viernes, 19 de junio de 2015

No mirar hacia atrás: Capítulo 23

Capítulo 23:

Envuelto en oscuridad, se apoyó contra mí. Todo lo que podía ver era su pecho, pero podía sentir su respiración. No podía moverme, no podía parar de gritar mientras se alejaba. ¡Levántate! ¡Golpéalo! ¡Aléjate! Mi cerebro seguía gritando órdenes, pero mi cuerpo no obedecía. Él todavía estaba allí, una mano fría moviéndose a lo largo de mi cuello, sobre mi pulso acelerado.



- Mariana - dijo bruscamente, su voz de alguna manera familiar - Esto no debería haber sucedido.


Luego las luces se encendieron, cegándome con su inusual intensidad, y pude moverme. Me doblé hacia arriba con la boca abierta y sonidos sorprendentes aún proviniendo de mí. De repente, hubo brazos alrededor de mí, y mis chillidos sonaron incluso más altos.


- Shh, La, está bien. Todo está bien. Shh, todo está bien - Luché por reconocer la voz y los brazos a mí alrededor. Todo lo que seguía viendo era al hombre encima de mí, su aliento helado y sus fríos dedos sobre mi pulso. No podía parar de temblar, sin importar cuán tranquilizadoras fueran las palabras susurradas en mi oído.


Más voces aparecieron de la nada, mi padre, mamá. Era Nico quién me sostenía, intentando animarme.


- ¿Qué está sucediendo? - demandó papá con una pistola negra en la mano.


Mamá se sentó al lado de Nico, colocando una mano en mi espalda.


- Mamá, cariño, habla con nosotros.


Me tomó varios intentos formar una oración coherente.


- ¡Él estaba en mi cuarto, parado sobre mí! Me desperté, y estaba allí.


- ¿Quién? - preguntó Nico, echándose atrás para hacer que sus ojos se encontraran con los míos - ¿Quién, La?


Papá se precipitó hacia la ventana de la habitación, jugueteando con los cerrojos mientras yo me enfocaba en el rostro de mi hermano.


- No lo sé, pero era él. Era él.


Sus cejas se fruncieron mientras sonreía sobre mi hombro.


- ¿Era Pablo?


- No seas ridículo - dijo mamá bruscamente, dándome palmadas en la espalda - Él no vendría aquí y la asustaría de esa manera.


Me retorcí para salir de los brazos de Nico.


- No pude ver su rostro, pero debió haberse ido por la ventana o algo así.


Con el rostro pálido, papá bajó la pistola.


- Oh, Mariana...


- ¿Qué? - Mi voz se elevó - ¡Estaba aquí! Estaba sobre mi cama, tocándome.


Mamá se paró, apretando el nudo de su bata de seda. Sus ojos se encontraron con los de mi padre.


- No hay que esperar más, Carlos. Necesita ver a un doctor.


Me recosté, con los dedos clavados en mi edredón. ¿De qué hablaban? ¿A quién le importaba el maldito doctor? Un hombre había estado en mi habitación.


- Ella está bien. Sólo tuvo una pesadilla - se apresuró a defenderme Nico - No hay razones para sacar la camisa de fuerza.


- ¿Qué? - chillé. ¿Camisa de fuerza? Mi pulso se aceleró.


- Nicolás - dijo mamá suspirando - Vete a tu cuarto.


Él la ignoró.


Papá se sentó al otro lado, sujetando mi mano con la que tenía libre.


- Cariño, la ventana y la puerta del balcón están bloqueadas por dentro. La alarma está encendida. No se apagó.


- No. ¡No! Había alguien en mi cuarto - Alejé mi mano, echándome hacia atrás - Tienes que creerme. Estaba despierta. Se encontraba de pie junto a mí.


Negó con la cabeza. Una triste y cansada mirada perforó sus ojos.


- No había nadie en tu cuarto. Estabas soñando o...


- ¿O viendo cosas? ¿Como el chico en el asiento trasero? - grité. El terror se disipó, reemplazado por un ataque de furia - ¿Es eso lo que piensan?


Mamá se limpió las lágrimas del rostro. Era la primera vez que la había visto llorar, pero sus lágrimas sólo me enfurecieron más.


- Has tenido una noche estresante, cariño. No te estamos jugando, pero necesitas...


- ¡No necesito ayuda! - De acuerdo, tal vez si lo hacía, pero luché debajo del brazo de Nico. Él intentó agarrarme, pero era rápida cuando quería serlo. Tal vez algunas de las cosas que había estado viendo no eran reales, pero esto...esto había sido real.


- Creo que debería sentarte - sugirió papá mientras se paraba - Podemos hablar de las cosas por la mañana.


Ignorándolo, tomé mi mochila de debajo de mi escritorio y la arrojé sobre mi cama. Entre los libros, papeles escolares y bolígrafos, cuatro notas amarillas cayeron en la cama. Todas ellas excepto la que había encontrado en el auto.


- ¿Qué estás haciendo? - preguntó Nico, con los ojos abiertos mientras observaba las notas.


Entonces tuve el pensamiento más horrible. ¿Qué si Nico era el que estaba dejando esas notas? Lo miré, realmente lo miré. Él odiaba a Candela, pero...pero de ninguna manera. Descarté la idea.


Esparcí las notas a través de la cama.


- ¡Allí! ¡Vean! He estado recibiendo estas malditas notas de vez en cuando. Alguien ha estado intentando hablar conmigo, advertirme.


Mamá dio un paso hacia adelante, observando detenidamente sobre mi hombro. Se puso una mano sobre la boca y se movió hacia todos lados. Sus hombros temblaron.


- ¿Qué demo...? - Papá tomó una de las notas, la que decía No mires atrás. No te gustará lo que encontrarás. - Jesús.


- ¡Ves! - Casi aplaudía y saltaba. Las notas eran mi única manera de probar que no estaba cien por ciento loca - Son pruebas de que alguien sabe lo que sucedió. Tal vez quien quiera que esté dejando esas notas es la persona que estaba con nosotras esa noche.


Los dedos de mi padre se enrollaron alrededor de la nota, dañando el papel ya arrugado.


- ¿Por qué no acudiste a mí cuando recibiste la primera nota?


- Yo... - Mi mirada apuntó a Nico. Él se pasó una mano a lo largo de su desaliñado cabello y bajó la barbilla.


Papá se giró, con una vena pulsando a través de su temple.


- ¿Sabías sobre esto? ¿Sabías que esto estaba sucediendo y no me lo dijiste?


- No es su culpa - lo defendí - Y, realmente, ese no es el problema aquí. Alguien ha estado entrando a hurtadillas aquí, dejándome notas en mi cama, en mi casillero en el colegio y en los libros de la mochila.


- Llamaré al doctor por la mañana - dijo mamá. frotándose la piel alrededor del cuello hasta que estuvo rosado - Eso es todo.


Levanté las manos.


- ¡Llama al doctor! ¡Bien! Pero, ¿podemos enfocarnos en las cosas importantes?


Nico levantó la vista, frunciendo los labios.


- Debería habértelo dicho la primera vez que me mostraste la nota, pero yo sólo...no quería molestarte. Lo lamento.


El terror serpenteó por mi columna vertebral.


- ¿Qué estás diciendo?


- Las notas, todas son del mismo tipo de papel y son de tu letra. Desde que eras niña - dijo, echando una mirada a mamá - Tú has estado escribiendo las notas, La.


La negación se precipitó sobre mí.


- No. De ninguna manera. Yo no he escrito esas notas.


- Espera aquí - Se levantó, saliendo de la habitación.


Volviéndome hacia papá, le rogué:


- No soy yo, papá. No estoy tan loca. ¡No hay manera en que sea yo quién deja esas notas! Recordaría haberlas escrito.


Papá sonrió débilmente.


- Lo sé. No estás loca.


Pero vi la verdad en sus ojos. Estuve en un aturdimiento de incredulidad hasta que Nico volvió con un trozo doblado de cartulina verde.


- Esta es una tarjeta de cumpleaños que me hiciste en nuestro séptimo cumpleaños - Se sentó a mi lado, desdoblándola - ¿Ves? - Señaló un dibujo de un monigote de una chica con pelo largo - Esa eres tú y éste soy yo - Señaló a un chico alto.


Hombre, no tenía talento.


Nico dejó salir un tembloroso suspiro mientras tomaba una nota y la esparcía por encima del mensaje de cumpleaños.


- Observa, La.


Lo vi inmediatamente, y mi mundo se tambaleó un poco más. Abrí mi boca, pero nada salió. El garabateo infantil en la tarjeta y en la nota era la misma, incluso una idéntica y gorda D.


Mi letra.


- No - susurré. Las lágrimas nublaron mi visión mientras levantaba la cabeza - No. No lo entiendo. No recuerdo haber escrito ninguna de ellas. No tiene sentido.


Nico dobló la tarjeta, y cuando levantó su  cabeza, parecía tan joven.


- Lo lamento.


- ¡Deja de decir eso! - lloré - Por favor, detente. No estoy... no estoy loca.


Precipitándose hacia mí, mamá me sujetó con fuerza las mejillas con las manos. Sus ojos estaban despejados de sueño y alcohol.


 - Lo sabemos, cariño. Sólo es el estrés por todo. Te vamos a conseguir ayuda.


Mis ojos se turnaron sobre sus hombros hacia mi papá.


- ¿Crees que estoy loca? - Mi voz se quebró.


- No - Miró hacia otro lado. Un músculo saltó en su mandíbula - Nunca, cariño, nunca.


Las lágrimas fluían constantemente a través de mi rostro. Alguien, no sabía quién, me abrazó, pero estaba paralizada. Paralizada. Paralizada. Paralizada. Sus rostros se volvieron borrosos. Era oficial. Viendo cosas, escuchando voces, escribiéndome notas a mí misma y no recordándolo...estaba loca.


Me levanté y fui al colegio al otro día, fingiendo que no me encontraba a un paso de una verdadera esquizofrenia. Papá todavía había estado en casa. Por encima de una taza de café, me dijo que me iba a recoger después de mi última clase.


Ni siquiera diez horas después y ya me habían hecho una cita con el psiquiatra.


Nico no dijo nada cuando entré al auto, pero se detuvo a mitad de camino entre nuestra casa y la de Peter.


- Lo lamento. Debí habértelo dicho antes, pero...


- Está bien - Mi voz sonaba plana mientras observaba por la ventana. Aún estaba un poco adormecida en mi interior, fría y sin vida - Debí haber sido yo la que se disculpara. No es tu culpa que tu hermana sea una demente.


- No estás demente - Tomó mi mano y la apretó - Todo va a estar bien.


Asentí, pero no respondí. Honestamente, no iba a estarlo.


Nico me dejó ir e hicimos el corto camino hacia la casa de Peter. Mi corazón dolió de siquiera pensar sobre cómo me miraría Peter si realmente supiera la verdad. Hablaron sobre un juego que habían pasado ayer a la noche mientras observaba por la ventana, intentando mantener los ojos secos.


De repente, Peter apoyó la barbilla en el asiento encima de mi hombro. Capturando una parte de mi cabello entre sus dedos, tiró gentilmente.


- Estás horriblemente callada esta mañana.


Nico me echó un vistazo. Había un mensaje silencioso en su mirada, pero no tenía idea de lo que significaba. Forcé una débil sonrisa.


- Estoy bien. Un poco dormida.


Peter aceptó eso y continuó, pero sus ojos permanecieron en mi rostro cuando nos separamos.


Gasté gran parte de la mañana destruyendo lo que quedaba de las uñas de mi mano derecha. Un reloj gigante colgaba sobre mi cabeza. Contando los minutos antes de perder mi mente completamente, tanto si era arrestada por el asesinato de mi mejor amiga o si era silenciada eventualmente por el individuo que era realmente el responsable del asesinato antes de que pudiera saber su identidad.


Era innecesario decir que no me estaba engañando con algún final feliz.


¿Había estado intentando advertirme cuando escribí esas notas? Volvía una y otra vez entre ser culpable e inocente. En cada escenario, aún estaba loca.


Haciendo que el asunto empeorara, el Detective Ramírez y otro asistente de sheriff regresaron a la escuela, interrogando a los chicos una vez más. Mery y Paula estuvieron solas en la clase de inglés. En biología, Peter confirmó que había sido interrogado en el período anterior.


- Es definitivamente una investigación de asesinato - Su cabeza estaba inclinada hacia abajo, así que sólo yo podía escuchar lo que decía - Las preguntas que estaban haciendo eran obvias. Como si conociera a alguien que quisiera hacerle daño. Incluso preguntaron sobre ti, si tenías algún enemigo.


Saber que alguien estaba haciendo esa clase de preguntas me hizo sentir sobreexpuesta, como si hubiera sido cortada para abrirme y yaciera desnuda para que todos vieran.


- Hablaron conmigo anoche - admití, apretando mi lapicera.


- Tuve ese presentimiento. Preguntaron sobre el viaje que hicimos a la casa de Candela y el acantilado.


- Lo siento - Sin poder mirarlo, me enfoqué en mi libro de texto - No quería involucrarte en esto.


- Está bien - Bajo la mesa, su mano encontró la que tenía vacía. Entrelazando sus dedos con los míos, me dio un apretón - No estoy molesto porque les hayas dicho que fuimos allí. No es como si estuviéramos haciendo nada malo.


Consciente de su mano alrededor de la mía y el placentero hormigueo que eso disparó en mi brazo, me pregunté si aún sostendría mi mano si supiera la verdad. ¿O me llamaría Loca Lali como todos los demás? Mis ojos ardían.


Cuando la profesora comenzó con la lectura, Peter levantó su mano, trazando con su pulgar un alfabeto silencioso sobre mi palma. Como si no estuviéramos lo suficientemente distraídos. Salté un par de veces, arañando las patas de mi silla contra el suelo, especialmente cuando sus dedos alcanzaban el centro de mi mano. Peter se reía por lo bajo suavemente, y los dos chicos en frente de nuestra mesa seguían dándose vuelta, echándonos un vistazo.


Para el final de la clase, mis mejillas estaban rosadas y mis nervios fuertemente tensos por varias razones, una de ellas era el hecho de que Peter aún sostenía mi mano. Afuera, en el pasillo, me empujó contra la pared y bajó la cabeza, de manera que nuestros ojos estaban al mismo nivel.


- Quiero verte después de la práctica.


Mi corazón hizo un pequeño baile de felicidad, pero sacudí la cabeza.


- No sé...si deberíamos.


Sus labios se curvaron de un lado.


- Te estoy pidiendo salir. Eso es todo, La.


Me ruboricé.


- Lo sé, pero...


- Pero, ¿qué? - Su sonrisa torcida se expandió - ¿O quieres jugar en el campo ahora que estás soltera? ¿Mantener tus opciones abiertas?


Rodando los ojos, reí.


- No es eso.


- Bien - Se adelantó un paso. Nuestros zapatos se tocaban. La gente observaba, y no podía importarme menos cuando mis ojos se encontraron con los suyos - Estaría un poco decepcionado. Entonces, encuéntrame a las ocho. ¿Es la casa del árbol lo suficientemente clandestina para ti?


Sabía que debía decirle que no.


- De acuerdo.


                                                                  ***


Mi terapeuta era un hombre viejo que olía a pipa de tabaco y usaba anteojos cuadrados y gruesos que creo que se suponía que fueran hipsters. Tenía la cabeza llena de pelo plateado y una barba que no podía parar de mirar. Premios y certificados forraban las paredes. Fotos suyas cazando, sosteniendo un ciervo por sus cornamentas, un mar profundo haciendo desaparecer un yate se mezclaban entre ellos.


Hizo muy pocas preguntas, todas diseñadas para hacerme hablar sobre cómo me sentía, qué me preocupaba y, lo más importante, qué había sentido antes de que "recordara" cosas o "encontrara" una nota para mí.


Escribía en una pequeña agenda, y dudaba seriamente que fueran notas por la manera en que su lapicera se movía. Creo que estaba garabateando.


La sesión duró alrededor de treinta y tres minutos. Dejé su oficina y subí al auto de mi padre, aferrándome a los trozos de papel contra mi pecho. Mi papá no aceleró, poniendo distancia entre el auto y la oficina del psiquiatra, como sabía que mamá habría hecho. En cambio, me observó atentamente.


- ¿Qué tenía que decir el Dr. O'Connell?


- No tengo esquizofrenia. Buenas noticias.


Arqueó una ceja.


Suspiré, alcanzándole mi receta de BuSpar.


- Dijo que tengo un severo desorden de ansiedad además de estrés post-traumático o algo así. Las píldoras hacen efecto en dos semanas. Ésta - agité otra receta - Se llama Ativan. Se supone que la use en caso de que tenga un ataque de pánico o lo que sea, lo que piensa que está sucediendo cuando...veo al chico sombra.


- ¿El chico sombra?


- Sí, así es como apodamos al chico que veo, pero que no está realmente allí - Hice una pausa, recordando lo que el terapeuta había dicho sobre él - Él cree que el chico sombra podría ser parte de alucinaciones o recuerdos inducidos por el estrés post-traumático de esa noche, que me estoy protegiendo de ver su rostro.


Y mira, esa era una sorpresa. Si el chico sombra era un producto de mis recuerdos perdidos, tomar esas píldoras podría entorpecer lo que recordaba de esa noche. Estaba atrapada entre querer tomarlas y así me sentiría normal y no querer hacerlo porque cortaría mi único camino para recordar lo que sucedió esa noche.


- De acuerdo - Cogió ese trozo de papel - ¿Y cuánto tiempo tomará eso para que funcione una vez que...?


- ¿Una vez que empiece a ver o escuchar cosas? - Me sentí mal cuando se encogió y apartó la mirada - Alrededor de treinta minutos y estaré tan alta como una cometa de lo drogada y felizmente sedada que estaré.


- Mariana...


- Está bien - Pero no lo estaba, no realmente. Tragué el duro nudo en mi garganta, odiando la idea de tener que tomar píldoras - Él doctor no dijo por cuánto tiempo debería tomarlas.


- ¿Qué dijo sobre las notas?


Una fría llovizna cubrió el parabrisas antes de que respondiera.


- Dijo que era probable que fuera mi subconsciente intentando hacer contacto conmigo - Mi risa fue seca. El terapeuta había preguntado cómo me había sentido antes de que encontrara una nota, si no recordaba lo que hacía antes de ello. Y me di cuenta de que cada vez que encontraba una nota, tenía un mareo o un breve flash de memoria. Durante esas veces era cuando supuestamente me había escrito esas notas. Él había dicho que en realidad podría haber recordado todo durante esos momentos, pero que aún los estaba bloqueando.


Suspiré.


- Es como si tuviera un extraterrestre viviendo en mi cuerpo. Dijo que tal vez, o que tal vez no dejara la medicación.


Se aferró al volante.


- ¿Y los recuerdos?


Me encogí de hombros.


- Pueden seguir volviendo o detenerse completamente, pero es probable que las píldoras los afecten.


Papá asintió, apilando los papeles en el bolsillo delantero del saco de su traje.


- Te dejaré en casa y haré que las compren por ti.


- Gracias - Me abroché el cinturón - Papá...


- No es nada por lo que avergonzarse, cariño. ¿De acuerdo? No quiero que te sientas como que hay algo mal contigo.


- Hay algo malo conmigo - dijo a secas - ¿Recuerdas, alucinaciones, ataques de pánico, bla, bla?


- Sabes a lo que me refiero - Encendió el auto, cuidadosamente sacándolo del estacionamiento - Sólo quiero que mejores.


- Yo también.


Me echó un vistazo, y mi corazón dolió ante la tristeza que opaca sus ojos. Paró al borde de la zona de estacionamiento, se acercó y acunó con su mano mi mejilla.


- Sólo desearía...


- ¿Qué desearías, papá?


Una débil sonrisa revoloteó a través de sus labios mientras alejaba su mano.


- Sólo desearía que no hubieses tenido que atravesar todo esto.


Inclinando la cabeza contra el asiento, cerré los ojos, escuchando a la lluvia golpear el techo.


- Lo sé.

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