sábado, 13 de junio de 2015

Absurdo Plan: Capítulo Final!!

Capítulo 13:

Lali se marchó. Maldita sea, y todo por culpa de una simple omisión por su parte.
            «Las mujeres son criaturas emocionales.» Sobre todo si estaban embarazadas. Lali necesitaba tiempo para calmarse y él lo entendía, pero sabía que terminaría volviendo.

            Sin embargo, a medida que los minutos se convirtieron en una hora y luego en dos, Peter se dio cuenta de que lo que había evitado contarle pesaba mucho más en la vida de su esposa de lo que imaginaba.
            Cuando una hora más tarde sonó el teléfono, se apresuró a contestar.

            —¿Lali?

            —Soy Ignacio. Perdón, te llamo más tarde si estás esperando una llamada.
            La última persona con la que quería hablar era con su abogado. Tomó el vaso de whisky que se acababa de servir e hizo girar en su interior el líquido ambarino, un triple malta, antes de bebérselo de un solo trago.

            —¿De qué se trata?

            —¿Estás bien? Por tu voz diría que estás hecho mierda.

            —Gracias.

            —Bueno, no estás de humor para hablar. Solo quería que supieras que el detective ha visto a María hoy acorralando a Lali en un centro comercial. Según él, María estaba un poco agresiva, pero fue Lali la que se marchó bastante afectada.
            «¿María?»

            —¿Escuchó la conversación?

            —No. No se acercó tanto. ¿Está todo bien?

            Peter podía oír el engranaje de su cerebro funcionando. Entonces así era como Lali había descubierto lo del testamento, a través de María. Pero ¿cómo lo sabía ella?
            De pronto recordó quién era la mujer de la foto.

            —¡Mierda! La mujer...

            —¿Qué?

            —La de la foto, con María. Norma. No. Noe... Noelia. Noelia no sé qué. Trabaja como secretaria en Parker y Parker. —Peter se llevó una mano a la frente—. María conoce a la secretaria de Parker, Ignacio.

            —¿Tu ex conoce a la mano derecha del abogado de tu padre?

            —Lo que significa que María sabe lo del testamento de mi padre desde el principio. —No me sorprende que estuviera deseando ser duquesa.

            —¿Crees que también está detrás de lo de las cámaras?

            —Apuesto lo que quieras que sí.

            —¿Y qué le dijo a tu mujer?

            —Lo suficiente como para que Lali se vaya. —No tenía sentido intentar disimular con Ignacio. Al fin y al cabo, sería el primero en enterarse si hubiera algún tipo de problema legal.

            —¿Que se fue? ¿Qué quieres decir?

            —No importa. Te llamaré en unos días. Mientras tanto, redacta una carta para Parker recordándole que un incumplimiento del compromiso de confidencialidad podría provocar la nulidad de cualquier cosa que salga de su estudio.

            Maldición, no podía negar que era un déspota, y no mucho mejor que su padre. Incluso en un momento tan crucial para él, a punto de perder a su esposa y a su hijo, no podía dejar de pensar en el final de sus problemas.

            —Mejor dicho, no hagas nada por el momento. No, espera... Necesito que hagas otra cosa.
            Peter dio las órdenes, sin que quedara duda alguna acerca de cómo debían llevarse a cabo.

            Una hora más tarde, estaba sentado delante de su computadora, revisando en internet para saber si Lali había estado buscando vuelos de regreso a Buenos Aires, pero al abrir el historial y encontrar páginas sobre preservativos y tasas de embarazo relacionadas, Peter se quedó mirando fijamente la pantalla.

            Si María conocía el testamento, sabía que su padre le exigía un heredero... Estaría dispuesta a hacer lo que fuera con tal de quedarse embarazada de él y que pareciera un accidente, eso si le hubiera dado tiempo. Gracias a Dios, Peter había conocido a Lali, lo que había desencadenado el fin de su relación con María. Lo único que quedaba de ella eran las cajas de preservativos que había dejado.

            —¡Maldita zorra!

            Peter se levantó de un salto y corrió hacia el cuarto. En la caja de preservativos que había en el cajón solo quedaban dos. Levantó uno de los envoltorios en alto y no encontró nada raro, así que lo sujetó frente a la luz.
            Cuando vio el pequeño agujero en el centro del envoltorio, sintió que una llamarada le abrasaba el pecho por dentro. Dios mío.

            —Lali.
            Su mujer debía de haber descubierto la manipulación y pensado mal de él. ¿Y por qué no? Él tampoco se había molestado en explicarle que los condones eran de una ex.

            Demonios, ¿qué pensaría de él? Seguramente que era peor que Gustavo, otro hombre más que la decepcionaba, que le mentía para conseguir sus objetivos. Quería llamarla cuanto antes, obligarla a escuchar lo que tenía que contarle, pero ¿cómo podía probarlo?

            Visualizó la imagen de María y sintió una ira tan intensa como jamás había experimentado. El odio que sentía por su padre era un paseo por la playa comparado con la sed de venganza que sentía en ese preciso instante hacia su ex amante.
            Peter agarró el teléfono para pedir unos cuantos favores. Agustín tenía bastantes amigos en la policía.

            —Agustín, necesito que hagas algo por mí.
             
            Veinticuatro horas más tarde, Peter esperaba frente a un complejo residencial, retorciéndose las manos con tanta fuerza que Lali habría estado orgullosa de él. No correr detrás de ella había sido lo peor, pero no quería enfrentarse a ella hasta que María hubiera pagado por lo que había hecho.

            Olió el dulce perfume floral que siempre desprendía de María, tan intenso que casi resultaba desagradable, incluso antes de verla. Se le aceleró el pulso, pero no porque todavía sintiera algo por ella, sino porque la odiaba profundamente. Si terminaba con sus posibilidades de construir un futuro junto a su mujer, encontraría la manera de arruinarla como fuera, y así se lo prometió a sí mismo mientras se alejaba del edificio y la agarraba del brazo.
            María se sorprendió, pero al darse la vuelta y ver que se trataba de Peter, se relajó instantáneamente.

            —¿Peter? Lindo, ¿cómo estás?
            Por el rabillo del ojo, Peter vio como Agustín y un agente entraban en el enorme edificio sin que María se percatara de ello.

            —¿Tienes un minuto? —le preguntó, sintiendo que se le ponía el pelo de punta al pensar que tendría que ser agradable con ella por lo menos el tiempo que tomara registrar el departamento.
            La expresión de María cambió, como si no estuviera segura de sus intenciones. No en vano, su último encuentro había sido de todo menos agradable, pero Peter no quería arriesgarse a que se fuera.

            —Pensé que no teníamos nada más para decirnos.

            —Quería darte las gracias por avisarme. —La mentira había salido por su boca con tanta naturalidad que incluso él mismo se la creyó.

            —¿Avisarte? ¿Sobre qué?

            —De que Lali no sería feliz hasta que se apoderara incluso de mi alma. Pensé que podríamos acordar un matrimonio agradable y tranquilo, desprovisto de emociones o de lealtades... —Dejó que las palabras flotaran entre ellos para ver si María mordía el anzuelo.

            —Ay, Peter. —Se quitó los lentes de sol y le dedicó una mirada cargada de significado mientras todo su rostro componía una expresión de fingida compasión—. ¿Qué sucedió?

            —No estoy seguro. Todo esto del embarazo... No me lo esperaba. No sé, siempre hemos tenido mucho cuidado. —Miró a su alrededor, la llevó hasta una zona más alejada lejos de miradas ajenas, y bajó la voz para darle más efecto a sus palabras—. ¿Cómo una mujer puede quedar embarazada utilizando preservativos? No es que dude de la paternidad, pero...
            María agachó la cabeza.

            —Una vez escuché el caso de una mujer que agujereaba los preservativos para quedar embarazada. ¿Crees que ella sería capaz de hacer algo tan grave?

            Peter cerró los ojos y se alegró de que los lentes taparan casi todas sus expresiones. Podía sentir el sabor amargo de la bilis en la garganta. Zorra malvada y vengativa. Mandó una señal mental a los hombres que estaban revisando el departamento de María para que salieran de allí cuanto antes. Cada segundo que pasaba en presencia de aquella mujer era tiempo que no le dedicaba a su esposa.

            —No puedo ni imaginármelo... —dijo él.

            —Debería estar enojada contigo. Después de todo, te casaste con ella apenas nosotros dos...
            Peter suspiró.

            —Yo... —De repente su celular vibró en el bolsillo del pantalón y al sacarlo pudo leer en la pantalla un mensaje de Agustín: «¡La tenemos!»
            La mentira que había estado a punto de soltar murió en su lengua. En su lugar, la verdad salió a la luz.
            —Yo la amo.

            —¿Qué?

            —Amor. Confianza. Cosas que nunca sentí cuando estaba contigo.
            María, que se había acercado a él más de lo que a Peter le hubiera gustado, retrocedió. Estaba pálida como un fantasma.

            —Acabas de decir que...
            Peter se quitó los anteojos y sus ojos se convirtieron en dos afiladas dagas. A juzgar por la expresión de María, había sentido cómo se le clavaban en lo más profundo de su ser.

            —Entre nosotros nos referimos a ti como «la víbora». ¿Lo sabías, María?

            —¿Qué?

            —Tu veneno ya envenenó a demasiada gente. ¿Realmente creías que te saldrías con la tuya? Mientras hablamos, la policía ha revisado tu departamento y resulta que encontraron todo lo que necesitaban.

            María empezó a retroceder. Uno de sus tacos se hundió entre dos adoquines y a punto estuvo de caerse. Mientras intentaba recomponerse, sus ojos transmitían un profundo odio.

            —No sé de qué me estás hablando.

            —Claro que sí.
            Peter vio que uno de los autos blancos y negros de la policía se estacionaba junto a la vereda. María miró hacia la patrulla y luego de nuevo a él.

            —No he hecho nada ilegal.

            Había contratado a gente para que se encargara del trabajo sucio, como el hombre que se había hecho pasar por técnico de la compañía de teléfonos para instalar cámaras en casa de Lali, y había tomado fotografías ilegales de la pareja, un delito que iba contra la ley. De una forma u otra, encontraría la manera de hacérselo pagar ante un juez.

            —Dejemos que sean los tribunales los que tomen la decisión.
            Seguramente María no pasaría ni un solo día tras las rejas, pero Peter se conformaba con que cada hombre que se cruzara en el camino de la víbora supiera la clase de serpiente que era.
             
            La primera noche tras su regreso a capital, Lali pidió que le pusieran una cama junto a la de su hermana e intentó conciliar el sueño.

            Lo había echado todo a perder. Cierto, se había asegurado el dinero para poder cuidar a Vanessa, pero también tendría que hacerse cargo de una nueva responsabilidad: un bebé nacido de la relación entre un padre dominante y egoísta y una madre materialista. Una pareja de lo más patética.
            ¿Y todo para qué?

            Lali podría habérselas arreglado sola, podría haber cuidado a Vanessa sin los millones de Peter. Claro que el camino más sencillo era aceptar su oferta y librarse del peso de una vida tan difícil como la suya.

            Candela había sacado a su novio, a patadas, de casa al descubrirlo revisando entre las fichas de las nuevas clientas con las que se había puesto en contacto en nombre de Alliance. Eso dejaba espacio más que suficiente en su departamento para que dos mujeres despechadas pudieran pasar el rato hablando sobre las cualidades de los hombres, o más bien sobre la ausencia de ellas.
            A diferencia de otras veces, Lali solo era capaz de comer, dormir y mirar por la ventana a la gente de la calle.

            El intenso dolor que sentía en el pecho se negaba a desaparecer. En una oportunidad, y creyendo que algo no iba bien, llegó a considerar muy seriamente la posibilidad de llamar a su doctora, pero luego se dio cuenta de que un corazón roto también era capaz de sentir dolor a escalas que no recordaba desde la muerte de su madre.
            Tres días después de su regreso a casa, Candela dejó sola a Lali para que pudiera meditar en paz.

            Alguien tocó la puerta. Lali no esperaba a nadie, así que continuó sentada en el sillón sin intención de moverse. Los golpes continuaron hasta que no le quedó más remedio que pararse.

            Aunque sabía que tarde o temprano volvería a ver a Peter, tenerlo allí delante, con un pantalón caqui, una camisa arrugada y la barba de varios días, fue más que suficiente para abrir las heridas.

            —¿Qué haces aquí, Peter?

            —Tenemos que hablar.
            Las lágrimas hacía tiempo que se habían secado y además se negaba a provocar en el bebé más estrés del que ya había sufrido.

            —No tengo nada más que decir.
            Cuando iba a cerrar la puerta, Peter metió un pie y la detuvo.

            —Te amo.

            Una de las manos de Lali quedó suspendida en el aire. Cerró los ojos al sentir el dolor que aquellas palabras evocaban. Otro día, en otro momento, seguramente se habría lanzado a sus brazos al oír aquella confesión, pero ahora ya era demasiado tarde.
            Aunque realmente la quisiera, eso no cambiaba nada.

            —¿Me escuchaste?

            —¿Por qué me haces esto? —El dolor que le invadía el pecho empezaba a ser insoportable. Apenas podía respirar y estaba a punto de asfixiarse con el poco aire que entraba en sus pulmones.

            —Cinco minutos, Lali. Dame cinco minutos. Por favor.
            ¿Lo había oído suplicar alguna vez?
            Abrió la puerta del todo y lo dejó pasar. Él le entregó un periódico.

            —Mira la página tres.

            —¿Qué es?

            —Tú solo mira.
            Lali buscó la página tres y vio una foto de la víbora junto a una mujer a la que no conocía, en la que eran escoltadas hasta una patrulla de policía.

            —¿Qué es esto?

            —María ha estado utilizando a una amiga suya que trabajaba en el estudio de abogados de mi padre para conseguir información confidencial relacionada con el testamento.
            Lo cual explicaba por qué María lo sabía todo sobre el testamento y ella, en cambio, no tenía ni idea de nada.

            —¿Y?

            —Encontré los preservativos, Lali. Todos.
            Lali sacudió la cabeza y levantó la mirada hasta encontrarse con la de Peter.

            —¿Todos?

            —María quería tenderme una trampa para que me casara con ella. Sabía que necesitaría un heredero incluso antes de que yo lo hiciera y por eso se inventó una supuesta alergia al látex, para que ella misma pudiera encargarse de los preservativos. Yo no tenía ni idea de que los había manipulado. Llegó al extremo de abrir los envoltorios para luego volver a pegarlos.
            Peter se acercó y agarró a Lali de las manos. Su mujer no podía creer lo que acababa de escuchar, y su mirada ausente se clavó en su pecho.

            —¿María hizo agujeros en los preservativos?

            —No fui yo.

            Lali dio un paso atrás, alejó las manos de las de Peter y se sentó en el sillón. La foto de María rodeada de policías no hacía más que confirmar sus sospechas de que aquella mujer era una auténtica víbora.

            —La policía encontró unos archivos en su computadora, videos, de nosotros dos juntos.
            María estaba enferma. Peter había tenido suerte al escapar de sus garras, aunque sus acciones no le absolvieran de culpa.

            —¿Por qué no me contaste lo del testamento?
            Peter se sentó sobre la mesa de centro, mirándola cara a cara. Cuando apoyó las manos en sus rodillas, Lali no pudo evitar dar un brinco. Una expresión de dolor ensombreció el rostro de Peter antes de retirarlas.

            —Al principio solo quería asegurarme de que no existiera alguna grieta legal para invalidar la cláusula. Cuando mi abogado agotó todas las vías, me decidí a decírtelo. Al llegar a casa, te encontré en el baño declarándole la guerra a los condones. Luego un día llevó a otro y ya no me pareció tan importante.

            —Eso no es excusa.

            —Ahora lo sé, pero es la verdad, Lali. La semana pasada, después de reunirme con el abogado de mi padre, pensé que tenía que contártelo todo, pero tenía tanto miedo a perderte que fui incapaz de abrir la boca. —Peter intentó tocarla de nuevo y esta vez ella no se sorprendió—. Lo siento —le dijo mirándola con ojos suplicantes—. Tendría que haber hecho muchas cosas de otra manera. Y si me das otra oportunidad, prometo no volver a ocultarte nada.

            Los labios de Lali empezaron a temblar, así que se los mordió para controlarlos. La explicación de Peter, sus motivaciones, eran comprensibles, pero lo cierto era que el suyo seguía siendo un matrimonio por conveniencia... destinado a terminar con al menos un corazón roto. Ocurriría ese mismo día o tal vez más adelante, pero su unión tenía fecha de caducidad y Lali ya no podía vivir más con semejante incertidumbre. No era justo para ninguno de los dos... ni para el bebé.

            —¿Podrás perdonarme?
            Lali cerró los ojos, y cuando los volvió a abrir, se clavaron en los de Peter.

            —Te perdono —él empezó a sonreír, pero Lali sacudió lentamente la cabeza—. Peter, espera. No puedo seguir con esto. Creí que sería capaz de jugar a la casita, de jugar a ser tu esposa e irme cuando el año terminara, pero no puedo.

            —Pero...

            —No, espera —lo interrumpió—. Ya sé que tú no querías que los sentimientos se vieran involucrados en esto, pero no pude evitar enamorarme de ti, como no puedo evitar respirar y sobrevivir.
            Esta vez Peter fue incapaz de contenerse y en sus labios asomó una sonrisa que rápidamente pasó también a sus hermosos ojos verdes.

            —¿Me amas? —le susurró.

            —Por eso tenemos que poner fin a esto cuanto antes —respondió ella.
            Peter cerró los ojos y, sin dejar de negar con la cabeza, dejó escapar una exclamación de sorpresa.

            —¿Qué?

            —Ya es lo suficientemente difícil estar embarazada. Este dolor en el pecho, esta sensación de no saber si vas a dar por hecha la fecha de finalización de nuestro contrato de matrimonio, es algo con lo que no puedo vivir. —Mirarlo, incluso en aquel momento tan complicado, era suficiente para que se le partiera el corazón. ¿Cómo podía pasar los siguientes ocho meses pensando que en cualquier momento podía pedirle que se marchara?

            —¿Me escuchaste cuando te dije que te amo?

            —Sí, pero...
            Peter le cubrió los labios con un dedo para hacerla callar.

            —Te amo, Lali, y si estás esperando a que te pida que salgas de mi vida, será mejor que te pongas cómoda porque vas a esperar mucho tiempo. Le pedí a Ignacio que redacte mi testamento y que haga constar en él que, si algún día me pasa algo, todo lo que tengo sea para ti y para nuestro hijo.

            —¿Qué?
            En lugar de explicarse, Peter se arrodilló en el suelo y se llevó una de las manos de Lali a los labios para darle un tierno beso.

            —Sé que lo estoy haciendo todo al revés, pero ¿quieres casarte conmigo? No por un contrato, ni por un testamento, ni siquiera por dinero, sino porque me amas y quieres ser mi mujer ahora y para siempre.

            —¿Qué? —La voz de Lali bajó una octava, un tono que para ella ya era muy grave.

            —Has hecho de mí un hombre mejor, Lali. Dime que te casarás conmigo.

            —¡Ay, Peter! —dijo ella, arrodillándose junto a él—. Si ya estamos casados.
            Él sonrió y tomó su cara entre las manos.

            —¿Eso es un sí?
            Lali lo amaba tanto que no podía negarse.

            —Para siempre es mucho tiempo.

            —Mucho, mucho tiempo. Algunas veces el matrimonio nos parecerá horrible. —Y sus palabras le recordaron a una conversación que habían tenido no hacía mucho.

            —Solo que no podrás echarte atrás, por muy feas que se pongan las cosas.
            Peter cubrió los labios de su esposa con un beso tierno y lleno de cariño.

            —Di que sí.

            —Creí que ya te lo había dicho.

            Peter la abrazó y selló el compromiso con un largo y profundo beso. El dolor de cabeza y de estómago de los últimos días empezó a desaparecer al instante y en su lugar Lali sintió el aleteo de mil mariposas.
            La duquesa reprimió una exclamación de sorpresa e interrumpió el beso.

            —¿Qué pasa? —le preguntó él, asustado.

            —El bebé. Sentí cómo se movía.
            Esperó un momento, se llevó una mano al estómago y volvió a sentir un cosquilleo. Tomó la mano de Peter, pero sabía que el movimiento era demasiado imperceptible para que él lo notara.

            —Creo que es su forma de decir que ella también está de acuerdo —le susurró Peter al oído.

            —¿Ella? ¿Crees que es una niña?

            —Las mujeres son criaturas emocionales. Escoger este momento exacto para dar señales de vida por primera vez es su forma de decir que quiere que estemos juntos.
            Lali no pudo contener la risa.

            —¿Eso crees?

            —Tal vez, o puede que sea un niño y esté intentando hacernos entrar en razón con una buena patada.

            —Niño o niña, con nosotros como padres, sabrá cómo hacerse escuchar para que nos encarguemos de todo lo que necesita.
            —Te amo, Lali.
            Cuando Peter acercó sus labios a los de ella para besarla de nuevo, Lali solo podía pensar en cuánto quería a su esposo, que ya no era tan pasajero.
 

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