jueves, 4 de junio de 2015

No mirar hacia atrás: Capítulo 18

Capítulo 18:

La primavera nos recibió con una breve lluvia la mañana del funeral de Cande, pero luego las oscuras nubes se abrieron una hora antes y el sol brilló, iluminando la gran funeraria. La escuela no se canceló, pero bien podría haberse hecho, ya que parecía que todo el cuerpo estudiantil estaba allí, arrastrando los pies por el sendero que separaba la parte vieja del cementerio de la nueva. Todos iban vestidos en un mar de negro. Algunos vestían pantalones mientras que otros vestidos negros de fiesta.



El servicio...era lo que esperaba, pero peor. Hubo muchas lágrimas, incluso de aquellos con los que supuse que Cande nunca había sido agradable. Tuve que controlar el impulso de levantarme y correr varias veces. Era difícil respirar allí. Difícil incluso pensar con los recuerdos y las canciones reproducidas. Pero con Pablo manteniendo su mano cerrada con fuerza alrededor de la mía y mis padres detrás de mí, mirándome como halcones, no me atreví a moverme.


Por centésima vez, cerré los ojos y tomé una respiración entrecortada. La tristeza por la chica que no podía recordar se construyó en mi pecho, pero no se liberaba. Justo como yo no podía liberarme.


Miré los dedos bien cuidados y curvados alrededor de los míos y en medio de toda esta tristeza, me sentí culpable. Culpable por no ser capaz de derramar una lágrima, sosteniendo la mano de este chico cuando le rogué a otro besarme hace unos días. Mi vida era un desastre, pero mientras mis ojos eran atraídos por el pulido ataúd caoba, sabía que mi vida, tan jodida como era, tenía que ser mejor que no vivir.


Tulipanes rodeaban el ataúd y una imagen descansaba en un arreglo floral. No había subido durante la visita, pero podía ver la foto desde aquí.


Era de nosotras.


Estábamos sentadas en una banca de la escuela, espalda contra espalda, posando para la cámara. Era la primera vez que veía la foto y parecíamos más jóvenes en ella, nuestras sonrisas reales, conectadas de alguna manera.


- Yo tomé esa foto - susurró Pablo en mi oído cuando me atrapó mirándola.


Asintiendo, tiré de mi mano. Escaneando la parte delantera de la iglesia, divisé a la mamá de Cande. La única razón por la que sabía que era ella, fue porque sollozaba, sosteniendo el marco de una imagen en su pecho durante todo el servicio. Mi corazón se rompió por ella.


Incluso con las lágrimas, Cate Vetrano era hermosa. Joven. Su cabello castaño claro lucía elegante y corto, acentuando sus altos pómulos y elegante cuello. Algunos de los rasgos de Cande estaban allí, los labios y el cuerpo esbelto.


Hubo un momento de silencio cuando el pastor regresó al podio. La parte de atrás de mi cuello hormigueaba. Me giré en la banca, y mi mirada se deslizó a la fila de atrás. Mis ojos se clavaron en los ojos oscuros del Detective Ramírez.


- Mariana - siseó mi madre, llamando mi atención. Se veía mortificada - Date la vuelta.


Nico rodó los ojos.


Mordiéndome el labio, me giré y me enfrenté a la parte delantera. Pablo dejó caer una pesada mano sobre mi rodilla y apretó, haciéndome saltar. Mery me lanzó una mirada por encima del borde de sus gafas de sol y luego su mirada cayó. Sus labios carnosos se apretaron y se volteó con rigidez.


Tomé una respiración profunda y bajé la cabeza en la oración. Palabras familiares resonaron a través de la iglesia. La mano de Pablo se deslizó hasta mi muslo y mi cuerpo se bloqueó. No sólo porque era completamente inapropiado en cerca de mil niveles diferentes, sino porque en algún momento del largo fin de semana, tomé la decisión de que nosotros necesitábamos tener una conversación seria.


Sin ningún aviso, mi visión se apagó, volviéndose gris. La iglesia, el ataúd, la mano de Pablo arrastrándose, todo, se separó, dejándonos sólo a Cande y a mí.


Se dejó caer en una cama, su cama.


- Deja de ser una perra. Tienes suerte de tener un padre que quiere estar en tu vida.


Rodé los ojos, sentada en el borde de la cama mientras miraba los dedos de mis pies. Un frasco de esmalte de uñas rojo estaba en mi mano. A todo lo demás le faltaba vida y vitalidad. Miré por encima de mi hombro.


- Puedes tenerlo.


- ¿En serio? - Se puso de lado, poniendo su largo cabello sobre su esbelto hombro - Lo tomaré. Y ese suéter súper lindo que estás usando. Oh, ya que estamos en ello, ¿puedo tener a Pablo también?


La molestia brilló y creció en mí como una mala hierba.


- Ni siquiera tratas de ocultar el hecho de que siempre quieres lo que tengo. Y no vas a quedarte con mi suéter.


Sonriendo descaradamente, me miró con interés felino.


- ¿Pero puedo tener a Pablo? Increíble.


Mis ojos se entrecerraron mientras torcía la pata del esmalte. Parándome, lo coloqué en su mesita de noche y cogí la caja musical.


- Te gustaría eso, ¿verdad?


Se bajó de la cama y me arrebató la caja musical de las manos. Sujetándola contra su pecho, sonrió.


- La verdad es que no lo quieres, pero tampoco quieres dejarlo ir.


Por un momento, pensé que me iba a golpear en la cabeza con la caja.


- Me voy de aquí - dije


Cande se rió.


- No estés molesta, Lali. Resalta las líneas alrededor de tu boca. No querrás envejecer prematuramente.


- No seas perra - contesté, dirigiéndome a la puerta.

Corrió frente a mí, agarrándome los brazos. Sus ojos, más verdes que los míos, llenos de arrepentimiento.


- No te enojes conmigo, Lali. No hablaba en serio. Ya lo sabes, ¿verdad?


Cambié mi peso de un pie al otro. Una parte de mí quería empujarla. Pensaba que no tenía mis sospechas, que no lo sabía. Pero la otra parte de mí, bueno, se sentía mal por ella. Después de todo, entendía a Cande mejor que nadie. Sabía por qué hacía las cosas que hacía, incluso a mí, su mejor amiga.


- Por favor - Rebotó sobre sus talones.


Forzando una sonrisa, asentí.


- Sí, no estoy enojada contigo.


Cande soltó un chillido y envolvió sus brazos a mí alrededor.


- Sabes, cuando seamos viejas y feas, todavía vamos a ser mejores amigas, ¿verdad?


Me reí.


- Si no nos matamos la una a la otra para entonces.


Sintiendo la sangre drenarse de mi rostro, fui sacada abruptamente del recuerdo cuando la mano de Pablo se deslizó entre mis muslos. Inhalando una respiración aguda, agarré su mejilla, impidiéndole ir más lejos.


Me lanzó una sonrisa inocente.


Disgustada, tiré su mano de vuelta a su regazo. Me temblaban las manos mientras lanzaba mi cabello hacia atrás, concentrándome en la banca adelante.


- ¿Cuál es tu problema? - preguntó Pablo en voz baja.


- ¿Aparte de ti acariciándome en un funeral? - susurré de vuelta - Recordé algo.


Se retiró ligeramente, sus ojos ampliándose.


- ¿Qué?


Mery nos miraba, así que bajé la voz aún más, pero estaba segura de que me escuchó.


- Estaba hablando con Cande en su habitación.


Las cejas de Pablo subieron.


- No es mucho, entonces.


No lo era para él, pero era la primera vez que recordaba algo normal sobre Cande. Pero, ¿qué había sido sospechoso y que sabía sobre Cande que explicara su comportamiento? La trama se complicaba. Mis labios se torcieron y entonces mi estómago se hundió al recordar lo último que le había dicho.


Si no nos matamos la una a la otra para entonces.


Después del servicio, todos se amontonaron en el estacionamiento. El servicio de sepultura era solo para la familia.


Escaneé la multitud, buscando a mis padres.


Mamá está junto al Bentley, sus labios fruncidos mientras miraba enfáticamente el cementerio y a mi padre. Él hablaba con el abuelo de Cande, que parecía tan desamparado como lo había estado cuando Peter y yo lo visitamos. Sacudiendo la mano del anciano, papá se giró hacia la Sra. Vetrano. Sus labios se curvaron en una triste y simpática sonrisa, y luego el rostro de la señora Vetrano se arrugó y estalló en lágrimas de nuevo.


Tuve que apartar la mirada.


Mi mirada aterrizó en mamá de nuevo. Me pareció extraño y grosero que mamá no ofreciera sus condolencias. Mirando sobre mi hombro, creí ver la familiar cabeza oscura de Peter, pero no estaba en la multitud.


Pablo dejó caer un brazo sobre mis hombros.


- ¿Estás lista?


Vi los ojos de mi hermano estrecharse mientras estudiaba el brazo de Pablo. ¿Realmente estaba lista? No. Pero Pablo y yo teníamos que hablar.


- Sí, estoy lista.


En más de una manera.


Resultó que no conseguí mucho tiempo a solas con mi novio. Un gran grupo de chicos se había ido de regreso a la "granja" de sus padres después de los servicios. La granja era en realidad un establo que había sido convertido en una especia de club playboy.


El primer piso estaba lleno de mullidos sofás alrededor de una televisión de pantalla plana del tamaño de una limusina. Había un bar, donde asumí solían estar los establos y estaba en pleno uso en estos momentos. En la planta superior, el desván se había dividido en tres habitaciones para huéspedes.


También estaban en uso.


El sexo, la bebida, y la muerte parecían ir de la mano. Tal vez era la forma en que la gente lidiaba con la muerte. Perderte cuando enfrentabas algo tan definitivo era atractivo.


Excepto que ya me había perdido.


Un chico tropezó conmigo y me moví más lejos en la esquina. Todo esto podría haber sido lo mío hace meses, pero ahora no quería nada más que desaparecer en las paredes. Todo era demasiado ruidos, la música, la conversación, la risa.


Nico no estaba por ningún lado, desapareció con Euge y Peter.


Peter.


Me había dormido con él a mi lado el viernes y cuando me desperté más tarde, se había ido.


No hablábamos desde entonces.


Agarrando el vaso de plástico rojo contra mi pecho, me presioné contra la pared, observando la multitud mientras intentaba hacer que mi corazón se desacelerara.


- Ahí estás - gritó Pablo, pasando una pareja que parecía estar en un concurso para ver quién podía besar por más tiempo sin respirar - Te he estado buscando por todos lados.


Miré la botella de whisky en su mano. El establo no era tan grande para que pudieras perder a alguien.


- He estado aquí.


Pablo se inclinó hacia adelante, dándome un descuidado beso en la mejilla, apestando a alcohol.


- ¿Por qué estás de pie sola en la esquina? Mery y Paula están justo ahí.


Mery y Paula estaban en uno de los sofás, rodeadas de chicas que no reconocía. Rochi no vino, optando por ir a casa después del funeral. No podía culparla.


- Te ves tan sola aquí - dijo Pablo, pasando un brazo sobre mis hombros mientras se inclinaba. Agarró un mechón de mi pelo con su mano libre, girándolo alrededor de su dedo - Tus amigos te extrañan, Lali.


Quería extrañarlos, realmente quería hacerlo, pero a la única que podía tolerar hasta ahora era Rochi y ni siquiera estaba aquí. Miré a Pablo, sus dientes rectos, mandíbula cuadrada y nariz aristocrática. Todo en él era perfecto, desde los detalles estratégicamente ubicados en su diseñado cabello hasta las puntas de sus zapatos. Podía ver lo que me había atraído. ¿Quién no lo haría? Pero nada se agitaba en mi pecho.


- Vamos - dijo, balanceándose contra mí - Vamos a un lugar privado.


¿Privado? Mi corazón cayó pesadamente mientras mi mirada se desviaba a los desvanes. Necesitábamos hablar, pero no en una de esas habitaciones y no cuando obviamente se hallaba borracho.


- Quiero quedarme aquí.


Tomó un trago de la botella y luego frunció el ceño.


- Pero...no estás haciendo nada aquí. Solo estás apoyada contra la pared como...


- ¿Cómo qué? - Me alejé de su brazo y puse mi vaso en la mesa junto a nosotros.


Pablo giró la cabeza hacia un lado, su mandíbula trabajando.


- No lo sé. Es sólo que no eres tú. Por lo general tendría que alejarte de todos por algo de tiempo de calidad.


Me invadió la irritación y mis ojos ardieron.


- Si no lo notaste, he cambiado.


Soltó una risa seca y tomó otro trago.


- Sí, me he dado cuenta.


La culpa opacó la molestia, porque yo había cambiado, no Pablo. Culparlo por eso no estaba bien. Cambié mi peso.


- Pablo, lo siento.


Se acabó el resto de la botella y luego la arrojó a un cubo de basura desbordándose.


- No estoy enojado. Es sólo que es duro. Eres una persona totalmente diferente y no importa cuánto lo intente, sé que no estás sintiéndolo.


Mis cejas se elevaron. Guau. Bueno, tal vez ya era momento de la conversación. Y podría ser más fácil de lo que me imaginé. Ya sabía que las cosas no eran lo mismo. Avancé, deteniéndome cuando estábamos a centímetros.


- Realmente me estoy esforzando, pero...


- Sólo tenemos que esforzarnos más. Lo sé.


Oh. No, no era a donde iba con eso.


- Pablo...


- Lali, aún te amo a pesar de que...no estás actuando bien - Puso sus manos sobre mis hombros, atrayéndome contra su pecho mientras apoyaba todo su peso contra la pared. Sus ojos vidriosos encontraron los míos - Estamos destinados a estar juntos. Y nos hemos enfrentado a cosas más difíciles que esto.


La música latía en mis oídos mientras lo miraba fijamente.


- ¿Lo hemos hecho? Pensé que teníamos una relación perfecta, Pablo.


Me miró.


- ¡La teníamos, la tenemos!


- Entonces, ¿a qué nos enfrentamos?


Su boca se abrió y cerró.


- Lali, no vamos a enfocarnos en eso. Dime lo que tengo que hacer para que esto funcione y lo haré.


- No. Quiero que me lo digas, porque tengo esta sensación...


- ¡Oh, tiene una sensación! - La voz de Mery vibró sobre la música y la conversación, seguida de sus risitas - Esto me recuerda algo.


Girándome, vi a Mery de pie a unos metros de distancia. Se tambaleó a un lado. Alguien bajó la música. Mis ojos encontraron la fuente. Paula. El temor se vertió sobre mí, tensando mis músculos.


- Tuviste una sensación durante el funeral, ¿no? - La voz de Mery resonó con falso interés.


Todo el mundo se detuvo. Docenas de ojos se encontraban puestos en nosotros y el establo de repente parecía demasiado pequeño. Retrocedí y me encontré con la pared. Pablo avanzó hacia un lado, sus ojos en el suelo. Una mirada cruzó su rostro, tensando sus rasgos. Al principio, pensé que era preocupación, pero luego me di cuenta de que era vergüenza.


Estaba sola.


- Así que, cuéntanos, ¿qué sensaciones son? - se unió Paula, empujando su cabello por encima de su hombro - ¿Son como los de esos programas de psíquicos?


Una chica se rió. Otros rieron con disimulo.


Crucé los brazos sobre mí, queriendo meterme en un agujero.


- No lo creo.


- ¿No lo son? - Mery se apoyó contra el respaldo de un sofá, sus ojos felinos entrecerrándose - Así que, ¿cómo es, entonces?


Una lenta rabia me inundó. ¿Por qué hacían esto? Sí, obviamente nos habíamos distanciado, pero, ¿ponerme en una situación como esta?


- Realmente no quiero hablar de esto.


- ¿Por qué no? - se quejó Paula, pero sus ojos brillaban con maldad - Todos están muriendo por saber lo que se siente no tener ninguna idea de quién eres. Y, guau, de ser la última persona que vio a Cande viva. ¿Cómo es?


- Ya basta - dijo Pablo, hablando finalmente. Encontró otra botella, apretándola con fuerza en su mano - Estás avergonzándola.


¿O yo lo estaba avergonzando a él?


Paula rodó los ojos y un chico de cabello oscuro se le acercó por detrás, envolviendo sus brazos alrededor de su diminuta cintura. Agustín. Casi no lo reconocí. Susurró algo en su oído mientras me miraba. Sonrió. Paula rió, presionándose más.


Los labios de Mery se fruncieron.


- ¿Qué pasó en el funeral?


Mi cabeza se giró en su dirección.


- No voy a hablar sobre eso aquí. Lo siento.


- No seas tan perra, Lali. Todos quieren saber cómo es - Se dio la vuelta, alzando la voz - ¿Cierto?


Voces aclamaron y personas parloteaban a mí alrededor. Sus ojos se clavaron en mí mientras avanzaba. Estaba cayendo de nuevo, pero no desde un acantilado. Había estado en la cima de la escala social, por encima de ellos, pero ahora todo iba en mi contra, golpeándome con cada paso hacia el fondo. Herida y agitada, sentí la acumulación de presión en mi pecho.


¿Quién sabía cuántos esperaron que este día llegara? ¿Y podría culparlos? No. Probablemente aterroricé a la mitad de estos chicos. Busqué en el mar de rostros a mi hermano, a Peter. Mi mirada saltó sobre cada uno. Mi corazón se detuvo, me pareció ver el rostro de Cande, sonriéndome. Feliz. Emocionada.


No podía respirar.


La sonrisa de Mery aumentó.


- Está bien. No quieres hablar de eso. Es entendible. ¿Pero sabes lo que escuché?


- No - Creo que susurré.


- Cuando golpeaste el auto de tu hermano, Mike Billows dijo que seguías hablando con alguien en el auto, pero no había nadie allí - Su voz se elevó - Me dijo que estabas loca, la "Loca Lali", creo que dijo.


Loca. Loca Lali. Las palabras rebotaban en mi cráneo. Por un momento, las caras que me rodeaban se pusieron borrosas y fuera de foco. Estaba loca. Nadie había estado en el auto. ¿Y cómo lo sabía ella? Miré a Pablo, pero seguía mirando el suelo. Un segundo después, recordé quien era Mike Billows: un chico en mi clase de biología que era voluntario en el departamento de bomberos.


- ¿Ves cosas? - dijo Paula, fingiendo simpatía - Eso realmente debe apestar.


Agustín golpeó su cadera.


- Compórtate.


Se rió.


- O tal vez - continuó Mery - siempre has estado loca, y simplemente no lo sabíamos - Quería lanzarme sobre ella, pero no me podía mover - ¿Estás segura que no recuerdas la última vez que viste a Cande...viva?


Inhalé. Algunos de los rostros perdieron sus sonrisas. Se miraban entre sí, ya no tan seguros de que ver mi caída en desgracia fuera divertido y entretenido.


Una rubia alta se abrió paso entre la multitud, golpeando a los chicos del camino. Euge le echó un vistazo a Mery y se burló.


- ¿Estás borracha o solo eres una perra estúpida?


- ¿Disculpa? - disparó Mery con una mueca - No puedes estar hablándome a mí.


Euge acertó en su cara.


- Tienes razón, hay algunas perras estúpidas aquí. Pero estoy hablando contigo. Así que, ¿cuál es tu problema?


De repente la música resonó, ahogando lo que sea que las dos chicas se decían, pero parecía intensa. Se lo debía a Euge, le debía su gran momento. Pero tenía que salir de aquí. Las paredes marrones del establo giraban. Las náuseas aumentaron con fuerza.


Pablo me alcanzó.


- Lali... 


Me alejé, abriéndome paso entre el grupo más cercano, que ahora miraban fijo la pelea de chicas a punto de caer.


- ¡Oye! - espetó una chica - Mira por dónde vas.


- Disculpa - murmuré, manteniendo mis ojos en el suelo.


Otro cuerpo me bloqueó. Di un paso hacia un lado. Demasiado caliente, estaba demasiado caliente. Los cuerpos estaban en todas partes, presionándome, sofocándome. Demasiado perfume, demasiados sonidos. Mi corazón golpeaba mis costillas, mis pulmones se apretaron. Necesitaba salir, conseguir aire fresco. La presión aumentó y se instaló en mi pecho, cortando el oxígeno. Los pensamientos nadaban, las paredes se inclinaban.


¿La mataste? Susurró una voz.


Me giré.


- ¿Quién...quién dijo eso?


El chico más cercano a mí arqueó las cejas, murmurando algo entre dientes y alejándose.


¿Mataste a Cande? - dijo la voz detrás de mí.


Dando vueltas, traté de respirar. Rostros borrosos. Mi visión se oscureció en las esquinas. Mis piernas temblaban. Iba a desmayarme aquí, delante de todos. Que demo...


Una fuerte mano encontró la mía en el lío de personas y la apretó suavemente. Ese aroma, su aroma, me rodeaba. Inhalé profundamente, expandiendo mis pulmones. Levanté la cabeza y mis ojos se encontraron con un par de sorprendentes ojos azules.


Peter se veía sombrío.


- ¿Quieres salir de aquí?

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