miércoles, 3 de junio de 2015

Absurdo Plan: Capítulo 4

Capítulo 4:

Veintiséis horas después de pronunciar el «Sí, quiero», la prensa descubrió a Lali y a Peter desembarcando de su jet privado. Gracias a Dios, Lali había tenido la precaución de llevarse unos lentes de sol bien grandes tras los que pudo ocultar el estrés, que ya era evidente en sus ojos. Los periodistas no habían cambiado desde la detención de su padre. Les bloquearon el paso, tomaron fotografías de los dos y les hicieron todo tipo de preguntas.

            Peter la guió al exterior del aeropuerto con un brazo posesivo alrededor de su cintura. Con un poco de suerte, antes de que llegara el fin de semana muchos ya se habrían bajado del carro, llevándose los focos a otra parte. De no ser así, tendría que enfrentarse a la prensa ella sola.

            Peter dijo unas palabras, más bien pocas, mientras avanzaban. Cosas como «el amor de mi vida» y «me hizo perder la cabeza». Parecía tan sincero. Si no estuviera al tanto del plan, Lali le habría creído sin pensarlo dos veces. En una ocasión, Peter acercó los labios a su oreja y le susurró: «Será peor en Europa, así que saca a la esnob que llevas dentro y sonríe».

            Sin dejar de sonreír, Lali se apoyó en él para subirse al asiento trasero del auto que los esperaba. La instantánea del momento apareció en los canales de televisión más importantes y en tres revistas.

            El amigo de Peter, Agustín, resultó ser toda una sorpresa. Con su pelo casi rubio y su apariencia de mujeriego era el extremo opuesto a su marido. Siempre bien vestido, era inteligente, práctico y tenía un gran sentido del humor. Le dio a Lali su número y la animó a que lo usara si necesitaba cualquier cosa mientras Peter estuviera fuera de la ciudad.

            Tal y como habían quedado, Peter le entregó a Lali una copia de las llaves de su casa, que estaba en uno de los barrios privados y cuyos paisajes eran espectaculares. La casa era enorme: mil metros cuadrados en una propiedad de cuatro hectáreas. El servicio incluía cocinera, asistenta y un equipo de jardineros para cuidar de los jardines. Lucas, el chófer de Peter, se encargaba del personal y vivía en la casa de invitados. Era tan corpulento que un equipo completo de rugby se sentiría intimidado a su lado. Peter le contó que a veces también hacía de guardaespaldas.

            Tras desearle un buen viaje a su esposo, Lali regresó a su casa de alquiler sumida en sus pensamientos. El proceso de búsqueda de una esposa y su ejecución habían sido movimientos muy inteligentes por parte de Peter. Ni siquiera una mujer fuerte como ella podía evitar voltearse a mirar cuando una fortuna como la suya pasaba junto a ella.

            —No quiero ni saber cuánto cuestas —murmuró, admirando el anillo que brillaba en su dedo y haciéndolo girar. Tendría que devolverlo en cincuenta y cuatro semanas, pero hasta entonces disfrutaría de él.
            La voz de Candela gritó un «Sin comentarios» y luego se oyó un portazo.

            —¡Dios mío! ¿Cuánto tiempo vamos a tener que aguantar esto? —Candela, más amiga que empleada, lanzó su cartera sobre la mesa.

            —Se irán en un par de días.

            —Pareces muy segura.

            —Lo he vivido antes. El divorcio atraerá todavía a más a los periodistas.
            Candela tiró un periódico en el cual aparecían los rostros sonrientes de Lali y Peter en la portada.

            —Son muy convincentes.

            Lali sonrió. Se moría de ganas de que la prensa desapareciera, pero al mismo tiempo le gustaban las fotografías que les habían hecho. Al fin y al cabo, eran las únicas fotos que tenía de su boda.

            —No hacemos mala pareja.

            —¿Mala pareja? Si parecen felices como dos tortolitos.

            —¿Las tórtolas tienen cara de felicidad? —se burló Lali.

            —No tengo ni idea. Qué pena no haberlo conocido cuando te trajo a casa. —Candela se desplomó en el sillón y apoyó sus largas piernas en la mesita.

            —En realidad, él no me trajo. Fue su chófer.

            —¿Su chófer? —Candela tenía unos increíbles ojos color chocolate, unos ojos que se abrieron como platos al preguntar.

            —Es rico. ¿Por qué manejar tú cuando puedes pagarle a alguien para que lo haga? —Lali se rió y puso los ojos en blanco, esbozando su mejor mueca.

            —Vaya, vaya, perdone usted. —Pero su amiga se estaba riendo.
            El teléfono de la empresa sonó y Candela saltó del sillón para atenderlo.

            —Alliance.

            Lali escuchaba mientras su amiga prestaba atención a la persona que le hablaba desde el otro lado de la línea. Lo cierto era que no se veían tan mal el uno junto al otro, a pesar de que él le sacaba más de una cabeza.

            —Sin comentarios —dijo Candela—. No, no somos un servicio de señoritas de compañía... Le repito que no vamos a comentar nada al respecto. —Y con un suspiro de frustración, colgó el teléfono.

            —Debería habérmelo imaginado. —La prensa estaría dispuesta a llevar su negocio a la quiebra si con ello conseguía beneficios.

            —Tal vez podríamos redactar un comunicado oficial.

            —Buena idea. Escribiré un primer borrador y se lo mandaré a Peter.

            El teléfono sonó de nuevo; otro periodista en busca de respuestas. Media hora más tarde, Lali y Candela ya se habían dado por vencidas y habían desconectado el teléfono de la empresa. Con un poco de suerte, pronto la noticia empezaría a perder fuerza. La publicidad podría atraer a nuevos clientes, siempre y cuando Lali fuera capaz de mantener el anonimato, algo que no sucedería mientras los periodistas estuvieran instalados frente a la puerta de su casa. Por el momento, no le quedaba más remedio que posponer la búsqueda de nuevos clientes.

            —Esto es una locura —exclamó Candela mientras cerraba las cortinas de la salita de estar. Un grupo de periodistas había acampado en la calle y se las ingeniaba para filtrar los objetivos de las cámaras cada vez que una de ellas abría las cortinas.

            —Prepararé algo para comer. No te importa quedarte esta noche, ¿no, Can? —Candela se había quedado en la habitación libre de la casa hasta que, seis meses atrás, se había ido a vivir con su actual novio.

            —¿Esa es tu forma de pedirme que me quede?

            —Sí, por favor. No quiero estar sola con esa gente en la calle. De todas maneras, te seguirían hasta tu casa —dijo Lali.

            —Está bien, pero yo escojo la peli. Dime que tienes vino.

            —¿Alguna vez te he defraudado?

            Lali apagó las luces de la entrada y puso el cerrojo de la puerta principal. Se acomodaron, con pantalones sueltos y polos, frente al televisor con unas porciones de pizza barata y una buena botella de Merlot.

            —Tengo la sensación de que ya no haremos esto tan seguido —dijo Candela entre bocado y bocado.

            —¿Por qué dices eso? —Lali estaba escribiendo algunas notas en una libreta, intentando darle forma al comunicado de prensa.

            —Ahora eres una mujer casada.

            —¿Y?

            Ambas sabían que solo era de la puerta para afuera. En aquel preciso instante, Peter estaría durmiendo plácidamente en la cama de su avión privado y ninguno de sus pensamientos sería para ella.

            —Estás casada con un duque, Lali. ¿Tienes idea de lo importante que es eso?

            —Es solo un título, como «señor» o «doctor», solo que Peter no tuvo que trabajar para conseguirlo.

            —Heredó el título automáticamente de su padre cuando este murió, ¿no es así? —Candela se había sentado con los pies debajo del trasero y había colocado un bol de pochoclos en el sofá, entre las dos. Lali asintió—. ¿Pero necesitaba casarse para heredar las propiedades?

            —En la mayoría de los casos, el título y las propiedades van juntas y las recibe el primer hijo hombre del duque y la duquesa, pero el padre de Peter era un idiota de primera. Dejó detallado en su testamento que las propiedades fueran divididas, disueltas a todos los efectos, si Peter no sentaba cabeza antes de cumplir treinta y seis años. Uno de sus primos recibiría una parte de las propiedades, la madre y la hermana tendrían una pequeña asignación y el resto se destinaría a causas benéficas.

            —Qué frialdad. ¿El padre no lo dejó todo arreglado para que su propia mujer pudiera quedarse en la casa que ha sido su hogar durante tantos años?

            —Supongo que no.
            Candela se inclinó hacia delante.

            —Qué imbécil.

            —Peter dice que un título sin las propiedades asociadas es como un rey sin país. Lo de la realeza me deja alucinada.
            El celular de Lali vibró y en la pantalla apareció el nombre de Peter. Una descarga de emoción le recorrió la espalda.

            —Hola.

            —Quería hablar contigo antes de que te fueras a la cama —dijo Peter. Parecía cansado y el ruido de fondo no la dejaba escucharlo bien.

            —Y yo que pensaba que estarías a veinte mil pies. ¿Dónde estás?

            —El vuelo se retrasó, estoy en Nueva York. Salimos de aquí en menos de una hora.
            El día para ellos había empezado muy temprano y no parecía que fuese a terminar pronto. Lali se sintió mal por él.

            —Oye, aquí los periodistas se han vueltos locos. He pensado que podríamos hacer circular un comunicado de prensa. Para quitármelos de encima —sugirió Lali.

            —¿Estás bien? No te estarán acosando, ¿no? —preguntó Peter con una nota de preocupación en la voz.

            —No, estoy...

            —Me gustaría que te quedaras en mi casa.

            —Ya hemos hablado de esto. Estoy bien aquí. —De fondo se oyó el sonido de un megáfono anunciando vuelos—. ¿Qué te parece esto? «El señor y la señora Lanzani les ruegan que respeten su privacidad mientras se ajustan a los rápidos cambios que están experimentando sus vidas. Tanto su noviazgo como el posterior matrimonio han sido una sorpresa para ellos, así como para el resto del mundo. En estos momentos se está organizando una recepción para presentar a la pareja y revelar los detalles de su matrimonio por amor.»

            —¿Matrimonio por amor?
            Fue lo único que Peter cuestionó.
            —Eso suena cursi. Ya pensaré en otra cosa.
            Peter se rió al otro lado.

            —La única otra cosa que tienes que cambiar son nuestros nombres.

            —¿Qué?

            —Sí —respondió él con voz entrecortada—. Tiene que poner lord y lady Lanzani, duque y duquesa de Albany. Escúchame, tengo que colgar. Te llamaré mañana en la mañana. Llama a Agustín o a Lucas si necesitas algo.
            La línea quedó en silencio.
            Un pánico incontrolable cayó sobre ella como el telón de un teatro.

            —Ay, Dios mío...

            —¿Qué? —Candela dejó de meterse pochoclos en la boca a puñados y miró a Lali con los ojos abiertos de par en par.

            —Esto me sobrepasa. —¡Duquesa! Era duquesa de verdad. El peso del título le había bloqueado la capacidad para pensar con claridad.
             
            —No has usado las tarjetas de crédito.
            Esas fueron las primeras palabras que salieron de la boca de Peter tres días después.

            Lali estaba haciendo ejercicio por el río con un handsfree con Bluetooth colgando de la oreja. La prensa había empezado a desaparecer de la puerta de su casa, pero las llamadas no acababan. Finalmente había decidido darle a Candela unas vacaciones más que merecidas y escapar de su casa tanto como le fuera posible.
            —Hola a ti también. —Redujo la marcha para poder hablar cómodamente.

            —Parece que te falta el aliento. ¿Qué estás haciendo?

            —Correr.

            —¡Buenísimo!. —Parecía sorprendido—. ¿Qué es ese ruido?

            —El viento. Estoy en el río. —Lali esquivó unas piedras y siguió su camino.

            —¿Es seguro? ¿Hay alguien contigo?
            Ella se rió.

            —Sí, es seguro, Sherlock, y no, no hay nadie conmigo. —Se burlaba de él, pero en el fondo le gustaba que se preocupara por ella. Lali no recordaba la última vez que alguien se hubiera preocupado porque ella anduviera sola por la calle—. Seguro que no llamaste para saber los detalles de mi rutina de ejercicios. ¿Qué pasa?

            —Quería estar seguro de que los impresos del pasaporte ya estuvieran listos.

            —El martes me pasé seis horas en la comisaría. Cambio de nombre, pasaporte, el paquete completo. Les pedí que se apuraran, pero dicen que se demorará un mínimo de diez días laborables.

            Mientras corría, el pelo se le pegaba a la cara, húmedo por la brisa y la niebla de la mañana. Le encantaba aquella hora del día. Intentaba ir al río por lo menos una vez a la semana para correr. Los días que no podía, salí a caminar por el vecindario. Lo cierto era que la zona por la que corría cada vez era menos segura, así que a veces prefería subirse al auto y buscar un recorrido más seguro o un parque. ¿Cómo sería correr por la casa de Peter?

            —Diez días es demasiado. Haré un par de llamadas para que agilicen las cosas.

            —Ya les insistí yo y solo he conseguido que el proceso se reduzca de un mes a diez días. Según dicen, no puede hacerse más rápido. —Respiraba entre jadeos, pero aun así no se detuvo.

            —Ya me encargo —insistió Peter, y a Lali aquella actitud tan decidida le pareció divertida.

            —¿Acaso alguien se atreve a decirle que no al gran y poderoso Juan Pedro Lanzani? —se burló.

            —Solo tú. ¿Por qué no estás por ahí de compras? Te dije que gastaras lo que quisieras. —Había algo que no lo hacía feliz, podía notarlo en su voz.

            —Deja que adivine. Has visto una foto de mí en las revistas con un pantalón viejo y un polo—. Por un momento, Peter vaciló—. Es eso, ¿no? —Lali comenzó a reír y tuvo que dejar de correr para recuperar el aliento—. Por favor, Peter, tranquilízate.

            —Ándate de compras, Lali. A la recepción asistirán altos funcionarios y varias familias muy influyentes. Iremos al teatro, a ver partidos de polo... Lo que te provoque.

            —¿Mis jeans rotos no sirven? —preguntó ella, a punto de llorar de la risa.

            —Hasta yo vi Pretty Woman. ¡Ándate de compras!
            La idea de Peter viendo una comedia romántica solo sirvió para intensificar su risa.

            —Espero que la mujer valiera la pena.

            —¿Qué mujer?
            —La que te obligó a ver Pretty Woman.
            Peter se rió y el sonido de su voz llenó la cabeza de Lali de imágenes de su hermoso rostro y de aquellos ojos que ya había empezado a extrañar.

            —Fue mi hermana.

            —Eso lo explica todo.

            —Ganó una apuesta. Tenía que llevarla al cine o perder su respeto. —De pronto, la voz de Peter parecía más relajada y la conversación siguió su curso. Siempre sucedía así tras unos minutos al teléfono con ella, hasta el punto de que Lali esperaba sus llamadas diarias con ilusión—. ¿Dejaste de correr? —preguntó Peter.
            Lali observó a su alrededor y apoyó una mano en la cadera.

            —Sí —respondió entre jadeos.
            Peter gruñó.

            —¿Qué pasa?

            —¿Quieres que sea sincero?

            —Siempre. —Se volteó cara al viento y concentró todos sus esfuerzos en respirar más despacio.

            —Entre la respiración acelerada y esa voz que tienes, me está costando demasiado quedarme quieto.
            Lali se mordió el labio inferior, mientras el corazón le daba un vuelco dentro del pecho.

            —Bueno, entonces será mejor que no te cuento lo que tengo puesto o mi pinta para no arruinarte la fantasía.
            Él soltó una carcajada.

            —Estoy seguro de que los periodistas andan por ahí y que mañana por la mañana tendré una foto de ti sobre la mesa.
            Lali miró a su alrededor pero no vio a nadie con una cámara.

            —De repente.

            —Antes de dejarte, otra cosa: llamé a tu casa pero la línea estaba fuera de servicio.

            —Se oía un ruido de fondo. En un rato irán unos técnicos a arreglarla. Contraté a un servicio de reconocimiento de llamada para controlar cuándo se trata de prensa. —Lali dio media vuelta y retomó la carrera de regreso al auto.

            —Un plan muy inteligente. Mañana te llamo.
            —Ah, y Peter... —añadió ella, solo por diversión y con una sonrisa en los labios.

            —Dime.
            Bajó el tono de voz todavía más de lo normal y respiró con fuerza contra el auricular.

            —Tengo mucho calor y estoy sudada.

            —Grrrr. —El gruñido de Peter hizo vibrar en el audífono que llevaba en la oreja.

            Después de colgar, Lali se preguntó si hacía bien al coquetear con su marido. La sonrisa que le iluminaba la cara amenazaba con dejarle unos hoyuelos grabados para siempre en las mejillas, así que decidió olvidarse de cualquier preocupación y disfrutar de que por fin un hombre se interesara por ella como mujer.
            A pesar de que ese hombre fuera su esposo.
             
            La prensa se había rendido, pensó Lali mientras subía las escaleras que llevaban a su casa. No quedaba ni uno solo de los acosadores que, cámara en mano, se escondían entre los árboles o la enfocaban con el zoom desde alguna esquina. Entró en casa, tiró las llaves sobre la mesa de la entrada y se dirigió hacia las escaleras.

            Cuando sonó el timbre, se dio la vuelta y abrió la puerta por impulso. A medio movimiento, se dio cuenta de que seguramente estaba provocando una fotografía no deseada, una fotografía que haría que al día siguiente Peter se jalara de los pelos.

            Pero la persona que esperaba tras la puerta no era un periodista ni un fotógrafo en busca de una nota fácil.
            Peor que eso.
            María.


            La mujer que la miraba fijamente era todo lo que Lali no era. Tenía el pelo rubio, los pómulos muy marcados y los ojos de un marrón intenso. Un par de piernas largas y delgadas asomaban bajo la falda, una pieza de seda hecha a medida que nunca había colgado de la percha de un centro comercial.
            Bueno, al menos Peter tenía buen gusto con las mujeres, eso era innegable.
            —Ya sabes quién soy.

            María del Cerro no parecía la típica amante despechada capaz de presentarse sin avisar, o al menos así lo había creído Lali. Desde la distancia quizás, pero para tocar la puerta se necesitaban agallas. Ella habría apostado por Lucía, que era una mujer mucho más escandalosa.
            Pero se equivocaba.
            —Y tú sabes quién soy yo.

            María miró a Lali de arriba abajo y una sonrisa le rozó las comisuras de los labios. María estaba vestida de diseñador mientras que ella estaba hecha un estropajo. Una vez, cuando Lali era más joven, antes de la caída de su padre, una amiga le había dado un consejo. Le dijo: «No te metas en batallas sin tener un arsenal completo». Por aquel entonces, Lali y una de sus enemigas del colegio estaban intentando captar la atención del mismo chico. Desde aquel día, nunca salía de su casa sin maquillar o sin una etiqueta de marca colgando de la espalda.

            Lali bajó la mirada, vio el short de algodón que tenía puesto y el top con la frase «Los corredores mantenemos el ritmo» y no pudo reprimir una mueca.

            —¿Me vas a invitar a entrar?
            Ni en un millón de años.

            —No veo para qué.

            María dio un paso al frente y entró de todas formas. Lali consideró la opción de frenarla, pero para ello habría tenido que retenerla físicamente. Una imagen así en la tapa de las revistas no era precisamente lo que Peter y ella necesitaban.
            Lali cerró la puerta y le bloqueó el paso para que no avanzara.
            —Hasta aquí es más que suficiente.

            —No tardaré mucho. —María miró a su alrededor. A pesar de la situación, aquella mujer era capaz de mantener un fuerte control sobre la ira que se desprendía de su voz—. ¿Qué puede haber visto Peter en ti?
            Lali se cruzó de brazos.

            —¿Siempre llevas las garras puestas? ¿O te las quitas por la noche?
            —Muy viva. ¿Sabías que se acostó conmigo hace no más de dos semanas?
            A Lali se le ocurrieron un montón de respuestas, pero consiguió controlarse.

            —Peter y yo nunca hemos querido hacerle daño a nadie. —Lali concentró todas sus fuerzas en evitar la imagen de Peter y María bailando un tango desnudos sobre la cama.

            —Peter siempre hace daño a todo el mundo... antes o después. Lo descubrirás pronto.

            —Creo que deberías irte. —Lali se moría de ganas de dejar de ser educada. Aquella no era una mujer enamorada, era una serpiente preparándose para atacar.

            —¿Sabe lo de tu padre? ¿Lo de la sórdida familia que has escondido en el pasado?
            Lali apretó los dientes y hundió las uñas en la carne de sus brazos.

            —Peter lo sabe todo.
            Por la fría y calculadora mirada de María, era evidente que sabía algo.

            —¿Todo? ¿Estás segura de eso?

            No tenía nada que esconder... Bueno, casi nada. Lali había enterrado sus pecados a tanta profundidad que ni siquiera sus contactos serían capaces de encontrarlos.

            —Hablas como una mujer desesperada, María, y debo decirte que no te favorece.
            La sonrisa de la otra mujer se desvaneció.

            —No hay nada en mí que se parezca a la desesperación. Tú, en cambio, eres la viva imagen.

            —Ding, ding. Fin del asalto. —Lali abrió la puerta de par en par, sin importarle quién tomara la foto—. Muévete o te pateo los Sarkany con mis zapatillas.
            El corazón le iba a mil, tanto que le provocaba darle una buena patada.

            —Ten cuidado, no sabes con quién estás tratando.
            Lali se acercó a ella tanto como pudo sin llegar a tocarla.
            —No, tú no tienes ni idea de lo qué soy capaz. Y pensar que cuando Peter me habló de lo de ustedes, sentí pena por ti. Qué pérdida de tiempo. No sé en qué estaría pensando Peter.

            Los ojos de María destilaban veneno. Sin mediar palabra, dio media vuelta, se puso los lentes de sol y salió disparada hacia su auto rojo que la esperaba estacionado en la calle.

            Lali no estaba dispuesta a aceptar cuánto le había afectado aquella conversación, así que, en lugar de dar un portazo, cerró la puerta detrás de ella y se apoyó en el marco. Cuando la violencia del encuentro se filtró en su torrente sanguíneo, las manos empezaron a temblarle descontroladamente.
            Oyó el sonido de las piedras bajo las ruedas de un auto.

            —Muy bonito.

            Se alejó de la puerta y fue a buscar el bolso. No tenía ganas de hablar, así que agarró el celular, escribió un mensaje y se lo mandó a Peter.

            «¿Gano algo si tengo razón?», le preguntó a su marido.

            Mientras esperaba una respuesta, cerró la puerta con llave, subió las escaleras y se dirigió hacia la ducha.
            El celular vibró justo en el momento en que pisaba el último escalón.

            «¿Razón en qué?»

            «Acabo de conocer a la víbora rubia. No sé qué pudiste ver en ella además de lo obvio.» Y puesto que no estaba segura de poder hablar, añadió: «Me meto a la ducha, hablamos después».

            Lali tiró el teléfono encima de la cama y se dirigió al baño. Poco a poco, empezaba a recuperar la compostura. Observó su imagen reflejada en el espejo del tocador. La niebla de primera hora de la mañana había causado estragos en su pelo y encima todavía tenía las mejillas coloradas.

            —Qué desastre.

            Oyó el sonido del teléfono en el dormitorio pero lo ignoró. Luego se quitó el polo y lo metió en la canasta de la ropa sucia. Las palabras de su amiga de colegio resonaban en su cabeza: «Arsenal completo».

            —¿Sabes qué, Peter? Creo que te haré caso con lo de la tarjeta de crédito.

            Con mujeres como María presentándose en la puerta de su casa, lo mínimo que podía hacer era vestirse adecuadamente para la batalla. Había nacido en una familia pudiente y conocía las reglas del juego, solo que había escogido no participar.
            Hasta ahora.
 

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