Absurdo Plan: Capítulo 6
Capítulo 6:
Había
cámaras en la sala de estar, en la cocina y en los dos dormitorios. Ya sabían
lo de la línea telefónica. Según los hombres de Peter, el auto estaba limpio.
Pero,
¡caramba!, alguien la había estado espiando mientras se vestía o mientras
dormía. Lali le contó a Peter la conversación que había tenido con Candela, las
únicas palabras que habían salido de su boca que podrían esconder una pista
sobre la falsedad de su matrimonio. Seguramente los tipos que se hacían pasar
por técnicos de telefonía habían sido los responsables de instalar las cámaras.
O tal vez alguien se había metiendo mientras ella salía a correr.
Después
de eso, todas las conversaciones habían sido por celular y normalmente fuera de
casa. Tampoco es que importara mucho. Solo habían hablado de la recepción y de
la gente que conocería allí. Lo cierto es que hablaban como lo haría una pareja
de ancianos, lo cual era sorprendente teniendo en cuenta que apenas se
conocían.
Peter
manejó el auto mientras Lali, sentada a su lado, le indicaba el camino hacia su
casa. A medida que se iban acercando, la
realidad de lo que estaban haciendo se extendió por todo el cuerpo de Lali.
—No
paras de mover las manos —le dijo Peter—. ¿Hay algo que no te parezca bien?
—¿Sinceramente?
—preguntó ella, a pesar de que conocía la respuesta.
—Siempre.
—Besarte.
Él
la miró un instante a través de los lentes y rápidamente fijó los ojos de nuevo
en la carretera.
—¿No
te parece bien besarme?
—No
—respondió Lali sin pensar—. Es decir, sí.
A
Peter se le escapó la risa.
—¿En
qué quedamos?
—Ejem.
¿Y si me quedo inmóvil? ¿Y si no parezco convincente? —¿Y si metía la pata y le
daba a la cámara exactamente lo que aquella gente buscaba y Peter perdía la
herencia?
Peter
levantó una mano del volante y cubrió con ella las de Lali, que estaban
heladas.
—¿Lali?
—Sí.
—Relájate.
Deja que me ocupe de todo.
Ella
sacudió la cabeza.
—No
estoy acostumbrada a que los hombres tomen el mando de mi vida.
—Lo
sé. Pero puedes confiar en mí.
Y
Lali quería hacerlo, pero cuando se detuvieron frente a su casa le temblaban
las manos. Peter sacó la llave del contacto y se volteó para mirarla.
—Entremos
y empecemos a recoger tus cosas.
—¿Vas
a besarme en cuanto entremos? —Dios, tenía que saberlo para estar preparada.
Peter
se inclinó hacia ella y se quitó los lentes de sol.
—Ven
aquí —le susurró, sin apartar la mirada de sus labios.
Ella
se acercó, creyendo que querría susurrarle algo importante.
En
vez de eso, Peter se inclinó hacia su asiento y posó suavemente sus labios en
los de ella. El calor fue instantáneo, una corriente que se extendió por su
cuerpo hasta los dedos de los pies. Cerró los ojos y se dejó llevar hasta que
de repente él se retiró.
—Besarnos
será la parte más fácil —le dijo Peter a escasos centímetros de sus labios—.
Separarnos será lo difícil.
Peter
deslizó el pulgar por el labio inferior de ella antes de darse la vuelta y
abrir la puerta.
Lali
bajó del auto. Le temblaban las piernas y tuvo que apoyarse en el brazo de Peter
para mantenerse derecha. Él observó el edificio durante unos segundos con una
profunda mirada de desaprobación.
—El
barrio no parece seguro. ¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí?
—Dos
años —respondió ella mientras introducía la llave en la cerradura y abría la
puerta.
Entraron
en el recibidor y Lali dejó su cartera sobre la mesa.
—Tengo
algunas cajas en un closet, en la parte de atrás.
—Yo
traeré las del auto.
Mientras
se alejaban en direcciones opuestas, Lali no pudo evitar que sus ojos se
detuvieran durante un segundo en la cámara que sabía que se escondía entre los
libros de una estantería. Pasó frente a ella, se dirigió hacia el closet por la
puerta trasera de la cocina y regresó con unas cajas polvorientas de distintos
tamaños. Las dejó sobre la mesita de la sala de estar y miró a su alrededor.
Peter
volvió del auto con media docena más de cajas sin armar y un rollo de cinta de
embalar.
—¿Por
qué no usamos esas que están limpias para la ropa? —sugirió Lali.
—Me
parece bien —respondió él, mirando hacia lo alto de la escalera.
Lali
se dirigió al dormitorio y le indicó a Peter que dejara las cajas sobre la cama
para luego armarlas una a una. Con un poco de cinta de embalar, pronto
estuvieron listas para ser utilizadas.
—¿Por
dónde quieres que empiece? —preguntó Peter.
—Por
el ropero.
Tras
unos primeros minutos guardando cosas en las cajas, Lali se olvidó de las
cámaras y se puso manos a la obra con la ropa de la cómoda. Buscó una liga y se
recogió el pelo para que no le molestara.
—¿Debería
preocuparme por todos los zapatos que hay aquí? —preguntó Peter desde el ropero.
—Fuiste
tú el que me insistió para ir de compras —respondió Lali entre risas.
—Parece
que no tendré más remedio que contratar a alguien para que te construya un
vestidor para ti sola —se quejó Peter, aunque en su voz se escondía una
sonrisa.
—A
las mujeres nos encanta la ropa.
—Y
parece que los zapatos también. Dios, no creía que se pudieran necesitar
tantos.
Lali
guardó la ropa interior que tenía en la mano en una caja y cogió más del cajón.
—Soy
bajita, por si no te has dado cuenta. Necesito tacos para ver cómo vive el
resto de la humanidad.
Esta
vez la voz de Peter sonó más cerca.
—No
eres bajita —le dijo.
Lali
se dio la vuelta y vio que Peter tenía unos zapatos de diez centímetros en la
mano.
—Verticalmente
impedida, si te gusta más. —Se levantó para demostrarlo—. ¿Lo ves? —De pie
junto a él, su cabeza apenas le rozaba la barbilla—. ¡Bajita! Los
ojos de Peter parecían atraerla hacia su cuerpo.
—No
cambiaría absolutamente nada en ti.
Levantó
una mano, le quitó la liga del pelo y le acarició las puntas. De pronto, fue
como si Lali se olvidara de respirar. Cuanto más se acercaba él a su espacio
personal, menos aire entraba en sus pulmones. Peter se inclinó sobre ella; Lali
inclinó la cabeza y permitió que su boca se moviera sobre la suya. Él dejó caer
una mano y le rodeó la cintura, sujetándola con fuerza contra su cuerpo.
Cuando
Peter ladeó la cabeza para besarla con más fuerza, los pechos de ella se
aplastaron contra su torso. Sus lenguas se encontraron y de pronto Lali recordó
que las cámaras lo estaban grabando todo. Se puso tensa al instante, pero Peter
se negó a soltarla. Entonces deslizó una mano por la espalda de Lali y cubrió
con ella una de sus nalgas.
El
cuerpo de Lali se cargó de energía. La lengua de Peter inició una lenta danza
con la de ella. El olor a pino que desprendía y la calidez de su aliento la
distraían de todo lo que la rodeaba, excepto de la sensación de estar entre sus
brazos, del tacto de sus manos.
Un
líquido espeso empezó a acumularse en su vientre, mientras el deseo se
encaramaba desbocado por su espalda. Hacía tanto tiempo que nadie la besaba que
ya no recordaba lo increíble que era. ¿Y alguna vez lo había sido tanto?
Seguramente no.
Peter
gimió, o quizás fue ella, cuando los labios de él se separaron de los suyos y
recorrieron la línea de su mandíbula, la curva del cuello. Tal vez solo estaba
actuando para la cámara, pero estaba claro que su cuerpo no conocía las reglas.
El calor que desprendía la erección entre sus piernas le acariciaba el vientre,
avivando el deseo que ya sentía.
—Te
extrañé —le susurró Peter, con la cara hundida en el pelo de Lali.
Ella
pasó los brazos alrededor de sus hombros y se agarró con fuerza a su camisa.
—Yo
también te extrañé.
Sus
ojos se encontraron y la chispa de picardía que vio en ellos le arrancó una
sonrisa. Cuando su mano encontró la piel desnuda de la espalda de Peter, la
mirada de él se oscureció. La besó de nuevo, esta vez con más desesperación. Lali
sintió que una mano le cubría el pecho por encima de la tela de la camisa.
Quería sentirlo más cerca, quería que probara la dulzura de su piel donde ahora
solo sus manos se aventuraban.
—Oh,
Dios —susurró. «Esto es peligroso.» El deseo que sentían era real, o al menos
así se lo parecía a ella.
—¿Sabes
qué quiero? —le preguntó Peter cuando sus labios se separaron.
—¿Qué?
—dijo ella, mientras le besaba la mandíbula y empezaba a desabrocharle los
botones de la camisa.
Peter
se agachó y la levantó en brazos.
Lali
gritó y se sujetó de sus hombros para no caerse.
—Quiero
hacerte el amor en la tina.
Lali
sonrió y cruzó los tobillos mientras Peter la sacaba de la habitación, lejos de
miradas ajenas.
Cuando
llegaron al baño, él la dejó de nuevo en el suelo y volvió a besarla. El
espacio era reducido y las piernas de Lali chocaron con el mueble de formica
barata. Peter la aupó hasta sentarla sobre el tocador, sin que sus labios
dejaran de bailar con los de ella ni un solo instante. Se colocó entre sus
muslos y la empujó con la cadera para que el contacto fuera total.
En
un rincón de su cerebro, Lali oyó el sonido de la puerta al cerrarse, pero sus
labios seguían irremediablemente pegados a los de Peter.
Estaban
a solas. Sin cámaras, sin ojos que los observaran.
El
dulce consuelo de su boca abandonó los labios de Lali para posarse en su sien.
Ella gimió al darse cuenta de que el momento se había desvanecido. Peter
mantuvo los brazos alrededor de ella, firme en el abrazo. La realidad fue
colándose gota a gota en el presente, mientras ambos luchaban por encontrar el
valor necesario para controlarse.
No
debería sentirse tan a gusto entre sus brazos, se dijo Lali. ¿Cómo iba a
mantenerse alejada de su cama si insistían en jugar a la ruleta rusa? Intentó alejarse
pero Peter no la soltaba.
—Dame
un minuto —le susurró al oído, con la voz grave de puro deseo.
Lali
se apoyó en él y retiró los brazos de sus hombros. Permanecieron inmóviles
durante varios minutos, en silencio. Peter le acarició la espalda con
movimientos lentos y acompasados.
—¿No
deberíamos abrir el agua de la ducha? —preguntó finalmente Lali, que no estaba
muy segura de que Peter llegara a soltarla.
Él
la miró a los ojos y arqueó las cejas.
—¿Eso
es una invitación?
—Para
la cámara —respondió ella apresuradamente.
¿Era
decepción eso que acababa de ver brillando en sus ojos?
—Cierto.
—Peter sacudió la cabeza y se liberó de los brazos de Lali. La temperatura de
la habitación descendió rápidamente.
Apenas
había espacio para los dos en aquel minúsculo baño, así que Lali decidió no
moverse de donde estaba y observó a Peter mientras este abría la ducha. Una vez
abierta, se dio la vuelta, apoyó la espalda contra la puerta e intentó sonreír,
pero sus ojos no sonreían.
—Esto
es una locura, ¿no crees? —le preguntó ella, desesperada por saber cuáles eran
sus pensamientos.
Él
se pasó una mano por el pelo, un gesto que Lali empezaba a reconocer como un
signo de estrés.
—Lo
que es una locura es cuánto te deseo y cuánto esfuerzo invertimos en convencer
a la gente de que nos acostamos cuando no lo hacemos.
Lali
intentó sonreír para quitarle importancia al asunto.
—Si
lo dices así, parece hasta que estemos un poco locos.
El
vapor de la ducha empezaba a llenar la habitación. Por primera vez desde el día
en que se habían conocido, un enorme silencio se interponía entre ellos.
—¿Cuánto
tiempo deberíamos quedarnos aquí dentro?
Peter
miró hacia la ducha como si allí pudiera encontrar la respuesta.
—Bueno,
si estuviera ahí dentro haciéndote el amor, dedicaría un buen rato a aprender
cada centímetro de tu cuerpo.
Lali
se mordió el labio e imaginó los de Peter dibujando senderos húmedos en su
piel, presionándola.
—Si
sigues hablando así, acabaremos teniendo problemas.
—Recuérdame
por qué estamos aquí sentados, dejando que el agua caliente se pierda por el
sumidero.
Ojalá
lo supiera. Ah, sí. Estaban casados, pero la intimidad no entraba en sus
planes.
—Porque
los dos somos materialistas y dormir juntos no forma parte del plan general. Si
actuamos impulsivamente podríamos arruinarlo todo. —Las palabras tenían
sentido, pero su corazón se negaba a escuchar. La habitación estaba llena de
vapor y la ropa empezaba a pegársele al cuerpo.
—Podemos
cambiar los planes —sugirió Peter.
Su
cuerpo reaccionó ante aquella posibilidad.
—¿Estás
sugiriendo una aventura de un año? —¿Sería capaz de algo así?
Esta
vez la sonrisa se extendió por su cara y le iluminó la mirada.
—Somos
adultos con una atracción más que evidente.
Lo
cual todavía la tenía cegada. ¿Qué veía Peter en ella? Comparada con María o
con Lucía, Lali era un patito negro en un lago lleno de cisnes blancos. Quizás Peter
se había dado cuenta de que estar casado durante un año entero iba a representar
un serio inconveniente para su vida sexual.
—Nunca
me he embarcado en una aventura con una fecha de caducidad en mente.
—Yo
tampoco. —Mientras hablaba, se acercó a ella y puso las manos sobre el tocador,
una a cada lado de Lali.
—¡Cierto!
Entonces ¿por qué tus relaciones nunca duran entre seis y nueve meses?
—Casualidad.
—Mentiroso.
Peter
abrió bien los ojos, fingiéndose horrorizado.
—Me
ofendes.
—Algo
me dice que se necesita más que eso para ofenderte.
Él
deslizó un dedo desde la barbilla de Lali hasta su labio inferior.
—Me
conoces tan bien. Somos muy parecidos, Lali. ¿Qué tendría de malo una relación
física satisfactoria con un principio y un final predeterminados?
Se
acercó todavía más a ella y sus ojos se detuvieron en los labios. La atracción
innegable que sentía por él le impedía pensar claramente. Y eso era un
problema. El sexo le nublaba la mente como el vapor que llenaba el baño. Se
había casado con él por dinero, está bien, pero ¿sería capaz de mantener el
corazón al margen si empezaban a tener relaciones?
—¿Siempre
eres tan convincente cuando haces negocios?
—¿Te
estoy convenciendo? —Sus manos encontraron la cintura de Lali y sus dedos se
hundieron en la carne.
—Preguntarme
en este estado no es justo. Lo sabes, ¿verdad?
La
otra mano de Peter se posó sobre su muslo e inició una lenta ascensión.
—No
suelo jugar limpio. Y tampoco juego si no estoy seguro de ganar.
Era
una advertencia, un aviso que ella haría bien en escuchar.
De
mala gana, Lali detuvo la mano que subía por su muslo.
—Pensaré
en ello —le dijo, porque decir no le habría resultado imposible y decir sí
habría sido una imprudencia.
Una
sonrisa de agradecimiento iluminó el rostro de Peter.
—Tomo
nota.
Lali
lo apartó con las manos, saltó al suelo de un brinco y empezó a quitarse la blusa
por la cabeza.
—¿Ya
lo pensaste?
Ella
puso los ojos en blanco y tiró la prenda al suelo. Debajo llevaba un sujetador
de encaje rosa.
—Dame
tu camisa —le ordenó.
—¿Qué?
—Peter no apartaba los ojos de sus pechos. «Los hombres son tan simples.»
Bastaba con un par de tetas para dejarlos sin habla.
—Tu
camisa.
Él
parpadeó una, dos, tres veces, y luego desabrochó los botones de la camisa
blanca que llevaba, dejando al descubierto un pecho puramente masculino.
Lali
apartó la mirada, rodeó a Peter y corrió la cortina de la ducha. El agua se
había enfriado mientras hablaban, lo cual le vino bien. Manteniendo el resto
del cuerpo fuera del agua, metió la cabeza bajo el chorro para mojarse el pelo,
temblando al sentir el contacto con el agua fría.
—¿Qué
estás haciendo?
El
pobre Peter no entendía nada. La evidencia de haberlo sumido en un estado de
semiconfusión le produjo un placer que solo una mujer podía entender.
—Es
una pena que te lo hayas perdido, pero por si no lo recuerdas acabamos de hacer
el amor en la ducha. Quedaríamos en evidencia si saliésemos de aquí totalmente
secos. —Sus ojos se pasearon por el cuerpo de Peter hasta detenerse en la evidente
erección que se escondía bajo sus pantalones—. Eso y... algún que otro detalle.
Peter
miró hacia abajo y gruñó.
Lali
se puso la camisa de Peter. Tras abrochar los botones, se quitó el sujetador
con cuidado y luego se agachó para quitarse también los vaqueros. Acto seguido,
se incorporó, y la mirada de deseo que vio en los ojos de Peter le pareció tan
intensa que se sintió mal por él. El agua fría que le goteaba del pelo y se
deslizaba por la espalda era la ayuda perfecta para mantener a raya la libido.
—Eres
mala. —Las palabras de Peter le arrancaron una carcajada.
Él
intentó agarrarla, pero Lali esquivó el envite y consiguió alejarse. Peter dejó
caer las manos a ambos lados de su cuerpo.
—Date
una ducha fría, Peter. Ya te dije que lo voy a pensar.
—Podría
desnudarme y pensar en ello los dos juntos.
Ella
se rió.
—Aunque
accediera a tu propuesta, por absurda que sea, no sería ahora... No con una
cámara en la habitación de al lado.
Peter
se frotó las mejillas con las manos.
—Pero
la idea es convencer a quien esté vigilándote de que lo hemos hecho. ¿Por qué
no...?
—No
va a pasar —lo interrumpió Lali—. Date una ducha fría.
Vestida
únicamente con unas braguitas y la camisa de Peter, Lali salió del baño y
sonrió mientras seguía guardando sus cosas.
Embalaron
lo básico, sobre todo ropa y objetos personales que Lali necesitaría todos los
días. Luego Peter sugirió la posibilidad de contratar un servicio de mudanzas
para que se ocupara del resto. Lo hizo frente a la cámara de la sala. Con un
poco de suerte, quienquiera que hubiese instalado las cámaras intentaría
llevárselas antes de que los de las mudanzas pudieran encontrarlas.
Lucas
ya había contratado a unos amigos suyos para que vigilaran la casa y grabaran a
todo el que entrara o saliera de ella con el fin de encontrar al culpable y concluir
de una vez todo aquello.
De
vuelta en la casa, Peter informó a sus empleados de que todo lo que necesitara Lali
debía ser atendido cuanto antes. Tenía el mismo poder sobre su casa que él
mismo y esperaba que la trataran como la duquesa que era. Para ella sería una
forma de acostumbrarse a lo que vendría más adelante.
—Hace
mucho tiempo que no tengo servicio —le dijo Lali cuando se quedaron a solas.
—No
puedo permitir que mi mujer se ocupe de las tareas de la casa. —Estaba
preparado para encontrar oposición, pero Lali se limitó a sonreír y no le llevó
la contraria.
—Nunca
me ha gustado limpiar los pisos, así que no esperes oír una sola queja de mi
boca.
A
Peter le encantó aquella sinceridad tan descarada incluso sobre las cosas más
sencillas.
—De
todas formas, no tendrás tiempo para eso —le dijo. Se sentaron en la terraza de
la casa para disfrutar de la puesta de sol sobre el Pacífico.
—¿Por
qué lo dices?
—Necesito
que te ocupes de tratar con los decoradores y con la gente del catering para la
recepción en Albany Hall.
—¿Quieres
que organice una fiesta en un sitio en el que nunca he estado, para gente que
ni siquiera conozco?
Peter
le dedicó una mirada de comprensión.
—Necesito
que apruebes lo que ellos te propongan. Confío plenamente en mi gente de allí,
pero quiero que, cuando lleguemos, estén preparados para preguntarte sobre este
tipo de cosas. Es mejor que establezcamos esa relación cuanto antes.
Lali
estiró las piernas sobre la hamaca y las cubrió con una manta.
—¿Es
la primera fiesta que organizas en tu casa?
—No.
—Entonces,
hasta ahora ¿quién las organizaba? No te veo ocupándote tú mismo.
Peter
no podía negar que su mujer tenía una mente brillante.
—Casi
siempre se ocupaba mi madre. —Y querría seguir ocupándose de organizarlo todo
en el hogar ancestral de la familia, pero Peter quería que Lali tuviese voz y
voto desde el primer momento.
La
curiosidad de Lali no tardó en volver a manifestarse en forma de más preguntas.
—¿Dónde
vive tu madre?
—En
Albany Hall.
—¿Vive
en tu casa? —preguntó Lali, sinceramente sorprendida.
Peter
se preguntó cuánto debería explicar, cuántas verdades podía confiarle a su
esposa. Empezó con las cosas que Lali podía averiguar fácilmente por sí misma
si se daba el trabajo de investigar.
—Mi
madre fue duquesa de Albany mientras estuvo casada con mi padre. Tras su
muerte, ella conservó el título hasta que me casé contigo.
—Vaya,
eso es lo que yo llamo una brecha entre una suegra y su nuera. Es imposible que
salga algo bueno de esto.
Peter
se volteó para mirar a su esposa.
—Es
lo normal. Ella sabía que tarde o temprano llegaría este día. Estoy seguro de
que, tras la lectura del testamento de mi padre, fue consciente de que yo haría
lo que estuviera a mi alcance para asegurarme la herencia que me corresponde.
—¿Son
muy unidos?
—Nos
llevamos bien.
—Eso
no suena muy prometedor.
De
pronto, el aire a su alrededor parecía más frío. Hubo una época en que su madre
y él estaban más unidos. Cuando su objetivo común era odiar a su padre.
—No
tienes por qué preocuparte por ella.
Lali
escuchó con atención antes de procesar la información.
—Pero
hay alguien de quien sí debo preocuparme, ¿no?
Peter
hubiese querido mentir, pero no podía. Con Lali, las mentiras piadosas no lo
parecían tanto y amenazaban con acabar interponiéndose entre ellos.
—Mi
primo. Está en la breve lista de personas que podrían haber instalado las
cámaras en tu casa.
—¿Me
estás bromeando?
—Ojalá.
Javier heredaría una suma considerable si nuestro matrimonio fracasara.
—Imagino
que no son muy amigos.
—Decir
que casi no toleramos la presencia del otro se acerca más a la realidad. Se
queda en Albany siempre que puede. Mi madre es demasiado educada para pedirle
que se vaya.
—¿Por
qué no lo haces tú?
—No
paso allí el tiempo suficiente como para que me importe. A partir de ahora, eso
cambiará.
—¿Cómo?
—preguntó Lali.
—Mi
madre tiene derecho a vivir en la casa hasta que la propiedad pase a mi nombre
el año que viene. Se supone que cuando me case, mi esposa asumirá las
obligaciones como duquesa y mi madre se mudará a una casa más pequeña dentro de
la misma propiedad. —No esperaba que Lali recibiera toda aquella información y
la comprendiera inmediatamente, pero quería que estuviera familiarizada con lo
más importante antes de partir hacia Europa.
—Creo
que no me he informado lo suficiente sobre el hogar de tu familia. Di por
sentado que Albany Hall era el nombre de una mansión. Los británicos utilizan
esa clase de expresiones para que las cosas suenen más ostentosas de lo que
realmente son. —Lali jugueteaba con un mechón de su pelo mientras hablaba, y
sus ojos se escapaban una y otra vez hacia el mar.
—Cuando
veas Albany Hall, comprenderás mi reticencia a la hora de escoger esposa.
—Mmm,
¿sabes? Hay algo que no he dejado de preguntarme desde que nos conocimos.
—¿De
qué se trata?
—¿Por
qué no tienes acento británico? Creciste allí, ¿no es así?
Su
cabeza se llenó de recuerdos de su padre regañándole por no hablar
correctamente. Peter había hecho todo lo que estaba en su mano para llevarle la
contraria, hasta el punto de evitar el acento.
—Cuando
iba al internado, pasaba los veranos en Albany. Mi madre nos traía a mi hermana
y a mí a Buenos Aires siempre que podía. Me empapé de la cultura Argentina. —Peter
divisó un banco de niebla que se acercaba lentamente y dejó que sus
pensamientos flotaran con ella—. Me rebelé contra mi padre a muchos niveles.
—¿Crees
que ese enfrentamiento entre los dos le llevó a ponerte trabas a la hora de
recibir tu herencia?
Peter
asintió con la cabeza.
—Mi
padre siempre tenía que decir la última palabra. Incluso muerto.
—¿Tan
horrible era como persona?
—Mi
padre era el típico británico distinguido. Tenía los bolsillos llenos de dinero
con clase, lo cual le otorgaba el derecho a comportarse como un imbécil
arrogante. Se casó con mi madre sabiendo que le sería infiel. —Aún recordaba la
primera vez que había visto llorar a su madre por una de sus infidelidades. Una
revista había publicado en la tapa una serie de imágenes de su padre con una
mujer diez años más joven que él cogida del brazo. Fue entonces cuando los
viajes a Argentina empezaron a moldear la vida de Peter—. Se creía con el
derecho a pisotear a la gente.
—¿Por
qué tu madre no lo dejó?
La
dulzura que transmitía la voz de Lali distrajo la atención de Peter, hasta
entonces concentrada en el mar. Lo miraba con aquellos hermosos ojos levemente entrecerrados,
como una intrusa intentando evitar ser detectada.
—No
lo sé. Seguramente por dinero. Nunca hablaron de divorcio. Casi siempre vivían
vidas separadas. Tras el nacimiento de mi hermana, dejaron de dormir en la
misma habitación.
—Entonces,
¿fue el odio por ver cómo trataba a tu madre lo que los distanció?
¿Realmente
odiaba a su padre? Peter nunca había utilizado una palabra tan dura para
describir sus emociones. No le gustaba cómo era, de eso no cabía duda.
—Mi
padre quería que fuera como él. «Anda a la universidad, ten una educación, pero
no creas que vas a trabajar más de un día a la semana» —respondió Peter,
imitando el acento de su padre.
Los
labios de Lali dibujaron una sonrisa triste.
—Así
que te rebelaste para amasar tu propia fortuna.
Peter
se incorporó en su silla.
—Invertí
mi parte en acciones de la empresa de transportes de la que ahora soy
propietario. Cuando llevaba media carrera, gané mi primer millón. Mi padre se
puso furioso.
—Quería
controlarte —intervino Lali—. Y no podría hacerlo si te convertías en un hombre
hecho a sí mismo.
Peter
miró a su esposa y experimentó una sensación de orgullo desmedido hacia ella.
No recordaba a nadie zambulléndose de aquella manera en su pasado y llegando a
las conclusiones correctas. Lali prestaba atención y además escuchaba todo lo
que él decía.
—Exacto.
—Entonces,
¿por qué trabajar tan duro para luego quedarte con su dinero? Tampoco es que lo
necesites.
—Consideré
la posibilidad de alejarme. Pero mi hermana, que solo conoce el estilo de vida
en el que fuimos criados, y mi madre no merecen ver cómo sus vidas se hacen
trizas. Por no decir, claro está, que estamos hablando de una descomunal cantidad
de dinero. —Peter se rió con la intención de dejar atrás la oscura senda de la
memoria. Lali
permaneció en silencio unos minutos mientras procesaba la información. Los
últimos rayos de sol arrancaban destellos de la superficie del mar.
—¿Sabes
qué, Peter? —le preguntó, apartando la mirada de él para admirar la puesta de
sol.
—¿Qué?
—Empiezo
a creer que eres más mártir que mercenario.
Peter
soltó una carcajada, se inclinó hacia delante y la cogió de la mano.
—Lo
dice la mujer que se casó conmigo para asegurar los cuidados de su hermana.
Lali
despertó de su ensimismamiento y le apretó los dedos.
—Oh,
no. ¡Vanessa! —exclamó, incorporándose de la cómoda posición en la que estaba.
—¿Qué
pasa?
—Es
sábado. Me olvidé de la visita semanal de mi hermana —respondió, retirando la
mano de la de él—. Tengo que irme.
—¿No
es muy tarde ya?
Lali
le quitó importancia a la pregunta con un gesto de la mano.
—Claro
que no —respondió, y de pronto lo miró con una expresión extraña en los ojos—.
¿Quieres venir conmigo? ¿Quieres ver adónde va a parar todo tu dinero?
Peter
tenía una docena de cosas pendientes, cosas que debería estar haciendo en aquel
preciso instante en lugar de perder la tarde hablando del pasado con su esposa,
pero no le provocaba ocuparse de ellas.
—Me
encantaría conocer a tu hermana.
Sube mas!!
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