Absurdo Plan: Capítulo 9
Capítulo 9:
Lali no lograba
acostumbrarse al cambio de horario y ya llevaban casi una semana en Europa.
Además, vivir en una mentira le resultaba agotador. Incluso Peter empezaba a
molestarse.
La
recepción se llevaría a cabo al día siguiente y ya estaba todo preparado. Lali
necesitaba alejarse un rato de su familia política, que podía llegar a ser agotadora.
Cuando Peter la encontró, se había escabullido a la biblioteca en busca de una
distracción.
—Estás
aquí.
Con
un pantalón informal y una chompa que resaltaba la amplitud de sus hombros, Peter
estaba para comérselo.
—Creí
que te habías ido a la oficina.
Él
negó con la cabeza.
—Hoy
no podía dejarte sola.
—¿Qué
tiene hoy de especial? —preguntó Lali, un tanto confundida.
Él
se llevó una mano al pecho y fingió una herida mortal.
—No
puedo creer que te hayas olvidado.
A
Lali se le escapó la risa.
—Nunca
dejes tu trabajo para ser actor —se burló.
—No
sabes qué día es hoy, ¿no?
No
era festivo, ni allí ni en Argentina, el cumpleaños de él ya había pasado y
para el de ella todavía faltaban unos meses.
—No,
no tengo ni idea.
Peter
la cogió de las manos y las apoyó sobre su pecho.
—Cumplimos
un mes de casados.
Dios,
era verdad. Y que él se hubiera acordado y le diera tanta importancia
demostraba que el guapo duque era en el fondo un tierno.
—¡Wow,
ya pasó un mes! —Aunque parecía mucho menos tiempo.
—Sé
cómo podemos celebrarlo.
—¿Quieres
celebrar nuestro primer mes de casados?
Lali
miró por encima del hombro de su esposo para ver si había alguien escuchando.
No podía ver más allá de la puerta, así que decidió preguntarle en otro momento
a qué venía tanto revuelo.
Peter
le guiñó un ojo y entrelazó los dedos con los suyos.
—Vamos.
Salieron
de la biblioteca, atravesaron la enorme sala y se dirigieron hacia la puerta
principal.
—¿A
dónde vamos? —Le gustaba aquel Peter despreocupado que afloraba en los escasos
momentos en que se podía relajar.
—A
un lugar.
—¿Ahora
te haces el misterioso? —le preguntó ella—. ¿A dónde?
—Ya
vas a ver.
En
lugar de llevarla hasta el auto, caminaron hacia los establos.
—Dijiste
que sabías montar, ¿no?
Habían
estado hablando de caballos poco después de llegar a Albany.
—Sí,
pero hace mucho tiempo que no lo hago.
—Tranquila,
que no iremos muy lejos.
El
sol había hecho acto de presencia por primera vez en días. El aire cálido y los
pájaros volando a su alrededor aliviaban parte del estrés que Lali cargaba
sobre los hombros. En el establo, encontraron dos caballos ensillados y listos
para el paseo. Peter le dio las gracias al chico que había preparado las
monturas y luego le susurró algo al oído que Lali no pudo oír. El chico se
sonrojó, miró a Lali un momento y dio media vuelta.
—Sí,
señor —le dijo a Peter.
—¿Necesitas
ayuda para montar? —le preguntó su esposo.
La
yegua castaña miró a Lali con recelo mientras esta se le acercaba. Tras un par
de caricias, resopló como si quisiera decir «qué más da».
—Tal
vez necesite que me des una manito.
Peter
entrelazó las manos para que Lali pudiera apoyarse en ellas. Tras un par de
intentos, consiguió subir a lomos de la yegua y tomó las riendas.
Peter
montó con un movimiento impecable de jinete experimentado, manteniendo la
espalda recta mientras dirigía su caballo fuera del establo.
—¿Y
cómo se llama este caballo? —preguntó Lali cuando dirigían las monturas hacia
la explanada que se extendía detrás de Albany Hall.
—Creo
que Blair.
—¿Y
el tuyo?
—Chuck.
Lali
tiró la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
—Blair
suena lenta y Chuck rápido.
Peter
le guiñó un ojo.
—Exacto.
—Te
dije que sabía montar. No hacía falta que escogieras a la abuela del establo
para mí. —Blair cabeceó y los dos se rieron a carcajadas.
—Creo
que no le ha gustado lo que has dicho —bromeó Peter—. Me dijiste que llevabas
tiempo sin montar. No quería sentirme responsable si acabas en el suelo con un
hueso roto.
Lali
se inclinó sobre el cuello de la yegua y le dio unas palmadas bajo las orejas.
—No
me vas a tirar, ¿no, Blair?
—No
se atrevería.
Lali
consideró la posibilidad de llevar el caballo a un trote más rápido pero no
tenía ni idea de adónde se dirigían.
—¿Cuándo
fue la última vez que montaste? —preguntó Peter.
—Antes...
—Lali dejó la frase a medias. Como si él supiera cómo seguía. Durante muchos
años, cada detalle de su vida era antes o después de la caída en desgracia de
su familia—. Antes de que mi padre ingresara en prisión —continuó, cuando vio
que Peter la observaba pacientemente—. Antes de la muerte de mi madre. Antes de
Gustavo. Antes del intento de suicidio de Vanessa. Mi hermana y yo solíamos
montar juntas bastante seguido. —La imagen de Vanessa sobre un caballo le
arrancó una sonrisa nostálgica.
—¿Quién
es Gustavo?
¿Había
dicho su nombre en voz alta?
—Gustavo
es el imbécil con el que estuve saliendo en la universidad.
—Ahí
hay una historia.
Peter
no la presionó en busca de respuestas. De repente ese fue el motivo por el que a
Lali no le costó sincerarse.
—Gustavo
salía conmigo para averiguar cosas de mi padre. Trabajaba para la policía.
Peter
se quedó petrificado.
—¿Se
acostó contigo para llegar a tu padre?
La
rabia que desprendía su voz la hizo sonreír. Era lindo que alguien lo viera
así.
—Se
acostó conmigo. Me dijo que me amaba. Las mujeres no son las únicas que mienten
para conseguir lo que quieren.
—Debió
de haber sido horrible para ti.
Lali
aún recordaba aquellos días, el dolor, la decepción.
—Supongo
que ya sabes por qué me cuesta confiar en la gente.
—Me
halaga que confíes en mí.
—Y
haces bien —dijo Lali, y le guiñó el ojo. No pensaba desperdiciar aquel día tan
bonito haciendo un repaso de su pasado.
Peter
acercó su caballo al de Lali, la tomó de la mano y, acercándosela a los labios,
le dio un beso en el dorso.
Lali
sintió que el corazón le daba un vuelco y a continuación se abría como el
capullo de una flor. Por mucho que lo intentara, no podía evitar comparar lo
que sentía por él con lo que había creído sentir por Gustavo. Parecía imposible
que fueran del mismo planeta.
—¿A
dónde me llevas? —preguntó, cambiando de tema.
Peter
miró por encima del hombro con una sonrisa pícara en los labios.
—No
te gustan las sorpresas, ¿no?
—Sí
me gustan. Es que... está bien, tienes razón, no me gustan. ¿A dónde vamos?
Peter
señaló hacia una extensión de árboles a un kilómetro y medio de allí.
—Hay
un arroyo y, junto a este, una cabaña. Pensé que podríamos comer
tranquilamente, los dos solos.
Lali
relajó los hombros y sonrió como una tonta.
—Qué
tierno.
—¡Así
es! Ese soy yo, el señor Tierno.
Estaba
siendo sarcástico, pero Lali pensó que el nombre le venía a la perfección.
—Detrás
de aquellos árboles, ¿cierto?
—Sí.
Peter
mantuvo el paso lento de su caballo, sujetándose con los muslos a los flancos
del animal. Lali no pudo evitar volver a admirar la perfección de su perfil y
la anchura de sus hombros, que se estrechaban hasta terminar en una retaguardia
perfecta. Se le hacía agua la boca. De pronto no podía pensar en nada que no
fuera la cabaña y la privacidad que tendrían allí.
—¿Cuánto
tardaremos en llegar?
—Media
hora como mucho.
—Mmm.
—Y de pronto, sin previo aviso, Lali clavó los talones en los flancos de Blair
y agarró las riendas con fuerza al tiempo que el caballo comenzaba a correr.
—¿Lali?
—la llamó Peter a lo lejos.
Ella
pegó las rodillas a la yegua y se sujetó bien hasta que Blair encontró un ritmo
cómodo para correr.
Bastaron
unos segundos para que Peter la alcanzara. Tenía el ceño fruncido, pero se
tranquilizó al ver que Lali sonreía. En lugar de detener los dos caballos, dejó
que Chuck tomara la delantera, con Blair siguiéndole de cerca.
La
brisa, fresca tras varios días de lluvia, azotó el pelo de Lali hasta liberarlo
del clip con el que lo llevaba recogido. El paisaje era una mancha borrosa,
aunque no lo suficiente como para no percibir el aroma de la lavanda en flor y
de la hierba fresca bajo los cascos de los animales. Podría acostumbrarse
fácilmente a todo aquello: a la libertad de alejarse de los problemas a lomos
de un caballo, a los kilómetros de campo abierto en los que perderse.
Llegaron
al límite del espacio abierto en cinco minutos y, una vez allí, redujeron la
marcha de sus monturas para abrirse paso entre los árboles. Además, Blair y Lali
tenían que recuperar el aliento.
—Fue
increíble.
Peter
miró a Lali fijamente a los ojos. Por primera vez en días, parecía relajado,
casi feliz. Lali creyó que le iba a decir algo, pero él bajó la mirada y tiró
de las riendas para dirigir a Chuck hacia el corazón del bosque.
—Esto
es tan bonito. Y tan tranquilo.
—Cuando
era niño, solía venir a caballo hasta aquí para escapar de mi padre.
—¿Tan
malo era? —Al parecer, la relación entre ambos había sido horrible, pero Peter
nunca le había explicado nada.
—Yo
no era como él.
—¿Y
eso era lo que quería? ¿Una miniatura de sí mismo?
Peter
asintió.
Lali
quería hacer más preguntas, pero cuando el camino empezó a estrecharse, Peter
se situó delante de ella. Pronto oyeron el rumor del agua por encima del ruido
de los caballos.
Cuando
los árboles se abrieron y apareció el arroyo, Lali entendió por qué Peter había
escogido aquel lugar para refugiarse. El agua cristalina saltaba sobre las
piedras formando una pequeña cascada y acariciaba las ramas y los troncos de
los árboles. La hierba y el musgo crecían en ambas orillas. Era imposible no
imaginar a Peter de pequeño sentado junto al arroyo tirando piedras.
—¿Esto
está dentro de la propiedad?
—Sí.
En total son unas doscientas hectáreas, pero este es el lugar más bonito de
toda la finca.
—Es
precioso, Peter.
El
camino terminaba en un pequeño prado con una cabaña en un extremo. En cuanto
salieron de la protección de los árboles, Peter se bajó del caballo.
—Los
dejaremos tomar agua antes de atarlos.
Lali
descendió de su montura. Le temblaban las piernas, pero la sensación resultaba
refrescante.
—¿Vienen
aquí muy seguido? —preguntó mientras los caballos bebían del arroyo.
—La
verdad es que no. Durante mucho tiempo yo fui el único que venía. Creo que
cuando me fui, Eugenia tomo la posta.
—Se
lo preguntaré.
Peter
guió los caballos hasta un poste y los ató, dejándoles suficiente cuerda para
que pudieran pastar a sus anchas por el prado.
—Ven,
que te muestro el interior.
Lali
se agarró de su mano y, deleitándose en la calidez que desprendían sus dedos
alrededor de los de ella, lo siguió hasta la entrada de la cabaña.
La
puerta se abrió con un pequeño empujón.
—¿No
la cierran?
—No
es necesario.
Al
entrar, Lali se quedó sin aliento.
En
el centro de la cabaña había una mesa lista para dos personas: servilletas de
lino, platos de porcelana y copas de cristal; junto a la mesa, una hielera con
una botella de vino enfriándose en su interior; encima de ella, bandejas de
plata repletas de comida.
—¡Ay,
Peter! esto es increíble.
—¿Te
gusta?
Se
giró hacia él y le pasó un brazo alrededor de la cintura. Levantó la mirada,
sonrió y acercó los labios a los de su esposo.
—Me
encanta.
Peter
aceptó el ofrecimiento con un beso corto, pero cuando ella se disponía a
separarse, la sujetó contra su cuerpo e inclinó la cabeza. Lo que había
empezado como una señal de agradecimiento pronto se convirtió en algo más
serio.
La
sensación que despertaban las manos de Peter acariciándole la espalda le
arrancó un gemido desde lo más profundo de su ser. Allí donde sus cuerpos
entraban en contacto, la temperatura subía al instante. Cuando hacían el amor,
era como si nunca pudieran tocarse lo suficiente. Peter le mordió el labio
mientras con una mano buscaba sus pechos.
—Soy
una mala persona —le dijo entre besos.
Ella
tiró la cabeza para atrás, sin terminar de entender sus palabras.
—¿Por
qué lo dices?
La
empujó suavemente hacia el interior de la cabaña y cerró la puerta tras él.
—Ni
siquiera hemos comido y ya me he abalanzado sobre ti.
Entre
risas, Lali se quitó los zapatos y lo ayudó a deshacerse de la chompa.
—¿Me
estás diciendo que la idea era solo comer?
Peter
le desabrochó la falda y la lanzó al otro lado de la habitación.
—Primero
comer, luego hacer el amor. Ese era el plan.
Lali
trazó la línea de la mandíbula de Peter con la lengua y luego siguió bajando por
todo su cuerpo.
—Hacer
el amor, comer... —murmuró, abriéndose paso por el pecho, entre risas—. Y hacer
el amor otra vez.
Sin
dejar de quitarle la ropa, Peter la fue empujando lejos de la comida hacia el
único dormitorio de la cabaña. A Lali apenas le dio tiempo a admirar la
delicadeza de las cortinas de encaje que enmarcaban las ventanas o la colcha
cosida a mano que cubría la cama. Cuando las vio, ya tenía a Peter encima.
—Me
encanta sentir tu peso sobre mi cuerpo —le dijo.
—Sí,
te encanta.
Con
gran habilidad, Peter consiguió desabrocharle el sujetador y lo lanzó al otro
lado de la habitación en cuestión de segundos. Luego le lamió un pezón,
describió un círculo alrededor de la punta y lo chupó.
—Sabes
a primavera —murmuró, antes de prestarle atención al otro pecho.
Esta
vez se tomó su tiempo para cubrirla de lametones lentos y acompasados,
arrancándole un escalofrío de placer con cada nuevo movimiento. Luego fue
bajando por su firme vientre, le quitó las medias y dibujó con la boca un
sendero por encima de la cadera y muslo abajo.
Cada
vez que hacían el amor, no tardaban en entregarse a la urgencia de la
penetración. Sin embargo, esta vez Lali presentía que sería diferente, más
pausado pero igualmente placentero. Peter deslizó la yema del pulgar por el
muslo de su esposa y, sujetando las braguitas con un dedo, le acarició la zona
más sensible de la cadera.
—Creo
que mi sustento —dijo, rozando la carne con una bocanada de su cálido aliento—
será antes y después de que nos comamos lo que hay sobre la mesa.
De
repente, Lali se sintió vulnerable. Por muy cómoda que estuviera encima de una
cama con él, ningún hombre la había besado jamás entre las piernas.
—¿Qué
te pasa? —preguntó Peter, entrecerrando los ojos preocupado y con la barbilla
peligrosamente cerca de su mojada ropa interior.
—No
he... —No era virgen, pero en aquello en concreto podía decirse que sí—. Nadie
me ha... —Bajó la mirada hasta su monte de venus y luego la volvió a levantar.
Un
destello de comprensión iluminó los ojos de Peter y en sus labios apareció una
sonrisa amable.
—¿Nunca?
Ella
respondió que no con la cabeza.
Peter
acercó los labios y le besó la piel que se extendía bajo el ombligo sin apartar
los ojos de los suyos.
—Me
gusta.
Con
aquellas dos palabras, Lali se olvidó de la vergüenza y se dejó llevar entre
los brazos experimentados de su esposo. Peter apartó la tela de la única prenda
que la cubría y buscó la cálida carne con la lengua. La besó una y otra vez,
rodeando su sexo con la boca abierta hasta que ella separó los muslos y le dejó
espacio para poder maniobrar. Besó, lamió y gimió hasta casi doblegar la
voluntad de Lali e incitarla a pedir más. Cuando rozó con los labios el punto
más sensible de todo su cuerpo, ella estuvo a punto de levantarse de la cama de
un salto. Peter la retuvo describiendo círculos con la lengua, provocándola y
arrancando pequeños espasmos de lo más profundo de su cuerpo. La intensidad del
orgasmo que se estaba formando en su interior no se parecía a nada que Lali
hubiese experimentado. Peter la llevó al límite para luego obligarla a
retroceder, con las uñas clavadas en sus hombros.
Era
una tentación, un profesor que le enseñaba a ansiar lo que aún estaba por
llegar, y lo único que podía hacer ella era suplicar más.
—Por
favor.
Con
un lametón rápido y una ligera presión, Lali sintió que se abrían las
compuertas y gritó. Todo su cuerpo tembló mientras ella disfrutaba de aquella
sensación tan intensa hasta el final.
Cuando
por fin se atrevió a abrir los ojos, lo primero que vio fue la sonrisa de Peter
a escasos centímetros de su cara. No había dejado de acariciarla ni un segundo
para que tuviera tiempo de recuperarse.
—Eres
malvado —murmuró Lali con voz grave.
Él
la besó suavemente en los labios.
—Y
tú muy sexy. Ahora que ya sé a qué
sabes, te aviso que querré más.
Lali
le acarició la cintura y se sorprendió al descubrir que se había quitado la ropa.
Recibir y no dar a cambio era algo que no iba con ella, de modo que sonrió y lo
empujó de espaldas sobre la cama para tomar la posta. Siguiendo su ejemplo,
trazó la línea de su cadera primero con los dedos y luego con la lengua. El
sabor entre el almizcle y la sal de la piel de su marido le estimuló las
papilas gustativas hasta que no pudo evitar que se le hiciera la boca agua.
—¿Debería
preocuparme? —susurró Peter cuando Lali rozó su erección con la mejilla.
—¿Qué?
—preguntó ella, haciéndose la inocente—. Lo he visto en las películas. —No era
cierto, pero quería que Peter lo creyera. En eso sí que tenía algo de
experiencia. Además se explicaba en algunos de los libros que leía de vez en
cuando. Al parecer, muchos autores se conocían la mecánica al dedillo.
—Pero...
Lali
lo atrajo a las profundidades de su boca.
—Dios.
—Peter gimió y levantó un poco la cadera, suplicando más.
Lali
sonrió sin alejarse, sin dejar de lamer y saborear, y deseando darle placer
casi tanto como a sí misma. El olor a almizcle y a sexo le embargaba los
sentidos mientras lo llevaba al límite del placer para retirarse un segundo
antes. Habría continuado gustosa, pero Peter la apartó suavemente.
—Demasiado.
—¿No
te gusta? —preguntó ella para provocarlo, consciente de que le encantaba lo que
le estaba haciendo. Quería llegar hasta el final, al igual que lo había hecho
él con ella.
—En
otro momento —respondió Peter antes de agarrar su billetera del pantalón y
sacar un preservativo.
Lali
lo ayudó a ponerse la fina capa de látex y se subió encima de él. Cuando se
besaron, el sabor de sus salivas se hizo uno. Peter se abrió paso entre sus
piernas, llenando hasta el último centímetro, dilatando la carne con su
impaciencia. Empujó para que sus cuerpos se encontraran, se retiró y volvió a
empujar. Tenía los dedos hundidos en el pelo de Lali y la sujetaba con fuerza
mientras el cuerpo de ella respondía con una pasión y un deseo renovados.
Lali
nunca tenía suficiente. Sus pechos acariciaron el suave vello del torso de Peter.
Él sentía que el corazón se le estrellaba contra las costillas con cada latido,
como si quisiera saltar al pecho de su amante. Por mucho que Lali se dijera a
sí misma una y otra vez que el tiempo que pasaban juntos solo era una forma de
aliviar sus necesidades mutuas, de satisfacer sexualmente al otro, no podía
evitar que trocitos diminutos de su corazón se fundieran con el de su esposo.
Se
movían al unísono, tensos como las cuerdas de un violín, hasta que ella no pudo
más y se dejó arrastrar por la corriente. Peter la sujetó contra su cuerpo y le
gimió al oído mientras se alejaba cuesta abajo con ella.
El
mundo dejó de dar vueltas a su alrededor. Peter le susurró palabras dulces al
oído y de repente Lali supo que se había metido en un problemón. Enamorarse de
su esposo no formaba parte del plan. Y a pesar de la sinceridad que se habían
demostrado hasta entonces, a Lali no le pareció conveniente hablar de sus
preocupaciones en voz alta.
Se
apartó de sus brazos enseguida. Todavía no había recuperado el aliento y el
calor que habían desprendido sus cuerpos, y que aún flotaba en el ambiente, empezaba
a afectarle. Pero justo entonces oyó el sonido de sus tripas: la escapatoria
perfecta.
—Me
muero de hambre.
Albany
Hall se llenó de gente, todos deseosos de ver a la nueva duquesa, la mujer con
la que Peter finalmente se había casado. La gente murmuraría a sus espaldas, de
eso él no tenía la menor duda, pero nadie se atrevería a mostrar nada que no
fuera respeto hacia él y hacia su esposa.
Sorprendió
a Lali al fondo de la sala, hablando con Eugenia y con una pareja. Su mujer
había escogido un vestido de noche increíble de color marfil con un escote que
le caía hasta el final de la espalda. Peter le había regalado un collar con una
esmeralda en el centro y unos aretes a juego. Los zapatos, de aproximadamente diez
centímetros de alto, asomaban por una abertura en la seda que le llegaba hasta
el muslo. Aquella mujer era increíble. Tenía esa elegancia que no se puede
aprender y una belleza nada superficial. Peter estaba orgulloso de poder gritar
a los cuatro vientos que aquella era su esposa.
Agustín,
que había viajado para la ocasión, estaba junto a él.
—No
doy crédito a la transformación que ha sufrido tu mujer —le susurró al oído
para que solo su amigo lo escuchara.
—Es
preciosa.
Lo
extraño era que a él no le habían sorprendido los cambios. Era como si Lali
estuviera floreciendo ante sus ojos, cada día con un poco más de luz y de
seguridad en la forma de andar.
—Es
más que eso. —La mirada de Agustín se clavó en uno de los abogados de Parker y
Parker que estaba al otro lado del salón—. ¿Cómo te va?
Peter
no tenía intención de comentar los detalles del testamento en un lugar lleno de
indiscretos oídos.
—Perfecto.
En unos días volvemos a Buenos Aires. Eugenia quería venirse con nosotros, pero
al final logré convencerla para que entienda que Lali y yo necesitamos pasar
tiempo a solas antes de empezar a invitar a la familia.
Agustín
se rió.
—¿Y
funcionó?
—Por
supuesto.
¿Por
qué no? Más de la mitad de la familia los había visto llegar el día anterior,
después de la escapada a la cabaña. Tras hacer el amor, comer y encontrar un
lugar soleado sobre la hierba para hacer el amor por segunda vez, llevaban la
ropa y el pelo hecho un auténtico desastre. Era imposible no deducir lo que
había pasado.
—Cuidado,
Peter.
Peter
levantó la copa y miró a su amigo por encima del borde.
—¿Cuidado
con qué?
—Hay
algo distinto en ti. Ve con cuidado.
Peter
se enderezó.
—Siempre
lo hago.
Lali
se dirigía hacia ellos con una sonrisa en los labios. Peter bajó la copa y
deslizó un brazo alrededor de su cintura.
—¿Te
acuerdas a Agustín?
—¿Y
quién no? —Lali se inclinó hacia el amigo de su esposo y este la besó en la
mejilla. A pesar de que su mejor amigo no suponía una amenaza para él, a Peter
no le gustó ver cómo se iluminaban los ojos de su esposa al mirar a Agustín—.
¿Ya te contrataron para alguna novela?
Agustín
soltó una carcajada. Lali bromeaba con su apariencia, tan propia de galán de
novela que, si alguna vez se cansaba de intentar labrarse una carrera en la
política, podría conseguir fácilmente un papel en la televisión.
—Aún
no. Supongo que sigo a la espera.
El
brazo de Peter que rodeaba la cintura de su esposa se puso tenso.
—Tu
madre sugiere que pasemos al salón de baile para comenzar. Parece que nadie
tiene intención de salir a bailar hasta que tú y yo hayamos bailado un par de canciones.
La
idea de tener a Lali tan cerca de su cuerpo era suficiente para inspirar sus
dotes como bailarín.
—Si
nos disculpas.
Agustín
asintió mientras la pareja se alejaba.
—¿Te
dije lo hermosa que estás esta noche? —le susurró Peter al oído.
—Sí,
me dijiste. Tú tampoco estás nada mal.
Peter
sonrió halagado. Al final se había decidido por el esmoquin. ¿Por qué no? No
habían tenido la oportunidad de ponerse elegantes para el casamiento y aquello
era una buena manera de compensarlo.
Hicieron
su entrada en el salón de baile. En una esquina, un cuarteto de cuerda
amenizaba la velada. Cuando los músicos se percataron de su presencia,
terminaron la canción que estaban tocando y pasaron a la siguiente.
En
cuanto la música empezó a sonar, Peter guió a Lali hacia el centro del salón y
abrió los brazos para recibirla. Ella apoyó las manos en sus hombros y ambos
empezaron a moverse al ritmo de la música.
—La
gente nos mira —susurró Lali, con las mejillas teñidas de la vergüenza.
Peter
deslizó la mano por el borde del vestido hacia la curva de su espalda y la
atrajo más cerca.
—Es
lo que se suele hacer cuando los recién casados bailan. Además —bromeó al
sentir que se ponía aún más tensa—, seguro que están esperando a que tropiece
—. Y la hizo girar sobre sí misma, pegados el uno con el otro.
—Pues
van a esperar un buen rato, porque se nota que sabes lo que estás haciendo.
Peter
cogió la mano con la que su esposa le rodeaba el cuello y juntos dibujaron una
nueva figura.
—He
bailado un par de veces.
—O
tres o cuatro.
Lali
se dejó llevar entre los brazos de Peter. Cuando sonó la última nota, se
estaban mirando a los ojos. Peter se inclinó hacia ella y la besó.
El
salón se llenó con el destello de los flashes y varias personas aplaudieron
antes de que el cuarteto tocara la siguiente canción. Esta vez la pista se
llenó rápidamente.
—¿El
beso era para las cámaras? —le susurró Lali al oído, poniéndose en puntitas de
pie.
—Ese
beso era para ti —respondió él con una sonrisa—. Pero este otro... —Rodeó a Lali
con un brazo, la obligó a echarse hacia atrás y la besó de nuevo en los
labios—. Este sí es para las cámaras.
Lali
se mordió el labio y sonrió.
—Jesús,
y yo que creía que a la realeza no les gustaban las muestras de afecto en
público.
Peter
soltó una carcajada.
—Y
los dos sabemos cuánto me gusta ser parte de esto.
Siguieron
girando al ritmo de la música, sin dejar de reír, hasta que Peter notó una mano
en el hombro. Miró hacia atrás y vio a su amigo Agustín sonriendo.
—¿Les
importa si interrumpo?
Estuvo
a punto de mandarlo de paseo, pero al final asintió y dejó que bailara con su
esposa.
Los
siguió con la mirada mientras daban vueltas por la pista, preguntándose qué le
estaría diciendo Agustín para que ella se riera tanto.
—Tranquilo,
hermanito —se burló Eugenia, que había aparecido a su lado—. Solo están
bailando.
—¿Qué?
—Peter parpadeó y miró a su hermana.
—Que
solo están bailando. Y esperaba que tú bailaras conmigo —dijo, tirando de la
mano de su hermano hasta que este accedió—. ¿Sabes? Me cae muy bien.
Peter
tuvo que girar con Eugenia entre los brazos para no perder a Lali de vista.
—Tú
también le caes bien.
—Es
mucho más agradable que cualquiera de las chicas con las que has salido antes.
Sé muy bien por qué te casaste con ella. Y eso sin tener en cuenta que además
es argentina, lo cual hubiera enojado a papá.
Al
oír aquellas palabras, Peter centró toda su atención en Eugenia.
—No
me casé con ella para darle la contra a nuestro difunto padre. —No, se había
casado con ella por su culpa.
—Pero
tampoco está de más saber que él no lo habría aprobado.
¿Tan
transparente era que incluso su hermana era consciente de sus traumas? ¿Y si
todo el esfuerzo, todas las mentiras, tenían como único objetivo disgustar a un
hombre muerto? ¿Qué pasaría cuando Peter se liberara de toda la animosidad y el
dolor del pasado?
—No
frunzas el ceño, Peter. La gente creerá que estamos discutiendo.
Peter
hizo girar a su hermana y se obligó a sonreír.
—Y
tú, Euge, ¿nunca pensaste en darle la contra a papá?
—No
—respondió ella, sacudiendo la cabeza—. Mamá me necesitaba a su lado. ¿Te
imaginas quedarte aquí a solas con él?
Peter
parpadeó al oír las palabras de su hermana.
—No
me lo imagino, pero dudo que mamá quisiera que sus hijos renunciaran a vivir su
vida por ella.
Eugenia
le dio unas palmadas en el brazo.
—Lo
sé. Hemos hablado de viajes, de ver el mundo sin tenerla siempre a mi lado.
Supongo que ahora que has sentado cabeza, mamá se centrará más en ti y en tu
familia.
—Solo
somos Lali y yo.
—Por
favor, que no estoy ciega. No tardarán mucho en aumentar la familia.
La
canción llegaba a su fin y, por suerte, daría por concluido el baile con su
hermana.
—Ni
siquiera hemos cortado la torta, Eugenia. No empecemos a pensar en futuras tortas
de cumpleaños.
Pero
su mente ya lo hacía desde que Iván había contaminado sus planes y sus
intenciones con un obstáculo más.
Los
hermanos se separaron. Peter buscó a Lali con la mirada, pero por desgracia, su
tía lo acorraló para que bailara con ella, y Lali cayó en los brazos de uno de
sus retorcidos primos.
La
fiesta se alargó hasta altas horas de la madrugada. Los invitados que habían asistido
de lejos pasaron el resto de la noche en alguna de las numerosas habitaciones
de la mansión, mientras que los que vivían por la zona regresaron a sus casas.
Una
vez en el dormitorio, Lali se quitó los zapatos junto a la puerta y hundió los
dedos de los pies en el suave tejido de la alfombra.
—Ah,
qué placer.
—Empezaba
a creer que algunos de los invitados no pensaban irse nunca.
—¿Irse?
Un grupo de hombres se ha retirado al salón azul a fumar y jugar cartas. Por su
forma de hablar, cualquiera diría que son caballeros ingleses del siglo XVIII.
Peter
se quitó la corbata y los zapatos.
—¿A
qué te refieres?
—Uno
de ellos, creo que se llamaba Gilbert...
—Gilabert
—la corrigió Peter, visualizando la imagen del hombre—. Dinero viejo como su
padre y costumbres talladas en piedra.
—Un
nombre de lo más exótico, pero da igual. La esposa de uno de sus compañeros de
póquer ha preguntado si podía unirse y el tal Gilabert la ha rechazado. «De
ninguna manera. No está permitida la entrada a mujeres.» —Lali había bajado la
voz e imitaba la forma de hablar del hombre fingiendo un dejo británico en la
pronunciación.
—Muy
propio de él.
—Si
me lo hubiese dicho a mí, me habría sentado a lado solo para molestarlo.
A
Peter le habría encantado poder presenciar eso.
—Multiplícalo
por diez y tendrás a mi padre.
Lali
abrió los ojos como platos, horrorizada.
—Lo
siento mucho, Peter.
—Yo
también.
Lali
entró al vestidor sacudiendo la cabeza y Peter empezó a sacarse la camisa.
—Somos
un desastre, los dos —dijo ella desde la otra estancia.
—¿En
serio? ¿Por qué lo dices?
—Nuestros
padres nos la jugaron bien jugada. El tuyo se niega a resignarse a su tumba y
sigue tomando decisiones a diestra y siniestra, y el mío me obliga a
cuestionarme la sinceridad de cada hombre que pasa por mi vida.
Peter
dejó la camisa sobre el respaldo de una silla antes de desabrocharse los
pantalones.
—No
parece que te cuestiones la mía.
—Pero
lo hice, al principio. Esos días ya pasaron al olvido. Me acostumbré a ti.
—¿En
serio? —preguntó Peter, sonriendo.
—Has
sido sincero conmigo desde el principio. Y te admiro por ello.
De
pronto el duque no supo qué decir. Debería aprovechar la ocasión, contarle el
nuevo e insignificante problema que el abogado había sacado a flote, pero tenía
la boca más seca que el desierto.
—Me
sorprendí cuando algunos de tus colegas me contaron que eres implacable en los
negocios. Supongo que es un aspecto de ti que no conozco.
Era
implacable y mucho más. Juan Pedro Lanzani nunca perdía. Sus ojos no se alejaban
ni un segundo del objetivo que se hubiera marcado.
—¿Alguien
te habló mal de mí?
—Por
favor, Peter, sabes que no lo habría permitido. No, nada de críticas, solo
información. Ha sido un poco extraño. Incluso el abogado... ¿Cómo se llama? Peter
sintió que el corazón le daba un vuelco.
—¿Iván
Parker?
—Ese
mismo.
Tenía
que sentarse cuanto antes. Menos mal que tenía la cama detrás.
—Me
ha dicho que tu padre y tú son tal para cual cuando se trata de ser despiadados
para conseguir lo que quieren. No he podido evitar reírme. He recordado la cena
en el restaurante de Buenos Aires, tú sentado frente a mí diciéndome que todo
el mundo tiene un precio. Por un momento me pareció que Iván quería decirme
algo, pero yo no paraba de reírme. Creo que cuando se ha ido estaba molesto
conmigo.
Peter
suspiró aliviado. Iván había mantenido la boca cerrada. Gracias a Dios.
No
es que tuviera intención de ocultarle indefinidamente la nueva cláusula a su
esposa, solo necesitaba más tiempo para encontrar una alternativa, algo a lo
que agarrarse para poder quedarse con la herencia sin tener que renunciar a Lali.
Bueno,
al menos durante un año.
Menos
de doce meses.
Lali
carraspeó desde el otro lado de la habitación, desde donde lo observaba apoyada
en el marco de la puerta.
Se
había puesto un babydoll de encaje
blanco con una prenda interior minúscula a juego que apenas tapaba nada. El
pelo, que durante toda la noche había tenido recogido en un moño alto, caía
ahora sobre sus hombros como una hermosa cascada. En la mano sostenía una caja de
condones vacía.
—Por
favor, dime que tienes más de estos —le dijo, haciendo girar la caja entre dos
dedos.
—Y
yo que suponía que esta noche estarías demasiado cansada. —Y él también. Sin
embargo, su cuerpo cobró vida cuando ella se acercó cruzando la habitación y
moviendo las caderas al ritmo del latido de su corazón.
Peter
ya se había quitado la ropa interior y Lali no pudo evitar bajar la mirada.
—Parece
que tú no estás cansado.
Lali
deslizó una mano por el pecho de Peter y él respiró profundamente,
embriagándose del aroma de su piel. Trescientos sesenta y cinco días no
parecían suficientes.
—Además
—le susurró Lali al oído con su voz más grave y sensual—, no hemos celebrado
nuestra noche de bodas como Dios manda. Propongo que recuperemos el tiempo
perdido. —Golpeó la caja contra el pecho de Peter—. Pero necesitamos más de
estos. Cuando regresemos a Buenos Aires, voy a ir al ginecólogo, pero hasta
entonces tenemos que tener cuidado.
—En
mi maleta —dijo él—. Yo los saco. —No quería sentirse tentado a tomar lo que
ella no parecía dispuesta a darle, así que se dirigió al vestidor y encontró
una caja medio vacía de preservativos.
Cuando
volvió a la cama, Lali ya se había estirado sobre las sábanas, con una rodilla
en alto en forma de ofrecimiento. Peter desterró todo pensamiento sobre
abogados, sobre el mañana o sobre el año que le esperaba, y le hizo el amor a
su mujer.
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