domingo, 7 de junio de 2015

Absurdo Plan: Capítulo 8

Capítulo 8:

Las ventajas de tener un avión privado eran aún más agradables con una mujer al lado. Hicieron el amor y luego durmieron unas horas, lo cual debería haber sido suficiente para relajarse y llegar a Gran Bretaña descansados. Sin embargo, mientras el avión descendía, Peter percibió el nerviosismo de Lali e hizo todo lo que estaba a su alcance para distraerla.

            Había reservado habitación en un hotel cercano al aeropuerto. Allí pasarían la noche, y se reunirían con su familia al día siguiente en Albany. Sin embargo, su familia tenía otro plan en mente.

            Tocaron tierra a primera hora de la mañana, aunque para ellos seguía siendo última hora de la tarde. Por la forma en que Lali movía las manos, Peter sabía que su esposa tenía los nervios a flor de piel.

            Bajaron del avión, él rodeándola con un brazo. Siguiendo su consejo, Lali se había cambiado de ropa y tenía puesto un jean gastado y un polo de manga larga. «No hace falta que te pongas guapa para el chófer», le había dicho, asegurándole que tendrían tiempo para dormir, darse una ducha y vestirse adecuadamente antes de realizar algo importante.

            Sin embargo, cuando la limusina que había pedido se detuvo junto al avión y se abrió la puerta trasera, Peter y Lali se quedaron petrificados al ver uno de los tacos de la madre de él apoyándose en el suelo.

            —Me dijiste que no veríamos a nadie en el aeropuerto —murmuró Lali entre dientes.

            —Y así es.

            Era evidente que la mujer que acababa de bajarse del asiento trasero de la limusina era su madre. El chófer sostenía un paraguas en alto encima de ella para evitar que las gotas de lluvia que caían sobre la pista le arruinaran el peinado que sin duda un peluquero había tardado horas en crear.

            A pesar del horrible matrimonio por el que había pasado, Claudia Lanzani aparentaba diez años menos de los que tenía en realidad. Tenía el pelo de color marfil y lo llevaba recogido bajo un elegante sombrero. Vestía un abrigo largo y gris, una falda pegada y una blusa. Su madre siempre iba vestida al detalle. A pesar de que el sol se había escondido tras una gruesa capa de nubes, la madre de Peter tenía unos lentes de sol enormes, bajo los cuales escondía sus ojos y los sentimientos que estos pudieran revelar.

            —Entonces, ¿quién es esa?
            Peter tragó saliva. Si algo había aprendido de su mujer era su tendencia a la inseguridad. Tras la actitud guerrera de Lali se escondía un poderoso deseo de ser aceptada.
            Estaba seguro de que la idea de sugerirle que se quitara el traje de seda y se pusiera cómoda acabaría explotándole, sin lugar a dudas, en la cara.

            —Es mi madre.
            Lali vaciló, pero Peter la ayudó a seguir adelante poniendo una mano sobre su espalda y empujándola con firmeza.

            —Pero...

            —¿Mamá? —Peter retiró la mano de la espalda de Lali el tiempo justo para darle dos besos a su madre—. No te esperábamos. —Parecía despreocupado, pero confiaba en que su voz transmitiera el descontento que sentía en aquel momento.

            —No podía permitir que tu esposa y tú aterrizaran sin una bienvenida.
            Peter volvió al lado de Lali y la empujó para que diera un paso al frente.

            —Lali, mi madre, Claudia. Mamá, esta es mi esposa, Lali.
            La madre permitió que sus labios esbozaran una sonrisa.

            —Un placer —dijo, ofreciéndole la mano a su nuera.
            —Oí hablar mucho de usted.

            —¿Es verdad eso? Yo prácticamente no sé nada de ti.
            Lali se puso tensa y Peter tuvo que interponerse entre las dos mujeres.

            —Estamos aquí para solucionarlo —le dijo a su madre—. No deberías haber venido. Ya sabes lo largos que son los viajes desde Argentina.
            Claudia palmeó el hombro de su hijo.

            —Estoy segura de que tuvieron tiempo suficiente para descansar durante el vuelo.

            —Llevamos unos días muy ocupados, como puedes imaginarte. Nos gustaría dormir unas horas.
            La madre miró al chófer que sostenía el paraguas sobre su cabeza y luego el auto.

            —En ese caso, será mejor que partamos cuanto antes.
            Peter sintió que empezaba a perder el control. Lo peor fue que Lali no dijo absolutamente nada. Se limitó a mirarlos, primero a uno, luego al otro, con los labios sellados.

            —Reservé una habitación en el Plaza.

            —Eso es una estupid...

            —¡Mamá! —Peter ya había tenido más que suficiente.

            —Claudia. No te importa que te tutee, ¿no? —preguntó Lali, que por fin había recuperado la voz.

            —Por supuesto que no, querida.

            —Bien. Como puedes ver, necesito darme una ducha con suma urgencia y recuperar unas horas de sueño. Espero que seas tan amable de esperar en Albany hasta nuestra llegada, hasta que Peter y yo nos hayamos quitado de encima al menos parte de este horrible jet lag. —Lali escogió un tono y unas palabras muy formales, tanto que Peter no la había oído hablar así hasta entonces.

            —Supongo que tienes razón.
            Lali tomó el brazo de Peter y se apoyó en él.

            —Te agradezco que hayas venido hasta aquí solo para recibirme. No sabes cuánto significa para mí.

            Peter se había quedado nuevamente sin palabras. Ayudó a su esposa y a su madre subirse en la parte trasera del auto y luego se unió a ellas. En cuanto la puerta se cerró, Lali se acurrucó contra su marido.

            —Amé tu abrigo. Es precioso —le dijo Lali a su suegra.

            —Gra... gracias.

            —Espero que me digas dónde te lo compraste. Lamentablemente, no tengo nada parecido y, por cómo está el cielo, creo que voy a necesitar uno mientras esté aquí.

            —Por supuesto, querida. Tendremos tiempo de sobra para ir de compras.
            La preocupación de Peter por la inesperada aparición de su madre empezó a desvanecerse.

            —Mi mujer y mi madre de compras. ¿Debería preocuparme? —se burló.

            —Depende —respondió Lali.

            —¿De?

            —De si tu hermana se suma. Tres mujeres y una tarjeta de crédito sin límite son un auténtico peligro.

            Todos rieron. Y a pesar de las diferencias más que evidentes entre su madre y su esposa, a Peter no le preocupaba la posibilidad de que no se llevaran bien. Lali había prestado atención a la descripción de los hábitos de su madre en cuanto al dinero, y la estaba utilizando para ganarse su afecto. Para cuando llegaron al Plaza, Peter estaba seguro de que su mamá ni siquiera se había fijado en el jean y los zapatos que tenía puestos Lali. Así como también sabía que en cuanto pudiera, su esposa le prendería fuego a toda su vestimenta.

            Afortunadamente, su madre se despidió de ellos en la puerta y no los siguió al interior del hotel. Todavía estaba amaneciendo y la recepción estaba vacía. El botones los acompañó rápidamente hasta la habitación. Peter le dio una propina y cerró la puerta tras él.
            Por fin estaban solos. Lali se quitó los zapatos y se dejó caer en el sofá.

            —Puede que tu madre termine cayéndome bien, aunque antes tendré que superar el hecho de que nos tendiera una emboscada en el aeropuerto.

            —Le pedí que nos esperara en Albany.

            —Es tu mamá. Tiene curiosidad.

            —Aun así, debería haber esperado. —Y así se lo haría saber en cuanto tuviera una oportunidad.

            —Necesitaba comprobar con sus propios ojos que no estoy embarazada de cinco meses.
            Peter acababa de poner su maleta sobre la cama cuando entendió las palabras de Lali.

            —¿Embarazada?

            —Por favor, ¿no te diste cuenta de que no dejaba de mirarme la barriga?
            No, ni siquiera se le había ocurrido.

            —No lo dices en serio.

            —Muy en serio. Era una misión de reconocimiento. Primero para saber si tiene un nieto en camino y segundo para asegurarse de que no soy un desastre sin clase.
            Peter se apoyó en la estructura de la cama y se preguntó si Lali tendría razón.

            —¿Cómo puedes estar tan segura?

            —Las mujeres son criaturas emocionales. Todo está en sus ojos. Cuando tu madre se quitó los lentes, pude leer cada mirada, cada movimiento.
            Peter se encogió de hombros.

            —Creo que te llevaré conmigo al próximo consejo de administración. Parece que eres buena con el espionaje.

            —Estudié psicología como segunda especialidad.

            —Podrías haber hecho carrera en la justicia.

            —No creo. Por el historial de mi padre y todo eso.

            Lali se levantó del sillón y puso punto final a la conversación. Había dolor en su mirada. Sacó algunas cosas de la maleta y se dirigió al baño. Su padre la había marcado de por vida. Desgraciadamente, Peter no sabía cuán profundas eran las heridas. Tendría que descubrirlo.
             
            Lali apenas había tenido tiempo de apoyar la cabeza en la almohada cuando Peter la despertó. Se dio una ducha larga con agua muy caliente y picó algo de comer —la comida le provocaba náuseas— antes de partir hacia Albany. La idea de que la familia de Peter observara cada uno de sus movimientos le ponía la piel de gallina. Era consciente de que se había librado del primer interrogatorio de la madre de Peter, pero no sabía si sería capaz de repetirlo ahora que Claudia estaría en su terreno.

            Estaba preparada para conocer a la familia al completo. Había escogido para la ocasión un sastre de saco y falda color óxido. Peter no se había molestado en preguntarle por qué había dejado el jean y el polo en el hotel, dentro del tacho de basura de la habitación para ser más concretos. Simplemente se había reído al verlos. ¿Qué otra cosa podía hacer? Nunca debería haber llevado esa ropa y mucho menos habérsela puesto el día en el que Claudia había decidido hacer su aparición. Si volvían a sorprenderla, sería vestida con sus mejores galas. Para ello se aseguró de que toda la ropa que llevaba fuera acorde con el gusto de la anterior duquesa de Albany, tal vez unas décadas más joven en cuanto al estilo pero siempre digna de la mujer que caminara del brazo de Peter.

            De camino a Albany Hall dejó de llover. Londres se desvaneció lentamente y el paisaje se llenó de verdes colinas. Lali intentó relajarse en el asiento junto a su esposo mientras este hablaba de su hermana, que tenía aproximadamente la misma edad que ella.

            —Eugenia siempre quiso que yo sentara cabeza.
            Lali sintió que se le revolvía el estómago al escuchar aquellas palabras.

            —¿No te preocupa...? —Dejó que la pregunta quedara suspendida en el aire y sus ojos se posaron en el chófer. Quería preguntarle si le preocupaba que su hermana le tomara cariño a su nueva cuñada en el poco tiempo que duraría su matrimonio.
            Peter permaneció en silencio unos segundos y su rostro se cubrió de incertidumbre.

            —Eugenia y tú se llevarán bien. Es muy buena persona. Tal vez un poco consentida, pero no tiene mala intención.

            Lali dejó aquella conversación para otro momento más apropiado, cuando ambos pudieran hablar a solas. Empezaba a preocuparle la posibilidad de decepcionar a toda la gente que estaba a punto de conocer. De pronto se acordó de su padre, de los días previos a que lo detuvieran.

            Como licenciada de ciencias empresariales, Lali pasaba muchas horas fuera de clase discutiendo con los profesores sobre el éxito de su padre. Incluso Gustavo, su novio en ese tiempo, quería saberlo todo de Carlos Espósito y su pequeño imperio económico e inmobiliario.

            Gustavo era encantador, carismático y más astuto que un zorro esperando junto a una madriguera a que el conejo asomara su pequeña y peluda cabeza.
            Lali era el conejo que no sabía que estaban jugando con ella.

            Y pensar que se había acostado con el hombre que acabó metiendo a su padre tras las rejas... Qué estúpida era. Habían estado saliendo, quedando para estudiar, o eso creía ella, y deshaciendo un buen número de camas. Mientras tanto, Gustavo grababa todas las conversaciones, en las que le hacía preguntas en apariencia inocentes pero que habían resultado cruciales para construir las acusaciones contra su padre.

            Incluso ahora, años más tarde y sentada junto al que iba a ser su esposo durante un breve espacio de tiempo, Lali se enfermaba al recordarlo. Entonces no había sido consciente de estar revelando pruebas cruciales contra su padre, pero los pecados del viejo eran una bola de nieve cada vez más grande que acabó por matar a su madre y arruinar la vida de Vanessa.

            Lali recordaba el día en que Gustavo le había contado la verdad sobre su identidad, cómo había permanecido inalterable mientras un agente la amenazaba con la encarcelación de su madre si no colaboraba en la investigación. Le hablaron sobre los agujeros en las prácticas empresariales de su padre y le revelaron que habían instalado micrófonos por toda la casa.

            —Tenemos razones para creer que su madre sabe más de lo que aparenta sobre los delitos de su padre. Si usted no nos demuestra lo contrario, ambos acabarán entre rejas.

            Lali sabía que su madre no estaba enterada de los negocios de su padre, pero estaba demasiado desconcertada para preguntar por qué un agente querría obligar a una hija a probar la inocencia de su madre. Al final, Gustavo y sus amigos solo la utilizaron para atrapar a su padre. Sabían que su madre, María José, no tenía nada que ver con los planes de su padre.

            Lali reflexionó sobre muchas de las cosas que su padre había hecho a lo largo de los años. Tenía socios, o eso decía él, pero Lali nunca los había conocido. No fue hasta su primer año de universidad, cuando uno de sus profesores le preguntó por la profesión de su padre, que empezó a sospechar. No pudo darle una respuesta concreta sobre qué hacía para ganar dinero, solo que lo ganaba, y mucho.

            En cuanto a su madre, era la esposa de un hombre rico. Comía con la élite, nunca lavaba los platos y miraba hacia otro lado cuando su padre tenía una aventura. Siempre iba perfectamente vestida y no permitía que Vanessa o ella salieran de casa con ropa que pudiera parecer gastada o barata.

            El primer año de universidad le abrió los ojos sobre cómo funcionaba el mundo. Sus compañeras, que desaparecieron como cucarachas cuando su padre ingresó en la cárcel, le enseñaron a administrar el dinero. Dos de ellas provenían de matrimonios rotos y tenían una habilidad especial para separar el dinero de papá de los gastos de cada día y así poder irse de vacaciones en primavera con el resto de las chicas. La llevaron a centros comerciales y grandes tiendas donde no tenía por qué pagar una pequeña fortuna por las cosas comunes. Lali le había contado a su madre con orgullo cómo estaba administrando el dinero para reducir a la mitad el presupuesto que le había asignado su padre.
            María José miró la ropa de Lali y se negó a seguir escuchando.

            —Ninguna hija mía va por ahí vestida así.

            Ofendida pero decidida a que la mente cerrada de su madre no le impidiera seguir aprendiendo sobre las finanzas del mundo real, Lali continuó depositando cada mes casi la mitad de la mensualidad que le daba su padre en una cuenta aparte. Esa cuenta la salvó cuando la policía confiscó todo el dinero de la familia.

            Ahora que Lali había recuperado el estilo de vida de antes, le preocupaba enormemente decepcionar a Claudia, a Eugenia y a toda la familia cuando, en menos de un año, les llegara la noticia de su separación.

            Peter cubrió las manos de Lali con una de las suyas, llamando su atención sobre el incesante modo de retorcerlas sobre su regazo. Lali buscó sus hermosos ojos verdes y en ellos encontró compasión. «Probablemente cree que estoy nerviosa por conocer a su familia.»
            No tenía la menor idea de que sus preocupaciones eran mucho más profundas.
            Por primera vez desde que llevaba el anillo de casada, Lali empezaba a cuestionarse sus decisiones.

            ¿Y si decía o hacía algo que lo arruinara todo y la madre y la hermana de Peter se quedaban sin nada? ¿Sería Claudia capaz de soportarlo?
            Un escalofrío le recorrió el cuerpo.
            ¿Y si Claudia seguía los pasos de su madre?
            Lali sacudió la cabeza y desterró los recuerdos del entierro de su madre.

            —Todo va a salir bien.
            De repente, Lali ya no estaba tan segura de ello. Albany Hall se materializó ante sus ojos mientras la limusina recorría el camino que llevaba a la casa.

            —Dios —murmuró entre dientes.

            El hogar en el que Peter había pasado su infancia tenía el tamaño de un pequeño castillo. Dos alas sobresalían de una estructura central. Lali contó tres pisos pero no descartó la posibilidad de que hubiese un sótano enorme bajo tierra. Según Peter, la casa tenía treinta y cinco dormitorios, sin contar los del servicio. También había un salón de baile y un conservatorio, una biblioteca con más libros de los que nadie pudiera leer en su vida y varios ambientes, bautizados según el color de la decoración.

            —El salón azul está junto a la entrada y el rojo al lado.

            Al bajarse de la limusina y entrar en el mundo de su marido, Lali se sintió un poco como Cenicienta la noche del baile, solo que en su versión del cuento el reloj no marcaría las doce de la noche hasta al cabo de un año. Eso debería ser suficiente para que se sintiera más segura, al menos durante un tiempo, pero no dejaba de imaginarse calabazas, ratones corriendo entre sus pies, zapatos de cristal y reproches.

            —¿Lista? —preguntó Peter antes de guiarla hacia el interior de la casa.
             
            Si Eugenia Lanzani tenía alguna duda sobre la presencia de Lali junto a su hermano, lo disimulaba increíblemente bien. En cuanto Lali hizo su aparición en la enorme mansión de la familia, Eugenia se agarró del brazo de su recién estrenada cuñada y no la volvió a soltar. Era joven, guapa, llena de vida y sin duda alguna muy consentida. Claudia la recibió con una sonrisa y le presentó a una tía por parte materna, al tío de Peter y a dos primos que la observaron detenidamente.
            El personal de la casa esperaba a un lado, listo para recoger las maletas, servir el té y fundirse con el entorno.

            —No sabes lo feliz que estoy de tener a alguien de mi edad por aquí —le dijo Eugenia a Lali. Su hermano disimulaba el acento, pero en su hermana era especialmente marcado.

            —Nunca te faltó compañía —le recordó Claudia a su hija.

            —Compañía no, pero con la familia siempre es diferente. ¿No te parece, Lali? Nunca he tenido una hermana en quien poder confiar.

            Eugenia sonrió, mostrando unos dientes blancos y perfectos, y por un instante Lali se sintió culpable. A pesar de que ella sí tenía una hermana, Vanessa no estaba en condiciones de relacionarse con ella de la forma a la que se refería Eugenia.

            Era como si alguien le diera una segunda oportunidad a través de Peter para que pudiera disfrutar de una hermana, aunque el tictac de la bomba que era aquella relación no dejaba de sonar.

            —Supongo que sí —dijo Lali.

            —Hay té preparado en el salón rojo, Peter. ¿Por qué no nos sentamos cómodamente y nos cuentas sobre tu inesperado noviazgo y matrimonio?

            Peter consiguió colocarse junto a Lali y tomarla del brazo. El calor que desprendía su cuerpo era un consuelo frente a los pensamientos que la atormentaban. Se inclinó hacia ella y le susurró al oído:

            —¿Cómo lo estás llevando?

            Lali se dio cuenta de que Javier, el primo de Peter, los miraba con los ojos entrecerrados y los labios apretados. Tomó la mano de Peter y le besó los nudillos. La luz que iluminó el rostro de su esposo borró por un momento los oscuros pronósticos que les deparaba el futuro.
            «Bien», respondió en silencio, formando la palabra con los labios, y Peter le apretó la mano.

            Claudia los guió hasta una habitación roja con el techo cubierto y las paredes empapeladas de rojo, gris y blanco. El estampado era muy sutil a pesar de la elección de colores. Las cortinas de seda y varios cuadros de temática floral le otorgaban a la estancia un toque femenino, reforzado por el precioso centro de flores que descansaba sobre la repisa de la chimenea.
            Los hombres se sirvieron pastas y sándwiches de una mesita antes de tomar el té.

            —¿Habías estado alguna vez en Europa? —preguntó Claudia mientras servía té oscuro en unas tazas diminutas.

            —En el colegio.

            —Entonces estarás familiarizada con la hora del té —intervino Eugenia.

            —No es más que una excusa para comer a media tarde —dijo Peter.
            Eugenia desaprobó las palabras de su hermano con un gesto de la mano.

            —No lo escuches. Es alérgico a cualquier cosa que sea remotamente británica. Creo que ninguno de nosotros se sorprendió al escuchar que se había casado con alguien de otro lugar.

            —¡Eugenia! —le retó su madre.

            —Es verdad.
            Lali apenas podía aguantarse la risa.

            —No es culpa mía que las europeas no me llamaran la atención —se defendió Peter como pudo.

            —Entonces —intervino Javier, dejando de comer un segundo para preguntar— ¿Lali y tú se conocen desde hace mucho tiempo?

            Los dos habían acordado que fuera él quien respondiera a las preguntas más básicas sobre su relación. De esa manera, ninguno de los dos contradiría las palabras del otro.

            —Yo no diría eso.

            —¿Qué dirías entonces? —preguntó Mary, la tía de Peter.

            —Nos conocimos el mes pasado.

            —¿El mes pasado? —Eugenia no creía lo que acababa de escuchar—. ¿Cómo puedes casarte con alguien a quien apenas conoces?
            Peter dejó la taza sobre la mesa y cogió la mano de Lali.

            —Me habría casado con Lali el mismo día en que nos conocimos si ella me hubiera dicho que sí. Hay veces en la vida en las que simplemente sabes que estás haciendo lo correcto.
            Pablo, el tío de Peter, se incorporó en su silla.

            —Lo correcto, dices. ¿Nos estás ocultando algo?
            La mandíbula de Peter se tensó de repente.

            —¿Qué me estás preguntando exactamente?
            Las mujeres permanecieron en silencio sin sacar la mirada de Lali.

            —¿Tu mujer está embarazada?
            Peter parecía incómodo.

            —Mi mujer tiene un nombre e insisto en que empieces a utilizarlo en lugar de actuar como si no estuviera presente. —La frialdad con la que se dirigió a su tío heló la sangre de Lali. Aquella era una faceta de él que apenas había visto hasta entonces y que esperaba no sufrir en carne propia.            Pablo sonrió con malicia, pero antes de que pudiera decir algo, Lali respondió por su marido.

            —No estoy embarazada.
            A pesar de que las mujeres presentes no dijeron nada, se oyó un suspiro de alivio tras su declaración.

            —Entonces se casaron por el testamento —intervino Andrés, el primo más joven, que estaba sentado junto a Javier, quien hasta entonces no había intervenido en la conversación.
            Peter se levantó de un salto con los puños cerrados. Lali, rápidamente, dejó su taza de té a un lado y sujetó las manos de su esposo.

            —Mi amor, sabíamos que pondrían en duda nuestras razones. —A continuación, como si hubiera nacido para mentir, añadió—: ¿Cómo van a entender la chispa que se produjo entre nosotros el día en que nos conocimos, o entender los motivos que nos han llevado a estar juntos y casarnos sin pasar por un noviazgo largo?
            Por fin Claudia se decidió a hablar, serenando los ánimos de los presentes.

            —Haces que parezca muy romántico, Lali.
            Lali obligó a Peter a sentarse de nuevo y no le soltó la mano para evitar que estrangulara a la parte masculina de su familia.

            —Estoy segura de que no quieres saber todos los detalles, pero tu hijo es muy romántico.

            —Yo sí quiero saber los detalles —intervino Eugenia, mordiéndose el labio mientras hablaba.

            Peter miró a su hermana poniendo los ojos en blando. Los de Lali, por su parte, no dejaron de observar a Javier, que había presenciado la escena sin pronunciar una sola palabra. Su silencio parecía indicar que no lo había convencido. Su mirada, fría y calculadora, se detuvo en Peter, y Lali no pudo más que preguntarse hasta dónde estaba dispuesto a llegar para tener la herencia de Peter.
             
            El mayor de los Parker, de Parker y Parker, estaba sentado frente a Peter, preparado para discutir los detalles de la última voluntad y del testamento de su padre. Peter recordaba haber escuchado las exigencias del viejo duque desde el más allá exigiéndole que se casara si quería heredar el grueso de su fortuna, pero había algunos detalles que no le habían quedado claros. De hecho, el día de la lectura del testamento, Peter había interrumpido al abogado antes de que pudiera terminar. Al fin y al cabo, acababa de cumplir los treinta; los treinta y seis le parecían algo muy lejano.

            Vestido con poco más que un traje, una corbata y una expresión estoica en la cara, Iván Parker abrió su maletín y sacó un taco de papeles de al menos cinco centímetros de grueso.

            —Veo que no ha tardado mucho en conseguirse una esposa —dijo el abogado.

            El último encuentro entre ambos había tenido lugar un par de meses atrás. Iván le recordó a Peter la fecha máxima que Juan había estipulado en su testamento, pero lo hizo solo porque estaba obligado. Si Peter no se hubiera ajustado a los plazos, Parker y Parker habrían ganado el veinticinco por ciento del total, la madre y la hermana habrían recibido una pequeña suma, insuficiente para mantener su actual ritmo de vida, y el resto se habría repartido entre Javier y algunas obras benéficas.

            —Lali y yo somos muy felices —respondió Peter, negándose a disculparse.

            —¿Es eso verdad?

            —Podrá comprobarlo usted mismo durante el fin de semana. Hacía tiempo que no me provocaba volver a casa después del trabajo.

            Qué extraño, no sonaba a mentira. De hecho, le apetecía ver el rostro de su esposa cada noche y cada mañana desde que habían empezado a compartir la cama.
            Iván apretó los labios y las marcas de expresión de su cara se volvieron más definidas.

            —Convencer al estudio de que su matrimonio no es de conveniencia depende únicamente de usted y de su señora esposa.

            —Soy consciente de las cláusulas que Juan incluyó en el testamento. Estamos aquí para determinar exactamente qué necesita su estudio de mí en los próximos doce meses.
            Iván se rascó la barbilla.

            —Su padre estaba decidido a impedir que usted fingiera la situación para superar favorablemente sus demandas.
            Su padre era un imbécil, pero Peter no necesitaba compartir con Iván sus opiniones sobre el viejo.

            —Eso ya lo sabemos.

            —Pasó una cantidad considerable de tiempo en nuestras oficinas redactando las contingencias legales.
            Algo en la forma en que Iván estaba sentado, en el destello que desprendían sus ojos, le ponía el pelo de punta.

            —Ya hemos repasado esas contingencias.
            Iván abrió la boca y dibujó una «O» silenciosa con los labios antes de inclinar la cabeza a un lado y continuar.

            —La mayoría. Hemos hablado de casi todas.

            El suelo empezó a temblar bajo los pies de Peter. En lugar de mostrarse inseguro ante el astuto abogado, el duque se apoyó en el respaldo de la silla y esperó a que le expusiera los detalles.

            —Estoy convencido de que en el momento de la lectura del testamento de Juan, usted estaba demasiado triste para prestar atención a algunas de las cláusulas adicionales. Por citar una, la que establece que, una vez casado, se leyera y aplicara el codicilo incluido en el testamento. —Iván sonreía abiertamente, como un zorro mirando a un ratón desde las alturas.

            —Estoy intrigado —respondió Peter—. ¿Qué otra cosa podría pedirme mi padre?

            —Aquí tengo un anexo sellado que debía abrirse una vez estuviera casado. —Luego de sacar un montón de papeles de la ruma, empezó a leer.
             
            Bien hecho, Peter, hijo mío, parece que al final no he educado a un completo inútil. A estas alturas, estoy seguro de que ya formo parte de tu lista de seres más despreciables que jamás hayan pisado la tierra. Te aseguro que solo me mueve la intención de demostrarte lo importante que debería ser para ti la familia. Te burlaste de mí durante toda tu vida adulta, hiciste lo posible para alterar la mía. Supongo que un hombre mejor que yo habría dejado una buena cantidad de dinero a sus hijos y a su mujer y habría muerto plácidamente con la conciencia tranquila, en lugar de obligar a su heredero a obedecer los dictados de un testamento. Los dos sabemos que nunca he sido ese hombre. Así pues, hijo mío, te dejo una última tarea antes de que la herencia pase a ser tuya. Confío en que habrás contraído matrimonio justo antes de tu trigésimo quinto cumpleaños, lo que significa que tienes un año para tu próximo encargo.
                         Peter sintió que la sangre empezaba a hervirle en las venas. Sabía perfectamente hacia dónde iba su padre y aun así fue incapaz de impedir que las palabras salieran de la boca de Iván Parker.
                         Si realmente has sentado la cabeza y estás listo para seguir con la saga familiar, tendrás que demostrarlo trayendo un heredero al mundo.
                         Iván hizo una pausa para comprobar su reacción. Peter se concentró para no apretar los dientes y dobló las manos sobre su regazo, con la imagen de las manos de Lali flotando en su cabeza.
            ¿Qué iba a hacer ahora?
                         Estas cosas llevan su tiempo, pero tienes un año para encarrilar tu futura paternidad.
                         Al igual que la vez anterior, Peter dejó de prestar atención cuando Iván entró en detalles: el sexo del niño era indiferente, pero tenía que nacer antes de que Peter cumpliera treinta y seis años. Iván terminó de hablar y carraspeó.

            —Parece que su padre pensó en todo.

            —¿Y si mi esposa y yo queremos esperar para formar una familia?
            Iván disimuló una sonrisa.

            —Su padre le dará millones de razones para que acelere sus planes. Claro que si no pensaba formar una familia o seguir casado con...
            Peter interrumpió las palabras del abogado con un gesto.

            —Acabamos de casarnos, Iván. O tal vez no se ha dado cuenta de ese pequeño detalle.

            —Me doy cuenta de todo lo que usted hace. Hombres más grandes que usted se han casado para conseguir sumas millonarias con la intención de divorciarse en cuanto el dinero estuviera depositado en sus cuentas. —Iván parecía furioso, pronunciando cada palabra con su acento almidonado.

            —Ese anexo estaba sellado, pero usted lo sabía desde el principio, ¿no es así?

            Iván se puso cómodo en su silla y cruzó los brazos sobre el pecho, respondiendo con una leve medio sonrisa. Peter sintió el deseo poco habitual en él de hacer que Iván, y su falta de sensibilidad, se retorciera en su asiento.

            —En realidad, me gusta la idea de ser padre —dijo Peter.
            A Iván se le borró la sonrisa de la cara.

            —Lali será una madre maravillosa. —Lo pensaba realmente, pero aun así puso cara de póquer.

            —Va a necesitar más que palabras para convencernos.

            —De eso no me cabe la menor duda.
            Iván recogió sus papeles y se levantó de la mesa, listo para irse.

            —Estaremos en contacto.
            Peter se levantó de su asiento y le ofreció la mano.

            —Nos vemos este fin de semana en la recepción.

            —Cierto.
            Cuando el abogado se disponía a irse, Peter lo detuvo.

            —Ah, Iván, asegúrese de que sus abogados me hagan llegar una copia del testamento de mi padre.
            Iván asintió y se dirigió hacia la puerta del despacho.

            Peter dio media vuelta y se acercó a la ventana para observar las calles bajo la espesa lluvia.
            Un niño.

            Maldijo a su padre y todo lo que simbolizaba. Una parte de él quería escapar de todo, decirle a Lali que habían descubierto el engaño. Sabía perfectamente que ella se negaría a traer un hijo al mundo por dinero. Los engaños de su propia familia ya le habían causado demasiado daño. No querría engañar a un niño. Casi podía sentir cómo se le revolvía todo por dentro cada vez que Eugenia empezaba a hablar sobre planes de futuro.

            Peter había dado por hecho que los abogados de Parker y Parker intentarían obligarlos a permanecer juntos durante todo el año siguiente. Pensaba que Iván había ido a su oficina para decirle algo tipo: «Peter, usted y su esposa no pueden estar separados más de dos semanas seguidas si quieren que nos creamos que están felizmente casados».
            No, los abogados de su padre habían hecho algo mucho más difícil de conseguir.

            Pero ¿y si Lali salía embarazada? ¿Tan malo sería eso? Una sensación de calor empezó a ascenderle por el pecho. La idea de ver cómo sus curvas se volvían más pronunciadas, cómo sus pechos le llenaban las manos aún más, cómo sostenía entre sus brazos un hijo que también era el suyo...
            Peter desechó las imágenes, que no eran especialmente difíciles de imaginar, de su mente.

            Tal vez su equipo de abogados podría encontrar alguna ilegalidad en el testamento de su padre. Había asignado el caso a los mejores para ver qué podían hacer.
            Por el momento, mantendría aquel último giro de los acontecimientos en secreto. 

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