lunes, 8 de junio de 2015

Absurdo Plan: Capítulo 9

Capítulo 9:

Lali no lograba acostumbrarse al cambio de horario y ya llevaban casi una semana en Europa. Además, vivir en una mentira le resultaba agotador. Incluso Peter empezaba a molestarse.

            La recepción se llevaría a cabo al día siguiente y ya estaba todo preparado. Lali necesitaba alejarse un rato de su familia política, que podía llegar a ser agotadora. Cuando Peter la encontró, se había escabullido a la biblioteca en busca de una distracción.

            —Estás aquí.
            Con un pantalón informal y una chompa que resaltaba la amplitud de sus hombros, Peter estaba para comérselo.

            —Creí que te habías ido a la oficina.
            Él negó con la cabeza.

            —Hoy no podía dejarte sola.

            —¿Qué tiene hoy de especial? —preguntó Lali, un tanto confundida.
            Él se llevó una mano al pecho y fingió una herida mortal.

            —No puedo creer que te hayas olvidado.
            A Lali se le escapó la risa.

            —Nunca dejes tu trabajo para ser actor —se burló.

            —No sabes qué día es hoy, ¿no?
            No era festivo, ni allí ni en Argentina, el cumpleaños de él ya había pasado y para el de ella todavía faltaban unos meses.

            —No, no tengo ni idea.
            Peter la cogió de las manos y las apoyó sobre su pecho.

            —Cumplimos un mes de casados.
            Dios, era verdad. Y que él se hubiera acordado y le diera tanta importancia demostraba que el guapo duque era en el fondo un tierno.

            —¡Wow, ya pasó un mes! —Aunque parecía mucho menos tiempo.

            —Sé cómo podemos celebrarlo.

            —¿Quieres celebrar nuestro primer mes de casados?

            Lali miró por encima del hombro de su esposo para ver si había alguien escuchando. No podía ver más allá de la puerta, así que decidió preguntarle en otro momento a qué venía tanto revuelo.
            Peter le guiñó un ojo y entrelazó los dedos con los suyos.

            —Vamos.
            Salieron de la biblioteca, atravesaron la enorme sala y se dirigieron hacia la puerta principal.

            —¿A dónde vamos? —Le gustaba aquel Peter despreocupado que afloraba en los escasos momentos en que se podía relajar.

            —A un lugar.

            —¿Ahora te haces el misterioso? —le preguntó ella—. ¿A dónde?

            —Ya vas a ver.
            En lugar de llevarla hasta el auto, caminaron hacia los establos.

            —Dijiste que sabías montar, ¿no?
            Habían estado hablando de caballos poco después de llegar a Albany.

            —Sí, pero hace mucho tiempo que no lo hago.

            —Tranquila, que no iremos muy lejos.

            El sol había hecho acto de presencia por primera vez en días. El aire cálido y los pájaros volando a su alrededor aliviaban parte del estrés que Lali cargaba sobre los hombros. En el establo, encontraron dos caballos ensillados y listos para el paseo. Peter le dio las gracias al chico que había preparado las monturas y luego le susurró algo al oído que Lali no pudo oír. El chico se sonrojó, miró a Lali un momento y dio media vuelta.

            —Sí, señor —le dijo a Peter.

            —¿Necesitas ayuda para montar? —le preguntó su esposo.
            La yegua castaña miró a Lali con recelo mientras esta se le acercaba. Tras un par de caricias, resopló como si quisiera decir «qué más da».

            —Tal vez necesite que me des una manito.

            Peter entrelazó las manos para que Lali pudiera apoyarse en ellas. Tras un par de intentos, consiguió subir a lomos de la yegua y tomó las riendas.
            Peter montó con un movimiento impecable de jinete experimentado, manteniendo la espalda recta mientras dirigía su caballo fuera del establo.

            —¿Y cómo se llama este caballo? —preguntó Lali cuando dirigían las monturas hacia la explanada que se extendía detrás de Albany Hall.

            —Creo que Blair.

            —¿Y el tuyo?

            —Chuck.
            Lali tiró la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.

            —Blair suena lenta y Chuck rápido.
            Peter le guiñó un ojo.

            —Exacto.

            —Te dije que sabía montar. No hacía falta que escogieras a la abuela del establo para mí. —Blair cabeceó y los dos se rieron a carcajadas.

            —Creo que no le ha gustado lo que has dicho —bromeó Peter—. Me dijiste que llevabas tiempo sin montar. No quería sentirme responsable si acabas en el suelo con un hueso roto.
            Lali se inclinó sobre el cuello de la yegua y le dio unas palmadas bajo las orejas.

            —No me vas a tirar, ¿no, Blair?

            —No se atrevería.
            Lali consideró la posibilidad de llevar el caballo a un trote más rápido pero no tenía ni idea de adónde se dirigían.

            —¿Cuándo fue la última vez que montaste? —preguntó Peter.

            —Antes... —Lali dejó la frase a medias. Como si él supiera cómo seguía. Durante muchos años, cada detalle de su vida era antes o después de la caída en desgracia de su familia—. Antes de que mi padre ingresara en prisión —continuó, cuando vio que Peter la observaba pacientemente—. Antes de la muerte de mi madre. Antes de Gustavo. Antes del intento de suicidio de Vanessa. Mi hermana y yo solíamos montar juntas bastante seguido. —La imagen de Vanessa sobre un caballo le arrancó una sonrisa nostálgica.

            —¿Quién es Gustavo?
            ¿Había dicho su nombre en voz alta?

            —Gustavo es el imbécil con el que estuve saliendo en la universidad.

            —Ahí hay una historia.
            Peter no la presionó en busca de respuestas. De repente ese fue el motivo por el que a Lali no le costó sincerarse.

            —Gustavo salía conmigo para averiguar cosas de mi padre. Trabajaba para la policía.
            Peter se quedó petrificado.

            —¿Se acostó contigo para llegar a tu padre?
            La rabia que desprendía su voz la hizo sonreír. Era lindo que alguien lo viera así.

            —Se acostó conmigo. Me dijo que me amaba. Las mujeres no son las únicas que mienten para conseguir lo que quieren.

            —Debió de haber sido horrible para ti.
            Lali aún recordaba aquellos días, el dolor, la decepción.

            —Supongo que ya sabes por qué me cuesta confiar en la gente.

            —Me halaga que confíes en mí.

            —Y haces bien —dijo Lali, y le guiñó el ojo. No pensaba desperdiciar aquel día tan bonito haciendo un repaso de su pasado.
            Peter acercó su caballo al de Lali, la tomó de la mano y, acercándosela a los labios, le dio un beso en el dorso.

            Lali sintió que el corazón le daba un vuelco y a continuación se abría como el capullo de una flor. Por mucho que lo intentara, no podía evitar comparar lo que sentía por él con lo que había creído sentir por Gustavo. Parecía imposible que fueran del mismo planeta.

            —¿A dónde me llevas? —preguntó, cambiando de tema.
            Peter miró por encima del hombro con una sonrisa pícara en los labios.

            —No te gustan las sorpresas, ¿no?

            —Sí me gustan. Es que... está bien, tienes razón, no me gustan. ¿A dónde vamos?
            Peter señaló hacia una extensión de árboles a un kilómetro y medio de allí.
            —Hay un arroyo y, junto a este, una cabaña. Pensé que podríamos comer tranquilamente, los dos solos.
            Lali relajó los hombros y sonrió como una tonta.

            —Qué tierno.

            —¡Así es! Ese soy yo, el señor Tierno.
            Estaba siendo sarcástico, pero Lali pensó que el nombre le venía a la perfección.

            —Detrás de aquellos árboles, ¿cierto?

            —Sí.

            Peter mantuvo el paso lento de su caballo, sujetándose con los muslos a los flancos del animal. Lali no pudo evitar volver a admirar la perfección de su perfil y la anchura de sus hombros, que se estrechaban hasta terminar en una retaguardia perfecta. Se le hacía agua la boca. De pronto no podía pensar en nada que no fuera la cabaña y la privacidad que tendrían allí.

            —¿Cuánto tardaremos en llegar?

            —Media hora como mucho.

            —Mmm. —Y de pronto, sin previo aviso, Lali clavó los talones en los flancos de Blair y agarró las riendas con fuerza al tiempo que el caballo comenzaba a correr.

            —¿Lali? —la llamó Peter a lo lejos.
            Ella pegó las rodillas a la yegua y se sujetó bien hasta que Blair encontró un ritmo cómodo para correr.

            Bastaron unos segundos para que Peter la alcanzara. Tenía el ceño fruncido, pero se tranquilizó al ver que Lali sonreía. En lugar de detener los dos caballos, dejó que Chuck tomara la delantera, con Blair siguiéndole de cerca.

            La brisa, fresca tras varios días de lluvia, azotó el pelo de Lali hasta liberarlo del clip con el que lo llevaba recogido. El paisaje era una mancha borrosa, aunque no lo suficiente como para no percibir el aroma de la lavanda en flor y de la hierba fresca bajo los cascos de los animales. Podría acostumbrarse fácilmente a todo aquello: a la libertad de alejarse de los problemas a lomos de un caballo, a los kilómetros de campo abierto en los que perderse.

            Llegaron al límite del espacio abierto en cinco minutos y, una vez allí, redujeron la marcha de sus monturas para abrirse paso entre los árboles. Además, Blair y Lali tenían que recuperar el aliento.

            —Fue increíble.

            Peter miró a Lali fijamente a los ojos. Por primera vez en días, parecía relajado, casi feliz. Lali creyó que le iba a decir algo, pero él bajó la mirada y tiró de las riendas para dirigir a Chuck hacia el corazón del bosque.

            —Esto es tan bonito. Y tan tranquilo.

            —Cuando era niño, solía venir a caballo hasta aquí para escapar de mi padre.

            —¿Tan malo era? —Al parecer, la relación entre ambos había sido horrible, pero Peter nunca le había explicado nada.

            —Yo no era como él.

            —¿Y eso era lo que quería? ¿Una miniatura de sí mismo?
            Peter asintió.

            Lali quería hacer más preguntas, pero cuando el camino empezó a estrecharse, Peter se situó delante de ella. Pronto oyeron el rumor del agua por encima del ruido de los caballos.

            Cuando los árboles se abrieron y apareció el arroyo, Lali entendió por qué Peter había escogido aquel lugar para refugiarse. El agua cristalina saltaba sobre las piedras formando una pequeña cascada y acariciaba las ramas y los troncos de los árboles. La hierba y el musgo crecían en ambas orillas. Era imposible no imaginar a Peter de pequeño sentado junto al arroyo tirando piedras.

            —¿Esto está dentro de la propiedad?

            —Sí. En total son unas doscientas hectáreas, pero este es el lugar más bonito de toda la finca.

            —Es precioso, Peter.
            El camino terminaba en un pequeño prado con una cabaña en un extremo. En cuanto salieron de la protección de los árboles, Peter se bajó del caballo.

            —Los dejaremos tomar agua antes de atarlos.
            Lali descendió de su montura. Le temblaban las piernas, pero la sensación resultaba refrescante.

            —¿Vienen aquí muy seguido? —preguntó mientras los caballos bebían del arroyo.

            —La verdad es que no. Durante mucho tiempo yo fui el único que venía. Creo que cuando me fui, Eugenia tomo la posta.

            —Se lo preguntaré.
            Peter guió los caballos hasta un poste y los ató, dejándoles suficiente cuerda para que pudieran pastar a sus anchas por el prado.

            —Ven, que te muestro el interior.
            Lali se agarró de su mano y, deleitándose en la calidez que desprendían sus dedos alrededor de los de ella, lo siguió hasta la entrada de la cabaña.
            La puerta se abrió con un pequeño empujón.

            —¿No la cierran?

            —No es necesario.
            Al entrar, Lali se quedó sin aliento.

            En el centro de la cabaña había una mesa lista para dos personas: servilletas de lino, platos de porcelana y copas de cristal; junto a la mesa, una hielera con una botella de vino enfriándose en su interior; encima de ella, bandejas de plata repletas de comida.

            —¡Ay, Peter! esto es increíble.

            —¿Te gusta?
            Se giró hacia él y le pasó un brazo alrededor de la cintura. Levantó la mirada, sonrió y acercó los labios a los de su esposo.

            —Me encanta.

            Peter aceptó el ofrecimiento con un beso corto, pero cuando ella se disponía a separarse, la sujetó contra su cuerpo e inclinó la cabeza. Lo que había empezado como una señal de agradecimiento pronto se convirtió en algo más serio.

            La sensación que despertaban las manos de Peter acariciándole la espalda le arrancó un gemido desde lo más profundo de su ser. Allí donde sus cuerpos entraban en contacto, la temperatura subía al instante. Cuando hacían el amor, era como si nunca pudieran tocarse lo suficiente. Peter le mordió el labio mientras con una mano buscaba sus pechos.

            —Soy una mala persona —le dijo entre besos.
            Ella tiró la cabeza para atrás, sin terminar de entender sus palabras.

            —¿Por qué lo dices?
            La empujó suavemente hacia el interior de la cabaña y cerró la puerta tras él.

            —Ni siquiera hemos comido y ya me he abalanzado sobre ti.
            Entre risas, Lali se quitó los zapatos y lo ayudó a deshacerse de la chompa.
            —¿Me estás diciendo que la idea era solo comer?
            Peter le desabrochó la falda y la lanzó al otro lado de la habitación.

            —Primero comer, luego hacer el amor. Ese era el plan.
            Lali trazó la línea de la mandíbula de Peter con la lengua y luego siguió bajando por todo su cuerpo.

            —Hacer el amor, comer... —murmuró, abriéndose paso por el pecho, entre risas—. Y hacer el amor otra vez.

            Sin dejar de quitarle la ropa, Peter la fue empujando lejos de la comida hacia el único dormitorio de la cabaña. A Lali apenas le dio tiempo a admirar la delicadeza de las cortinas de encaje que enmarcaban las ventanas o la colcha cosida a mano que cubría la cama. Cuando las vio, ya tenía a Peter encima.

            —Me encanta sentir tu peso sobre mi cuerpo —le dijo.

            —Sí, te encanta.

            Con gran habilidad, Peter consiguió desabrocharle el sujetador y lo lanzó al otro lado de la habitación en cuestión de segundos. Luego le lamió un pezón, describió un círculo alrededor de la punta y lo chupó.

            —Sabes a primavera —murmuró, antes de prestarle atención al otro pecho.

            Esta vez se tomó su tiempo para cubrirla de lametones lentos y acompasados, arrancándole un escalofrío de placer con cada nuevo movimiento. Luego fue bajando por su firme vientre, le quitó las medias y dibujó con la boca un sendero por encima de la cadera y muslo abajo.

            Cada vez que hacían el amor, no tardaban en entregarse a la urgencia de la penetración. Sin embargo, esta vez Lali presentía que sería diferente, más pausado pero igualmente placentero. Peter deslizó la yema del pulgar por el muslo de su esposa y, sujetando las braguitas con un dedo, le acarició la zona más sensible de la cadera.

            —Creo que mi sustento —dijo, rozando la carne con una bocanada de su cálido aliento— será antes y después de que nos comamos lo que hay sobre la mesa.

            De repente, Lali se sintió vulnerable. Por muy cómoda que estuviera encima de una cama con él, ningún hombre la había besado jamás entre las piernas.

            —¿Qué te pasa? —preguntó Peter, entrecerrando los ojos preocupado y con la barbilla peligrosamente cerca de su mojada ropa interior.

            —No he... —No era virgen, pero en aquello en concreto podía decirse que sí—. Nadie me ha... —Bajó la mirada hasta su monte de venus y luego la volvió a levantar.
            Un destello de comprensión iluminó los ojos de Peter y en sus labios apareció una sonrisa amable.

            —¿Nunca?
            Ella respondió que no con la cabeza.
            Peter acercó los labios y le besó la piel que se extendía bajo el ombligo sin apartar los ojos de los suyos.

            —Me gusta.

            Con aquellas dos palabras, Lali se olvidó de la vergüenza y se dejó llevar entre los brazos experimentados de su esposo. Peter apartó la tela de la única prenda que la cubría y buscó la cálida carne con la lengua. La besó una y otra vez, rodeando su sexo con la boca abierta hasta que ella separó los muslos y le dejó espacio para poder maniobrar. Besó, lamió y gimió hasta casi doblegar la voluntad de Lali e incitarla a pedir más. Cuando rozó con los labios el punto más sensible de todo su cuerpo, ella estuvo a punto de levantarse de la cama de un salto. Peter la retuvo describiendo círculos con la lengua, provocándola y arrancando pequeños espasmos de lo más profundo de su cuerpo. La intensidad del orgasmo que se estaba formando en su interior no se parecía a nada que Lali hubiese experimentado. Peter la llevó al límite para luego obligarla a retroceder, con las uñas clavadas en sus hombros.
            Era una tentación, un profesor que le enseñaba a ansiar lo que aún estaba por llegar, y lo único que podía hacer ella era suplicar más.

            —Por favor.

            Con un lametón rápido y una ligera presión, Lali sintió que se abrían las compuertas y gritó. Todo su cuerpo tembló mientras ella disfrutaba de aquella sensación tan intensa hasta el final.

            Cuando por fin se atrevió a abrir los ojos, lo primero que vio fue la sonrisa de Peter a escasos centímetros de su cara. No había dejado de acariciarla ni un segundo para que tuviera tiempo de recuperarse.

            —Eres malvado —murmuró Lali con voz grave.
            Él la besó suavemente en los labios.

            —Y tú muy sexy. Ahora que ya sé a qué sabes, te aviso que querré más.

            Lali le acarició la cintura y se sorprendió al descubrir que se había quitado la ropa. Recibir y no dar a cambio era algo que no iba con ella, de modo que sonrió y lo empujó de espaldas sobre la cama para tomar la posta. Siguiendo su ejemplo, trazó la línea de su cadera primero con los dedos y luego con la lengua. El sabor entre el almizcle y la sal de la piel de su marido le estimuló las papilas gustativas hasta que no pudo evitar que se le hiciera la boca agua.

            —¿Debería preocuparme? —susurró Peter cuando Lali rozó su erección con la mejilla.

            —¿Qué? —preguntó ella, haciéndose la inocente—. Lo he visto en las películas. —No era cierto, pero quería que Peter lo creyera. En eso sí que tenía algo de experiencia. Además se explicaba en algunos de los libros que leía de vez en cuando. Al parecer, muchos autores se conocían la mecánica al dedillo.

            —Pero...
            Lali lo atrajo a las profundidades de su boca.

            —Dios. —Peter gimió y levantó un poco la cadera, suplicando más.

            Lali sonrió sin alejarse, sin dejar de lamer y saborear, y deseando darle placer casi tanto como a sí misma. El olor a almizcle y a sexo le embargaba los sentidos mientras lo llevaba al límite del placer para retirarse un segundo antes. Habría continuado gustosa, pero Peter la apartó suavemente.

            —Demasiado.

            —¿No te gusta? —preguntó ella para provocarlo, consciente de que le encantaba lo que le estaba haciendo. Quería llegar hasta el final, al igual que lo había hecho él con ella.

            —En otro momento —respondió Peter antes de agarrar su billetera del pantalón y sacar un preservativo.

            Lali lo ayudó a ponerse la fina capa de látex y se subió encima de él. Cuando se besaron, el sabor de sus salivas se hizo uno. Peter se abrió paso entre sus piernas, llenando hasta el último centímetro, dilatando la carne con su impaciencia. Empujó para que sus cuerpos se encontraran, se retiró y volvió a empujar. Tenía los dedos hundidos en el pelo de Lali y la sujetaba con fuerza mientras el cuerpo de ella respondía con una pasión y un deseo renovados.

            Lali nunca tenía suficiente. Sus pechos acariciaron el suave vello del torso de Peter. Él sentía que el corazón se le estrellaba contra las costillas con cada latido, como si quisiera saltar al pecho de su amante. Por mucho que Lali se dijera a sí misma una y otra vez que el tiempo que pasaban juntos solo era una forma de aliviar sus necesidades mutuas, de satisfacer sexualmente al otro, no podía evitar que trocitos diminutos de su corazón se fundieran con el de su esposo.

            Se movían al unísono, tensos como las cuerdas de un violín, hasta que ella no pudo más y se dejó arrastrar por la corriente. Peter la sujetó contra su cuerpo y le gimió al oído mientras se alejaba cuesta abajo con ella.

            El mundo dejó de dar vueltas a su alrededor. Peter le susurró palabras dulces al oído y de repente Lali supo que se había metido en un problemón. Enamorarse de su esposo no formaba parte del plan. Y a pesar de la sinceridad que se habían demostrado hasta entonces, a Lali no le pareció conveniente hablar de sus preocupaciones en voz alta.

            Se apartó de sus brazos enseguida. Todavía no había recuperado el aliento y el calor que habían desprendido sus cuerpos, y que aún flotaba en el ambiente, empezaba a afectarle. Pero justo entonces oyó el sonido de sus tripas: la escapatoria perfecta.

            —Me muero de hambre.             
            Albany Hall se llenó de gente, todos deseosos de ver a la nueva duquesa, la mujer con la que Peter finalmente se había casado. La gente murmuraría a sus espaldas, de eso él no tenía la menor duda, pero nadie se atrevería a mostrar nada que no fuera respeto hacia él y hacia su esposa.

            Sorprendió a Lali al fondo de la sala, hablando con Eugenia y con una pareja. Su mujer había escogido un vestido de noche increíble de color marfil con un escote que le caía hasta el final de la espalda. Peter le había regalado un collar con una esmeralda en el centro y unos aretes a juego. Los zapatos, de aproximadamente diez centímetros de alto, asomaban por una abertura en la seda que le llegaba hasta el muslo. Aquella mujer era increíble. Tenía esa elegancia que no se puede aprender y una belleza nada superficial. Peter estaba orgulloso de poder gritar a los cuatro vientos que aquella era su esposa.
            Agustín, que había viajado para la ocasión, estaba junto a él.

            —No doy crédito a la transformación que ha sufrido tu mujer —le susurró al oído para que solo su amigo lo escuchara.

            —Es preciosa.

            Lo extraño era que a él no le habían sorprendido los cambios. Era como si Lali estuviera floreciendo ante sus ojos, cada día con un poco más de luz y de seguridad en la forma de andar.

            —Es más que eso. —La mirada de Agustín se clavó en uno de los abogados de Parker y Parker que estaba al otro lado del salón—. ¿Cómo te va?
            Peter no tenía intención de comentar los detalles del testamento en un lugar lleno de indiscretos oídos.

            —Perfecto. En unos días volvemos a Buenos Aires. Eugenia quería venirse con nosotros, pero al final logré convencerla para que entienda que Lali y yo necesitamos pasar tiempo a solas antes de empezar a invitar a la familia.
            Agustín se rió.

            —¿Y funcionó?

            —Por supuesto.

            ¿Por qué no? Más de la mitad de la familia los había visto llegar el día anterior, después de la escapada a la cabaña. Tras hacer el amor, comer y encontrar un lugar soleado sobre la hierba para hacer el amor por segunda vez, llevaban la ropa y el pelo hecho un auténtico desastre. Era imposible no deducir lo que había pasado.

            —Cuidado, Peter.
            Peter levantó la copa y miró a su amigo por encima del borde.

            —¿Cuidado con qué?

            —Hay algo distinto en ti. Ve con cuidado.
            Peter se enderezó.

            —Siempre lo hago.
            Lali se dirigía hacia ellos con una sonrisa en los labios. Peter bajó la copa y deslizó un brazo alrededor de su cintura.

            —¿Te acuerdas a Agustín?

            —¿Y quién no? —Lali se inclinó hacia el amigo de su esposo y este la besó en la mejilla. A pesar de que su mejor amigo no suponía una amenaza para él, a Peter no le gustó ver cómo se iluminaban los ojos de su esposa al mirar a Agustín—. ¿Ya te contrataron para alguna novela?

            Agustín soltó una carcajada. Lali bromeaba con su apariencia, tan propia de galán de novela que, si alguna vez se cansaba de intentar labrarse una carrera en la política, podría conseguir fácilmente un papel en la televisión.

            —Aún no. Supongo que sigo a la espera.
            El brazo de Peter que rodeaba la cintura de su esposa se puso tenso.

            —Tu madre sugiere que pasemos al salón de baile para comenzar. Parece que nadie tiene intención de salir a bailar hasta que tú y yo hayamos bailado un par de canciones.
            La idea de tener a Lali tan cerca de su cuerpo era suficiente para inspirar sus dotes como bailarín.

            —Si nos disculpas.
            Agustín asintió mientras la pareja se alejaba.

            —¿Te dije lo hermosa que estás esta noche? —le susurró Peter al oído.

            —Sí, me dijiste. Tú tampoco estás nada mal.

            Peter sonrió halagado. Al final se había decidido por el esmoquin. ¿Por qué no? No habían tenido la oportunidad de ponerse elegantes para el casamiento y aquello era una buena manera de compensarlo.

            Hicieron su entrada en el salón de baile. En una esquina, un cuarteto de cuerda amenizaba la velada. Cuando los músicos se percataron de su presencia, terminaron la canción que estaban tocando y pasaron a la siguiente.

            En cuanto la música empezó a sonar, Peter guió a Lali hacia el centro del salón y abrió los brazos para recibirla. Ella apoyó las manos en sus hombros y ambos empezaron a moverse al ritmo de la música.

            —La gente nos mira —susurró Lali, con las mejillas teñidas de la vergüenza.
            Peter deslizó la mano por el borde del vestido hacia la curva de su espalda y la atrajo más cerca.

            —Es lo que se suele hacer cuando los recién casados bailan. Además —bromeó al sentir que se ponía aún más tensa—, seguro que están esperando a que tropiece —. Y la hizo girar sobre sí misma, pegados el uno con el otro.

            —Pues van a esperar un buen rato, porque se nota que sabes lo que estás haciendo.
            Peter cogió la mano con la que su esposa le rodeaba el cuello y juntos dibujaron una nueva figura.

            —He bailado un par de veces.

            —O tres o cuatro.
            Lali se dejó llevar entre los brazos de Peter. Cuando sonó la última nota, se estaban mirando a los ojos. Peter se inclinó hacia ella y la besó.

            El salón se llenó con el destello de los flashes y varias personas aplaudieron antes de que el cuarteto tocara la siguiente canción. Esta vez la pista se llenó rápidamente.

            —¿El beso era para las cámaras? —le susurró Lali al oído, poniéndose en puntitas de pie.

            —Ese beso era para ti —respondió él con una sonrisa—. Pero este otro... —Rodeó a Lali con un brazo, la obligó a echarse hacia atrás y la besó de nuevo en los labios—. Este sí es para las cámaras.
            Lali se mordió el labio y sonrió.

            —Jesús, y yo que creía que a la realeza no les gustaban las muestras de afecto en público.
            Peter soltó una carcajada.

            —Y los dos sabemos cuánto me gusta ser parte de esto.
            Siguieron girando al ritmo de la música, sin dejar de reír, hasta que Peter notó una mano en el hombro. Miró hacia atrás y vio a su amigo Agustín sonriendo.

            —¿Les importa si interrumpo?
            Estuvo a punto de mandarlo de paseo, pero al final asintió y dejó que bailara con su esposa.

            Los siguió con la mirada mientras daban vueltas por la pista, preguntándose qué le estaría diciendo Agustín para que ella se riera tanto.

            —Tranquilo, hermanito —se burló Eugenia, que había aparecido a su lado—. Solo están bailando.

            —¿Qué? —Peter parpadeó y miró a su hermana.

            —Que solo están bailando. Y esperaba que tú bailaras conmigo —dijo, tirando de la mano de su hermano hasta que este accedió—. ¿Sabes? Me cae muy bien.
            Peter tuvo que girar con Eugenia entre los brazos para no perder a Lali de vista.

            —Tú también le caes bien.

            —Es mucho más agradable que cualquiera de las chicas con las que has salido antes. Sé muy bien por qué te casaste con ella. Y eso sin tener en cuenta que además es argentina, lo cual hubiera enojado a papá.
            Al oír aquellas palabras, Peter centró toda su atención en Eugenia.

            —No me casé con ella para darle la contra a nuestro difunto padre. —No, se había casado con ella por su culpa.

            —Pero tampoco está de más saber que él no lo habría aprobado.

            ¿Tan transparente era que incluso su hermana era consciente de sus traumas? ¿Y si todo el esfuerzo, todas las mentiras, tenían como único objetivo disgustar a un hombre muerto? ¿Qué pasaría cuando Peter se liberara de toda la animosidad y el dolor del pasado?

            —No frunzas el ceño, Peter. La gente creerá que estamos discutiendo.
            Peter hizo girar a su hermana y se obligó a sonreír.

            —Y tú, Euge, ¿nunca pensaste en darle la contra a papá?

            —No —respondió ella, sacudiendo la cabeza—. Mamá me necesitaba a su lado. ¿Te imaginas quedarte aquí a solas con él?
            Peter parpadeó al oír las palabras de su hermana.

            —No me lo imagino, pero dudo que mamá quisiera que sus hijos renunciaran a vivir su vida por ella.
            Eugenia le dio unas palmadas en el brazo.

            —Lo sé. Hemos hablado de viajes, de ver el mundo sin tenerla siempre a mi lado. Supongo que ahora que has sentado cabeza, mamá se centrará más en ti y en tu familia.

            —Solo somos Lali y yo.

            —Por favor, que no estoy ciega. No tardarán mucho en aumentar la familia.
            La canción llegaba a su fin y, por suerte, daría por concluido el baile con su hermana.

            —Ni siquiera hemos cortado la torta, Eugenia. No empecemos a pensar en futuras tortas de cumpleaños.
            Pero su mente ya lo hacía desde que Iván había contaminado sus planes y sus intenciones con un obstáculo más.

            Los hermanos se separaron. Peter buscó a Lali con la mirada, pero por desgracia, su tía lo acorraló para que bailara con ella, y Lali cayó en los brazos de uno de sus retorcidos primos.

            La fiesta se alargó hasta altas horas de la madrugada. Los invitados que habían asistido de lejos pasaron el resto de la noche en alguna de las numerosas habitaciones de la mansión, mientras que los que vivían por la zona regresaron a sus casas.
            Una vez en el dormitorio, Lali se quitó los zapatos junto a la puerta y hundió los dedos de los pies en el suave tejido de la alfombra.

            —Ah, qué placer.

            —Empezaba a creer que algunos de los invitados no pensaban irse nunca.

            —¿Irse? Un grupo de hombres se ha retirado al salón azul a fumar y jugar cartas. Por su forma de hablar, cualquiera diría que son caballeros ingleses del siglo XVIII.
            Peter se quitó la corbata y los zapatos.

            —¿A qué te refieres?

            —Uno de ellos, creo que se llamaba Gilbert...
            —Gilabert —la corrigió Peter, visualizando la imagen del hombre—. Dinero viejo como su padre y costumbres talladas en piedra.

            —Un nombre de lo más exótico, pero da igual. La esposa de uno de sus compañeros de póquer ha preguntado si podía unirse y el tal Gilabert la ha rechazado. «De ninguna manera. No está permitida la entrada a mujeres.» —Lali había bajado la voz e imitaba la forma de hablar del hombre fingiendo un dejo británico en la pronunciación.

            —Muy propio de él.

            —Si me lo hubiese dicho a mí, me habría sentado a lado solo para molestarlo.
            A Peter le habría encantado poder presenciar eso.

            —Multiplícalo por diez y tendrás a mi padre.
            Lali abrió los ojos como platos, horrorizada.

            —Lo siento mucho, Peter.

            —Yo también.
            Lali entró al vestidor sacudiendo la cabeza y Peter empezó a sacarse la camisa.

            —Somos un desastre, los dos —dijo ella desde la otra estancia.

            —¿En serio? ¿Por qué lo dices?

            —Nuestros padres nos la jugaron bien jugada. El tuyo se niega a resignarse a su tumba y sigue tomando decisiones a diestra y siniestra, y el mío me obliga a cuestionarme la sinceridad de cada hombre que pasa por mi vida.
            Peter dejó la camisa sobre el respaldo de una silla antes de desabrocharse los pantalones.

            —No parece que te cuestiones la mía.

            —Pero lo hice, al principio. Esos días ya pasaron al olvido. Me acostumbré a ti.

            —¿En serio? —preguntó Peter, sonriendo.

            —Has sido sincero conmigo desde el principio. Y te admiro por ello.

            De pronto el duque no supo qué decir. Debería aprovechar la ocasión, contarle el nuevo e insignificante problema que el abogado había sacado a flote, pero tenía la boca más seca que el desierto.

            —Me sorprendí cuando algunos de tus colegas me contaron que eres implacable en los negocios. Supongo que es un aspecto de ti que no conozco.
            Era implacable y mucho más. Juan Pedro Lanzani nunca perdía. Sus ojos no se alejaban ni un segundo del objetivo que se hubiera marcado.

            —¿Alguien te habló mal de mí?

            —Por favor, Peter, sabes que no lo habría permitido. No, nada de críticas, solo información. Ha sido un poco extraño. Incluso el abogado... ¿Cómo se llama?             Peter sintió que el corazón le daba un vuelco.

            —¿Iván Parker?

            —Ese mismo.
            Tenía que sentarse cuanto antes. Menos mal que tenía la cama detrás.

            —Me ha dicho que tu padre y tú son tal para cual cuando se trata de ser despiadados para conseguir lo que quieren. No he podido evitar reírme. He recordado la cena en el restaurante de Buenos Aires, tú sentado frente a mí diciéndome que todo el mundo tiene un precio. Por un momento me pareció que Iván quería decirme algo, pero yo no paraba de reírme. Creo que cuando se ha ido estaba molesto conmigo.
            Peter suspiró aliviado. Iván había mantenido la boca cerrada. Gracias a Dios.
            No es que tuviera intención de ocultarle indefinidamente la nueva cláusula a su esposa, solo necesitaba más tiempo para encontrar una alternativa, algo a lo que agarrarse para poder quedarse con la herencia sin tener que renunciar a Lali.
            Bueno, al menos durante un año.
            Menos de doce meses.
            Lali carraspeó desde el otro lado de la habitación, desde donde lo observaba apoyada en el marco de la puerta.

            Se había puesto un babydoll de encaje blanco con una prenda interior minúscula a juego que apenas tapaba nada. El pelo, que durante toda la noche había tenido recogido en un moño alto, caía ahora sobre sus hombros como una hermosa cascada. En la mano sostenía una caja de condones vacía.

            —Por favor, dime que tienes más de estos —le dijo, haciendo girar la caja entre dos dedos.

            —Y yo que suponía que esta noche estarías demasiado cansada. —Y él también. Sin embargo, su cuerpo cobró vida cuando ella se acercó cruzando la habitación y moviendo las caderas al ritmo del latido de su corazón.
            Peter ya se había quitado la ropa interior y Lali no pudo evitar bajar la mirada.

            —Parece que tú no estás cansado.
            Lali deslizó una mano por el pecho de Peter y él respiró profundamente, embriagándose del aroma de su piel. Trescientos sesenta y cinco días no parecían suficientes.

            —Además —le susurró Lali al oído con su voz más grave y sensual—, no hemos celebrado nuestra noche de bodas como Dios manda. Propongo que recuperemos el tiempo perdido. —Golpeó la caja contra el pecho de Peter—. Pero necesitamos más de estos. Cuando regresemos a Buenos Aires, voy a ir al ginecólogo, pero hasta entonces tenemos que tener cuidado.

            —En mi maleta —dijo él—. Yo los saco. —No quería sentirse tentado a tomar lo que ella no parecía dispuesta a darle, así que se dirigió al vestidor y encontró una caja medio vacía de preservativos.

            Cuando volvió a la cama, Lali ya se había estirado sobre las sábanas, con una rodilla en alto en forma de ofrecimiento. Peter desterró todo pensamiento sobre abogados, sobre el mañana o sobre el año que le esperaba, y le hizo el amor a su mujer. 

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