Absurdo Plan: Capítulo 10
Capítulo 10:
Al llegar a Buenos
Aires, lo primero que hizo Lali fue ir a Resplandor
para visitar a Vanessa. Por una parte, se sentía culpable de haberla pasado
bien con Eugenia, la hermana de Peter; por otra, estaba emocionada por su nueva
vida junto a Peter. Entró en la habitación de Vanessa con un nudo en el
estómago. Su hermana tenía el pelo recogido en una cola y un polo rosa manchado
donde iba a parar parte de su comida.
—Hola,
Vane —saludó Lali a su hermana, y se sentó en la silla frente a la que Vanessa
ocupaba, desde donde podía mirar por la ventana.
Vanessa
le regaló una media sonrisa, lo único que le quedaba desde que tuvo el derrame.
Sus ojos se iluminaron al reconocer a su hermana y levantó su brazo bueno, que Lali
sujetó con fuerza.
—Te...
te extrañé mucho —le dijo Vanessa, arrastrando las palabras.
—Yo
también te extrañé. —Solo había faltado a una visita, pero sabía que para su
hermana eran muy importantes. Al fin y al cabo, no había muchas cosas en su
vida que la animaran a levantarse de la cama cada mañana—. ¿Comiste bien estos
días?
—Sí
—dijo Vanessa con la boca, pero su cabeza hizo un gesto negativo.
Una
de las cosas que Lali había aprendido a hacer había sido leer el lenguaje
corporal de Vanessa más que sus palabras. Los gestos y las expresiones faciales
eran la clave para entenderla.
—¿Me
quieres ayudar con esta carne salteada? Es del Chinese Wok, tu restaurante preferido.
Vanessa
sonrió.
—Me
gusta.
—Lo
sé. A mí también.
Lali
abrió la caja de comida y el olor de la carne inundó la habitación al instante.
Colocó una mesita con ruedas delante de su hermana, le sirvió un plato pequeño
y la obligó a agarrar el tenedor con la mano. Vanessa odiaba que le dieran de
comer. A pesar de que su hermana se esforzaba para meterle la comida en la
boca, Vanessa no era feliz si no lo hacía ella sola.
—He-he
visto... mmm... he visto... —Vanessa se esforzó en buscar las palabras.
—¿A
quién viste?
Lali
se dio cuenta de que llevaba todo el día sin comer. Peter y ella habían llegado
la noche anterior y se habían ido directamente a la cama. Poco antes del
almuerzo, los dos habían tomado diferentes direcciones, Peter a su oficina y Lali
a ver a Vanessa. Ni siquiera había pensado en la comida. El sabor de la carne
le explotó en la boca y el estómago rugió en señal de protesta.
—Mamá.
Lali
detuvo el tenedor a medio recorrido.
Vanessa
asintió y Lali dejó los cubiertos sobre la bandeja.
—Vane,
mamá hace tiempo que se fue.
Vanessa
frunció el ceño como si intentara recordar algo.
—Por
la noche. La vi en la noche.
—¿En
un sueño?
—Sí
—respondió Vanessa, asintiendo con la cabeza—. En la noche.
Lali
no entendía nada. ¿Habría visto su hermana a alguien que se parecía a su madre?
¿Tal vez una auxiliar nueva del centro? ¿O había soñado con ella y la señal se
había confundido con otra en su cerebro?
—A
veces yo también me acuerdo de ella.
—La
extraño.
Lali
acarició la rodilla de Vanessa.
—Yo
también.
—Tengo
que viajar a Nueva York —le dijo Peter a Lali casi una semana más tarde.
—Ya
me preguntaba cuándo retomarías los viajes.
Sabía
perfectamente que su marido pasaba más horas a bordo de su avión que en
cualquiera de las casas que tenía por todo el mundo. Compartir cama con él
durante casi un mes era un lujo que sabía que algún día tenía que terminar.
—Podrías
venir conmigo.
Estaban
tomando café en la terraza, una rutina de la que ambos disfrutaban desde que
volvieron de Europa. Una parte de Lali quería saltar de alegría ante aquella
invitación, pero su lado más práctico se negaba a hacerlo. Tenía un reloj
dentro de su cabeza que marcaba la cuenta regresiva que le quedaba como esposa
de Peter, y las manecillas cada vez hacían más ruido. Cuanto más intentaba
ignorar el tictac, peores eran los efectos de este sobre su alma. Había
momentos, como aquel, cuando Peter le sonreía y la invitaba a viajar con él, en
los que de repente su matrimonio parecía ser algo más que un simple trozo de
papel, más que un acto propio de materialistas que llegaron a un acuerdo. La
forma en que le hacía el amor o la abrazaba, incluso cuando ambos estaban
demasiado cansados para moverse, se filtraba lentamente en su corazón día tras
día.
—No
creo que sea buena idea.
—¿Por
qué no?
—Tengo
descuidada a Vanessa. No ha comido bien mientras yo no estaba y tiene problemas
para dormir.
Peter
la agarró de la mano.
—No
tienes que sentirte culpable por tener una vida, Lali.
—Lo
sé, pero es difícil. Soy todo lo que le queda.
—Siempre
puedes traerla aquí. Podríamos contratar a una enfermera a tiempo completo.
Era
la segunda vez que Peter le ofrecía instalar en casa a su hermana. Y si su
matrimonio con él no fuera temporal, habría aceptado la oferta sin pensárselo.
—Ya
lo hemos hablado. No sería justo traerla aquí para luego... No lo entendería.
Esa clase de estrés puede provocar enfermedades y retrocesos en la evolución.
—Pero...
—Por
favor, no insistas. Sé que tus intenciones son buenas, pero tengo que preocuparme
por su bienestar a largo plazo.
Peter
terminó su café y decidió dejar el tema.
—Solo
voy a estar en Nueva York un fin de semana. El senador está haciendo una
pequeña cena para recaudar dinero y debería ir.
—Ese
es el que quiere reducir los impuestos sobre las exportaciones, ¿no es así?
—Veo
que has estado atenta.
Lali
se tiró el pelo para atrás y arqueó una ceja.
—Toda
esta belleza acompañada de un gran cerebro. ¿No es increíble?
—Es
bueno poder hablar con una mujer fuera de la cama.
—¡Auch!.
—Supongo
que no fui justo.
—Espero
que no. De lo contrario, no me dejarías más remedio que dibujar una línea entre
tus palabras y la imagen que yo tengo de la personalidad de tu padre.
Peter
se llevó una mano al pecho.
—¡Dios,
esa dolió!
—La
sinceridad es nuestro código de honor, mi querido duque. Estoy segura de que no
todas las mujeres han sido tan terribles.
—«Todas
las mujeres.» Lo dices como si hubiera tenido un harén.
—Has
tenido muchas más mujeres tú que hombres yo, eso seguro.
Él
se rió.
—Lo
cual no es difícil, mi querida duquesa.
—Aun
así...
—Tal
vez sí podía hablar con las mujeres que han pasado por mi vida, pero no
confiaba en ninguna como confío en ti. —Peter entrecerró los ojos, como si se
sorprendiera al escuchar su propia confesión.
Eso
demostraba algo, ¿no? Peter debía de sentir más por ella que por cualquiera de
las mujeres con las que había pasado el rato.
—Así
que tienes que hacerle conversa al senador. Asegurarte de que se quede de tu
lado.
—Exacto.
—¿Cuándo
te vas?
—El
viernes por la mañana.
Lali
dejó la taza de café frío sobre la mesa y apretó la mano de su esposo.
—Te
voy a extrañar.
Peter
buscó los ojos de Lali y se llevó su mano a los labios para besarla con
ternura.
Pero
no repitió sus palabras.
A
Peter siempre le había gustado ir a cócteles. Eran el lugar ideal para
encontrar a alguien con quien pasar la noche, o incluso tener una aventura algo
más duradera. Esta vez, sin embargo, mientras paseaba por el lugar, repleto de
mujeres hermosas, solo podía pensar en su esposa, en tenerla a su lado para
confundirse ambos entre la multitud, y tomar algo y hablar sobre los presentes.
Era
evidente que Lali se sentía culpable por su hermana. El mismo día en que
regresaron de Europa, después de volver de su visita al centro, tenía los ojos
llenos de lágrimas. Vanessa significaba todo para ella, y Peter se sentía
incapaz de aliviar el estrés que le representaba ocuparse de su cuidado.
Estaba
claro que Vanessa no entendería nada cuando llegara el momento de la
separación, pero el año que tenían por delante seguro que valía la pena. No sin
cierto esfuerzo, Lali y él habían conseguido sacarla de las instalaciones de Resplandor para llevarla de paseo al
zoológico. Vanessa había sonreído tantas veces a lo largo del día que Peter
quería hacerse el héroe y conseguir que los tres pudieran pasar más tiempo
juntos.
Los
constantes viajes al centro agotaban a Lali, hasta tal punto que había dejado
de hacer sus ejercicios matutinos. A Peter no le parecía mal porque eso
significaba que podía pasar más tiempo con ella antes de ir a trabajar.
—Daría
lo que fuera por saber en qué estás pensando —dijo una voz conocida y no grata,
sacándolo de sus pensamientos.
Peter
se enderezó y se preparó para enfrentarse a una mujer despechada.
—María.
Era
mucho más alta que Lali, tanto que subida en los tacos podía mirarla directamente
a los ojos. Como siempre, estaba impecable desde lo alto de su rubia cabeza
hasta los dedos de los pies, que asomaban por la punta de unos zapatos de taco
cubiertos de pedrería.
Lucía
en los labios la sonrisa dulce que hasta entonces siempre le había funcionado,
pero esta vez Peter solo podía pensar en la palabra que Lali había utilizado
para describirla. «Víbora.»
—Eres
muy amable al recordar mi nombre.
En
el fondo, se lo merecía. No había tenido la oportunidad de cortar con ella
antes de decidirse a escoger esposa de la lista de candidatas de Lali.
—No
seas ridícula —le dijo, obligándose a sonreír y manteniendo un tono de voz
tranquilo.
—Sabía
que eras cruel, pero no un cobarde. Me podrías haber contado tus planes. Tal
vez yo habría podido ayudarte y no esa mosquita muerta con la que te...
Peter
levantó la mano con la que sostenía una copa para cortarla.
—Ten
cuidado con lo que dices, María. Lali es mi esposa.
—¿Hasta
cuándo, Peter? —le susurró ella, acercándose a él.
Peter
entrecerró los ojos, pero sin dejar de sonreír.
—El
verde no te queda bien.
La
sonrisa desapareció de los labios de María.
—¿Celosa
yo? ¿De ella? —El sarcasmo que destilaba su risa atrajo las miradas de algunos
de los presentes—. Te ataste a una mujer criada por una pandilla de ladrones. Darle
tu apellido será para ti el principio del fin.
—Gracias
por preocuparte por mí.
Cuanto
más calmado estaba él, más nerviosa se ponía María. ¿Cómo había podido no ver
aquella parte de ella cuando estaban juntos?
—Las
mujeres como ella no son felices hasta que se apoderan de tu alma. Desearás
habérmelo pedido a mí. —La víbora dijo lo que tenía que decir y se alejó.
Peter
se inclinó hacia ella para que nadie más pudiera escuchar lo que le decía.
—Lo
único de lo que me arrepiento, María, es de no haberla conocido a ella antes
que a ti. —Era una respuesta muy ruin por su parte, pero estaba harto de que María
utilizara su veneno en contra Lali.
En
lugar de tirarle un vaso en la cara, María hizo algo inesperado: lo miró
fijamente y sonrió con malicia, como si tuviera el mundo en sus manos.
—Mmm…
así que te preocupas por ella. Mejor. Espero que disfrutes sufriendo, Peter.
Y
se fue.
Peter
alargó la visita a Nueva York hasta el miércoles, lo cual ya habría sido
suficientemente malo aunque Lali se sintiera mejor. Decidió aprovechar el tiempo
y arregló una visita con su doctora y amiga, desde hacía muchos años, para que
le recomendara un método anticonceptivo.
Echada
sobre la camilla y cubierta únicamente con una fina bata de hospital, Lali
cruzó los brazos sobre el pecho para protegerse del frío de la consulta. El
estrés del matrimonio y los problemas de su hermana no la dejaban dormir por
las noches, y empezaban a repercutir en su apetito.
Alguien
llamó a la puerta y tras ella apareció la doctora Linares. Rondaba los cuarenta
y cinco y había sido su doctora de cabecera desde la adolescencia. Le había
recetado hasta el último de los medicamentos que Lali había tomado en su vida y
le había sujetado la mano cuando murió su madre.
—Pero
si eres tú. Ya nos preguntábamos cuándo te íbamos a ver por aquí.
—Hola,
Dani.
Hacía
mucho tiempo que se habían olvidado de las formalidades. Así ir a la consulta
era todavía más fácil.
Dani
la saludó con un abrazo antes de sentarse en un banco.
—Me
alegro de verte.
—Mi
vida se complicó un poco últimamente.
—Lo
sé. No se ve todos los días la cara de una paciente en la tapa de una revista.
No puedo creer que te hayas casado. Ni siquiera sabía que estabas saliendo con
alguien.
—En
cuanto supimos lo que queríamos, Peter y yo decidimos no esperar ni un segundo.
—No era del todo mentira, pero tampoco se ajustaba a la realidad. La frase
nunca le había dado problemas, al menos por el momento—. Uno de los motivos de
mi visita es para que me recetes las pastillas anticonceptivas de las que
estuvimos hablando.
Dani
sonrió.
—Por
supuesto. En cuanto empieces a tomarlas, te preguntarás por qué no lo hiciste
antes.
Estuvieron
hablando un rato de los pros y los contras de la píldora antes de que Daniela
le preguntara qué más le preocupaba.
—No
estoy muy segura. Últimamente no tengo la energía de siempre. Al principio
pensé que solo era agotamiento, una especie de prolongación de la luna de miel,
pero ahora me he dado cuenta de que no tengo hambre en casi todo el día, y
estoy más cansada de lo normal.
Dani
lo anotó en su expediente.
—¿Fiebre?
—No.
—¿Tos?
—Tampoco.
—¿Náuseas,
vómitos? ¿Cambios en tu rutina intestinal?
—Tengo
el estómago un poco revuelto, pero creo que es porque pasan muchas horas entre
comida y comida.
—Mmm.
—Daniela se levantó y se quitó el estetoscopio de alrededor del cuello—. Recuéstate
—le ordenó después de auscultarle el pecho.
Lali
se relajó sobre la camilla mientras Daniela le apretaba el estómago.
—¿Te
duele?
—No.
—¿Tu
última regla?
Lali
miró al techo.
—Me
tiene que venir un día de estos.
—¿Cuándo
la tuviste por última vez?
—No
me acuerdo. Siempre he sido muy irregular. —Empezó a sentir una sensación
extraña en el estómago.
Dani
inclinó la cabeza a un lado.
—¿Qué
método anticoncepción han utilizado Peter y tú?
—No
estoy embarazada.
—No
dije que lo estuvieras.
Lali
se incorporó, incapaz de permanecer recostada ni un segundo más.
—Preservativos.
Y nunca nos hemos olvidado. Hemos terminado todas las cajas que Peter guardaba
en su casa —le explicó, sin poder reprimir una risita nerviosa.
—Los
preservativos tienen una tasa de error del dos por ciento.
—Dani,
en serio no estoy embarazada.
La
doctora le dio unas palmaditas en el brazo antes de voltearse para agarrar un
vaso de muestras.
—Ya
sabes dónde está el baño. Eliminemos el embarazo de la ecuación para poder
empezar a buscar otras posibles causas.
Lali
se bajó de la camilla de un salto, haciendo caso omiso al leve temblor de sus
manos.
—Está
bien.
Los
siguientes diez minutos fueron los más largos de su vida. Lali consultó en el
calendario del celular los días previos a su primera reunión con Peter en busca
de algo con lo que demostrarle a su doctora que estaba equivocada.
Pero
cuando finalmente se abrió la puerta del consultorio y entró Dani, se le cayó
el corazón al suelo.
—Felicitaciones.
Lali
se levantó de un salto, negando con la cabeza.
—No.
—Podemos
hacerte un análisis de sangre si quieres, pero estas cosas son muy exactas.
Estás embarazada, no enferma.
De
repente todo se detuvo a su alrededor. Podía oír el sonido del reloj que
colgaba de la pared marcando los segundos. Las paredes del consultorio se le
vinieron encima. Intentó respirar hondo, pero su pecho no hacía más que subir y
bajar rápidamente mientras los ojos se le llenaban de lágrimas.
—Pero
si nos cuidamos.
Dani
le dio unas palmaditas en la mano y le aconsejó que se sentara.
—Es
evidente que es una sorpresa. Tal vez quisieran esperar antes de formar una
familia, pero las cosas se han dado de otra manera.
¿Qué
podía hacer? Peter confiaba en ella. ¿Cómo había pasado? Habían sido muy
cuidadosos.
—Siéntate.
—Daniela la ayudó a sentarse en la camilla—. Respira hondo. Todo va a estar bien.
—No
lo entiendes.
Dani
no podía entenderlo. Para ella, Lali era una mujer felizmente casada.
Cualquiera en su lugar habría llorado de emoción al saber que iba a ser madre.
—Entonces
ayúdame a entenderte. ¿De qué tienes miedo?
«De
que la dulce sonrisa de Peter se transforme en odio cuando sepa que estoy
embarazada.» Toda la confianza y el respeto mutuo desaparecerían en cuanto le
comunicara la noticia.
—No
es lo que queríamos —susurró Lali, abstraída en sus pensamientos.
—No
son los primeros recién casados que se quedan embarazados. Estoy segura de que
tu esposo te ama. Lo entenderá.
Pero
Peter no la amaba.
Una
lágrima rodó por su mejilla.
—¿Lali?
Levantó
la mirada del suelo y miró a su vieja amiga, que estaba visiblemente
preocupada.
—¿Algo
está mal? No lloraste cuando tu madre murió ni cuando tu hermana terminó en emergencia.
—Daniela se había sentado junto a ella y la agarraba de la mano.
Lali
sacudió la cabeza y, mordiéndose el labio inferior, se obligó a dejar de
llorar.
—Las
mujeres son criaturas emocionales. Especialmente las embarazadas. —«Dios, estoy
embarazada.»
—¿Estás
segura de que eso es todo lo que te pasa?
Lali
no podía contarle la verdad a Daniela, así que asintió.
—Estoy
en estado de shock. Necesito tiempo para hacerme a la idea.
—Tú
siempre te acostumbraste a todo, sea lo que sea.
—Lo
sé.
—Está
bien. Hablemos de unas cuantas cosas que deberías saber. Te voy a derivar con
el doctor Ibáñez... —Dani proyectó los primeros meses del embarazo mientras Lali
le prestaba atención a medias.
Cuando
por fin salió de la consulta con una receta de vitaminas prenatales en la mano
en lugar de una de anticonceptivos, Lali se dio cuenta de que jamás se había
sentido tan sola en toda su vida.
Se
detuvo junto a su auto y sacó las llaves de la cartera. Tenía la cara bañada en
lágrimas y ni la menor idea de cómo detenerlas.
Ignacio
Molina, el abogado particular de Peter, estaba sentado frente a él agitando un
papel en el aire.
—Tu
padre era un imbécil.
—Dime
algo que no sepa.
—En
mi vida había visto un testamento tan protegido como este. Lo normal sería que
hubiera alguna grieta legal a la que aferrarse para no tener que hacer lo que
se exige en el texto.
No
eran las palabras que Peter querría haber escuchado.
—Tiene
que haber algo.
Ignacio
tiró los papeles encima de la mesa.
—Busqué
por todas partes. Es como si tu padre supiera que tus intenciones serían
casarte el tiempo justo para recibir la herencia y luego divorciarte.
Desde
el primer momento había tenido claro que necesitaba poder confiar en su
abogado.
—Todos
mis planes tirados a la basura.
—Si
pudieras encontrar un médico sin escrúpulos dispuesto a falsificar el historial
clínico de Lali y hacer constar que no puede tener hijos... Bueno, perdóname, olvídate
de lo que acabo de decir.
Peter
negó con la cabeza.
—Lali
tiene una cita esta semana con su doctora para que le recete algún método
anticonceptivo.
Ignacio
golpeó la mesa con la punta de los dedos.
—Así
que te estás acostando con ella. Sabía que no podrías contenerte.
—Fue
más fácil ceder que fingir que no estábamos interesados.
Peter
esperaba ansioso a que llegara la hora de regresar a casa aquella misma noche.
Quería llegar a casa y dormir con ella. La había extrañado. Habían hablado por
teléfono por la mañana y algo no estaba bien. Parecía preocupada. Le había
preguntado qué pasaba, pero ella le había repetido hasta el cansancio que todo
estaba bien.
—Bueno,
hay una opción que tal vez no hayas considerado.
—¿Cuál?
Ignacio
lo miró a los ojos.
—Dejarla
embarazada.
—¿Qué
parte de «algún método anticonceptivo» no entendiste?
—Se
necesitan dos métodos durante el primer mes.
Peter
se paró y empezó a pasear por la oficina.
—Por
Dios, Ignacio, me está bromeando, ¿no?
—Las
mujeres llevan siglos engañando a los hombres para quedarse embarazadas. ¿Acaso
no son ellas las que quieren la igualdad?
Peter
lo hizo callar con un gesto de la mano.
—Basta.
Sé que crees que no tengo escrúpulos, pero todavía no estoy dispuesto a llegar
tan lejos. —Era evidente que su abogado sí, lo cual era un punto a favor
delante de un juez, pero no en la situación en la que se encontraba.
—Mi
trabajo es encontrar una vía legal para conseguir lo que mi cliente quiere.
Solo era una sugerencia. Podrías intentar con preguntarle.
—¿Preguntarle
si quiere tener un hijo?
—¿Por
qué no? Es obvio que la primera vez sí tenía un precio.
A
Peter empezaba a dolerle la mandíbula de tanto apretar los dientes. Ignacio
estaba rozando una línea muy fina, aunque en partes tenía razón.
—No
es una puta, Ignacio.
—Le
vas a pagar diez millones de dólares a cambio de que sea tu esposa durante un
año, y además te estás acostando con ella.
Un
segundo más tarde, Peter se había tirado sobre la mesa y, sujetándose de borde,
mantenía la cara a escasos centímetros de la de Ignacio.
—No
vayas por ahí.
—Oye,
tranquilo. No me había dado cuenta de lo mucho que te importaba. Lo siento —se
disculpó Ignacio, con la cara blanca como un papel.
Peter
se alejó de él preguntándose si tendría que buscarse otro abogado. Algo en la
manera de hablar sobre Lali, como si fuera parte del decorado, le había hecho
perder el control.
—Creo
que terminamos por hoy. —Necesitaba salir de la oficina antes de empezar a repartir
puñetazos a diestra y siniestra. Ignacio
se levantó de la silla y se alisó la corbata con la mano.
—Si
se preocupa por ti la mitad de lo que tú te preocupas por ella, quizás esté
dispuesta a tener un hijo tuyo. Las mujeres son emocionales con esas cosas.
¿Dónde
había oído eso antes?
«Tal
vez.»
más más y más
ResponderEliminarSube mas!!!!
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