viernes, 5 de junio de 2015

Absurdo Plan: Capítulo 6

Capítulo 6:

Había cámaras en la sala de estar, en la cocina y en los dos dormitorios. Ya sabían lo de la línea telefónica. Según los hombres de Peter, el auto estaba limpio.

            Pero, ¡caramba!, alguien la había estado espiando mientras se vestía o mientras dormía. Lali le contó a Peter la conversación que había tenido con Candela, las únicas palabras que habían salido de su boca que podrían esconder una pista sobre la falsedad de su matrimonio. Seguramente los tipos que se hacían pasar por técnicos de telefonía habían sido los responsables de instalar las cámaras. O tal vez alguien se había metiendo mientras ella salía a correr.

            Después de eso, todas las conversaciones habían sido por celular y normalmente fuera de casa. Tampoco es que importara mucho. Solo habían hablado de la recepción y de la gente que conocería allí. Lo cierto es que hablaban como lo haría una pareja de ancianos, lo cual era sorprendente teniendo en cuenta que apenas se conocían.

            Peter manejó el auto mientras Lali, sentada a su lado, le indicaba el camino hacia su casa.  A medida que se iban acercando, la realidad de lo que estaban haciendo se extendió por todo el cuerpo de Lali.

            —No paras de mover las manos —le dijo Peter—. ¿Hay algo que no te parezca bien?

            —¿Sinceramente? —preguntó ella, a pesar de que conocía la respuesta.

            —Siempre.

            —Besarte.
            Él la miró un instante a través de los lentes y rápidamente fijó los ojos de nuevo en la carretera.

            —¿No te parece bien besarme?

            —No —respondió Lali sin pensar—. Es decir, sí.
            A Peter se le escapó la risa.

            —¿En qué quedamos?

            —Ejem. ¿Y si me quedo inmóvil? ¿Y si no parezco convincente? —¿Y si metía la pata y le daba a la cámara exactamente lo que aquella gente buscaba y Peter perdía la herencia?
            Peter levantó una mano del volante y cubrió con ella las de Lali, que estaban heladas.

            —¿Lali?

            —Sí.

            —Relájate. Deja que me ocupe de todo.
            Ella sacudió la cabeza.

            —No estoy acostumbrada a que los hombres tomen el mando de mi vida.

            —Lo sé. Pero puedes confiar en mí.
            Y Lali quería hacerlo, pero cuando se detuvieron frente a su casa le temblaban las manos. Peter sacó la llave del contacto y se volteó para mirarla.

            —Entremos y empecemos a recoger tus cosas.

            —¿Vas a besarme en cuanto entremos? —Dios, tenía que saberlo para estar preparada.
            Peter se inclinó hacia ella y se quitó los lentes de sol.

            —Ven aquí —le susurró, sin apartar la mirada de sus labios.
            Ella se acercó, creyendo que querría susurrarle algo importante.

            En vez de eso, Peter se inclinó hacia su asiento y posó suavemente sus labios en los de ella. El calor fue instantáneo, una corriente que se extendió por su cuerpo hasta los dedos de los pies. Cerró los ojos y se dejó llevar hasta que de repente él se retiró.

            —Besarnos será la parte más fácil —le dijo Peter a escasos centímetros de sus labios—. Separarnos será lo difícil.
            Peter deslizó el pulgar por el labio inferior de ella antes de darse la vuelta y abrir la puerta.

            Lali bajó del auto. Le temblaban las piernas y tuvo que apoyarse en el brazo de Peter para mantenerse derecha. Él observó el edificio durante unos segundos con una profunda mirada de desaprobación.

            —El barrio no parece seguro. ¿Cuánto tiempo llevas viviendo aquí?

            —Dos años —respondió ella mientras introducía la llave en la cerradura y abría la puerta.
            Entraron en el recibidor y Lali dejó su cartera sobre la mesa.

            —Tengo algunas cajas en un closet, en la parte de atrás.

            —Yo traeré las del auto.

            Mientras se alejaban en direcciones opuestas, Lali no pudo evitar que sus ojos se detuvieran durante un segundo en la cámara que sabía que se escondía entre los libros de una estantería. Pasó frente a ella, se dirigió hacia el closet por la puerta trasera de la cocina y regresó con unas cajas polvorientas de distintos tamaños. Las dejó sobre la mesita de la sala de estar y miró a su alrededor.
            Peter volvió del auto con media docena más de cajas sin armar y un rollo de cinta de embalar.

            —¿Por qué no usamos esas que están limpias para la ropa? —sugirió Lali.

            —Me parece bien —respondió él, mirando hacia lo alto de la escalera.

            Lali se dirigió al dormitorio y le indicó a Peter que dejara las cajas sobre la cama para luego armarlas una a una. Con un poco de cinta de embalar, pronto estuvieron listas para ser utilizadas.

            —¿Por dónde quieres que empiece? —preguntó Peter.

            —Por el ropero.

            Tras unos primeros minutos guardando cosas en las cajas, Lali se olvidó de las cámaras y se puso manos a la obra con la ropa de la cómoda. Buscó una liga y se recogió el pelo para que no le molestara.

            —¿Debería preocuparme por todos los zapatos que hay aquí? —preguntó Peter desde el ropero.

            —Fuiste tú el que me insistió para ir de compras —respondió Lali entre risas.

            —Parece que no tendré más remedio que contratar a alguien para que te construya un vestidor para ti sola —se quejó Peter, aunque en su voz se escondía una sonrisa.

            —A las mujeres nos encanta la ropa.

            —Y parece que los zapatos también. Dios, no creía que se pudieran necesitar tantos.
            Lali guardó la ropa interior que tenía en la mano en una caja y cogió más del cajón.

            —Soy bajita, por si no te has dado cuenta. Necesito tacos para ver cómo vive el resto de la humanidad.
            Esta vez la voz de Peter sonó más cerca.

            —No eres bajita —le dijo.
            Lali se dio la vuelta y vio que Peter tenía unos zapatos de diez centímetros en la mano.

            —Verticalmente impedida, si te gusta más. —Se levantó para demostrarlo—. ¿Lo ves? —De pie junto a él, su cabeza apenas le rozaba la barbilla—. ¡Bajita!             Los ojos de Peter parecían atraerla hacia su cuerpo.

            —No cambiaría absolutamente nada en ti.

            Levantó una mano, le quitó la liga del pelo y le acarició las puntas. De pronto, fue como si Lali se olvidara de respirar. Cuanto más se acercaba él a su espacio personal, menos aire entraba en sus pulmones. Peter se inclinó sobre ella; Lali inclinó la cabeza y permitió que su boca se moviera sobre la suya. Él dejó caer una mano y le rodeó la cintura, sujetándola con fuerza contra su cuerpo.

            Cuando Peter ladeó la cabeza para besarla con más fuerza, los pechos de ella se aplastaron contra su torso. Sus lenguas se encontraron y de pronto Lali recordó que las cámaras lo estaban grabando todo. Se puso tensa al instante, pero Peter se negó a soltarla. Entonces deslizó una mano por la espalda de Lali y cubrió con ella una de sus nalgas.

            El cuerpo de Lali se cargó de energía. La lengua de Peter inició una lenta danza con la de ella. El olor a pino que desprendía y la calidez de su aliento la distraían de todo lo que la rodeaba, excepto de la sensación de estar entre sus brazos, del tacto de sus manos.

            Un líquido espeso empezó a acumularse en su vientre, mientras el deseo se encaramaba desbocado por su espalda. Hacía tanto tiempo que nadie la besaba que ya no recordaba lo increíble que era. ¿Y alguna vez lo había sido tanto? Seguramente no.

            Peter gimió, o quizás fue ella, cuando los labios de él se separaron de los suyos y recorrieron la línea de su mandíbula, la curva del cuello. Tal vez solo estaba actuando para la cámara, pero estaba claro que su cuerpo no conocía las reglas. El calor que desprendía la erección entre sus piernas le acariciaba el vientre, avivando el deseo que ya sentía.

            —Te extrañé —le susurró Peter, con la cara hundida en el pelo de Lali.
            Ella pasó los brazos alrededor de sus hombros y se agarró con fuerza a su camisa.

            —Yo también te extrañé.

            Sus ojos se encontraron y la chispa de picardía que vio en ellos le arrancó una sonrisa. Cuando su mano encontró la piel desnuda de la espalda de Peter, la mirada de él se oscureció. La besó de nuevo, esta vez con más desesperación. Lali sintió que una mano le cubría el pecho por encima de la tela de la camisa. Quería sentirlo más cerca, quería que probara la dulzura de su piel donde ahora solo sus manos se aventuraban.

            —Oh, Dios —susurró. «Esto es peligroso.» El deseo que sentían era real, o al menos así se lo parecía a ella.

            —¿Sabes qué quiero? —le preguntó Peter cuando sus labios se separaron.

            —¿Qué? —dijo ella, mientras le besaba la mandíbula y empezaba a desabrocharle los botones de la camisa.
            Peter se agachó y la levantó en brazos.
            Lali gritó y se sujetó de sus hombros para no caerse.

            —Quiero hacerte el amor en la tina.
            Lali sonrió y cruzó los tobillos mientras Peter la sacaba de la habitación, lejos de miradas ajenas.

            Cuando llegaron al baño, él la dejó de nuevo en el suelo y volvió a besarla. El espacio era reducido y las piernas de Lali chocaron con el mueble de formica barata. Peter la aupó hasta sentarla sobre el tocador, sin que sus labios dejaran de bailar con los de ella ni un solo instante. Se colocó entre sus muslos y la empujó con la cadera para que el contacto fuera total.

            En un rincón de su cerebro, Lali oyó el sonido de la puerta al cerrarse, pero sus labios seguían irremediablemente pegados a los de Peter.
            Estaban a solas. Sin cámaras, sin ojos que los observaran.

            El dulce consuelo de su boca abandonó los labios de Lali para posarse en su sien. Ella gimió al darse cuenta de que el momento se había desvanecido. Peter mantuvo los brazos alrededor de ella, firme en el abrazo. La realidad fue colándose gota a gota en el presente, mientras ambos luchaban por encontrar el valor necesario para controlarse.

            No debería sentirse tan a gusto entre sus brazos, se dijo Lali. ¿Cómo iba a mantenerse alejada de su cama si insistían en jugar a la ruleta rusa? Intentó alejarse pero Peter no la soltaba.

            —Dame un minuto —le susurró al oído, con la voz grave de puro deseo.

            Lali se apoyó en él y retiró los brazos de sus hombros. Permanecieron inmóviles durante varios minutos, en silencio. Peter le acarició la espalda con movimientos lentos y acompasados.

            —¿No deberíamos abrir el agua de la ducha? —preguntó finalmente Lali, que no estaba muy segura de que Peter llegara a soltarla.
            Él la miró a los ojos y arqueó las cejas.

            —¿Eso es una invitación?

            —Para la cámara —respondió ella apresuradamente.
            ¿Era decepción eso que acababa de ver brillando en sus ojos?

            —Cierto. —Peter sacudió la cabeza y se liberó de los brazos de Lali. La temperatura de la habitación descendió rápidamente.

            Apenas había espacio para los dos en aquel minúsculo baño, así que Lali decidió no moverse de donde estaba y observó a Peter mientras este abría la ducha. Una vez abierta, se dio la vuelta, apoyó la espalda contra la puerta e intentó sonreír, pero sus ojos no sonreían.

            —Esto es una locura, ¿no crees? —le preguntó ella, desesperada por saber cuáles eran sus pensamientos.
            Él se pasó una mano por el pelo, un gesto que Lali empezaba a reconocer como un signo de estrés.

            —Lo que es una locura es cuánto te deseo y cuánto esfuerzo invertimos en convencer a la gente de que nos acostamos cuando no lo hacemos.
            Lali intentó sonreír para quitarle importancia al asunto.
            —Si lo dices así, parece hasta que estemos un poco locos.

            El vapor de la ducha empezaba a llenar la habitación. Por primera vez desde el día en que se habían conocido, un enorme silencio se interponía entre ellos.

            —¿Cuánto tiempo deberíamos quedarnos aquí dentro?
            Peter miró hacia la ducha como si allí pudiera encontrar la respuesta.

            —Bueno, si estuviera ahí dentro haciéndote el amor, dedicaría un buen rato a aprender cada centímetro de tu cuerpo.
            Lali se mordió el labio e imaginó los de Peter dibujando senderos húmedos en su piel, presionándola.

            —Si sigues hablando así, acabaremos teniendo problemas.

            —Recuérdame por qué estamos aquí sentados, dejando que el agua caliente se pierda por el sumidero.
            Ojalá lo supiera. Ah, sí. Estaban casados, pero la intimidad no entraba en sus planes.

            —Porque los dos somos materialistas y dormir juntos no forma parte del plan general. Si actuamos impulsivamente podríamos arruinarlo todo. —Las palabras tenían sentido, pero su corazón se negaba a escuchar. La habitación estaba llena de vapor y la ropa empezaba a pegársele al cuerpo.

            —Podemos cambiar los planes —sugirió Peter.
            Su cuerpo reaccionó ante aquella posibilidad.

            —¿Estás sugiriendo una aventura de un año? —¿Sería capaz de algo así?
            Esta vez la sonrisa se extendió por su cara y le iluminó la mirada.

            —Somos adultos con una atracción más que evidente.

            Lo cual todavía la tenía cegada. ¿Qué veía Peter en ella? Comparada con María o con Lucía, Lali era un patito negro en un lago lleno de cisnes blancos. Quizás Peter se había dado cuenta de que estar casado durante un año entero iba a representar un serio inconveniente para su vida sexual.

            —Nunca me he embarcado en una aventura con una fecha de caducidad en mente.

            —Yo tampoco. —Mientras hablaba, se acercó a ella y puso las manos sobre el tocador, una a cada lado de Lali.

            —¡Cierto! Entonces ¿por qué tus relaciones nunca duran entre seis y nueve meses?

            —Casualidad.

            —Mentiroso.
            Peter abrió bien los ojos, fingiéndose horrorizado.
            —Me ofendes.

            —Algo me dice que se necesita más que eso para ofenderte.
            Él deslizó un dedo desde la barbilla de Lali hasta su labio inferior.

            —Me conoces tan bien. Somos muy parecidos, Lali. ¿Qué tendría de malo una relación física satisfactoria con un principio y un final predeterminados?

            Se acercó todavía más a ella y sus ojos se detuvieron en los labios. La atracción innegable que sentía por él le impedía pensar claramente. Y eso era un problema. El sexo le nublaba la mente como el vapor que llenaba el baño. Se había casado con él por dinero, está bien, pero ¿sería capaz de mantener el corazón al margen si empezaban a tener relaciones?

            —¿Siempre eres tan convincente cuando haces negocios?

            —¿Te estoy convenciendo? —Sus manos encontraron la cintura de Lali y sus dedos se hundieron en la carne.

            —Preguntarme en este estado no es justo. Lo sabes, ¿verdad?
            La otra mano de Peter se posó sobre su muslo e inició una lenta ascensión.

            —No suelo jugar limpio. Y tampoco juego si no estoy seguro de ganar.
            Era una advertencia, un aviso que ella haría bien en escuchar.
            De mala gana, Lali detuvo la mano que subía por su muslo.

            —Pensaré en ello —le dijo, porque decir no le habría resultado imposible y decir sí habría sido una imprudencia.
            Una sonrisa de agradecimiento iluminó el rostro de Peter.

            —Tomo nota.
            Lali lo apartó con las manos, saltó al suelo de un brinco y empezó a quitarse la blusa por la cabeza.

            —¿Ya lo pensaste?
            Ella puso los ojos en blanco y tiró la prenda al suelo. Debajo llevaba un sujetador de encaje rosa.

            —Dame tu camisa —le ordenó.

            —¿Qué? —Peter no apartaba los ojos de sus pechos. «Los hombres son tan simples.» Bastaba con un par de tetas para dejarlos sin habla.

            —Tu camisa.
            Él parpadeó una, dos, tres veces, y luego desabrochó los botones de la camisa blanca que llevaba, dejando al descubierto un pecho puramente masculino.

            Lali apartó la mirada, rodeó a Peter y corrió la cortina de la ducha. El agua se había enfriado mientras hablaban, lo cual le vino bien. Manteniendo el resto del cuerpo fuera del agua, metió la cabeza bajo el chorro para mojarse el pelo, temblando al sentir el contacto con el agua fría.

            —¿Qué estás haciendo?
            El pobre Peter no entendía nada. La evidencia de haberlo sumido en un estado de semiconfusión le produjo un placer que solo una mujer podía entender.

            —Es una pena que te lo hayas perdido, pero por si no lo recuerdas acabamos de hacer el amor en la ducha. Quedaríamos en evidencia si saliésemos de aquí totalmente secos. —Sus ojos se pasearon por el cuerpo de Peter hasta detenerse en la evidente erección que se escondía bajo sus pantalones—. Eso y... algún que otro detalle.
            Peter miró hacia abajo y gruñó.

            Lali se puso la camisa de Peter. Tras abrochar los botones, se quitó el sujetador con cuidado y luego se agachó para quitarse también los vaqueros. Acto seguido, se incorporó, y la mirada de deseo que vio en los ojos de Peter le pareció tan intensa que se sintió mal por él. El agua fría que le goteaba del pelo y se deslizaba por la espalda era la ayuda perfecta para mantener a raya la libido.

            —Eres mala. —Las palabras de Peter le arrancaron una carcajada.
            Él intentó agarrarla, pero Lali esquivó el envite y consiguió alejarse. Peter dejó caer las manos a ambos lados de su cuerpo.

            —Date una ducha fría, Peter. Ya te dije que lo voy a pensar.

            —Podría desnudarme y pensar en ello los dos juntos.
            Ella se rió.

            —Aunque accediera a tu propuesta, por absurda que sea, no sería ahora... No con una cámara en la habitación de al lado.
            Peter se frotó las mejillas con las manos.

            —Pero la idea es convencer a quien esté vigilándote de que lo hemos hecho. ¿Por qué no...?

            —No va a pasar —lo interrumpió Lali—. Date una ducha fría.
            Vestida únicamente con unas braguitas y la camisa de Peter, Lali salió del baño y sonrió mientras seguía guardando sus cosas.
             
            Embalaron lo básico, sobre todo ropa y objetos personales que Lali necesitaría todos los días. Luego Peter sugirió la posibilidad de contratar un servicio de mudanzas para que se ocupara del resto. Lo hizo frente a la cámara de la sala. Con un poco de suerte, quienquiera que hubiese instalado las cámaras intentaría llevárselas antes de que los de las mudanzas pudieran encontrarlas.

            Lucas ya había contratado a unos amigos suyos para que vigilaran la casa y grabaran a todo el que entrara o saliera de ella con el fin de encontrar al culpable y concluir de una vez todo aquello.

            De vuelta en la casa, Peter informó a sus empleados de que todo lo que necesitara Lali debía ser atendido cuanto antes. Tenía el mismo poder sobre su casa que él mismo y esperaba que la trataran como la duquesa que era. Para ella sería una forma de acostumbrarse a lo que vendría más adelante.

            —Hace mucho tiempo que no tengo servicio —le dijo Lali cuando se quedaron a solas.

            —No puedo permitir que mi mujer se ocupe de las tareas de la casa. —Estaba preparado para encontrar oposición, pero Lali se limitó a sonreír y no le llevó la contraria.

            —Nunca me ha gustado limpiar los pisos, así que no esperes oír una sola queja de mi boca.
            A Peter le encantó aquella sinceridad tan descarada incluso sobre las cosas más sencillas.

            —De todas formas, no tendrás tiempo para eso —le dijo. Se sentaron en la terraza de la casa para disfrutar de la puesta de sol sobre el Pacífico.

            —¿Por qué lo dices?

            —Necesito que te ocupes de tratar con los decoradores y con la gente del catering para la recepción en Albany Hall.

            —¿Quieres que organice una fiesta en un sitio en el que nunca he estado, para gente que ni siquiera conozco?
            Peter le dedicó una mirada de comprensión.

            —Necesito que apruebes lo que ellos te propongan. Confío plenamente en mi gente de allí, pero quiero que, cuando lleguemos, estén preparados para preguntarte sobre este tipo de cosas. Es mejor que establezcamos esa relación cuanto antes.
            Lali estiró las piernas sobre la hamaca y las cubrió con una manta.

            —¿Es la primera fiesta que organizas en tu casa?

            —No.

            —Entonces, hasta ahora ¿quién las organizaba? No te veo ocupándote tú mismo.
            Peter no podía negar que su mujer tenía una mente brillante.

            —Casi siempre se ocupaba mi madre. —Y querría seguir ocupándose de organizarlo todo en el hogar ancestral de la familia, pero Peter quería que Lali tuviese voz y voto desde el primer momento.
            La curiosidad de Lali no tardó en volver a manifestarse en forma de más preguntas.

            —¿Dónde vive tu madre?

            —En Albany Hall.

            —¿Vive en tu casa? —preguntó Lali, sinceramente sorprendida.

            Peter se preguntó cuánto debería explicar, cuántas verdades podía confiarle a su esposa. Empezó con las cosas que Lali podía averiguar fácilmente por sí misma si se daba el trabajo de investigar.

            —Mi madre fue duquesa de Albany mientras estuvo casada con mi padre. Tras su muerte, ella conservó el título hasta que me casé contigo.

            —Vaya, eso es lo que yo llamo una brecha entre una suegra y su nuera. Es imposible que salga algo bueno de esto.
            Peter se volteó para mirar a su esposa.

            —Es lo normal. Ella sabía que tarde o temprano llegaría este día. Estoy seguro de que, tras la lectura del testamento de mi padre, fue consciente de que yo haría lo que estuviera a mi alcance para asegurarme la herencia que me corresponde.

            —¿Son muy unidos?

            —Nos llevamos bien.

            —Eso no suena muy prometedor.

            De pronto, el aire a su alrededor parecía más frío. Hubo una época en que su madre y él estaban más unidos. Cuando su objetivo común era odiar a su padre.

            —No tienes por qué preocuparte por ella.
            Lali escuchó con atención antes de procesar la información.

            —Pero hay alguien de quien sí debo preocuparme, ¿no?
            Peter hubiese querido mentir, pero no podía. Con Lali, las mentiras piadosas no lo parecían tanto y amenazaban con acabar interponiéndose entre ellos.

            —Mi primo. Está en la breve lista de personas que podrían haber instalado las cámaras en tu casa.

            —¿Me estás bromeando?

            —Ojalá. Javier heredaría una suma considerable si nuestro matrimonio fracasara.

            —Imagino que no son muy amigos.

            —Decir que casi no toleramos la presencia del otro se acerca más a la realidad. Se queda en Albany siempre que puede. Mi madre es demasiado educada para pedirle que se vaya.

            —¿Por qué no lo haces tú?

            —No paso allí el tiempo suficiente como para que me importe. A partir de ahora, eso cambiará.

            —¿Cómo? —preguntó Lali.

            —Mi madre tiene derecho a vivir en la casa hasta que la propiedad pase a mi nombre el año que viene. Se supone que cuando me case, mi esposa asumirá las obligaciones como duquesa y mi madre se mudará a una casa más pequeña dentro de la misma propiedad. —No esperaba que Lali recibiera toda aquella información y la comprendiera inmediatamente, pero quería que estuviera familiarizada con lo más importante antes de partir hacia Europa.

            —Creo que no me he informado lo suficiente sobre el hogar de tu familia. Di por sentado que Albany Hall era el nombre de una mansión. Los británicos utilizan esa clase de expresiones para que las cosas suenen más ostentosas de lo que realmente son. —Lali jugueteaba con un mechón de su pelo mientras hablaba, y sus ojos se escapaban una y otra vez hacia el mar.

            —Cuando veas Albany Hall, comprenderás mi reticencia a la hora de escoger esposa.

            —Mmm, ¿sabes? Hay algo que no he dejado de preguntarme desde que nos conocimos.

            —¿De qué se trata?

            —¿Por qué no tienes acento británico? Creciste allí, ¿no es así?

            Su cabeza se llenó de recuerdos de su padre regañándole por no hablar correctamente. Peter había hecho todo lo que estaba en su mano para llevarle la contraria, hasta el punto de evitar el acento.

            —Cuando iba al internado, pasaba los veranos en Albany. Mi madre nos traía a mi hermana y a mí a Buenos Aires siempre que podía. Me empapé de la cultura Argentina. —Peter divisó un banco de niebla que se acercaba lentamente y dejó que sus pensamientos flotaran con ella—. Me rebelé contra mi padre a muchos niveles.

            —¿Crees que ese enfrentamiento entre los dos le llevó a ponerte trabas a la hora de recibir tu herencia?
            Peter asintió con la cabeza.

            —Mi padre siempre tenía que decir la última palabra. Incluso muerto.

            —¿Tan horrible era como persona?

            —Mi padre era el típico británico distinguido. Tenía los bolsillos llenos de dinero con clase, lo cual le otorgaba el derecho a comportarse como un imbécil arrogante. Se casó con mi madre sabiendo que le sería infiel. —Aún recordaba la primera vez que había visto llorar a su madre por una de sus infidelidades. Una revista había publicado en la tapa una serie de imágenes de su padre con una mujer diez años más joven que él cogida del brazo. Fue entonces cuando los viajes a Argentina empezaron a moldear la vida de Peter—. Se creía con el derecho a pisotear a la gente.

            —¿Por qué tu madre no lo dejó?
            La dulzura que transmitía la voz de Lali distrajo la atención de Peter, hasta entonces concentrada en el mar. Lo miraba con aquellos hermosos ojos levemente entrecerrados, como una intrusa intentando evitar ser detectada.

            —No lo sé. Seguramente por dinero. Nunca hablaron de divorcio. Casi siempre vivían vidas separadas. Tras el nacimiento de mi hermana, dejaron de dormir en la misma habitación.

            —Entonces, ¿fue el odio por ver cómo trataba a tu madre lo que los distanció?

            ¿Realmente odiaba a su padre? Peter nunca había utilizado una palabra tan dura para describir sus emociones. No le gustaba cómo era, de eso no cabía duda.

            —Mi padre quería que fuera como él. «Anda a la universidad, ten una educación, pero no creas que vas a trabajar más de un día a la semana» —respondió Peter, imitando el acento de su padre.
            Los labios de Lali dibujaron una sonrisa triste.

            —Así que te rebelaste para amasar tu propia fortuna.
            Peter se incorporó en su silla.

            —Invertí mi parte en acciones de la empresa de transportes de la que ahora soy propietario. Cuando llevaba media carrera, gané mi primer millón. Mi padre se puso furioso.

            —Quería controlarte —intervino Lali—. Y no podría hacerlo si te convertías en un hombre hecho a sí mismo.

            Peter miró a su esposa y experimentó una sensación de orgullo desmedido hacia ella. No recordaba a nadie zambulléndose de aquella manera en su pasado y llegando a las conclusiones correctas. Lali prestaba atención y además escuchaba todo lo que él decía.

            —Exacto.

            —Entonces, ¿por qué trabajar tan duro para luego quedarte con su dinero? Tampoco es que lo necesites.

            —Consideré la posibilidad de alejarme. Pero mi hermana, que solo conoce el estilo de vida en el que fuimos criados, y mi madre no merecen ver cómo sus vidas se hacen trizas. Por no decir, claro está, que estamos hablando de una descomunal cantidad de dinero. —Peter se rió con la intención de dejar atrás la oscura senda de la memoria.            Lali permaneció en silencio unos minutos mientras procesaba la información. Los últimos rayos de sol arrancaban destellos de la superficie del mar.

            —¿Sabes qué, Peter? —le preguntó, apartando la mirada de él para admirar la puesta de sol.

            —¿Qué?

            —Empiezo a creer que eres más mártir que mercenario.
            Peter soltó una carcajada, se inclinó hacia delante y la cogió de la mano.

            —Lo dice la mujer que se casó conmigo para asegurar los cuidados de su hermana.
            Lali despertó de su ensimismamiento y le apretó los dedos.

            —Oh, no. ¡Vanessa! —exclamó, incorporándose de la cómoda posición en la que estaba.

            —¿Qué pasa?

            —Es sábado. Me olvidé de la visita semanal de mi hermana —respondió, retirando la mano de la de él—. Tengo que irme.

            —¿No es muy tarde ya?
            Lali le quitó importancia a la pregunta con un gesto de la mano.

            —Claro que no —respondió, y de pronto lo miró con una expresión extraña en los ojos—. ¿Quieres venir conmigo? ¿Quieres ver adónde va a parar todo tu dinero?

            Peter tenía una docena de cosas pendientes, cosas que debería estar haciendo en aquel preciso instante en lugar de perder la tarde hablando del pasado con su esposa, pero no le provocaba ocuparse de ellas.
            —Me encantaría conocer a tu hermana.
 

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