realidad era muy distinta. Pablo se acercó a su hijo y le susurró algo, y Peter
centró la atención en su mujer.
Lali
irradiaba orgullo y ese brillo especial que tanta gente atribuía a las
embarazadas. Tenía un vestido de verano con las mangas cortas y un cinturón
alrededor de su —por momento— minúscula cintura. Peter se había dado cuenta de
que empezaba a tener los pechos ligeramente más grandes y también más sensibles
cuando hacían el amor. Cada mañana descubría una nueva maravilla. En la última
visita al ginecólogo antes del viaje, habían escuchado el latido acelerado del
corazón de su hijo. A Lali se le habían llenado los ojos de lágrimas y a él se
le había hecho un nudo en la garganta. De repente sintió un amor incondicional
hacia su hijo, una emoción más sólida que cualquier otra que hubiese
experimentado en toda su vida. Bueno, casi, musitó.
Buscó
con la mirada a su mujer, perdida por una marea de personas que esperaban para
poder abrazarla. Descubrir el amor que sentía por su hijo lo había llevado a
darse de frente con otra realidad.
El
amor que sentía por Lali.
En
lugar de huir de tantas emociones potencialmente devastadoras, Peter las sujetó
contra su pecho como si fueran una buena jugada en una partida de póker.
Tendría tiempo suficiente para descifrar los sentimientos de Lali antes de confesarle
los suyos. Al fin y al cabo, estaba acostumbrado a jugar sus cartas hasta
asegurarse de ganar la partida.
Al
final de la noche, Parker se acercó a hablar con él justo antes de abandonar la
fiesta.
—Veo
que se ha asegurado de cubrir todos los puntos del testamento de su padre.
Dicho
así, Peter no pudo evitar sentir que una fina capa de suciedad le nublaba la
conciencia. No había hecho nada malo para conseguir su objetivo, pero tampoco
le había contado a Lali la necesidad de procrear un heredero si quería cobrar
la herencia.
—Eso
parece —respondió Peter.
Parker
le ofreció la mano.
—Nos
reuniremos tras el nacimiento y firmaremos los papeles del testamento.
Felicidades de nuevo.
—Gracias.
Mientras
seguía a Parker con la mirada mientras este salía de su casa, Peter notó que
alguien lo miraba. Cuando se dio la vuelta, se encontró a Lali en medio de la
entrada.
—El
abogado de tu padre, ¿no?
Peter
asintió levemente con la cabeza.
—Eran
amigos íntimos.
Lali
se acercó a Peter y colocó una mano en su cintura antes de apoyarse en él.
—Supongo
que ahora ya no podrá dudar de tus intenciones —dijo, desviando la mirada hacia
la puerta.
—Me
temo que seguirá dudando hasta que nazca el bebé.
Lali
apoyó la cabeza en el hombro de su marido y disimuló un bostezo con la mano.
—Estás
cansada. Deberíamos irnos a la cama.
—Pero
aún queda mucha gente que ha venido a verte.
—Ahora
tendrán que arreglárselas sin nosotros.
Lali
no se resistió. Era evidente que estaba muy cansada, así que Peter agarró de la
mano y desaparecieron escaleras arriba.
Peter
y Lali se quedaron un par de días en Nueva York de regreso a California.
Mientras Peter se reunía con su abogado, Lali se enfrentó al calor sofocante de
Manhattan y aprovechó para hacer un montón de compras totalmente innecesarias.
Por
mucho que intentara concentrarse en la ropa premamá que le hacía falta, no
podía evitar sentir una atracción irresistible hacía la sección infantil de los
centros comerciales. Quizás fuera porque todos los que tenían que saber que
estaba embarazada ya lo sabían, pero Lali sentía la extraña necesidad de
comprar de todo.
No
saber el sexo del bebé dificultaba las cosas, pero nada que no se pudiera resolver
comprando un conjunto verde por aquí y otro amarillo por allá. Encontró una
mantita blanca tejida a mano para envolverlo cuando salieran del hospital
camino a casa. Con los brazos cargados de bolsas, Lali estaba rebuscando entre
minúsculas mediecitas y varios peluches cuando sintió una mano en el hombro.
Allí
estaba la víbora con su melena rubia al viento.
—¿Por
qué no me sorprende encontrarte aquí? —preguntó María con su lengua viperina
asomando entre los labios pintados de rosa.
A
Lali poco le importaba lo que pensara aquella mujer y no tenía la menor
intención de entablar una conversación con ella. De todas maneras, ¿qué
probabilidades tenía de encontrarse accidentalmente con ella en una ciudad como
Buenos Aires? Lali sabía que vivía allí, pero ¿qué posibilidades había?
—María.
María
señaló el sonajero con forma de elefante que Lali tenía en la mano.
—Qué
lindo. ¿Para cuándo esperan al nuevo integrante?
—No
es algo que te incumba. —Lali dejó el sonajero donde lo había encontrado y se
dio la vuelta, dispuesta a alejarse.
—Deja
que haga mis cálculos. —María le bloqueó la salida, acorralándola entre una
estantería llena de chucherías para bebés y una serpiente venenosa—. ¿Antes del
cumpleaños de Peter?
No
era muy difícil de imaginar y tampoco tenía importancia.
—¿Tienes
envidia, María? ¿Tanto te afectó que Peter no te escogiera a ti?
María
tiró la cabeza hacia atrás y soltó una fuerte carcajada.
—Por
favor. Ese hombre es un manipulador. Es más fácil ver su verdadera naturaleza
cuando no se está cerca de él. Qué pena que tú no te hayas dado cuenta antes...
—María dejó las palabras en el aire y bajó la mirada hasta el vientre de Lali.
Lali
se cubrió la barriga con la mano como para proteger a su hijo de la mirada de
aquella horrible mujer.
—Peter
es una de las personas más increíbles que he conocido.
—Peter
solo se preocupa por sí mismo. Me pregunto si te pidió que tuvieras un hijo
suyo o si una noche se olvidó de utilizar protección «por accidente» —dijo María,
imitando la forma de unas comillas con los dedos.
La
conversación había alcanzado el máximo de lo extraño y ahora se iba colina
abajo hacia lo estrambótico.
—No
tengo tiempo para estas cosas, María. Si me disculpas...
Lali
se apartó pero María la agarró del brazo.
—Dios
mío, no lo sabes, ¿no?
Lali
tiró del brazo pero la otra mujer se negaba a soltarla. De repente sintió un
ataque de pánico inexplicable, parecido a la sensación que un perro debe de
tener cuando hay un terremoto, que la dejó sin habla.
—Sabes
que Peter necesita un heredero para recibir la herencia, ¿no es verdad?
«¿Qué?»
María
sonrió abiertamente y soltó el brazo de Lali.
—Pobrecita.
Me pregunto cómo lo hizo. ¿Te escondió las píldoras? ¿O agujereó los
preservativos?
A
Lali empezaba a dolerle la mandíbula y tenía los músculos del cuello tan tensos
que en cualquier momento empezarían a partirse. ¿De qué estaba hablando María?
De
repente recordó las palabras de Parker. «Veo que se ha asegurado de cumplir todos
los puntos del testamento de su padre.»
No
estaba dispuesta a ser el hazmerreír de María durante más tiempo, así que dio
media vuelta y salió de la tienda tan rápido como pudo. Quería poner tierra de
por medio a toda costa y el calor era tan intenso que al segundo empezó a
sudar.
«Peter
necesita un heredero para poder cobrar la herencia.» Las palabras se repetían
como un eco infinito dentro de su cabeza. ¿Sería verdad? Si lo era, tenía
sentido que Peter hubiera recibido la noticia con tanta calma. Lali creía que
eso era precisamente lo único que él no quería de su matrimonio temporal con
ella. No era de extrañar que no hubiera perdido la cabeza al saber que iba a
ser padre. Ni siquiera se había encogido de hombros. Es más, ¿lo había
sorprendido?
No,
ahora que pensaba en eso, Lali se daba cuenta de que no.
Ya
no tenía por qué hacerle más promesas por el bien del bebé. Ni una más.
De
todas formas, Peter se había comprometido a ser un buen padre y a estar
disponible siempre que su hijo lo necesitara.
Lali
se negaba a permitir que los sentimientos tomaran el control sobre su cerebro.
Paró un taxi y se dirigió hacia la casa que Peter tenía en las afueras.
Ya
había estado allí dos veces, siempre en viajes hacia o desde Europa. Cuando por
fin entró en el edificio y sintió el frío aire climatizado del lugar, empezaba
a caer la tarde sobre la ciudad.
Sin
quitarse los lentes de sol, Lali saludó al portero y se dirigió hacia los
ascensores evitando cualquier tipo de conversación.
A
diferencia de la casa de Buenos Aires, allí no había empleadas ni cocineros con
los que cruzarse.
Tiró
las bolsas sobre el sillón y prendió la computadora del cuarto extra que Peter
utilizaba como oficina. Necesitaba cerciorarse antes de enfrentarse a Peter y
pedirle explicaciones de lo que le había contado María.
El
porcentaje de error de los preservativos era algo que le había parecido extraño
desde el principio. Los hombres responsables como él utilizaban condones toda
su vida y se las arreglaban para que nunca nadie tuviera que llamarlos «papá».
Entonces, ¿qué había cambiado? ¿Por qué con ella no había funcionado?
Sus
dedos volaron sobre el teclado. En apenas unos minutos, había encontrado varias
páginas de salud en las que se hablaba sobre los condones, de su uso y de su
efectividad. Por un momento creyó que no encontraría nada útil, hasta que dio
con una web que se titulaba «¿Por qué fallan los preservativos?».
La
página estaba llena de información general y en ella se hablaba de condones y
de por qué se rompían. Pero a ellos nunca les había pasado, al menos que Lali
supiera. También incluía algunas entrevistas a mujeres que habían terminado
formando parte de esa estadística del dos por ciento. Muchas de ellas
confesaban malos hábitos, roturas e incluso que el látex estaba caducado.
Aun
así, Peter y ella solo habían mantenido relaciones durante un mes antes de que
ella descubriera que estaba embarazada. Era como si no se hubieran cuidado
desde el principio.
¿Cómo
podía un hombre asegurarse de dejar embarazada a una mujer?
Incluso
en sus momentos más pasionales, sus relaciones siempre habían sido seguras.
Lali
se levantó y se dirigió hacia el lavabo. Habían utilizado la habitación de
camino a la recepción, así que parecía razonable que el condón de aquella noche
hubiera salido de la caja que había en el cajón de la mesita.
La
misma caja que aún seguía allí.
Lali
chequeó que faltaban meses para que caducaran. Apenas quedaban unos cuantos. Se
llevó la caja al baño y sacó uno de los envoltorios. Con cuidado de no romperlo,
lo abrió y sacó el contenido. Todo parecía normal.
Por
puro instinto, puso la boca del preservativo bajo el agua y lo abrió. Al
principio no pasó nada.
Pero
cuando cerró el caño y observó de cerca la punta del condón, vio que empezaba a
formarse una minúscula gota de agua.
Primero
fue una, luego otra, hasta que al final el goteo fue constante. Lali sintió que
el corazón le daba un vuelco.
Le
temblaban las manos, las rodillas, hasta el labio inferior. Dejó el
preservativo dentro del lavamanos y agarró otro. El proceso fue exactamente el
mismo.
Incapaz
de creer lo que le decían sus ojos, o lo que le gritaba su cerebro, Lali sacó
un tercer condón de la caja y regresó a la habitación. Apagó las luces del
techo, puso el paquete sobre la bombilla de una lámpara y la encendió.
Un
minúsculo rayó de luz atravesó el plástico como si fuese un faro.
A
pesar de la sinceridad, a pesar de la intención de abrirse el uno al otro, Peter
había ejecutado su plan para conseguir un heredero manipulándola a su antojo
para que creyera que no había sido más que un accidente.
¿Cómo
había podido ser tan inocente? ¿Tan crédula? Recogió los condones y los
escondió en el fondo de la papelera para que nadie los encontrara, mientras las
lágrimas le caían por las mejillas.
Guardó
uno en el bolso y dejó dos más junto a la cama.
Si
había algo que Lali odiaba era que alguien la utilizara como un peón en su
propio beneficio.
¿Cómo
había podido hacerle algo así el hombre del que se había enamorado?
¿Cómo
iba a sobrevivir a partir de entonces sin él?
—Lali
está embarazada —le dijo Peter a su abogado en la privacidad de su oficina.
—Así
que para variar las revistas dicen la verdad. —Ignacio levantó una revista de
mala muerte sujetándola con la punta de los dedos y la tiró sobre la mesa.
Peter
no había visto la tapa, pero leyó el titular que ocupaba toda la parte superior
de la página: «De duque a papá».
—Pensé
que tenía que decírtelo yo mismo para que no hicieras suposiciones. Las cosas
deberían calmarse a partir del año que viene.
—Le
pediré a Parker que me envíe la documentación para la semana de tu cumpleaños y
en unas semanas lo tendremos todo encaminado. —Ignacio se acomodó en su silla y
sonrió—. No puedo creer que lo hayas hecho.
—¿Qué?
—preguntó Peter, cruzando las piernas y apoyando el tobillo en la rodilla
opuesta.
—Convencerla
para que quedara embarazada. ¿Qué le ofreciste a cambio? ¿Diez millones más?
Al
escuchar las palabras de Ignacio, Peter sintió que se le ponía el pelo de
punta.
—Nada
de eso. Ha sido cosa del destino.
—¿En
serio?
—No
es el primer embarazo no buscado de la historia.
—Eso
dicen las ex esposas de mis clientes cuando les piden la pensión. En mi
opinión, los accidentes no pasan porque sí.
Peter
había imaginado que eso era lo que le diría Ignacio.
—Olvidas
que soy yo el que se beneficia con la llegada de este bebé, mucho más que Lali.
Estoy absolutamente seguro de que no ha sido a propósito.
Ignacio
se inclinó sobre la mesa.
—¿Estás
seguro?
—Del
todo.
—En
ese caso, felicidades. —Y le ofreció la mano por encima de la mesa.
Tras
estrechar la mano de su abogado, Peter pasó a temas más importantes.
—Sobre
las cámaras en casa de Lali, ¿sabemos algo?
Ignacio
abrió una carpeta y extendió su contenido sobre la mesa.
—Como
recordarás, María se presentó en casa de Lali, pero la hemos estado siguiendo y
no ha vuelto por allí y tampoco se ha puesto en contacto con ningún detective
privado. Nuestro detective le sacó algunas fotos, pero la gente que aparece en
ellas está limpia. Son hombres de negocios como tú o profesionales como yo.
Peter
reconoció la mencionada imagen de María en las fotos, con sus lentes de sol y
sus rasgos de porcelana mientras tomaba café o hablaba por teléfono. Sin
embargo, una foto le resultaba muy familiar. En ella, María hablaba con una
mujer que Peter había visto antes, pero no conseguía recordar dónde.
—¿Sabes
quién es esta mujer?
—Una
estudiante de derecho... ¿O era secretaria en un estudio de abogados? —se
preguntó Ignacio—. Sí, creo que era secretaria.
Peter
revisó el resto de las fotos. Solo en esa le parecía que había algo extraño.
—Creemos
que el tipo de la limpieza se encargó de deshacerse de las cámaras. No nos
llevó a ningún sitio. No encontramos nada que relacione a Parker o a tu primo
con Buenos Aires. Es como un callejón sin salida.
Peter
suponía que, llegados a esas alturas de la película, el tema de las cámaras ya
no era tan importante, pero aun así quería encontrar al responsable de invadir
la intimidad de Lali.
—Sigue
trabajando en ese tema.
Algunos
creían que un abogado solo servía para temas legales, pero uno de los refranes
favoritos de Peter, y que le había sido muy útil a lo largo de la vida, era
«hoy por ti, mañana por mí». Ignacio conocía a gente que podía vigilar lo que
fuera, cosa o persona.
—Lo
haré.
Agarró
la fotografía de María y la secretaria de encima de la mesa. Hasta que supiera
el nombre de aquella mujer, no dejaría de mirarla.
No
existía mensaje más directo que unas maletas junto a la puerta para saber que
algo no andaba bien. O al menos eso era lo que Lali esperaba.
Peter
le había mentido. En lugar de confiarle un problema que seguramente podrían
haber solucionado entre los dos, había preferido manipular la situación para
obtener un resultado que se adaptara a sus necesidades. De pronto los recuerdos
del arresto de su padre o del dolor que Gustavo le había causado al engañarla
parecían sacados de ayer.
Peter
conocía todos sus secretos, sus inseguridades, y se había aprovechado de todo
ello para conseguir sus objetivos.
Sí,
ambos se habían embarcado en aquel pacto con el diablo de forma consciente.
Casarse para cumplir la voluntad de un hombre muerto y salir de allí más ricos
que antes, ese era el plan. Pero aquello cambió a medida que la atracción entre
ellos se iba haciendo cada vez más fuerte, y el fruto de esa atracción fue la
concepción de un hijo.
Lali
se acarició la barriga, que había empezado a crecer y ya no le entraba en los
pantalones. En la otra mano sostenía una copa de vino de la que solo había tomado
una vez y que no tenía intención de acabarse. Por mucho que quisiera hacerle
daño a Peter, su hijo no tenía la culpa.
Lo
maldijo una y mil veces por hacer que se enamorara, que confiara en él para
luego tirar todo por la borda.
De
pronto, escuchó el ruido de la llave en la cerradura. Clavó la mirada en las
maletas que esperaban junto a la puerta y levantó la copa de vino. Quién sabe,
quizás debería haber sido actriz, pero Peter sin duda había dejado pasar su
verdadera vocación.
Por
el rabillo del ojo, vio cómo Peter daba dos pasos antes de detenerse.
—¿Lali?
Llevaba
toda la tarde pensando en qué le iba a decir. Una opción era huir de allí
cuanto antes, sin enfrentarse a él para que la única certeza fuese que
sencillamente se había ido. Sin embargo, al final había llegado a la conclusión
de que no podía irse sin unas últimas palabras de reproche.
—¿Cuándo
pensabas decírmelo? —preguntó Lali cuando Peter entró en el dormitorio como
quien atraviesa un campo de minas repleto de bombas listas para explotar.
—¿Contarte
qué?
—Has
estado en la oficina de tu abogado. Seguro que han hablado del testamento.
Peter
permaneció inmóvil.
Lali
volvió lentamente la cabeza hacia él, pero se tomó su tiempo antes de mirarlo a
los ojos. Cuando finalmente lo hizo, vio que su mirada se debatía entre la copa
que sostenía en la mano y su cara. Incluso en aquel momento, pensó, se
preocupaba más por el niño que por ella. Solo por provocarle, se llevó la copa
a los labios y fingió que bebía un buen trago antes de volver a bajarla.
—¿Qué
está pasando, Lali? —Los ojos de Peter se desviaron hacia las maletas que ella
había preparado con anticipación para que su salida fuese lo más digna posible.
—Creí
que íbamos a ser siempre sinceros el uno con el otro. ¿Qué pasó con eso, Peter?
—Lali,
¿de qué estás hablando?
Incapaz
de permanecer sentada ni un segundo más, Lali se levantó y dejó la copa sobre
una mesa cercana, derramando parte del contenido al hacerlo. Si fuera él,
pensaría que había estado bebiendo demasiado. Mejor aún, se dijo Lali.
—El
testamento de tu padre. ¿Qué ponía en realidad? ¿O pensabas que nunca lo
descubriría?
Peter
abrió los ojos como platos y su boca se convirtió en una delgada línea recta.
Su cara decía todo lo que ella quería saber. Culpabilidad... Quizás un cierto
remordimiento. Pero ¿por qué? ¿Remordimiento al haber sido sorprendido en una
mentira?
—No
pensé que fuera importante.
—¿No
te pareció importante explicarme que tu padre te exigía que engendraras un
heredero?
Peter
cerró los ojos, admitiendo sus palabras.
Y
ese gesto lo decía todo.
Reprimiendo
las lágrimas que amenazaban con nublarle la visión, Lali enderezó los hombros y
se dirigió hacia el duque como una exhalación.
—Lo
que nos definía como pareja era la sinceridad, pero tú no podías confiarme algo
tan importante, ¿no es así?
Peter
abrió los ojos y vio cómo se acercaba a él.
—No
quería abrumarte con los detalles.
Lali
no pudo reprimir una carcajada de puro sarcasmo.
—¿Abrumarme?
Dios, te crees tu propia historia. No eres mejor que tu padre. Le dices a la
gente que te rodea cómo tiene que hacer las cosas, impones tu voluntad a quien
sea y todos siguen tus órdenes.
Peter
intentó tocarla, pero Lali se alejó.
—No
me toques. Eso ya es cosa del pasado.
—Lali,
por favor, sé que esto parece...
—No
es que lo parezca, es que lo es, Peter. Me has mentido sobre el testamento de
tu padre.
—Descubrí
la segunda condición después de casarnos.
A
Lali se le hizo un nudo en el estómago. Tanto estrés no podía ser bueno para el
bebé. Se obligó a respirar profundamente y luego fue soltando el aire poco a
poco.
—Puede
ser, pero eso no te detuvo, ¿no? Al final tú siempre tienes que ganar.
Peter
negó con la cabeza.
—¿De
qué estás hablando? Ambos sabíamos a qué nos arriesgábamos cuando nos
acostamos.
—No
se te ocurra mentirme de nuevo. Da la cara, Peter. No eres el primero que me
miente en la cara, y los otros eran más grandes que tú y aguantaron más tiempo.
Puede que en los últimos meses me haya dejado llevar demasiado por las
emociones, pero no soy idiota. —Confiaba en que Peter tuviera el valor de
confesarle que había agujereado los preservativos para conseguir lo que quería,
y la decencia de pedirle perdón.
En
vez de eso, lo que recibió fue una mirada vacía.
Sin
más palabras, Lali se dirigió hacia las maletas.
—¿Qué
estás haciendo?
—Me
voy. ¿O es que las maletas te confundieron?
—Por
Dios, Lali, podemos arreglarlo. Tendría que haberte explicado lo del anexo.
—Tienes
toda la razón, deberías habérmelo explicado. Te habría dado lo que tú
quisieras, Peter. —El corazón se le rompió en mil pedazos cuando las siguientes
palabras salieron de su boca—: Solo tenías que pedírmelo.
Dio
media vuelta y se alejó de la vida de Peter.
Una
parte de Lali esperaba que saliera corriendo detrás de ella. Sin embargo, ese
era su lado más romántico, la parte de ella que creía que había significado
algo más para él que una yegua con la que reproducirse. Daba igual si se iba o
no. Peter habría conseguido su heredero.
Y
ella una vida de remordimientos.
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