Absurdo Plan: Capítulo 11
Capítulo 11:
Peter había
decidido que hablaría con Lali aquella misma noche. Ya no podía ocultarle más
la mierda de testamento que su padre había dejado tras su muerte. «Honestidad»
era su palabra clave. La confianza absoluta que Lali había depositado en él lo
convertiría en mejor hombre. Le asustaba saber que Ignacio lo creía capaz de
obligarla a quedarse embarazada o de usarla hasta esos extremos. ¿Tan
repugnante era la reputación que se había hecho? Puede que sí. No había mucha
gente que tuviera una buena opinión de él a excepción de Lali.
De
repente, que ella conservara su confianza en él era primordial para Peter.
Eran
pasadas las seis cuando entró a su casa. Los ruidos de Inés en la cocina lo
llevaron primero allí.
—Espero
que hayas preparado suficiente para dos —le dijo, llamando la atención de la
cocinera.
—Señor,
ya está en casa. Gracias a Dios. Creí que no me quedaría más remedio que
llamarlo.
—¿Llamarme?
¿Por qué? ¿Está todo bien?
Peter
miró a su alrededor esperando que Lali entrara en la cocina en cualquier
momento. No estaba tan acostumbrada como él a los servicios de Inés y con
frecuencia se quedaba con ella por si necesitaba ayuda.
—Es
Lali. Apenas salió de su cuarto en todo el día.
Todas
las alarmas saltaron en la cabeza de Peter.
—¿Está
enferma? —preguntó, dirigiéndose hacia las escaleras.
Inés
lo siguió con un trapo en la mano.
—No
lo sé. Dice que está bien, pero no comió nada y la escuché llorar.
Peter
subió los escalones de dos en dos y corrió hacia el dormitorio. En cuanto abrió
la puerta, oyó a Lali en el baño y sus sollozos se le clavaron en el corazón
como puñales. Luego ella soltó una palabrota, y Peter pensó que sería mejor no
tener público.
—Yo
me encargo —le dijo a Inés.
Cerró
la puerta detrás de él y, al entrar en el baño, se encontró a Lali sentada con
la espalda apoyada en la tina y la cabeza escondida entre las rodillas.
—¿Lali?
—la llamó mientras se acercaba.
Cuando
ella abrió los ojos bañados en lágrimas para mirarlo, Peter sintió que algo en
su interior se le partía en dos. ¿Qué podía ser tan terrible? A pesar de las
veces que habían hablado de que las mujeres eran seres emocionales, por primera
vez se daba cuenta de que su esposa también lo era. Lali lo miró y, con un leve
temblor en el labio, empezó a llorar de nuevo.
—Chiquita,
¿qué te pasa? —Intentó abrazarla pero ella no quiso que la tocara.
—No
han fu-funcionado —respondió.
—¿Qué
es lo que no ha funcionado? —Se arrodilló frente a ella y puso las manos sobre
sus hombros para que no pudiera darse la vuelta.
Lali
cogió una caja que tenía al lado y la agitó delante de sus ojos.
—Esto.
Peter
necesitó unos segundos para reconocer lo que tenía en la mano. El suelo del baño
estaba lleno de condones sin usar, como si Lali se hubiera peleado con el
látex. Sobre el mármol del tocador había varias cajas y también dentro de la tina.
—No
entiendo qué intentas decirme.
Lali
cogió otra caja y la tiró al otro lado del baño, hacia la papelera.
—¡No
funcionaron! —exclamó. Cogió otro paquete, lo tiró y falló el tiro.
«¿Que
no funcionaron? ¿De qué está hablando?»
Lali
escondió de nuevo la cara entre las rodillas.
—Estoy
embarazada.
«
Dios.» Hasta el último nervio de su cuerpo se tensó. Peter se preparó para lo
que se le venía encima, aunque no tenía ni idea de qué era. El temor no
apareció por ninguna parte. ¿Amargura? No, eso tampoco. ¿Impresión? Sí, no
podía negar que estaba impresionado. Lo último que esperaba tras reunirse con
su abogado para discutir sobre la necesidad de concebir un heredero era que su
esposa, que lo era de forma temporal, le dijera que iba a ser padre. Le
costaría un tiempo considerable acostumbrarse a la idea de que la mujer
temblorosa que estaba sentada en el suelo de su baño llevaba en su vientre un
hijo suyo.
Madre
mía, no era de extrañar que Lali estuviera tan alterada.
Peter
la rodeó con sus brazos y ella se acurrucó contra su pecho.
—No
pasa nada —le susurró al oído.
Los
sollozos eran tan desesperados, tan desgarradores, que pronto se sintió
culpable como solo el responsable de todo aquello podía hacerlo.
—Todo
saldrá bien.
Y
estaba convencido de ello.
De
alguna forma.
Como
fuera.
—Shhh…
Tranquila.
—Yo
no que-quería que pasara e-esto —explicó Lali, sollozando entre palabra y
palabra.
—Lo
sé. —Lo sabía. Sin dudarlo un solo instante, sabía que Lali jamás habría
planeado algo así.
¿María?
¡Por supuesto! Y sin más motivaciones que llegar a ser duquesa.
¿Lucía?
Seguramente no. Claro que tampoco parecía tener instinto maternal.
¿Lali?
Ni soñarlo. Su mujer era demasiado transparente como para andar con jueguitos y
demasiadosincera para un engaño de ese calibre. Al menos con él no. Por algo su
palabra clave era sinceridad.
Peter
se puso en cuclillas y la tomó en brazos para alejarla de su particular guerra
con los preservativos. Dios, ¿y por qué tenía tantas cajas de esos? Ah, sí, María
le había asegurado que era alérgica a cualquier marca que no fuera la que en
ese momento cubría el piso del baño.
Salieron
del baño y se subió a la suave superficie de la cama sin soltarla. Los sollozos
de Lali se habían convertido en leves gimoteos, y no tardó mucho en relajarse
apoyada en su pecho y sucumbir al sueño que tanto necesitaba. Peter no la soltó
en ningún momento, le acarició el pelo, le repitió una y otra vez que estaba a
su lado y que todo saldría bien.
Que
él se encargaría de todo.
Durante
la noche, Lali se despertó varias veces, siempre con el peso del brazo de Peter
alrededor de la cintura o los dedos acariciándole la piel. A la mañana
siguiente, las escasas horas de sueño dieron como fruto unos ojos hinchados y
el peor dolor de cabeza que había sufrido en años. Las cosas no le podían ir
peor: a su estado matutino después de una noche horrible casi sin dormir, había
que sumar la ya típica falta de apetito y una vergüenza increíble al recordar
que Peter la había encontrado llorando en medio del baño rodeada de cajas y
cajas de condones inservibles.
Entonces
recordó que estaba embarazada.
Y
sí, podían ir peor.
Una
vejiga a punto de estallar la obligó a salir de abrazo de Peter y abandonar la
calidez de la cama. Él no se inmutó y ella corrió al baño en puntitas de pie.
Peter
había recogido el desastre, aunque Lali no recordaba cuándo. Las cajas habían
desaparecido o estaban guardadas. Dios, murmuró, no quería ver ni un
preservativo más en lo que le quedaba de vida.
Al
mirarse en el espejo, vio que le habían salido ojeras y que tenía todo el maquillaje
corrido. Llevaba el pelo enmarañado y ni siquiera había pensado en ponerse
pijama antes de caer rendida en la cama.
Qué
desastre.
Retiró
la mirada del espejo y se metió a la ducha para darse un baño de agua caliente.
Enseguida se le llenó la cabeza de teorías sobre lo que podría pasar entre Peter
y ella a partir de entonces, teorías que se obligó a ignorar.
Basta
de suposiciones. Tomaría cada curva de su relación con él y se esforzaría para
mantener las emociones siempre bajo control. Aquel embarazo no lo había deseado
ninguno de los dos, pero ya no había vuelta atrás. Lali sabía que no podía dar
al niño en adopción o, peor aún, interrumpir el embarazo. Era una mujer adulta
y responsable, no una quinceañera sin más opciones.
Cuando
salió de la ducha, el dolor de cabeza había perdido intensidad. Un poco de
crema en la cara, unas gotas de gel bajo los ojos y casi se sentía humana de
nuevo. Salió del baño envuelta en una bata suave y volvió a la habitación,
esperando que Peter siguiera dormido.
Y
no lo estaba.
Todavía
vestido con la ropa arrugada del día anterior, se encontraba frente a una
pequeña bandeja que había subido de la cocina. Lali vio café, leche, jugo y un
par de platos vacíos. Al lado, un plato con galletas saladas, tostadas y huevos
duros.
—¿Qué
es esto?
Peter
la cogió del codo y le acercó una silla. Se sentó frente a ella con una sonrisa
serena en los labios.
—Las
mujeres embarazadas en el primer trimestre suelen empezar el día con comida
blanda para asentar el estómago. —Lo dijo como si lo leyera de un libro, aunque
Lali ya lo sabía. Lo había aprendido por experiencia propia.
—¿Y
tú de dónde sacaste eso?
—Ayer
por la noche, mientras dormías, usé el teléfono para algo más que pedir los
resultados de la bolsa. Traje café, descafeinado, pero en los artículos que leí
ponía que seguramente no querrías tomártelo. —Empujó el único vaso de leche que
había en la bandeja hacia ella—. Pero la leche es fundamental para ti y para el
bebé.
Al
escuchar la palabra «bebé», Lali sintió que se le llenaban los ojos de
lágrimas. Hasta entonces, solo había pensado en lo que le estaba sucediendo
como un embarazo, algo que lo cambiaba todo.
—Qué
tierno.
—Ese
soy yo, el señor Tierno.
—Peter...
—empezó a decir Lali.
—Espera.
—La tomó de la mano y se agachó junto a ella—. Tenemos mucho de que hablar,
pero tendrá que esperar por el momento. Tú tienes que comer y a mí me vendría
bien darme una ducha —le dijo, acariciándole el interior de la muñeca con el
pulgar.
—Pero...
Peter
le cubrió los labios con un dedo.
—Shhh...
Lali
asintió y guardó la conversación hasta otro momento.
Peter
sonrió y se levantó, pero antes de entrar al baño, la besó suavemente en los
labios.
Tal
vez tenía razón y todo saldría bien.
Una
hora después, estaban los dos en la terraza de la parte trasera de la casa,
sentados en sendas hamacas y admirando el mar. Peter tenía puesto un short y un
polo de algodón que le marcaba los músculos del pecho. La niebla matutina
estaba lejos de la costa y permitía que el sol brillara y que las temperaturas
alcanzaran los veinte grados.
Lali
tenía que reconocer que la idea del desayuno le había venido bien menos por el
café, que había sustituido por una taza de té de la que seguía tomando.
Desde
que habían salido de la habitación, ninguno de los dos había dicho ni una sola
palabra sobre el bebé, pero en aquel momento el silencio se extendía entre
ellos con la enormidad del océano.
—¿Entonces?
—escuchó que le preguntaba Peter.
—¿Entonces
qué?
En
los labios de Lali se dibujó una sonrisa nerviosa, mientras se retorcía las
manos sobre el regazo.
—Yo
no quería que esto pasara.
Tenía
que estar segura de que Peter lo supiera. La razón por la que había acudido a
ella en busca de una esposa temporal era precisamente eliminar la posibilidad
de que la mujer, en cuestión, alterara su vida de forma permanente. Y eso era
justo lo que Lali había hecho: aunque pusieran fin a su matrimonio al cabo de
un año, el bebé seguiría existiendo.
Para
siempre.
—Eso
ya lo dijiste.
—Necesito
que me creas.
—Mírame,
Lali.
Ella
dudó un segundo antes de buscar su mirada. En sus ojos encontró ternura y en
sus labios una sonrisa sincera, la misma que le había regalado al salir de la
ducha.
—No
he pensado ni por un minuto que hubieras planeado, buscado o esperado quedarte
embarazada de mí.
Lali
no pudo reprimir un suspiro de alivio. Estiró los dedos de las manos sobre los
muslos e intentó liberarse de parte de la tensión.
—Bueno.
Eso está bien.
—¿Hacía
mucho que sospechabas que estabas embarazada? —preguntó Peter, mirando de nuevo
hacia el horizonte.
Lali
negó con la cabeza.
—No,
no tenía ni idea. —Le contó de la visita a la doctora y cómo se había enterado
de que estaba embarazada.
—¿Y
la doctora te dijo que los preservativos fallan el dos por ciento de las veces?
—Sí.
Supuse que la estadística era para adolescentes hormonales, no para adultos
inteligentes.
Lo
meditaron en privado durante unos minutos, y esta vez el silencio fue un
consuelo y no una piedra en el camino. Cuando Lali miró a Peter, su rostro se
había contraído en una mueca de dolor.
—¿En
qué estás pensando?
Él
sacudió la cabeza.
—Intento
encontrar la manera de preguntarte algo.
—Tú
pregunta.
—Pero
¿y si me das una respuesta que yo no quiero escuchar?
Vaya,
tanta sinceridad resultaba reconfortante. Por un momento, le pareció que Peter
era un hombre vulnerable al dolor como cualquier otro, lo cual, lejos de
convertirlo en peor persona, hacía de él alguien aún más digno de recibir su
amor.
Tragó
saliva al pensar que la idea del amor le rondaba por la cabeza. ¿De dónde había
salido? Maldita fuera, todo aquello del embarazo empezaba a alterarle las
emociones y a hacerle perder la cabeza.
—Si
quieres una respuesta, tendrás que arriesgarte a preguntar. Te aseguro que
puedes contar con mi sinceridad.
Los
ojos grises de Peter se clavaron en los de ella.
—¿Quieres
quedarte al bebé?
Lali
sintió que el corazón le daba un vuelco.
—¿Quieres
que renuncie a él? ¿Que aborte?
Se
le revolvieron las tripas. No podía leer la expresión en la cara de Peter y no
sabía en qué estaba pensando. ¿Se lo había preguntado para saber su opinión o
quería eliminar el embarazo de la ecuación y seguir como hasta entonces?
—Responderé
a tus preguntas cuando tú hayas respondido a las mías.
Parecía
justo.
—En
ningún momento consideré otra posibilidad que no sea tener al bebé. Los
hombros de Peter se hundieron. ¿Eso significaba alivio o valentía?
—¿Peter?
—Me
alegro de escucharte decir eso —respondió Peter con una sonrisa.
—¿De
verdad?
—De
verdad. Sé que todo esto está pasando muy rápido y no como habíamos planeado,
pero...
—¿Pero?
Peter
se levantó de la hamaca y empezó a caminar por la terraza.
—Así
es como yo veo las cosas. No somos niños. Hace diez años mis pensamientos
habrían sido distintos y los tuyos también, o eso me parece a mí. —Esperó a que
Lali asintiera antes de continuar—. Cuando dos personas que ya no son niños se
quedan embarazadas, siguen adelante y tienen al bebé. Lo bueno que tenemos
nosotros es que ya estamos casados.
«Ay,
Dios mío. Está pensando en el futuro.»
—La
idea no era seguir casados.
Peter
dejó de pasear y se sentó en el borde de la hamaca de Lali.
—Lo
sé. Y quizás no lo hagamos. Creo que un bebé cambia las cosas. No, rectifico,
sé que un bebé cambia las cosas, pero hasta que ambos sepamos qué queremos
exactamente, propongo que sigamos adelante paso a paso.
—¿Y
eso qué quiere decir?
—Me
gusta cómo estamos, Lali. Me gusta volver a casa y que estés aquí. Hasta que
uno de los dos quiera cambiar eso, propongo que continuemos tal y como estamos
ahora. —Sus ojos buscaron los de Lali.
—¿Y
cuando se acabe el año? ¿Cuando el bebé haya nacido?
—El
plazo de un año no tiene por qué cambiar.
Lali
lo sabía, pero oírlo de su boca fue como un baldazo de agua fría.
—No
querías oír eso —dijo Peter al ver su reacción.
—No.
Es en lo que quedamos.
La
mano de Peter se deslizó hasta la rodilla.
—¿Quieres
que dure más de un año?
—Ahora
mismo no sé lo que quiero. Acabo de descubrir que estoy embarazada. Voy a ser
madre y eso es para siempre. Es el único hecho irrefutable que sé que va a
suceder. Todo lo demás es un gran signo de interrogación.
—Entonces
déjame que te cuente más hechos irrefutables —le dijo, dándole una palmada en
la rodilla—. Yo voy a ser el padre de esa criatura. No los voy a abandonar ni a
ti ni al bebé. Tienes mi palabra.
Lali
sabía que decía la verdad. El haragán de su padre no se parecía en nada a Peter.
—¿Te
puedo preguntar algo? —Sabía que se arriesgaba al preguntar, pero necesitaba
saber qué pensaba él.
—Por
supuesto.
—¿Tú
quieres más de un año?
Peter
guardó silencio unos segundos y luego tomó aire.
—Creo
que se lo debemos a este niño, que deberíamos darle la opción de contar con más
tiempo.
—¿Seguir
casados por el bebé? —Por supuesto, parecía sacado de una novela mexicana,
pensó Lali.
En
lugar de responder, Peter contraatacó con otra pregunta.
—¿Te
gusta vivir aquí conmigo?
«Qué
pregunta tan tonta. Por supuesto que sí.»
—No
está mal.
Peter
se rió.
—Bueno,
entonces olvidémonos de fechas límite y contratos, al menos hasta que cambiemos
de opinión y lo nuestro nos parezca horrible.
—¿Podemos
hacer eso?
—La,
podemos hacer lo que nos dé la gana.
Ahora
era Lali la que se reía. Una risa sincera que no se había vuelto a repetir
desde la visita al ginecólogo.
—Hasta
que nos parezca horrible entonces. Opino que los mareos matutinos son
horribles.
Peter
se rió a carcajadas y se acercó a ella.
—Eso
no cuenta. Oí que la comida a domicilio también es horrible.
—Sí,
bueno, eso tampoco debería contar. Engordaré. Eso sí es horrible.
La
mano de Peter se deslizó por el muslo de Lali hasta la cadera y se detuvo en su
—de momento—, vientre plano.
—Apuesto
a que estarás preciosa con barriguita de embarazada.
—Ja,
eso lo dices ahora. Seguro que más adelante te parece horrible.
Sus
cálidos dedos le acariciaron la cintura y siguieron subiendo hasta las
costillas. Cuando llegó a la curva del pecho de Lali, le acarició el pezón por
encima de la tela.
—Esto
se hinchará y a mí no me parecerá horrible. —Su voz se había convertido en un
susurro grave.
Lali
se mordió el labio.
—Tengo
entendido que me dolerán y que no podrás ni acercarte a ellas. Eso sí será
horrible.
Peter
se inclinó sobre ella. El calor de su aliento se coló entre los labios de ella.
—Estoy
dispuesto a aguantarlo todo si tú también lo estás.
—¿Me
estás retando?
—De
repente —contestó él con un destello de picardía en la mirada.
—Que
sepas cómo manipularme tan fácilmente es, sin lugar a dudas, lo más horrible de
todo.
Los
labios de él permanecieron inmóviles, sin llegar a rozar la boca de Lali pero
muy cerca.
—¿Ya
te parezco horrible?
—Creo
que podré soportarlo.
Un
breve roce de labios no era suficiente. Lali se acercó a él en busca de más,
pero él se separó apenas unos centímetros.
—Me
alegro de que la madre de mi hijo vayas a ser tú —le confesó—. Vas a ser una
madre increíble.
—Eso
no lo sabes.
—Te
equivocas. Si lo sé.
La
besó con tanta entrega que Lali empezó a ver estrellitas flotando a su
alrededor y se olvidó de que estaban al aire libre, donde cualquiera podía
estar mirando.
Entre sus brazos, mientras él le
cubría de besos los labios, el cuello y el mentón, Lali pensó que el mundo no
era un lugar tan malo
Sube mas amiga! <3
ResponderEliminarmás más
ResponderEliminar