lunes, 8 de junio de 2015

Absurdo Plan: Capítulo 10

Capítulo 10:

Al llegar a Buenos Aires, lo primero que hizo Lali fue ir a Resplandor para visitar a Vanessa. Por una parte, se sentía culpable de haberla pasado bien con Eugenia, la hermana de Peter; por otra, estaba emocionada por su nueva vida junto a Peter. Entró en la habitación de Vanessa con un nudo en el estómago. Su hermana tenía el pelo recogido en una cola y un polo rosa manchado donde iba a parar parte de su comida.

            —Hola, Vane —saludó Lali a su hermana, y se sentó en la silla frente a la que Vanessa ocupaba, desde donde podía mirar por la ventana.

            Vanessa le regaló una media sonrisa, lo único que le quedaba desde que tuvo el derrame. Sus ojos se iluminaron al reconocer a su hermana y levantó su brazo bueno, que Lali sujetó con fuerza.

            —Te... te extrañé mucho —le dijo Vanessa, arrastrando las palabras.

            —Yo también te extrañé. —Solo había faltado a una visita, pero sabía que para su hermana eran muy importantes. Al fin y al cabo, no había muchas cosas en su vida que la animaran a levantarse de la cama cada mañana—. ¿Comiste bien estos días?

            —Sí —dijo Vanessa con la boca, pero su cabeza hizo un gesto negativo.
            Una de las cosas que Lali había aprendido a hacer había sido leer el lenguaje corporal de Vanessa más que sus palabras. Los gestos y las expresiones faciales eran la clave para entenderla.

            —¿Me quieres ayudar con esta carne salteada? Es del Chinese Wok, tu restaurante preferido.
            Vanessa sonrió.

            —Me gusta.

            —Lo sé. A mí también.

            Lali abrió la caja de comida y el olor de la carne inundó la habitación al instante. Colocó una mesita con ruedas delante de su hermana, le sirvió un plato pequeño y la obligó a agarrar el tenedor con la mano. Vanessa odiaba que le dieran de comer. A pesar de que su hermana se esforzaba para meterle la comida en la boca, Vanessa no era feliz si no lo hacía ella sola.

            —He-he visto... mmm... he visto... —Vanessa se esforzó en buscar las palabras.

            —¿A quién viste?

            Lali se dio cuenta de que llevaba todo el día sin comer. Peter y ella habían llegado la noche anterior y se habían ido directamente a la cama. Poco antes del almuerzo, los dos habían tomado diferentes direcciones, Peter a su oficina y Lali a ver a Vanessa. Ni siquiera había pensado en la comida. El sabor de la carne le explotó en la boca y el estómago rugió en señal de protesta.

            —Mamá.
            Lali detuvo el tenedor a medio recorrido.
            Vanessa asintió y Lali dejó los cubiertos sobre la bandeja.
            —Vane, mamá hace tiempo que se fue.
            Vanessa frunció el ceño como si intentara recordar algo.

            —Por la noche. La vi en la noche.

            —¿En un sueño?

            —Sí —respondió Vanessa, asintiendo con la cabeza—. En la noche.

            Lali no entendía nada. ¿Habría visto su hermana a alguien que se parecía a su madre? ¿Tal vez una auxiliar nueva del centro? ¿O había soñado con ella y la señal se había confundido con otra en su cerebro?

            —A veces yo también me acuerdo de ella.

            —La extraño.
            Lali acarició la rodilla de Vanessa.

            —Yo también.
             
            —Tengo que viajar a Nueva York —le dijo Peter a Lali casi una semana más tarde.

            —Ya me preguntaba cuándo retomarías los viajes.

            Sabía perfectamente que su marido pasaba más horas a bordo de su avión que en cualquiera de las casas que tenía por todo el mundo. Compartir cama con él durante casi un mes era un lujo que sabía que algún día tenía que terminar.

            —Podrías venir conmigo.

            Estaban tomando café en la terraza, una rutina de la que ambos disfrutaban desde que volvieron de Europa. Una parte de Lali quería saltar de alegría ante aquella invitación, pero su lado más práctico se negaba a hacerlo. Tenía un reloj dentro de su cabeza que marcaba la cuenta regresiva que le quedaba como esposa de Peter, y las manecillas cada vez hacían más ruido. Cuanto más intentaba ignorar el tictac, peores eran los efectos de este sobre su alma. Había momentos, como aquel, cuando Peter le sonreía y la invitaba a viajar con él, en los que de repente su matrimonio parecía ser algo más que un simple trozo de papel, más que un acto propio de materialistas que llegaron a un acuerdo. La forma en que le hacía el amor o la abrazaba, incluso cuando ambos estaban demasiado cansados para moverse, se filtraba lentamente en su corazón día tras día.

            —No creo que sea buena idea.

            —¿Por qué no?

            —Tengo descuidada a Vanessa. No ha comido bien mientras yo no estaba y tiene problemas para dormir.
            Peter la agarró de la mano.

            —No tienes que sentirte culpable por tener una vida, Lali.

            —Lo sé, pero es difícil. Soy todo lo que le queda.

            —Siempre puedes traerla aquí. Podríamos contratar a una enfermera a tiempo completo.
            Era la segunda vez que Peter le ofrecía instalar en casa a su hermana. Y si su matrimonio con él no fuera temporal, habría aceptado la oferta sin pensárselo.
            —Ya lo hemos hablado. No sería justo traerla aquí para luego... No lo entendería. Esa clase de estrés puede provocar enfermedades y retrocesos en la evolución.

            —Pero...

            —Por favor, no insistas. Sé que tus intenciones son buenas, pero tengo que preocuparme por su bienestar a largo plazo.
            Peter terminó su café y decidió dejar el tema.

            —Solo voy a estar en Nueva York un fin de semana. El senador está haciendo una pequeña cena para recaudar dinero y debería ir.

            —Ese es el que quiere reducir los impuestos sobre las exportaciones, ¿no es así?

            —Veo que has estado atenta.
            Lali se tiró el pelo para atrás y arqueó una ceja.

            —Toda esta belleza acompañada de un gran cerebro. ¿No es increíble?

            —Es bueno poder hablar con una mujer fuera de la cama.

            —¡Auch!.

            —Supongo que no fui justo.

            —Espero que no. De lo contrario, no me dejarías más remedio que dibujar una línea entre tus palabras y la imagen que yo tengo de la personalidad de tu padre.
            Peter se llevó una mano al pecho.

            —¡Dios, esa dolió!

            —La sinceridad es nuestro código de honor, mi querido duque. Estoy segura de que no todas las mujeres han sido tan terribles.

            —«Todas las mujeres.» Lo dices como si hubiera tenido un harén.

            —Has tenido muchas más mujeres tú que hombres yo, eso seguro.
            Él se rió.

            —Lo cual no es difícil, mi querida duquesa.

            —Aun así...

            —Tal vez sí podía hablar con las mujeres que han pasado por mi vida, pero no confiaba en ninguna como confío en ti. —Peter entrecerró los ojos, como si se sorprendiera al escuchar su propia confesión.
            Eso demostraba algo, ¿no? Peter debía de sentir más por ella que por cualquiera de las mujeres con las que había pasado el rato.

            —Así que tienes que hacerle conversa al senador. Asegurarte de que se quede de tu lado.

            —Exacto.

            —¿Cuándo te vas?

            —El viernes por la mañana.
            Lali dejó la taza de café frío sobre la mesa y apretó la mano de su esposo.

            —Te voy a extrañar.
            Peter buscó los ojos de Lali y se llevó su mano a los labios para besarla con ternura.
            Pero no repitió sus palabras.
             
            A Peter siempre le había gustado ir a cócteles. Eran el lugar ideal para encontrar a alguien con quien pasar la noche, o incluso tener una aventura algo más duradera. Esta vez, sin embargo, mientras paseaba por el lugar, repleto de mujeres hermosas, solo podía pensar en su esposa, en tenerla a su lado para confundirse ambos entre la multitud, y tomar algo y hablar sobre los presentes.

            Era evidente que Lali se sentía culpable por su hermana. El mismo día en que regresaron de Europa, después de volver de su visita al centro, tenía los ojos llenos de lágrimas. Vanessa significaba todo para ella, y Peter se sentía incapaz de aliviar el estrés que le representaba ocuparse de su cuidado.

            Estaba claro que Vanessa no entendería nada cuando llegara el momento de la separación, pero el año que tenían por delante seguro que valía la pena. No sin cierto esfuerzo, Lali y él habían conseguido sacarla de las instalaciones de Resplandor para llevarla de paseo al zoológico. Vanessa había sonreído tantas veces a lo largo del día que Peter quería hacerse el héroe y conseguir que los tres pudieran pasar más tiempo juntos.

            Los constantes viajes al centro agotaban a Lali, hasta tal punto que había dejado de hacer sus ejercicios matutinos. A Peter no le parecía mal porque eso significaba que podía pasar más tiempo con ella antes de ir a trabajar.

            —Daría lo que fuera por saber en qué estás pensando —dijo una voz conocida y no grata, sacándolo de sus pensamientos.
            Peter se enderezó y se preparó para enfrentarse a una mujer despechada.

            —María.

            Era mucho más alta que Lali, tanto que subida en los tacos podía mirarla directamente a los ojos. Como siempre, estaba impecable desde lo alto de su rubia cabeza hasta los dedos de los pies, que asomaban por la punta de unos zapatos de taco cubiertos de pedrería.

            Lucía en los labios la sonrisa dulce que hasta entonces siempre le había funcionado, pero esta vez Peter solo podía pensar en la palabra que Lali había utilizado para describirla. «Víbora.»

            —Eres muy amable al recordar mi nombre.
            En el fondo, se lo merecía. No había tenido la oportunidad de cortar con ella antes de decidirse a escoger esposa de la lista de candidatas de Lali.

            —No seas ridícula —le dijo, obligándose a sonreír y manteniendo un tono de voz tranquilo.

            —Sabía que eras cruel, pero no un cobarde. Me podrías haber contado tus planes. Tal vez yo habría podido ayudarte y no esa mosquita muerta con la que te...
            Peter levantó la mano con la que sostenía una copa para cortarla.

            —Ten cuidado con lo que dices, María. Lali es mi esposa.

            —¿Hasta cuándo, Peter? —le susurró ella, acercándose a él.
            Peter entrecerró los ojos, pero sin dejar de sonreír.

            —El verde no te queda bien.
            La sonrisa desapareció de los labios de María.

            —¿Celosa yo? ¿De ella? —El sarcasmo que destilaba su risa atrajo las miradas de algunos de los presentes—. Te ataste a una mujer criada por una pandilla de ladrones. Darle tu apellido será para ti el principio del fin.

            —Gracias por preocuparte por mí.
            Cuanto más calmado estaba él, más nerviosa se ponía María. ¿Cómo había podido no ver aquella parte de ella cuando estaban juntos?

            —Las mujeres como ella no son felices hasta que se apoderan de tu alma. Desearás habérmelo pedido a mí. —La víbora dijo lo que tenía que decir y se alejó.
            Peter se inclinó hacia ella para que nadie más pudiera escuchar lo que le decía.

            —Lo único de lo que me arrepiento, María, es de no haberla conocido a ella antes que a ti. —Era una respuesta muy ruin por su parte, pero estaba harto de que María utilizara su veneno en contra Lali.

            En lugar de tirarle un vaso en la cara, María hizo algo inesperado: lo miró fijamente y sonrió con malicia, como si tuviera el mundo en sus manos.

            —Mmm… así que te preocupas por ella. Mejor. Espero que disfrutes sufriendo, Peter.
            Y se fue.
             
            Peter alargó la visita a Nueva York hasta el miércoles, lo cual ya habría sido suficientemente malo aunque Lali se sintiera mejor. Decidió aprovechar el tiempo y arregló una visita con su doctora y amiga, desde hacía muchos años, para que le recomendara un método anticonceptivo.

            Echada sobre la camilla y cubierta únicamente con una fina bata de hospital, Lali cruzó los brazos sobre el pecho para protegerse del frío de la consulta. El estrés del matrimonio y los problemas de su hermana no la dejaban dormir por las noches, y empezaban a repercutir en su apetito.

            Alguien llamó a la puerta y tras ella apareció la doctora Linares. Rondaba los cuarenta y cinco y había sido su doctora de cabecera desde la adolescencia. Le había recetado hasta el último de los medicamentos que Lali había tomado en su vida y le había sujetado la mano cuando murió su madre.

            —Pero si eres tú. Ya nos preguntábamos cuándo te íbamos a ver por aquí.

            —Hola, Dani.
            Hacía mucho tiempo que se habían olvidado de las formalidades. Así ir a la consulta era todavía más fácil.
            Dani la saludó con un abrazo antes de sentarse en un banco.

            —Me alegro de verte.

            —Mi vida se complicó un poco últimamente.

            —Lo sé. No se ve todos los días la cara de una paciente en la tapa de una revista. No puedo creer que te hayas casado. Ni siquiera sabía que estabas saliendo con alguien.

            —En cuanto supimos lo que queríamos, Peter y yo decidimos no esperar ni un segundo. —No era del todo mentira, pero tampoco se ajustaba a la realidad. La frase nunca le había dado problemas, al menos por el momento—. Uno de los motivos de mi visita es para que me recetes las pastillas anticonceptivas de las que estuvimos hablando.
            Dani sonrió.

            —Por supuesto. En cuanto empieces a tomarlas, te preguntarás por qué no lo hiciste antes.
            Estuvieron hablando un rato de los pros y los contras de la píldora antes de que Daniela le preguntara qué más le preocupaba.

            —No estoy muy segura. Últimamente no tengo la energía de siempre. Al principio pensé que solo era agotamiento, una especie de prolongación de la luna de miel, pero ahora me he dado cuenta de que no tengo hambre en casi todo el día, y estoy más cansada de lo normal.
            Dani lo anotó en su expediente.

            —¿Fiebre?

            —No.

            —¿Tos?

            —Tampoco.

            —¿Náuseas, vómitos? ¿Cambios en tu rutina intestinal?

            —Tengo el estómago un poco revuelto, pero creo que es porque pasan muchas horas entre comida y comida.

            —Mmm. —Daniela se levantó y se quitó el estetoscopio de alrededor del cuello—. Recuéstate —le ordenó después de auscultarle el pecho.
            Lali se relajó sobre la camilla mientras Daniela le apretaba el estómago.

            —¿Te duele?

            —No.

            —¿Tu última regla?
            Lali miró al techo.

            —Me tiene que venir un día de estos.

            —¿Cuándo la tuviste por última vez?

            —No me acuerdo. Siempre he sido muy irregular. —Empezó a sentir una sensación extraña en el estómago.
            Dani inclinó la cabeza a un lado.

            —¿Qué método anticoncepción han utilizado Peter y tú?

            —No estoy embarazada.

            —No dije que lo estuvieras.
            Lali se incorporó, incapaz de permanecer recostada ni un segundo más.

            —Preservativos. Y nunca nos hemos olvidado. Hemos terminado todas las cajas que Peter guardaba en su casa —le explicó, sin poder reprimir una risita nerviosa.

            —Los preservativos tienen una tasa de error del dos por ciento.

            —Dani, en serio no estoy embarazada.
            La doctora le dio unas palmaditas en el brazo antes de voltearse para agarrar un vaso de muestras.

            —Ya sabes dónde está el baño. Eliminemos el embarazo de la ecuación para poder empezar a buscar otras posibles causas.
            Lali se bajó de la camilla de un salto, haciendo caso omiso al leve temblor de sus manos.

            —Está bien.

            Los siguientes diez minutos fueron los más largos de su vida. Lali consultó en el calendario del celular los días previos a su primera reunión con Peter en busca de algo con lo que demostrarle a su doctora que estaba equivocada.
            Pero cuando finalmente se abrió la puerta del consultorio y entró Dani, se le cayó el corazón al suelo.

            —Felicitaciones.
            Lali se levantó de un salto, negando con la cabeza.

            —No.

            —Podemos hacerte un análisis de sangre si quieres, pero estas cosas son muy exactas. Estás embarazada, no enferma.

            De repente todo se detuvo a su alrededor. Podía oír el sonido del reloj que colgaba de la pared marcando los segundos. Las paredes del consultorio se le vinieron encima. Intentó respirar hondo, pero su pecho no hacía más que subir y bajar rápidamente mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.

            —Pero si nos cuidamos.
            Dani le dio unas palmaditas en la mano y le aconsejó que se sentara.

            —Es evidente que es una sorpresa. Tal vez quisieran esperar antes de formar una familia, pero las cosas se han dado de otra manera.

            ¿Qué podía hacer? Peter confiaba en ella. ¿Cómo había pasado? Habían sido muy cuidadosos.

            —Siéntate. —Daniela la ayudó a sentarse en la camilla—. Respira hondo. Todo va a estar bien.

            —No lo entiendes.
            Dani no podía entenderlo. Para ella, Lali era una mujer felizmente casada. Cualquiera en su lugar habría llorado de emoción al saber que iba a ser madre.

            —Entonces ayúdame a entenderte. ¿De qué tienes miedo?

            «De que la dulce sonrisa de Peter se transforme en odio cuando sepa que estoy embarazada.» Toda la confianza y el respeto mutuo desaparecerían en cuanto le comunicara la noticia.

            —No es lo que queríamos —susurró Lali, abstraída en sus pensamientos.

            —No son los primeros recién casados que se quedan embarazados. Estoy segura de que tu esposo te ama. Lo entenderá.
            Pero Peter no la amaba.
            Una lágrima rodó por su mejilla.

            —¿Lali?
            Levantó la mirada del suelo y miró a su vieja amiga, que estaba visiblemente preocupada.

            —¿Algo está mal? No lloraste cuando tu madre murió ni cuando tu hermana terminó en emergencia. —Daniela se había sentado junto a ella y la agarraba de la mano.
            Lali sacudió la cabeza y, mordiéndose el labio inferior, se obligó a dejar de llorar.

            —Las mujeres son criaturas emocionales. Especialmente las embarazadas. —«Dios, estoy embarazada.»

            —¿Estás segura de que eso es todo lo que te pasa?
            Lali no podía contarle la verdad a Daniela, así que asintió.

            —Estoy en estado de shock. Necesito tiempo para hacerme a la idea.

            —Tú siempre te acostumbraste a todo, sea lo que sea.

            —Lo sé.

            —Está bien. Hablemos de unas cuantas cosas que deberías saber. Te voy a derivar con el doctor Ibáñez... —Dani proyectó los primeros meses del embarazo mientras Lali le prestaba atención a medias.

            Cuando por fin salió de la consulta con una receta de vitaminas prenatales en la mano en lugar de una de anticonceptivos, Lali se dio cuenta de que jamás se había sentido tan sola en toda su vida.

            Se detuvo junto a su auto y sacó las llaves de la cartera. Tenía la cara bañada en lágrimas y ni la menor idea de cómo detenerlas.
             
            Ignacio Molina, el abogado particular de Peter, estaba sentado frente a él agitando un papel en el aire.

            —Tu padre era un imbécil.

            —Dime algo que no sepa.

            —En mi vida había visto un testamento tan protegido como este. Lo normal sería que hubiera alguna grieta legal a la que aferrarse para no tener que hacer lo que se exige en el texto.
            No eran las palabras que Peter querría haber escuchado.

            —Tiene que haber algo.
            Ignacio tiró los papeles encima de la mesa.

            —Busqué por todas partes. Es como si tu padre supiera que tus intenciones serían casarte el tiempo justo para recibir la herencia y luego divorciarte.
            Desde el primer momento había tenido claro que necesitaba poder confiar en su abogado.

            —Todos mis planes tirados a la basura.

            —Si pudieras encontrar un médico sin escrúpulos dispuesto a falsificar el historial clínico de Lali y hacer constar que no puede tener hijos... Bueno, perdóname, olvídate de lo que acabo de decir.
            Peter negó con la cabeza.

            —Lali tiene una cita esta semana con su doctora para que le recete algún método anticonceptivo.
            Ignacio golpeó la mesa con la punta de los dedos.

            —Así que te estás acostando con ella. Sabía que no podrías contenerte.

            —Fue más fácil ceder que fingir que no estábamos interesados.

            Peter esperaba ansioso a que llegara la hora de regresar a casa aquella misma noche. Quería llegar a casa y dormir con ella. La había extrañado. Habían hablado por teléfono por la mañana y algo no estaba bien. Parecía preocupada. Le había preguntado qué pasaba, pero ella le había repetido hasta el cansancio que todo estaba bien.

            —Bueno, hay una opción que tal vez no hayas considerado.

            —¿Cuál?
            Ignacio lo miró a los ojos.

            —Dejarla embarazada.

            —¿Qué parte de «algún método anticonceptivo» no entendiste?

            —Se necesitan dos métodos durante el primer mes.
            Peter se paró y empezó a pasear por la oficina.

            —Por Dios, Ignacio, me está bromeando, ¿no?

            —Las mujeres llevan siglos engañando a los hombres para quedarse embarazadas. ¿Acaso no son ellas las que quieren la igualdad?
            Peter lo hizo callar con un gesto de la mano.

            —Basta. Sé que crees que no tengo escrúpulos, pero todavía no estoy dispuesto a llegar tan lejos. —Era evidente que su abogado sí, lo cual era un punto a favor delante de un juez, pero no en la situación en la que se encontraba.
            —Mi trabajo es encontrar una vía legal para conseguir lo que mi cliente quiere. Solo era una sugerencia. Podrías intentar con preguntarle.
            —¿Preguntarle si quiere tener un hijo?

            —¿Por qué no? Es obvio que la primera vez sí tenía un precio.
            A Peter empezaba a dolerle la mandíbula de tanto apretar los dientes. Ignacio estaba rozando una línea muy fina, aunque en partes tenía razón.

            —No es una puta, Ignacio.

            —Le vas a pagar diez millones de dólares a cambio de que sea tu esposa durante un año, y además te estás acostando con ella.
            Un segundo más tarde, Peter se había tirado sobre la mesa y, sujetándose de borde, mantenía la cara a escasos centímetros de la de Ignacio.

            —No vayas por ahí.

            —Oye, tranquilo. No me había dado cuenta de lo mucho que te importaba. Lo siento —se disculpó Ignacio, con la cara blanca como un papel.

            Peter se alejó de él preguntándose si tendría que buscarse otro abogado. Algo en la manera de hablar sobre Lali, como si fuera parte del decorado, le había hecho perder el control.

            —Creo que terminamos por hoy. —Necesitaba salir de la oficina antes de empezar a repartir puñetazos a diestra y siniestra.            Ignacio se levantó de la silla y se alisó la corbata con la mano.

            —Si se preocupa por ti la mitad de lo que tú te preocupas por ella, quizás esté dispuesta a tener un hijo tuyo. Las mujeres son emocionales con esas cosas.
            ¿Dónde había oído eso antes?
            «Tal vez.» 

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