Absurdo Plan: Capítulo Final!!
Capítulo 13:
Lali se
marchó. Maldita sea, y todo por culpa de una simple omisión por su parte.
«Las
mujeres son criaturas emocionales.» Sobre todo si estaban embarazadas. Lali
necesitaba tiempo para calmarse y él lo entendía, pero sabía que terminaría
volviendo.
Sin
embargo, a medida que los minutos se convirtieron en una hora y luego en dos, Peter
se dio cuenta de que lo que había evitado contarle pesaba mucho más en la vida
de su esposa de lo que imaginaba.
Cuando
una hora más tarde sonó el teléfono, se apresuró a contestar.
—¿Lali?
—Soy
Ignacio. Perdón, te llamo más tarde si estás esperando una llamada.
La
última persona con la que quería hablar era con su abogado. Tomó el vaso de
whisky que se acababa de servir e hizo girar en su interior el líquido
ambarino, un triple malta, antes de bebérselo de un solo trago.
—¿De
qué se trata?
—¿Estás
bien? Por tu voz diría que estás hecho mierda.
—Gracias.
—Bueno,
no estás de humor para hablar. Solo quería que supieras que el detective ha
visto a María hoy acorralando a Lali en un centro comercial. Según él, María
estaba un poco agresiva, pero fue Lali la que se marchó bastante afectada.
«¿María?»
—¿Escuchó
la conversación?
—No.
No se acercó tanto. ¿Está todo bien?
Peter
podía oír el engranaje de su cerebro funcionando. Entonces así era como Lali
había descubierto lo del testamento, a través de María. Pero ¿cómo lo sabía
ella?
De
pronto recordó quién era la mujer de la foto.
—¡Mierda!
La mujer...
—¿Qué?
—La
de la foto, con María. Norma. No. Noe... Noelia. Noelia no sé qué. Trabaja como
secretaria en Parker y Parker. —Peter se llevó una mano a la frente—. María
conoce a la secretaria de Parker, Ignacio.
—¿Tu
ex conoce a la mano derecha del abogado de tu padre?
—Lo
que significa que María sabe lo del testamento de mi padre desde el principio.
—No me sorprende que estuviera deseando ser duquesa.
—¿Crees
que también está detrás de lo de las cámaras?
—Apuesto
lo que quieras que sí.
—¿Y
qué le dijo a tu mujer?
—Lo
suficiente como para que Lali se vaya. —No tenía sentido intentar disimular con
Ignacio. Al fin y al cabo, sería el primero en enterarse si hubiera algún tipo
de problema legal.
—¿Que
se fue? ¿Qué quieres decir?
—No
importa. Te llamaré en unos días. Mientras tanto, redacta una carta para Parker
recordándole que un incumplimiento del compromiso de confidencialidad podría
provocar la nulidad de cualquier cosa que salga de su estudio.
Maldición,
no podía negar que era un déspota, y no mucho mejor que su padre. Incluso en un
momento tan crucial para él, a punto de perder a su esposa y a su hijo, no
podía dejar de pensar en el final de sus problemas.
—Mejor
dicho, no hagas nada por el momento. No, espera... Necesito que hagas otra
cosa.
Peter
dio las órdenes, sin que quedara duda alguna acerca de cómo debían llevarse a
cabo.
Una
hora más tarde, estaba sentado delante de su computadora, revisando en internet
para saber si Lali había estado buscando vuelos de regreso a Buenos Aires, pero
al abrir el historial y encontrar páginas sobre preservativos y tasas de
embarazo relacionadas, Peter se quedó mirando fijamente la pantalla.
Si
María conocía el testamento, sabía que su padre le exigía un heredero...
Estaría dispuesta a hacer lo que fuera con tal de quedarse embarazada de él y
que pareciera un accidente, eso si le hubiera dado tiempo. Gracias a Dios, Peter
había conocido a Lali, lo que había desencadenado el fin de su relación con María.
Lo único que quedaba de ella eran las cajas de preservativos que había dejado.
—¡Maldita
zorra!
Peter
se levantó de un salto y corrió hacia el cuarto. En la caja de preservativos
que había en el cajón solo quedaban dos. Levantó uno de los envoltorios en alto
y no encontró nada raro, así que lo sujetó frente a la luz.
Cuando
vio el pequeño agujero en el centro del envoltorio, sintió que una llamarada le
abrasaba el pecho por dentro. Dios mío.
—Lali.
Su
mujer debía de haber descubierto la manipulación y pensado mal de él. ¿Y por
qué no? Él tampoco se había molestado en explicarle que los condones eran de
una ex.
Demonios,
¿qué pensaría de él? Seguramente que era peor que Gustavo, otro hombre más que
la decepcionaba, que le mentía para conseguir sus objetivos. Quería llamarla
cuanto antes, obligarla a escuchar lo que tenía que contarle, pero ¿cómo podía
probarlo?
Visualizó
la imagen de María y sintió una ira tan intensa como jamás había experimentado.
El odio que sentía por su padre era un paseo por la playa comparado con la sed
de venganza que sentía en ese preciso instante hacia su ex amante.
Peter
agarró el teléfono para pedir unos cuantos favores. Agustín tenía bastantes
amigos en la policía.
—Agustín,
necesito que hagas algo por mí.
Veinticuatro
horas más tarde, Peter esperaba frente a un complejo residencial, retorciéndose
las manos con tanta fuerza que Lali habría estado orgullosa de él. No correr
detrás de ella había sido lo peor, pero no quería enfrentarse a ella hasta que María
hubiera pagado por lo que había hecho.
Olió
el dulce perfume floral que siempre desprendía de María, tan intenso que casi
resultaba desagradable, incluso antes de verla. Se le aceleró el pulso, pero no
porque todavía sintiera algo por ella, sino porque la odiaba profundamente. Si terminaba
con sus posibilidades de construir un futuro junto a su mujer, encontraría la
manera de arruinarla como fuera, y así se lo prometió a sí mismo mientras se
alejaba del edificio y la agarraba del brazo.
María
se sorprendió, pero al darse la vuelta y ver que se trataba de Peter, se relajó
instantáneamente.
—¿Peter?
Lindo, ¿cómo estás?
Por
el rabillo del ojo, Peter vio como Agustín y un agente entraban en el enorme
edificio sin que María se percatara de ello.
—¿Tienes
un minuto? —le preguntó, sintiendo que se le ponía el pelo de punta al pensar
que tendría que ser agradable con ella por lo menos el tiempo que tomara
registrar el departamento.
La
expresión de María cambió, como si no estuviera segura de sus intenciones. No
en vano, su último encuentro había sido de todo menos agradable, pero Peter no
quería arriesgarse a que se fuera.
—Pensé
que no teníamos nada más para decirnos.
—Quería
darte las gracias por avisarme. —La mentira había salido por su boca con tanta
naturalidad que incluso él mismo se la creyó.
—¿Avisarte?
¿Sobre qué?
—De
que Lali no sería feliz hasta que se apoderara incluso de mi alma. Pensé que
podríamos acordar un matrimonio agradable y tranquilo, desprovisto de emociones
o de lealtades... —Dejó que las palabras flotaran entre ellos para ver si María
mordía el anzuelo.
—Ay,
Peter. —Se quitó los lentes de sol y le dedicó una mirada cargada de
significado mientras todo su rostro componía una expresión de fingida
compasión—. ¿Qué sucedió?
—No
estoy seguro. Todo esto del embarazo... No me lo esperaba. No sé, siempre hemos
tenido mucho cuidado. —Miró a su alrededor, la llevó hasta una zona más alejada
lejos de miradas ajenas, y bajó la voz para darle más efecto a sus palabras—.
¿Cómo una mujer puede quedar embarazada utilizando preservativos? No es que
dude de la paternidad, pero...
María
agachó la cabeza.
—Una
vez escuché el caso de una mujer que agujereaba los preservativos para quedar
embarazada. ¿Crees que ella sería capaz de hacer algo tan grave?
Peter
cerró los ojos y se alegró de que los lentes taparan casi todas sus
expresiones. Podía sentir el sabor amargo de la bilis en la garganta. Zorra
malvada y vengativa. Mandó una señal mental a los hombres que estaban revisando
el departamento de María para que salieran de allí cuanto antes. Cada segundo
que pasaba en presencia de aquella mujer era tiempo que no le dedicaba a su
esposa.
—No
puedo ni imaginármelo... —dijo él.
—Debería
estar enojada contigo. Después de todo, te casaste con ella apenas nosotros
dos...
Peter
suspiró.
—Yo...
—De repente su celular vibró en el bolsillo del pantalón y al sacarlo pudo leer
en la pantalla un mensaje de Agustín: «¡La tenemos!»
La
mentira que había estado a punto de soltar murió en su lengua. En su lugar, la
verdad salió a la luz.
—Yo
la amo.
—¿Qué?
—Amor.
Confianza. Cosas que nunca sentí cuando estaba contigo.
María,
que se había acercado a él más de lo que a Peter le hubiera gustado,
retrocedió. Estaba pálida como un fantasma.
—Acabas
de decir que...
Peter
se quitó los anteojos y sus ojos se convirtieron en dos afiladas dagas. A
juzgar por la expresión de María, había sentido cómo se le clavaban en lo más
profundo de su ser.
—Entre
nosotros nos referimos a ti como «la víbora». ¿Lo sabías, María?
—¿Qué?
—Tu
veneno ya envenenó a demasiada gente. ¿Realmente creías que te saldrías con la
tuya? Mientras hablamos, la policía ha revisado tu departamento y resulta que encontraron
todo lo que necesitaban.
María
empezó a retroceder. Uno de sus tacos se hundió entre dos adoquines y a punto
estuvo de caerse. Mientras intentaba recomponerse, sus ojos transmitían un
profundo odio.
—No
sé de qué me estás hablando.
—Claro
que sí.
Peter
vio que uno de los autos blancos y negros de la policía se estacionaba junto a la
vereda. María miró hacia la patrulla y luego de nuevo a él.
—No
he hecho nada ilegal.
Había
contratado a gente para que se encargara del trabajo sucio, como el hombre que
se había hecho pasar por técnico de la compañía de teléfonos para instalar
cámaras en casa de Lali, y había tomado fotografías ilegales de la pareja, un
delito que iba contra la ley. De una forma u otra, encontraría la manera de
hacérselo pagar ante un juez.
—Dejemos
que sean los tribunales los que tomen la decisión.
Seguramente
María no pasaría ni un solo día tras las rejas, pero Peter se conformaba con
que cada hombre que se cruzara en el camino de la víbora supiera la clase de
serpiente que era.
La
primera noche tras su regreso a capital, Lali pidió que le pusieran una cama
junto a la de su hermana e intentó conciliar el sueño.
Lo
había echado todo a perder. Cierto, se había asegurado el dinero para poder
cuidar a Vanessa, pero también tendría que hacerse cargo de una nueva
responsabilidad: un bebé nacido de la relación entre un padre dominante y
egoísta y una madre materialista. Una pareja de lo más patética.
¿Y
todo para qué?
Lali
podría habérselas arreglado sola, podría haber cuidado a Vanessa sin los
millones de Peter. Claro que el camino más sencillo era aceptar su oferta y
librarse del peso de una vida tan difícil como la suya.
Candela
había sacado a su novio, a patadas, de casa al descubrirlo revisando entre las
fichas de las nuevas clientas con las que se había puesto en contacto en nombre
de Alliance. Eso dejaba espacio más que suficiente en su departamento para que
dos mujeres despechadas pudieran pasar el rato hablando sobre las cualidades de
los hombres, o más bien sobre la ausencia de ellas.
A
diferencia de otras veces, Lali solo era capaz de comer, dormir y mirar por la
ventana a la gente de la calle.
El
intenso dolor que sentía en el pecho se negaba a desaparecer. En una oportunidad,
y creyendo que algo no iba bien, llegó a considerar muy seriamente la posibilidad
de llamar a su doctora, pero luego se dio cuenta de que un corazón roto también
era capaz de sentir dolor a escalas que no recordaba desde la muerte de su
madre.
Tres
días después de su regreso a casa, Candela dejó sola a Lali para que pudiera
meditar en paz.
Alguien
tocó la puerta. Lali no esperaba a nadie, así que continuó sentada en el sillón
sin intención de moverse. Los golpes continuaron hasta que no le quedó más
remedio que pararse.
Aunque
sabía que tarde o temprano volvería a ver a Peter, tenerlo allí delante, con un
pantalón caqui, una camisa arrugada y la barba de varios días, fue más que
suficiente para abrir las heridas.
—¿Qué
haces aquí, Peter?
—Tenemos
que hablar.
Las
lágrimas hacía tiempo que se habían secado y además se negaba a provocar en el
bebé más estrés del que ya había sufrido.
—No
tengo nada más que decir.
Cuando
iba a cerrar la puerta, Peter metió un pie y la detuvo.
—Te
amo.
Una
de las manos de Lali quedó suspendida en el aire. Cerró los ojos al sentir el
dolor que aquellas palabras evocaban. Otro día, en otro momento, seguramente se
habría lanzado a sus brazos al oír aquella confesión, pero ahora ya era
demasiado tarde.
Aunque
realmente la quisiera, eso no cambiaba nada.
—¿Me
escuchaste?
—¿Por
qué me haces esto? —El dolor que le invadía el pecho empezaba a ser
insoportable. Apenas podía respirar y estaba a punto de asfixiarse con el poco
aire que entraba en sus pulmones.
—Cinco
minutos, Lali. Dame cinco minutos. Por favor.
¿Lo
había oído suplicar alguna vez?
Abrió
la puerta del todo y lo dejó pasar. Él le entregó un periódico.
—Mira
la página tres.
—¿Qué
es?
—Tú
solo mira.
Lali
buscó la página tres y vio una foto de la víbora junto a una mujer a la que no
conocía, en la que eran escoltadas hasta una patrulla de policía.
—¿Qué
es esto?
—María
ha estado utilizando a una amiga suya que trabajaba en el estudio de abogados
de mi padre para conseguir información confidencial relacionada con el
testamento.
Lo
cual explicaba por qué María lo sabía todo sobre el testamento y ella, en
cambio, no tenía ni idea de nada.
—¿Y?
—Encontré
los preservativos, Lali. Todos.
Lali
sacudió la cabeza y levantó la mirada hasta encontrarse con la de Peter.
—¿Todos?
—María
quería tenderme una trampa para que me casara con ella. Sabía que necesitaría
un heredero incluso antes de que yo lo hiciera y por eso se inventó una
supuesta alergia al látex, para que ella misma pudiera encargarse de los
preservativos. Yo no tenía ni idea de que los había manipulado. Llegó al
extremo de abrir los envoltorios para luego volver a pegarlos.
Peter
se acercó y agarró a Lali de las manos. Su mujer no podía creer lo que acababa
de escuchar, y su mirada ausente se clavó en su pecho.
—¿María
hizo agujeros en los preservativos?
—No
fui yo.
Lali
dio un paso atrás, alejó las manos de las de Peter y se sentó en el sillón. La
foto de María rodeada de policías no hacía más que confirmar sus sospechas de
que aquella mujer era una auténtica víbora.
—La
policía encontró unos archivos en su computadora, videos, de nosotros dos
juntos.
María
estaba enferma. Peter había tenido suerte al escapar de sus garras, aunque sus
acciones no le absolvieran de culpa.
—¿Por
qué no me contaste lo del testamento?
Peter
se sentó sobre la mesa de centro, mirándola cara a cara. Cuando apoyó las manos
en sus rodillas, Lali no pudo evitar dar un brinco. Una expresión de dolor
ensombreció el rostro de Peter antes de retirarlas.
—Al
principio solo quería asegurarme de que no existiera alguna grieta legal para
invalidar la cláusula. Cuando mi abogado agotó todas las vías, me decidí a
decírtelo. Al llegar a casa, te encontré en el baño declarándole la guerra a
los condones. Luego un día llevó a otro y ya no me pareció tan importante.
—Eso
no es excusa.
—Ahora
lo sé, pero es la verdad, Lali. La semana pasada, después de reunirme con el
abogado de mi padre, pensé que tenía que contártelo todo, pero tenía tanto
miedo a perderte que fui incapaz de abrir la boca. —Peter intentó tocarla de
nuevo y esta vez ella no se sorprendió—. Lo siento —le dijo mirándola con ojos
suplicantes—. Tendría que haber hecho muchas cosas de otra manera. Y si me das
otra oportunidad, prometo no volver a ocultarte nada.
Los
labios de Lali empezaron a temblar, así que se los mordió para controlarlos. La
explicación de Peter, sus motivaciones, eran comprensibles, pero lo cierto era
que el suyo seguía siendo un matrimonio por conveniencia... destinado a
terminar con al menos un corazón roto. Ocurriría ese mismo día o tal vez más
adelante, pero su unión tenía fecha de caducidad y Lali ya no podía vivir más
con semejante incertidumbre. No era justo para ninguno de los dos... ni para el
bebé.
—¿Podrás
perdonarme?
Lali
cerró los ojos, y cuando los volvió a abrir, se clavaron en los de Peter.
—Te
perdono —él empezó a sonreír, pero Lali sacudió lentamente la cabeza—. Peter,
espera. No puedo seguir con esto. Creí que sería capaz de jugar a la casita, de
jugar a ser tu esposa e irme cuando el año terminara, pero no puedo.
—Pero...
—No,
espera —lo interrumpió—. Ya sé que tú no querías que los sentimientos se vieran
involucrados en esto, pero no pude evitar enamorarme de ti, como no puedo
evitar respirar y sobrevivir.
Esta
vez Peter fue incapaz de contenerse y en sus labios asomó una sonrisa que
rápidamente pasó también a sus hermosos ojos verdes.
—¿Me
amas? —le susurró.
—Por
eso tenemos que poner fin a esto cuanto antes —respondió ella.
Peter
cerró los ojos y, sin dejar de negar con la cabeza, dejó escapar una
exclamación de sorpresa.
—¿Qué?
—Ya
es lo suficientemente difícil estar embarazada. Este dolor en el pecho, esta
sensación de no saber si vas a dar por hecha la fecha de finalización de
nuestro contrato de matrimonio, es algo con lo que no puedo vivir. —Mirarlo,
incluso en aquel momento tan complicado, era suficiente para que se le partiera
el corazón. ¿Cómo podía pasar los siguientes ocho meses pensando que en
cualquier momento podía pedirle que se marchara?
—¿Me
escuchaste cuando te dije que te amo?
—Sí,
pero...
Peter
le cubrió los labios con un dedo para hacerla callar.
—Te
amo, Lali, y si estás esperando a que te pida que salgas de mi vida, será mejor
que te pongas cómoda porque vas a esperar mucho tiempo. Le pedí a Ignacio que
redacte mi testamento y que haga constar en él que, si algún día me pasa algo,
todo lo que tengo sea para ti y para nuestro hijo.
—¿Qué?
En
lugar de explicarse, Peter se arrodilló en el suelo y se llevó una de las manos
de Lali a los labios para darle un tierno beso.
—Sé
que lo estoy haciendo todo al revés, pero ¿quieres casarte conmigo? No por un
contrato, ni por un testamento, ni siquiera por dinero, sino porque me amas y
quieres ser mi mujer ahora y para siempre.
—¿Qué?
—La voz de Lali bajó una octava, un tono que para ella ya era muy grave.
—Has
hecho de mí un hombre mejor, Lali. Dime que te casarás conmigo.
—¡Ay,
Peter! —dijo ella, arrodillándose junto a él—. Si ya estamos casados.
Él
sonrió y tomó su cara entre las manos.
—¿Eso
es un sí?
Lali
lo amaba tanto que no podía negarse.
—Para
siempre es mucho tiempo.
—Mucho,
mucho tiempo. Algunas veces el matrimonio nos parecerá horrible. —Y sus palabras
le recordaron a una conversación que habían tenido no hacía mucho.
—Solo
que no podrás echarte atrás, por muy feas que se pongan las cosas.
Peter
cubrió los labios de su esposa con un beso tierno y lleno de cariño.
—Di
que sí.
—Creí
que ya te lo había dicho.
Peter
la abrazó y selló el compromiso con un largo y profundo beso. El dolor de
cabeza y de estómago de los últimos días empezó a desaparecer al instante y en
su lugar Lali sintió el aleteo de mil mariposas.
La
duquesa reprimió una exclamación de sorpresa e interrumpió el beso.
—¿Qué
pasa? —le preguntó él, asustado.
—El
bebé. Sentí cómo se movía.
Esperó
un momento, se llevó una mano al estómago y volvió a sentir un cosquilleo. Tomó
la mano de Peter, pero sabía que el movimiento era demasiado imperceptible para
que él lo notara.
—Creo
que es su forma de decir que ella también está de acuerdo —le susurró Peter al
oído.
—¿Ella?
¿Crees que es una niña?
—Las
mujeres son criaturas emocionales. Escoger este momento exacto para dar señales
de vida por primera vez es su forma de decir que quiere que estemos juntos.
Lali
no pudo contener la risa.
—¿Eso
crees?
—Tal
vez, o puede que sea un niño y esté intentando hacernos entrar en razón con una
buena patada.
—Niño
o niña, con nosotros como padres, sabrá cómo hacerse escuchar para que nos encarguemos
de todo lo que necesita.
—Te
amo, Lali.
Cuando
Peter acercó sus labios a los de ella para besarla de nuevo, Lali solo podía
pensar en cuánto quería a su esposo, que ya no era tan pasajero.
muy buena me encanto!!!
ResponderEliminar