sábado, 6 de junio de 2015

Absurdo Plan: Capítulo 7

Capítulo 7:

—Este sitio es alucinante. —Candela dio una vuelta completa sobre sí misma desde el centro de la sala principal de la casa de Peter—. No puedo creer que no te mudaras en cuanto llegaste de Las Vegas.

            —No me parecía lo correcto.

            —¿Y ahora sí? ¿Qué cambió? —Candela se dejó caer en uno de los sillones de la habitación y cruzó las piernas.
            Lali bajó la voz a pesar de que la cocinera estaba ocupada preparándoles la comida y la empleada estaba en el piso de arriba haciendo Dios sabe qué. Peter tenía que pasar el día en la oficina, lo cual dejaba a Lali con poco o nada que hacer.

            —Supongo que cada vez estamos más cómodos juntos. Además, no contaría con la seguridad que hay aquí si me hubiera quedado en mi departamento.

            —Estás en tu derecho. Si quieres saber mi opinión, ese tal Lucas da un poco de miedo. —Candela había esquivado al corpulento guardaespaldas de Peter cuando este había salido a recibirla a su llegada.

            —No habla mucho.

            —A mí no me ha dicho ni una sola palabra. Me miró fijamente.

            —Peter insiste en que es inofensivo con quienes no se meten con él. —Lali estaba sentada frente a su amiga en una de las sillas. Vestía un sastre de seda informal tan suave que era como si no llevara nada. Ahora que por fin tenía tiempo libre, tardaba más en vestirse por las mañanas y le dedicaba más atención a su aspecto.

            Peter la había acompañado al centro Resplandor y allí Lali había descubierto lo que significaba estar casada con un hombre tan rico y atractivo como su esposo. Se ganó al personal y le arrancó más de una sonrisa a su hermana. Desde el día en que sufrió el derrame, Vanessa tenía dificultades para expresar sus necesidades. «Afasia expresiva», así era como lo llamaban los médicos. Para que su hermana no se pusiera nerviosa ni se sintiera frustrada, con frecuencia, Lali, terminaba las frases por ella. Peter enseguida entendió la situación y se esforzó para hacer preguntas que pudieran responderse con un sí o un no, y evitó temas que pudieran provocarle estrés.

            Cuando ya se iban, Peter encontró a unos de los administradores del centro y, como si alguien hubiese pulsado un interruptor, su encanto se desvaneció y en su lugar apareció el hombre de negocios. Quería saber qué tipo de seguridad tenía el centro, cómo evitaban que un desconocido se metiera en la habitación de Vanessa y quién estaba con ella fuera de los horarios de las comidas. Disparó una rápida sucesión de preguntas que podría haberle hecho a ella y que fueron contestadas por el administrador del centro antes de que ella pudiera interrumpirlos. Parecía tan sincero, tan preocupado por el cuidado de su hermana, que Lali no pudo enojarse con él por ignorarla. Sin embargo, cuando se subieron al auto y él empezó a poner en duda la capacidad del centro para cuidar adecuadamente de Vanessa, Lali se puso a la defensiva.

            —Es el mejor centro para gente como ella. La mayoría de los sitios están pensados para ancianos o para enfermos de alzheimer. Resplandor se especializa en pacientes más jóvenes con problemas de desarrollo.

            —¿Y por qué no cuidar de ella en casa?
            Obviamente eso sería lo ideal, pero Lali no podía permitirse ese tipo de atención las veinticuatro horas del día.

            —No puedo.

            Ya lo había intentado antes ella sola y había fracasado. Finalmente Peter se dio cuenta de cuánto le afectaba aquella conversación y tuvo la sensatez suficiente para dejar el tema.

            —Me alegro de que Lucas esté de tu parte. No me gustaría tenerlo como enemigo —dijo Candela, despertando a Lali de sus pensamientos—. ¿Y qué vamos a hacer con Alliance?

            Lali le había dedicado mucho tiempo a pensar qué podía hacer con su empresa. A partir de entonces, hacer de esposa de Juan Pedro Lanzani ocuparía la mayor parte de su tiempo, y además tendría que viajar constantemente por todo el planeta. De hecho, su pasaporte había llegado el lunes a primera hora y Peter y ella ya estaban organizando los preparativos para salir el miércoles por la mañana.

            —Tengo una proposición que hacerte. —Lali esperó a que Candela la mirara antes de continuar—. He trabajado muy duro para ahora echar a perder el tiempo y el esfuerzo invertidos en Alliance, pero lo que está claro es que los próximos meses no estaré disponible.

            —Pensaba que ibas a vivir en continentes distintos.
            Lali negó con la cabeza.

            —El plan original no va a funcionar como esperábamos. Después de lo de los micrófonos y las cámaras, creemos que lo mejor es estar juntos.

            Lali recordó la propuesta de Peter. No había insistido en que se acostara con él desde el incidente del baño, pero a veces la desnudaba con la mirada o le hacía comentarios subidos de tono para que no se olvidara de que todavía la quería en su cama. De hecho, Lali dormía en la habitación contigua a la de su marido. La explicación que le habían dado al servicio era que no se sentía bien. La excusa era ridícula, pero nadie dijo nada al respecto.

            —¿Y en qué situación deja eso a Alliance?

            —¿Qué te parecería convertirte en mi socia?
            Candela abrió los ojos como platos y en sus labios se dibujó una sonrisa.

            —¿Cómo sería?

            —Tendrías que hacer parte del trabajo de campo.

            Ambas sabían lo que eso significaba: Candela tendría que frecuentar reuniones y fiestas a las que las mujeres acudían en busca de un marido rico, eventos de alto nivel en los que se movía la gente con dinero. Socializar era la mejor manera de captar nuevos clientes. El boca oreja funcionaba mejor que cualquier anuncio en el periódico.

            —Karen está de acuerdo —añadió Lali—. Te presentará a viejos amigos para que puedas empezar.

            —Karen es la dueña de Resplandor, ¿no?
            La rubia impresionante en la que Peter ni siquiera se había fijado. Lali asintió.

            —Cuando consigas un nuevo contacto, envíame la información por fax y yo me encargaré de revisar su pasado. Eso es algo que puedo hacer desde cualquier parte del mundo. Lo que no puedo hacer es reunirme con nadie, no hasta que recupere el control sobre mi tiempo.

            —¿Y cuándo esperas que ocurra eso?

            —Dentro de unos meses. Tal vez antes.
            Candela parecía estar dándole vueltas a la proposición.

            —Supongo que no sería buena idea hablar de matrimonios temporales después de tu boda con Peter en Punta del Este. La gente podría hacer preguntas.
            —No, no lo sería. Lo pondré todo a tu nombre para que yo parezca tu empleada. —Porque de todas formas cualquier abogado mínimamente capaz acabaría descubriéndolo todo.

            —¿Harías eso?

            —Confío en ti. Y cuando te he ofrecido que seas mi socia, lo he dicho en serio. Si las cosas se te complican mientras yo no estoy, buscaremos a una secretaria a tiempo parcial. Si el negocio empieza a funcionar, la contrataremos a tiempo completo. Nos repartiremos los beneficios al cincuenta por ciento, y mientras yo esté jugando a ser duquesa me haré cargo de los gastos.
            A Candela se le iluminó la mirada.
            —¿Te refieres a vestidos bonitos y cenas con clientes?
            A Lali se le escapó la risa.

            —Estoy convencida de que podemos establecer un presupuesto razonable.

            —No sé qué decir.

            —Di que sí.

            —Pero esta empresa es obra tuya. Has trabajado muy duro para levantarla y yo solo soy una recién llegada.
            Lali descruzó las piernas, se inclinó hacia Candela y cubrió una de sus manos con la suya.

            —Me ayudaste en los momentos más difíciles y nunca te quejaste cuando faltó dinero.

            —Me ofreciste una habitación en tu casa. ¿Cómo iba a quejarme cuando me dejaste vivir contigo a cambio de nada?
            Lali le quitó importancia a las palabras de su amiga.

            —Quizás yo pusiera la primera piedra del negocio, pero entre las dos lo hemos llevado hasta donde está hoy día. No confío en nadie más, Cande.
            El lento movimiento de la cabeza de Candela acabó convirtiéndose en un gesto afirmativo y una sonrisa de oreja a oreja.

            —¿Cómo decir no a algo así?

            —Bien.

            —¿Señora Lanzani? —preguntó la cocinera desde la entrada de la sala de estar.

            —¿Sí, Inés?

            —La comida está lista. ¿Quiere que la traiga aquí o prefiere que la sirva en el comedor?
            Por la sonrisa pícara de Candela, era evidente que estaba impresionada.

            —Iremos al comedor. Y espero que se una a nosotras.
            Inés abrió los ojos como platos, alarmada.

            —Oh, no, no puedo hacer eso.
            Lali y Candela se levantaron de sus asientos y fueron hacia Inés.

            —Por supuesto que puede —le dijo Lali entre risas—. Cómo voy a esperar que prepare usted la comida y luego coma sola.

            —Pero...

            —Además, el cumpleaños de Peter es en menos de una semana y, si le soy sincera, no tengo ni la menor idea de qué regalarle. Tal vez usted pueda ayudarme.
            Los labios de Inés dibujaron una «O» perfecta. Dejó de discutir y siguió a Lali y a su nueva socia hasta el comedor de la casa.

            Durante la comida, Lali se dio cuenta de la rapidez con la que había vuelto a adoptar el papel de mujer con dinero. Se entretuvo con cada bocado, recordando la velocidad con la que todo podía desvanecerse. En su caso, sería así. El trato entre Peter y ella era temporal, con fecha de inicio y de caducidad. Tendría que hacer desaparecer esos pensamientos durante el siguiente año si no quería arriesgarse a que alguien descubriera lo efímero de su matrimonio con solo mirarla.
            Y para hacerlos desaparecer, tenía que empezar a actuar como una mujer casada, se dijo.
            Una mujer felizmente casada.
             
            Peter atravesó la entrada de su casa dos horas más tarde de lo que le había prometido a Lali. Con la tensión en Medio Oriente, algunas de las rutas de transporte tenían que ser modificadas para evitar la inestabilidad internacional. Le hubiera sido mucho más fácil solucionar la crisis por la que pasaba su empresa desde Europa, pero Peter se había acostumbrado a manejar sus asuntos a caballo entre los dos continentes. Ahora que Lali formaba parte de su vida, tenía una razón aún más poderosa para inclinar la balanza del trabajo hacia Buenos Aires.

            Había llamado a las cinco y media para avisar de que llegaría tarde. Lali parecía decepcionada. Precisamente esa misma decepción lo había animado a él a moverse más rápido para disponer de un rato libre que pasar con ella antes de retirarse a dormir. Sentía el deseo sincero de conocer mejor a Lali.

            No se trataba de ningún extraño juego. La sinceridad de su mujer, clara y directa hasta el punto de haber afirmado que quería acostarse con él, era algo nuevo para Peter.

            Cada vez que recordaba a Lali poniéndose su camisa y quitándose el pantalón, no podía evitar tener una erección. Sentía una necesidad irresistible de compartir la cama con su esposa. Le había prometido tiempo para pensar en su oferta, cierto, pero eso no significaba que no intentara seducirla para conseguir lo que quería. Maldita sea, si ella también lo deseaba tanto como él. Lo sabía por cómo lo miraba de reojo cuando creía que él no la veía, y por su forma de humedecerse los labios sin apartar los ojos de los de él.

            Peter había evitado besarla desde el día de la mudanza. Sin embargo, cada vez que se tocaban, cada vez que la ayudaba a bajar del auto o apoyaba una mano en la curva de su espalda para guiarla a través de una puerta, su vida se convertía en una dulce agonía.
            Se moría de ganas de explorar aquella atracción volátil que sentían ambos y ver hasta dónde podía llegar la onda expansiva.

            Al entrar en casa, tuvo que reprimir el impulso de gritar «Hola, amor, ya llegué». Sonrió al imaginar la escena y atravesó las habitaciones vacías hasta que la suave luz de unas velas en el comedor llamó su atención.

            Lali estaba sentada a la mesa, vestida únicamente con un delicado vestido de seda color rubí y una sonrisa en los labios. Su pelo caía como una cascada sobre los hombros. Al verlo entrar en la estancia, sus ojos se iluminaron de repente.

            Fue entonces cuando el delicioso olor de la carne inundó sus sentidos y le recordó que llevaba todo el día sin comer.
            Lali levantó una copa de vino tinto y se levantó de la silla para dirigirse hacia él.

            —¿Qué es todo esto? —preguntó Peter, mientras sus ojos recorrían las suaves líneas de su cuerpo.

            Los pechos de Lali asomaban por encima del escote, dejando al descubierto una hermosa piel blanquecina. Podía verle las piernas a través de una abertura en el vestido, las mismas piernas de las que ella siempre se quejaba por ser demasiado cortas y que, subidas sobre unos tacos de diez centímetros, mostraban unas pantorrillas espectaculares. Peter decidió que le gustaban los zapatos de mujer. Un segundo ropero era un precio pequeño a pagar a cambio de disfrutar de semejantes vistas.

            —He pensado que estaría bien cenar los dos solos mientras podamos. Tu casa en Europa parece muy... llena de gente.

            Peter tomó la copa que Lali le ofrecía y escuchó atentamente en busca de algún ruido que le confirmara que Inés estaba en la cocina o Rosario en la sala, pero solo se oía el lejano sonido del viento a través de una ventana abierta.

            —¿Estamos solos?

            —Les di la noche libre.

            Le gustaba cómo sonaba aquello. La sensual mirada de Lali, resguardada bajo una espesa capa de pestañas, despertó un montón de preguntas, que se quedaron en la punta de la lengua. Decidió dejarlas para después y seguir sus instrucciones. Si Lali había decidido aceptar la proposición y convertirse, además de esposa, en amante, seguro que lo descubriría en breve.

            —Seguro que no se resistieron.
            Lali apartó una silla de la mesa y lo invitó a sentarse en ella.

            —Solo me preguntaron a qué hora deben estar aquí mañana por la mañana.

            —¿Por la mañana? Si viven aquí.
            Lali levantó la tapa que cubría el primer plato y una nube de vapor trepó hacia el techo: asado con papas en forma de concha y puntas de espárrago.

            —Rosario tiene un novio que está encantado de que se quede por esta noche.

            —No sabía que tenía novio.

            —E Inés aprovechó para ir a visitar a su hija y a su nieto.
            Lali terminó de servir los platos, se sentó junto a él y cogió el tenedor. Peter no podía concentrarse en la comida por culpa del aroma a lavanda que desprendía la piel de su esposa.

            —¿Y Lucas?

            —Está en la caseta. Le pedí que nos dejara un poco de intimidad.
            Peter sintió que le rugía el estómago y al mismo tiempo le subía la temperatura.

            —¿Para qué necesitamos privacidad, Lali? —Le dedicó una mirada pícara y cogió su tenedor de encima de la mesa.

            —Pensé que estaría bueno para variar.

            Pinchó la verdura con el tenedor y se la llevó a la lengua para probar su sabor. Cuando los espárragos desaparecieron en la caverna que era su boca y sus ojos se encontraron con los de él, cualquier duda acerca de dónde acabaría la velada se desvaneció en cuestión de segundos.
            La cuestión era: ¿comerían antes... o después?

            Peter gruñó de satisfacción al ver cómo Lali se llevaba el tenedor de nuevo a la boca y empezaba a masticar lentamente. De pronto tenía la boca seca. Agarró la botella de vino, sin apartar los ojos de ella ni un solo segundo.

            Se concentró en pinchar la comida del plato y llevársela a la boca. Mientras ella todavía masticaba el primer bocado, él ya iba por el segundo. Lali tomó la copa de vino, pasó la lengua por el borde, y a continuación le hizo una pregunta de lo más inocente.

            —¿Cómo estuvo tu día?

            —Bien. —¿Aquella era su voz?

            Ella sonrió, consciente del efecto que provocaba en él. Tomó un sorbo de vino y un segundo bocado de comida. Sus labios se movían lentamente, reduciendo el cerebro de Peter a un montón de escombros. Cenar nunca había sido tan seductor.
            Decidió que lo mejor sería acabar con la comida cuanto antes.

            Cuando ya era incapaz de comer más, Peter se terminó la copa de un trago y la dejó sobre la mesa con un golpe seco. La sonrisa inocente y la fingida sorpresa de Lali no hicieron más que aumentar la tensión sexual entre ambos.

            —¿Todo bien?
            Peter se levantó, empujando la silla sin demasiada ceremonia.

            —Por supuesto, todo va genial.

            Lali se dispuso a agarrar su copa, pero él impidió el movimiento y la obligó a levantarse. Sus labios buscaron los de ella sin ofrecerle otra escapatoria. Los dos por igual aceptaron la lengua del otro con avidez y ofrecieron la suya.

            Lali sabía a vino y olía a primavera. Peter inclinó la cabeza y el beso se hizo más profundo. Las manos de su esposa, que lo sujetaban firmemente por la camisa, se fueron relajando hasta abrirse por completo. Las apoyó en su pecho y luego le rodeó la espalda con ellas. Lali gimió de placer y se deshizo entre sus brazos. Cada caricia de aquella mujer era real y estaba cargada de deseo. Estaban hechos el uno para el otro. Los esfuerzos, por parte de Lali, para tener el control incluso en aquel momento resultaban nuevos y excitantes. Nadie había mandado jamás en las relaciones de Peter. Nunca entregaba las riendas. Sin embargo, con Lali podía dejarse llevar y confiar en que era capaz de llevarlos a ambos a aguas seguras.

            Lali le quitó el saco por los hombros, momento que él aprovechó para apartar los labios de su boca, respirar y permitirse mirar los ojos marrones y apasionados de la mujer que tenía entre sus brazos.

            —Eres preciosa.
            A diferencia de las otras veces en que le había regalado un cumplido, esta vez sintió que le creía.

            Mientras ella se peleaba con el nudo de la corbata, Peter la empujó hacia el otro extremo de la mesa, lejos de los platos y de la comida. Cuando la corbata cayó finalmente al suelo, Lali se inclinó sobre él y dibujó una senda de besos y de caricias por toda la barbilla y el cuello. Su voz, tan sensual, tan de alcoba, no dejaba de hablar entre mordisco y mordisco.

            —Estuve pensando en tu propuesta.
            Había hecho algo más que pensar.

            Deslizando una mano por su hombro, Peter bajó uno de los tirantes del vestido y posó los labios sobre la carne entre el hombro y el cuello. Era tan dulce...

            —¿Y llegaste a alguna conclusión? —le preguntó, dispuesto a jugar según sus reglas pero sabiéndose ganador de antemano.

            Le mordió suavemente el lóbulo de la oreja y el cuerpo de Lali respondió estremeciéndose. Peter tomó nota en su cabeza: bastaba con acariciar aquel punto de su cuerpo para provocar una descarga de placer, y tenía toda la noche para descubrir más lugares clave.

            —He... he decidido que soy una interesada y no una masoquista.
            Peter le lamió la parte trasera de la oreja.

            —¡Ay, Dios! Hazlo de nuevo.

            Él sonrió pegado a su cuello e hizo lo que ella le pedía. Las piernas de Lali rozaban las suyas, su cadera se movía delicadamente en busca de contacto. Todos los músculos del cuerpo de Peter se tensaron, anhelando sentir la caricia de su piel. ¿Alguna vez había sentido aquella atracción por una mujer? Incluso con la mente dominada por el sexo, quería estar absolutamente seguro de que Lali buscaba lo mismo que él.
            Hundió las manos en el pelo de su esposa y la obligó a mirarlo a los ojos.

            —¿Estás segura de esto, Lali?
            Ella clavó los ojos en los suyos.

            —Sí —susurró.
            Peter sintió que el corazón le daba un vuelco.

            —Te estoy pidiendo más de una noche.
            Ella se inclinó hacia atrás y le acarició la mejilla.

            —Mejor. Una noche no será suficiente. Quiero un año entero.
            Peter clavó la mirada en las profundidades de los hermosos oscuros ojos de su esposa y selló aquel nuevo pacto, aquella nueva locura, con un beso lento y abrasador.

            La sentó sobre la mesa sujetándola por la cadera antes de colocarse entre sus piernas. Encontró la carne desnuda de las rodillas y se abrió paso con las manos sobre la suave piel de los muslos. Quería besar cada punto que tocaba con las manos, sentir la respuesta de Lali. Ella le mordió el labio inferior y la mente de Peter imaginó otra escena distinta en la que la boca de su esposa recorría partes mucho más placenteras de su anatomía.

            Lali se peleó con la camisa hasta que logró desabrochar hasta el último botón y las manos pudieron acariciar su pecho. Le acarició los pezones y luego apartó la boca de la de él y se inclinó para saborearlos. Mientras ella jugaba con su cuerpo, Peter sintió que se le nublaba el entendimiento. Lali tenía las piernas alrededor de su cintura y el calor que emanaba de entre ellas no hacía más que empeorar la erección. Respiró profundamente y se emborrachó del olor que desprendía su cuerpo.

            Empezó a bajarle el cierre del vestido. Cuando abrió los ojos, se dio cuenta de que aún estaban sobre la dura superficie de la mesa. No quería que su primera vez fuera rodeados de platos sucios.

            Mientras Lali lo lamía y lo besaba, Peter la levantó de la mesa sin el menor esfuerzo. Ella se rió y cerró las piernas con más fuerza alrededor de su cintura, y se agarró a sus hombros. El camino hasta el sillón más cercano fue mucho más erótico de lo que Peter había imaginado. Con cada paso, el calor que desprendía el cuerpo de Lali se deslizaba contra su piel, enviando una descarga de placer que lo animaba a seguir adelante.

            La casa era demasiado grande. Necesitó mucho tiempo para colocarla sobre uno de los sillones y cubrir su cuerpo con el suyo. La camisa salió volando en una dirección, el vestido de ella, en otra. Peter admiró la curva de sus pechos generosos, prisioneros bajo un sujetador de encaje negro.

            —Eres hermosa.

            Jugó con ellos a través de la tela hasta que el pezón se endureció animado por sus caricias. Dudó un momento antes de descubrirlo y acto seguido se inclinó para saborearlo por primera vez.
            Lali arqueó el cuerpo, empujando todavía más el pecho dentro de la boca.

            —Por favor, Peter —suplicó, y levantó aún más la cadera, buscándolo.

            Peter quería aprenderse el cuerpo de ella para dar con todos los puntos sensibles y venerarlo como se merecía, pero Lali le había bajado la cremallera de los pantalones y ya tenía la mano dentro. Y cuando los dedos se cerraron alrededor de la erección palpitante que se elevaba orgullosa entre sus piernas, Peter se quedó sin respiración. Se olvidó de los pechos, de que ella todavía llevaba las braguitas puestas, y tan solo podía pensar en adentrarse en las profundidades de su sexo.
            La suave textura de la mano de Lali lo sujetaba con firmeza, mientras sus labios le acariciaban el cuello.

            —Te necesito —le susurró al oído con aquella voz tan profunda y sensual.

            —Y me tendrás —le prometió Peter.

            Se apartó de ella el tiempo justo para quitarse los pantalones y deshacerse de los zapatos y de los bóxers, momento que ella también aprovechó para ladear la cadera y quitarse las braguitas de encaje.

            Peter sacó un condón de la billetera y se lo puso en un suspiro. Cuando se giró nuevamente hacia ella, Lali había doblado una rodilla y tenía la pierna apoyada en el respaldo del sofá. Lo cogió de la mano y tiró de él hasta tenerlo encima de nuevo.

            Él se abrió paso entre los muslos de su esposa y buscó sus labios para besarla de nuevo. Esta vez fue Lali la que se entregó por completo, utilizando la lengua con más esmero y dejándolo casi sin respiración. Peter había percibido la pasión que hervía en su interior, había fantaseado con tenerla en su cama desde el día en que se conocieron, pero aquello era más de lo que podría haber deseado jamás.

            Hambriento de ella, apoyó la punta del miembro contra los pliegues del húmedo sexo de Lali. Ella pasó las piernas alrededor de su cintura, dándole el acceso que necesitaba para satisfacer a ambos, y él se deslizó en su interior.
            Lali ronroneó como una gata en celo. Peter apenas podía contener tanto ego en su interior.

            —Qué bien —dijo ella tras separar los labios de los de él. Su respiración se aceleraba por momentos y había empezado a mover la cadera siguiendo el ritmo.

            Mejor que bien. Estar entre sus brazos era lo más cercano a la perfección. Peter quería volverla loca de placer, entregarse a ella por completo, así que se obligó a no pensar en su propia liberación.

            —Estás muy firme —le dijo.
            Sus miradas se encontraron. Lali tenía los labios húmedos de pasión, el corazón le latía con fuerza en el cuello.
            —Es la ventaja de ser pequeña.
            Pero era más que eso. Más tarde, cuando ambos hubieran saciado sus instintos más básicos, le preguntaría por su pasado, por los hombres que se habían cruzado en su camino. Por el momento, todo se reducía a acariciarla, a darle placer.

            Lali hundió los dedos en sus hombros y luego en sus nalgas. Su respiración se había acelerado y Peter supo que había encontrado el ritmo que ella necesitaba.

            —Sí —gimió Lali—. Así, justo ahí.

            Sin dejar de mover las caderas, Peter aguantó cuanto pudo, esperando el momento en que ella se derrumbara por el precipicio. Cuando finalmente llegó, Lali gritó su nombre y se sujetó a su cuerpo con fuerza, latiendo alrededor de su sexo como una protectora envoltura. Fue entonces cuando Peter se dejó llevar y la siguió hasta el firmamento.
             
            El peso del cuerpo de Peter presionaba el suyo contra el sofá y la respiración de él parecía tan entrecortada como la suya. Estiró una pierna y acarició con ella la de su marido. No podía dejar de sonreír. Incluso cuando los temblores del placer se convirtieron en pequeños espasmos, siguió sujetándolo con fuerza entre sus brazos.

            ¿Cómo podía negarse a aquello? Y pensar que tendría acceso al maravilloso cuerpo de Peter y a sus habilidades amatorias durante todo un año. Se detuvo un instante al pensar en el fin de la relación, pero rápidamente aisló las imágenes de su mente y se concentró en el olor y el tacto del hombre que seguía enterrado en lo más profundo de su cuerpo.

            —Ha sido...

            —Increíble —dijo él, terminando la frase por ella.

            ¿Era por él? Peter había tenido muchas más amantes que ella, eso seguro. Podía contar los hombres con los que había estado con una mano y le sobraban tres dedos. Peter, en cambio, seguro que tenía una hoja Excel para comparar resultados. A Lali le hubiese gustado preguntarle la cifra exacta, pero las inseguridades que llevaba arrastrando toda su vida se lo impedían.

            —¿A qué viene esa cara? —preguntó Peter, mirándola a los ojos.

            —¿Qué cara?

            —Esa de duda, la misma que pones cada vez que dices que eres muy bajita o alguna tontería por el estilo.
            La suya era una relación basada en la confianza, pero ¿hasta dónde podía preguntar sin quedar como una tonta sentimental y necesitada?

            —¿En serio? ¿También crees que ha sido increíble?

            —Lali —dijo él en un suspiro. Acercó una mano a la cara de su esposa y le acarició la barbilla con el reverso del dedo. Su cadera seguía firmemente apoyada sobre la de ella—. ¿No te das cuenta de lo bien que se acopla tu cuerpo al mío?
            Sus pechos seguían aplastados contra el torso de él, las piernas alrededor de la cadera. Sus labios estaban tan cerca que todavía podía saborearlos.

            —Sí.

            —Eres perfecta. Más apasionada de lo que jamás hubiera imaginado. Y aunque ahora mismo estoy más que satisfecho, la noche es larga y no creo que haya acabado contigo. Esto —continuó, besándola suavemente mientras hablaba— es el comienzo de algo maravilloso.
            No se le podía negar la habilidad para arrancarle una sonrisa a una mujer incluso después de llevarla al orgasmo.

            Peter se escurrió entre sus brazos el tiempo suficiente para levantarse del sillón. Una vez de pie, la tomó en brazos y se dirigió hacia el dormitorio.
            Lali miró hacia el suelo horrorizada.

            —Peter, la ropa.
            Él se rió e, ignorando sus palabras, la llevó escaleras arriba, hasta el dormitorio, donde cumplió sus amenazas.
             
            Cuando Lali bajó de la habitación, ya era casi mediodía. La ropa había desaparecido, al igual que los platos de la cena. Solo una foto de los dos haciendo el amor habría sido un mensaje más claro de lo sucedido la noche anterior, teniendo en cuenta las cosas que el personal había encontrado a primera hora. Estaba tan avergonzada que no podía evitar sonrojarse de vez en cuando, y cada vez que se cruzaba con Inés o con Rosario bajaba la mirada. Ambas fueron increíblemente educadas, hasta tal punto que habría preferido que le enseñaran el pulgar en señal de aprobación a que actuaran como si limpiar los restos de los encuentros de Peter con sus amantes fuese una tarea fija todas las semanas.
            De hecho, Lali le sacó el tema de sus antiguas novias mientras hacían las maletas.

            —Entonces, Peter —empezó, haciéndose la inocente—, dime: ¿encontraré recuerdos de tus amantes anteriores en alguno de los cajones?

            Él dejó lo que estaba haciendo y se incorporó para mirarla, pero ella continuó con lo suyo como si nada. Después de todo, era ella la que tenía que preparar su ropa. Peter contaba con todo lo que necesitaba en ambos continentes.
            —Me parece que no te entiendo.

            —Ya sabes. ¿María tenía aquí un cajón para ella, o Lucía?
            Sintió que los ojos de Peter se clavaban en su espalda, pero evitó mirarlo a la cara. No debería importarle, pero quería saber si invitaba seguido a sus amantes.

            —Nunca he encontrado a nadie que se merezca un cajón para ella sola —respondió Peter.
            Bueno, no estaba nada mal.

            —¿Ni siquiera para alguna prenda olvidada por accidente? —continuó, sin dejar de meter ropa en la maleta y evitando mirar hacia donde estaba su esposo. «Soy patética.»

            —¿Lali? —preguntó Peter, que se había acercado y estaba detrás de ella. La agarró por los hombros y la obligó a darse la vuelta. Sus hermosos ojos verdes se clavaron en los de ella—. Hace solo cuatro años que tengo esta casa. Eres la única mujer que ha dormido en mi cama.

            Una sonrisa brotó en el interior del pecho de Lali. No quería que Peter supiera cuánto significaban aquellas palabras para ella, así que asintió, concentrada en evitar que la sonrisa alcanzara sus labios. Él la besó dulcemente en la boca.

            —¿Te habría molestado encontrarte un cajón lleno de ropa de mujer?
            No debería. Hacía apenas tres semanas ni siquiera se conocían.

            —Bueno, supongo que no... —«Pues claro que sí.»

            —¿Lali? —Peter pronunció su nombre con la parsimonia de quien sabe que algo no es cierto.

            —Bueno, sí —confesó ella—. Porque... —Se devanó los sesos en busca de una excusa convincente. No le costó mucho encontrarla—. El personal pensará mejor de mí, o de nosotros... como pareja si no me ven como un número más.

            «Patético.» No debería intentar ser algo más que un número, sino que haría mejor construyendo barreras alrededor de su corazón, de sus sentimientos, y evitando cualquier tipo de relación afectiva con el hombre que no apartaba la mirada de la suya.

            —No eres un número, Lali. Si alguna vez sientes que el personal de aquí, o el de Europa, te trata como tal, solo tienes que decírmelo.
            Ella sacudió la cabeza.

            —Todo el mundo se ha portado increíble conmigo.
            Peter entrecerró los ojos un instante, como si intentara resolver un enigma, y acto seguido dio media vuelta y se dispuso a terminar su minúscula maleta.

            Cuando Lali continuó con la suya, se permitió el lujo de sonreír casi imperceptiblemente. Se equivocaba al tratar de encontrar un lado romántico en lo que estaba pasando entre ellos. Solo compartían una relación sexual satisfactoria para ambos, con la peculiaridad de que además estaban casados. Tampoco era para tanto.

            —¿Y tú qué, Lali? —empezó Peter, sacándola de sus pensamientos.

            —¿Sí?

            —¿Tuviste algún hombre en tu vida que mereciera un cajón?
            La mano de Lali se detuvo en pleno movimiento.

            —No —fue la breve respuesta a su escasa vida personal.
            Siguieron preparando las maletas.

            —¿Algún novio reciente que pueda presentarse en la puerta de casa?

            Lali lo miró por encima del hombro. Peter estaba de espaldas a ella mientras manipulaba algo que tenía entre las manos. Muy bien, su marido sentía curiosidad por su pasado. La vida privada de Lali nunca había aparecido en las tapas de las revistas como la de él.

            —El tema de los novios está en temporada baja desde hace bastante tiempo —respondió.

            —¿Cómo de bajo? —preguntó Peter antes de que ella terminara la frase.
            Lali se dio la vuelta y esperó a que Peter sintiera el peso de su mirada y se la devolviera.

            —Cuando mi padre entró en la cárcel, impedí que nadie se me acercara.

            —Tenías veintiún años cuando tu padre ingresó en prisión.

            —Así es.

            —No ha habido nadie desde...

            —Nadie.
            Peter consideró sus palabras durante un minuto, desviando la mirada hacia el techo.

            —Eso significa que...

            —He estado con dos personas además de ti —dijo ella, consciente de por dónde iba la conversación. Era raro saber de antemano las preguntas—. Uno en el colegio, porque todo el mundo va a la fiesta de promoción, y otro en la universidad. —Este último le rompió el corazón y terminó con su fe en los hombres.
            La expresión de su cara debió de cambiar, porque Peter dejó de preguntar y se acercó nuevamente a ella.

            —Supongo que es típico de los hombres, pero me gusta saber que formo parte de una lista muy exclusiva.
            Era difícil ignorar los recuerdos de sus años de universidad, de tanta confusión y tanto dolor.

            —Si una chica no puede acostarse con su marido, ¿con quién va a hacerlo? —se burló ella, forzando una sonrisa en sus labios.
            Peter entornó los ojos.

            —Es verdad.
            Iba a darse la vuelta, pero entre ellos se había abierto una brecha.

            —¿Peter?

            —Dime.

            —Me gusta saber que soy la única que ha estado aquí.
            Se hizo el silencio en el dormitorio. Se miraron el uno al otro sin decir nada. Cuando Peter regresó a su tarea, Lali terminó con la suya.

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