jueves, 11 de junio de 2015

Absurdo Plan: Capítulo 11

Capítulo 11:

Peter había decidido que hablaría con Lali aquella misma noche. Ya no podía ocultarle más la mierda de testamento que su padre había dejado tras su muerte. «Honestidad» era su palabra clave. La confianza absoluta que Lali había depositado en él lo convertiría en mejor hombre. Le asustaba saber que Ignacio lo creía capaz de obligarla a quedarse embarazada o de usarla hasta esos extremos. ¿Tan repugnante era la reputación que se había hecho? Puede que sí. No había mucha gente que tuviera una buena opinión de él a excepción de Lali.
            De repente, que ella conservara su confianza en él era primordial para Peter.

            Eran pasadas las seis cuando entró a su casa. Los ruidos de Inés en la cocina lo llevaron primero allí.

            —Espero que hayas preparado suficiente para dos —le dijo, llamando la atención de la cocinera.

            —Señor, ya está en casa. Gracias a Dios. Creí que no me quedaría más remedio que llamarlo.

            —¿Llamarme? ¿Por qué? ¿Está todo bien?

            Peter miró a su alrededor esperando que Lali entrara en la cocina en cualquier momento. No estaba tan acostumbrada como él a los servicios de Inés y con frecuencia se quedaba con ella por si necesitaba ayuda.

            —Es Lali. Apenas salió de su cuarto en todo el día.
            Todas las alarmas saltaron en la cabeza de Peter.

            —¿Está enferma? —preguntó, dirigiéndose hacia las escaleras.
            Inés lo siguió con un trapo en la mano.

            —No lo sé. Dice que está bien, pero no comió nada y la escuché llorar.

            Peter subió los escalones de dos en dos y corrió hacia el dormitorio. En cuanto abrió la puerta, oyó a Lali en el baño y sus sollozos se le clavaron en el corazón como puñales. Luego ella soltó una palabrota, y Peter pensó que sería mejor no tener público.

            —Yo me encargo —le dijo a Inés.
            Cerró la puerta detrás de él y, al entrar en el baño, se encontró a Lali sentada con la espalda apoyada en la tina y la cabeza escondida entre las rodillas.

            —¿Lali? —la llamó mientras se acercaba.

            Cuando ella abrió los ojos bañados en lágrimas para mirarlo, Peter sintió que algo en su interior se le partía en dos. ¿Qué podía ser tan terrible? A pesar de las veces que habían hablado de que las mujeres eran seres emocionales, por primera vez se daba cuenta de que su esposa también lo era. Lali lo miró y, con un leve temblor en el labio, empezó a llorar de nuevo.

            —Chiquita, ¿qué te pasa? —Intentó abrazarla pero ella no quiso que la tocara.

            —No han fu-funcionado —respondió.

            —¿Qué es lo que no ha funcionado? —Se arrodilló frente a ella y puso las manos sobre sus hombros para que no pudiera darse la vuelta.
            Lali cogió una caja que tenía al lado y la agitó delante de sus ojos.

            —Esto.

            Peter necesitó unos segundos para reconocer lo que tenía en la mano. El suelo del baño estaba lleno de condones sin usar, como si Lali se hubiera peleado con el látex. Sobre el mármol del tocador había varias cajas y también dentro de la tina.

            —No entiendo qué intentas decirme.
            Lali cogió otra caja y la tiró al otro lado del baño, hacia la papelera.

            —¡No funcionaron! —exclamó. Cogió otro paquete, lo tiró y falló el tiro.
            «¿Que no funcionaron? ¿De qué está hablando?»
            Lali escondió de nuevo la cara entre las rodillas.

            —Estoy embarazada.

            « Dios.» Hasta el último nervio de su cuerpo se tensó. Peter se preparó para lo que se le venía encima, aunque no tenía ni idea de qué era. El temor no apareció por ninguna parte. ¿Amargura? No, eso tampoco. ¿Impresión? Sí, no podía negar que estaba impresionado. Lo último que esperaba tras reunirse con su abogado para discutir sobre la necesidad de concebir un heredero era que su esposa, que lo era de forma temporal, le dijera que iba a ser padre. Le costaría un tiempo considerable acostumbrarse a la idea de que la mujer temblorosa que estaba sentada en el suelo de su baño llevaba en su vientre un hijo suyo.
            Madre mía, no era de extrañar que Lali estuviera tan alterada.
            Peter la rodeó con sus brazos y ella se acurrucó contra su pecho.

            —No pasa nada —le susurró al oído.
            Los sollozos eran tan desesperados, tan desgarradores, que pronto se sintió culpable como solo el responsable de todo aquello podía hacerlo.

            —Todo saldrá bien.
            Y estaba convencido de ello.
            De alguna forma.
            Como fuera.

            —Shhh… Tranquila.

            —Yo no que-quería que pasara e-esto —explicó Lali, sollozando entre palabra y palabra.

            —Lo sé. —Lo sabía. Sin dudarlo un solo instante, sabía que Lali jamás habría planeado algo así.
            ¿María? ¡Por supuesto! Y sin más motivaciones que llegar a ser duquesa.
            ¿Lucía? Seguramente no. Claro que tampoco parecía tener instinto maternal.
            ¿Lali? Ni soñarlo. Su mujer era demasiado transparente como para andar con jueguitos y demasiadosincera para un engaño de ese calibre. Al menos con él no. Por algo su palabra clave era sinceridad.

            Peter se puso en cuclillas y la tomó en brazos para alejarla de su particular guerra con los preservativos. Dios, ¿y por qué tenía tantas cajas de esos? Ah, sí, María le había asegurado que era alérgica a cualquier marca que no fuera la que en ese momento cubría el piso del baño.

            Salieron del baño y se subió a la suave superficie de la cama sin soltarla. Los sollozos de Lali se habían convertido en leves gimoteos, y no tardó mucho en relajarse apoyada en su pecho y sucumbir al sueño que tanto necesitaba. Peter no la soltó en ningún momento, le acarició el pelo, le repitió una y otra vez que estaba a su lado y que todo saldría bien.
            Que él se encargaría de todo.             
            Durante la noche, Lali se despertó varias veces, siempre con el peso del brazo de Peter alrededor de la cintura o los dedos acariciándole la piel. A la mañana siguiente, las escasas horas de sueño dieron como fruto unos ojos hinchados y el peor dolor de cabeza que había sufrido en años. Las cosas no le podían ir peor: a su estado matutino después de una noche horrible casi sin dormir, había que sumar la ya típica falta de apetito y una vergüenza increíble al recordar que Peter la había encontrado llorando en medio del baño rodeada de cajas y cajas de condones inservibles.
            Entonces recordó que estaba embarazada.
            Y sí, podían ir peor.

            Una vejiga a punto de estallar la obligó a salir de abrazo de Peter y abandonar la calidez de la cama. Él no se inmutó y ella corrió al baño en puntitas de pie.

            Peter había recogido el desastre, aunque Lali no recordaba cuándo. Las cajas habían desaparecido o estaban guardadas. Dios, murmuró, no quería ver ni un preservativo más en lo que le quedaba de vida.

            Al mirarse en el espejo, vio que le habían salido ojeras y que tenía todo el maquillaje corrido. Llevaba el pelo enmarañado y ni siquiera había pensado en ponerse pijama antes de caer rendida en la cama.
            Qué desastre.

            Retiró la mirada del espejo y se metió a la ducha para darse un baño de agua caliente. Enseguida se le llenó la cabeza de teorías sobre lo que podría pasar entre Peter y ella a partir de entonces, teorías que se obligó a ignorar.

            Basta de suposiciones. Tomaría cada curva de su relación con él y se esforzaría para mantener las emociones siempre bajo control. Aquel embarazo no lo había deseado ninguno de los dos, pero ya no había vuelta atrás. Lali sabía que no podía dar al niño en adopción o, peor aún, interrumpir el embarazo. Era una mujer adulta y responsable, no una quinceañera sin más opciones.

            Cuando salió de la ducha, el dolor de cabeza había perdido intensidad. Un poco de crema en la cara, unas gotas de gel bajo los ojos y casi se sentía humana de nuevo. Salió del baño envuelta en una bata suave y volvió a la habitación, esperando que Peter siguiera dormido.
            Y no lo estaba.

            Todavía vestido con la ropa arrugada del día anterior, se encontraba frente a una pequeña bandeja que había subido de la cocina. Lali vio café, leche, jugo y un par de platos vacíos. Al lado, un plato con galletas saladas, tostadas y huevos duros.

            —¿Qué es esto?
            Peter la cogió del codo y le acercó una silla. Se sentó frente a ella con una sonrisa serena en los labios.

            —Las mujeres embarazadas en el primer trimestre suelen empezar el día con comida blanda para asentar el estómago. —Lo dijo como si lo leyera de un libro, aunque Lali ya lo sabía. Lo había aprendido por experiencia propia.

            —¿Y tú de dónde sacaste eso?

            —Ayer por la noche, mientras dormías, usé el teléfono para algo más que pedir los resultados de la bolsa. Traje café, descafeinado, pero en los artículos que leí ponía que seguramente no querrías tomártelo. —Empujó el único vaso de leche que había en la bandeja hacia ella—. Pero la leche es fundamental para ti y para el bebé.

            Al escuchar la palabra «bebé», Lali sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas. Hasta entonces, solo había pensado en lo que le estaba sucediendo como un embarazo, algo que lo cambiaba todo.

            —Qué tierno.

            —Ese soy yo, el señor Tierno.

            —Peter... —empezó a decir Lali.

            —Espera. —La tomó de la mano y se agachó junto a ella—. Tenemos mucho de que hablar, pero tendrá que esperar por el momento. Tú tienes que comer y a mí me vendría bien darme una ducha —le dijo, acariciándole el interior de la muñeca con el pulgar.

            —Pero...
            Peter le cubrió los labios con un dedo.

            —Shhh...
            Lali asintió y guardó la conversación hasta otro momento.
            Peter sonrió y se levantó, pero antes de entrar al baño, la besó suavemente en los labios.
            Tal vez tenía razón y todo saldría bien.

            Una hora después, estaban los dos en la terraza de la parte trasera de la casa, sentados en sendas hamacas y admirando el mar. Peter tenía puesto un short y un polo de algodón que le marcaba los músculos del pecho. La niebla matutina estaba lejos de la costa y permitía que el sol brillara y que las temperaturas alcanzaran los veinte grados.

            Lali tenía que reconocer que la idea del desayuno le había venido bien menos por el café, que había sustituido por una taza de té de la que seguía tomando.

            Desde que habían salido de la habitación, ninguno de los dos había dicho ni una sola palabra sobre el bebé, pero en aquel momento el silencio se extendía entre ellos con la enormidad del océano.

            —¿Entonces? —escuchó que le preguntaba Peter.

            —¿Entonces qué?
            En los labios de Lali se dibujó una sonrisa nerviosa, mientras se retorcía las manos sobre el regazo.

            —Yo no quería que esto pasara.

            Tenía que estar segura de que Peter lo supiera. La razón por la que había acudido a ella en busca de una esposa temporal era precisamente eliminar la posibilidad de que la mujer, en cuestión, alterara su vida de forma permanente. Y eso era justo lo que Lali había hecho: aunque pusieran fin a su matrimonio al cabo de un año, el bebé seguiría existiendo.
            Para siempre.

            —Eso ya lo dijiste.

            —Necesito que me creas.

            —Mírame, Lali.
            Ella dudó un segundo antes de buscar su mirada. En sus ojos encontró ternura y en sus labios una sonrisa sincera, la misma que le había regalado al salir de la ducha.

            —No he pensado ni por un minuto que hubieras planeado, buscado o esperado quedarte embarazada de mí.
            Lali no pudo reprimir un suspiro de alivio. Estiró los dedos de las manos sobre los muslos e intentó liberarse de parte de la tensión.

            —Bueno. Eso está bien.

            —¿Hacía mucho que sospechabas que estabas embarazada? —preguntó Peter, mirando de nuevo hacia el horizonte.
            Lali negó con la cabeza.

            —No, no tenía ni idea. —Le contó de la visita a la doctora y cómo se había enterado de que estaba embarazada.

            —¿Y la doctora te dijo que los preservativos fallan el dos por ciento de las veces?

            —Sí. Supuse que la estadística era para adolescentes hormonales, no para adultos inteligentes.

            Lo meditaron en privado durante unos minutos, y esta vez el silencio fue un consuelo y no una piedra en el camino. Cuando Lali miró a Peter, su rostro se había contraído en una mueca de dolor.

            —¿En qué estás pensando?
            Él sacudió la cabeza.

            —Intento encontrar la manera de preguntarte algo.

            —Tú pregunta.

            —Pero ¿y si me das una respuesta que yo no quiero escuchar?

            Vaya, tanta sinceridad resultaba reconfortante. Por un momento, le pareció que Peter era un hombre vulnerable al dolor como cualquier otro, lo cual, lejos de convertirlo en peor persona, hacía de él alguien aún más digno de recibir su amor.

            Tragó saliva al pensar que la idea del amor le rondaba por la cabeza. ¿De dónde había salido? Maldita fuera, todo aquello del embarazo empezaba a alterarle las emociones y a hacerle perder la cabeza.

            —Si quieres una respuesta, tendrás que arriesgarte a preguntar. Te aseguro que puedes contar con mi sinceridad.
            Los ojos grises de Peter se clavaron en los de ella.

            —¿Quieres quedarte al bebé?
            Lali sintió que el corazón le daba un vuelco.

            —¿Quieres que renuncie a él? ¿Que aborte?

            Se le revolvieron las tripas. No podía leer la expresión en la cara de Peter y no sabía en qué estaba pensando. ¿Se lo había preguntado para saber su opinión o quería eliminar el embarazo de la ecuación y seguir como hasta entonces?

            —Responderé a tus preguntas cuando tú hayas respondido a las mías.
            Parecía justo.

            —En ningún momento consideré otra posibilidad que no sea tener al bebé.             Los hombros de Peter se hundieron. ¿Eso significaba alivio o valentía?

            —¿Peter?

            —Me alegro de escucharte decir eso —respondió Peter con una sonrisa.

            —¿De verdad?

            —De verdad. Sé que todo esto está pasando muy rápido y no como habíamos planeado, pero...

            —¿Pero?
            Peter se levantó de la hamaca y empezó a caminar por la terraza.

            —Así es como yo veo las cosas. No somos niños. Hace diez años mis pensamientos habrían sido distintos y los tuyos también, o eso me parece a mí. —Esperó a que Lali asintiera antes de continuar—. Cuando dos personas que ya no son niños se quedan embarazadas, siguen adelante y tienen al bebé. Lo bueno que tenemos nosotros es que ya estamos casados.
            «Ay, Dios mío. Está pensando en el futuro.»

            —La idea no era seguir casados.
            Peter dejó de pasear y se sentó en el borde de la hamaca de Lali.

            —Lo sé. Y quizás no lo hagamos. Creo que un bebé cambia las cosas. No, rectifico, sé que un bebé cambia las cosas, pero hasta que ambos sepamos qué queremos exactamente, propongo que sigamos adelante paso a paso.

            —¿Y eso qué quiere decir?

            —Me gusta cómo estamos, Lali. Me gusta volver a casa y que estés aquí. Hasta que uno de los dos quiera cambiar eso, propongo que continuemos tal y como estamos ahora. —Sus ojos buscaron los de Lali.

            —¿Y cuando se acabe el año? ¿Cuando el bebé haya nacido?

            —El plazo de un año no tiene por qué cambiar.
            Lali lo sabía, pero oírlo de su boca fue como un baldazo de agua fría.

            —No querías oír eso —dijo Peter al ver su reacción.

            —No. Es en lo que quedamos.
            La mano de Peter se deslizó hasta la rodilla.

            —¿Quieres que dure más de un año?

            —Ahora mismo no sé lo que quiero. Acabo de descubrir que estoy embarazada. Voy a ser madre y eso es para siempre. Es el único hecho irrefutable que sé que va a suceder. Todo lo demás es un gran signo de interrogación.

            —Entonces déjame que te cuente más hechos irrefutables —le dijo, dándole una palmada en la rodilla—. Yo voy a ser el padre de esa criatura. No los voy a abandonar ni a ti ni al bebé. Tienes mi palabra.
            Lali sabía que decía la verdad. El haragán de su padre no se parecía en nada a Peter.

            —¿Te puedo preguntar algo? —Sabía que se arriesgaba al preguntar, pero necesitaba saber qué pensaba él.

            —Por supuesto.

            —¿Tú quieres más de un año?
            Peter guardó silencio unos segundos y luego tomó aire.

            —Creo que se lo debemos a este niño, que deberíamos darle la opción de contar con más tiempo.

            —¿Seguir casados por el bebé? —Por supuesto, parecía sacado de una novela mexicana, pensó Lali.
            En lugar de responder, Peter contraatacó con otra pregunta.

            —¿Te gusta vivir aquí conmigo?
            «Qué pregunta tan tonta. Por supuesto que sí.»

            —No está mal.
            Peter se rió.

            —Bueno, entonces olvidémonos de fechas límite y contratos, al menos hasta que cambiemos de opinión y lo nuestro nos parezca horrible.

            —¿Podemos hacer eso?

            —La, podemos hacer lo que nos dé la gana.
            Ahora era Lali la que se reía. Una risa sincera que no se había vuelto a repetir desde la visita al ginecólogo.

            —Hasta que nos parezca horrible entonces. Opino que los mareos matutinos son horribles.
            Peter se rió a carcajadas y se acercó a ella.

            —Eso no cuenta. Oí que la comida a domicilio también es horrible.

            —Sí, bueno, eso tampoco debería contar. Engordaré. Eso sí es horrible.
            La mano de Peter se deslizó por el muslo de Lali hasta la cadera y se detuvo en su —de momento—, vientre plano.

            —Apuesto a que estarás preciosa con barriguita de embarazada.

            —Ja, eso lo dices ahora. Seguro que más adelante te parece horrible.
            Sus cálidos dedos le acariciaron la cintura y siguieron subiendo hasta las costillas. Cuando llegó a la curva del pecho de Lali, le acarició el pezón por encima de la tela.

            —Esto se hinchará y a mí no me parecerá horrible. —Su voz se había convertido en un susurro grave.
            Lali se mordió el labio.

            —Tengo entendido que me dolerán y que no podrás ni acercarte a ellas. Eso sí será horrible.
            Peter se inclinó sobre ella. El calor de su aliento se coló entre los labios de ella.

            —Estoy dispuesto a aguantarlo todo si tú también lo estás.

            —¿Me estás retando?

            —De repente —contestó él con un destello de picardía en la mirada.

            —Que sepas cómo manipularme tan fácilmente es, sin lugar a dudas, lo más horrible de todo.
            Los labios de él permanecieron inmóviles, sin llegar a rozar la boca de Lali pero muy cerca.

            —¿Ya te parezco horrible?

            —Creo que podré soportarlo.
            Un breve roce de labios no era suficiente. Lali se acercó a él en busca de más, pero él se separó apenas unos centímetros.

            —Me alegro de que la madre de mi hijo vayas a ser tú —le confesó—. Vas a ser una madre increíble.

            —Eso no lo sabes.

            —Te equivocas. Si lo sé.
            La besó con tanta entrega que Lali empezó a ver estrellitas flotando a su alrededor y se olvidó de que estaban al aire libre, donde cualquiera podía estar mirando.
            Entre sus brazos, mientras él le cubría de besos los labios, el cuello y el mentón, Lali pensó que el mundo no era un lugar tan malo

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