jueves, 25 de junio de 2015

No mirar hacia atrás: Capítulo 26

Capítulo 26:

Vivir era duro, pero respiraba y eso tenía que contar para algo. Ahora mismo, era más difícil de lo normal. Cuando llegué a casa y mi madre vio la mejilla recién abofeteada, se fue por las nubes como un cohete.



- Deberíamos presentar una denuncia, Carlos - Siguió a mi padre alrededor de la isla de la cocina. Pequeños mechones de cabello se salían de su moño como una docena de dedos diminutos cubriendo sus sienes - ¿Cómo se atreve esa mujer a golpear a nuestra hija?


Papá hizo una mueca.


- Creo que llamar a la policía no sería la mejor opción en estos momentos.


- Estoy de acuerdo, considerando que fue la madre de la chica que piensan que maté quién me golpeó.


- ¡Mariana! - Mamá se giró hacia mí, su rostro horrorizado.


- ¿Qué? - Levanté las manos - Es verdad.


Sus ojos se estrecharon.


- ¿Has estado tomándote la medicación?


- Sí - me quejé, sentándome en el taburete. Fuera de la cocina, Nico nos espiaba. No es como si fuese necesario. Cualquiera en un radio de cinco kilómetros de la casa podría escuchar a mamá. Hizo una mueca cuando nuestras miradas se encontraron.


Papá se apoyó en la encimera, bajando la cabeza para mirarme a los ojos.


- ¿Te duele?


Negué.


- No. Solo estoy sorprendida.


- Toda tu mejilla está de un rojo sangre - Mamá colocó su mano fría sobre ella - Que golpee a nuestra hija es inaceptable.


Alejándose de la encimera, papá puso la mano en la espalda baja de mamá, pero se apartó rápidamente.


- Creo que será mejor si dejamos que esto simplemente se olvide - dijo, dejando caer la mano.


Una bola de nieve tendría más posibilidades en el infierno. Mamá lucía como si quisiera tumbarse y morir primero, pero papá eventualmente la calmó. Sorprendentemente, mamá no estaba bebiendo, lo que significaba que era la oportunidad perfecta para realmente enloquecerla.


- Entonces - Dejé escapar las palabras odiosamente, ganándome una mirada de mamá - Conseguí un vestido hoy para el baile.


- Oh - Mamá parpadeó y una leve sonrisa apareció - ¿En serio? ¿En la ciudad?


- Sí. Es un muy bonito vestido vintage de la tienda de segunda mano. Está en mi cuarto.


- ¿De la tienda de segunda mano? - repitió lentamente.


Desde la otra habitación, Nico se ahogó con su risa. Mantuve los ojos enfocados en nuestros padres.


- ¿Cuánto daño le has hecho a la negra? - preguntó papá, refiriéndose a la tarjeta de crédito. Escavé en mi bolsillo y le entregué el recibo. Sus cejas se alzaron - Cariño, nuestra hija es perfecta.


Mamá miró por encima de su hombro.


- ¿Eso es todo? Tengo que ver el vestido.


Respirando profundamente, estampé las manos en mis muslos.


- Y tengo una cita.


El entusiasmo iluminó sus usualmente serios ojos avellana.


- ¿Han vuelto Pablo y tú?


Hubo otro sonido estrangulado desde la otra habitación, y me encontraba a dos segundos de machacar el cuerpo de Nico.


- Eh, no...no regresamos.


- ¿Entonces con quién vas al baile, princesa?


Miré a papá.


- Voy con Peter.


Mamá inhaló fuertemente y me miró. Era casi como si hubiese decidido formar parte de una célula.


- Mariana...


- No lo hagas - Me levanté, preparada para la batalla - Quiero ir al baile con él, y lo voy a hacer. Es un buen chico y no tiene nada de malo. Y juro por Dios que si se menciona el hecho de que su padre trabaja para nosotros, voy a perder el control, joder.


- ¡Mariana! - espetó - Ese lenguaje.


Eligiendo ese momento para darse a conocer, Nico entró en la cocina, aplaudiendo.


- ¡Oye! ¡Oye! Secundo y vuelvo a secundar eso.


Mamá se cruzó de brazos.


- Nicolás, vete a tu cuarto.


Se sentó en el taburete de al lado.


- Peter es un muy buen chico. Mejor que Pablo el idiota.


- ¡Nicolás! - Se encontraba cerca de una embolia.


- Cariño, creo...que es algo bueno - Cuando empezó a protestar, papá la miró de forma significativa - Deja que Mariana tome sus propias decisiones. Como hiciste tú.


- No es lo mismo - argumentó.


- Si recuerdo correctamente, tu padre no pensaba muy bien de mí porque no venía de la parte buena de la ciudad - Sonrió, pero algo se movió en su rostro. Una rápida mueca retorció sus labios - Y Peter es un buen chico. Nunca hemos tenido ningún problema con él.


Reboté sobre mis talones.


- Entonces está decidido.


Mamá abrió la boca, pero papá la cortó.


- No es como si fueran a casarse, por el amor de Dios. Simplemente van al baile. Eso es todo.


De repente, mientras miraba a mi padre, comprendí lo que no decía. Quizás era porque en algún lugar dentro de mí sabía cómo trabajaba, lo que creía de verdad. El hecho de aceptar a Peter no era porque pensaba distinto que mamá, sino porque veía que esta cosa con Peter era temporal. Sabía que si anunciaba que esto era mucho más que temporal, se uniría a ella en su cohete explosivo. No importaba cuál fuese su origen.


- Basta de hablar sobre los hábitos de citas de mi hermana - dijo Nico, llamando mi atención - Euge me estaba diciendo que la madre de Candela va diciendo algunas cosas locas.


De vuelta a eso. Gemí.


- Sí, sigue diciendo que yo era como "él", y creo que le advirtió a Cande de que se mantuviera alejada de mí.


Nico rodó los ojos mientras comenzaba a reorganizar las peras y las manzanas del frutero.


- Es gracioso, porque todo el mundo necesita ser advertido de mantenerse alejado de Cande.


Apartándole las manos, mamá colocó la fruta igual que antes.


- Realmente creo que deberíamos informar de esto, Carlos. La pobre mujer está obviamente inestable.


Papá se negó, distraído.


- No necesitamos involucrar a la policía.


- Pero anda diciendo extravagantes...


- ¡Sin policía! - Estampó las manos sobre la encimera, haciendo que todos saltáramos. Exhalando ásperamente, sacudió la cabeza - Hablaré con Lincoln y le avisaré, si eso te hace sentir mejor.


Mamá lo miró fijamente, sus mejillas enrojeciendo. 


- Sí. Eso serviría - dijo, sus palabras recortadas.


Miré a Nico, quien se encogió de hombros. Una pelea se gestaba definitivamente, y quería hacer una salida limpia antes de que empezara de verdad. Verlos observarse el uno al otro y saber que era parcialmente la causa de ello apestaba. Sin que nos notaran, Nico y yo nos bajamos de los taburetes y salimos de la cocina. Justo cuando doblamos la esquina, sus voces aumentaron.


- ¿Qué piensas de ellos discutiendo? - pregunté, mientras nos dirigíamos al sótano.


Nico arrojó una manzana al aire y la atrapó.


- ¿Quién sabe? - Lanzando y atrapándola de nuevo, me miró - Pero se tomaron el tema de Peter sorprendentemente bien.


- Sí - murmuré, pero me encontraba distraída por cómo había reaccionado papá ante la idea de la policía. Había sido la primera vez que lo vi perder la calma, pero tenía la sensación de que era porque no me acordaba de las otras.


                                                             ***


Dos sábados más tarde, miraba el bote de pastillas para los ataques de pánico. Un nido de mariposas se había instalado en mi estómago y ahora se agitaban, enviando dardos de pánico y emoción a través de mí. El doctor O'Connell había dicho que las alucinaciones y los recuerdos eran mayormente provocados por la ansiedad.


E ir al baile con un chico que realmente me gustaba hacía que mis nervios no dieran abasto. Apartando el bote, tragué. El tomar una de estas aseguraría que no enloquecería, pero seguía insensible a todo: la primera vez que Peter tomara mi mano, bailara conmigo, o, con suerte, me besara. Quería sentirlo todo, no solo pasar por ello. Y lo hacía bien. Sin notas. Sin alucinaciones. Sin recuerdos. No necesitaba estas pastillas.


Con la decisión tomada, coloqué el bote de nuevo en el botiquín y cerré la puerta. Mi reflejo de repente me devolvió la mirada. Me pasé la mayor parte de la tarde y de la noche arreglando el cabello y el maquillaje para que lucieran perfectos.


Una sombra marrón ahumada cubría mis párpados, acentuando las motas verdes. Optando por un débil iluminador en vez de colorete, mis pómulos parecían más altos, más definidos. Una capa de brillo en los labios les daba esa apariencia de "lista para ser besada". Como Euge sugirió, fuimos a que nos peinaran juntas. Acurrucado en rizos gruesos, el estilista me había recogido el pelo y artísticamente hecho un peinado. Algunos mechones salían, enmarcando mi cara.


Una garganta se aclaró, y me giré. Mamá se encontraba en la puerta del baño, sonriendo un poco.


- Luces preciosa, cariño. 


- ¿Eso crees? - Corrí las manos por los bordes del vestido.


Asintió.


- En serio.


Le devolví la sonrisa.


- Gracias.


Mamá volvió la cabeza, pero vi la humedad acumulándose en sus ojos.


- Tu cita está esperando abajo, siendo interrogado por tu padre mientras hablamos.


Mis ojos se agrandaron, y las mariposas se dieron a la fuga, intentando escaparse.


- ¿Está aquí?


Retrocedió, dejando que la pasara. Agarré mi bolso y llegué a la puerta antes de que me detuviese.


- Peter luce muy guapo, Mariana.


Sorprendida, miré por encima del hombro. No tenía palabras. El infierno estaba en plena guerra de bolas de nieve.


- Diviértete - dijo - Te lo mereces.


- Lo haré - Parpadeé para alejar las lágrimas. De ninguna forma iba a arruinar todo este maquillaje - Gracias.


Mamá me condujo fuera de la habitación. Con los nervios haciéndose cargo, casi no bajé las escaleras, pero me susurró palabras de ánimo y lo hice, sintiéndome como una de esas chicas en una película cursi adolescente.


Papá tenía a Peter acorralado en el salón al lado del vestíbulo, y sonreí. Ambos se hallaban de espaldas, pero por ahora lo que podía ver de Peter en esmoquin, me gustó.


Me gustó mucho.


Peter debió haber escuchado mis tacones sobre el suelo, porque se giró, con una pequeña caja de plástico en mano. Nuestras miradas se encontraron, y la mirada en sus ojos curvó los dedos de mis pies. Luego descendió y la desnuda aprobación en su rostro me hizo desear que estuviéramos solos.


Pero no lo estábamos.


Papá se aclaró la garganta.


- Luces adorable, princesa.


- Vaya - murmuró Peter, sus ojos regresando lentamente a mi cara, dejando una estela de color abrasador - La...


- Hola - dije, mi mirada cayendo a la caja - ¿Para mí?


Peter tragó mientras iba hacia él. Sus dedos temblaron ligeramente cuando sacó de la caja un hermoso ramillete de lirios que le debió haber costado una fortuna y lo colocó en mi muñeca. Levanté las pestañas, y lo encontré mirándome, sus ojos de un intenso cobalto.


- Estás preciosa - dijo. 


Me sonrojé.


- Gracias. Tú también - Y era en serio. El esmoquin abrazaba sus anchos hombros y lucía bien en contraste con su piel morena. Magnífico.


Sorprendiéndome de nuevo, mamá de hecho quiso tomar fotos. Pasamos por un par de ellas, y la parte baja de mi espalda se estremeció por la ligera presión de su mano. Durante todo el proceso, me sentí como si estuviera flotando.


Nos escapamos después de que papá me diera un rápido beso en la mejilla y Peter recibiera otra mirada dura. Saliendo al primaveral aire de la tarde, Peter encontró mi mano y la apretó.


- No sé si quiero ir al baile.


- ¿Qué? - Dejé que me llevara a la camioneta de su padre - ¿No quieres ir?


Me abrió la puerta.


- No sé si quiero compartirte con alguien más.


Me reí.


- Soy toda tuya.


- Voy a hacer que mantengas eso - Esperó hasta que subí y luego se inclinó, besándome suavemente en la mejilla - Real, realmente voy a hacer que mantengas eso.


Un ligero temblor bailó sobre mi piel mientras lo observaba cerrar la puerta. Me lanzó una rápida y casi malvada sonrisa antes de trotar por delante de la camioneta. Una vez al volante, se volvió hacia mí.


- No puedo creer que en realidad estés aquí - admitió, sus mejillas sonrojándose - Que estés conmigo.


Un buen tipo de ardor se trasladó a mi garganta.


- No puedo creer que me tomara tanto tiempo estar aquí contigo.

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